Magia, ciencia y religióN



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1. El rito y el hechizo

Echemos un vistazo a un típico acto de magia y escojamos uno que es bien conocido y que está generalmente considerado como una celebración mo­délica, a saber, un acto de magia negra. Entre los diversos tipos de brujería que encontramos entre los salvajes, la que consiste en señalar con una vara mágica es quizás la más extendida. Un hueso pun­tiagudo o un bastón, una flecha o la columna ver­tebral de alguna alimaña se arroja o impele ritual­mente, de manera mímica, o bien se apunta con ellos al hombre que el acto de la brujería ha de matar. Con­tamos con innumerables testimonios en los libros de magia orientales y antiguos, en las descripciones et­nográficas y en narraciones de viajeros, de cómo se celebra tal rito. Sin embargo, el escenario emotivo, los gestos y expresiones de los brujos durante tal ceremonia, se han descrito raramente. Las tales son, empero, de la mayor importancia. Si de pronto se llevara a algún espectador a un lugar de Melanesia y pudiese éste observar al hechicero en su trabajo, sin que quizás supiera qué era aquello que miraba, daría en pensar que se las había con un lunático o tal vez concluiría que el allí presente era un hom­bre que actuaba bajo el dominio de una ira fuera de control. Y ello sería así porque el hechicero, como parte esencial de la celebración ritual, no sólo ha de apuntar a su víctima con el dardo de hueso, sino que, con una intensa expresión de cólera y odio, ha de lanzarlo por el aire, doblarlo y retorcer­lo como si lo imprimiese en la herida y a continua­ción extraerlo con un brusco tirón. De esta suerte no sólo es el acto de vehemencia, el apuñalamiento, el que se reproduce, sino que ha de ponerse en escena toda la pasión de la violencia misma.

Vemos así que la expresión dramática de la emo­ción es la esencia de tal acto, porque ¿qué es lo que se reproduce en él? No es su finalidad, puesto que en tal caso sería menester que el brujo imitase la muer­te de su víctima, sino el estado emotivo del que lo celebra, un estado que corresponde en gran medida a la situación en que lo encontramos y que ha de lle­varse a cabo mímicamente.

Podría aducir buen número de ritos similares por mi propia experiencia, y muchos más, por supuesto, por testimonios ajenos. Así, mientras que en otros tipos de magia negra el hechicero hiere, mutila o destruye ritualmente una figura o un objeto que simboliza a la víctima, ese rito es ante todo una clara expresión de odio e ira. 0, cuando en la ma­gia amorosa el celebrante tiene que acariciar a la persona amada, abrazarla o arrullarla o a algún ob­jeto que la represente, lo que hace es reproducir la conducta de un apasionado amante que ha perdido el sentido común y a quien atenaza la pasión. En la magia guerrera, la cólera, la furia del ataque, las emociones del impulso de combatir se expresan con frecuencia de manera más o menos directa. En la magia de terror, en los exorcismos dirigidos contra el mal y las tinieblas, el brujo se comporta como si él mismo fuera el que está abrumado por la emoción del miedo, o que, al menos, está luchando vehemen­temente contra ella. Los gritos, el uso de antorchas encendidas o las armas que se blanden forman a menudo la sustancia de ese rito. 0, como en otro acto que yo mismo presencié, para conjurar los poderes malignos de las tinieblas, un hombre tiene que tem­blar ritualmente y pronunciar despacio el hechizo, como si estuviese paralizado por el miedo. Y tal miedo acomete también al brujo que se acerca y así le mantiene a distancia.

Todos estos actos generalmente racionalizados y explicados atendiendo a algún principio de la magia, son expresiones primarias de la emoción. Lo que es su sustancia y las cosas que los acompañan tienen a menudo el mismo significado. Las dagas, los obje­tos punzantes y desgarradores, las sustancias he­diondas o venenosas que se usan en la magia negra; los perfumes, las flores, los estimulantes embriaga­dores de la magia de amor, los objetos de valor usados en la magia económica, todos ellos se asocian con la finalidad de sus magias respectivas, primaria­mente a través de emociones y no a través de ideas.

