Muerte en el Barranco de las Brujas



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TANNER NO ERA CAPAZ DE CREÉRSELO. Otro incendio. Este era menor, limitado, en un contenedor de basura, cerca de la estación de ferrocarril. Pero lo peor era que habían encontrado el cadáver de una mujer. Este incendio había sido provocado, sin duda alguna. No era difícil detectar el rastro de la gasolina, teniendo en cuenta sobre todo que el muy imbécil del incendiario se había dejado la lata en el mismo contenedor. La policía se hizo cargo inmediatamente de la investigación, cosa que no molestó en absoluto aTanner.

Se recostó en el sillón de su despacho, inclinándolo hacia atrás para poner los pies sobre el escritorio destartalado. Mierda. Mierda. Mierda. La mayoría del personal ya se había largado. Quedaban algunos por los garajes, haciendo trabajos de mantenimiento del material contra incendios y disponiéndose a trasladar los coches de bomberos y la ambulancia a varios kilómetros de distancia para preparar la feria de la cosecha. Su parque de bomberos sería la sede central de la fiesta del pueblo.

Jimmy Dean apareció en la puerta del despacho.

-Todo está en orden. Los cascos nuevos han llegado esta tarde. Los hemos guardado en el almacén hasta que los reparta usted. Tenemos bastantes mesas. Algunos de los chicos han preparado las mesas para la exposición de flores, en el garaje de atrás. Pero no me gusta lo hundida que está la mesa. Siento haberle puesto un ijo morado. ¿Se viene con nosotros al Atadero,jefe?

-Gracias, pero no; id vosotros, chicos. Yo tengo cosas que pensar.

-Desde luego -dijo Jimmy, encogiéndose de hombros-. Oiga jefe...

-¿Sí?


-Siento haberle pegado, pero es que tenía ojos de loco. No quería que hiciera ninguna tontería, ¿sabe?

-Sin problemas. Tómate una copa por mí.

-¿Así que es verdad que lo ha dejado?

-Lo dejo todos los días.

-Sí. Eso es.

Tanner se recostó en la silla, frotándose la cara con las manos. Las cosas no podían ir peor. Sencillamente, no podían ir peor. El pueblo estaba lleno de funcionarios del gobierno que rondaban por todas partes buscando la causa de los incendios. Policías, representantes del estado... aquello se estaba convirtiendo en un fracaso con todas las de la ley. Bueno, que los políticos llamasen a quien quisieran. Que llegaran ellos al fondo de la cuestión. Que le dejasen a éI apagar los incendios y que lo dejasen en paz. Pero se hablaba, corrían rumores de que iban a traer a alguien de la ciudad para que ocupase su lugar. Tanner era el único trabajador remunerado del departamento de incendios, y aquello significaba que perdería su empleo.

Tomó el montón de expedientes de todos los incendios que se habían producido desde el mes de septiembre. Había observado en cada uno de los incendios el que a él le parecía que era el punto de origen. Había comprobado y realizado pruebas para deterrminar la presencia de cualquier material inflamable o combustible que hubiera servido para provocar el incendio, tomando muestras en dicho punto, pues allí era donde el fuego solía arder más tiempo. Había seguido la dirección de desplazamiento del fuego en todos los edificios. El problema era que algunos de aquellos incendios no aparentaban tener punto de origen, lo cual era sencillamente imposible. En tres incendios misteriosos ya había descartado la dinamita, los disparadores metálicos, los detonadores electrónicos, las cápsulas detonadoras y la pólvora. No encontraba vestigios de ningún mecanismo retardador, ni de mechas, ni de explosivos comerciales. Ni un cigarrillo encendido puesto sobre una caja de cerillas, ni un reloj de pulsera sofisticado unido a unos cables. Ni materiales incendiarios, ni rastros derramados de latas de alcohol o de gasolina. Nada. Niente.

Por decirlo sin rodeos, eran incendios fantasmas.

Cinco incendios. La logia de los Alces, la fábrica de zapatos, el granero de Ferguson, la casa de Ackerman y el garaje de Files. El número iba en aumento.

Había comprobado y vuelto a comprobar los antecedentes personales de las víctimas, a base de pedir información a gente que le debía favores: antiguas novias suyas, viejos compañeros de la escuela y amigos del bar. A cualquiera que lo apreciara o que le debiera algo. Había contratado a un investigador privado de Harrisburg, para que se enterara de la situación bancaria de las víctimas, de los créditos o de las deudas de juego que pudieran tener. Todos estaban completamente limpios. Sí, aquel trabajo correspondía a los investigadores de las compañías de seguro, pero él se estaba jugando el puesto. Había hecho lo que le parecía que debía hacer.

Y, a pesar de todo, no había encontrado nada.

Se pasó la mano por la frente. Había estado a punto de matarse en el garaje de Ethan Files. ¿Qué demonios le pasaba?

Abrió el cajón de su escritorio y sacó una botella de whisky Jamieson. Estaba luchando consigo mismo, con la mano temblorosa, cuando entró airosamente en su despacho Nana Loretta y cerró la puerta tras de sí.

