Magia, ciencia y religióN



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6. Magia y religión

Tanto la magia como la religión surgen y funcio­nan en momentos de carácter emotivo: las crisis de la vida, los fracasos en empresas importantes, la muerte y la iniciación en los misterios de la tribu, el amor infortunado o el odio insatisfecho. Tanto la magia como la religión presentan soluciones ante esas situaciones y atolladeros, ofreciendo no un modo empírico de salir con bien de los tales, sino los ritos y la fe en el dominio de lo sobrenatural. Tal do­minio comprende, en la religión, la creencia en los fantasmas, los espíritus, las presunciones primiti­vas de la providencia, los guardianes de los misterios de la tribu; en la magia, la creencia en su fuerza y poder primordiales. Tanto la magia como la re­ligión se basan estrictamente en la tradición mito­lógica y ambas existen en la atmósfera de lo mila­groso, en una revelación constante de su poder de taumaturgas. Ambas están rodeadas por tabúes y ceremonias que diferencian sus actos de los que el mundo de lo profano ejercita.

Pues bien, ¿qué es lo que distingue la religión de la magia? Hemos tomado como punto de partida una distinción sumamente definida y tangible; hemos definido a la magia dentro del dominio de lo sacro, como un arte práctico compuesto de actos que son, tan sólo, medios para un fin definido que se espera para más tarde; la religión viene a ser un corpus de actos autocontenidos que ya son, por sí mismos, el cumplimiento de su finalidad. Ahora podemos se­guir esta diferenciación hasta sus implicaciones más profundas. El arte práctico de la magia tiene su técnica limitada y circunscrita; el hechizo, el rito y el estado del que los celebra forman su repetida trinidad. La religión, con sus complejos aspectos y propósitos, no cuenta con una técnica tan simple y su unidad no puede verse ni en la forma de sus actos ni siquiera en lo que constituye su tema, sino, por el contrario, en la función que cumple y en el valor de su credo y ritual. También la creencia en la magia, en razón de su sencilla naturaleza prác­tica, es extremadamente simple. Se trata siempre de la afirmación del poder del hombre para causar efec­tos definidos por medio de conjuros y ritos también definidos. Por el contrario, en la religión tenemos todo el mundo sobrenatural de la fe: el panteón de los espíritus y demonios, los poderes benéficos del tótem, el espíritu guardián, el tribal Padre de Todas-­Las Cosas, las visiones de la vida futura, todo esto crea una segunda realidad sobrenatural para el pri­mitivo. La mitología religiosa es más compleja y variada, y también más creativa. Usualmente se centra en torno a los distintos dogmas de su credo y los desarrolla en cosmogonías, leyendas de héroes de la cultura, narraciones de los hechos de los dioses y semidioses. La mitología de la magia, aunque im­portante, es una vanagloria siempre repetida de los primeros éxitos del hombre.

La magia, arte específico para fines específicos, entró una vez, en todas sus formas, en posesión del hombre y tuvo que ser legada de generación en ge­neración en filiación directa. Por eso, desde los tiempos más remotos está en manos de especialistas y la primera profesión de la humanidad es la de he­chicero o bruja. La religión, por su parte, es, en condiciones primitivas, un asunto de todos, en el que cada uno forma parte activa y equivalente. To­dos los miembros de la tribu han de pasar por la iniciación y después iniciarán a otros. Todos lloran, se lamentan, cavan la tumba y celebran las conme­moraciones, y a su debido tiempo, todos tendrán su turno en ser llorados y conmemorados. Los es­píritus existen para todos, y todos se convertirán en espíritus. La única especialización en la religión ―esto es, el medium espiritual― no es una profesión, sino un don personal. Otra diferencia entre magia y religión es el juego de blanco y negro en brujería, mientras que la religión, en sus estados primitivos, contiene muy poco de ese contraste entre el bien y el mal, entre los poderes maléficos y benéficos. Esto también es debido al carácter práctico de la magia, la cual apunta a resultados directos y cuan­titativos, mientras que la religión primitiva, aunque esencialmente moral, ha de habérselas con acontecimientos fatales e irremediables y con fuerzas y seres sobrenaturales, de suerte que las destrucciones de las cosas que son obra del hombre no entran en su terreno. Ciertamente, la máxima de que el mie­do hizo a los dioses del universo no es verdad a la luz de la antropología.

Para entender la diferencia entre religión y ma­gia y obtener una visión clara de esta constelación de tres esquinas, a saber, religión, magia y ciencia, hemos de aprehender en pocas palabras la función cultural de cada una. Ya hemos considerado la fun­ción del conocimiento primitivo y su valor, y es claro que los tales no son difíciles de entender. La ciencia, el conocimiento primitivo, al familiarizar el hombre con su entorno y permitirle usar de las fuerzas de la naturaleza, le concede una inmensa ventaja biológica y le coloca muy por encima del resto de la creación. Hemos aprendido a apreciar la función de la religión y su valor en el examen de credos y cultos salvajes que expusimos arriba. He­mos mostrado que la fe religiosa establece, fija e intensifica todas las actitudes mentales dotadas de valor, como el respeto por la tradición, la armonía con el entorno, la valentía y la confianza en la lu­cha con las dificultades y en la perspectiva de morir. Tal creencia, incorporada y mantenida por el ce­remonial y el culto, tiene un valor biológico inmen­so y de tal manera revela al salvaje la verdad, to­mando este término en su más amplio y pragmático sentido.

¿Cuál es la función cultural de la magia? Hemos visto que todos los instintos y emociones, todas las actividades prácticas conducen al hombre a atolla­deros en donde las lagunas de su conocimiento y las limitaciones de su temprano poder de observar y ra­zonar le traicionan en los momentos cruciales. El organismo humano reacciona ante esto por medio de espontáneos estallidos en los que los modos rudi­mentarios de conducta y las creencias rudimentarias en su eficiencia resultan inventados. La magia se fija sobre esas creencias y ritos rudimentarios y los regula en formas permanentes y tradicionales. La ma­gia le proporciona al hombre primitivo actos y creencias ya elaboradas, con una técnica mental y una práctica definidas que sirven para salvar los abismos peligrosos que se abren en todo afán importante o situación crítica. Le capacita para llevar a efecto sus tareas importantes en confianza, para que man­tenga su presencia de ánimo y su integridad mental en momentos de cólera, en el dolor del odio, del amor no correspondido, de la desesperación y de la angustia. La función de la magia consiste en ritualizar el optimismo del hombre, en acrecentar su fe en la victoria de la esperanza sobre el miedo. La magia expresa el mayor valor que, frente a la duda, confiere el hombre a la confianza, a la resolución frente a la vacilación, al optimismo frente al pesi­mismo.

Visto desde lejos y por encima, desde los eleva­dos lugares de seguridad de nuestra civilización evolucionada, es fácil ver todo lo que la magia tiene de tosco y de vano. Pero sin su poder y guía no le ha­bría sido posible al primer hombre el dominar sus dificultades prácticas como las ha dominado, ni tam­poco habría podido la raza humana ascender a los estadios superiores de la cultura. De aquí la presen­cia universal de la magia en las sociedades primiti­vas y su enorme poder. De aquí también que halle­mos a la magia como invariable aditamento de todas las actividades importantes. Creo que hemos de ver en ella la incorporación de esa sublime locura de la esperanza que ha sido la mejor escuela del carácter del hombre.


EL MITO EN LA PSICOLOGÍA PRIMITIVA





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