La desaparición de niños en Estados Unidos
Como ya hemos señalado, en Estados Unidos desaparece un millón de niños al año. Para los padres es una tragedia inimaginable darse cuenta de que su hijo ha desaparecido, sin saber dónde está, y preguntarse si será uno de los que desaparecen cada año sin dejar rastro.
Miles de ellos, en especial los más jóvenes, terminan explotados y maltratados, mutilados de por vida y traumatizados. No hay estadísticas fiables sobre cuántos son asesinados, ni cuántos terminan voluntaria o involuntariamente prostituidos, no sólo en el país, sino trasladados a otros puntos del planeta donde hombres y mujeres corruptos los utilizan para satisfacer su placer.
Cada vez es más frecuente el rapto de un niño por el padre o la madre recién divorciado. Otros se escapan de casa, algunos regresan, pero miles de ellos son víctimas de juegos sucios, asesinatos y accidentes. Muchos terminan siguiendo a algún fanático que predica que su estilo de vida y religión son los mejores. Cada año cerca de un millar son enterrados por extraños que no los identifican.
Es hora de abrir un registro para niños perdidos, de organizar una red internacional de trabajo en equipo para salvar a los niños de cosas peores que la muerte.
Se los ve haciendo autoestop por las carreteras del país; no tienen dinero, ni más objetivo que el de huir. ¿Huir de quién, de qué?
El suicidio infantil se incrementa sin cesar, no sólo entre los adolescentes o los drogadictos, sino también entre los niños cuya vida está llena de vejaciones, golpes y rechazos. Hay estadísticas que demuestran que, en algunas comunidades, el treinta por ciento de los adolescentes ha tratado de suicidarse o lo ha logrado. En Estados Unidos, el suicidio es la causa que origina más muertes entre los adolescentes, y la tercera en los niños entre seis y dieciséis años. Hay infinidad de razones: por ejemplo, el veinticinco por ciento de los que participan en nuestros cursillos han sido objeto de incesto o vejaciones antes de terminar el bachillerato. Estos números son tristes, pero van en aumento en el país más rico y con más posibilidades, beneficios y recursos del mundo.
¿Qué hacemos a nuestros niños para que prefieran morir o arriesgarse a la incertidumbre de la vida en la calle antes que quedarse en casa? ¿Qué induce a un escolar a quitarse la vida? ¿Qué recuerdos y actitudes llevan a un niño de siete años a saltar por la ventana?
¿Qué podemos hacer usted y yo para prevenir esas agonías en nuestros niños y ahorrar a estas familias la angustia y el sentimiento de culpabilidad, insoportables?
Hemos trabajado con familias de niños asesinados y de pequeños que pusieron fin a sus cortas vidas, y llegamos a la conclusión de que gran parte de esas tragedias se podrían evitar si, en vez de reprimir sus emociones, la gente las expresase con naturalidad; si dejasen de esperar cosas de sus hijos diciéndoles: «Te quiero mucho si...». Creo que este si condicional ha matado a más niños de nuestra época que la guerra del Vietnam. (Hubo infinidad de veteranos de la guerra del Vietnam que regresaron gravemente afectados por esa guerra, y ya se han suicidado más de los que cayeron en el campo de batalla.)
Alena Synkova, una niña deportada al campo de concentración de Terezin, cerca de Praga, dos días antes de la Navidad de 1942, y que fue uno de los pocos supervivientes del campo, escribió el siguiente poema:
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