Nota los intervalos
Lo realmente verdadero es el intervalo: entre dos palabras, dos pensamientos, dos deseos, dos emociones o dos sentimientos. Siempre hay una pausa; entre el sueño y la vigilia o entre la vigilia y el sueño. En el espacio entre cuerpo y alma, en ese intervalo. Cuando el amor se vuelve odio, la pausa en la que ya no es amor y todavía no es odio. Cuando el pasado se vuelve futuro, la pausa en la que ya no está ahí y el futuro no ha llegado, ese momento pequeñísimo, ése es el presente, eso es el ahora. Es tan pequeño que no puede ser considerado parte del tiempo. Es tan pequeño que no puede ser dividido. Esa pausa es indivisible y llega a cada momento de mil maneras.
Tus estados de ánimo cambian de uno a otro y tú pasas por ellos. En veinticuatro horas experimentamos esos intervalos tantas veces que es un milagro que no nos damos cuenta. Sin embargo, nunca observamos la pausa; hemos aprendido ese truco, a no mirarla. Es tan pequeña que viene y se va y nunca nos damos cuenta de ella, de que ha estado ahí. Nos damos cuenta de las cosas sólo cuando ya no están, cuando se han convertido en parte del pasado. O bien nos damos cuenta cuando están llegando y son parte del futuro, pero cuando realmente están aquí nos las arreglamos para no verlas.
Cuando estás enojado, no lo ves; después te arrepientes. Cuando es muy inminente lo sientes y te ves perturbado porque llegue otra vez. Pero cuando está ahí, de repente te vuelves ciego y sordo, inconsciente, no te das cuenta. La pausa es tan pequeña que si no estás completamente alerta no la percibirás. Es muy pequeña, sólo puedes captada si estás consciente por completo. Sólo cuando estés totalmente ahí serás capaz de ver. Cuando un pensamiento deja de existir y surge otro, entre ambos hay un intervalo sin pensamientos. Eso es lo verdaderamente importante.
Te estoy dando la clave. Ahora debes de empezar a trabajar con esa clave en tu ser. Cuando te quedes dormido, trata de ver la pausa cuando ya no estás despierto y todavía no estás dormido. Hay un momento, muy sutil, pero no dura mucho. Es sólo como un golpe de brisa: está ahí y ya se ha ido. Sin embargo, si puedes percibirlo te sorprenderás: te habrás tropezado con el tesoro más grande de la vida.
Al pasar por la pausa, aún sin darte cuenta, te ves beneficiado. Algo, un poco de la fragancia, llega a tu ser aunque no te des cuenta. A partir de este momento ponte alerta. Lentamente aprenderás a hacerlo.
Date cuenta tres veces
Los budistas tienen un método particular al que llaman "darse cuenta tres veces". Si surge un problema, (por ejemplo, si alguien siente de pronto deseo sexual, ambición o enojo), tiene que darse cuenta tres veces de que está ahí. Si hay enojo, el discípulo tiene que decir interiormente tres veces: "enojo... enojo... enojo”, sólo para darse cuenta por completo de manera que la consciencia tome nota. Eso es todo; después sigue haciendo lo que estaba haciendo. No hace nada con el enojo sino que simplemente se da cuenta tres veces de que está ahí.
Es tremendamente hermoso. En el momento en que tomas consciencia de eso y te das cuenta, desaparece. No puede atraparte porque sólo puede hacerlo cuando no estás consciente. Este darte cuenta tres veces te vuelve tan consciente por dentro que quedas separado del enojo. Puedes verlo objetivamente porque está "ahí" y tú estás "aquí". Buda les dijo a sus discípulos que hicieran eso con todo.
Comúnmente, todas las culturas y civilizaciones nos han enseñado a reprimir los problemas, de manera que poco a poco uno deja de estar consciente de ellos, incluso tanto que los olvida, cree que no existen.
Lo cierto es justo lo opuesto. Toma consciencia de ellos por completo, y al tomar consciencia y enfocarte en ellos, se funden.
La ley de la afirmación
Hay una ley espectacular llamada "la ley de la afirmación". Si puedes afirmar algo profunda, total y absolutamente, esto comienza a volverse real. Es por eso que la gente está en la desolación: ¡afirman la desolación! Es por eso que la gente es feliz, pero sólo algunos, pues pocos están al tanto de lo que hacen con su vida. Una vez que afirmas la alegría, te vuelves alegre.
Vuélvelo una regla: deja de afirmar lo negativo y empieza a afirmar lo positivo. Después de algunas semanas te sorprenderás de que tienes una llave mágica en las manos.
Por ejemplo, si te entristeces fácilmente, cada noche antes de dormirte afirma veinte veces en silencio y profundamente para ti, (lo suficientemente fuerte para que puedas escucharlo), que vas a ser alegre, que eso va a suceder, que ya viene. Has vivido tu última tristeza... ¡Adiós! Repítelo veinte veces y duérmete. En la mañana, apenas te des cuenta de que el sueño se ha ido, no abras los ojos: repítelo veinte veces.
Mira el cambio durante el día. Te sorprenderás: a tu alrededor hay algo diferente. Después de siete días habrás afirmado algo y conocido el resultado. Entonces lenta, lentamente deshazte de todos los aspectos negativos. Escoge algún aspecto negativo para una semana y deshazte de él. Escoge un aspecto positivo y absórbelo.
Todo depende de nuestra elección. El infierno es creado por tus pensamientos y el cielo también. "Un hombre es como piensa". Una vez que has visto esto, (que el pensamiento puede crear al infierno y al cielo), entonces puedes dar el salto definitivo hacia el no-pensamiento. Uno puede trascender tanto al infierno como al cielo, y recuerda, es más fácil trascender al cielo que trascender al infierno, así que muévete primero de lo negativo a lo positivo. Parece paradójico pero es más fácil dejar algo hermoso que algo horrible. Lo horrible se te cuelga.
Es más fácil dejar de ser rico que pobre. Es más fácil dejar a un amigo que a un enemigo. Es más fácil olvidar a un amigo que a un enemigo. Convierte al infierno en cielo, (las religiones orientales nunca han ido más allá de eso), pero Oriente lo ha inventado), y después abandona también al cielo, pues incluso un pensamiento positivo sigue siendo un pensamiento. Empieza a afirmar el no-pensamiento y finalmente sucederá.
CAPÍTULO 7
Sexualidad y Relación
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