Literatura universal antología pau 14 15



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2

Yo soy la rosa de Sarón 


y el lirio de los valles. 
Como el lirio entre los espinos, 
así es mi amiga entre las doncellas. 
Como el manzano entre los árboles silvestres,
así es mi amado entre los jóvenes. 
Bajo la sombra del deseado me senté, 
y su fruto fue dulce a mi paladar. 

Me llevó a la casa del banquete 


y su bandera sobre mí fue amor. 
Sustentadme con pasas, confortadme con manzanas, 
porque estoy enferma de amor. 
Su izquierda esté debajo de mi cabeza
y su derecha me abrace. 
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, 
por los corzos y por las ciervas del campo, 
que no despertéis ni hagáis velar al amor 
hasta que ella quiera. 
La Amada
¡La voz de mi amado! He aquí que él viene 
saltando sobre los montes, 
brincando sobre los collados. 
Mi amado es semejante al corzo, 
o al cervatillo. 
Helo aquí, está tras nuestra pared, 
mirando por las ventanas, 
atisbando por las celosías. 

Mi amado habló, y me dijo: 
«
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. 
Porque mira que ya ha pasado el invierno, 
y las lluvias han cesado y se han ido,
 

se han mostrado las flores en la tierra.
El tiempo de la canción ha venido 
y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola. 
La higuera ha echado sus higos 
y las vides en cierne exhalan olor. 
Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. 

Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña,

en lo escondido de escarpados parajes, 
muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz, 
porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto». 
Cazadnos las zorras, las zorras pequeñas,

que echan a perder las viñas, 
porque nuestras viñas están en cierne. 
Mi amado es mío, y yo suya; 
él apacienta entre lirios. 
Hasta que apunte el día y huyan las sombras, 
vuélvete, amado mío;

sé semejante al corzo

o como el cervatillo 
sobre los montes de Beter.
3

Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma. 


Lo busqué y no lo hallé. 
Y dije: «Me levantaré ahora, y recorreré la ciudad,
por las calles y por las plazas 
buscaré al que ama mi alma».
Lo busqué y no lo hallé. 
Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, 
y les dije: «¿Habéis visto al que ama mi alma?». 
Apenas los hube dejado 
cuando hallé al que ama mi alma. 
Lo abracé y no soltaré más

hasta que no lo haya hecho entrar en la casa de mi madre,

en la cámara de la que me dio a luz. 
El Esposo
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, 
por los corzos y por las ciervas del campo, 
que no despertéis ni hagáis velar al amor 
hasta que ella quiera. 
Coro
¿Qué es eso que sube del desierto como columna de humo, 
sahumado de mirra y de incienso 
y de todo polvo aromático? 
Es la litera de Salomón. 
Sesenta valientes la rodean, 
de los fuertes de Israel. 
Todos ellos tienen espadas, diestros en la guerra,
cada uno lleva la espada sobre su muslo 
por los temores de la noche. 
El rey Salomón se hizo un trono 
de madera del Líbano. 
Hizo sus columnas de plata, 
su respaldo de oro, 
su asiento de grana, 
todo fue bordado con amor 
por las doncellas de Jerusalén. 
Salid, oh doncellas de Sión, y ved al rey Salomón 
con la corona con que le coronó su madre en el día de sus bodas, 
el día del gozo de su corazón.
4


El Esposo
He aquí que tú eres hermosa, amiga mía, he aquí que tú eres hermosa. 
Tus ojos, entre tus guedejas, son como de paloma. 
Tus cabellos, como manada de cabras 
que se recuestan en las laderas de Galaad. 
Tus dientes, como manadas de ovejas trasquiladas 
que suben del lavadero, 
todas con crías gemelas, 
y ninguna entre ellas estéril. 
Tus labios, como hilo de grana 
y tu habla hermosa. 
Tus mejillas, como trozos de granada detrás de tu velo. 
Tu cuello, como la torre de David, edificada para armería, 
mil escudos están colgados en ella, 
todos escudos de valientes. 
Tus dos pechos, como dos crías gemelas de gacela 
que se apacientan entre lirios. 
Hasta que apunte el día y huyan las sombras 
me iré al monte de la mirra 
y al collado del incienso. 
Toda tú eres hermosa, amiga mía, 
y en ti no hay mancha. 

