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-¿QUÉ HAS ESTADO HACIENDO toda la tarde, nena? -le preguntó el tío Jess cuando entró en la cocina dando pisotones y mirando por encima de las bolsas de provisiones que llevaba en los brazos.
-Esto y aquello -respondió Siren de manera imprecisa, tomando una de las bolsas y dejándola en la encimera de la cocina.
-Hay más en el coche -dijo, saliendo por la puerta trasera-. He ido a la tienda de los Amish, más allá de Carlisle.
-¿Has ido hasta allí? -dijo Siren, pensando con consterna6ón en lo que habría sufrido su coche. Seguramente estaría echando humo en más de un sentido.
-Ya lo creo. Solo me he gastado ochenta pavos, nena -dijo Jess con orgullo, devolviéndole la tarjeta de crédito-. Allí no usan tarjetas, de modo que lo puso en mi cuenta.
Si Siren no supiera que era imposible, habría apostado que Jess había hecho el viaje hasta aquella tienda para no tener que usar lo que él llamaba "esas tarjetas que han inventado".
-¿Qué es esto? -preguntó Siren, tomando de la mesa un paquete plano y circular. Tenía al menos sesenta centímetros de diámetro y dos de grueso, y estaba envuelto en papel marrón.
-Ah... ¿eso? Es un adorno.
-¿Un adorno? ¿Qué es?
-Ábrelo y lo verás.
Siren arrancó una tira grande de papel de la parte frontal y dejó al descubierto unos colores brillantes y simétricos.
-¡Un signo hexagonal! ¿De dónde lo has sacado? ¡Los Amis no creen en los signos hexagonales!
-No se lo he comprado a ellos. Hay una señora que vive unas cuantas millas por el camino de Whiskey Springs que los hace. Tiene buenas ventas en verano. Yo me lo llevé a mitad de precio; como estamos en otoño y tal...
-No: le hablaste del incendio, ¿verdad que sí?
El tío Jess bajó la vista al suelo y empujó con la punta del pie un poco de hierba y un fragmento de tierra.
-Yo creía que no llevabas nada de dinero encima.
-Y no lo llevaba -dijo él, levantando los ojos al cielo-. Usé esa tarjeta rara tuya.
-No tuviste más remedio, ¿eh?
-Así es, lo compré después de la comida.
-Ajá. ¿Y cuánto me ha costado eso?
-Veinte pavos.
-¿Qué significa? Lo que quiero decir es que creo que no había visto este diseño hasta ahora.
-"Casa segura" -dijo él en voz baja.
Siren contuvo su reacción.
-¿Dónde piensas colgarlo?
-En la fachada delantera -dijo éI con firmeza.
-¿En la fachada delantera de mi casa? -dijo Siren, haciendo un gesto de disgusto-. ¿Por qué no en un lado?
-Quia.
-¿Por qué no?
-Porque ella dijo que había que colgarlo en la parte delantera.
-¿Te dio algún motivo?
-Quia. Solo me dijo que debía rezarle antes de colgarlo.
-¿Así, quieres decir?
Siren cerró los ojos y extendió las manos sobre el signo. Pensó en las Parcas y sintió una agitación extraña en el estómago, una sensación agradable que surgía del centro de su ser y le bajaba por los brazos, temblando.
-¡Mierda! -exclamó el tío Jess.
-¿Qué? -dijo ella, abriendo los ojos inmediatamente.
-Si no lo sabes no te lo pienso decir yo. ¿Qué has hecho, nena?
-Vaya, pues nada. Solo he hecho lo que habías dicho tú. Cerrar los ojos y rezar.
El tío Jess la miró fijamente, con los ojos muy abiertos.
-Hazlo otra vez.
-No veo por qué…
-¡Tú hazlo otra vez!
-Bueno. Bueno –dijo ella. Cerró los ojos y repitió el proceso.
-Que me aspen si ese signo no está brillando.
-¿Dónde? –preguntó ella, abriendo los ojos.
-¡Has picado!
-Qué gracioso.
- Y por cierto -dijo, extrayendo una cajita de sus vaqueros con peto.Aquí tienes ese aparatito raro que querías. Creo que lo llaman "identificador de llamadas" La gente no te podrá ver a través de esa cosa, ¿verdad?
