Muerte en el Barranco de las Brujas



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RACHEL ANDERSON esperaba a Chuck a oscuras. Oscilando. Cantando. Todos la creían inferior, que solo servía para que la pisaran y para que la tiraran a la basura. Angela se aprovechaba de ella, Chuck se aprovechaba de ella, sus hijos se aprovechaban de ella... todos. ¿Cómo era aquella palabra? Ah, sí. Explotación. ¡La estaban explotando! Rachel oscilaba. Cantaba.

Las pesadillas. Ay, Dios, las pesadillas.

Sentía que le iba surgiendo aquel dolor familiar en la base del cráneo. Le empezaba el dolor de cabeza. ¡Cómo odiaba aquellos dolores de cabeza! Tocó la colcha que tenía sobre las rodillas. La gente solo le decía lo mínimo indispensable; como aquel mismo día, cuando había llamado Angela para decir a Rachel que ya no tenía acceso a los informes económicos del condado. Rachel sabía lo que hacían. Todos conspiraban para quitársela de en medio. Era lista: Ethan no podría alcanzarla. Se quedaba en casa, en la caravana. A salvo. Después, Chuck había hecho que Angela, que Siren y que Heather, su compañera de trabajo, dijesen mentiras acerca de ella. Intentaban volverla loca. Meterla en algún manicomio, para que Chuck quedara libre para acostarse con todas, las sucias putas.

Se frotó la nuca.

Solo le contaban lo mínimo indispendable.

Explotada.

Siren McKay no le había enviado siquiera una nota de agradecimiento por aquella colcha. Siempre se enviaba una nota de agradecimiento. No bastaba con dar las gracias de palabra. Tenía que ser por escrito. Sobre el papel. Una cosa que se puediera tocar con la mano. Los pensamientos no se podían tocar con la mano. No, no se podía. Siren no le había enviado la nota porque se acostaba con Chuck. Se pensaría que se había ganado la colcha. Se reiría de la tonta de la esposa que estaba en casa. Sola. Nada de enviarle una nota. Para que se entere.

Ninguno era leal, ni uno solo.

Todos querían hacerle daño.

Bueno, pues ella no podía consentirlo, ¿verdad?

CHUCK ANDERSON estaba sentado en la barra, tragándose otra cerveza. Estaba francamente preocupado por Rachel. Esta no secomportaba como debía comportarse una buena esposa. Daba vueltas por la caravana. No cuidaba de los niños. Había pedido tantos días de baja por enfermedad en su trabajo que era seguro que la despedirían. ¿ Y que harían entonces? La nómina de ella le servía a él para beber y para jugar al póquer, y quizá para comprar algo de hierba cuando ella hacía horas extraordinarias... o repuestos para su furgoneta. Pero ahora la perra no servía de nada. ¡Ni siquiera cocinaba! La otra noche, buscando algo más de dinero, le había encontrado un cuchillo de pelar fruta en el bolsillo de la gabardina. ¿Para qué llevaría un cuchillo de pelar fruta?

Más valía que le diera otra paliza. Que se enterara de mandaba allí.

Aclararle las ideas.

Eso es.

Qué locura. Sabía que Dennis no se había matado él solo. Había sido ese condenado de Ethan. Ethan se lo había llevado de la faz de la tierra, sin más.



Le tembló la mano y parte de la cerveza se le derramó sobre la sudadera roja desteñida. Ethan se había convertido en una especie de máquina de matar extraña. Como un tiburón: sin inteligencia, solo con instintos asesinos. Pero, no: sí que debía de tener inteligencia, porque nadie podía encontrarlo, y si había matdo a Dennis, iría después por Chuck.

Y Chuck sabía muy bien por qué.

Había echado de la carretera a propósito a esa tal Jennifer Thorn. Él no había pensado que moriría, pero sí que murió. Perra estúpida.

Ethan seguía cumpliendo el plan divino.

Bueno, pues Chuck estaría preparado para recibirlo.

Pero primero, tenía nue ocuparse de Rachel.

Dejarle las cosas bien claras.

Jugueteó con el vaso de cerveza vacío. Lo que él necesitaba era una mujer que lo valorara. Que se ocupase de todas sus necesidades. Una mujer como... sí. Se dirigió al teléfono público, tambaleándose, y esperó con impaciencia a que ella atendiera la llamada.

SIREN Y TANNER estaban sentados juntos en el asiento delantero la furgoneta de él, un vehículo blanco inmenso de cuatro puertas con ventanillas oscuras. Ahora que él había recuperado su buena reputación, al menos en parte, podía conducir su vehículo como cualquier ciudadano honrado. La casa de Siren estaba a oscuras. El tío Jess debía que haberse acostdo.

-Ha sido raro lo de esta noche, que vieras a Jenny. Me gustaría poder volver atrás en el tiempo para arreglar las cosas.

-Es hora de seguir adelante -respondió Siren en voz baja.

-Pero Jenny murió así por culpa mía –dijo él.

-¿Es que no lo entiendes? –le preguntó Siren-. Teníais una vieja disputa, una disputa como la que tienen muchas parejas cuyos miembros se han educado en religiones diferentes. No se trata de una cosa que solo hayáis vivido Jenny y tú. Más de un matrimonio se ha desintegrado porque uno de sus miembros, o los dos, creían que tenían que controlar al otro. A veces es por cuestión de dinero, o de sexo, pero ha habido muchos divorcios que se han debido a las diferencias religiosas.

-Pero Jenny murió.

-Es verdad. Pero no la mataste tú. La mató un conductor borracho.

Él suspiró, apretándola con fuerza.

-Billy y yo éramos amigos íntimos en cierta época, ¿sabes? –dijo Tanner, dirigiendo la vista a lo lejos observando el aire.

-¿Cuándo te enteraste?

-Fue por una serie de cosas, supongo. Ahora no tiene importancia.

Siren puso su mano sobre la de él.

-La gente es humana.

-La gente es cruel.

Siren no respondió.

Él bajó la cabeza, y Siren pensó que podía echarse a llorar. Esperó con paciencia, sin querer agobiarlo. Lo más probable fuera que él no hubiera dicho nada a nadie de todo aquel lío. Era dificil abrirse. Ella lo sabía por experiencia.

Tanner cogió la mano de Siren y se inclinó hacia delante.

-Hacía mucho tiempo que no me sentía tan bien co ahora, pero tengo miedo de perderte como perdí a Jenny.

-Yo no soy Jenny.

La abrazó con fuerza.

-Me atraes mucho, pero tengo que serte sincero. Una parte de mí no quiere complicarse contigo. Es como si yo fuera dos personas, una a favor y la otra en contra.

Apoyó los labios en el pelo de ella.

-Pero parece que no soy capaz de detenerme a mí mismo. Siempre que estás delante, es como si en el mundo no sucediera nada más que tú. No puedo pensar como es debido. Me paso el día pensando qué estarás haciendo. Nunca había caído de esta manera por nadie... y no sé si me gusta. Pero lo que más me asusta... es que me haces creer en la magia, con solo ser como eres.

-No sé qué decir -dijo ella, bajando la vista.