-¡Guarda eso! -exclamó Nana Loretta con brusquedad-. Te va a hacer falta tener despejada la cabeza.

Tanner siguió sosteniendo la botella, tercamente, pero no llenó el vaso.

-¿Qué pasa ahora?

-Acabo de ver a Siren McKay.

Tanner retiró despacio los pies del escritorio y los plantó firmemente en el suelo.

-¿Qué tiene que ver eso con nada, aparte de con que me huelo que se avecinan problemas? -dijo. Cuanto menos hablara él de la mujer, mejor. Nana tenía el hábito de fijarse en las cosas que él quería guardarse en secreto.

-Me llamó Jess Ackerman para pedirme un par de favores. Quería que curara a la muchacha; pero cuando llegué, estaba despierta y en pie. Seguiré trabajando en mi casa por ella.

-Si, hzlo.

“Lo que quiero decir es que hagas lo que te de la gana, con tal de que me dejes en paz a mí”.

-Me sorprende que te llamar a ti, precisamente.

Estuvo a punto de decir “me sorprende que llamara a uno de nosotros” pero se tragó el comentario y lo sustituyó.

-Es dificil romper con los viejos hábitos. Cuando están enfermos o tienen dolores, siguen llamándome. Jess me dijo que hoy le habías salvado la vida a ella -dijo Nana, desabrochándose el botón superior de su rebeca mientras se paseaba despacio por la habitación-. Este sitio es un desastre -añadió al pasar junto a un montón de manuales del departamento, cubiertos de polvo.

-Ve al grano, Nana. He tenido un día muy duro.

-También he oído por la radio que ha habido otro incendio. Dicen que este ha sido provocado sin duda alguna. También dijeron que Ethan Files había desaparecido.

-Eso dice –dijo él con tono agrio.

-¿Conocen la identidad de la mujer muerta?

-No –dijo él, dejando la botella sobre el escritorio con un golpe-. ¿Dónde quieres ir a parar con todo esto?

-¿No habéis pensado en pintar este sitio? Estaría menos triste, desde luego.

Se sentó, muy formal, en la silla que estaba frente a él, sujetando con fuerza en su regazo su viejo bolso.

-Siren no quiso quedarse en el hospital, así que Jess me llamó para que fuera a echarle una ojeada. Yo pensé que, en vista de que la salvaste tú, te interesaría saber que está bien. Claro, que tuvieron que darle unos puntos, porque tú te sentaste encima de ella.

-¡No me senté encima de ella!

-Me da igual -dijo ella, agitando en el aire su mano envejecida-. Pensé que te interesaría, ya que fuisteis compañeros de juegos en la infancia y todo eso.

Él pasó unos papeles del lado derecho de su escritorio al izquierdo.

-Pues no me interesa.

-Vaya, vaya.

A Tanner se le ocurrió una idea temible.

-¿No le habrás dicho nada de... ya sabes, del clan, de las brujas, de la magia...?

-La verdad es que no nos recuerda y que no cree en la magia. Parece que los dos tenéis amnesla mutua.

-Qué suerte tenemos. Ahora podrás dejarla en paz.

-¡No! -exclamó Nana, dándose un golpe con el bolso en el regazo-. Puedo conectar con ella. Sé que puedo.Tiene tantas dotes como tú.

-¡Ajá! ¡Lo sabía! Estás tramando algo, Nana. ¡Nada de eso! ¡Lo único que conseguirás será joderle la vida! ¡Deja en paz a esa mujer!

-No digas palabrotas, Tanner Thorn. ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Y ¿por qué tienes ese ojo morado?

Él se encogió de hombros y pretendió coger otra vez la botella. Nana se inclinó sobre el escritorio y le dio una palmada en la mano.

-¡No toques eso! Debes mantenerte sereno. Todo el pueblo habla de tus problemas con la bebida. ¿Cómo puedes hacer de jefe de bomberos si tienes el cerebro empapado de esa porquería?

Tanner retiró la mano rápidamente y se la frotó.

-Para que te enteres, llevo tres semanas sin beber. Escucha: no sé lo que te creerás que estás fraguando en ese cerebro tuyo acerca de Siren McKay, pero yo no quiero tener nada que ver con ello. Más concretamente, no quiero tener nada que ver con la vida de Siren McKay, y punto. No conozco a esa mujer, no la recuerdo, y no quiero conocerla en el futuro. Me alegro de haber podido ayudarla hoy, pero ahí termina todo. Déjala, sin más. Estoy seguro de que no le interesa la historia de nuestra familia, ni la magia, ni nada. Es lo que menos le hace falta a esa mujer. ¡Déjala en paz! Francamente, Nana, ahora estoy demasiado ocupado para tonterías de esta especie.

-¡Demasiado ocupado en matarte a beber! Jenny ha muerto, por Dios. ¡No la mataste tú! ¡Se cayó al lago con el coche y se ahogó! ¡Ella sola! ¡No podrás recuperar a tu esposa por beberte esa botella!

Nana respiró hondo.

