Muerte en el Barranco de las Brujas



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20

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SE HIZO DE NOCHE. Jess no había vuelto. Siren estaba enfadada con él. Ronald había dicho que Jess sabía que Gemma pensaba venir. Eso quería decir que Jess hablaba con su hermana, quizás con regularidad. Siren se sentía traicionada. Se quedó sentada ante la chimenea con la cabeza cansada de tanto dar vueltas a lo que podía ser verdad y a lo que no eran mas que imaginaciones suyas. Quizá se estuviera preocupando demasiado de algunas cosas. Al fin y al cabo, Gemma no era más que una persona; y, siendo realistas, el único poder que podía ejercer Gemma sobre Siren era el que Siren misma le otorgara.

Las llamas de la chimenea lamían y se deslizaban sobre los ladrillos cubiertos de hollín mientras Siren iba cerrando suavemente los ojos. No había recibido ninguna llamada telefónica extraña. Hacía dos días que no recibía minguna. Sus pensarmientos dieron vueltas hasta recaer en Tanner y en Nana Loretta. Se preguntó qué se sentiría al ser una bruja de verdad. ¿Qué podías hacer si lo eras? ¿Qué poder tenían las brujas, en realidad? Nana Loretta había dicho que ella no era Dios. ¿Quería decir aquello que era como todo el mundo? ¿Como Billy, o como Jess, o incluso como Rachel? ¿Que no tenía nada de especial? ¿Qué quería decir Tanner cuando le había dicho que lo llevaba en la sangre? Recordó la experiencia que había tenido con la tormenta, y tembló. Aire y agua. ¿Cuáles eran los demás elementos? El fuego y la tierra. ¿Qué pasaría si ella llamara al fuego? ¿Era posible fusionarse con todos los elementos? ¿Sería como aquella experiencia de la tormenta? Aquello la asustaba bastante. ¿Era posible conjurar esas cosas, o eran efectos de la propia imaginación, que nos creemos porque nos emociona creérnoslos? ¿Por qué aceptaba la gente la magia? ¿Porque habían perdido la fe en si mismos? ¿En Dios? ¿O porque creían que iban a mejorar sus vidas, ejerciendo unos poderes que tenían enterrados dentro de sí mismos desde muy antiguo, olvidados hacía mucho por el pensamiento consciente?

Ella no se había atrevido hasta entonces a pensar en profundidad en estas cosas. Un pensamiento fugaz. Un deseo nostálgico. Si pensaba mucho en ello, podía caer al abismo de la locura. Si creía en la magia, y la magia no era verdad, entonces ella no sería más que una tonta o una idiota débil e ignorante. Pero ¿por qué le ardían y le picaban las palmas de las manos cuando pensaba en la magia? ¿Y por qué había sentido aquel poder en plena tormenta? ¿Y porqué había bailado el fuego entre los troncos en la primera visita de Rachel? ¿Por qué le zumbaban los oídos como abejas enloquecidas cada vez que ella corría peligro o cada vez que algo marchaba mal? Sí, tenía que afrontarlo: era cierto. Y todo había empezado el día en que Tanner Thorn le había clavado en la mano aquel broche con figura de gárgola. Pasó los dedos por la joya; su superficie metálica le producía sensación de calor al tacto.

Se tendió boca abajo en el suelo, apoyando la mejilla en las manos. ¿Era posible conjurar el fuego? Recordó lo que había rezongado Jess la noche que se había venido a vivir con ella. Las tonterías que había dicho de que ella había llamado al fuego. La diatriba que le había dedicado sobre la historia familar de ella, sobre Izelle y su familia loca de la montaña. La familia de Siren. La sangre de Siren. Se incorporó e inclinó la cabeza hacia un lado, tocándose las orejas tal como se las había tocado Tanner la noche anterior. Lo llevaba en la sangre.

Entrecerró los ojos. Haría una prueba, pues. Un pequeño experimento sencillo para poner fin de una vez a todas aquellas tonterías.

-Ven a mí -susurró mirando al fuego, sintiendo que un escalofrío delicioso de miedo le recorría el cuello. Nada. Se sintió bastante estúpida. Las llamas saltaban y silbaban.

-Bailad para mí –dijo en voz baja. ¿Habían crecido las llams?

Quia.

Se sentó más erguida, cruzando las piernas, dirigiendo las palmas de las manos hacia la chimenea, sitniendo el calor agradable del fuego.



-Ven a mí, mi ser de fuego –ordenó; pero se detuvo. ¿A quién estaba conjurando: a un hombre o a una bestia? No tenía importancia: en todo caso lo más probable era que no diera resultado. Veamos, ¿y si se trataba de un dragón, de un dragón macho? Ella había visto en alguna parte imágenes de seres del fuego, probablemente había sido en una galería de arte de Nueva York. Sería macho. Se aclaró la garganta.

-Ser de fuego, te convoco ¡levántate! ¡Atiende a mi llamada!

Nada.

Cero.


Marcada.

En la sangre.

Se quitó el broche del suéter y miró los ojos relucientes de la gárgola. El alfiler que sujetaba el broche era largo. Y agudo.

Bueno. Si tenía que llegar lejos para demostrarse algo a sí misma, llegaría lejos. Se clavó el alfiler en la mano; sus dedos se cerraron sobre la joya con un movimiento reflejo cuando le subió el dolor por el brazo. La gárgola se puso tan caliente que estuvo a punto de soltarla. En vez de ello, se la quitó de la palma de la mano con la otra mano y tendió su palma ensangrentada hacia delante.

Hacia el fuego.

Alimentándolo.