Él le pasó un dedo fresco por la cara, y después se inclinó hacia ella, levantándole la barbilla, con una pasión inconfundible en los ojos. Cuando la tomó de los hombros, la mano de ella cayó entre los dos. Siren sintió el vello suave del pecho de él, que tenía la camisa abierta despreocupadamente. Sin pensarlo, Siren le metió la mano en la camisa y le acarició la tetilla. Se le erizó, y él la atrajo más hacia sí, sumergiéndole la cabeza en un beso apasionado. Siren sintió en aquel momento una electricidad que no se podía comparar con nada que hubiera sentido en su vida. Se estremeció, tocando delicadamente la lengua de él con la suya. Él movía las caderas sinuosamente. Siren bajó la mano hasta el regazo de él, haciendo subir lenguas de fuego por las venas de ella.

SIREN SE DESPERTÓ con los ojos irritados y con mal sabor de boca. Se duchó. Miró por la ventana de su dormitorio y vio un sedán negro que bajaba despacio por la carretera, con ventanillas que ocultaban de las miradas, del mundo exterior a los ocupantes del vehículo. El cielo estaba gris pizarra y frío; las nubes pesadas, que se desplazaban velozmente, ocultaban el sol.

Cuando entró en la cocina, el tío Jess la miró de reojo y dijo:

-Empezaba a creer que vivía con un fantasma. ¿Aún resides aquí?

Jess, con los brazos en jarras y las manos apoyadas en los vaqueros con peto, dijo:

-¿Sabes que casi pasan de las diez de la mañana?

-¿Por qué lo dices? -preguntó Siren, mareada.

-He encontrado esto delante de la puerta -dijo él, arrojándole un sobre color crema-. Parece que son fotos o algo así.

Ella dio la vuelta al sobre. No llevaba nada escrito por ninguno de los dos lados. Despegó la solapa y extrajo su contenido. Jess tenía razón: eran fotograflas.

Él miró por encima del hombro de ella.

-¡Oye! ¡Si soy yo!

En efecto, una foto de Jess ahuyentando a los periodistas con horca. Siren hojeó las fotos brillantes en blanco y negro. Había varias de ella, en la ventana de su dormitorio, tomadas con objetivo.

-¿Quién crees que las habrá enviado? -preguntó Jess.

-No lo sé -dijo ella despacio, volviendo cada una de las fotos, buscando algún tipo de señal. Nada.

Siren abrió el sobre y lo sacudió. Un pedazo de papel cayó revoloteando sobre la mesa de la cocina. El tío Jess lo atrapó con su mataza y lo volvio de atras adelante y giró después sobre sí mismo para poder leerlo.

-“Todo el mundo tiene su secreto feo" -leyó-. ¿Qué monios se supone que quiere decir eso?

El pecho de Siren no se avenía a la idea de respirar. Se quedó sentada, completamente inmóvil. Su asesino de los sueños. Quería que ella se enterara sin el menor vestigio de duda de que era real. ¿O sería Billy, que intentaba asustarla? ¿Por qué iba a hacer él tal cosa? ¿Era, en efecto, así de canalla?

-¿Y bien? -le preguntó Jess, mirándola de un modo raro.

-No tengo idea de qué significa esto -dijo ella, volviendo a guardar las fotos en el sobre-. Puede ser una broma, una tomadura de pelo.

Él sacudió la cabeza, rascándose la barba.

-Una broma tonta, si quieres que te diga mi opinión. Desde luego que atraes a la gente más rara, nena. A mí me parece una amenaza. ¿Hay algo que no me hayas contado?

En aquel momento, ella consideró seriamente la posibilidad de contárselo todo, de dejar que le cayeran de la lengua y salieran al aire cálido de la cocina sus sentimientos y lo que sabía de los hechos; pero se quedó en silencio, como si el esfuerzo fuera excesivo. Él la tomaría por loca. Peor todavía: creería que ella era, verdaderamente, una persona mala, y no estaría descaminado. Al fin y al cabo, ella era una asesina.

-Tengo ahí atrás una cosa por tu cumpleaños -dijo él-, mientras se le iluminaba la cara envejecida.

-¿Por mi cumpleaños?

Casi se le había olvidado. En efecto, faltaban pocos días para el 31 de octubre. El día en que Gemma y Ronald debían hacerles una visita.

SERATO se acarició la barbilla. Ella ya debía de tener las fotos. Había visto al viejo recoger el sobre del porche delantero. Preferiría que viviera sola, así no intervendría tanto el viejo. Tampoco es que le importase mucho lo uno o lo otro, no era más que un hilo más en la red. Además, él había sido un chico muy aplicado. La información era un arma maravillosa, si se sabía dónde busarla. Tenía un paquete muy especial para Jess Ackerman, aunque no se lo entregaría todavía. No: esperaría un poco más.

Serato respiró hondo. Se sentía poderoso. Sentía que controlaba la situación. La había visto dormir la noche anterior. La curva de su cuerpo suave, redondeado, bajo la colcha; el movimiento de subida y bajada de sus pechos mientras soñaba. Confiaba en que sonara con él. Sentía ansias en el cuerpo. ¡Ay, lo que le haría!

Habían vuelto a llamarlo de Nueva York aquella mañana. La que lo había contratado estaba agitada. Enfadada. ¿Por qué no había terminado el trabajo? Él no pudo decir que la mujer que estaba aquí, hoy, no tenía la misma personalidad que la que el estado de Nueva York había metido en la cárcel hacía tiempo. Chispeaba. Estaba rodeada de un flujo de energía. No huía ni lloriqueaba como las demás. En el breve tiempo que él llevaba allí, la había visto plantar cara a varios rivales, y ella no había retrocedido nunca. No había intentado recoger sus escasas pertenencias y desaparecer una noche. Se había mantenido firme. Eran pocas las personas que se ganaban la admiración del infame Serato. Estaba impresionado.

Y él le daría un regalo especial, en recompensa.

Pero… a pesar de todo la mataría.

SIREN, de pie en el embarcadero, contemplaba la canoa, cuyos costados lamía el agua fría y oscura.

-Recuerdo que usabas mucho la mía cuando eras niña. Y pensé que te gustaría tener una para ti sola.

Siren se metió los pulgares en el bolsillo trasero de los vaqueros.

-Es preciosa; pero ¿a qué debo este honor?

Jess bajó la vista y se puso a hacer agujeros con las puntas de la horca en la arena blanda del borde del agua.

-Te has portado bastante bien desde el incendio. No todos habrían acogido a un viejo grunón como yo. Y ni siquiera pediste dinero, a pesar de que no tienes mucho. Mira -dijo, caminando hacia el bote-, hasta le he puesto unos cojines muy bonitos, de tu color favorito, ese azul cerceta tan raro.

Se volvió hacia ella y le entregó un sobre blanco.

-Y aquí tienes dinero para un cobertizo para el bote, no muy grande, claro, pero que sea un sitio seco y agradable para guardar bien esa canoa en invierno.

Ella se quedó mirando el sobre con cara inexpresiva. Era tan raro que Jess soltara dinero...

-En todo caso, yo me marcharé pronto, y he querido darte esto.

A Siren se le cortó la respiración en la garganta.

-¿Que te marchas? ¿Adónde?

El sonrió, o, mejor dicho, puso una cara de felicidad inmensa.

-¡Me voy a Boston!

-¡¿Córno?!