NANA LORETTA consultó las tablas del almanaque. La luna estaba creciente y estaba en el signo de Leo: aquello era bueno y era malo. Ella habría preferido que la luna estuviera llena o menguante, pero mo no podemos meter prisa a la luna para nuestra conveniencia. Estaba donde estaba. En Leo, la magia más beneficiosa sería la del fuego pues Leo era signo de fuego; aunque con todos los incendios que había habido por allí últimamento, no sabía si sería bueno idea. Bueno, para algo era ella bruja, ¿no? El sol estaba en Escorpio: eso era excelente. Así se llegaría al fondo de las cosas.
Abrió el viejo arcón del cuarto de estar, lleno a rebosar de artículos mágicos. Tocó varias velas con sus viejos dedos y eligió por fin una azul, para Júpiter, y una roja, para Marte. Ahora, los aceites. Hummm. No, ese no. ¿Este, quizá? Sacudió la cabeza. Aceite Apremiante: ¡este sí que dará buen resultado! Hierbas. Buscó en varias bolsas hasta que encontró la hierba de los cinco dedos; un poco de verbena quizá, para acelerar el resultado, y un poco de equinácea (no demasiada) para triplicar la potencia.
Veamos. Júpiter estaba en Géminis: un aire comunicativo que llevaría el hechizo. Marte... ¿dónde estaba Marte? Volvió a consultar el almanaque. Hubo una época en que era capaz de recordarlo todo con solo leerse el libro una vez. Suspiró. Aquello se acabó. Marte estaba en Piscis. Ag. No es que fuera mal lugar para otras cosas, pero Piscis era de agua, y Marte no estaba muy fuerte en Piscis. ¿Qué tenía entonces? Fuego, aire y agua. Tierra, en las hierbas. Los cuatro elementos: puede que aquello funcionara mejor de lo que había esperado.
Canturreando, mezcló las hierbas en un cuenco de madera y añadió unas gotas del aceite, después grabó en las dos velas los símbolos astrológicos de Escorpio, de Leo y de Gémimis con un cuchillo de hoja fina. Por fin, untó ligeramente de aceite las velas.
-Escorpio para descubrir -susurró-. Leo para el poder. Géminis para disipar la maledicencia.
Puso sobre una losa plana de piedra un recorte de periódico reciente en el que aparecía la foto de Tanner; después, puso las palmatorias con las velas sobre la foto. Fue esparciendo despacio la mezcla de hierbas alrededor de la base de las velas.Ya está. Preparado.
Nana cerró los ojos y respiró hondo varias veces, sintiendo la tierra bajo sus pies y tocando el universo con su mente. En calma. En paz. Centrada. Se vio a sí misma de pie en el centro de un cilindro de luz blanca. Sabía que aquella fórmula no era la habitual, pero necesitaba de la ayuda de los poderes astrológicos, y, para conseguirla, debía visualizar un tubo, más que un círculo. Esperó a que cobrara fuerza la visualización.
Levantó despacio los brazos y solicitó la asistencia del Espíritu en lo que iba a hacer. Cuando le pareció que era el momento, bajó las manos hasta que estuvieron a unos centímetros de las velas. Empezó a evocar el poder, sintiendo que le recorría el cuerpo esa antigua emoción. Cuando empezó a sentir un hormigueo en las manos, comenzó a pronunciar la fórmula.
-Las palabras polémicas sobre sus obras se torcerán y se doblarán hasta quedar reducidas a caprichos impotentes. Todo intento o todo deseo de difamar solo sirve para acarrearle fama y gloria. El éxito y la prosperidad fluyen ahora hacia ti en mayor abundancia: ¡Así conviene que sea!
Se le calentaron las manos y repitió las palabras. Más caliente, las dijo una vez más; le salían llamas azules de la punta de los dedos. Con un movimiento rápido encendió las dos velas con un encendedor, diciendo:
-Que este hechizo no se invierta ni me lance a mi ninguna maldición. Que sean correctas todas las correspondencias astrológicas para este trabajo. ¡Así sea!
Respiró hondo. El pecho delgado le temblaba por el esfuerzo.
-Ya está -dijo, frotándose las palmas de las manos-. ¡Eso servirá! ¡Que intenten ahora chismorrear acerca de él!
-HE OíDO DECIR, que tienes algunos clientes.
Siren se volvió y vio con sorpresa que Billy estaba de pie a su espalda, a pocos pasos.
-¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-El suficiente para ver que eres capaz de trabajar hasta sudar -dijo él con una sonrisa-. Las camareras del Maybell hablan muy bien de ti. Nunca se sabe: a lo mejor convencen al alcalde para que te pida hora. Naturalmente, ya estarás acostumbrada a trabajar con gente rica y famosa.