-Lo que necesitas es una buena mujer... una mujer mágica... y esa es Siren. ¡Siempre ha sido la que te conviene! Ya está. Ya lo he dicho. ¡Y no me arrepiento en absoluto!

Se dejó caer sobre el respaldo de la silla; la cara le adquirió una palidez mortal y la respiración se le aceleró.

-¿Nana?


Se le pusieron los ojos en blanco; el cuerpo flácido le cayó desmadejado.

Tanner se levantó de un salto y se apresuró a sujetarla antes de que cayera de la silla.

Nana tosió y pestañeó, apartando la cara de él.

-Nada. No es nada. Me dan estos ataques... nada más. Estaré bien dentro de un momento -dijo, agitando la mano débilmente.

-¿Desde cuándo tienes... Estos ataques?

-No te preocupes. El médico lo sabe. No se puede hacer nada más.

Tanner vio con alivio que le volvía el color al rostro.

-Lo siento, Nana. ¡Sufro tanta presión! Sé que lo haces con buena intención; pero este no es momento para preocuparse por mi vida amorosa, que no existe.

Se incorporó y se pasó una mano por la larga cabellera.

-¿Sabes que los periodistas hasta se están metiendo con mi manera de vestir y con mi pelo...? ¡Me llaman "Sansón", y llaman al fuego "Dalila"! ¿No te parece increíble?

-A estas alturas, casi nada me parece increíble -susurró Nana. Extrajo un pañuelo de papel del bolsillo de su rebeca y se tocó con él las sienes-. Quiero reunirme con Lexi Riddlehoff -dijo con tono de obstinación-. Puede que a él se le ocurra algo.

Tanner se sintió aterrorizado. No quería que Nana hablara con Lexi.

-¡No! Si la prensa se huele algo que tenga que ver con la magia, soy hombre muerto.Ya empiezan a husmear en ese sentido. Si Lexi abre la boca... -concluyó, levantando los brazos al cielo y dejándolos caer bruscamente.

-No dirá nada... -murmuró Nana, con la boca tapada por el pañuelo de papel.

-¡Nana! ¡Es ilusionista retirado, por Dios! La publicidad le encanta. Le da la vida. Preferiría, francamente, que no hablases con él.

A Nana se le empezó a acelerar la respiración de nuevo.

-Vale, vale. Mira, Nana, lo siento.

-No tienes ninguna confianza en mí...

-Yo no he dicho eso.

-Sí que lo has dicho. No confías en mi buen juicio. Te crees que voy a irme de la lengua con Lexi acerca de la historia de la familia.

-No es eso -respondió él, intentando ocultar su tono de culpabilidad. Se apoyó en la puerta del despacho-. Lo único que pasa es que todo esto me podría estallar entre las manos en cualquier momento.

Ella no conocía la mitad de la historia, y él confiaba en que no llegara a conocerla nunca.

-Entonces, ¿ya has descubierto a qué se deben los incendios?

-No.


-Entonces, sigues necesitando de mí. Tengo que hacerte una pregunta, Tanner. Quisiera que me resolvieras un pequeño misterio.

Sus ojos adquirieron un brillo de astucia. A Tanner se le pusieron rígidos los hombros.

-¿No hay bastantes misterios por aquí ya?

-Este me interesa especialmente. ¿De dónde sacó Siren McKay ese broche en forma de gárgola?

-No tengo ni idea de qué me estás hablando -dijo Tanner, volviéndole la espalda.

-¿QUE HACES AQUí? -preguntó Siren-. Ya son más de las once.

-Vaya, buenas noches, Siren McKay -dijo Billy, levantando su sombrero Stetson marrón.

Siren sonrió débilmente, apoyándose en la puerta mosquitera.

-¿De guardia tan tarde? ¿Es que no te dejan ir a tu casa nunca?

-Un día muy atareado. ¿Puedo pasar?

Siren se apartó de la puerta, permitiendo que Billy entrara hasta el zaguán.

-¿Dónde está tu compañero?

Billy se mordió el labio.

-Está suspendido desde esta tarde.

-¿Ah, sí?

Billy se quitó el sombrero e inspeccionó el entorno con sus ojos oscuros.

-Hemos conseguido ponernos en contacto con algunos testigos de tu accidente. Todos aquellos con los que hemos hablado cuentan una historia distinta de la que aparece en su informe. El jefe de policía no se puso nada contento.

-Supongo que no -dijo ella, con una leve sensación de estar vengada-. ¿No quieres sentarte?

-No lo entiendes, Siren -dijo Billy, sin moverse del zaguán-. Dennis es hijo del jefe de policía.

-Y tú lo has puesto en evidencia -dijo ella, con un suspiro.

-Sí, en cierto modo.

-Supongo que esto no te valdrá un ascenso.

-Más bien, una venganza de mil demonios.

Se puso a dar vueltas a su sombrero entre las manos, mirando el ala que giraba.

-Lo siento -dijo ella, y lo dijo con sinceridad. Sintió un zumbido en el oído y sacudió levemente la cabeza.

-¿Está aquí tu tío?