Él asintió con la cabeza.

-Pero, ¡si estabas reconstruyendo tu casa! -balbució ella-. ¿Y tu granja?

-Voy a vivir con Gemma -dijo él, encogiéndose de hombros.

-Pero...

-Ahora bien, ella ya me advirtió de que tú dirías todo tipo de cosas terribles cuando yo te lo contara, así que no abras siquiera la boca.Voy a preparar todo mi equipaje para el treinta uno. Creo que viene hacia las cinco o las seis.

-¡Pero Ronald viene con ella!

-Ella sabe parar los pies a Ronald.

Siren no lo dudaba, pero ¿quién pararía los pies a Gemma?

El tío Jess tragó saliva con fuerza.

-Mira, Siren, hay una cosa que tú no sabes, y ya es hora que te lo diga.

Ella lo miró con expectación, pero él rehuyó su rnirada y se volvió a mirar las aguas oscuras del lago de Cold Springs.

-Gemma no es hermana tuya de padre y de madre.

Siren arrugó el ceño.

-Es hija mía, no de tu padre.

Siren notó que abría mucho los ojos. Así encajaban con facilidad muchas piezas del viejo rompecabezas familiar. Comprendió que aquello era verdad. Abrió la boca para hablar, y la cerró después ¿ Qué podía decir? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Sacudió la cabeza. No valía la pena.

Jess le ofreció su horca.

-También te doy esto, porque no podré tenerlo en Boston. Parecería fuera de lugar, ¿sabes?

Le presentó despacio la horca. Ella no quiso tomarla, y titubeó como si al ponerle las manos encima fuera a sellar el destino de él.

Él se la acercó con insistencia.

-Adelante. ¡Agárrala!

Por fin, ella cerró los dedos sobre el mango gastado de madera, y el corazón le dio un fuerte vuelco en el pecho. Lo vio volver caminando despacio hacia la casa. ¿Oué les depararía Halloween?

Un trampa.

¿O un dulce?

Mucho se temía que ella ya conocía la respuesta.

RACHEL ANDERSON se deslizaba por la orilla del lago de Cold Springs, justo fuera del alcance de la vista de Siren. Atisbaba entre una espesura de hojas secas, y sus zapatillas viejas resbalaron en el fango del lago. Vaciló, y apoyó las manos en el suelo, cerca de una piedra del tamaño de un puño. La recogió y se la llevó pecho apretándola fuertemente con sus dedos, que tenían las uñas mordidas.

Nadie la valoraba.

Ni Chuck.

Ni Angela.

Ni sus propios hijos, desde luego.

¡Mira esa canoa nueva! ¿Cómo era capaz Chuck de gastarse todo su dinero en otra mujer? Perra. Mírala allí de pie, con una expresión en la cara como su hubiera perdido al único amigo que le quedaba en el mundo. ¡Ladrona de hombres egoísta y repugnante! Y ¡mira! Llevaba una horca. Debía de estar al tanto de que Rachel sabía lo suyo. Bueno, una horca de nada no iba a detener a Rachel. No señor.

Inclinó la cabeza cuando una punzada repentina de dolor le bajó por la columna vertebral y le explotó en la cadera. Echó la cabeza hacia atrás, deseando chillar, aullar al cielo plomizo.

Un halcón rojo volaba en círculos sobre ella.

Chillaba.

Inspiró penosamente. Los dolores de cabeza se iban poniendo peores. Mucho peores.

Siren se volvió y caminó hasta el final del embarcadero destartalado, mirando la canoa con una sonrisa triste en la cara. Dejó la horca y pasó los dedos por la superficie suave de la barca.

Rachel avanzó, respirando con dificultad, sintiendo martillazos de dolor y de rabia en la cabeza. Asomó de entre la hierba como un muñeco en una galería de tiro, echó el brazo hacia atrás y tiró aplicando hasta el último gramo de su fuerza.

La piedra voló por el aire.

Trazó un arco.

Cayó


Dio a Siren de pleno en la nuca. Siren se derrumbó hacia delante; cayó del embarcadero y se precipitó al lago, mientras le ondeaba a la espalda la larga cabellera.

Rachel levantó una ceja y se limpió el polvo de las manos.

-Perra –dijo, volviendo la barbilla primero hacia un lado y luego hacia otro-. ¡Así aprenderás a quitarme a mi hombre!

JESS miró por la ventana de la cocina. En un momento dado Siren estaba de pie en el embarcadero, mirando la barca, y al cabo de un momento ya no estaba.

Hum.

Volvió a mirar por la ventana. Había dos manos pequeñas aferradas al borde del embarcadero. Jess salió por la puerta trasera y atravesó el patio en menos tiempo del que habría creído posible. Las tablas crujían y gemían mientras corría por el embarcadero. Una se rompió a su paso y le torció el tobillo, pero el siguió adelante a pesar del dolor terrible.



-¡Nena! –gritó, mientras se agachaba para ayudar a la apurada Siren-. ¡Debes usar la barca!

Ella escupió agua mientras él la sacaba en vilo.

-Alguien me ha dado un golpe en la cabeza, por detrás –balbució, intentando ponerse de pie sin conseguirlo y dejándose caer de nuevo en el embarcadero, hecha un charco de agua.

-No he visto a nadie –dijo él, recorriendo con la vista la orilla-. ¿No te habrás resbalado, sin más?

Ell lo miró con desconfianza. Se puso de pie pesadamente, y después se dobló sobre sí misma, mientras le goteaba agua de toda la superficie de su cuerpo. Se echó por encima del hombro la cabellera mojada, revuelta ahora de hojas mojadas y de barro. Se frotó la nuca, y sus dedos encontraron un feo chichón. ¡Dios, qué frío hacía ahí fuera!
SERATO vio que la mujer que parecía un duende y que tenía los ojos vidriosos pasaba por delante de la ventana de la cocina corriendo como una gacela enloquecida. ¿Quién se habría figurado que un ser que tenía las piernas tan cortas podría correr tan deprisa? Con las manos cubiertas por guantes de goma, se guardó en el bolsillo las fotos mientras miraba al exterior, con cuidado de que no lo vieran, procurando enterarse con exactitud de qué era lo que acababa de pasar. Necesitaba una oportunidad para registrar la casa a fondo, pero siempre que creía haber encontrado la ventana perfecta, aparecía Siren o aquel condenado tío suyo. Recorrió con los ojos oscuros el paisaje exterior. Agua oscura, ramas desnudas de los árboles que rascaban un cielo gris. Se imaginaba que podía oír el viento que transcurría entre la hierba muerta. ¿Por qué estaba Siren de pie al final del embarcadero, empapada? Jess parloteaba con ella y la traía hacia la casa. ¡Maldita sea!

¿La había empujado al agua aquella mujer, o simplemente se había resbalado Siren? Sacó del bolsillo de sus pantalones una navaja pequeña. Acarició la calavera que tenía tallada en las cachas d eplata, y empujó después un botoncito que había a un lado. Saltó al aire una hoja brillante. Sonrió, cerró la navaja, la dejo en la encimera de la cocina y después se movió sigilosamente por la casa y se detuvo en la puerta principal, buscando con la vista a aquella extraña mujer por el patio, pero no estaba a la vista. Al cabo de pocos minutos había vuelto a su coche vigilaba de nuevo la casa.