Ven conmigo desde el Líbano, oh esposa mía, 


ven conmigo desde el Líbano. 
Mira desde la cumbre de Amana, 
desde la cumbre de Senir y de Hermón, 
desde las guaridas de los leones, 
desde los montes de los leopardos. 
Robaste mi corazón, hermana, esposa mía, 
has robado mi corazón con una sola mirada tuya, 
con una sola perla de tu cuello. 
¡Cuán hermosos son tus amores, hermana, esposa mía! 
¡Cuánto mejores que el vino tus amores
y el olor de tus ungüentos que todas las especias aromáticas!
Como panal de miel destilan tus labios, oh esposa, 
miel y leche hay debajo de tu lengua,
y el olor de tus vestidos es como el olor del Líbano. 
Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa mía, 
fuente cerrada, fuente sellada. 
Tus renuevos son paraíso de granados, con frutos suaves, 
de flores de alheña y nardos, 
nardo y azafrán, caña aromática y canela, 
con todos los árboles de incienso, 
mirra y áloes, con todas las principales especias aromáticas. 
Fuente de huertos, 
pozo de aguas vivas 
que corren del Líbano. 
Levántate, Aquilón, y ven, Austro, 
soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas, 
venga mi amado a su huerto 
y coma de su dulce fruta. 
5
El Esposo
Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía,
he recogido mi mirra y mis aromas, 
he comido mi panal y mi miel, 
mi vino y mi leche he bebido. 
Comed, amigos, bebed en abundancia, oh amados. 
La Amada
Yo dormía, pero mi corazón velaba. 
Es la voz de mi amado que llama: 
Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, 
porque mi cabeza está llena de rocío, 
mis cabellos de las gotas de la noche. 
Me he quitado la túnica ¿cómo me he de vestir? 
He lavado mis pies, ¿cómo los he de ensuciar? 

Mi amado metió su mano por la cerradura de la puerta


y mi corazón se conmovió dentro de mí. 
Yo me levanté para abrir a mi amado 
y mis manos gotearon mirra, 
corrió mirra de mis dedos
sobre la manecilla del cerrojo. 
Abrí yo a mi amado, 
pero mi amado se había ido, había ya pasado 
y tras su hablar salió mi alma. 
Lo busqué y no lo hallé; 
lo llamé y no me respondió. 

Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, 


me golpearon, me hirieron, 
me quitaron mi manto de encima los guardas de los muros. 
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, si halláis a mi amado, 
que le hagáis saber que estoy enferma de amor. 
Coro
¿Qué es tu amado más que otro amado, 
oh la más hermosa de todas las mujeres? 
¿Qué es tu amado más que otro amado, 
que así nos conjuras? 

La Amada
Mi amado es blanco y rubio, 
señalado entre diez mil. 
Su cabeza brilla como oro finísimo. 
Sus cabellos, como hojas de palma,

son negros como el cuervo. 


Sus ojos, como palomas, junto a los arroyos de las aguas, 
que se lavan con leche, y a la perfección colocados. 
Sus mejillas, como una era de especias aromáticas, como fragantes flores. 
Sus labios, como lirios que destilan mirra fragante. 

Sus manos, como anillos de oro engastados de jacintos. 


Su cuerpo, como claro marfil cubierto de zafiros. 
Sus piernas, como columnas de mármol fundadas sobre basas de oro fino. 
Su aspecto, como el Líbano, majestuoso como los cedros. 
Su paladar, dulcísimo, y todo él codiciable. 
Tal es mi amado, tal es mi amigo, 
Oh doncellas de Jerusalén. 
6
Coro
¿A dónde se ha ido tu amado, oh la más hermosa de todas las mujeres? 
¿A dónde se apartó tu amado, que lo buscaremos contigo? 
La Amada
Mi amado descendió a su huerto, a las eras de las especias, 
para apacentar en los huertos y para recoger los lirios. 
Yo soy de mi amado y mi amado es mío. 
Él apacienta entre los lirios. 
El Esposo
Hermosa eres tú, oh amiga mía, como Tirsa, 
encantadora como Jerusalén, 
imponente como ejércitos en orden. 
Aparta tus ojos de mí 
porque me cautivan. 
Tu cabello es como manada de cabras 
que se recuestan en las laderas de Galaad. 
Tus dientes, como manadas de ovejas que suben del lavadero, 
todas con crías gemelas, 
y ninguna entre ellas estéril. 