Ella se tocó el lóbulo de la oreja.

-¿Te pasa algo?

-Seguramente habré puesto la cabeza en mala postura en la ducha -dijo ella, riéndose-. No. Jess ha salido con un amigo suyo. Con Rusty, creo. Lo siento, pero no estoy segura de cuándo volverá.

-Tengo que hablar con él del incendio de su casa. Puedo dejarlo para más adelante. Escucha, Siren, lamento mucho tener que hacer esto, pero el caso es que tengo que preguntarte una cosa.

-¿Qué me tienes que preguntar?

-¿Dónde estabas cuando se incendió la casa de tu tío?

Siren irguió los hombros.

-Sabes muy bien dónde estaba. Aquí. En mi salón, para ser exactos. ¿Por qué? ¿Es que soy sospechosa, o algo así?

-¿Lo puedes demostrar?

-¡Esto es increíble! -exclamó ella. Se le aceleró el pulso-. ¿Por qué habéis podido creer tal cosa?

-En la noche del incendio, tu tío aseguró a varios de los presentes que tú eras responsable de los incendios.

-¿Y qué? Había perdido la cabeza. Tú lo viste.

-Bueno, pues Dennis cree...

-¿No habías dicho que Dennis estaba suspendido?

Billy se sonrojó.

-El jefe dice que debo seguir todas las pistas, cualquier pista, por oscura que sea...

-¿Quieres decirme que, porque un viejo conmocionado farfulló que todo era por culpa mía, ahora soy la sospechosa principal?

Billy miró las baldosas blancas y negras que tenía a sus pies.

-La gente dice cosas.

-¿Cómo dices?

-Lo siento, Siren.Yo comprendo que la hipnoterapia no es magia de pueblos atrasados. Hasta he asistido a algunos seminarios sobre la materia, impartidos por oficiales de policía, pero la mayoría de la gente de este pueblo no lo entiende. Tienen años de retraso en ciertas cuestiones. Por otra parte, más de una persona ha llamado a la comisaría para hablar de ti. Tu pasado te persigue. Tu pasado reciente, por lo menos, supongo.

-¿Qué quieres decir? -preguntó ella. Se metió con fuerza las manos en los bolsillos de los pantalones vaqueros. Notaba esa sensación familiar, como de conejo enjaulado, que le hacía subir locamente la presión arterial-. ¿Quién? ¿Quién ha llamado para hablar de mí?

Bill siguió haciendo girar entre las manos el ala de su sombrero.

-Algunas son llamadas de locos, ¿me entiendes? Pero el caso es que ha habido varias. Seguramente será por el juicio y porque el caso del asesinato de tu novio sigue abierto. La gente es idiota a veces, pero el jefe empieza a sospechar. Cree que quizá quieras librarte de tu familia porque te abandonaron durante el juicio.

-Lo que quieres decir es que la policía de aquí está tan desesperada que está buscando un chivo expiatorio... y yo soy el afortunado animal. Aparte de que acabo de poner de manifiesto que hijo deljefe es un hijo de perra mentiroso.

-Eso tampoco te viene bien.

-¿Qué llamadas? -repitió ella.

-No te lo puedo decir.

-Ah, muchas gracias: sacas el tema, pero no completas los detalles.

-No puedo completarlos nuientras no me digas dónde estabas noche en que la casa de tu tío se quemó hasta los cimientos.

-Estaba aquí, sola, en mi salón, trabajando, preparando mi plan de salud para el condado.

-¿Puede dar fe de ello alguien?

-Pues resulta que sí -dijo ella, mirándole con aire de desafio-. Hablé por teléfono con un cliente en potencia.

Él extrajo un cuadernito y un lápiz y se dispuso a anotar los datos. A ella se le revolvió el estómago. Ya volvía otra vez todo aquello. La policía primero, la prensa después… Pasó los dedos por la superficie áspera del broche en forma de gárgola.

-Era una mujer -empezó a decir. Él levantó la vista del papel.

-¿Sí?


-La verdad es que preferiría que no...

-¿Nombre y apellidos, por favor?

Su tono de voz había adquirido un matiz autoritario que a ella le pareció odioso.

-La mujer se llama Rachel Anderson. ¿No lo vas a anotar?

-¿Mi hermana? -dijo él, con expresión que rayaba en la incredulidad.

-Así es. Me había dicho que tenía problemas de pesadillas y me había preguntado si yo podría ayudarle, pero cambió de opinión. Me llamó por teléfono para cancelar la cita. Pregúntaselo pero yo en tu lugar, no se lo preguntaría estando delante su marido.

-¿Por qué no?

-Oye, se trata de tu familia; dedúcelo tú Inísmo.

Él puso una cara como si ella le hubiera pegado una bofetada.

-¿Sabes a qué hora te hizo la llamada?

