Maldito País José Román



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Para cumplir con el protocolo de una vieja y apreciada amistad, previo telefonema, fui a despedirme del señor Presidente de la República, doctor Juan Bautista Sacasa. Me recibió como siempre, con un abrazo palmeado y efusivo. Estábamos los dos solos en su despacho y era obvio que estaba muy interesado en conocer los detalles ínfimos de mi visita y entrevista con el General Sandino. Conversamos por algo más de una hora y después de hacer recuerdos de familia, entramos de lleno en el tema. Le conté de la forma en que se desarrollo mi trabajo, dándole un resumen de todas las peripecias del viaje, etc. Le conté del estado embrionario en que se encuentran las cooperativas agrícolas del Río Coco y la fe y esperanza que los nativos parecen tener en ellas. Le manifesté el gran afecto que le guarda el General Sandino y sobre todo de la fe que tiene en él y en que se cumplan las promesas del tratado de paz. Finalmente por no faltar a la honestidad y considerarlo mi deber, le resumí la conversación con el General Sandino respecto a su viaje al exterior.

A este punto el doctor Sacasa me hizo un ademán de pausa con la mano y me dijo lentamente:

– En eso no estamos de acuerdo. Que salga Sandino de Nicaragua, sí, pero no inmediatamente sino talvez dentro de unos dos o tres años, para que pueda organizar bien esas cooperativas en las que yo también estoy vivamente interesado. Si Sandino se ausenta en la actualidad, resultaría muy difícil consolidar una paz definitiva en las Segovias. Dentro de unos dos o tres años, si él quisiera viajar, con mucho gusto le nombraría Embajador en donde él quisiera. Por de pronto no creo que él piense en moverse. Además ¿qué le podría suceder aquí, si tiene toda mi protección?

No encontré práctico insistir, puesto que el mismo General Sandino ya ha decidido quedarse, pase lo que pase y así se lo expresé al doctor Sacasa.

Cambiamos de tema y hablamos sobre los pipantes, el guabul, etc. Después fui a despedirme de Doña María, su esposa. Como siempre me recibió muy amablemente y quedó de enviarme un paquete de quesos nicaragüense para sus hijos Carlos y Roberto que están estudiando en Washington.

Como ya he explicado anteriormente, antes de salir para San Rafael del Norte a entrevistar al General Sandino, además del salvoconducto por él extendido, necesitaba otro de la Guardia Nacional. Cuando en su oportunidad fui a recogerlo, aunque me fue entregado por el Jefe del Estado Mayor, estaba firmado por el General Somoza y de quien me dieron un recado pidiéndome no dejara de visitarle al regreso de mi jira.

Consecuente con lo anteriormente explicado, oportunamente me dirigí al Campo de Marte, donde tiene su oficina el General Anastasio Somoza. Llegue algunos minutos antes de la hora concertada, pero de todas maneras me hizo pasar a su despacho inmediatamente. Y me recibió con la cordialidad que él sabe gastarse cuando le da la gana ser simpático, que en realidad lo es. Después de rendirle las gracias por el salvoconducto, hablamos de las vicisitudes del viaje de las incipientes cooperativas, lo mucho que significan para el General Sandino y el entusiasmo que están despertando en la región y en fin que yo creía que resultarían de inmenso valor para el desarrollo de aquella región. Le conté que las pocas veces que Sandino había tenido que referirse a él y al doctor Sacasa había mostrado un gran afecto y confianza en ambos.

También, por las mismas razones que al doctor Sacasa, le conté que poco antes de despedirnos, Sandino me pregunta si tenía algo que pedirle, decirle o aconsejarle y que le contesté que sí, que en mi parecer tenía algo muy importante que indicarle: que por tales y cuales razones, en mi opinión el debía marcharse de Nicaragua cuanto antes. A este punto el General Somoza se reacomodó en su silla giratoria me quedó mirando fijamente y escuchándome con gran atención mientras le relaté en resumen lo que a ese respecto había conversado con Sandino.

– Apúntate diez, José, me dijo has tocado el problema en la propia llaga. Sandino debería irse y como tú le dijiste, cuanto antes. No por mí, pero la Guardia que ha estado peleando contra él desde su fundación, en su gran mayoría no le perdonan y no puedo dejar de ser consecuente con mi guardia porque soy su jefe y Director General.

– Bueno General, yo no me refería sólo a la Guardia Nacional sino además a enemigos personales, razones de salud y de otro orden y sobre todo porque la obra fundamental de Sandino ya terminó.

– ¿Y qué te contestó?.

– Él admitió que yo tengo razón. Sin embargo, él siente una enorme responsabilidad moral por la reconstrucción de aquella zona del país, que aunque destruida por la aviación de la marina de los Estados Unidos, considera su obligación rehabilitar y sacar del abandono en que nuestros Gobiernos la han mantenido. Igual o mayor obligación siente para con los misquitos y zambos y toda la gente de la región que dieron todo por su causa y dice que irremisiblemente tiene que quedarse al lado de ellos y de las cooperativas y que de ahí no saldrá sino muerto.

– Pues así saldrá. Ve –me dijo muy en serio– la verdad es que Sandino esta endiosado y "ciertos" políticos logreros le están usando y enredando. Además, Sandino habla muchas pendejeras provocativas. Ahí enmontañado, no se da cuenta de la verdadera situación de Nicaragua. Esa su escolta personal, por pequeña que sea, es un ejército y en adelante en Nicaragua no van a haber dos ejércitos o es el uno o el otro y mesa limpia.

Continuamos algunos minutos más conversando de Philadelphia, del tío Desiderio Román, del doctor Rafael Deshon... Y al despedirnos me dijo:

– En este Gobierno, yo no tengo injerencia, pero en lo que pueda servirte en la Guardia....

La despedida fue aún más afectuosa que el recibimiento.

En un gran trimotor que parecía escarabajo con las patas como andamios y el fuselaje de las minas como ésas para techos de zinc, el 22 de abril de 1933, casi raspándole la punta del ombligo al Momotombo, zarpé rumbo a Nueva York. Después de cambiar a un hidroplano en Puerto Barrios, Guatemala y pernoctar en Mérida, Yucatán y La Habana, al siguiente día de transferir un clíper rumbo a Miami y después otro, también con varias paradas, el 25 de abril, atardeciendo, llegué a Nueva York, viajando sólo tres días y dos noches en vez de 16 que normalmente toma por los barcos de vía Panamá y La Habana. Una gran economía de tiempo, por sólo doscientos ochenticuatro dólares extras en el costo.

Este borrador totalmente terminado y listo para ser sacado en limpio con sólo menores correcciones ortográficas, ha sido completado hoy al medio día del 5 de diciembre de 1933. Hago esta anotación por una memorable coincidencia. Hoy termina la Ley Seca en los Estados Unidos y se esperan tremendas celebraciones en todo el país en honor y gloria del divinal Padre Baco ¡Así sea!

Ahora si estoy seguro que este "MALDITO PAIS" no se quedara en borrador como las cartas del General Sandino a su novia.



Nueva York 5 de diciembre de 1933
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