Muerte en el Barranco de las Brujas



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SIREN DABA VUELTAS a la cuestión. ¿Qué tenía que perder? Por otra parte, ¿y si Nana era una enferma mental? ¿Estaba haciendo una tontería al ponerse en sus manos? "Ay, sé realista", pensó Siren. "¿Qué daño puede hacerte?"

-¿Qué tengo que hacer?

-Ven conmigo.

Siguieron un sendero del jardín de la parte trasera de la casa. Allí también había flores, varias figuras pequeñas de elfos y una fuente encantadora. Al final del sendero había un edificio octogonal de madera con ventanas de vidrio negro.

-Esto era un mirador -dijo Nana, abriendo la puerta con una llave que sacó del bolsillo de la rebeca-, pero hice que mis alumnos lo convirtieran en casa de rituales. Desde dentro se ve bastante bien lo que pasa fuera -dijo, dando un golpecito a uno de los vidrios-, pero nadie puede ver lo que hay dentro.

El suelo del interior estaba cubierto de moqueta negra un centro de losas planas.

-Tú quédate aquí de pie -dijo a Siren, indicándole un punto junto a la puerta-, y ven cuando te llame, pero no antes.

Había un altar bajo de piedra pegado a la pared norte. Nana se entretuvo allí varios minutos, hablando para sí, cantando a veces. Por fin, se volvió y dijo en voz baja:

-No te muevas hasta que yo te diga que avances. Tengo el deber de advertirte que te preguntaré tres veces si quieres cambiar de opinión. Cuando hayas respondido por tercera vez, nada podrá detener a los poderes del lago y de la montaña. ¿Comprendido?

Siren asintió con la cabeza. Empezaron a temblarle las rodillas, pero se mantuvo todo lo firme que pudo. Quizá aquello había sido una gran idea. Pensó seriamente en volver a salir por la puerta.

Nana encendió el incienso del altar y extinguió las llamas golpeándolas con las manos. Extendió las palmas de las manos sobre el humo que subía en espiral, mientras susurraba unas palabras que Siren no podía oír. La casa de rituales se llenó del aroma del inciencio. Después, encendió una vela roja, diciendo:

-Elemento del fuego, haz mi voluntad por mi deseo.

Sacó de un estante que estaba debajo del altar un cuchillo; la luz de la vela se reflejó en su filo.

Echó en un cuenco de agua tres pellizcos de sal, y después sumergió en el cuenco el cuchillo, diciendo:

-¡Lo que la vara es para el Dios, eso es el Cáliz para la Diosa, y juntos son uno!

Saltaron del agua unas leves chispas azules que chisporrotearon sobre el altar.

El suelo tembló levemente bajo los pies de Siren.

-Quítate los zapatos -le indicó Nana, volviéndose un momento a mirarla-. Y los calcetines.

Siren se miró los pies, confusa.

Nana volvió a mirar el altar, tomó el cuchillo y lo giró en el aire sobre el altar en el sentido de las agulas, del reloj. Brillaron sobre su cabeza fragmentos de luz dorada, como trocitos de oropel, que se movían en espiral. A Siren le pareció oír un suspiro extraño o una nota de una melodía, aunque no estaba segura de ella. Nana terminó dando tres golpecitos en el altar con el mango del cuchillo.

En la sala reinó un silencio absoluto.

Siren soltó leve suspiro.

Le pareció que el cielo se había oscurecido apreciablemente en el exterior de la casa de rituales, aunque no podía estar segura de ello, pues lo veía a través de los vidrios ahumados. La sala se llenó de sombras extrañas cuando la llama de la vela del altar vaciló de pronto, pero se estabilizó después. Siren oyó un rumor profundo a lo lejos. Respiró hondo. ¿Dónde se había metido?

Nana tomó el incienso y recorrió la sala en el sentido de las agujas del reloj, llevándolo. Hizo lo mismo después con la vela, con el cuenco de sal y, por fin, con el cuenco de agua. Cuando volvió al altar, se dirigió a Siren.

-¿Quieres seguir adelante?

Siren levantó la cabeza. ¿Debía volverse atrás? Pensó en el asesino y recordó lo que había dicho Nana de que las brujas tenían a veces una ventaja que no tenían los demás. Aunque que le iba a temblar la voz, dijo:

-Sigamos.

-Bien.

Nana encendió las ocho velas que estaban en ocho bros de pie en las ocho esquinas de la sala. Después, llevó al centro un gran caldero de metal.