-Hacia las nueve y veinticinco. Yo no podría de ninguna manera haber provocado aquel incendio y haber atendido al teléfono cinco minutos más tarde. De aquí a la granja de mi tío hay veinte miinutos a pie. Se tardan diez minutos en coche por la carretera principal, porque hay que dar toda la vuelta para tomar el camino de entrada que conduce a su casa y al granero. Compruébalo si quieres. Así que, ¿quién ha estado haciendo esas llamadas? -preguntó, sintiéndose triunfadora.

-No te lo puedo decir.

-Pero si acabas de decir que...

-Antes tengo que comprobar todo esto. Lo siento, Siren, pero no puedo cometer ningún error. Me juego el puesto. Mira, permíteme que te compense de alguna manera. Déjame que te lleve a cenar alguna noche.

-Yo no como con la gente que no confía en mí.

-No hago más que cumplir con mi deber -dijo él, a la defensiva.

Siren levantó la vista y vio que el tío Jess estaba de pie detrás de Billy, enmarcado por la abertura de la puerta.

-Tienes compañía -le dijo-. Te toca a ti sufrir el tercer grado. El poli eficiente, aquí presente, quiere hacerte unas preguntas acerca del incendio.

La cara del tío Jess era inescrutable.

-Si no necesitas nada más de mí, me voy a acostar -dijo Siren.

Billy tragó saliva con fuerza.

-Le recomiendo que no se marche del pueblo, señora McKay.

-¿Marcharme yo, sin brindaros la oportunidad de crucificarme? Ni soñarlo.

14

____________________________

TANNER ESTIRÓ las largas piernas y se acomodó en el asiento de la moto de todo terreno. El cuero crujió. Flexionó los dedos y se secó algo de sudor de la frente con la manga de la camisa. Era una noche extrañamente templada para el mes de octubre. Desde su punto de observación podía vigilar la casa de Siren sin ser visto. Mientras daba caladas profundas a un cigarrillo, veía que Siren pasaba de una ventana a otra y miraba la oscuridad de la noche. ¿Qué buscaba? El coche patrulla negro y dorado de la Regional de Webster salió despacio por su camino particular y se encaminó hacia el pueblo con Billy al volante. ¡Dios, cómo odiaba a aquel desgraciado! En todo caso, ¿qué estaría haciendo en la casa de la McKay?

Se produjo un rumor entre los arbustos. Tanner volvió la cabeza despacio.

Nada.


Tanner volvió a dirigir la mirada hacia la casa. Se preguntó si estaría allí Jess.

Dio otra calada al cigarrillo, y el humo le obligó a entrecerrar los ojos. Tiró la colilla al suelo y la aplastó con el talón, y se apoyó después en el manillar de su moto, con la cabeza baja. ¿Por qué? ¿Por qué le interesaba tanto aquella mujer? Los pensamientos le saltaban de un lado a otro de la cabeza como la bola de aquellos antiguos juegos de pinball a los que jugaba él de niño. Tiraba de la palanca, soltaba el pensaniento, acertaba, acertaba, fallaba... ¿cuántos puntos había ganado por pensamiento? ¿Cómo podría poner fin a aquellos incendios? Puede que todo se despejara si daba una patada a aquella máquina a la que él llamaba su cerebro.

"Suelta el pensamiento, porque los pensarmientos son cosas. Los pensamientos crean toda la actividad. Los pensamientos harán que se manifiesten tus deseos. Sí, así de fácil."

-Ya sé lo que pienso -murmuró para sus adentros-. Pienso que esa mujer me acarreará problemas.

Un paso a su espalda. El corazón se le aceleró. Se volvió despacio sobre su asiento y contuvo la respiración durante una fracción de segundo.

-¿Qué haces aquí? -dijo una voz que salió flotando de entre los arbustos.

-¿Lexi? -dijo éI, y soltó poco a poco el aire de los pulmones.

-Para servirte, buen hombre -dijo Lexi, agitando una mano delgada, con anillos de oro.

-¿Cómo has sabido dónde encontrarme?

-Siempre lo sé. ¿No te has dado cuenta todavía?

-Me alegro de que me hayas encontrado -dijo Tanner, encogiéndose de hombros-. Nana Loretta lleva hablando de ti toda la semana. ¿Cuándo has vuelto de tus vacaciones?

-Esta tarde. He oído decir que ha habido un par de incendios graves durante mi ausencia.

-Nana quiere verte. Estoy preocupado por ella. Habla de hacerlo público.

-¿Y tú no se lo has dicho?

-¿Que llevo meses enteros llenándote los oídos de la historia de nuestra familia? No. Me tomaría por traidor... y lo soy.

Lexi produjo un chasquido con la lengua.

-¡Y yo que me creía que me desvelabas los secretos de tu familia porque me apreciabas mucho!

-Eso es. Sigue soñando.

-Sí que sueño, sí que sueño. Pero, por desgracia, amigo mío, eres incorruptible, recto como una flecha, como suele decirse.Y, por cierto, supongo que a eso se debe que estés aquí arriba, mirando allí abajo -dijo, indicando la casa de Siren con una mirada significativa.

-¿Y qué?


-Esto se llama "espiar", en algunos estados.

-Que te jodan, Lexi.