-Estás soñando -dijo ella. Bill debía de estarla sondeando a ciegas. No podía ser de otra manera. Nadie, ni siquiera el abogado de Siren, había sabido hasta dónde había llegado la participación de Siren en el negocio de Max.
Billy observó la labor de Siren.
-Parece que tienes mucho trabajo.
Ella se secó el sudor de la frente con un pañuelo rojo y se apoyó en la pala, guardándose el pañuelo en el bolsillo trasero de los vaqueros.
-Estoy rellenando algunos hoyos de los que hay cerca del porche trasero para no partirme la cabeza cuando pase a oscuras. Veo que hoy no vas de uniforme. ¿Quiere eso decir que no tengo que preocuparme de que me lleven a la cárcel?
-Eso es un golpe bajo. La verdad es que hoy es mi día libre. Había pensado que te podía apetecer tener algo de compañía. He venido a invitarte a cenar, y quizá a hacer alguna otra cosa, lo que prefieras: jugar a los bolos, al billar, al minigolf, ir al cine, lo que quieras.
Siren levantó las asas de la carretilla y empezó a empujarla hacia los escalones del porche trasero.
-Déjame que te ayude con eso -dijo él, metiendo la mano bajo el brazo de Siren y tocándole suavemente el costado.
Siren dejó caer las asas y retrocedió.
-Te invito -dijo, y vio cómo se le tensaban los músculos bajo la carmisa beis de terciopelo. La camisa parecía nueva. También parecían nuevos sus vaqueros marrones, ceñidos. Siren captó un aroma apagado de loción para después del afeitado. Hummm. Desde luego que iba vestido para salir con una chica, pero no estaba tan claro que su plan fuera ir a jugar a los bolos. Caminó junto a él disimulando una sonrisa y dejando bastante espacio entre los dos.
-Supongo que uno de los motivos por los que has venido es para preguntarme dónde estaba ayer, cuando se declaró el incendio -dijo Siren sin demasiada amabilidad-. ¿Dónde ha sido este?
-Cerca de la estación de ferrocarril -dijo él. Soltó un gruñido cuando la carretilla se metió en un bache y estuvo a punto de volcarse . Pero parece que este incendio se debió a un cortocircuito.Ya tienen explicación dos de los últimos cinco.
-¿Explicación? Qué mala pata -dijo ella-, porque te vi reducir la velocidad en la entrada del camino de rni casa y marcharte después. Podías haberme servido de coartada.
Pasó una sonrisa sardónica por sus labios de Cupido.
-No me lo digas. Rachel te llamó.
-Algo así. ¿Dónde quieres que deje esto?
-Ah. Tira la carga allí, junto al escalón del porche trasero. Ayer había allí tanto barro que se podía hundir uno hasta aparecer en la China.
-¿Qué significa ese símbolo que hay en la fachada delantera de la casa? -le preguntó él, mientras caían ruidosamente de la carretilla las piedras en montón junto a los escalones. El viento levantó el pelo oscuro de Billy. Siren observó cuánto se parecía a su hermana, aunque las líneas de él eran marcadas y atractivas, mientras que las de ella recordaban a Siren más bien las de una foto en sepia, doblada y arrugada.
-El símbolo... -dijo Siren, reflexionando, intentando recordar a qué se referiría. Tomó la pala y se puso a colocar las piedras- Ah, el signo hexagonal del tío Jess. Lo compró este fin de semana. Dice que significa "casa segura". ¿De modo que los dos últimos incendios no tenían nada de raro, después de todo?
Se secó la frente con la manga de la vieja camisa. Él empezó a mirarla con ojos de policía. Puede que su visita no fuera tan extraoficial como parecía. Siren retrocedió, tropezando con el tacón en los escalones del porche trasero. El extendió el brazo para sostenerla.
-Algo así -dijo Billy. Le quitó la mano del codo y la tensión se alivió.
-Lo que dices no tiene sentido.
-El incendio de ayer, provocado por un cortocircuito, fue bastante normal, pero todavía estamos investigando el del garaje de Ethan y, naturalmente, el incendio del contenedor de basura; pero este último fue provocado indudablemente con gasolina.
-¿Alguien que quería quemar la basura?
-¿Quieres cenar conmigo esta noche?
-No lo sé -dijo ella, titubeando, intentando dominar emociones enfrentadas. Los ojos oscuros de él contenían una promesa seductora, y ella no estaba segura de querer seguirla de verdad.