-En la hoguera usamos las nueve maderas mágicas, entre ellas el roble, el fresno y el espino.

Salpicó un polvo morado sobre la madera que estaba dentro del caldero, y después, sirviéndose de una vara larga abrió una pequeña claraboya que estaba en lo más alto del tejado de rituales.

-Enciende el fuego, por favor -dijo, mirando a Siren

Siren avanzó, buscando con la vista por la sala un encendedor o unas cerillas.

-Sé que puedes hacerlo -dijo Nana con voz tranquila-. Con las manos.

–Pero...


-Hazlo.

Siren extendió las manos, imaginándose las llamas, procurando que su yo interior crease el fuego sagrado, intentando imaginarse mentalmente cómo sería el fuego. Algo le dio vueltas en el vientre, le fue subiendo por la columna vertebral, le fluyó hasta los dedos.

Las llamas le saltaron de los dedos, serpenteantes, con un silbido regular, y encendieron la leña y el polvo morado.

-¡Retrocede! -le ordenó Nana.

Siren dio un paso atrás justo a tiempo, en el instante en surgieron del caldero unas llamas de un metro.

-Vuelve al lugar junto a la puerta –le dijo Nana en voz baja.

Siren obedeció.

Nana esperó hasta que el fuego se hubo estabilizado a una altura prudente y entonces se puso de pie junto al caldero que estaba en el centro de la sala. Levantó despacio las manos, diciendo:

-Levanto la cerca del mundo entre el reino material y el reino de los Dioses. Que sirva de protección ante todos los malos espíritus y que me rodee con el ceñidor de la diosa.

Siren vio, fascinada, que la sala se nublaba aparentemente. Ya no veía con claridad a Nana Loretta. Era como si hubiera una pared invisible entre la anciana y ella.

El cielo se oscureció todavía más tras las ventanas.

Sonaron truenos sobre el valle.

Nana levantó las manos hacia el techo, con los pies separados, con los dedos abiertos, y dijo con voz fuerte y clara:

-Holda, cazadora con velo, dame fuerza y salud. Sabio Woden, padre de las runas y huésped salvaje, despierta en mí el áspid de la sabiduría. Con la vara de Gambanteinn, por la Madre Oculta y por el Dios Encapuchado, enciendo el fuego, invoco el éxtasis. Te invoco y te llamo, oh madre poderosa de todos nosotros.

Su voz resonaba por la sala.

Siren se estremeció.

-Mujer guerrera, doncella, madre, vieja... escucha ahora mi llamada. Tú que lo haces fructificar todo, por la simiente y la raíz, por el tallo y el brote, por la hoja y la flor, y por el fruto del amor. ¡Por la vida y la fuerza, Señora del Lago, te invoco para que desciendas sobre el cuerpo de tu sirviente y sacerdotisa! ¡Así sea!

Cayó un ra en el patio, tras las ventanas; los marcos brillaron como iluminados por fuegos de artificio. Una fuerte explosión hizo temblar la sala. Siren notó que se le ponían los ojos como platos.

Nana Loretta la miró fijamente.

-¿Quieres que siga?

Siren se pasó las palmas de las manos, sudorosas, por los costados.

-Si.


Nana Loretta asintió con la cabeza y cruzó los brazos sobre el pecho.

-Señor temido de la Muerte y de la Resurrección, tú que tomas la vida y la das. Señor que estás en los cielos, cuyo nombre es misterio. Da valor a mi corazón, haz que tu luz se cristalice en mi sangre llenándome de un poder incalculable. Pues no hay parte de mí que no sea de los Dioses. ¡Señor de la Montaña, desciende sobre este cuerpo, te lo ruego, yo que soy tu sacerdotisa! ¡Así sea!

La sala se llenó de una luz cegadora cuando un rayo encendió los cielos. La casita volvió a temblar hasta los cimientos. El fuego del caldero rugía y chisporroteaba. Las llamas de las velas que estaban alrededor de la sala se alargaron y se volvieron azules.

-Siren, solo puedes entrar en este círculo si vienes con amor perfecto y con confianza perfecta.

Nana se acercó a Siren y hendió con el cuchillo el tejido de la niebla que la rodeaba. Siren la pudo ver con claridad. Nana le indicó con un gesto que se adelantara y entrase en el círculo. Cuando Siren hubo entrado, Nana se volvió e hizo un movimiento inverso con el cuchillo, cerrando la abertura palpitante. Nana caminó hasta el altar, dejó el cuchillo y volvió con un frasco de óleo fragante. Ungió la frente de Siren.