La sangre cayó y chisporroteó sobre los troncos.

¿Ahora, qué? Intentó recordar las pocas conversaciones que había tenido con sus clientes wiccanos. Estos afirmaban que la magia se practica mejor en estado alfa. Qué tontería. El hipnotismo. El autohipnotismo. De acuerdo: entonces, haría una prueba sencilla y pensaría en un ser del fuego masculino. Ya que había llegado hasta allí, podía terminar, qué demonios. Se volvió a poner el broche en el suéter dejando caer algunas gotitas de sangre en el tejido de color rosa. Se miró la palma de la mano. Ya no le sangraba.

Siren empezó a oscilar de lado a lado, realizando una cuenta atrás, dejando que la mente le pasara del estado beta al alfa. Canturreó suavemente, llamando al fuego, con los ojos abiertos solo lo justo para mantener un contacto borroso con el calor brillante que tenía delante.

Las llamas bailaban y crepitaban.

Siren oscilaba y canturreaba.

La habitación brillaba con la luz roja.

Las sombras bailaban por las paredes.

Y entonces lo vio.

Siren le vio con asombro desplegar las alas de fuego, el cuello, mirándola a ella con expresión de burla en sus ojos ardientes. Al principio no era más grande que la palma de la de Siren, pero fue hinchando el pecho y se hacía mayor a aliento. A Siren le saltó el corazón hacia él y la sangre le corrió con fuerza y con calor por las venas. La herida de la mano se abrió, derramando entre sus dedos sangre que caía en la piedra de la chimenea en forma de gotitas calientes, que hervían. Resistiéndose al impulso de tocar a aquel ser, Siren intentó pone en contacto con él con su mente. El poder del ser la envolvía, llenándole el cuerpo de una carga eléctrica.

Siren se levantó despacio, abriendo los brazos del todo, sintiendo cómo se le acumulaba en el cuerpo la intensidad del espíritu. Era una con el fuego, pero sabía que lo temía más que a cualquier otra cosa del mundo. Siren se sintió una con las estrellas: el calor de estas le acariciaba el alma. Era una con el sol; aunque sabía que su intensidad podía abrasarla y reducirla a la nada en un abrir y cerrar de ojos. Corría energía por el alma de Siren, le llegaba por los brazos hasta la punta de los dedos. El ser iba creciendo en la chimenea, agitando las alas. Volaban cenizas y pavesas por la habitación. Siren era hija del sol, y su compañero del alma era el ser de fuego.

No lo dejó.

No quiso dejarlo.

Y, ahora, no podía dejarlo. El ser era claramente masculino, suscitó en su cuerpo un cosquilleo erótico. Siren siguió el rastro mientras este flotaba libremente sobre su cabeza, convirtiéndose de dragón en forma humana para volver de nuevo a tomar forma de dragón.

Se movieron juntos, más y más hondo, más allá del velo de la realidd.

Siren giró en círculos.

El ser giró en círculos.

Trazaron espirales, juntos, cada vez más deprisa. El aliento caliente de él le acariciaba la cara; extendió llengua para besarle la mano, recogiendo la sangre de Siren con su lengua al rojo vivo; era dragón un momento y humano al momento siguiente, y volvía a convertirse en dragón. Siren se rio, lo esquivó y siguió bailando, soltando gritos y aclamaciones movida por la fuerza del momento. La gárgola que llevaba en el suéter palpitaba sobre su pecho como si tuviera corazon propio.

Una corriente de aire frío le dio en plena cara.

Un estallido fuerte hendió el aire cuando el ser de fuego explotó, con chispas que se disiparon por todos los rincones de la habitación.

Pero no se quemó nada.

-¿Qué, demonios crees que estás haciendo?

Siren se detuvo poco a poco; jadeaba con los últimos estertores de aquellos momentos de gloria; la mano extendida le goteaba sangre. El tío Jess estaba ante ella con el pelo gris de la cabeza en punta, como si lo tuviera cargado de electricidad estática.

-¡Vaya, estás más loca que una chinche! -dijo, llevándola al sofá de un empujón-. ¡Quédate aquí sentada hasta que vuelvas en ti, niña!

El tío Jess volvió a la puerty la cerró dando un portazo; después, encendió la luz del techo. La luz fría y blanca inundó la habitación, haciendo que las sombras volvieran anresuradamente a refugiarse en sus guaridas.

-Creí que había alguien que quería matarte, y entro y te encuentro bailando y cantando con unos tambores de la selva que solo oyes tú. ¿Es que te has vuelto majareta?

Evidentemente, él no había visto al ser de fuego, solo a ella haciendo el tonto.

-Era un ejercicio para aliviar el estrés; pero me he cortado la mano –dijo, presentando la mano con la palma ensangrentada.

-¡Tú te aliviarías, pero a mí casi me ha dado un ataque al corazón! La próxima vez que pienses hacer tu no-sé-qué del estrés, avísame, para que yo no acabe en urgencias. ¡He estado punto de partirme el cuello en la escalera!

Se quitó de encima el abrigo y lo dejó en la silla que frente al sofa, bajo el ventanal.

-Eres una mujer loca -dijo, sacudiendo la cabeza-. Déjame que te vea esa mano.

Le inspeccionó la palma de la mano, después el dorso y después volvió a mirarle la palma, frotándole la sangre seca con el pulgar.

-Aquí no tienes nada. Ni un rasguño.

Siren se miró la palma de la mano con los ojos muy abiertos.

-Pero, estaba segura de que...

Jess la miró con dureza y después se dejó caer en el sillón, buscando con la mano el mando a distancia del televisor en el asiento de piel.