No se movía nada, y la mujercita extraña había desaparecido hacía mucho.

UNA HORA MÁS TARDE, seca y caliente, Siren daba pataditas en el suelo, pensativa, mientras miraba por la ventana de la cocina que daba a la parte de atrás. La habitación producía una sensaciÍón rara, como si alguien hubiera invadido de alguna manera su hogar. Se le erizaron los cabellos de la nuca cuando su mano tocó algo pequeño y frío que estaba en la encimera. Bajó la vista y abrió mucho los ojos al ver la extraña navaja de bolsillo.

Una calavera.

Hermosamente tallada.

La miraba con cuencas oscuras.

Levantó la navaja despacio y tocó con el dedo el botón lateral; la hoja saltó trazando un arco y quedó encajada en su sitio. A Siren se le aceleró el pulso. Él había estado allí. Allí mismo. De pie en ese preciso punto.

Esperándola.

Dio la vuelta al mango de la navaja.

Una figura encapuchada que llevaba una guadaña.

Aquellaa piedra no riabia sido un golpecito cariñoso en la cabeza. Alguien quería hacerle un daño grave, o incluso matarla. Puede que fuera el asesino de los sueos, que le había dejado una tarjeta de visita. Pero ¿por qué no había terminado con ella?

¿Había huido al ver a Jess? ¿Por qué había dejado la navaja?

Plegó despacio la hoja, cerró los ojos y se llevó a la frente la calavera helada que estaba tallada en las cachas. Le apareció vívidamente su imagen en la mente. Moreno, enjuto, lleno de sombras y de dolor. Un poder siniestro, pero débil en el centro. Su mente siguió profundizando pero no nudo extraer nada más.

Siren se aclaró la garganta e intentó centrarse, calmar su corazon, que latía aceleradamente, con respiraciones hondas, limpiadoras.

-Antigua y sin edad, símbolo de la muerte y del renacer –susurró-. Majestad de los antepasados, llena de fuerza y de sabiduría, me sirvo de tus conocimentos. No vacilo. No caigo. Habladme hermanas y hermanos, los que habéis pasado tras el velo.

Su nombre empezaba por S, de eso estaba segura. Las imágenes de su mente se enfocaron, se volvieron más claras. La navaja era un regalo. Flotaron tras sus párpados fragmentos de oro que se unieron para formar monedas brillantes y relucientes. Sentía los latidos del corazón de él, la tensión de sus hombros, percibía el olor a almizcle de su sudor, captaba su odio intenso. Se retrajo: la negritud de todo aquello le revolvía los músculos del estómago. Se atragantó.

Una voz femenina. Iracunda. En efecto, lo habían enviado para que la matara, pero se retrasaba. La apresaría pronto. Intentaría incapacitarla primero y llevársela después al lugar de ejecución.

Las visiones saltaron como una goma, elástica rota y ella abrió los ojos bruscamente cuando Jess entró en la cocina.

-¿Qué haces, nena?

-Nada -dijo ella, metiéndose en el bolsillo la navaja.

Jess se rascó la barba, mirándole el bolsillo.

-Sabes, nena? Tú te crees que estoy loco, pero se avecina algo muy malo. Lo siento en las tripas. Hay cosas que no me has contado -le dijo, clavando los ojos en los de ella-. Puede que yo sea viejo, pero no soy tonto.

Siren no respondió. "S suspiro.

-Por si te sir-ve de algo, creo que nos vigilan. ¿Sabes esa senn rara que se siente? Yo la tengo desde que me vine a vivir Creo que deberías hacer las maletas y marcharte. Te están

¡ndo demasiadas cosas raras. Ethan Files está a punto de hae tortilla; alguien ronda por la finca de noche; un coche te igue...

Siren levantó una ceja.

-Sí, me he enterado de eso -dijo él-. En este pueblo no secretos. Un poli majareta intenta matarte en las escaleras del hospital; y hoy, te caes al lago. Aunque sea todo una coincidencia, y no lo creo ni por un momento, ya es hora de que te vayas.

Siren abrió la boca para protestar, pero Jess levantó la mano.

-No es que quiera comprarte la tierra -dijo, sacudiendo la cabeza-; por mí, te la puedes quedar; pero vete a alguna parte. Escóndete. Estoy convencido de verdad de que aquí no estás segura. He querido decírtelo desde el primer momento. Intenté decírtelo el mismo día que llegaste. No he podido decirte nada hasta ahora, pero he tenido pesadillas. Cosas malísimas, poco antes de que llegases al pueblo. Creo que las fotos has recibido esta mañana demuestran lo que quiero decir. Aquí no estás a salvo, nena. Por eso me voy. Lo que se avecina es malísimo. Yo lo sé, y ya está.

-No voy a echar a correr -dijo ella en voz baja-, y puede que tú te vayas a un lugar mucho peor que lo que hay aquí.

Por otra parte, puede que no, pensó Siren. ¿Qué era peor, que Gemma se lo llevara y lo encerrara, o que un asesino lo híciera picadillo? Ninguna de las dos opciones parecía favorable.

Jess se revolvió, inquieto.

-Haz lo que quieras, pero no digas que no te avisé. ¿Cómo tienes la cabeza?

-¿Cómo tienes tú el tobillo?

-Mañaría por la mañana no me dolerá -dijo Jess con sonrisa. Salió de la cocina, volviendo la cabeza para añadir: -Piénsate lo que he dicho, Siren McKay,

Siren se tocó suavemente la nuca. El chichón estaba dolorido pero no era tan grande como ella había creído al principio. Se acercó a la mesa de la cocina con la intención de poner a buen recaudo esas fotos y el cuchillo. Eran la única prueba tangible que tenía. Jess tenía razón. Se avecinaba algo malo. Al menos, viendo esas fotos, Billy no podría negar que la acechaba alguien. Pero, cuando llegó a la mesa, las fotos habían desaparecido. Se le cayó el corazó a los pies. Sin las fotos, Billy no se creería que había sido el asesino quien había dejado la navaja. Al fin y al cabo, se la podía haber encontrado en cualquier parte, o incluso la podía haber comprado.

Tragó saliva con fuerza, sintiendo en la cara una corriente de aire frío.

-Tío Jess -dijo en voz alta, para que la oyera desde el cuarto de estar- ¿Has cogido tú esas fotos que dejé en la mesa?

Naturalmente, ella ya sabía que no las había cogido él.

LA AVENIDA DE LA HERRADURA era un ejemplo perfecto de cómo eran antiguamente la mayoría de los pueblos de los Estados Unidos: casas pintorescas de tablas pintadas de diversos tonos suaves, blancos, pardos y verdes; tiendas con fachada de ladrillo e iglesias de piedra. La mayoría de los edificios comerciales, desde las agencias inmobiliarias hasta una tienda de música, eran antiguas viviendas de principios del siglo diecinueve, renovadas. A Siren le producía cierta tristeza ver cómo se echaban a perder viviendas tan amplias por la corrupción del dólar, pero le aliviaba ver que no las habían derribado para construir edificios más modernos en su lugar. Los nuevos edificios comerciales, sobre todo en la zona más próxima aYork y a Harrisburg, eran bajos, y tenían un aspecto estúpido.