-Sé limpiada y consagrada en el nombre del Señor y de la Señlora. Sé regenerada y bendita, siempre en brazos de los antiguos.

Siren volvió a respirar hondo. Aquello no era tan malo, después de todo...

Nana Loretta se volvió, con una luz extraña en los ojos. Su silueta temblaba y se difuminaba. La claraboya del techo se iluminó con un brillo blanco mientras sonaba un trueno justo encima. Cuando Siren volvió a ver con claridad, el miedo le hizo un nudo en la garganta y se atragantó.

La primera Margaret Siren McKay.

¡No podía ser!

TANNER se quedó de pie con el periódico en la mano, atónito. Ella lo había arruinado. Lo había contado todo en letras de molde, para que lo pudiera ver todo el mundo. Abrió la puerta inferior del escritorio y sacó la botella de whisky escocés. Acarició el cuello sueve de la botella, miró el líquido ámbar que se agitaba dentro. Fuego líquido.

La sirena del parque de bomberos chilló.

Jimmv corrió por el pasillo, sorteando a los asistentes a la feria que se habían refugiado de la tormenta en el parque de bomberos. Volvió al cabo de unos minutos.

-Mierda, jefe, tenemos que ir. Es gordo.

-¿No te has enterado? Yo ya no estoy en nómina aquí –dijo Tanner, mirando la botella.

-Yo no me he enterado de nada –dijo Jimmy-. Además, yo tampoco he estado nunca en nómina aquí.

Tanner levantó la vista. Sonrió.

-No te falta razón.

Tiró la botella a la papelera.

LA PRIMERA Margaret Siren McKay se rio, haciendo que a Siren le subieran escalofríos por los brazos. La mujer era tal como la había descrito Nana: alta, esbelta, como un sauce, de una belleza maligna, con los labios tan rojos que Siren se preguntó si habría estado bebiendo sangre.

Margaret caminó despacio hasta el altar; el borde de su largo vestido negro se arrastraba por la alfombra y producía un susurro temible. Después de hacer una pausa, levantó despacio el cuchillo de la piedra; el ruido metálico del choque entre los dos resonó por la sala

Siren, hipnotizada, vio que la mujer se acercaba despacio a ella; los ojos verdes le brillaban como el fuego de las hadas. Margaret dirigió la punta del cuchillo al pecho de Siren.

-No te muevas - susurró

Siren se mordió el labio.

"He hecho mal al meterme en esto."

"Escuchame bien, Siren McKay -dijo la mujer-. Todos mis hijos deben pasar dos muertes. La primera es la muerte del cuerpo: esa la conocemos todos. La segunda es la muerte de la iniciación. De estas dos, la del cuerpo es la más flacil, con mucho.

Hizo una pausa, riéndose, enseñando unos dientes de blancura repelente.

-Oh, tú que estás en el umbral entre el mundo de los hombres y los dominios terribles del monte de de la Vieja, ¿tienes valor para pasar al otro mundo?

La voz de la mujer fue sonando gradualmente con mayor fuerza cada vez, hasta que a Siren le dio la impresión de que debía de estar gritando, aunque sabía que no era así. La mujer no dio a Siren tiempo de responder: sus palabras siguieron, precipitadamente, mientras la fuerza que estaba detrás del cuchillo la amenazaba.

-Pues yo te digo que sería mejor que te arrojases sobre mi cuchillo y que perecieras, antes que hacer el intento con miedo en tu corazón. Di otra vez: ¿quieres seguir adelante?

Y entonces Siren los sintió. Estaba rodeada por completo. De elementales, de fantasmas, de espectros que llenaban el círculo. El viento gemía tras las ventanas. Dentro, pareció como si surgiese un zumbido grave de las tablas del suelo. Sus oídos se llenaron de susurros, como hojas secas. Cerró los ojos despacio

-Sí, seguiré adelante.

Margaret sonrió; aquellos dientes suyos relucieron con un brillo húmedo bajo la luz suave. Levantó el cuchillo hasta la garganta de Siren; su filo brilló a la luz de la vela.

-Los Dioses han sido testigos de tu primer juramento, pero todavía ha de venir el desafio.

Extendió el brazo hacia la ventana del norte.

-¡La cazada se vuelve cazadora!

Pareció como si un trueno partiera en dos el universo. Un instante después entró por la ventana rota un lince, que se puso al chillar y a rondar por el exterior del círculo.