Tus mejillas, como trozos de granada detrás de tu velo. 

Sesenta son las reinas y ochenta las concubinas 
y las doncellas sin número. 

Mas una es la paloma mía, la perfecta mía.

Ella es la hija única de su madre, 
la escogida de la que le dio a luz. 
La vieron las doncellas y la llamaron bienaventurada; 
las reinas y las concubinas la alabaron. 
Coro
¿Quién es ésta que se muestra como el alba, 
hermosa como la luna, 
radiante como el sol, 
imponente como ejércitos en orden? 
El Esposo
Al huerto de los nogales descendí 
a ver los frutos del valle, 
para ver si brotaban las vides, 
si florecían los granados. 
Antes de que lo supiera, mi alma me puso 
sobre los carros de guerra de Aminadab. 
Coro
Vuélvete, vuélvete, oh sulamita; 
vuélvete, vuélvete, y te contemplaremos. 
El Esposo
¿Por qué miran a la sulamita,

como en una danza a dos coros?


7
¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias, 
oh hija de príncipe! 
Los contornos de tus muslos son como joyas, 
obra de mano de excelente maestro. 
Tu ombligo, como un cántaro

donde no falta el vino con especias. 


Tu vientre, como una pila de trigo 
cercada de lirios. 
Tus dos pechos, como dos crías gemelas de gacela. 
Tu cuello, como torre de marfil. 
Tus ojos, como los estanques de Hesbón junto a la puerta de Bat-Rablim. 
Tu nariz, como la cumbre del Líbano, 
centinela que mira hacia Damasco. 
Tu cabeza, como el Carmelo 
y tu cabellera, como la púrpura.

Un rey se halla preso en esas trenzas.

¡Qué hermosa eres y cuán suave, 
oh amor deleitoso! 
Tu estatura es semejante a la palmera 
y tus pechos a los racimos. 
Yo dije: «Subiré a la palmera, 
a sacar sus frutos». 
Deja que tus pechos sean como racimos de vid 
y el olor de tu boca como de manzanas. 
Sean tus palabras como vino generoso,

que va derecho hacia el amado

fluyendo de tus labios cuando te duermes.
8
La Amada
¡Oh, si tú fueras como un hermano mío 
alimentado por los pechos de mi madre! 
Entonces, hallándote fuera, te besaría, 
y no me menospreciarían. 
Yo te llevaría, te metería en casa de mi madre. 
Tú me enseñarías 
y yo te daría a beber vino 
adobado del mosto de mis granadas. 
Su izquierda esté debajo de mi cabeza 
y su derecha me abrace. 

El Amado
Os conjuro, oh doncellas de Jerusalén, 
para que no despertéis ni hagáis velar al amor 
hasta que ella quiera. 
8
Coro
¿Quién es ésta que sube del desierto 
apoyada en su amado? 
El Esposo
Debajo de un manzano te desperté, 
allí mismo donde te concibió tu madre,

donde te concibió la que te dio a luz. 


Ponme como un sello sobre tu corazón,

como un tatuaje sobre tu brazo, 
porque el amor es fuerte como la muerte

y la pasión, tenaz, como el infierno. 
Sus flechas son dardos de fuego como llama divina. 

No apagarán el amor ni lo ahogarán océanos ni ríos.
Si alguien lo quisiera comprar con todo lo que posee

solo conseguiría desprecio.

Tenemos una pequeña hermana 
que no tiene pechos, 
¿Qué haremos a nuestra hermana 
cuando se trate de casarla? 
Si ella es una muralla, 
le construiremos defensas de plata; 
si es una puerta, 
la guarneceremos con listones de cedro. 
Yo soy una muralla,

mis pechos son como torres.

Soy a sus ojos como quien ha hallado la paz.

Salomón tuvo una viña en Baal-Amón. 


La entregó a unos guardas 
y cada uno le traía mil monedas de plata por su fruto. 
Mi viña es solo para mí

y solamente yo la cuido. 


Mil monedas para ti, oh Salomón, 
y doscientas para los que guardan su fruto. 

