Magia, ciencia y religióN


La providencia en la vida primitiva



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2. La providencia en la vida primitiva


Reproducción y nutrición ocupan un lugar de la mayor importancia entre las urgencias vitales del hombre. Su relación con el credo y las prácticas religiosas se ha reconocido a menudo, e incluso se ha exagerado. De modo particular, el sexo ha sido frecuentemente considerado, desde algunos estudio­sos antiguos hasta la escuela psicoanalítica, como la principal fuente de la religión. De hecho, lo se­xual representa un papel insignificante en ésta, si consideramos su fuerza y solapamiento en la vida humana en general. Aparte de la magia amorosa y del uso del sexo en ciertas ceremonias mágicas ―fenómenos que no pertenecen a la esfera de la religión―, nos quedan tan sólo por mencionar los ac­tos de licencia que acaecen en las celebraciones de las cosechas y en otras reuniones públicas, los hechos de la prostitución eclesial y, en el nivel del barbarismo y las civilizaciones inferiores, el culto de divinidades fálicas. Al contrario de lo que cabría esperar, los cultos sexuales representan un papel in­significante entre los salvajes. Ha de recordarse también que los actos de ceremonias licenciosas no son mera orgía, sino que expresan una actitud reverente hacia las fuerzas de la generación y la fertilidad en la naturaleza y en el hombre, fuerzas sobre las que depende la misma existencia de la sociedad y la cultura. La religión, la fuente permanente de control moral, que muda su incidencia, pero permanece eter­namente vigilante, ha de poner su atención en tales fuerzas, en un principio con la mera asimilación a su propia esfera y apuntando más tarde a la sumi­sión y represión, para establecer finalmente el ideal de la castidad y la santificación de la ascesis.

Si consideramos ahora la nutrición, lo primero que nos es menester notar es que el acto de comer está rodeado, para el hombre primitivo, de etiqueta, prescripciones y prohibiciones especiales y de una tensión emotiva general que llega a un extremo des­conocido por nosotros. Aparte de la magia de la comida, destinada a hacerla durar o a conjurar, en términos generales, su escasez ―y en absoluto nos referimos aquí a las formas innumerables de la magia que está asociada con la consecución de alimento―, la comida desempeña un papel manifiesto en ceremonias de definido carácter religioso. Las ofrendas de primicias, las ceremonias de la cosecha, las grandes fiestas de las estaciones en las que los productos del campo se acumulan, se exponen y, de una u otra suerte, se sacralizan, desempeñan un importante papel entre los agricultores. Los cazadores, además de los pescadores, celebran las grandes cap­turas, o la apertura de la estación en la que se de­sarrollan su actividad, con fiestas y ceremonias en las que la comida es presentada ritualmente y los animales resultan propiciados o son objeto de ado­ración. Todos esos actos expresan el regocijo de a comunidad, su sentido del gran valor del aliment­o; y, por su mediación, la religión consagra la reve­rente actitud del hombre para con «el pan nuestro de cada día».

Para el primitivo, que nunca, ni en las mejores condiciones, está libre del peligro de morir de ham­bre, la abundancia de alimentos constituye una con­dición primaria de la vida normal. Significa la po­sibilidad de mirar allende sus urgencias cotidianas, de concentrar más atención en aspectos de su civil­ización que son más espirituales y remotos. Si con­sideramos de este modo que el alimento es el nexo principal entre el hombre y su entorno, que por su recepción siente las fuerzas de la providencia y el destino, nos es entonces posible entender la impor­tancia no sólo cultural, sino biológica, de la reli­gión en la sacralización de la comida. En ello ve­mos los gérmenes de lo que en tipos superiores de religión evolucionará en el sentido de dependencia de la Providencia, de gratitud y de confianza.

La comunión y el sacrificio, las dos formas prin­cipales en que el alimento se oficia ritualmente, pue­den entenderse ahora de otra manera, sobre el tras­fondo de la misma actitud de reverencia religiosa que el hombre guarda hacia la abundancia providen­cial de comida. Que la idea de donación, la impor­tancia del intercambio de dones en todas las fases de contacto social desempeña un gran papel en el sacrificio parece incuestionable (a pesar de la impo­pularidad que en nuestros días rodea a tal teoría) en vista del nuevo conocimiento de la primitiva psico­logía económica.6 Como la donación de presentes acompaña normalmente a toda relación social entre los primitivos, los espíritus que visitan el pueblo, o los demonios que acechan algún lugar consagra­do, o las divinidades, reciben cuando llegan lo que es suyo, esto es, una porción que ratifica la abundan­cia general como ningún otro visitante o visitado habría de recibir. Sin embargo, bajo esta costumbre está un elemento religioso de profundidad aún mayor. Como la comida es para el salvaje la señal de la bondad del mundo, como la abundancia le pro­porciona el primero y más elemental vislumbre de la Providencia, al compartir mediante el sacrificio el alimento con sus espíritus o divinidades, el salva­je reparte con ellos los dones que ha recibido de los poderes benéficos de la providencia que previa­mente ha sentido pero que aún no ha asimilado. De esta suerte, en las sociedades primitivas, las raíces de las ofrendas de los sacrificios se encuentran en la psicología del regalo, lo que está relacionado con la comunión en la abundancia del beneficio.

La comida sacramental es tan sólo otra expre­sión de la misma actitud mental, expresada de la más apropiada manera por el acto según el cual la vida se retiene y se renueva, esto es, el acto de comer. Pero tal rito parece ser extremadamente raro entre los salvajes inferiores, y el sacramento de la comunión, que prevalece en un nivel cultural en el que la primitiva psicología del alimento ya no existe, ha adquirido para entonces un significado sim­bólico y místico diferente. Tal vez el único caso de comunión sacramental, bien atestado y conocido con ciertos detalles, es el llamado «sacramento totémico» de las tribus del centro de Australia y éste requiere una interpretación que es, en cierto senti­do, especial.


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