Los niños y la muerte



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Mi hermano se ha ido

Papá dice que se ha ido, mamá dice que está muerto,

pero él estaba aquí ayer. No comprendo lo que dicen.

Papá está muy triste,

mamá no para de llorar,

todo esto da miedo

porque mi hermano ha muerto.

Su osito sigue en su cama,

sus pijamas están en el cajón.

Da miedo dormir sola.

Cerremos bien la puerta del armario.

Papá dice que ahora está en el cielo.

Me pregunto dónde está eso.

Mamá dice que algún día todos estaremos ahí,

pero no estoy muy segura de eso.

Me gustaría ser un mago. ¿Sabéis qué haría? Lo haría salir de un bote de la caja, así podría correr y jugar conmigo.

Pero la magia no es real, por lo menos eso dice mamá. Creo que tendré que dormir sola y que Lancey seguirá muerto.

A medida que los niños crecen, empiezan a considerar la muerte como un hecho permanente. Muchas veces la personalizan; por ejemplo, en Estados Unidos es el «coco» y en Suiza era un esqueleto con una guadaña; esto viene determinado por la cultura. Cuando un niño es algo mayor, comienza a creer que la muerte es un hecho permanente, y a partir de los ocho o nueve años, al igual que los mayores, reconocen la permanencia de la muerte.

Una de las innumerables cartas que los padres nos mandan, en este caso la de R. S., una mujer que padece un cáncer, ilustra lo importante que es, tanto para el paciente como para la familia, compartir y amar. Gracias a la franqueza, el valor y la comprensión de esta mujer, su familia sobrellevó el problema de su enfermedad, junto con el mantenimiento y la educación de cuatro niños y el intento de suicidio de uno de ellos. Cuando pasamos juntos las tormentas de la vida, experimentamos luego una sensación de bienestar y orgullo, como en el caso de esta familia. Esta es la carta de la madre:

«Quiero pedir excusas por mi mecanografiado. Sufro lesiones nerviosas y me resulta difícil controlar los dedos...

»Hace un par de años asistí a un cursillo de cinco días en Massachusetts. Fue una experiencia muy emocionante. Me diagnosticaron a los 33 años un cáncer de pecho. Mis cuatro niños fueron un gran apoyo para mí. Los respeté diciéndoles la verdad, y ellos me respondieron de igual forma. He tenido la suerte de que el tumor remitiese y permaneciera así tres años. Mis hijos son ahora adolescentes y estoy orgullosa de haber vivido para verlos crecer. Para ganar algún dinero he dado conferencias y escrito artículos (mi marido y yo nos divorciamos dos años después del diagnóstico).

»Hace dos años que a mi padre le detectaron un cáncer de pulmón que se extendió al cerebro. Tras pasar dos semanas en el hospital, en el que estuvo en coma, dijo al fin un día que quería venir a casa; sin contar con la aprobación ni la cooperación de los médicos, lo trajimos. Vivió lo suficiente como para que sus diez nietos lo visitaran para poder decirle lo mucho que lo querían y cómo lo añorarían.

»Sentía una especial predilección por mi hijo pequeño, quien no tenía otra imagen viril a quien tomar como ejemplo y era además muy introvertido. Mi padre le había dado un balón de béisbol dos años antes de caer enfermo. Mi hijo lo guardó sobre su armario y se fue a comprar uno con su dinero. En ese momento no entendí por qué lo hacía, pero, cuando fue a visitar a mi padre, llevó el balón y le pidió que lo firmara. Mi padre estaba muy débil y a veces ni siquiera sabía quién era, pero milagrosamente salió de su sopor y garabateó: «Con mucho amor, tu abuelo». Fue un momento muy emocionante para los dos. Mi padre murió dos semanas más tarde en brazos de mi madre. Los que pudimos llegar a tiempo vimos elevarse su espíritu.

»En el cursillo, hablé con usted sobre mi hermano mayor, quien se responsabilizaría de mis niños cuando yo muriese, que nunca pudo hablar de mi enfermedad, ni de la muerte de nuestro hermano menor (que murió a los veintitrés años a causa de un tumor cerebral). Seguí el consejo que usted me dio y confié en Dios y, desde que pasamos la experiencia de asistir y participar en la vivencia de los últimos días de mi padre, nos hemos unido mucho. Doy gracias a Dios Porque me ha dado capacidad para vivir, y vivir verdaderamente. En los momentos difíciles nunca me ha fallado.

»En el transcurso del seminario, oí hablar de otras personas que se comunican con "guías espirituales". Una mujer, que se puso a hablar con nuestro grupo y no sabía nada de mis inquietudes ni de mi enfermedad, vio dos guías cerca de mí. Me preguntó si había visto alguna vez a mi guía, y tuve que admitir que no, aunque muchas veces me habría gustado (me siento sola y, a veces, incapaz de tirar adelante con mis cuatro hijos adolescentes). A la mañana siguiente, tempranísimo, me llamó por teléfono, muy excitada. El coordinador del programa le había dado mi número la víspera. Me dijo que la habían "visitado" y le habían dicho que debía contarme el sueño que había tenido. Vio lo que llamaba "una poderosa guía", vestida de blanco, llamada María, y una niña que llevaba un vestido rosa. Le dijeron que yo iba a necesitar ayuda en un futuro cercano y que debía llamar a esos guías. Me quedé muy deprimida porque nunca he sentido una presencia, ni mucho menos he visto nada.

»Sin embargo, esa misma semana tuve un grave problema. Mi hija mayor tuvo una profunda depresión e ingirió una sobredosis de barbitúricos. Estuvo veinticuatro horas en coma. Temí por su vida, por sus capacidades mentales, pero sobre todo por su alma y su angustia mental. Cuando se despertó, quiso ver a su psiquiatra. A principios de año había estado unos meses hospitalizada. Dijo que ahora se sentía bien en la vida, y cambió de actitud. He aceptado mi próxima muerte con todo su amor.

»Comenzó a tomar parte activa en un proyecto contra el consumo de drogas en la ciudad (aunque nunca había tenido problemas con drogas, veía las consecuencias que éstas podían acarrear). Se armó de valor y regresó al instituto de nuestro pueblo, algo muy difícil para ella. Recuperó los trabajos del año pasado y los de éste y aun así sacó buenas notas, cosa que su tutor había dicho que sería imposible. Ahora aprobará el curso y el año que viene empezará a estudiar psicología en una universidad local.

»Ayuda a otros adolescentes que necesitan que alguien se siente y hable con ellos. Es adulta ya y estoy muy orgullosa de ella.»




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