-¡Recibe a la fiera dentro de ti misma, y reconoce tu poder! -gritó Margaret-. ¡Si no lo haces, morirás este mismo día, y ella devorará tu carne!

El lince volvió a chillar y lanzó un zarpazo sobre el límite del círculo que desgarró los pantalones vaqueros de Siren, le llegó a la carne de la pantorrilla y le hizo sangre. Ella vaciló un poco, pero recobró el equilibrio.

-¡Se cazadora! –exclamó Margaret-. ¡Acoge en tus brazos al animal!

El felino y el ser humano se miraron mutuamente. El tiempo se detuvo.

-Yo te daré un incentivo -dijo Margaret con suavidad-. Mira el fuego. ¡Míralo!

Siren, que desconfiaba de la fiera salvaje, apenas era capaz de apartar la mirada del animal. Por fin, arrastró la vista hacia el fuego. Una casa en llamas. Un hombre vestido de bombero, con máscara antigás. Dentro. El fuego saltando como un animal loco entre la libertad y él. Su porte, su manera de moverse... ¡Tanner! Con la cabeza baja. Retirándose. Sonaba la alarma de su equipo. Fuera. Era tiempo de salir. Atrapado. Se derrumbaba el hueco de la escalera. No tenía escapatoria. Ruido de cristales rotos. Gritos ahogados. Oscuridad.

Margaret inclinó la cabeza hacia un lado.

-Si haces lo que digo... él vive. Si no... muere.

Siren abrió los brazos y ofreció el cuello al mordisco violento.

TANNER se sentó apoyando la espalda en el muro de contención, agotado. Jimmy se dejó caer a su lado, con el casco bajo un brazo, con el abrigo de bombero, sucio yY apestoso, sobre las piernas extendidas.

-Jesús, podría pasarme durmiendo una semana. No, que sean dos semanas.

Tanner asintió con la cabeza.

-¿Sabía, jefe, que la profesión más peligrosa del mundo es la de bombero?

-¿Profesión? ¿Acaso nos pagan?

-Ya. Claro. jefe...

-¿Qué?

-Ahí hemos estado muy apurados.



-Vaya si lo sé -dijo Tanner, mirando el montón de escombros humeantes que estaba al otro lado de la calle-. El maldito rayo lo ha destrozado todo, desde luego. Se acabó la ferretería -añadió, pestañeando despacio.

-Vaya, aquí llega su amigo favorito, Billy Stouffer, y no parece contento.

-Seguramente se piensa que he invocado el rayo para qu,e cayera del cielo, solo para fastidiarlo.

Jimmy soltó una risita.

Billy se quedó de pie ante Tanner; la lluvia persistente le goteaba de los bordes de su sombrero Stetson, cubierto por un plástico.

-Ponte de pie, Thorn. Tenernos problemas.

Tanner ladeó la cabeza cansadamente.

-Es la segunda vez que oigo decir eso hoy -dijo.

-¿Quiere que le atice, jefe? -dijo Jimmy, poniéndose de pie. Tanner le indicó que se apartara con un gesto de la mano.

-¿Cuál es el problema, entonces?

-¿Tienes idea de dónde está Siren McKay? Esta mañana me pasé por su casa y ella me dijo que iba a hacer una visita. He vuelto a pasarme por allí hace tres cuartos de hora, y no ha regresado.

-¿Y a ti qué te importa eso?

-No seas gilipollas, Thorn, esto es grave.

EL FELINO GIRÓ en círculo, aulló y después saltó, bufando y clavando las garras en los brazos de Siren. Esta cayó de espaldas y se dio con la cabeza en las losas del círculo.

Silencio.

Abrió los ojos.

La ventana volvía a estar intacta. No había ni un vidrio roto, ni una gota de lluvia en la moqueta. Siren sentía como si se le fueran a saltar los ojos de la cara.

-Has superado la prueba con valor -dijo Margaret, de pie junto a ella. La mujer se inclinó y tomó la mano izquierda de Siren con su derecha. Mientras Margaret ayudaba a Siren a levantarse, le puso la mano izquierda en la base de la espalda.

-Bienvenida a casa, hermana mía -dijo. La soltó. Siren se tambaleó, pero se mantuvo de pie. Se miró los brazos. No tenía el menor rasguño en la piel.

-Ahora pon la mano en el filo del cuchillo –le ordenó Margaret.