Oh tú que habitas en los huertos, 


los compañeros escuchan tu voz, 
házmela oír a mí también. 

Huye, amado mío. 


Sé semejante al corzo o al cervatillo 
sobre las montañas de los aromas. 
1. b. La Biblia, «Judit».

Al cuarto día, dio Holofernes un banquete exclusivamente para sus oficiales; no invitó a ninguno de los encargados de los servicios. Dijo, pues, a Bagoas, el eunuco que tenía al frente de sus negocios: «Trata de persuadir a esa mujer hebrea que tienes contigo, que venga a comer y beber con nosotros. Sería una vergüenza para nosotros que dejáramos marchar a tal mujer sin habernos entretenido con ella. Si no somos capaces de atraerla, luego hará burla de nosotros».

Salió Bagoas de la presencia de Holofernes, entró en la tienda de Judit y dijo: «Que esta bella esclava no se niegue a venir donde mi señor, para ser honrada en su presencia, para beber vino alegremente con nosotros y ser, en esta ocasión, como una de las hijas de los asirios que viven en el palacio de Nabucodonosor».

Judit le respondió: «¿Quién soy yo para oponerme a mi señor? Haré prontamente todo cuanto le agrade y ello será para mí motivo de gozo mientras viva».

Después se levantó y se engalanó con sus vestidos y todos sus ornatos femeninos. Se adelantó su sierva para extender en tierra, frente a Holofernes, los tapices que había recibido de Bagoas para el uso cotidiano, con el fin de que pudiera tomar la comida reclinada sobre ellos. Entrando luego Judit, se reclinó. El corazón de Holofernes quedó arrebatado por ella, su alma quedó turbada y experimentó un violento deseo de unirse a ella, pues desde el día en que la vio andaba buscando ocasión de seducirla.

Le dijo Holofernes: «¡Bebe, pues, y comparte la alegría con nosotros!».



Judit respondió: «Beberé señor; pues nunca, desde el día en que nací, nunca estimé en tanto mi vida como ahora». Y comió y bebió, frente a él, sirviéndose de las provisiones que su sierva había preparado.

Holofernes, que se hallaba bajo el influjo de su encanto, bebió vino tan copiosamente como jamás había bebido en todos los días de su vida.

Cuando se hizo tarde, sus oficiales se apresuraron a retirarse y Bagoas cerró la tienda por el exterior, después de haber apartado de la presencia de su señor a los que todavía quedaban; y todos se fueron a dormir, fatigados por el exceso de bebida. Quedaron en la tienda tan sólo Judit y Holofernes, desplomado sobre su lecho y rezumando vino. Judit había mandado a su sierva que se quedara fuera de su dormitorio y esperase a que saliera, como los demás días. Porque, en efecto, ella había dicho que saldría para hacer su oración y en este mismo sentido había hablado a Bagoas.

Todos se habían retirado; nadie, ni grande ni pequeño, quedó en el dormitorio. Judit, puesta de pie junto al lecho, dijo en su corazón: «¡Oh Señor, Dios de toda fuerza! Pon los ojos, en esta hora, en la empresa de mis manos para exaltación de Jerusalén. Es la ocasión de esforzarse por tu heredad y hacer que mis decisiones sean la ruina de los enemigos que se alzan contra nosotros».

Avanzó, después, hasta la columna del lecho que estaba junto a la cabeza de Holofernes, tomó de allí su cimitarra, y acercándose al lecho, agarró la cabeza de Holofernes por los cabellos y dijo: «¡Dame fortaleza, Dios de Israel, en este momento!». Y, con todas sus fuerzas, le descargó dos golpes sobre el cuello y le cortó la cabeza. Después hizo rodar el tronco fuera del lecho, arrancó las colgaduras de las columnas y saliendo entregó la cabeza de Holofernes a su sierva, que la metió en la alforja de las provisiones. Luego salieron las dos juntas a hacer la oración, como de ordinario. Atravesaron el campamento, contornearon el barranco, subieron por el monte de Betulia y se presentaron ante las puertas de la ciudad.

Judit gritó desde lejos a los centinelas de las puertas: «¡Abrid, abrid la puerta! El Señor, nuestro Dios, está con nosotros para hacer todavía hazañas en Israel y mostrar su poder contra nuestros enemigos, como lo ha hecho hoy mismo».