-Sin más compromiso; o podemos ir a la Feria de la Cosecha, en el pueblo. Dura toda la semana. Decídelo tú. ¿Qué dices?
Siren titubeó, recordando los ojos inquietantes de la hermana de Billy y el trato que esta había intentado arreglar.
-¿Qué hay de ese incendio del contenedor, entonces? -preguntó, para ganar tiempo.
-Creemos que fue provocado. Con gasolina, ya te lo he dicho. ¿No lo has oído en las noticias?
Ella negó con la cabeza.
-Encontramos los restos de un cuerpo humano. De una mujer. Pensé que te lo habría contado alguno de tus clientes.
Siren intentó no quedarse boquiabierta.
-¿Una mujer muerta? -susurró-. No, no han dicho nada.
-Así es. Alguien la oyo gritar. Por eso pudimos llegar enseguida -dijo él, y volvió la mirada hacia la cumbre de la Cabeza de la Vieja.
Siren se mordió el labio.
¿Sabéis quién era la mujer?
-No. Estamos realizando una investigación completa, pero esperamos los resultados de la autopsia. De momento, hacen todo lo que pueden. Hasta ahora, nadie ha denunciado ninguna desaparición. Naturalmente, si un tipo ha acabado con su novia a propósito, es poco probable que se presente ante la Policía gritando que ha desaparecido. Por otra parte, he visto casos en que… ¿estás bien? -dijo, interrumpiéndose-. Parece que estás pálida.
-La verdad es que siempre he pensado que quemarse vivo es la peor manera de morir.
Se rio nerviosamente, apretando el mango de la pala con tal fuerza que se le pusieron blancos los nudillos.
-No es la reacción que esperabas de una sospechosa de incendiaria, ¿verdad?
A Billy se le aplastó la nariz al hacer una inspiración brusca.
-Lamento aquello, Siren. Pero tú eres diferente. Supongo que no puedes evitarlo. Es que llamas la atención porque no perteneces al rebaño, eso es todo.
Ni voz ni su postura convencieron a Siren de que hablaba con sinceridad.
-¿Y basta con eso para que me acusen de destrozar la vida de las personas, de causar daños en sus bienes? -dijo, con las palabras cubiertas por una capa quebradiza de hielo-. Está oscureciendo. Creo que lo dejaré por hoy.
El sueño. Igual que en el sueño.Y ella sabía quién era el asesino. Al menos, sabía qué aspecto tenía. Siren se estremeció mientras entregaba la pala a Billy. Tomó las asas de la carretilla y la empujó rápidamente sobre el terreno irregular.
Billy abrió la puerta del cobertizo. Sus paredes de chapa ondulada oscilaron cuando ella entró y tiró la carretilla con demasiada fuerza sobre el suelo de cemento. Dio un golpe en la pared del fondo. A ella no le gustaba estar allí dentro. Le recordaba demasiado a su sueño. El asesino... "mi asesino", pensó. Las llamadas telefónicas. “Sabía dónde encontrarla. Cómo era posible…” no, eran tonterías suyas. Había sido un sueño. ¡Un sueño maldito! Tragó saliva y salió a la luz del sol. Saboreando el viento cortante que barría los árboles pelados de la Cabeza de la Vieja y corría alrededor de sus pies, se volvió sin pensárselo y dijo:
-¿A qué hora me recoges para ir a cenar?
Billy sonrió ampliamente, entregándole la pala.
-¿Sería demasiado tarde a las ocho? Estoy acostumbrado a cenar tarde –dijo, frotándose el vientre plano.
-Ningún problema –respondió Siren, arrepintiéndose al instante de su decisión.
-ESTA NOCHE no cenaré en casa, tío Jess –dijo Siren-. ¿Te parece que te las podrás arreglar solo?
Jess levantó la vista. Tenía la manaza hundida en un gran cuenco de madera, lleno a rebosar de palomitas de maíz con mantequilla.
-¿Dónde vas? -preguntó esparciendo al aire fragmentos de palomitas.
-Voy a salir con Billy Stouffer.
-¿Con Billy el poli? No me parece que sea buena idea.
Volvió a meter la mano en el cuenco y sacó una nueva carga de palomitas.
-¿Por qué? ¿Porque no estaré para hacerte la cena?
-Será mejor que te lleves rmi horca -dijo él, hundiendo todavía más la mano en el cuenco y extrayendo un volcán de palomitas con mantequilla que se metió en la boca acto seguido. Le cayeron trozos livianos de palomitas por la camisa. Volvió a centrar su atención en el programa de televisión.