-Antes de que enciendas eso -le dijo ella, mirando el televisor-, tengo que decirte que se avecinan problemas.

-No es ninguna novedad -dijo él, acariciando el botón del mando a distancia.

-No, todavía no, espera -dijo Siren, levantando la mano. Se puso de pie y le quitó el mando a distancia de entre los dedos.

-¡Eh!

-Vas a escuchar lo que tengo que decirte -dijo Siren con decisión-. Hoy ha llamado Ronald, que quería hablar contigo.



El tío Jess agitó las manos y frunció los labios.

-¿Sí? -dijo ella-. Pues deja que te diga que no te lo vas a poder quitar de encima con un gesto de la mano. Va a venir verte el treinta y uno. La semana que viene.

-¡No le dejaré entrar por la puerta!

-Traerá a un abogado... y a Gernma.

-¿A Gemma? -repitió el tío Jess, cerrando los ojos.

-Has estado llamándola, ¿verdad?

-¿Y qué? Dijo que vendría al pueblo, nada más. No dijo nada de traerse a Ronald.

-Nana me ha dicho que a Ronald lo ha dejado su mujer, que ha pedido el divorcio. Conociendo a Joyce, le sacará todo lo que tiene, y en todo caso la mayor parte era de ella. A él le hará falta dinero.

-No me sorprende en absoluto. Siempre fue un hijo de perra –dijo él amargamente-. Lo que es mi dinero, no lo tendrá. ¿Hay alguna otra buen noticia que quieras contarme?

Siren negó con la cabeza.

-Bueno. Entonces, dame mi mando a distancia –dijo él extendiendo el brazo y abriendo la mano al aire.

-¿Qué vamos a hacer? -preguntó Siren, manteniendo el mando a distancia lejos de su alcance.

-No lo sabremos hasta que oigamos qué dicen –dijo él encogiéndose levemente de hombros.

Siren lo miró con incredulidad.

-¡No pensarás reunirte con ellos solo porque Gemma dice que viene! ¿Qué has estado contando a Gemma? -le preguntó, con los ojos entrecerrados con expresión de desconfianza.

Él miró de un lado a otro con ojos huidizos.

-¡Tío Jess!

-Nada que tenga importancia.

-¿Te has vuelto completamente loco? –le preguntó ella, tocándose la mano con la cabeza y levantándola al aire después-. ¿Cómo puedo convencerte de que ninguno de ellos busca tu bien? ¡Escúchame a mí! -exclamó, dándose un golpe de puño en el pecho y amenazándolo después con el mando a distancia-. Yo sé cosas de Gemma, cosas que tú no entenderías nunca. ¡Cosas malas!

-Tienes celos, nada más.

Siren bajó la cabeza y se puso a darse golpecitos en la coronilla con el mando a distancia.

-Está bien. ¡Si intentan llevarte de aquí, no esperes que se lo impida yo esta vez!

Le arrojó el mando a distancia y cruzó los brazos con firmeza sobre el pecho. ¡Maldíto víejo tonto!

Él fur saltando canales, con los labios apretados, hasta que encontró una telecomedia. A ella le repelían las telecomedias pero se quedó allí sentada, dejando que se le fuera apagando la ira entre el ambiente de las risas de fondo. Echó una mirada a las brasas de la chimenea, preguntándose dónde se habría metido el ser de fuego. Se miró la mano: no tenía ninguna herida en la palma. Puede que la magia no hubiera sido, después de todo, más que una fantasía de su imaginación, demasiado activa.

EL AGENTE DENNIS PLATT entró en el despacho de su padre. Sobre el escritorio había una placa dorada en la que decía "Charles Platt, Jefe de Policía". El padre de Dennis levantó la vista ordenador portátil; solo la pantalla del ordenador iluminaba los rasgos agudos de su cara. Cerró con tranquilidad el portátil; el aparato produjo al cerrarse un clic que resonó con fuerza en el silencio. Extendió la mano y encendió la lámpara de la mesa. Un charco de luz verde limón cubrió su sillón de piel roja y llenó de un brillo suave y pálido la superficie de caoba de la mesa. En borde del escritorio había una botella de whiskey Black Velvet y un vaso lleno hasta la mitad de licor con hielo. El hielo tintineó al irse disolviendo. La sombra larga y delgada de Dennis cortaba el suelo a su espalda.

-Siéntate, Dennis -le dijo, indicándole los sillones de piel a juego que estaban ante su escritorio.

-Prefiero quedarme de pie.

-¿Ah, sí? -respondió él, recostándose en su asiento y haciendo crujir el sillón bajo su peso. Inclinando la cabeza hacia atrás, seacarició con una mano la ligera papada que tenía bajo la barbilla, con ojos que indicaban autoridad y desprecio al mismo tiempo..

-Yo levanté la Policía Regional de Webster desde cero. He tardado años enteros en dar forma al departamento. Me quité de encima a los policías corruptos y corté las pelotas a los políticos. He traído todo el material moderno que nos hemos podido permitir, a base de ahorrar y de sacar dinero a la gente adecuada. Nuestros agentes son gente preparada, sana, y tienen toda la motivación que he podido darles.

Dennis se revolvió, inquieto. Había oído aquel discurso mil veces. Lástima que su padre no entendiera nunca que el propio Dennis era un genio.

-¿Dónde quieres ir a parar?

-Creí que podría arreglar las cosas suspendiéndote de empleo.

-Me has suspendido de empleo porque soy tu hijo. En realidad, por ser tuhijo, deberías haberme tratado meior, en vez de humillarme delante de mis compañeros. No habrías hecho eso a ningún otro.