Sostuvo el cuchillo entre las dos, con el filo en horizontal. Siren puso sobre el filo su mano temblorosa. Margaret cubrió la de Siren con la suya.

-¿Juras por el vientre de tu madre v por todo lo que tienes como sagrado que respetarás y honrarás a los Dioses?

-Si.

-¿Que aspirarás a servir a los Dioses y a aprender el Arte de los Sabios?



-Si.

-¿Que no te serviras de los conocimientos que adquieras por esta iniciación para hacer daño a tu gente?

-Si.

-Vuelve la mano, por favor.



Siren hizo lo que le habían dicho. Margaret sacudió el cuchillo sobre la palma de la mano d eSiren con un gesto de la muñeca. Las líneas naturales de la palma de Siren se fundieron y se agitaron, hasta convertirse en una media luna y siete estrellas.

-Los Dioses han sido testigos de tu juramento. Ya no te puedes volver atrás, ni en esta vida ni en las venideras. Así sea.

Siren no dijo nada.

-Arrodíllate, Margaret Siren McKay.

Siren se dejó caer de rodillas al suelo. Margaret se arrodilló junto a ella y puso una mano sobre la cabeza de Siren otra en sus pies.

-De la mano que tengo en tu cabeza a la mano que tengo en tus pies, envio con mi voluntad a tu cuerpo todo el poder de nuestro linaje. Convoco al renacer del lago y a la fuerza de la montaña para que llenen tus huesos. Mezclo con tu sangre el poder de tus antepasados. ¡Está hecho!

Siren sintió que recorría su cuerpo una oleada tremenda de poder. Le temblaron los miembros; respiraba con jadeos rápidos y acelerados. Le parecía que el suelo daba vueltas.

Una sacudida.

La primera Margaret McKay se puso de pie y ayudó a Siren a levantarse.

-Bien necno. Ahora debemos terminar lo que empezó.

Entró en el cuerpo de Siren, literalmente, mientras caía por la claraboya un rayo que dio a Siren en la cabeza. Siren sintió que el cuerpo, tembloroso, se le ponía de puntillas, y sintió también un calor eléctrico, al rojo vivo, que le ardía por las venas y le explotaba en la base del cuello.

Eran una.

Siren puso los ojos en blanco. Fragmentos de estrellas destacaban sobre la oscuridad que se agitaba tras sus parpados. El pelo se le puso de punta desde la raíz, tirándole de todas partes a la vez. La cremallera de sus vaqueros se fundió y le quemó el vientre. La lengua se le hinchó; la saliva le hervía en la boca. Convencida de que había terminado la última esencia de su vida, pensó en Tanner.

-No importa. Hice lo que debía -susurró.Y se derrumbó.


24

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SIREN SE DESPERTÓ tendida boca abajo en el barro mientras la lluvia le azotaba el cuerpo. Levantó la cabeza despacio; el pelo le colgaba sobre la cara en forma de tiras llenas de barro. ¿Dónde demonios estaba? Lo último que recordaba era que había estado en la casa de rituales. Le daba vueltas la cabeza. Había algo de la primera Margaret McKay. Una iiniciación. Su iniciación. ¿Por qué estaba todo tan confuso? Se palpó la cabeza. No tenía chichones; solo estaba... mareada.Tenía un sabor horrible en la boca y le ardían las sienes. Drogada. ¡La habían drogado!

Levantó el tronco de su cuerpo, pero las piernas, heladas e inmóviles, se negaban a moverse. Se miró la mano izquierda. Tardó un momento en enfocar los dedos con la vista. Tenía los dedos cerrados sobre el broche en figura de gárgola, que tenía roto el cierre y del que colgaba el alfiler largo y recto. Levantó la vista hacia los bancos de madera empapados por la lluvia, ordenó a sus ojos que funcionaran. Volvió la vista hacia las dianas destrozadas, empapadas por la lluvia, sobre un fondo de tableros de madera. ¡El campo de tiro!

Le zumbó el oído.

Él salió de entre la tormenta y llegó hasta ella, un demonio vestido con un largo anorak negro que llevaba un pasamontañas de esquí negro. Los faldones del anorak azotaban y se agitaban al viento; el tejido húmedo brillaba en la media luz.

-¡Muere, perra repugnante! -susurró, soltando una patada que dio a Siren en el vientre. La fuerza del golpe la hizo caer; el lado derecho de su cara cayó entre el barro y el broche le salió disparado de la mano. Esperaba que se le saldrían las tripas por la boca en cualquier momento. Soltó un quejido.