Ahora bien, además de tales ritos, en los que el elemento dominante sirve para expresar una emoción, existen otros en los que el acto prevé su resultado, o, para usar la expresión de sir James Frazer, el rito imita su final. Así, en la magia negra de los melanesios de la que yo he tornado nota, el ritual característico de concluir un conjuro consiste en debilitar la voz, emitir estertores de muerte y caer al suelo imitando la rigidez de un cadáver. Pero no es preciso que mostremos otros ejemplos, por­que este aspecto de la magia y su aliado, el de la magia de contagio, ya han sido brillantemente des­critos y exhaustivamente documentados por Frazer. Sir James también ha mostrado que existe un saber especial de sustancias mágicas que se basa en afi­nidades, relaciones e ideas de contagio y similitud que se desarrollan en una pseudociencia mágica.

Sin embargo, también existen procedimientos ri­tuales en los que no hay imitación, presagio o expre­sión de ideas o emociones especiales. Existen ritos tan simples que sólo se les puede describir como una aplicación inmediata del poder de la magia, como cuando el celebrante se pone en pie y, al invocar al viento directamente, hace que éste sople. 0 también, como cuando un hombre dirige el con­juro a alguna sustancia material que luego aplicará a la persona o cosa que han de hechizarse. Los objetos materiales que se usan en el ritual son también de un estricto carácter apropiado a la acción, como las substancias mejor adaptadas para recibir, contener y transmitir el poder mágico, o envolturas planeadas para impresionarlo y conservarlo hasta que se aplique a su objeto.

¿Cuál es, empero, esa virtud mágica que figura no sólo en el tipo que acabamos de mencionar, sino también en todo rito mágico? Porque, ya sea un acto que expresa ciertas emociones o un rito de imi­tación y prefiguración, o un acto de simple invoca­ción, el caso es que todos ellos tienen un rasgo que les es común: la fuerza de la magia, su poder, ha de llevarse siempre hasta el objeto encantado. ¿En qué consiste tal poder? Dicho brevemente, se trata siempre del poder que contiene el hechizo, porque éste, y ello no se realzará nunca en grado suficien­te, es el más importante elemento de la magia. El hechizo es esa parte de la magia que está oculta, que se continúa en filiación mágica y que sólo co­noce aquel que la practica. Para los nativos conocer la magia significa conocer el hechizo y, en un aná­lisis de todo acto de brujería, siempre nos encontra­remos con que el ritual se centra en torno a la for­mulación de un hechizo. Su fórmula es el corazón de la celebración mágica.

El estudio de los textos y fórmulas de la magia primitiva revela que existen tres elementos típicos de la magia que están asociados con la fe en su eficiencia. En primer lugar están los esfuerzos fo­néticos, las imitaciones de los sonidos naturales, como el silbido del viento, el rugido del trueno, el rumor del mar, las voces de ciertas alimañas. Tales sonidos simbolizan otros tantos fenómenos y, de esta manera, se cree que los producen de modo, mágico. 0, de no ser éste el caso, los tales expresan ciertos estados emotivos asociados con el deseo que ha de colmarse y cuya consecución se lleva a cabo por me­dio de la magia.

El segundo elemento, que es muy evidente en los hechizos primitivos, es el uso de palabras que in­vocan, formulan u ordenan el deseado propósito. De esta suerte, el brujo mencionará todos los sínto­mas de la enfermedad que quiere infringir o, en el conjuro de muerte, describirá el final de su víctima. En la magia de curación, el hechicero evocará cua­dros de perfecta salud y fuerza corporal. En la ma­gia económica se pinta el crecimiento de las plan­tas, la llegada de los animales, la afluencia de los bancos de peces. 0, también, el brujo hace uso de palabras y frases que expresan la emoción bajo cuyo poder celebra su magia, y la acción que da expresión a esa emoción. El brujo tendrá que repetir, en tono de cólera, verbos tales como «rompo, tuerzo, quemo, destruyo», enumerando con cada uno de ellos las distintas partes del cuerpo y órganos internos de su víctima. Advertimos en todo esto que los hechi­zos se construyen, en gran medida, sobre el mismo modelo de los ritos, y que sus palabras se seleccionan atendiendo al mismo criterio de las sustancias de la magia.

En tercer lugar hay un elemento que, estando presente en el hechizo, no tiene su correspondiente en el ritual. Me refiero a las alusiones mitológicas, a las referencias a los antepasados y a los héroes de la cultura de los que se ha heredado ese saber. Y esto nos lleva a lo que tal vez es el punto más importante de este tema, o sea, el escenario tradicional de la magia.


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