Cuando los hombres de la ciudad oyeron su voz, se apresuraron a bajar a la puerta y llamaron a los ancianos. Acudieron todos corriendo, desde el más grande al más chico, porque no tenían esperanza de que ella volviera. Abrieron, pues, la puerta, las recibieron, y encendiendo una hoguera para que se pudiera ver, hicieron corro en torno a ellas.

Judit, con fuerte voz, les dijo: «¡Alabad a Dios, alabadle! Alabad a Dios, que no ha apartado su misericordia de la casa de Israel, sino que esta noche ha destrozado a nuestros enemigos por mi mano». Y, sacando de la alforja la cabeza, se la mostró, diciéndoles: «Mirad la cabeza de Holofernes, jefe supremo del ejército asirio, y mirad las colgaduras bajo las cuales se acostaba en su borracheras. ¡El Señor le ha herido por mano de mujer! ¡Vive el Señor! El que me ha guardado en el camino que emprendí, que fue seducido, para perdición suya, por mi rostro, no ha cometido conmigo ningún pecado que me manche o me deshonre».

Todo el pueblo quedó lleno de estupor y postrándose adoraron a Dios y dijeron a una: «¡Bendito seas, Dios nuestro, que has aniquilado en el día de hoy a los enemigos de tu pueblo!».

Ozías dijo a Judit: «¡Bendita seas, hija del Dios Altísimo más que todas las mujeres de la tierra! Y bendito sea Dios, el Señor, Creador del cielo y de la tierra, que te ha guiado para cortar la cabeza del jefe de nuestros enemigos. Jamás tu confianza faltará en el corazón de los hombres que recordarán la fuerza de Dios eternamente. Que Dios te conceda, para exaltación perpetua, el ser favorecida con todos los bienes, porque no vacilaste en exponer tu vida a causa de la humillación de nuestra raza. Detuviste nuestra ruina procediendo rectamente ante nuestro Dios».

Todo el pueblo respondió: «¡Amén, amén!».



2. a. HOMERO: La Odisea, «Canto IX».

Cuando así hube hablado subí a la nave y ordené a los compañeros que me siguieran y desataran las amarras. Ellos se embarcaron al instante y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar. Y tan pronto como llegamos a dicha tierra, que estaba próxima, vimos en uno de los extremos y casi tocando al mar una excelsa gruta a la cual daban sombra algunos laureles. En ella reposaban muchos hatos de ovejas y de cabras y en contorno había una alta cerca labrada con piedras profundamente hundidas, grandes pinos y encinas de elevada copa. Allí moraba un varón gigantesco, solitario, que entendía en apacentar rebaños lejos de los demás hombres, sin tratarse con nadie, y, apartado de todos, ocupaba su ánimo en cosas inicuas. Era un monstruo horrible y no se asemejaba a los hombres que viven de pan, sino a una selvosa cima que entre altos montes se presentase aislada de las demás cumbres.


……………………………………………
Así le dije. El Cíclope, con ánimo cruel, no me dio respuesta; pero, levantándose de súbito, echó mano a los compañeros, agarró a dos y, cual si fuesen cachorrillos los arrojó a tierra con tamaña violencia que sus sesos se esparcieron por el suelo empapando la tierra. De contado despedazó los miembros, se aparejó una cena y se puso a comer como montaraz león, no dejando ni los intestinos, ni la carne, ni los medulosos huesos. Nosotros contemplábamos aquel horrible espectáculo con lágrimas en los ojos, alzando nuestras manos a Zeus, pues la desesperación se había señoreado de nuestro ánimo. El Cíclope, tan pronto como hubo llenado su enorme vientre, devorando carne humana y bebiendo encima leche sola, se acostó en la gruta tendiéndose en medio de las ovejas.

………………………………………………


Entonces formé en mi magnánimo corazón el propósito de acercarme a él y, sacando la aguda espada que colgaba de mi muslo, herirle el pecho donde las entrañas rodean el hígado, palpándolo previamente; mas otra consideración me contuvo. Habríamos, en efecto, perecido allí de espantosa muerte, a causa de no poder apartar con nuestras manos la pesada roca que el Cíclope colocó en la alta entrada. Y así, dando suspiros, aguardamos que apareciera la divina Aurora.

