Muerte en el Barranco de las Brujas



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- ES QUE, AHORA MISMO, solo yo sé que existe. Lo que quiero decir es que saben lo de los asesinatos, claro, pero no saben quién los está cometiendo.

Ya está, ya lo había hecho. Lo había soltado todo, había contado a Tanner sus sueños terribles, lo de las llamadas telefónicas, lo de la rosa y el mensaje en el espejo del cuarto de baño, lo del vendedor de globos y lo de que el todo terreno deportivo la había estado siguiendo. Pero no dijo nada de sus experimentos mágicos. La habría tomado por tonta.

-No puedo acudir a la policía -le dijo-. No me creerían. De hecho, con la fama que tengo, puede que intenten cargarme a mí con los asesinatos si digo algo.

-No lo sé -dijo Tanner, sacudiendo la cabeza-. Teniendo en cuenta la violencia que has descrito no es posible que crean que has sido tú.

-¿Desde cuándo eres admirador de la policía? -dijo Siren. Se echó hacia atrás y se terminó el café, y se puso a juguetear después con el asa de su taza-. Creo que Billy Stouffer puede estar implicado. Creo que me tendió una trampa.

Tanner reflexionó sobre ello.

-Billy es un pesado -dijo-, pero siempre ha sido honrado. Aquí hay algo que no cuadra.

-Tú lo conoces mejor que yo -dijo ella, encogiéndose de hombros-. Esto... perdona.

-Vaya novedad.

-Billy y yo fuimos juntos al instituto, pero nunca fuimos muy amigos.

-¿Algo más? -preguntó Tanner.

-El vendedor de globos dijo lo mismo que había oído yo en mi sueño. Unos versos estúpidos. "Uno por la pasta", y eso era chica que mató, y "Dos por si hace falta", por el chico de de los billates.

-Tres porque sí, y después, voy por ti -terminó Tanner-. Eso significa que habrá al menos dos asesinatos más.

-A no ser que hay habido alguno que no conocemos.

-¿Cuál, por ejemplo?

-¿Qué hay de Ethan Files?

-Pero con ese no has soñado.

Esto la dejó perpleja.

Él le clavó los ojos plateados en los suyos, y ella estuvo a punto de perderse en su mirada. Pensó en el ser de fuego. ¿Y si el fuego era un conducto, como una línea telefónica videncial?

En los dos sueños, el fuego le había mostrado el camino y la había conducido hasta el lugar de los hechos. Pero en el garaje de Files se había producido un incendio. Si su hipótesis era acertada ¿por qué no la había conducido el fuego hasta allí? Se guardó sus pensamientos para sí. Ya había parecido demasiado loca.

Tanner interrumplo su reflexión.

-La policía está convencida de que Files ha huido. También creen que mató a la muchacha. Encontraron en la escena del crimen rastros que relacionaban a Files con el asesinato.

-De modo que puede ue mis sueños no sean más que sueños.

-A mí me parecen pesadillas, más bien. ¿Sabes? Puede que estés captando algo de verdad, pero que tu inconsciente lo esté distorsionado de tal modo que la información aparece confusa después de haberla procesado.

-¿Han identificado ya a la muchacha?

-No corre ningún rumor al respecto por el pueblo -dijo Tanner-. El departamento de policía no ha informado de nada a los agentes del departamento de incendios... que soy yo -añadió, señalándose el pecho-. He hecho preguntas discretas, pero parece que nadie echa de menos a ningún familiar ni a ninguna amiga, o al menos no lo reconocen. Aunque estoy seguro de que muchos deserían que sus cónyuges figuraran entre los desaparecidos.

-Qué simpático eres.

-Siempre me tomaron por tal -dijo él. Clavó los ojos plateados en los de ella. Ojos de hielo. Unos ojos que le tocaban el alma misma. A Siren le dio la impresión de que podía verla por dentro hasta la punta de los dedos de los pies. Pensó de pronto en Max, y tembló.

-¿Ha pisado un faisán tu tumba?

-No; recuerdos... malos.

Se produjo un momento de silencio incómodo entre los dos.

-Gracias por el café; pero será mejor que vaya volviendo a casa. Si no estoy allí por la mañana, al tío Jess le dará un ataque al corazón.

Empezó a oírse a lo lejos un ruido apagado que fue en crescendo, como la voz de un niño pequeño que rasgaba la noche.

-¿Qué ha sido eso?