-¿Qué quieres decir con eso?
Él siguió con la vista clavada en la pantalla del televisor.
EN UN MOMENTO dado estaba de pie junto a la puerta del armario de su dormitorio, intentando decidir qué vestido ponerse, y en el instante siguiente su conciencia volaba por el espacio mientras flotaba a su alrededor la mujer de fuego, que la arrstrba por un calidoscopio de luz y de color. Siren miró sin comprender nada los urinarios, el olor acre que le revolvía el estómago. ¿Dónde estaba? Apoyándose en los azulejos frescos, azules, de la pared, dilató la nariz para absorber más aire.Volvió a sentir náuseas. Sintió a través de la pared las vibraciones regulares de la música a todo volumen. La mujer de fuego se cernió sobre su cabeza y después se condensó, trazando círculos, y se perdió por fin en la llama desnuda de una vela que oscilaba débilmente sobre una mesa destartalada. La llama chisporroteó y creció ligeramente. La puerta que estaba junto a Siren se abrió de golpe, y los servicios mal iluminados se llenaron del humo y de la charla de lo que podía ser un local de billar. Siren, helada de miedo, no se movió.
El asesino, su asesino, entró tranquilamente en los servicios, seguido de un tipo borracho, de pelo negro como el cuervo, que tenía el aspecto de acabar de cumplir los veintiuno. Llevaba en la ceja derecha un pendiente de diamantes que relucía a la luz tenue. Un chapero: tenía que serlo. Ninguno de los dos hombres dio muestras de advertir la presencia de Siren. Esta se refugió en un rincón maloliente.
-¿Cuánto? -Preguntó el asesino. Se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros negros, tensándoselos con fuerza sobre la entrepierna-. ¿Cuánto? -repitió, un poco más fuerte.
El hombre más joven titubeó, con los ojos oscuros húmedos y luminosos en su cara grande y pálida.
-Cincuenta pavos el especial. Cien si quieres algo más.
-Es carísimo, maldita sea. Las cosas están más baratas en Nueva York y en Boston -dijo el asesino, apoyado sobre la única cabina y adelantando perezosamente el pie derecho mientras se acariciaba el bigote.
-¡Lo vale! -dijo el otro con una sonrisa que a Siren le pareció que pretendía ser seductora pero que resultaba extrañaniente cómica. Observó que los dientes del hombre daban muestras de empezar a pudrirse.
A Siren se le revolvió el estómago una vez más. Se llevó la mano a la boca. La llama de la vela creció y volvió a reducirse, pero no se extinguió.
El prostituto se encogió de hombros con un gesto exagerado.
-Como quieras. Si a ti no te interesa, hay otros.
El asesino lo sujetó con fuerza del hombro y lo soltó después.
-Espera un momento. No he dicho que no. Solo he dicho que era un poco caro. En la calle Tercera me lo puede hacer una mujer más barato. ¿Por qué eres tú tan especial?
El hombre más joven aparentó estar mortalmente ofendido y sacudió la cabeza. Su largo flequillo reluciente tembló en el aire rancio.
-Porque yo soy especial -murmuró, haciendo un mohín con la boca.
Siren apoyó las manos en la pared pegajosa, como para fundirse con ella; pero las apartó tan deprisa como las había acercado.
-¿Cómo es de largo? -preguntó el asesino.
El joven se sonrojó y agitó las pestañas sobre unas mejillas que no habían perdido del todo su gordura infantil.
-Dicen que parezco un burro.
-¡No, imbécil! ¿Cómo es de largo el servicio?
-Ah. Bueno, cielo, eso depende de ti -dijo, agitando la cadera y bajando la vista para mirarse los zapatos.
Siren hizo otro tanto. Eran zapatos al estilo de los colonos del Siglo XVII, con grandes hebillas de plata que relucían bajo la luz sucia de los servicios.
-¿Te interesa, o no? -preguntó el chapero con cierto tonillo de impaciencia. Acarició el pecho del asesino, que llevaba una camisa de seda negra- VAmos a la cabina.
-No. Aquí mismo.
-Vaya, eres todo un demonio, ¿eh? -dijo el joven, pasándose la lengua por los labios.
-Podría decirse que sí -dijo el asesino, entrecerrando los ojos.
Un golpe fuerte en la puerta hizo que el chapero y Siren dieran un respingo, pero el asesino se quedó tan tranquilo.
