Ni Bush (el texano tóxico), ni Chirac (el megalómano), ni Blair (el chambelán), ni Villepin (el aristocrático), ni Sarkozy (el converso), supieron (quisieron?) escuchar “los gritos del silencio”.
Ninguno de ellos supo (quiso?) ver los almacenes consentidos de la miseria, donde la gente de “bajo precio” habita.
Le Monde ha recordado en un editorial una frase de François Mitterrand, pronunciada en 1990, que retrataba ya la situación: ¿Qué puede esperar un ser joven que nace en un barrio sin alma, que vive en un edificio feo, rodeado de otras fealdades, de muros grises sobre un paisaje gris para una vida gris, con toda una sociedad a su alrededor que prefiere girar la mirada y que sólo interviene cuando hay que enfadarse, prohibir?
Éste es ahora el caso…
Las distintas “fórmulas” de explosión social espontánea utilizadas resultan una advertencia de los peligros que se ciernen sobre todos nosotros.
En las sociedades complejas, interdependientes, globalizadas, todos los ciudadanos sin excepción están a merced de fuerzas económicas que no pueden controlar y necesitan y exigen protección del Estado.
No es un problema de integración, sino de promoción.
El hedonismo desalmado, la práctica de la deslocalización industrial, la competitividad y el librecambio, provocan la escasez de empleos de media y baja cualificación, que contribuyen a crear familias y grupos sociales estables.
Primero la desesperación, luego la cólera y finalmente…la violencia.
Lo explica muy bien Albert Camus en El Hombre Rebelde ¿Qué es un hombre rebelde? Es un hombre que dice no. Y se niega, no renuncia: es un hombre que dice sí.
Un esclavo que ha recibido órdenes toda su vida -sigue razonando Albert Camus- de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato ¿Cuál es el contenido de este no?
Habrá que saber escuchar para saberlo…
Tanto por las “penas y olvidos” del “Katrina”, como por su reciente muerte, últimamente he recordado con frecuencia a Rosa Parks.
Nacida en Alabama, esta costurera se convirtió en una importante figura para la defensa de los derechos civiles en Estados Unidos. En 1955 se negó a cederle su asiento del autobús a un blanco, como dictaba la ley de la época, lo que concluyó con su encarcelamiento. Su historia puede leerse de primera mano en “My life”, su autobiografía.
Aquel jueves de diciembre ella ni siquiera tenía que estar es ese autobús. En 12 años, Rosa Parks siempre había respetado una norma que ella misma se había impuesto tras ser empujada fuera de un autocar por James Blake, un conductor de Montgomery que insultaba a los negros y les obligaba a bajar, después de haber pagado, para entrar por la puerta trasera mientras él pisaba el acelerador. En 1943, Parks, una costurera activista de pocas palabras, se había resistido al rito humillante -otro más en la Alabama de mitad de siglo, racista por ley y abusona por tradición-, y aquel conductor la había arrastrado del abrigo y forzado a salir del autobús. Fue el mismo día en que, por ser negra, le negaron por segunda vez su derecho a registrarse para votar.
Desde entonces, Rosa acostumbraba a fijarse en el chófer y, si vislumbraba la piel ajada y el lunar junto a la boca de Blake, esperaba el siguiente autobús o iba andando. Nunca se había despistado. Hasta el 1 de diciembre de 1955 cuando, a la salida del trabajo en unos grandes almacenes, la modista subió a la línea de Cleveland Avenue. Se dio cuenta tarde de quién estaba al volante. Resignada a compartir espacio con uno de los blancos más despiadados de Montgomery, se sentó en una de las filas de la mitad de vehículo. Según la ley de Alabama, las 10 delanteras se reservaban a los blancos y, aunque no hubiera ningún pasajero de ese color, debían quedar libres; las 10 últimas se dejaban a los negros, y las 17 intermedias dependían del conductor. Cuando en la parada del cine Empire, un hombre blanco se quedó de pie, Blake gritó a Rosa y a los otros tres viajeros negros sentados en medio que se levantaran. Mientras los demás obedecían en silencio, ella sólo se corrió hacia la ventanilla y miró la cartelera del “western” que proyectaban enfrente, “A Man Alone” (Un hombre solo). Cuando Blake se enfretó a ella y la amenazó con el arresto. Rosa contestó su celebre y digno “You may do that” (tú podrías hacerlo).
“La gente siempre dice que no dejé mi asiento porque estaba cansada, pero no es verdad”, contaba Rosa Park en su autobiografía, aunque se tiene una imagen de mí entonces como la de una anciana. Tenía 42 años. No, de lo único que estaba cansada era de ceder”.
Aquellas horas de detención, con una multa de 10 dólares y otros cuatro por los costes legales de recurrir la condena, desencadenaron un boicoteo de los autobuses de Montgomery de más de un año que hizo casi quebrar a la compañía (el 60% de sus clientes eran negros) y una batalla legal que terminó en el Tribunal Supremo, que ilegalizó la segregación en el transporte público desde el 20 de diciembre de 1956.
“Ahora sí que se han metido con la persona equivocada”, dijo una joven de la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color (NAACP), en sus siglas en inglés), tras el arresto de Parks.
La lección que puede sacarse es que a menudo los débiles y los vulnerables tienen cosas útiles que enseñar a los fuertes.
Avanzando un poco más, Günter Grass en Mi Siglo, nos dice: “A veces, aunque con retraso de decenios, incluso ganan los que tiran piedras”…
“Despertares abruptos” producto de la falta de esperanza, dignidad y justicia.
El ascensor social no funciona. “Out of order”.
Ante la fractura social, los líderes (apócrifos) de turno (rapacidad y ambición: pura ansia de poder) sólo atinan a proclamar la “tolerancia cero”. Aunque -tal vez-, estos indocumentados conservadores compasivos, sean los “auténticos” terroristas.
¿Declararán la rebelión de los miserables como el eje del mal?
¿Revelarán que las manifestaciones violentas son un arma de destrucción masiva?
¿Invadirán las zonas de la revuelta?
¿Lanzarán bombas con uranio empobrecido a los pobres sublevados?
¿Les arrojarán explosivos con fósforo blanco a los invisibles de la Tierra?
- ¿Y después?
Günter Grass nos ayuda a contestar la pregunta, en Mi Siglo, citando el último párrafo del breve poema “A los que han de nacer”:
Cuando se hayan agotado los errores
tendremos como último acompañante
la Nada en frente.
- Un fracaso de todos
Mucho me temo que el “después”, sólo sea una repetición de lo dicho por María Antonieta (esta vez en cabeza de la “Reina Madre” Barbara Bush, o si ustedes prefieren de la “Papisa Negra” Condi Rice), cuando preguntaba:
“¿Por qué chillan?”
Y le contestaban: “Porque tienen hambre, no tienen pan”.
Y ella replicaba con toda la “buena intención” (?) del mundo:
“Pues que les den brioche” (bollo de leche - pâtisserie).
Para concluir, desearía recurrir a una magnífica frase de Charles Maurice de Talleyrand:
“Un descontento es un pobre que piensa”.
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