……………………………………..


Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, el Cíclope encendió fuego y ordeñó las gordas ovejas, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su recental. Acabadas con prontitud tales faenas, echó mano a otros dos de los míos, y con ellos se preparó el desayuno.

……………………………………


En acabando de comer sacó de la cueva los pingües ganados, removiendo con facilidad la enorme roca de la puerta; pero al instante la volvió a colocar, del mismo modo que si a un carcaj le pusiera su tapa.
……………………………………………… 
Mientras el Cíclope aguijaba con gran estrépito sus pingües rebaños hacia el monte, yo me quedé meditando siniestras trazas, por si de algún modo pudiese vengarme y Atenea me otorgara la victoria.

………………………………………………. 


Al fin me pareció que la mejor resolución sería la siguiente. Echada en el suelo del establo se veía una gran clava de olivo verde que el Cíclope había cortado para llevarla cuando se secase. Nosotros, al contemplarla, la comparábamos con el mástil de una negra y ancha nave de veinte bancos de remeros, de una nave de transporte amplia, de las que recorren el dilatado abismo del mar: tan larga y tan gruesa se nos presentó a la vista. Me acerqué a ella y corté una estaca como de una braza, que di a los compañeros, mandándoles que la puliesen. No bien la dejaron lisa, agucé uno de sus cabos, la endurecí, pasándola por el ardiente fuego y la oculté cuidadosamente debajo del abundante estiércol esparcido por la gruta. Ordené entonces que se eligieran por suerte los que conmigo deberían atreverse a levantar la estaca y clavarla en el ojo del Cíclope cuando el dulce sueño le rindiese. Les cayó la suerte a los cuatro que yo mismo hubiera escogido en tal ocasión y me junté con ellos formando el quinto.
……………………………………………..
Por la tarde volvió el Cíclope con el rebaño de hermoso vellón, que venía de pacer, e hizo entrar en la espaciosa gruta a todas las pingües reses, sin dejar a ninguna fuera del recinto, ya porque sospechase algo, ya porque algún dios se lo aconsejara. Cerró la puerta con la gran piedra que llevó a pulso, se sentó, ordeñó las ovejas y las baladoras cabras, todo como debe hacerse, y a cada una le puso su recental.

……………………………………………..


Acabadas con prontitud tales cosas, agarró a otros dos de mis amigos y con ellos se aparejó la cena. Entonces me llegué al Cíclope, y teniendo en la mano una copa de negro vino, le hablé de esta manera:

—Toma, Cíclope, bebe vino, ya que comiste carne humana, a fin de que sepas qué bebida se guardaba en nuestro buque. Te lo traía para ofrecer una libación en el caso de que te apiadases de mí y me enviaras a mi casa, pero tú te enfureces de intolerable modo. ¡Cruel! ¿Cómo vendrá en lo sucesivo ninguno de los muchos hombres que existen, si no te portas como debieras?

Así le dije. Tomó el vino y se lo bebió. Y le gustó tanto el dulce licor que me pidió más:

—Dame de buen grado más vino y hazme saber inmediatamente tu nombre para que te ofrezca un don hospitalario con el cual huelgues. Pues también a los Cíclopes la fértil tierra les produce vino en gruesos racimos que crecen con la lluvia enviada por Zeus; mas esto se compone de ambrosía y néctar.

Así habló, y volví a servirle el negro vino: tres veces se lo presenté y tres veces bebió incautamente. Y cuando los vapores del vino envolvieron la mente del Cíclope, le dije con suaves palabras:

—¡Cíclope! Preguntas cuál es mi nombre ilustre y voy a decírtelo, pero dame el presente de hospitalidad que me has prometido. Mi nombre es Nadie, y Nadie me llaman mi madre, mi padre y mis compañeros todos.

Así le hablé y enseguida me respondió con ánimo cruel:

—A «Nadie» me lo comeré al último, después de sus compañeros, y a todos los demás antes que a él: tal será el don hospitalario que te ofrezca.

Dijo, se tiró hacia atrás y cayó de espaldas. Así echado, dobló la gruesa cerviz y le venció el sueño, que todo lo rinde. Le salía de la garganta el vino con pedazos de carne humana y eructaba por estar cargado de vino.


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