-Tienes razón, Dennis. A cualquier otro lo habría despedido.

Dennis sintió que se le dilataban las ventanas de la nariz; después se le estrecharon, mientras el odio sordo que sentía era como una presión lenta, que le entumecía la mente entrándole a la parte delantera del cerebro cada vez que tomaba aire. Con su padre le pasaba siempre lo mismo. Nadie tenía que agutar a un padre como aquel. Aquello no era justo. Pero, un día... Bueno, tendría el puesto de su padre, y algo más.

-Eres mi único hijo. Había depositado grandes esperanzas en ti…

-Ahórrate las chorradas.

El hielo se asentó en el vaso de whisky. Charles Platt sacudió la cabeza.

-¿Qué demonios ha pasado contigo, Dennis? Eras un buen chico. Sacabas buenas notas en la escuela. Te envié a esa universidad del sur, y volviste convertido en un monstruo. Ahora comprendo perfectamente por qué se comen a sus crías algunos animales adultos.

-De modo que me estás diciendo que preferirías que me muriera.

Su padre suspiró.

-Tu conducta se ha ido deteriorando en el último año, Dennis. Me han informado más de una vez de tu insolencia al trabajar con los demás agentes, tus compañeros. Tengo la impresión de que has abusado en muchos sentidos, de la fe y de la confianza que han llegado a depositar nuestros ciudadainos en los agentes de la Policía Regional de Webster.

-¿Te ha contado algo Stouffer?

-Yo no he dicho eso. No ha sido una sola persona. Además has falsificado deliberadamente las declaraciones de varios testigos del accidente de McKay y Files.

-Es una asesina.

Charles Platt dio un puñetazo en su escritorio. El hielo saltó en el vaso.

-¡Eso no lo sabes tú! Mientras tenga las manos limpias aquí, no es problema nuestro. ¡Nuestro problema eres tú!

Dennis sintió que se le iban entrecerrando los ojos.Tenía recobrar el control de la situación.

Su padre volvió a recostarse sobre el respaldo de su sillón; extrajo una carpeta del archivador que tenía a su espalda y la arrojó sobre la mesa. Se deslizó hacía Dennis y se detuvo en equilibrio precario al llegar al borde.

-Una queja. Una declaración jurada, contra ti.

-¿De quién?

-De Nana Loretta Thorn.

Dennis se encolerizó en silencio. Su padre levantó las manos para contenerlo.

-Antes de que te enfades, te diré que fui yo quien le pidio que la presentara.

-¡Tú!

Charles abrió la carpeta.



-No es la única. Aquí hay una declaración firmada por Benita Prescott. Afirma que, mientras estabas suspendido de empleo, saliste de uniforme y atacaste premeditadamente a Tanner Thorn, agrediéndolo en la terraza de la parte trasera del bar El Atadero.

Dejó el papel y tomó otro.

-Esta es una declaración del barman.

-Fue idea de Stouffer.

-¿Ah, sí? ¿Y con qué fin?

-Intentábamos hacer salir a Ethan Files de su escondrijo.

-¿A base de agredir a un ciudadano particular?

-Se entrometió él.

-De modo que, en vez de resolver la situación con imaginación y sin violencia, intentaste saltarle los sesos en un bar.

A Dennis le latía el corazón precipitadamente. Piensa. ¡Piensa! Pero lo único que se le ocurrió decir fue:

-Supongo que Thorn habrá venido a verte también, ¿no?

-No lo hemos encontrado todavía; pero no me cabe duda de que dirá lo mismo cuando lo encontremos. También hay un asunto de amenazas falsas. Nana Loretta nos indica que el señor Thorn cree que existe una orden de detención a su nombre por conducir bajo los efectos del alcohol. Lo he comprobado. No existe tal orden de detención.

-Tiene que existir. Billy dijo...

-Deberías haberlo comprobado tú mismo. Hablaré de este asunto con el agente Stouffer dentro de un rato.

Charles Platt se puso de pie despacio. Su figura corpulenta llenaba la habitación; su sombra descomunal se cernía por encima de las ventanas que estaban a su espalda, cubiertas por cortinas.

-No es así como trabajamos en la Policía Regional de Webster. No mentimos, ni falsificamos documentos. No atacamos a gente inocente.

-¿Thorn, inocente? -dijo Dennis con desprecio-. ¿Estás de broma? Es un hombre que pegaba a su mujer. Una escoria. El tipo se caía de borracho. Como de costumbre.

Charles dio unos golpecitos sobre los papeles, frunciendo el ceño con ira.

-Lo pasado, pasado está. No tenemos ninguna prueba de que el señor Thorn hiciera nada su esposa, y eso fue hace siete años. Tú ni siquiera habías ingresado en el cuerpo en aquella época. ¡Deja de hacerte el vaquero! Y en esta ocasión no había tomado una sola gota de alcohol. Eso afirman estas declaraciones.

-¡Mentira! ¿Y crees en la palabra de ellos por encima de la mía? Yo no hacía más que mi trabajo.

Su padre lo miró con tristeza.

-Lo siento, hijo.Ya no tienes trabajo. Al menos, en la Policía Regional de Webster.

Dennis sintió que le temblaban las manos y que le ira le producía contraciones espasmódicas de los músculos de los brazos.

-¿Por qué no me despediste en la comisaría?

Charles tomó el vaso y le dio la espalda. Descorrió las cortinas y miró por la ventana de vidrio ahumado. Tomó un trago.

-Porque eres mi hijo.