Naturalmente, la Avenida de la Herradura tenía sus inconvenientes: era muy dificil aparcar, y se habían perdido todos los viejos arces que bordeaban las calles cuando la madre de Siren era niña. Siempre que la madre de Siren la llevaba al pueblo, se quejaba de las nuevas ordenanzas municipales y de que un ricacho local había insistido en que si talaban todos los árboles tedrían líneas más despejadas y menos costes de mantenimiento. “¡Si yo no hubiera sido una adolescente, habría hecho algo al respecto!”, decía seimpre. Así era la madre de Siren: mucho hablar y poco hacer. ¿Consecuencia? Las calles de Cold Spring siempre tenían y aspecto vulgar y desangelado.

Siren avanzaba con su gran Pontiac sorteando a la multitud de asistentes a la feria (¿es que no iba a terminar nunca esa feria?) y encontró por fin una plaza de aparcamiento libre detrás un banco. Cuando bajó del coche, percibió en el aire un olor acre, y el olor salía de debajo del capó de su coche. Estupendo. Sencillamente estupendo. Se metió bajo el brazo el paquete que llevaba, se echó al hombro el bolso y se puso a caminar apresuradamente entre la multitud, esquivando a los vendedores ambulantes, a los niños que chillaban y a un violinista que estaba en la esquina, con el estuche del violín abierto para recibir, los donativos. Un desfile de coches antiguos bajaba despacio por la calle principal y le impidió pasar a la otra acera hasta hueco en la procesión.

Miró las letras doradas pintadas en el vidrio del escaparte y las decoraciones festivas de Halloween que había detrás: brujas risueñas, calabazas sonrientes y un esqueleto saltón que colgaba de una goma. Entre los artículos decorativos estaban dispuestos con arte libros de cubierta anaranjada y negra o con otros motivos propios de la temporada. Unas veinte campanillas tintinearon alegremente sobre la puerta cundo ella entró en el Rincón de los Libros. Miró por los pasillos llenos de libros, sujetando su paquete precioso.

Una figura alta caminó ostentosamente hacia ella.

-¿Puedo hacer algo por usted hoy? ¡Ah, Siren! ¡Cuánto me alegro de verte! -exclamó Lexi, ofreciéndole la mano y tomándola del codo para hacerla entrar en la tiendecita pintoresca-. ¿Te gusta leer, o solo has venido aquí a esconderte?

Aquel día iba vestido con una variedad monocromática de azules vibrantes y apagados, sin un solo cabello fuera de su sitio.

-La idea de esconderme parece interesante -dijo ella, riendo.

Él soltó un suspiro.

-Yo mismo echo de menos Nueva York, ¿sabes? Allí siempre estás ocupado en algo. Siempre tienes algo que hacer, gente que ver, amigos...

Se quedó pensativo un momento.

-Aquellos eran los buenos tiempos -dijo por fin-. Puede que algún día podamos ir allí tú y yo a darnos una vuelta por la ciudad. Ir de tiendas, pasarlo bien... -añadió, con cierta melancolía en los ojos.

-¿Por qué no vuelves a vivir allí?

-No puedo. Lo estipuló en su testamento mi abuelo, el viejo malandrín. Tengo que quedarme aquí metido si quiero ser dueño de media Avenida de la Herradura.

-¡Estás de broma!

-Quia. Nací y me crie en las ciudades más bonitas del mundo, he visitado otras, y ahora me encuentro desterrado aquí, en Cold Springs. Soy dueño de la mayoría de estas tiendas que ves por aquí, y también de las viviendas que hay encima. También es mío el terreno donde está la comisaría, tengo más de cien acres del Monte del Sur, allá por Whiskey Springs, el puente cubierto…

-¿El puente cubierto es tuyo? -dijo Siren, soltando el silbido que merecía la situación; él sonrió, y sus mejillas pálidas adquirieron un poco de color. Asintió orgullosamente con la cabeza.

-Y soy socio capítalista del Atadero.

-Tu abuelo fue el canalla que cortó todos los árboles –dijo Siren.

-El canalla en persona.Yo, personalmente, lo despreciaba, y él a mí; pero yo era el único varón de entre sus descendientes. Claro, la mitad de la familia dudaba de ello, pero yo me impuse solo por mi físico.

Hizo una pirueta, y dijo después con voz aguda, como hablando para si mísmo:

-Pero tengo que vivir un mínimo de cinco anos en este pueblo perdido. Después, podré viajar todo lo que quiera.

-¿Cuántos años te quedan?

-Un año, diez meses y cuatro días. Es un poco deprimente, ¿verdad?

-¡Y que lo digas!

Volvió a agitar la mano en el aire, dejando un rastro dorado ante los ojos de ella.

-Ah, no es tan malo. Tengo amigos en Gettysburg, en York y en Harrisburg. Tengo una segunda actividad que me da mucho que hacer. A ti te interesará, según los rumores que he oído.

Siren se puso tensa, sin saber qué esperar y preguntándose hast dónde habían llegado los rumores.

-¿Has venido a hacerme una visita, o te interesaba mirar lo que había en la tienda?

-La verdad es que he venido por un motivo concreto. En primer lugar, ¿puedo hacerte una pregunta personal?

Él la observó un momento.

-A ver si la adivino. ¿Si soy gay? Si. ¿Te molesta?

-La verdad es que no... y no era eso lo que quería preguntarte.

-Ah.


-Dijiste que dominabas varios idiomas.

-Sí, en efecto.

Siren sonrió, acariciando el paquete que había traído.

-La otra noche, en el hospital, dijiste que conocías bastante bien a Nana y que los dos estabais trabajando juntos en un proyecto.También dijiste que coleccionabas libros antiguos.

-Sí, todo eso es verdad. ¿Por qué lo preguntas? –dijo él, con ojos chispeantes.

Siren comprendió que había suscitado su interés, pero ¿le interesaba atraérselo? ¿Podía confiar en él? ¿Y si el contenido del diario estaba sujeto a un juramento, como había oído contar a algunos de sus amigos amigos de Nueva York? ¿Qué pasaba entonces? Mientras titubeaba, empezó a palpitarle la mano izquierda. Se miró la palma de la mano: la luna y las estrellas brillaban levemente. Respiró hondo y entregó a Lexi el paquete envuelto en papel marrón.

-No puedo pagarte nada -le dijo-. Pero estoy segura, que esto es importante.

Lexi dio vueltas al paquete marrón entre sus manos.

-¡Hasta es delicioso al tacto! -exclamó-. Tengo un rico stroganoff a la lumbre, arriba. ¿Quieres almorzar conmigo, aunque sea tarde?