-Me marcho de este pueblo aburrido para tomarme unas vacaciones. Que han sido horribles dicho sea de paso. Y cuando vuelvo, todo el pueblo está agitado.

-No puedo consentir que hable con los periódicos.

-¿De qué?

-De nuestro linaje del Arte.

-¡Vaya, vaya!

-No te voy a permitir que le sonsaques nada, Lexi. Es una anciana, y está un poco senil a veces.

-Podría hacer daño a tu carrera profesional.

-Si que podría.

-Yo podría ganar mucho dinero con su historia...

-Y hundir la reputación de Nana, la poca que tiene. Sería el hazmerreir del pueblo. El trato era que tú no publicarías nada hasta después de su fallecimiento. Recuérdalo, ¿quieres?

-Ya sabes que yo te quiero bien.

Tanner alzó los ojos al cielo.

Lexi tomó del suelo un guijarro pequeño y lo arrojó al aire.

-De modo que la asesina ha regresado a sus raíces.

-No tiene gracia, Lexi.

-Yo pensé que te agradaría el cariz de los acontecimientos.Tú dijiste que creías que te volverías loco si la condenaban, ¿o no querían decir nada todos los lamentos que tuve que escuchar mientras tomabas whisky con soda? Naturalmente, no deberías haber subido a NuevaYork para verla.Ya te dije que era un error. Pero, no, tú tenías que ver a la última representante de la estirpe McKay de mujeres mágicas. Tenías que ver cómo era de mujer adulta. Para demostrarte a ti mismo que no era más que un ser humano corriente, y así poder seguir viviendo tu vida tan tranquilo.Y ¿qué Pasó entonces? Que te prendaste de ella: eso fue lo que pasó. Estás suspirando por esa mujer desde entonces. Creo que tu obsesión por ella empezó entonces.Yo, personalmente, no le veo nada de especial, pero también es verdad que no he tenido el gusto de conocerla.

Tanner no respondió.

-¿Te ha visto Siren desde que volvió a su casa? -preguntó Lexi.

-Sí y no. Me ha visto, pero... no nos han presentado como es debido.

-¿Se acuerda de ti?

-Nom parece que no, pero lleva puesto el broche constante.

-¿Pero no tiene ni idea de que fuiste tú quien se lo regaló?

-No.

Lexi se revolvió, inquieto, sobre sus pies.



-¿Has creído alguna vez que Nana Loretta tenía el poder suficiente para urdir alguna especie de encantamiento... para liberar a la chica primero, y para uniros a los dos después?

-Ay, por favor -dijo Tanner en son de burla-. ¿Tú también? Mira, Lexi: a veces es capaz de hacer cosas sorprendentes; pero, en general, la mayor parte de lo que cree son chorradas. Así de sencillo.

-Ya veo.Y, naturalmente, tú no aplicas nunca nada de magia auténtica.

Tanner no le respondió.

-¡Ah! Titubeas. No es la misma postura que tenías antes de marcharme yo. Cuenta.

-A veces eres una sabandija, Lexi.

-Me han llamado muchas cosas, pero no me compares con los insectos si no te importa. ¿Qué problema hay? A la muchacha la absolvieron. La soltaron. Libre como un pájaro. Y podría haberse marchado a cualquier lugar del mundo, a cualquier parte. Pero no se marchó, ¿verdad? No, no: volvió aquí.Y tú estás enamorado de ella. ¿Qué más puedes desear? Al león no le mires el diente, como yo digo.

-Se dice "a caballo regalado". A caballo regalado, no le mires el diente.

-Como se diga.

-Al menos, tendrás bastante material para tu estudio -murmuró Tanner.

Lexi sacudió la cabeza y el cabello rubio le cayó sobre los ojos. Se lo apartó con un movimiento de la muñeca.

-No es cuestión de mi estudio. Es cuestión de ti. ¿Qué pasa? Me voy del pueblo unas semanas y espero volver para encontrarme que todo va de maravilla, y tú vas y me dices que hay un problema. ¿Qué problema?

-El mago eres tú. Dímelo tú a mí.

Lexi se sentó junto a la moto y arranco uno o dos tallos de hierba muerta.

Yo practicaba el ilusionismo, no la magia de verdad, y no soy Dios. Dame los detalles.

Tanner contó entonces a Lexi todos los sucesos del último mes, desde los incendios misteriosos, lo del cadáver de la mujer en el contenedor, que Ethan Files había intentado atropellar a Siren y que el pequeño desgraciado había desaparecido, para terminar contándole los rumores de que Siren había provodado de alguna manera el fuego en casa de su tío.

-¿Crees tú que lo hizo?

-Claro que no.Y estoy preocupado por Nana -añadió, bajando la cabeza-. Me estaba volviendo loco, hablando siempre de magia y dando a entender cosas acerca de Siren... No he hecho caso de ella durante casi todo el tiempo que has estado fuera.

-¿Está enterada de tu enamoramiento?

-¡No! Y si se lo cuentas, te retuerzo ese cuello de un millón de dólares.

-Ay, ay. Estamos irritables, ¿eh?

-Ha tenido unas... cosas extrañas.