Él sonrió; la luz de la hoguera le iluminó la cicatriz que tenía en la cara y le convirtó la cara en algo maligno.

-Tranquila. No es más que un lince. Hay algunos en el monte. Si no les molestas, ellos te dejarán en paz a ti.

-¿Cómo sé yo lo que les puede molestar?

Llegó otra vez aquel sonido, más largo, más melancólico si cabe. El miedo de Siren se convirtó en un estremecimiento de emoción. Aquel grito salvaje tenía algo de erótico.

-Impresiona, ¿verdad? -preguntó él.

Ella asintió con la cabeza.

-Por eso me encanta estar aquí arriba.

-No sabía que quedara ninguno -comentó ella-. Recuerdo que mi madre contaba que los había cuando era niña, pero yo creía que las autoridades del condado habían limpiado de ellos la zona.

-Los volvieron a traer -dijo Tanner-. Por ser una especie amenazada. No se los puede tocar. También trajeron lobos, que están en el monte Sur, tan apartados que no molestan a nadie. Los trajeron cuando el parque estatali construyo el refugio para halcones peregrinos.

-Caramba, cuántos datos conoces sobre la vida local –dijo ella, sonriéndole.

SERATO, impotente, volvió a subir a lo alto de barranco, e hizo una pausa al oír el grito inhumano. ¿Qué demonios había sido aquello? Se agachó, pero no vio nada. Por ahí. Un segundo aullido. ¡Maldita sea! Esperó varios minutos, pero el sonido no se repitió

Él ya estaba de mal humor. No había podido encontrar la entrada de la cueva. Debía de estar oculta. ¡Estaba perdiendo la oportunidad perfecta! "Respira hondo. Tranquilízate." No importba: si fracasaba entonces, podría buscarla a la luz del día. Lo más agradable de su profesión era observar la mayor cantidad poosible de detalles íntimos y elegir después el momento en que debía morir su víctima, planificado en algunos casos y dictado por el azar en otros. Él ejercía el control final. Y si algunas veces el universo le cambiaba de sitio algunas cosas, que se las cambiara. Él no había dejado jamás de matar a uno solo de sus objetivos, por mucho tiempo que hubiera necesitado. Volvería allí e inspeccionaría toda la zona. Buscó la luz vacilante entre las peñas de barranco, pero había desaparecido. "¡Maldita sea!", susurró. Pero, espera un momento. Si se había apagado el fuego, aquello quería decir una de dos cosas. O que se habían acostado juntos, cosa que él dudaba teniendo en cuenta los antecedentes de ella y su conducta caprichosa con la gente, o bien se disponían a salir de la cueva. Desde luego, ella estaba pasando demasiado tiempo con el jefe de bomberos, y aquello era un problema. No importaba: a él se le podía exterminar. Se desvió a la izquierda y se deslizó por una cuestecilla. Quizá pudiera oírlos si escuchaba con atención.

-AQUí HAY ALGO Más o alguien más, o las dos cosas -dijo el teléfono móvil.

-¡Jesús! -murmuró Dennis, echando hacia atrás la cabeza y golpeándola contra el reposacabezas del asiento del coche. Cada vez que el trazaba el plan pertecto, tenía que aparecer alguien, para echarlo a rodar. Se empujó la piel de la frente hacia atrás con los dedos hasta hacerse daño, y soltó después un suspiro profundo.

-Vale. Está bien. ¿Qué ha sido ese ruido como un grito?

-Creo que era un lince. No estoy seguro, pero creo que también hay por aquí una persona.

-Entérate de quién es, y asústala para que se marche.

-¿Cómo puedo hacer eso?

-Piensa tú una manera.

-¿Y el lince?

-Que se joda el lince.

-¿Y si el otro que está por aquí es Ethan?

Dennis reflexionó un instante sobre este giro de la situación. Ethan Files había desaparecido. Se habían encontrado indicios que lo relacionaban con dos asesinatos. Ethan se había salido del plan primitivo y parecía como si tuviera un plan propio. No obstante, si se trataba de Ethan (¿y quién demonios podía ser si no?), aquello sería demasiado perfecto. Pero ¿por qué no se había puesto Ethan en contacto con él? Puede que lo siguieran demasiado de cerca.Y aquello también era bueno.

-¡Eh! ¡Dennis!

-¡Te tengo dicho que no pronuncies mi nombre por el móvil! Encárgate de él, y después haz bajar hacia aquí a los otros dos.

-No sé...