SIREN SE DESPERTÓ a medianoche. Pestañeó repetidamente intentando comprender cómo era posible que no viera más que oscuridad teniendo los ojos abiertos. ¿Dónde estaba la luz del sol? Volvió la cabeza hacia su mesilla de noche nueva y miró el reloj. La hora de las brujas... en punto.

Un ruidito en la ventana del dormitorio que daba a la carretera.

Y otro.


Salió de la cama y se puso a temblar cuando se disipó rápidamente la crisálida de calor corporal que la envolvía. La luna arrojaba charcos suaves de luz desvaída en el suelo del dormitorio, y el lamento de un viento suave abrazaba los aleros del tejado. Siren entreabrió los visillos con cuidado e inspeccionó el césped de la parte delantera. En el paisaje, iluminado claramente por la luna, casi llena, no se apreciaba nada que saliera de lo común. Retrocedió de un salto cuando una china golpeó el vidrio de la ventana ante sus narices. Su aliento había empañado el vidrio frío. Otra china hizo vibrar la ventana. Siren bajó en silencio las escaleras, con los nervios de punta. Cruzó deprisa el cuarto de estar a oscuras y estuvo a punto de partirse el cuello al tropezar con las botas de trabajo de su tío, que estaban abandonadas descuidadamente junto al sillón. Se frotó el pie magullado esperando que se le pasara el dolor.

Siren se deslizó con cautela hasta el ventanal del cuarto de estar y separó los visillos.Vio una cara que le devolvía su mirada y no era su propio reflejo.

-¡Tanner! Se llevó la mano a la boca inmediatamente. Se volvió para asegurarse de que no le había oído el tío Jess, pero la casa seguía fría y en silencio como una tumba. Miró a Tanner. Este sonrió; la larga cabellera al viento como la del Señor de la Caza, del que había leído en la universidad. Casi esperó oír los ladridos de los perros y el sonido de los cuernos de caza entre los maizales agostados. La luz de la luna se reflejó en los ojos plateados de él cuando le indicó con un gesto que fuera a la puerta. Ojos de hielo. Ella asintió con la cabeza y pasó silenciosamente al zaguán.

-¿Estás loco? -le preguntó Siren cuando entró al zaguán oscuro.

-¿Siempre duermes vestida? -susurró él.

-Me gusta estar preparada para lo que sea. ¿Por qué has venido?-dijo ella con un susurro fuerte. Tanner vaciló un poco sobre sus pies, y ella temió que estuviera borracho-. ¿Sabes qué hora es?

Él ladeó la cabeza, y el pelo le cayó sobre el hombro, cubierto de piel de ciervo.

-¿La hora de verte?

-Muy gracioso. ¿Qué pasa?

-Estoy viviendo peligrosamente.

-Ya veo.

Siren miro a su espalda. No quería soportar una nueva rabieta de su tío. Esta vez podía llegar a clavar aquella horca a Tanner de verdad. La escalera seguía a oscuras y en silencio.

-¿Te apetece salir a dar un paseo en moto?

-¿A estas horas de la noche?

-Ya te lo explicaré más tarde. ¿No te quitas nunca ese broche tan feo?

Ella se llevó la mano instintivamente al broche.

-De eso quería hablarte -dijo Siren.

-Tiene los ojos de ámbar. El ámbar es la sustancia de las brujas, ¿sabes?

-El de la escalera del juzgado eras tú.

Él no respondió.

RACHEL ANDERSON miraba por la ventana oscura cle su caravana. Se había marchado otra vez, aquel bastardo inútil. La había dejado sola. Seguramente habría ido a acostarse con la camarera del Maybell. ¡De ese modo, ella estaría indefensa cuando fuera por ella Ethan Files! Corrió por el interior de la caravana,_cerrando con llave todas las puertas y todas las ventanas. Por si acaso.

Se sentó en su mecedora, cantando una y otra vez el verso de una nana. Empezaba a dolerle otra vez la cabeza.

¡Hazlo parar!

A lo mejor, él se caía por unas escaleras y se rompía la crisma, o bebía demasiado y se caía con el coche en el lago de Springs, como se había caído Jenny Thorn. O puede que cayera un cometa del cielo y lo aplastara.

Le caía saliva por la corruisura de la boca.

Se puso a cantar con más fuerza.

A lo mejor se caía muerto sin más. A lo mejor se tendía en el suelo y se quedaba muerto.

A lo mejor pasaba, si ella lo deseaba lo suficiente.

-¿DÓNDE ESTAMOS? -Preguntó Siren.

-En mi casa.

-¿El bosque es tu casa?

Él sonrió mientras apagaba el motor de la moto.

-El monte de la Cabeza de la Vieja es de mi propiedad.

-Ah.


-Ven.

-¿No necesitaremos una linterna?

-Conozco el camino -dijo él, mirando la luz de la luna en el cielo.

Siguieron una pista accidentada. Siren oyó unos crujidos entre los matorrales, a la derecha de los dos.

-Creo que nos sigue alguien -dijo.

-No, no es más que un ciervo.

Cuando salieron de entre un grupo de pinos, Siren inspiró con asombro.

-¡Vaya, qué bonito es esto!

Surgió una ráfaga de aire frío por encirna del acantilado de las Brujas, y ella retrocedió.

-Y qué peligroso... -añadió-. Además de... algo solitario –dijo mirando el cielo negro salpicado de estrellas rutilantes.

Él sonrió, atrayéndola hacia sí.

-No es tan malo cuando tienes a alguien con quien compartilo.

Ella oyó un ruido a su espalda y volvió la cabeza.

-¿Estás seguro de que estamos a solas?

-¿Por qué estás tan sobresaltada?

Siren se estremeció.

