Los niños y la muerte


Como pueden ayudar los amigos



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Como pueden ayudar los amigos


Tras la muerte de un niño, el mundo parece detenerse, no sentimos ningún interés por lo que ocurre a nuestro alrededor. Mecánicamente sacamos a pasear el perro, ponemos el abrigo al crío y lo despedimos cuando se va al colegio; preparamos la cafetera totalmente absortos y contestamos aturdidos al teléfono. Cuando la florista llega con flores nos acordamos vagamente de darle una propina. Tenemos un gesto de agradecimiento para con la vecina que nos trae una apetitosa tarta de manzana, aunque estemos totalmente en otro lugar. Lo que queremos es que el tiempo retroceda; oír llegar a Jim saludando alegremente: «Hola, mamá». Volver a ver sus zapatillas, las que se ponía para ir a jugar al fútbol, llenas de fango en la entrada. Queremos oírlo tocar la batería, su querida batería. Nos negamos a creer que sus manos, ¡tan bonitas y especiales!, no volverán a tocarla.

Damos vueltas por la casa, recogemos la ropa sucia y damos la comida al canario (¿le di de comer ayer?), mirando la gris y nebulosa mañana. Un día más, una noche más. Si pudiese oír su voz, su risa, entrar en su habitación y ver ese bulto dormido bajo las sábanas, risueño y hecho un ovillo. Pronto se despertaría, se frotaría los ojos y gritaría: «Mamá, ¿qué hora es?». Por supuesto, él siempre sabía la hora que era. Sólo quería que se supiese que estaba de nuevo en el mundo, despierto otra vez para otro día de sol radiante, música, deportes y, ¡oh!, casi me olvido, su primera amiguita.

Quisiera llamarla, para hablar sobre él, sobre el tiempo que pasaron juntos, que me cuente sus sueños y sus alegrías. Pero no sé qué decirle. Tal vez nos sentemos y nos quedemos mirándonos una a la otra, o nos pongamos a llorar. No tengo energías para llamarla; hasta me cuesta ir de una habitación a otra. ¡Dios, por favor, haz pasar el tiempo!

Abría una carta que estaba sobre un montón de correspondencia que llegó ayer, ¿o fue anteayer? Estaba escrita con una delicada letra por alguien cuyo nombre no recuerdo.

«Mi querida amiga:

»Estoy profundamente apenada por la muerte de tu hijo, pero me alegró que me llamaras para decírmelo. [Ahora recuerdo quién es. Últimamente la memoria me falla mucho.] Tu pena y desespero me resultan familiares y recuerdo perfectamente cuando pasé por una situación semejante. Y, puedo decirte con absoluta certeza que, aunque ahora te parezca imposible,

volverás a sentirte alegre. Podrás mirar hacia atrás y ver la cara de Jim, esos pequeños gestos tan suyos, la manera en que le caía el pelo cuando se lo acababa de cepillar; podrás oír su risa y sentirlo cerca sin que se te rompa el corazón.

»Pero ese cambio es siempre lento, casi imperceptible, y el tiempo que requiere es a veces difícil de pasar. Es fácil que falle tu fe en la vida, en la felicidad y en el futuro, pero agárrate a la vida, a la gente y a cualquier cosa que pueda ayudarte.

»No tienes por qué ser fuerte, lógica, ni sensata, ni ninguna de las cosas que crees que tienes que ser. A mí me fue mejor cuando dejé de luchar contra el dolor y me dejé llevar por él como la ola de un maremoto, que me arrastró hasta que se fue aplacando su furia y me dejó, jadeante pero viva, en el límite de la cordura. Y luego, como sucede con todas las tormentas, fue amainando poco a poco. Las olas rompían cada vez más lejos, y en algún punto, sin darme cuenta, empezó otra vez a merecer la pena vivir la vida.

»Mi querida amiga, soy una buena nadadora. Cuando tengas la sensación de que te vas a ahogar en un remolino, cierra los ojos y sentirás que te sostengo en mis brazos, y percibirás mi amor, de un ser humano a otro, el amor de una madre a otra, cruzando el continente para que tu corazón se cure transmitiéndote calidez y consuelo.

»Todos los días rezaré para que se alivie tu dolor y te llegue la paz. Sabes que siempre recibimos lo que necesitamos, tanto si queremos como si no. Te llegará. Sigue buscándolo. Está ahí. Siempre estará disponible para ti, en cualquier momento del día o de la noche y, a pesar de la distancia que nos separa, estamos tan cerca una de la otra como el teléfono o nuestros pensamientos.

»Siempre te tengo presente, y mi amor fluye hacia ti, Sylvia.»


Recuerdos llenos de amor

Al morir un adolescente, la casa que antes estaba llena de gente joven, de ritmo de baterías y música rock, de voces y risas jóvenes, se vuelve terriblemente vacía, fría y silenciosa. Parece irreal, «un cementerio», como dice una madre. La vida continúa, el cartero sigue pasando, pero ya no se oye la algarabía de la vida, ni suenan portazos. Lo que antes resultaba «un tostón, una pesadilla, un ruido insoportable» ahora se echa muchísimo de menos. A los desolados padres ahora no les importaría oír la más estruendosa batería cuando escuchan las noticias, y comienzan a sentir el «si por lo menos le hubiese dicho siquiera una vez lo mucho que lo quería». La pérdida, la añoranza del familiar que se ha ido causa un profundo dolor, y por mucho que subamos y bajemos las escaleras, siguiendo el recorrido entre su dormitorio y el recibidor, esos ruidos no se harán realidad.

En días así, semanas o quizá meses después del funeral, la llegada de un compañero del colegio puede ser el mejor regalo. Un niño llamó al timbre de la señora L. y le pidió permiso para seguir jugando a la pelota en el patio, «como hacíamos antes». ¡Dios mío! ¡Con qué alegría le dijo que sí! Al poco tiempo llegaron otros compañeros de clase, y pronto estuvo en la cocina preparando refrescos y meriendas y recordando alegremente momentos pasados. «Un día tengo que decirle a Rick que me salvó la vida haciendo eso. No sé cómo se le ocurrió...».

Aconsejé a la señora L. que se lo dijera ese mismo día, que no lo pospusiera para el día siguiente, puesto que quizás al otro día no tendría la oportunidad. Cuando lo hizo, Rick le explicó de la manera más natural del mundo que había sido su hijo quien le había dicho que era hora de volver a jugar en el patio. Sonriendo tímidamente, agregó que se limitaba a «hacer lo que le había dicho» su viejo amigo, que «lo visitaba de vez en cuando en sus sueños».




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