-Él ya no forma parte del plan. Tú haz lo que tengas que hacer -dijo Dennis, y desconectó.

Si no hubiera sido porque aquella Loretta Thorn le había ido con el cuento a su padre, el plan perfecto habría salido adelante, a pesar de los pequeños inconvenientes. Jodidas brujas. En aquel pueblo eran como terroristas infiltrados. Se metían en todas partes. Recogían información. Siempre estaban de por medio. El único poder que tenían lo habían ganado a base de meter las narices en lo que no les importaba. Cuando él fuera jefe de policía, los eliminaría radicalmente del pueblo.

¿Y dónde estaba esa moneda de oro? Buscó por el suelo del vehículo ante el asiento del conductor, pero sin éxito. No era posible que aquella condenada cosa hubiera desaparecido a así, sin más.

DEJÓ DE ZUMBARLE el oído. Bueno, estaba bien. Se estaba volviendo loca, toda seguridad. No cabía duda al respecto.

-Antes de que nos marchemos, quería enseñarte una cosa más –dijo Tanner, conduciéndola hacia el interior de la cueva, adentrándose más en las entrañas de la montaña.

-Te diré que esta oscuridad profunda me está poniendo nerviosa -dijo ella en voz baja. No sabía por qué hablaba entre susurros, parecía lo más oportuno en esos momentos.

-Deacuerdo. Iré por un farol de gas.

Se fue durante muchísimo tiempo, y a ella le volvió el miedo, aunque no el zumbido del oído. Y aquello que se oía ¿era una corriente de agua? Volvió la cabeza hacia un lado.

-Aquí –dijo él en la oscuridad, junto a ella.

-iAy, Dios! -susurró ella- ¡No vuelvas a asustarme de ese modo!

Él se rio, y la cueva devolvió el eco de su risa.

-Vamos. No enciendas el farol hasta que yo te lo diga.

Ella lo siguió, tropezándose, sujeta firmemente de su mano, con el farol colgado del otro brazo hasta que lo golpeó contra algo.

-Bueno si pudiésemos usar esta condenada cosa, yo no la rompería.

Un silbido de gas. Luz. Una cascada destellante. Cuando Siren fue capaz de hablar, dijo:

-Estás lleno de sorpresa. ¿Tiene esto nombre también?

-El Agua Coplera –dijo él con una sonrisa-. Escucha.

-Parece una melodía.

Tanner asintió con la cabeza.

-También es mi nombre mágico.

Ella lo miró con interés.

-Cuando naces, o cuando llegas a la pubertad, depende de la familia, te imponen un nombre especial, o puedes elegirlo tú. Yo ya no uso el mío -añadió, endureciendo el gesto.

-¿Cómo recibiste tú el nombre?

-Elegido. Al nacer.

-¿Cascada?

Tanner se rio.

-Coplero.

Ella contempló la cascada, hipnotizada por su belleza.

-¿Por qué te eligieron ese nombre?

Se volvió hacia ella y sonrió.

-Porque soy un bardo. O algo así. Escribo poesía y la recito.

Ella miró a aquel hombre rudo, de cabellos sueltos y con una cicatriz maligna en el rostro. Era dificil imaginarse que tenía un alma poética.

-No te creo.

-Es verdad.

-Entonces, recita algo.

-No, te parecería una tontería. Jenny nunca... -Se produjo un feo silencio entre los dos.

-Te reto a que lo hagas -susurró ella.

-No.

A Siren le salió de la boca sin que se diera cuenta.



-¿Por un beso, entonces?

-¿Quieres que haga una gracia para recibir un premio? -dijo él, levantando una ceja. -¿No era eso lo que hacían los antiguos copleros? Actuaban a cambio de pan, de cerveza, quizá de algunas monedas...

-Esto me huele a clase de literatura de la universidad.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho y se puso a dar golpecitos en el suelo con el pie.

-De acuerdo, está bien -dijo él, con un suspiro-. Siéntate allí -le dijo, señalando una piedra que se levantaba cosa de medio metro del suelo.

Ella se sentó en la piedra, con las rodillas juntas, con las manos en el regazo y cara de expectación. Sabía que aquello era importante. Era un paso dentro del proceso de sanación... para los dos. Ella no sabía exactamente qué era lo que había pasado entre Tanner y su esposa, pero en la psique de él había cosas profundas, negras y terribles, y tenía que liberarse de ella. Él la había escuchado a ella rmientras le hablaba de sus sueños y no se había burlado de ella en ningún momento. Aquello era lo menos que podía hacer ella a su vez. No había pensado forzarlo a que recitara las poesías, hasta que pronunció el nombre de ella. El nombre de Jenny. Y ¿qué era un beso? Era un precio pequeño, y nadie había dicho que tenía que ser un beso de pasión.