Él se inclinó para acercar su cara a la de ella.

-Debes guardar silencio. El ruido no encaja en el plan.

Se movió alrededor de ella, golpeándola en la cabezacon un objeto grande y pesado. El arma le cayó junto a la sien, salpicándola de barro y de agua. Ella vio paralizada, la esquina a de una Biblia de tapas duras. En la Biblia había sangre, la suya. Leyó a través de una neblina roja confusa el nombre que grabado en letras de oro en la cubierta del libro: Ethan Files.

Parecía como si la lluvia cayera del cielo en chorros cortantes; gotas gruesas y enormes de agua helada le azotaban la cara. El broche de gárgola brillaba en el barro.

-Es hora de pagar –dijo él, levantando el pie para pisarle el vientre. Ella le cogió el talón de la bota con manos resbalosas y le hizo perder el equilibrio. Cayó aparatosamente; la pierna se le enganchó en uno de los bancos de madera, se le rasgaron los pantalones y le quedó al descubierto la carne cremosa de su pantorrilla delgada.

Siren intentó ponerse de pie, moviéndose hacia atrás, pero el otro tuvo tiempo de extender la mano y agarrarle un pie. Ella volvió sobre sí misma y le pisó la pierna lesionada. Él la soltó, aullando, pero ella volvió a resbalar y cayó con la cara demasiado cerca de él. Él le cogió un puñado de pelo, intentando enredárselo entre los dedos delgados, y le dio un tirón. Ella bajó la cabeza, perdió el equilibrio, cayó, dando de cara en el suelo y llenándose la boca de gravilla y de fragmentos de hojas. Gritó, escupiendo los restos que tenía en la boca.

Entonces lo vio brillar a unos cinco centímetros de su mano. El broche de gárgola, cuya cabeza sobresalía en el mar de barro. Él bajó la cara hacia la de ella.

-¡Este no es (jadeo) el plan (jadeo)!

-¡Y este tampoco! -gritó ella, agarrando el broche y clavándole el alfiler en la mejilla, a través del pasamontañas negro. Él aulló y retrocedió, tropezando.

Oyó mentalmente la voz de Nana: "A veces tenemos una ventaja". Se le iba aliviando el dolor. Se incorporó hasta quedar agachada, sin considerarse todavía capaz de ponerse de pie. Tenía palpitaciones dolorosas en la mano derecha. Bajó la vista para ver las líneas de su mano: la luna y las siete estrellas.

Se levantó despació hasta quedar de pie mientras la figura de negro se arrancba de la car el broche.

-Diosa Oscura que vas en un caballo negro –susurró Siren, irguiendo los hombros y tendiendo la palma de la mano hacia él-, préstame tu ayuda. ¡Cabalga, gran Reina, hasta la furia del Infierno, para salvar a tu hija!

El otro se abalanzó sobre ella, pero ella fue más rápida y le dio en la ingle; cuando se dobló sobre sí mismo, le golpeó en la cara con las dos manos unidas en un solo puño, obligándole a vacilar y caer. A su alrededor giraba el sonido de cascos de caballo que se aproximaban sobre el terreno húmedo.

-¡Diosa Oscura que vas en un caballo negro! –gritó ella-. ¡Despierta el elemento del agua! ¡Rodéame con tu manto de protección, pon de rodillas a este demonio!

La lluvia se convirtió en bolitas de granizo y después en pedrisco que golpeaba el suelo, que resonaba con estrépito sobre los bancos, e caía por el aire silbando y girando sobre sí mismo. Su atacante soltaba quejidos mientras las esferas grises, rugosas, le golpeaban el cuerpo sin descanso. A Siren le rugían en los oídos los latidos de su propio corazón asustado, mientras veía aquello refugiada en una niebla que se había formado a su alrededor. No la tocó una sola bola de granizo.

-¡Perra! -chilló él, poniéndose de pie trabajosamente, con el abrigo negro hecho trizas, con trozos de tela que se agitaban viento, rmientras le manaba sangre de los brazos delgados. Le caía la sangre por el cuello blanco. Se abalanzó sobre ella, y ella le recibió con un rodillazo. Él cayó pesadamente. Dejó de granizar. Los rayos del sol iluminaron el campo de tiro. La niebla que rodeaba a Siren desapareció como un globo que explota.

-¡Siren!

