Magia, ciencia y religióN



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2. La tradición de la magia

La tradición, que, según hemos insistido varias veces, tiene potestad suprema en las civilizaciones prímitivas, se concentra en gran parte en torno al culto y ritual mágicos. En el caso de cualquier ma­gia importante siempre hallaremos una narración que da cuenta de su existir. Tal narración nos dice cuándo y cómo pasó la tal a ser propiedad del hom­bre y cómo se convirtió en pertenencia de un grupo local o de un clan o familia. Pero tal narración no es una narración de sus orígenes. La magia nunca se «originó», ni siquiera fue creada o inventada. Sim­plemente, toda magia «era», desde el principio, adita­mento esencial de todas aquellas cosas y procesos que de una manera vital interesan al hombre y que, sin embargo, eluden los esfuerzos normales de su ra­zón. El hechizo, el rito y el objeto que ambos gobier­nan son los tres coevos.

De esta manera, toda la magia de Australia cen­tral existía ya y ha sido heredada de los tiempos Alcheringa, cuando nació con todas las demás cosas. En Melanesia toda la magia proviene de un tiem­po en el que la humanidad vivía bajo la tierra y en que ya era patrimonio del hombre ancestral. En so­ciedades superiores la magia se deriva, a menudo, de espíritus y demonios, pero, como regla general, in­cluso éstos la recibieron y no la inventaron. Así, la creencia en la naturaleza primigenia de la magia es universal. Paralela suya va la convicción de,que tan sólo mediante una transmisión inmaculada y abso­lutamente inmodificada conserva la magia su efecti­vidad. La más menuda alteración del modelo primi­tivo sería fatal. Existe, por consiguiente, la idea de que entre el objeto y su magia hay un nexo esencial. La magia es cualidad de la cosa, o mejor, de la rela­ción entre la cosa y el hombre, pues aunque ésta no es producto suyo, sin embargo, ha sido hecha por él. En toda tradición, en toda mitología, la magia es siempre posesión del hombre y ello es así merced al conocimiento de éste o de un ser semejante a él. Esto implica al brujo celebrante, tanto más que las cosas que van a hechizarse o los medios de su hechi­zo. La magia es parte de la dotación original de la humanidad primigenia, de los mura mura o de los alcheringa de Australia, de la humanidad subterrestre de Melanesia y de las gentes de la mágica Edad de Oro de todo el mundo.

La magia es humana no sólo en su encarnación, sino también en lo que es su asunto: éste se refiere de modo principal a actividades y estados humanos, a saber, la caza, la agricultura, la pesca, el comercio, el amor, la enfermedad y la muerte. Va dirigida no tanto hacia la naturaleza como hacia la relación del hombre con la naturaleza y a las actividades huma­nas que en ella causan efecto. Además, lo que la ma­gia produce se concibe generalmente no como un producto de la naturaleza, influida por el hechizo, sino como algo especialmente mágico, algo que la naturaleza no puede hacer ni producir, sino tan sólo el poder de la magia. Las formas más graves de en­fermedad, el amor en sus fases apasionadas, el deseo de un intercambio ceremonial y otras manifestacio­nes similares del organismo y mente humanos, son el resultado directo del conjuro y el rito. De esta suerte, la magia no resulta derivada de una observación de la naturaleza o del conocimiento de sus leyes, sino que es una posesión primigenia de la raza humana que sólo puede conocerse mediante la tradición, y que afirma el poder autónomo del hom­bre para crear los fines deseados.

La fuerza de la magia no es una fuerza universal que está en todas partes y que fluye allí donde es su gusto o donde se quiere que lo liaga. La magia es el único poder específico, fuerza única en su clase, que sólo el hombre tiene, que se libera solamente por su arte mágico, que brota de su misma voz y que es convocado por la celebración del rito.

Pudiera mencionarse aquí que el cuerpo humano, por ser el receptáculo de la magia y el canal de su flujo, ha de someterse a varias condiciones. De esta suerte, el brujo ha de guardar toda clase de tabúes, o de lo contrario el hechizo podría romperse, princi­palmente porque en ciertas partes del mundo, como por ejemplo en Melanesia, el embrujo reside en el vientre del hechicero, que es la sede del alimento y la memoria. Cuando se precise, se le hace subir a la laringe, la sede de la inteligencia, y de ésta se le envía a la voz, que es el órgano principal de la mente del hombre. Así, no sólo es la magia una posesión esencialmente humana, sino que verdadera y literal­mente está inscrita en el hombre y puede pasarse de un individuo a otro de acuerdo con las rigidísimas reglas de la filiación, iniciación e instrucción mágicas; De esta suerte no se la concibe como una fuerza de la naturaleza que residiera en las cosas, que actuase independientemente del hombre y que éste hubiera de hallar fuera y aprender por uno de esos procedimientos por los que se adquiere el conocimiento de la naturaleza que es ordinario en él.




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