Él se aclaró la garganta, apoyado en una piedra junto a ella.

-Tiemblo a su paso -empezó a decir.

-Dale algo de sentimiento -dijo ella en son de reproche-. Si no vale nada, no te doy el premio.

-¡No puedes hacer eso!

-Puedo hacer lo que quiera.

-No me sorprende. Sabes negociar.

-Mejor que nadie.

Él bajó la cabeza y se pasó una mano por el pelo.

-Vale. Otra vez. Tiemblo a su paso. La cola de su vestido oscuro acaricia la nieve blanca y la piedra. Todo calla a su paso, ni rana ni grillo ni corazón humano se enfrentan a su viento.

Tosió.


-No puedo hacerlo si no cierras los ojos.

-Estás de broma.

-¿Quieres oírlo, o no?

-Muy bien -dijo ella, y cerró los ojos.

-Me absorbe, inspira vida en su corazón y me vuelve a espirar para que yazga bajo el suelo hasta que vuelva a salir la luz.

Hizo una pausa, mientras entraba en la caverna una ráfaga de viento que cantó contra las paredes de piedra.

-He oído el roce de sus faldas sobre las hojas de otoño en lo alto. Su paso es el heraldo del frío y de todos los misterios de la primavera. Diosa de la muerte y del renacer, estás en la encrucijada esperando mi decisión. Déjarne recoger brezo y las plantas doradas de la cosecha para ponerlas en tus brazos. Tus ojos me enseñarán entonces la dirección que lleva a la aurora. ¡Salve, Reina de las brujas! ¡Tu oscuridad es el poder de los nuevos principios!

Siren abrió los ojos y se lo encontró hincado de rodillas a sus pies, con la cabeza baja, con la luz del farol de gas bailando sobre la coronilla de su pelo castaño. La cueva estaba en silencio, salvo las respiraciones de los dos. Ella podía tomarlo como un momento profundo, o podía quitarle importancia. Él no levantó la cabeza.

Ay, Dios, ¿qué haría?

NADA. Ni el crujido de una hoja, ni un comentario entre susurros, ni siquiera un paso. ¿Dónde demomíos se podían haber metido? Serato estaba al pie del barranco. Cayó una lluvia leve de chinas por la pared rocosa. Se puso a ascender en silencio por la ladera que subía por un lado del precipicio. Percibió la silueta de un hombre pequeño que se llevaba una mano a la oreja, de pie al borde del barranco.

-No lo veo. Sea quien fuera, se debe de haber marchado.

Una pausa.

-Te digo que se ha marchado. No. No sé dónde están. Sigo buscando.

Serato se deslizó más cerca y desenvainó el cuchillo. Esperaría, si podía, a que aquel pequeño imbécil terminara su conversación.

Miró más allá del hombre. Serato vio por encima del borde del precipicio las luces vacilantes del pueblo. El lago de Cold Springs parecía una hoja de vidrio de color marfil. Se deslizaban fragmentos de niebla por el fondo del valle, con largos mechones que serpenteaban por las calles y por los callejones.

Pasó una nube por delante de la luna.

SIREN aplaudió y habló con voz ligeramente humorística.

-Fuerte e ilustre caballero, ¿me estás haciendo proposiciones amorosas, o te estás prestando a vencer a mis enemigos? ¡Piensa aprisa, pues tengo la lengua aguda y el ingenio despierto!

Él levantó la vista hacia ella, con una sonrisa traviesa en los ojos.

-¡Señora mía, sería un gran honor para mí hacer ambas cosas!

Ella soltó una risita.

-Si me hacéis una propuesta de matrimonio, todavía os falta por ganar mi corazón; pero si me ofrecéis vuestros servicios como adalid, ¡los acepto!

Él inclinó la cabeza.

-¿Sois señora de palabra?

-He oído decir -respondió ella, mirando de un lado a otro y mirando de nuevo a los ojos de él- que las brujas cumplen su palabra. ¿Cómo osáis dudar de ella? -dijo con enfado burlón. Él tomó las manos de ella entre las suyas.

-¿Luego sois bruja?

-En verdad, señor mío, con todo mi corazón.