-¿Cosas mágicas?

-¡No!


-¿Quién? ¿Siren?

-¡Nana! Como miniataques de apoplejía, o algo así. Se está poniendo rara. Pierde el hilo de la conversación. Dice que va a hablar con los periódicos. Parlotea algo acerca de una maldición. Algo que tiene que ver con las brujas de la Cabeza de la Vieja.

-Ya veo -dijo Lexi.

-¡No, no, tú no ves nada! Nana quiere atraer a Siren. Iniciarla. Lo sé, eso es todo.

-¿Y eso es malo?

Tanner golpeó con el puño el manillar de su moto.

-Así fue como perdí a Jenny. A ella le daba miedo lo oculto. Por mucho que me esforzaba yo, ella se negaba a escuchar.Yo no puedo evitar ser lo que soy.

-No conocí a esa mujer, pero a mí me parece que era una tontita cabezota.

A Tanner le brillaron los ojos.

-Y puede que no lo fuera.

-El tonto fui yo.

-No fue culpa tuya que se marchara con otro hombre -dijo Lexi, Mirando a Tanner con comprensión-. Es evidente que la magia no tuvo mucho que ver con ello.

Tanner se secó el sudor que le caía por las sienes.

-En todo caso, tengo que mantener callada a Nana.

-Sí. Eso es -dijo Lexi, sacudiendo la cabeza con humor---. Eso sería como intentar orinar en un túnel de viento.

-Se dice "mear en una tormenta, Lexi".

-No entenderé nunca esas expresiones coloquiales vuestras -dijo Lexi con un suspiro-. ¿Qué te hace creer que Siren se portaría igual que Jenny? Al fin y al cabo, es una persona diferente. Por otra parte, lo lleva en la sangre.

-Eso no importa. He terminado con todo esto. Ya no soy más que un buen chico corriente.

-¿Quieres decir que has estado bebiendo otra vez?

-Vete a la porra, Lexi. Llevo semanas enteras sin beber.

-Entonces, hay esperanza.

-Te crees que estoy loco.

-¿Acaso no lo estamos todos? -dijo Lexi con voz burlona. Se puso de pie y se limpió los pantalones vaqueros con la mano-. Entonces, ¿por qué me busca Nana Loretta? No me has contado esta parte del serial.

-Porque sabe que has estado investigando el folclore de la región.

-¿Qué tiene eso que ver?

-Nana cree que los fuegos tienen origen mágico.

Lexi formó con los labios una pequeña O y arrugó la frente.

-Vaya, vaya –dijo.

-No quiero que hables con ella -le dijo Tanner abiertamente.

-¿Por qué, si puede saberse?

-Porque está enferma. No quiero que se altere.

-Gracias por tu voto de confianza.

-Lo digo en serio. Si se entera de todo lo que te he contado, quedará destrozada. He quebrantado mi juramento, y tú lo sabes.

-Quizá.


-¿Qué quieres decir con eso?

Reconozco que nuestra amistad no ha sido larga, pero ya deberías saber que yo no haría jamás intencionadamente nada que pudiera hacerte daño a ti ni a tu abuela. Hay muchas cosas de mí que tú no sabes, Tarmer. Si a la anciana la hace feliz hablar conmigo, que hable conimigo. Te prometo que tendré cuidado con lo que digo. Por otra parte, yo quizá pueda ser útil. Puede que se encuentre algo entre todos los datos que tengo guardados en la tienda de libros. ¿Qué daño le puede hacer dejarle hojear todo ese material?

Tanner puso en marcha la moto todo terreno.

-Tú dame tu palabra de que no le dirás nada de nuestro trato.

Lexi sonrió y cruzó los brazos.

-Palabra de brujo.

-Eso quisieras tú.

-En efecto. Puede que tengas razón.Y para demostrarte lo honrado que soy, creo que deberías echar otra mirada ahí abajo -dijo, señalando, hacia el arroyo y a un grupo de pinos que estaban a unos cincuenta metros de la casa de Siren.

-No veo nada.

-Vuelve a mirar. Parece ser que no eres el único que acecha a Siren.

Lexi se incorporó.

-¿Te sientes afortunado? -preguntó a Tanner.

-No. He perdido la moneda de oro que me diste. Pero eso no quiere decir que no vaya a dar una patada en el culo a un fisgón.

SERATO AVANZABA entre los pinos, oculto, según suponía él, por la noche oscura y por la vegetación espesa. Apuntó a la casa con sus prismáticos. Ella no había corrido las cortinas del cuarto de estar. Bueno para él, malo para ella, teniendo en cuenta sobre todo que la perra no quería coger el teléfono. Le sudaban las palmas de las manos y se le escurrieron los prismáticos. ¡Mierda! ¿Y qué tratos habría tenido con el poli? La informante de Serato había hablado mucho antes de que él la hubiera achicharrado en el contenedor. El poli era Billy Stouffer. Un abnegado agente local que no era capaz de guardársela en los pantalones. ¿Se habría pasado a ver a Siren para algún asunto oficial, o la estaría tanteando para pasar un buen rato?