-¿Podemos refugiarnos en alguna parte para hablar? En alguna parte donde no haga tanto frío.

-Si, claro.

Él la condujo por encima de unas peñas y bajando un corto acantilado, y se detuvo ante una superficie de roca desnud.

-¿Aquí es?

-Mujer de poca fe... -dijo él, llevándola hacia la izquierda.

-¿Una cueva? -preguntó ella, mirándolo con incredulidad.

-Y no es una cueva cualquiera.

La condujo al interior. Sus pasos producían eco, y ella oía el gotear del agua. Al cabo de treinta metros, él se volvió bruscamente a la derecha.

-Espera un momento -dijo, buscando algo en la oscuridad.

Siren oyó un ruido metálico, el chasquido de una cerilla, y el mundo encantado que tenía ante ella cobró vida.

-¡Ay, Dios mío! ¡Es maravilloso!

Era cierto: ella no había visto nunca nada parecido. Era una caverna enorme, con cententares de estalactitas que se iluminaron en un arco iris de color cuando él levantó el farol de gas y lo movió. Una charca oscura reflejó trémulamente la luz a su derecha.

-Se llama, "la Visión de la Doncella" -dijo él, mirando, al agua.

-¿Le pusiste tú ese nombre?

-Ah, no -dijo Tanner riéndose . Se le llama así en la familia desde hace cientos de años. La cueva se llama la Caverna de los Velos.

-No había oído hablar de ella hasta ahora.

-Eso se debe a que es un secreto.

Ella le echó una mirada rápida, pero él sostenía el farol con el brazo extendido y su cara quedaba parcialmente oculta en la oscuridad.

-Estamos debajo del acantilado de las Brujas –dijo él, dejando el farol junto a una concavidad donde se había hecho fuego. Siren vio entonces los montones de leña y dliversos materiales de acampada.

-Vengo aquí con frecuencia -dijo él, echando algo de leña al hoyo. Señaló por encima de sus cabezas, y Siren vio una abertura oscura por la que se asomaban unas cuantas estrellas.

-Es una buena chimenea -dijo Tanner- Algunos miembros de nuestra familia creen que aquí pudo vivir una familia de indios susquehannock, pero yo no he encontrado ningún vestigio. Si te molesta la oscuridad, tengo más faroles.

-No, estoy bien -dijo ella, rodeando cuidadosamente la concavidad de la lumbre.

-Ahí hay unas trébedes para poner en la lumbre –dijo él, señalando hacia la izquierda de ella-. En ese cofre de plástico está la cafetera y otras cosas.

Ella abrió el cofre y se sorprendió al ver cuántas provisiones contenía.

-Supongo que vienes mucho por aquí.

Él asintió con la cabeza mientras unas pequeñas llamas azuladas se iban extendiendo sobre los leños de pino.

-Es mi segundo hogar.

Siren se llevó los dedos al oído. Otra vez aquella condenada sensación de zumbido. Forzó la vista para ver más allá de la lumbre. ¿Habría allí alguien escondido en la oscuridad?

-Si ves algo dorado, dímelo. He vuelto a perder mi moneda de la suerte.

SERATO se fue acercando despacio a la abertura. Creía que había perdido de vista en el bosque. Solo cuando Thorn encendió la hoguera abajo advirtió éll la luz que temblaba entre las peñas. Se puso en cuclillas, agitando la mano para despejar el humo… escuchando. La cosa no podría haber ido mejor. Cambió de postura sobre sus pantorrilllas, moviendo de cuando en cuando la cabeza para oírlos mejor. Podría tardar todo el tiempo que quisiera. Podría hacer bien el trabajo de matar. Se llevaría todas las cosas de Tanner. Las enterraría. Los dos habrían desaparecido. Igual que había desaparecido Files. Se relamió los labios mientras el corazón le palpitaba con fuerza. La mataría, sin más, y ya encontraría los números más tarde. Hmmm, él podría volver a aquel lugar cuando hubiera pasado un año o dos. Los dedos se le cerraron con fuerza sobre el mango de su cuchillo, cubierto de cuero; el filo lanzó un destello bajo la suave luz de la luna. Que se pongan cómodos. Que se entretengan en lo que tuvieran pensado hacer. Entonces atacaría él. Solo había un cabo suelto. No había sido capaz de enterarse de quién era el propietario de aquel todo terreno deportivo. Esperaría unos momentos, seguiría observándolos, y después buscaría la entrada de la cueva.

DENNIS estaba sentado ante la finca de los Platt, rabioso, pensando cien mneras diferentes de matar a su padre, dando vueltas a la moneda de oro entre los dedos. Algún día todo sería diferente. Él sería el jefe de policía. Tendría la finca de su padre... no, tendría una finca más grande. A los ciudadanos del pueblo les impresionaría su dominio sobre la delincuencia, la brillantez con protegía todo el condado. Sonó su teléfono móvil, y él se dio golpes en los bolsillos de la chaqueta hasta que lo encontró.

-¿Qué? -gritó airadamente al aparato, dejando caer la monedo al suelo del vehículo.

-La perra anda suelta.

Sonrió. Perfecto.

-Te veré dentro de cinco minutos -dijo, cerrando el aparato. Ya no necesitaba aquel jodido puesto para hacer lo que tenía que hacer. Primero haría aquello, y después se ocuparía de aquel chivato gilipollas de Stouffer. Quizá pudiera encontrárselo con Benita, ponerles algo de cocaína, una llamada anómina, y los pillarían a los dos juntos. "¡Be-ni-ta!", repitió con tono burlón. Otra puta-bruja. Jesús, el jodido pueblo estaba atestado de ellas. Levantó la vista. Su padre seguía de pie en su despacho, observándolo.