-Apostaré que es por las orejas. Es la marca del encantamiento.

-Y un poco hada... o eso dicen.

-Entonces, ¡habéis empeñado vuestra palabra, y no buscaréis holgaros con otro!

Ella se sonrojó.

-¡A fe mía! No es tan fácil ganarse mi afecto. ¿Y mi protección?

Él cambió de ánimo, y ella se arrepintió de sus palabras. Le vino a la cabeza la historia de la muerte de su esposa.

-Hasta la muerte -dijo él con seriedad.

Las manos de Siren vacilaron entre de las suyas.

-¡Qué disparate! -dijo, y sonrió, apartando sus manos bruscamente-. ¡Hasta la muerte, a fe mía! ¿Cuántas hermosas doncellas se desmayarán por vuestro fallecinmiento, y me culparán a mí hasta el fin de mis días? Me quemarán en mi castillo, esas recias mozas. ¿Qué haré yo entonces?

Sus ojos llamativos se empanaron, distantes.

-Reuníos conmigo tras el velo, señora. Reuníos conmigo tras el velo.

Siren se estremeció. Se preguntó si también él estaba pensando en su esposa. O en sus hijos. Se le había olvidado por completo que los tenía. "Sera mejor no tocar el tema", pensó rápidamente, y buscó alguna otra cosa que pudiera decir. Se miraron el uno al otro durante un momento incómodo, él de rodillas y ella sentada en la piedra como la reina cuyo papel había representado en broma. Un viejo recuerdo amenazó con salir a la luz, pero ella se lo quitó de encima. Había surgido sin que lo llamara. Él le pedía a ella que no fuera al barranco. Intentaba impedírselo, pero ella no le hacía caso. ¿Era un recuerdo viejo, o nuevo? No era de aquí. No era de ahora. Ella era una persona corriente de Cold Springs, y quería seguir siéndolo.

Siren se aclaró la garganta.

Él no se incorporó, pero se acercó más a ella.

-Una promesa, hecha en broma o no, es una promesa y te pediré que la cumplas.

Siren sintió en su garganta las pulsaciones de su corazón. Él se acercó más. Llevaba en la ropa el olor del humo de la hoguera, que le hizo cosquillas en la nariz a ella, y le produjo otra cosa... algo... un recuerdo.

Él le puso las manos en el regazo y ella no hizo nada, con los ojos hipnotizados por los ojos sin color de él. Ella le tocó el pecho con las rodillas. Los rápidos latidos del corazón de él estaban en sincronía con los de ella. Si no fuera porque sabía que era imposible, habría creído que él era el ser de fuego, que había venido a llevársela de aquel reino terrenal. "Más bien habrá venido a quemarte y a escupirte después", pensó. Se quedó sentada, perfectamente inmóvil. Debía romper el momento. Apartar las manos. Pero no hizo ninguna de las dos cosas.

Él se incorporó ligeramente.

-Ven a mí -le susurró al oído.

Se le dilato el pecho: su cuerpo deseaba arrojarse a sus brazos. Los labios de éI le hicieron cosquillas en la oreja, y ella inclinó la cabeza, sonriendo, mientras cerraba los ojos. Volvió los labios hacia su aliento caliente y sintió que el cuerpo de él envolvía el suyo.

-Es hora de pagar -susurró él.

El grito la estremeció hasta lo más hondo de su alma.

HABíA SIDO MUY SENCILLO, y no había tenido que usar el cuchillo. Lástima. A gatas. Arrastrándose. Cuerpo a tierra. Sí, imbécil, sigue mirando por el barranco. Serato espero a que cerrara el teléfono móvil. Un empujoncito. No hizo falta más. Serato acarició el teléfono móvil. Una remuneración añadida. Bueno, él ya había matado por menos en otras ocasiones. Ahora, ¿a qué distancia estaba la persona con quien había mantenido el otro la conversación?

SIREN se quedó sentada, completamente inmóvil. Aunque esta vez era por el miedo.

-Eso no ha sido un lince.

-No.

-¿Qué ha sido?



-No tengo idea -diio Tanner, apartándose despacio de ella.

-¿Qué hacemos?

-Debemos ir a investigar, supongo -dijo, mirando atrás.

-¡No! -exclamó Siren, cogiéndolo del brazo.

-Siren, no estamos en Nueva York. No hay asesinos agazapados detrás de cada piedra.

-Eso crees tú -murmuró ella, caminando tras él-. Una cosa está clara: hay linces. En la ciudad no los tenemos.