Tanner llegó corriendo tras ella, la sujetó por la cintura y la hizo retroceder en el momento en que ella intentaba dar una patada en los dientes a aquel hijo de perra, cubierto por el pasamontañas.

Ella sin aliento y llena de dolor, habló trabajosamente.

-¡Buen protector de damas estás hecho túl

Billy, que estaba tras él, cogió al asaltante de la manga de su anorak destrozado y tiró de él hacia arriba. Siren oyó el rasgar del tejido. La Glock cayó al barro.

-Ay, mierda -dijo Siren.

Tanner se volvió y empujó a Siren hacia atrás, comprobando que respiraba como es debido, según supuso ella. Cuando quedó convencido de ello, Tanner gruñó, con un brillo rnortal en ojos bajo la sombra de su sombrero de cazador.

-¡Desgraciado hijo de puta! -dijo con furia, volviéndose y cogiendo del cuello al que había atacado a Siren. Tanner quitó el pasamontañas de esquí de la cara del fantasma con un solo movimiento brusco.

-¡Cielo santo...! -dijo Siren.

-Ay, Dios -murmuró Billy, sujetando a Dennis Platt, que se debatía-. ¿Qué demonios pretendías hacer? -le dijo con rugido.

-¡Soltadme! ¡Habéis estropeado el plan! -gritó Dennis.

Tanner le dio un golpe en la cara.

-¡Basta! -gritó Billy, apartando a Dennis para evitar que recibiera otro golpe.

-Gracias a Dios que habéis venido -farfulló Dennis-. Estaba a punto de detenerla.

-¿Qué te he hecho yo? -dijo ella, sin aliento.

-Tú lo sabes -dijo él, lamiéndose la sangre del labio cortado. Le manaba sangre de la herida que le había hecho la aguja en la mejilla-. Déjate de cuentos, tú te acuerdas de mí.

-No. No me acuerdo de ti -dijo Siren. Le zumbó el oído.

Él se rio con una risa aguda, como de pájaro.

-Díselo a ellos. Diles que eras una prostituta en Nueva York. Vamos. ¡Apuesto a que ninguno de los dos lo sabe! Yo lo sé. Lo sé porque estuve en una fiesta de Halloween en Nueva York, hace cuatro años. Todas esas perras Nueva Era no eran más que rameras de lujo que también hacían un poco de brujería. ¡Te recuerdo!

Todos los ojos se volvieron hacia Siren.

Tres pares de Ojos clavados en los de ella.

Billy silbó. Dennis soltó una risita. Tanner dejo caer los hombros mientras cerraba los ojos.

Siren tragó saliva con fuerza.

-Yo no era prostituta. Ellas... ellas eran amigas mías, ¡y, desde luego, no tengo por qué dar explicaciones a un tipo como tú! –dijo a Dennis-. La verdad es que ahora me acuerdo de ti. Estabas comprando drogas a Max.

-La mujer era una patrona de burdel -dijo Billy. Siren perecibió en su voz un deje de admiración perversa.

Dennis intentó zafarse de las manos de Billy, pero este lo sujetó con fuerza.

-Lo sabías desde el primer momento, so mierda -dijo a Dennis-, y no me lo dijiste.

-Si no te lo dije, fue porque sabía que te pondría caliente -dijo Dennis con desprecio.

-Yo no era su patrona –dijo Siren-. Compraste una partida importante de droga a Max en la habitación del fondo –dijo, señalando a Dennis-. Lo sé porque entré allí cuando estabais cerrando el trato. Entonces fue cuando me di cuenta en qué estaba metido Max.

-Estaba camuflado –dijo Dennis con voz ronca, claramente dolorido.

-Ni siquiera eras policía por entonces -dijo Siren sin más. Le bajaba la adrenalina, y empezó a temblar-. Estabas en la universidad. No me extraña que no te reconociera al principio.

Tanner la rodeó con el brazo.

-Sabías lo de las prostitutas -dijo Dennis en son de desafío.

Siren dio un pisotón en el suelo. El barro y el agua le salpicaron los tobillos helados.

-¡Claro que lo sabía, eran amigas mías!

-Intentó matarme porque no quería que yo hablara de su pasado. ¡Quiero que la detengan! -exclamó Dennis-. ¡Mirad cómo tengo la ropa! La sangre que tengo en los brazos y en la cara. Es una especie de diablesa. Hizo caer granizo con un conjuro. ¡Vosotros lo habéis visto!