-Vete al infierno -susurró Dennis. Hizo un cambio de sentido en el centro de aquella calle tranquila y residencial y dirigió su Dodge Durango negro hacia el monte de la Cabeza de la Vieja, sintiendo cómo se deslizaba suavemente bajo el vehículo la carretera regular. Suspiró. Nadie entendía de verdad que él era un gran hombre.

-BUENA LUMBRE -dijo Siren, con las puntas de los dedos metidas en el oído. Inclinó la cabeza hacia un lado.

-¿Te pasa algo?

-Creo que tengo una ligera infección de oído. No es grande.

Se le habían puesto tensos los músculos de la espalda y de los hombros, y no se le relajaban.

Se sentaron juntos sobre un saco de dormir viejo; el aire se llenó del aroma del café que se estaba preparando. Ella estaba un poco avergonzada y ligeramente preocupada. No sabía si había sido buena idea salir de la casa sin avisar a Jess. Pero Jess dormía y ella no había querido tener más discusiones aquella noche.

-Esto me recuerda a las acampadas que hacíamos cuandá era niña, o a cuando el tío Jess me contaba sus cuentos para ir a dormir en el cuarto de estar.

Tanner se recostó, extendiendo las piernas hacia el fuego.

-¿Cuentos para ir a dormir?

-Solían ser de miedo. Como el de las brujas de la Cabeza de la Vieja.

Dejó de zumbarle el oído. Se recostó junto a él mientras se le disipaba el miedo creciente que había sentido. Seguramente no sea mas que una infección de oído.

-He oído decir que cada uno tiene su versión propia de la historia. La vida es bastante deprimente por aquí -dijo él.

-¿Estás deprimido?

-El sonrió y le cogió la mano.

-Ya no, ¿debería estarlo?

Ella se rio y apartó su mano de la de él.

-¿Cuál es tu versión de la historia? –le preguntó.

-¿Cuál? ¿La de la vida real, o la leyenda?

-Ah, no lo sé –dijo ella, pasando el dedo por la superficie suave del saco de dormir-. Hace mucho tiempo que no oigo la leyenda. Aquí hay una lumbre muy buena, en una caverna misteriosa –añadió, indicando su entorno con la mano-. Cuéntame la historia.

-¿Y si te da miedo?

-Entonces, te dejaré que me lo quites.

-¿De verdad?

-No.


-Me estás haciendo rabiar.

-Desde luego.

-Está bien –dijo él, levantando los ojos al cielo-. Toda esta zona fue colonizada por granjeros alemanes en el siglo XVIII. Los problemas no empezaron hasta que aparecieron los irlandeses, y Nana considera que todos los disturbios se debieron más a diferencias culturales que a disputas religiosas. En todo caso, los problemas surgieron casi desde el primer momento.

-Eso pasa contrantemente –observó Siren.

-Como iba diciendo, las brujas alemanas tenían, no obstante, algo muy diferente. Aquella gente procedía de la Selva Negra, en Alemania, y habían venido huyendo de las cazas de brujas.

-¿Por qué huían?

-Porque eran brujas de verdad.

-Seguidoras de la Antigua Fe -aclaró ella.

-Exactamente. Las mujeres de Cold Springs venían aquí, al barranco de las Brujas, todas las lunas llenas -dijo él, señalando hacia el techo-, para practicar sus ritos en secreto.

-¿Por qué no usaban la cueva?

-No tengo idea –dijo él, encogiéndose de hombros. Quizá no la encontraron, o quizá les gustase estar al aire libre. Hasta aquella época, a nadie le había importado verdaderamente que estuvieran aquí arriba o no.

-Cabría suponer que se andarían con cuidado teniendo en cuenta lo que habían pasado en Alemania.

-¿Quién está contando esta historia, tú o yo? –dijo Tanner frunciendo el ceño.

-Lo siento.

-Los irlandeses eran unos supersticiosos, de entrada. Cuando se enteraron de que las mujeres alemanas practicaban el arte de los sabios, aquello no les cayó bien.

-También sería una cuestión del enfrentamiento de los católicos contra los protestantes.

-También. El carácter de los alemanes agravaba el problerna. Eran muy trabajadores y tenían una situación muy acomodada para su época. Construían casas buenas y sólidas; tenían granjas grandes de clan familiar...

-¿Qué quiere decir eso?

-En las familias alemanas, las hijas mayores no abandonaban el hogar. Los padres construían una casa nueva junto a la suya y el marido iba a vivir con ellos. Al cabo del tiempo, se formaba un clan familiar numeroso, con manos más que suficientes para llevar la granja.

-Ah.


-En todo caso, los alemanes se guardaban su riqueza para ellos solos. Se negaban a vender la tierra.

-Y aquello molestaba a los irlandeses.

-Lo peor de todo era que los hombres alemanes trataban a sus mujeres en condiciones de igualdad.

-Intolerable -dijo Siren con voz soñolienta.

-Si te vas a quedar dormida, lo dejo.

-Perdona -dijo ella, abriendo mucho los ojos-. Continúa.

-A veces, las mujeres bailaban y cantaban bajo aquellos abetos por los que hemos pasado. Siempre encendían una hoguera. Algunas veces tocaban el tambor.

-¿Y dices que eran alemanes protestantes?

-En realidad, eran brujas -dijo él negando con la cabeza.

-Ah, claro.

-Otras veces no hacían más que hablar, o meditaban.Y también se celebraban las iniciaciones de los nuevos miembros.

-¿Las iniciaciones?