UN TAURUS familiar, alquilado aquel mismo día en Harrisburg, de un color entre verde lima y azul cerceta; pero, como coche farmiliar que era, no llamaba la atención entre los vehículos del público que asistía a la feria. Ya lo había visto demasiada gente en el Volkswagen. Dejó el coche en el aparcamiento abarrotado de un banco y siguió a Siren hasta que esta entró en el Rincón de los Libros. Desde la acera de enfrente la vio hablar con Riddlehoff por el escaparate. La gente de aquel pueblo se sorprendería si se enterara de cuánto sabía de ellos un forastero. De Riddlehoff, por ejemplo. Mirando libros en la librería, Serato se había enterado de muchas cosas acerca del propietario del Rincón de los Libros. Heredero único de una verdadera fortuna. Mimado; capaz de hacer donativos exorbitantes a causas benéficas. Había practicado el ilusionismo en cruceros, en palacios y en teatros, pero en su primera época también había trabajado en un circo famoso, jugando con fuego y con tigres y haciendo otras actividades peligrosas del oficio. No era un cobarde, ni mucho menos. Según fuentes del bar, llevaba encima diversas armas de fuego, y por eso sus tratos con Siren constituían un obstáculo para el plan general de Serato. No importaba: se limitaría a llevársela cuando Riddlehoff no anduviera por allí cerca. No parecía que aquel fuera un personaje importante en la vida de ella, pero Serato tenía la inteligencia suficiente para darse cuenta de que se establecíaun vínculo de alguna clase, mayor cuanto más tiempo pasaba ella allí, con la cabeza baja, sujetando contra su pecho una bolsa plana, escuchando a Lexi, que agitaba los brazos y charlaba. ¿Para qué había ido allí? ¿Qué llevaba en la bolsa? ¿Y si estaba entregando los números a Lexi? Era una idea desagradable, porque Lexi era la única persona de aquel condenado pueblecito que sabría inmediatamente de qué se trataba.

Se le contrajeron los hombros y le subió por la columna vertebral una sensación de inquietud. Debería habérsela llevado ya. ¿Qué bicho le había picado, en todo caso? Nunca le había afectanto tanto un trabajo. Pasó junto a él, dándole empujones, un grupo de adolescentes, y cuando volvió a mirar por el escaparate del Rincón de los Libros, habían puesto el letrero de “Cerrado” y la tienda estaba a oscuras.

¿Dónde se habían metido?

SIREN siguió a Lexi, que se dirigía a la trastienda por el pasillo a oscuras.

-Mi apartamento, por así llamarlo, se levanta sobre estos tomos de conocimiento -comentó Lexi. Siren vaciló, pero siguió a Lexi, que subía unas escaleras estrechas, y entró en uno de los apartamentos más sorprendentes había visto en su vida.

Blanco. Blanco. Blanco. Todo. La moqueta, los muebles, hasta las decoraciones colgadas de la pared. Una nota dorada por aquí, un poco de plata por allá. Las únicas manchas grandes de color las ponía una estantería de libros que se extendía del suelo al techo sobre una pared de la fachada principal, entre dos ventanas que daban a la calle. La estantería estaba llena de libros encuadernados con tapas duras, bien ordenados por colores y una colección de armas de fuego exquisitas, en una vitrina de cristal, adornaba otra pared.

Lexi observó que ella contemplaba las armas de fuego y los libros.

-Los libros son mi pasión. Colecciono primeras ediciones: Oscar Wilde, Walt Whitman, Andre Gide...

-Tu apartamento es muy bonito -dijo ella en voz baja, acercándose a una vitrina colocada sobre una peana blanca-. ¿Qué hay aquí?

-Una biblia de Gutenberg. Hoy no quedan más que veintidós en el mundo -dijo con orgullo.

-¡No tienen precio! –exclamó Siren, pasándose los dedos por el pelo, tras las orejas, mientras se inclinaba para observar la vitrina impoluta.

-En efecto.

-Deberías depositarla en un museo -dijo Siren.

-¿De qué te sirve tener cosas si no las puedes disfrutar? Poca gente sabe siquiera que la tengo. Pocos idiotas de los que viven en este pueblo tan aficionado al fuego tienen la menor idea de lo que vale ni de que está aquí, encima de sus cabecitas tristes. Un hermoso trofeo que corona sus vidas mezquinas y miserables.

-¿Un poco desengañado?

-Son cosas que pasan.

-¿No te dan miedo los incendios?

-La providencio ha sido siempre buena conmigo. No creo que deba tener miedo. No obstante, aunque esa vitrina parezca delicada, no lo es -dijo, hablando en voz alta desde la cocina.

-Entonces, ¿tomas precauciones?

-Solo los tontos viven ciegamente -respondió él, mientras ella seguía su voz, pasando por delante de una chimenea circular moderna y de una gran sala de entretenimiento, con un televisor grande. Había un Buda dorado de gran tamaño se un rincón, con pequeño altar muy bien puesto delante de su barriga brillante. Entró en la cocina magnífica ligeramente impresionada. No es que ella no hubiera visto nunca tal opulencia en loscírculos en los que se había movido, ese lujo era la eral. Es que no lo había visto nunca en Cold Springs.

-Siéntate -le dijo él, indicándole la mesa central de madera maciza, rodeada de cómodos taburetes tapizados de piel negra-. Pondré la cazuela a hervir y tendremos preparados los tallarines en un momento.

Ella levantó una ceja. La cocina parecía más bien el puente de mando de una nave espacial de fantasía.

Lexí levantó la tapa de una cazuela que hervía en la cocina. La habitación se llenó del rico aroma a carne de vacuno y a especias. Añadió al contenido crema, dándole vueltas poco a poco.

-He sido budista durante unos diez años -dijo, volviéndose y agitando el cucharón de madera en el aire con un gesto majestuoso. Quitó de la lumbre la cazuela y volvió a ponerle ltapa, y después se sentó ante ella en un taburete igual que el suyo-. Corrígeme si me equivoco, pero abajo, en la tienda, parecían alterada.

-No; lo único que viste fue mi calurosa personatidad –respondió ellla, pasando los dedos por la superficie de madera maciza de la mesa.

-A veces tengo dotes excepcionales de vidente -dijo él con seriedad, levantándose y vertiendo el contenido de la cazuela en un sopera de porcelana.

-Pues sí -respondió él, dirigiéndose a la mesa con el cucharón en la mano. Le ofreció el cucharón-. Toma, prueba esto. ¿Te parece que tiene demasiada pimienta?

Mientras Siren abría la boca y probaba la comida, Lexi añadió:

-Por ejemplo, sé que mataste a Max.

Siren, pestñeando varias veces, se olvidó por un respirar, y el stroganoff amenazó con saltarle de la boca. La lengua le funcionaba, pero tenía paralizada la mandíbula. Intentó decir algo. No le salió nada. Por fin, cerró los labios bruscamente. El taburete sobre el que estaba sentada se tambaleó.

-Había pensado que reaccionarías así. Demasiada pimienta -dijo él, dejando el cucharón en la pila.

SERATO observaba el exterior del edificio. Un sistema de seguridad excelente, tal como se había figurado él. Un destello le llamó la atención, y se volvió hacia la calle. La mujer de aspecto de duende a la que había visto aquella mañana rondaba por delante del Rincón de los Libros y se asomaba al interior apoyando las manos en el escaparate. Murmuraba y hablaba entre dientes, y se frotaba a veces la nuca. Los transeúntes la evitaban, pero acabó por fijarse en ella un policía, ese tal Billy Stouffer. Serato volvió a refugiarse en las sombras.

AQUELLA MAÑANA, cuando Rachel Anderson había llegado a su casa, le había sucedido una cosa terrible, espantosa, horrible. Había descubierto que su diario había desaparecido. Lo había buscado por todas partes: en los armarios, debajo de la cama, detrás de la satén de hierro del armario de la cocina. No estaba. Había desaparecido. ¡Se lo habían robado!