¿QUÉ LECHES estaba esperando el otro? Dennis pulsó el botón de llamada automática de su teléfono móvil. Después de sonar varias veces sin respuesta, un mensaje electrónico dijo que la persona a la que intentaba llamar estaba fuera de alcance o que había desconectado su teléfono móvil.

Estupendo. Sencillamente estupendo.

Salió del Durango y estiró las piernas, procurando alisarse las arrugas que se le habían formado en los pantalones por haber pasado demasiado tiempo sentado. Empujó con los faldones de su anorak negro un montón de mapas, haciéndolos caer en tierra. Los recogió entre maldiciones y los volvió a arrojar al Durango. Podía ser que a Chuck le hubiera entrado miedo y se hubiera largado a su casa. Antes se estaba lamentando de tener que volver con la fea de su mujer; se quejaba de que esta llamaría al hermano de ella, a Billy, si él pasaba fuera demasiado tiempo. El matrimonio. Vaya broma. ¿Cómo se atrevía una perra fregona y piojosa a entremeterse en su plan divino?

Quizá lo hubiera encontrado Ethan Files. Eso sí que había que pensárselo. Quizá fuera él el próximo. Aquello no le gustaba, no le gustaba nada. Dennis caminó alrededor del todo terreno deportivo negro. Intentó de nuevo llamar a Chuck, pero oyó el mismo mensaje. Se volvió. Dos ojos dorados lo miraban desde los arbustos, a metro y medio de distancia.

-¡Mierda! -dijo, abriendo precipitadamente la puerta del conductor, saltando al coche y cerrando la puerta de golpe. ¿Eraa posible que saliera mal alguna cosa más? Volvió a llamar a Chuck pulsando el botón de llamada automática. Repetición de lo anterior. Dejó el móvil en el asiento de un golpe.

Sintió que le venía un ataque, y se llevó las manos a la garganta. Ahora no. ¡Ahora no podía tener un ataque de pánico! Se le paralizaron los hombros, y pasó varios segundos sumido en un vacío mental tenso y helado. No podía hacer aquello él solo. Aquí no podía. Sobre todo, después de que a Ethan le diera la locura asesina. ¿Qué hacer? Encendió los faros del Durango. El felino no se había movido. ¡Piensa!

Vale. Vale. Tenía la posibilidad de atropellarlos en la carretera. Podía esperar, acelerar y aplastarlos; pero era arriesgado, y el plan no había dado resultado antes. Además, puede que Tanner estuviera más atento y que resultara más dificil alcanzarlo esta vez. Era verdad que la moto todo terreno no estaba hecha para llevar a dos personas, pero Dennis sabía que tener en cuenta factores desconocidos era una estupidez. Era una estupidez muy grande, y él no tenía nada de estúpido. ¿Verdad? Los errores no formaban parte del plan.

SER-ATO se movía por el bosque tan sigilosamente como podía, pero le estaba costando mucho trabajo. A él que le dieran las calles de las ciudades, bares llenos de humo, un edificio abandonado o unos billares: ese era el terreno de caza que le resultaba familiar. Allí fuera, en la jodida madre naturaleza, era otra cuestión.

¡Ahí estaba! El todo terreno deportivo. ¡Sí! Había tenido una suerte increíble. El mismo desegraciado que había jugado al escondite con Siren para intentar atropellarla después. Ah, aquel estaba resultando ser un día muy bueno. Un día muy bueno.

Se acercó despacio al vehículo, ocultándose entre la maleza. El que estaba allí fuera, quien quiera que fuera, se estaba paseando por delante del coche, se había girado en redondo y se había metido corriendo en el vehículo.

La luz interior iluminó la cara de comadreja.

Vaya, que me aspen.

Si es Dennis Platt, agente de la Policía Regional de Webster.

El otro jugador.

Serato estaba demasiado lejos para alcanzarlo por sorpresa. No podría llegar sin que Dennis cerrara la puerta. Ahora encendía el motor v se movía marcha atrás.

-¿Ya te vas, tan pronto? -susurró Serato, contemplando las luces traseras del vehículo que bajaba por la ladera de la montaña-. Lástima. El juego acaba de empezar.

Se volvió pero el lince se había marchado. Avanzó, y oyó un sonido metálico bajo el refuerzo de metal de su bota.

-¿Qué es esto? -murmuró agachándose a examinar el objeto circular Lo levantó. Una moneda de oro.




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