-Ya te lo explicaré en otra ocasión. Lo más importante de era que no estaban permitidos los hombres. El problema surgió, realmente, cuando una de las brujas se casó con un irlandés.

-Ay, ay.


-A él no le gustaba nada que ella se fuera al monte en secreto con sus amigas. Creyó que le estaba poniendo los cuernos. Sus amigos lo azuzaban, hasta que llegó a ponerse verdaderamente frenético.

-¿Y qué pasó entonces?

-Entonces se presentó en el pueblo un predicador nuevo. Baptista.

-Oh, no.


Tanner asintió con la cabeza.

- Se trabajo a los irlandeses, sobre todo a aquel marido. Los convenció a todos de que había llegado el momento de liberar del demonio a Cold Springs, y eligió el día de Samhain para asestar el golpe en nombre de Dios.

-¿El día de Samhain?

-La víspera de difuntos. Prepararon caras sonrientes con calabazas secas y máscaras pintadas con las hojas de las mazorcas de maíz. Pero la mayoría, entre ellos el marido, creían que lo úrnico que iban a hacer era dar un susto a las muejres. A ponerlas en su sitio.

-Y no fue eso lo que sucedió -dijo Siren. Un escalofrío le recorrió los brazos. Se abrazó a sí misma.

-No. Por desgracia. Verás, es que aquel predicador estaba un poco loco, pero aquello no lo sabía nadie por entonces. Dijo a los hombres que se reunieran con él en el camino, a una hora determinada, cerca de la medianoche. Lo que no sabían ellos era que él había salido horas antes a esperar a que se reunieran las mujeres. Cuando estas pusieron a una centinela en el camino, él la mató. La destripó como a un animal, y colgó su cadáver de una rama, por encima del camino.

-Tardaría algún tiempo: y, a ver si lo adivino: era la mujer del irlandés.

-Correctísimo.

-Así que cuando los hombres subieron por el camino… ay, qué espeluznante.

-El resto de la historia dice así... -dijo, y siguió hablando en voz más baja-. Avanzaron sobre las mujeres que estaban al borde del barranco como lobos que atacan a su presa... y cuando la cara de la luna se deslizó tras nubes de tormenta, cayeron sobre las mujeres... y violaron y mataron a todas las que pudieron.,Todas eran esposas y madres de familia, pero aquello apenas contaba nada para ellos en su frenesí. Arrojaron los cadáveres por el barranco, menos uno. El de la jefa. ¿Qué te pasa?

-Nada -dijo Siren, metiéndose el dedo en el oído-. A veces me zumba el oído.

Miró temerosamente por la cueva, pero no parecía que hubiera cambiado nada.

-¿Te está asustando el relato?

-No.


-Clavaron una estaca en el suelo, y mientras amanecía entre nubes, cuando ella ya no podía sufrir más, le cortaron la cabeza y tiraron el cuerpo por el barranco. Pusieron la cabeza sobre la estaca y bailaron a su alrededor. Dicen que los rayos hendían el cielo y que el suelo mismo tembló bajo sus pies. Cuando el predicador retiraba la cabeza, los ojos de esta se abrieron de repente y la boca ensangrentada empezó a moverse. Yo os maldigo -gritó-. Seréis consumidos por el fuego, y vuestras almas se extinguirán en la oscuridad de la nada.Y después pronunció sus nombres, todos y cada uno de ellos.

-¿Cómo podía hacerlo?

-¿A mí qué me preguntas? Yo no estaba delante. Los hombres se disgregaron y huyeron desesperadamente. Pero ya había comenzado la maldición de la Suma Sacerdotisa, de la matriarca del Clan. La maldición que se pronuncia al morir es la más poderosa de todas, ¿sabes?

-Pero ella ya había muerto.

-Entiéndelo como quieras. Por fin se desató la tormenta que había ocultado la luna y había cubierto de oscuridad sus actos malvados, enviando un diluvio de agua que empujó hacia el barranco a los viles asesinos. Muchos cayeron, gritando como habían gritado antes las mujeres, al resbajar por el borde del barranco. A otros les cayeron rayos. Solo unos pocos entre ellos el buen predicador, consiguieron volver al pueblo de Cold Springs, donde se creyeron a salvo. Pero al cabo de un año habían muerto todos, y el predicador había desaparecido.

-Por cortesía de los padres e hijos de las familias alemanas.

-Sin duda.

-Y por eso los católicos se establecieron más allá de la frontera del estado de Maryland.

-Puede ser –dijo Tanner, echando otro tronco al fuego-. ¿Café?

-Claro.


Tanner se levantó y tomó la cafetera con un paño.

-Ah, y se me olvidaba una cosa. El nombre de la matriarca.

-Eso no forma parte del relato. La verdad es que yo no había oído nunca una versión tan detallada.

Él se encogió de hombros.

-¿Quieres saber cómo se llamaba, o no?

-Cllaro. Bueno.

-Se llamaba McKay. Margaret Siren McKay.

Ella levantó la taza de café para que Tanner se la llenara. La mano le temblaba.

-Pretendes meterme rmiedo, nada más.

-¿No sirven para eso los cuentos para ir a dormir? –dijo él sonriendo.

-¿A cuántas mujeres mataron? –preguntó Siren.

-A veinticuatro.

-¿No fueron veinticinco?

-No -dijo él, mirándola de un modo raro-. Una se escapó.

Siren se mordió el labio.

-No me lo digas: se casó con el predicador.

-Solo por poco tiempo.

Siren miró a Tanner por encima del borde de su taza.

-Esa historia no es nada -le dijo-.Yo tengo una mejor.


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