Se echó a llorar, sentada en el suelo, en el centro del cuarto de estar. ¡Había sido aquella perra de Siren McKay! Lo sabía. También había visto a ese condenado de Jess Ackerman sacar del agua a Siren. Aquella mujer tenía más vidas que un gato. Chuck había vuelto a salir; con suerte estaría trabajando, pero lo más probable era que estuviera en el bar. Había dejado a sus hijos con el vecino de al lado. Bueno, pues que se quedaran allí. ¡Ella iba a recuperar su diario!

Se dirigió a toda velocidad a la casa de Siren, haciendo chirriar la caja de cambios del viejo Toyota; pero, cuando llegó, vio que el coche de Siren no estaba. Jess Ackermann estaba sentado en el porche delantero, fumándose una pipa. Ella pasó por delante sin detenerse, dio la vuelta en el campo de tiro y volvió al prisa. ¡Encontraría a aquella perra sucia y apestosa! Aferraba el volante convulsivamente con los dedos y le goteaba saliva por la comisura de la boca. Empezó a sentir palpitaciones en la cabeza; oía los sonidos que la rodeaban fuertes, claros y nítidos, corno los de ese aparato nuevo, el DVD, que había traído a casa Chuck la semana anterior.

Tuvo la suerte de pasar por delante del Rincón de los Libros en el preciso instante en que Siren abría la puerta, con un paquete marrón en la mano, del tamaño del diario de Rachel. Apenas pudo contener el impulso de detener el coche en plena calle y entrar en la tienda chillando. Cuando hubo encontrado donde aparcar y volvió corriendo a la tienda, la puerta estaba cerrada con llave y se le clavaba en los ojos el letrero de “Cerrado”. El dolor de cabeza le creció tanto que pensó que podría desmayarse allí mismo.

-¡Rachel! –exclamó Billy, cogiéndola del brazo-. ¿Qué haces aquí, y por qué vas así vestida? ¡Estás hecha un desastre!

Ella miró los pantalones de chándal blancos, sucios y rotos; la blusa desteñida y suelta a la altura del vientre, a falta de un botón; las zapatillas llenas de barro seco. El dolo de cabeza le disminuía.

-Billy -dijo con voz dulce, apartándose de los ojos un mechón de pelo pegajoso-, iba a comprarme un libro, pero la librería está cerrada.

Su hermano la contempló desde su altura con la cara llena de preocupación.

-He llamado a Chuck esta mañana y me ha dicho que no te encontrabas bien.

Ella se encogió de hombros.

-¿Qué te parece si te llevo a tu casa?

Ella se quedó plantada con firmeza en la acera.

-¿Dónde están los niños? –preguntó él.

-Con la vecina de al lado.

Billy intentó apartarla de allí, pero ella no quiso moverse.

-Un libro –dijo-. Hay un libro que tengo que comprar.

Billy la miró de una manera rara.

-Rachel, llevas varios días sin ir a trabajar. ¿Y si te llevo a la consulta del médico? ¿Qué te parece?

Ella negó con la cabeza.

-Estoy bien de verdad. Creo que he tenido la gripe. Ya la estoy superando.

-¿Estás tomando tu medicación?

-Desde luego -respondió ella, advirtiendo un tono de sospecha en su voz. La mente se le fue despejando poco a poco ¿Qué hacía allí? La expresión de Billy le daba a entender que no le creía. El cerebro le funcionó con rapidez. No debía producir una sensación extraña ni rara. No sabía con seguridad por qué estaba en el pueblo, delante de la librería con la ropa rota y sucia. Sonrió alegremente.

-¿Verdad que soy un desastre? -dijo, mirándose a sí misma- Esta mañana he salido a dar un paseo. Quería volver a hacer algo de ejercicio después de estar enferma. Supongo que no me he dado cuenta, cuando volví a casa. Qué vergüenza. No te preocupes -dijo, volviendo a sonreír-: he venido al pueblo en coche. Puedo regresar en coche. Estoy un poco cansada, ¿sabes?

Billy la dejó marchar, pero ella se dio cuenta de que esta preocupado. Volvió a la caravana conduciendo despacio, evitandando los baches mayores de la carretera secundaria, pensando en por qué había ido al pueblo. Cuando alcanzó a ver la caravana, lo recordó. ¡Su diario! Siren había llevado el diario de Rachel a Lexi Riddlehoff. ¿Cómo se le había podido olvidar una cosa tan importante?

Bueno, pues ya pillaría a la perra. Siren McKay no podía tener suerte todas las veces. Las probabílidades estaban en su contra. El dolor rempezó a subirle otra vez y se frotó la nuca mientras metía el Toyota por el camino. Se volvía al pueblo.

-¿CUÁNTO SABES? -dijo Siren con voz ronca, midiendo con la vista la distancia de la cocina a la puerta principal, evaluando el inconveniente de que él tuviera el cucharón en la mano y calculando cuándo tardaría en salir de allí a escape.

-Oh, no te voy a morder -dijo él en tono razonable, apartándose de ella como si la estuviera retando a que intentara huir. Echó los tallarines en el agua hirviendo-. Soy un hombre rico en un pueblo aburrido. El chismorreo es una diversión agradable. Añade a eso un toque de dotes videnciales, un poco de práctica detectivesca por mi cuenta, algunos contactos personales, y… voilá… deduzco que mataste a Max. En realidad es sencillo.

-Así es.

-¿No me crees?

Puso en marcha el relog avisador de la cocina, removió bien los tallarines y, después, se sentó frenta a ella.

-Entonces, déjame que te lo cuente, mi niña. ¿Quién crees que arregló las cosas para que se presentara tu testigo e hiciera que te absolvieran?

-No lo entiencio -dijo Siren, revolviéndose inquieta.

-Crees de verdad que tu pequeño salvador se subió a un avión, interrumpiendo sus vacaciones por Europa, solo para salvarte la piel?

-Estás jugando conmigo

-Solo hasta cierto punto. La vida es enormemente aburrida por aquí. No me prives de mis alegrías, cielo. Tengo pocas.

Agitó los dedos cerca de la oreja y dejó después las manos ante sí, sobre la mesa, con una expresión de paz y tranquilidad absolutas.

Siren estaba que se subía por las paredes. Se preguntaba por qué habría mentido por ella el propietario del restaurante griego. Pero aquella época había sido tan terrible…

-Permíteme que te ordene yo las piezas –dijo él. Se aclaró la garganta con delicadeza- Yo pagué tu absoluticón; y créeme, no fue barata.

A Siren se le comprirmieron los pulmones. Le costaba trabajo creerlo.

-¿Por qué ...? ¿Por qué ibas a hacer tal cosa?

-Es muy sencillo -dijo él, inclinándose hacia delante. Nana quería que vivieras y que volvieras aquí. Ella creía en ti. Yo creía en Nana. Ella te vigilaba desde hacía muchos años, pero había preferido mantenerse a distancia hasta la muerte de la mujer de Tanner. Supongo que creyó siempre que serías tú la que vendría a buscarla algún día, en vez de al contrario. Pero, entonces... bueno... murió Jenny. Vinieron los padres de ella y se llevaron a los nietos. Nana empezó a asustarse. Por eso conseguiste tu libertad.