-Lo siento mucho, compañero, o, mejor dicho, ex compañero -dijo Billy, riéndose-, pero aquí no hay granizo en minguna parte.

Dennis recorrió con la vista el campo de tiro. La piel se le puso apreciablemente más pálida.

Tanner miró a Siren con expresión inescrutable.

-Creo que Dennis está delirando. ¿No crees tú que está delirando, Billy?

Los dos hombres se miraron mutuamente largo rato. A Siren le latía desmayadamente el corazón en el pecho.

-Sí. Está delirando, desde luego. ¿Qué vamos a hacer con él? -preguntó Billy.

-Podemos pegarle hasta dejarlo sin sentido -propuso Tanner.

-Sí. Pero es mucho menos de lo que se merece -dijo Billy.

-Bien -respondió Tanner-. Podemos atarlo a la parte trasera de tu coche patrulla y llevarlo a rastras unos cien metros -respondió Tanner.

-No, me ensuciaría el vehículo.

-¡Por qué no le hiciste caso a ella! -dijo Dennis a Siren, amenazándola con el puño-. ¡Ha agredido a tu abuela! -añadió, dirigiéndose a Tanner.

Siren bajó la cabeza. Lo último que recordaba era la escena en la casa de rituales. ¿Cómo había llegado ella hasta aquí?

-¡Ay, Dios! -dijo Siren-. ¡Nana Loretta!

LA ENCONTRARON en el porche trasero, inconsciente.

-¿Cómo habrá ido a parar allí? -pensó Tanner en voz alta mientras los sanitarios introducían el pequeño cuerpo de Nana en la ambulancia. Parecía como si toda la montaña estuviera iluminada por las luces giratorias rojas y azules.

Siren, abrigada con una manta de los servicios de emergencia, estaba mojada, tenía frío y estaba dolorida hasta los huesos. ¿Cómo había conocido la fórmula para llamar a la Madre Oscura y para cambiar el tiempo meteorológico? Había sido casi como si... bueno, casi como si lo hubiera recordado.

-Por lo menos, sigue viva -dijo Billy, muy serio, rmirando con ojos amenazadores la silueta de Dennis, que se revolvía en el asiento trasero del coche patrulla-. Hijo de perra. Deberíamos haberle partido el cuello sin más en el campo de tiro.

Siren inclinó la cabeza. En esos momentos no era capaz de soportar un interrogatorio. Algunos fragmentos de su memoria se ordenaban como las piezas de un rompecabezas, pero todavía faltaban piezas. Sabía que no debía hablar de la casa de rituales ni de la iniciación. Si la prensa se enteraba de lo que había dentro de esa casita, los periódicos buscarían la ruina a Tanner. Además, Dennis no la había atacado ahí dentro, había esperado hasta el momento en que Siren metía en el maletero de su coche la maleta de la tía Jayne. Nana Loretta debió de verlo, y seguramente salió por la puerta trasera esperando sorprenderlo. ¿Qué había esperado hacer una mujer de ochenta años contra un joven entrenado en defensa personal?

¿Y por qué no había llamado a la policía, ni había aplicado su magia?

A no ser que él la hubiera alcanzado antes, sin darle tiempo de enterarse de lo que pasaba.

-Deberías ir tú también al hospital -dijo Tanner, intentando llevarla hacia la ambulancia. Ella se lo quitó de encima.

-Estoy bien; pero seguramente me dará una pulmonía si no me quito esta ropa.

Billy abrió la puerta del coche patrulla.

-Voy a llevar a la cormísaría a este gilipollas. Esto acarreará montones de papeleos, ya lo sabes. ¿La llevas a su casa?

-No quiero tener que enfrentarme con Jess -dijo ella en voz baja-. Todavía no.

Tanner asintió con la cabeza.

-La llevaré a mi casa, y después me pasaré por el hospital.

Billy miró a Dennis, en el interior del coche.

-Esto no le va a gustar nada a tu papi -le dijo.

-¡Has estropeado mi plan, mi plan divino! -gritó Dennis desde el interior del coche patrulla-. ¡Atacaste a la anciana, y después viniste por mí! ¡Yo solo quería defenderme! Ya te pillaré. ¡Estaré libre dentro de pocas horas, ya lo verás!

-Imbécil -murmuró Billy. Subió al vehículo y cerró la puerta de un portazo.

Siren se ciñó la manta al cuello; su aliento llenaba el aire de gotas de vapor. Abrió mucho los ojos.

-¡El broche,Tanner! ¡He perdido el broche!


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