-No va a entrar nadie -aseguró al otro, y le dio unas palmaditas en la cara-.Tengo prisa.
El niño-hombre soltó una risita nerviosa y se agachó.
El asesino retrocedió, quitándose de encima la maniobra seductora del otro.
-¡No! Allí, junto a los urinarios.
Siren vio con ojos desorbitados que se dirigían hacia donde estaba ella, junto a la fila de urinarios. Había tres urinarios. En el último instante, se desviaron a la derecha de Siren y Se situaron junto al tercer urinario de la fila. Una bombilla del techo vaciló, se apagó, volvió a encenderse a plena luz durante un instante y se apagó de nuevo. Siren tragaba saliva con ruidos que a ella le sonaban como disparos. El diamante que llevaba el joven en la ceja tenía un brillo apagado.
-Agáchate -le ordenó el asesino.
Los zapatos del joven resbalaron un poco en el suelo de baldosas grasientas al inclinarse este; las hebillas rascaron la suciedad. Sus dedos largos y afeminados acariciaban la entrepierna negra de los pantalones vaqueros del asesino.
Y fue entonces cuando el asesino, su asesino, miró a Siren como la había mirado en otra ocasión. Sonrió.
-La señora de mis sueños -dijo.
La miró y se río.
Aquellos ojos azules se enturbiaron de negro mientras le recorrían el rostro. Sus ojos eran como carbones ardientes engarzados en la cara.
-El día deljuicio -susurró.
Con un movimiento rápido e impetuoso, aplastó la cabeza del joven contra el urinario. Saltó un arco terrible de hueso y de sesos.
Siren gritó; su voz se reflejó en las paredes inmundas de los servicios. Se llevó las dos manos a su broche en figura de gárgola, como si este pudiera cobrar vida y liberarla de aquella visión infernal.
-Una por la pasta -dijo con voz risueña el asesino, agitando la mano hacia ella para salpicarla de restos-, esa fue la chica entrometida.
Siren hizo un gesto de asco al caerle trozos minúsculos de cerebro en la mejilla y en los labios. Se los limpió frenéticamente con la mano, pero cuando la retiró la tenía limpia.
-Y dos por si hace falta... -siguió diciendo el asesino, mirando amorosamente el cuerpo que yacía desplomado a sus pies. Después, avanzó hacia Siren-. Para demostrarte mi poder.
Tocó con la punta de su bota negra la mesa inestable e hizo caer la vela al suelo. La llama vaciló y se apagó. El asesino, que reía, se disipó ante sus ojos y el mundo del sueño se difuminó hasta convertirse en una sopa de colores que caía por el desagüe del lavabo.
Síren parpadeó.
Su lavabo. En su propio cuarto de baño.
Apoyada en el lavabo, con la cabeza baja, respiró hondo, intentando tranquilizar su corazón desbocado.
-¿Por qué me pasa esto? -susurró desesperadamente en el silencio seguro y acogedor de su propia casa.
"¿Como he llegado hasta el cuarto?" Había una vela de aromaterapia encendida con una llama lurminosa sobre el lavabo. No recordaba haberla puesto allí, ni siquiera recordaba haber encendido ese condenado chisme. La llama ardía con energía, sin vacilar.
Tenía dispersa a sus pies la ropa que pensaba ponerse aquella noche. Se agachó despacio y fue recogiendo las prendas (vestido, bragas, medias) intentando quitarles las arrugas. Su mirada se detuvo en los zapatos de tacón negros, a juego con la ropa, que colgaban, torcidos, de la barra de la ducha. Los miró con curiosidad. Colgó la ropa de la puerta del baño, abrió la ducha y volvió al lavabo para mirarse al espejo. Levantó la cabeza, pasándose las manos por el pelo sudado y revuelto, y se tambaleó, horrorizada, al ver la cara que la miraba desde el espejo. Tenía manchas de sangre coagulada y fragmentos de cerebro pegados a las mejillas.
Sonó el teléfono. Dejó de sonar.Volvió a sonar. Ella corrió a cogerlo, temiendo que se le adelantara Jess en el teléfono del piso bajo.
-¿Diga? -susurró con voz temblorosa.
-Me viste. Sé que me viste. Habrá más. Mucho, mucho más... señora de mis sueños.
Siren dijo una palabrota y colgó bruscamente. El identificador de llamadas estaba abajo. Se puso encima una bata, bajó corriendo las escaleras y llegó al salón. El aparato decía: "No disponíble".
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