Serato hizo una pausa, inclinando el oído hacia los campos que estaban al otro lado de la carretera. ¿Había oídoalgo? Esperó para asegurarse. Siren paseaba por la casa en silencio. Contempló sus movimientos, como había hecho tantas veces. Las reacciones de Siren habían sido exactamente las que él había esperado. Al principio había estado desorientada, manifestando su incredulidad y su angustia, y de hecho, durante el juicio, había parecido como si estuviera funcionando por control remoto. Cuando llegó allí, había reaccionado, intentando lentamente volver a conectar a base de limpiar la casa y de repararla. También había sido de esperar aquella necesidad suya de ponerse en contacto con los demás por medio de aquella farsa de la consulta de hipnoterapla: era la víctima preocupada más de la cuenta por el bienestar de los demás. Las llamadas telefónicas de Serato eran necesarias. Debía provocar nuevas crisis, atraparla al borde mismo de su recuperación y llevarla otra vez de golpe a la inestabilidad. A partir de allí, él podría hacer lo que quisiera. Era fundamental que socavara su fuerza interior.

Serato se deslizó hasta más cerca de la casa. Siren pasó del cuarto de estar al salón y se detuvo, con los brazos en jarra, mirando el teléfono. Se pasó la mano delicada por aquel pelo suyo largo y exuberante. Oh, qué pelo. Serato dejó los prismáticos colgados de su correa y se acercó a gatas. Llegó casi hasta la ventana. Estaba un poco abierta, y la brisa templada de aquella noche de octubre movía suavemente los bordes de las cortinas. Abrió su teléfono móvil y pulsó el número uno. El teléfono de ella respondió, y Siren retrocedió de un salto, mirando al aparato como si fuera a morderle, sin levantar nunca la mirada hacia la ventana, sin llegar a saber que él estaba a pocos pasos de distancia.

-¿Estás pensando en mí? –susurró Serato en su móvil-.Yo estoy pensando en ti.

Vio que se le contraían los músculos de la garganta, con los ojos clavados en el aparato, con los dedos tensos entre el pelo. Serato respiró hondo, absorbiendo el dolor de ella.

Serato desconectó la llamada, viendo con incredulidad que se le echaban encima dos hombres que venían corriendo por la derecha y que aparecía por la esquina de la casa un tercero que blandía una especie de arma larga.

-¡APÁRTATE DE MÍ, SATANÁS! -gritó el tío Jess, amenazando con su horca a los hombres que corrían hacia él a través del patio, mientras los pies sin calcetines le bailaban dentro de las botas de trabajo. Una tercera sombra, quizá de un animal, se escurrió hábilmente a través del arroyo y se refugió en el bosque próximo.

Los dos hombres se desviaron hacia la derecha y pasaron veloces junto a él como si ni siquiera estuviera allí. Jess los oyó cruzar el arroyo, chapoteando. Siren abrió la ventana de golpe.

-¡Tío Jess! ¿Qué haces ahí fuera, en calzones largos y con esa horca?

-¡Oí un ruido -dijo-, y había dos tipos que corrían por el patio como si los persiguiera el diablo! Pero los ahuyenté, vaya que sí. Malditos idiotas. Beben y se pelean. No sé dónde va a parar este mundo. Se está poniendo de una manera, que uno no puede siquiera dormir como es debido por la noche aunque viva en el culo del mundo.

Se paseaba dando pisotones ante la ventana del salón, murmurando. Su bota desatada golpeó un objeto pequeño y duro. Lo empujó con su horca hasta la franja de luz que caía en el exterior procedente de la ventana del salón. Uno de esos teléfonos modernos que habían inventado. Le clavó la horca.

-¡Ya te tengo! -dijo.

TANNER, sin aliento, se detuvo y se apoyó en un árbol. Bajo aquellos pinos todo estaba negro como la pez.

-¿Has visto quién era?

Lexi, que iba tras él, tropezó, soltó una palabrota y se cayó al suelo del bosque.

-¿Cómo iba a ver nada, con aquel loco que blandía esa horca? Dios mío, casi me ha ensartado -exclamó Lexi, agitando dramáticamente la mano en el aire-. ¡Casi he acabado como el pan quemado!

-Se dice "como una tostada", Lexi.Y, fuera quien fuese, se nos ha escapado.

-Se ha marchado, sin duda -dijo Lexi, mirando a su alrededor.

-¿Por qué iba nadie a acecharla?

-A mí se me ocurre una serie de razones, ¿a ti no? -dijo Lexi, enarcando una ceja.

-Supongo que no deberíamos haberle atacado.

-Parecía lo más oportuno en ese momento. Debo reconocer que ha sido francamente emocionante -dijo Lexi, respirando hondo y agitando los brazos.

Tanner se pasó la mano por la frente, arrastrándose la piel hacia abajo al máximo.

-¡Ay, qué expresion tan encantadora! -dijo Lexi dramática. ¿No has pensado hacerte actor?

-¿Que te parece si represento una escena en la que te estrangulo?



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