-¿Cómo sabes que lo maté yo? Podría haber sido cualquiera -susurró Siren con voz ronca, intentando hacerse oír por encima de los fuertes latidos de su corazón.

-No fue dificil.Yo conozco a mucha gente. Me he enterado de muchos secretos. Uno o dos amigos míos del departamento de policía tuvieron la amabilidad de permitirme leer su información. Lo que no entiendo es por qué no alegaste defensa propia.

A Siren se le detuvo el corazón, y le pareció que estaba a punto de vormitar.

-Ay, ay -dijo Lexi, levantándose de un salto de su taburete y corriendo a su lado-. Respira hondo; sí... eso es.

-¿Qué quieres de mí? -le preguntó Siren.

-Nada que no estés dispuesta a dar libremente.

-¿Por ejemplo?

-En otro momento, quizá -dijo, volviendo al fogón y removiendo los tallarines. Después, empezó a ocuparse de la ensalada-. Al parecer, tienes otras, digamos, inquietudes más urgetes, ¿no es así?

Siren tenía los nervios tan de punta que le parecía que tenía electrizado todo el cuerpo, como si con un pensamiento más, con una palabra más, se le fuera a desbordar el campo de energía y a estallar en el aire. Sentía que el estrés le llegaba a un nivel peligroso. "Piensa con calma, de manera racional", se dijo a si misma. "Superarás esto, como has superado todo lo demás."

-Nadie me cree -dijo en voz baja, mírando la ancha espalda de Lexi.

-Estoy seguro de que Tanner sí te cree, está muy prendado de ti -respondió él, picando las chalotas y esparciéndolas sobre la lechuga.

-Puede que no baste. Creo que quizá no esté haciendo más que llevarme la corriente. La policia no me cree.

-Te refieres a Billy Stouffer -dijo él, añadiendo los picatostes.

Ella asintió con la cabeza.

-De modo que, en realidad no has hablado oficialmente con la policía.

-No.


Lexi dejó en la mesa la ensaladera, levantando con delicadeza una ceja.

-No se lo contaste a Nana, ¿verdad?

-No.

-¿Por qué me lo cuentas a mí?



Sonó el timble del reloj de cocina. Lexi quitó el agua de los tallarines y se entretuvo en llevar la comida a la mesa. Siren pensó en ofrecerse a ayudarle, pero no estaba segura de si sería capaz de bajarse del taburete. Observó a Lexi, que llevaba platos y cubiertos a la mesa tarareando para sus adentros. Siren estaba muy confusa. Se daba cuenta de que en realidad no tenía en todo el mundo una sola persona a la que pudiera considerar amiga de verdad. Le asustaba pensarlo.

-¿Sabes una cosa? –dijo Lexi, observándola con atención-. Yo diría que no tienes ninguna amiga.

Le entregó una servilleta de tela, y se sentó.

-No -dijo Siren, frunciendo el ceño-. Solo a Angela, y apenas hablo con ella.

-¿Qué te parece si yo te sirvo de amiga? Ya sabes, una persona con la que puedes hablar, con la que puedes ir de tiendas. Bien sabe Dios que tengo dinero suficiente para ello.

Siren no pudo evitar reír.

-¿Qué me dices?

-No lo sé, Lexi; si lo que dices es verdad, ya tienes un poder más que suficiente sobre mí.

-No entiendo por qué te preocupa, ya que no tengo intención de servirme de él. Ay, los panecillos calientes -dijo, poniéndose en pie de un salto-. Espera un momento.

Volvió con una cesta de panecillos de mantequilla. Siren se quedó sentada, desconcertada por tercera vez.

-Sencillamente no te entiendo -le dijo.

-Ya me entenderás con el tiempo. De modo que, dime: ¿qué te ha estado pasando?

Mientras comían, Siren le explicó todo lo que pudo desvelar con tranquilidad acerca de sus sueños, los incidentes y su opinión de que la seguían.

-Solo que no puedo demostrar nada –terminó diciendo desconsoladamente, partiendo un pedazo de panecillo y masticándolo, pensativa.

-Ay… ay, ay, ay -dijo él, dando una palmada-, ¡Un misterio! ¡Qué delicioso! Ahora, debemos resolverlo. A mí se me dan muy bien los rompecabezas y desentrañar las cosas. Dime ¿tienes algo de precognitiva?

-¿Qué?


-¿Percíbes alguna señal de advertencia cuando se avecina un peligro? ¿Sabes lo que va a decir una persona antes de que lo diga, o te conectas profundamente con los sentimientos de las personas?

Siren jugueteó con las puntas de su larga cabellera, llevándoselas a los labios, haciéndolas girar entre sus dedos.

-Sí, sí y sí. Creo que me zumba el oído cuando estoy próxima a un peligro; pero no me pasó la otra noche, cuando vino Dennis por mí; y hoy, cuando alguien me tiró al agua, tampoco tuve ningún aviso. Puede que estuviera demasiado agotada, o sumida en viejos recuerdos.

Lexi le sirvió una taza de café.

-Esperemos que tu oído te siga avisando de tu asesino.

-Deja de llamarlo "Mi asesino"

-Qué interesante, pensar que uno tiene un asesino -dijo Lexi con un gorjeo-. Dime, ¿te zumba el oído estoy yo cerca?

-No.


-Eso es porque tu subconsciente sabe que no te hare daño.¡Naturalmente, si alguna vez te acuestas con alguno de mis novios, entonces te empezará a zumbar el oído! -dijo, guiñando un ojo-. Deja de moverte de un lado a otro -añadió-: pareces un tigre en un tejado de cine caliente.

-Se dice "un gato en un tejado de cinc caliente" –le corrigió ella, cruzando las piernas y echando el cuerpo hacia atrás.

-Como se diga. Esta es mi tercera lengua, ¿sabes?

-¿Cuál es tu lengua rnaterna?

-El francés.

-¿Y la segunda?

-El alemán. Aunque tengo nociones de ruso, sé el latín suficiente para defenderme, y tengo algunos conocimientos interesantes de gaélico. Creo que tú podrías ser una buena amiga, Siren McKay, ¿sabes?

-¡Ja! ¿Cómo podrías confiar en una asesina?

-He aprendido a confiar en mi intuición -dijo el, encogiéndose de hombros. Entonces, ¿qué pasó en realidad entre Maz y tú?

-¿Quieres que te cuente la versión corta, o la larga?

-Le que te apetezca contarme.

SERATO ESPERABA, intentando confundirse con la multitud. El coche de siren seguía en el aparcamiento del banco; por lo tanto, ella debía de estar arriba, con Riddlehoff, y no parecía que fuera a bajar de momento.Volvió en su coche a la casa de ella, con la esperana de explorarla bien, pero cuando llegó se encontró el camino de entrada lleno de camionetas y de todo terrenos. Al parecer, Jess pasaba la tarde echando una partida de cartas con sus amigos; la cocina estaba llena de humo y se oían risas fuertes y estridentes. Serato, iracundo, volvió al pueblo y se puso de nuevo a rondar ante el Rincón de los Libros. Subió por la calle y vio que la explanada asfaltada que rodeaba el instituto de enseñanza secundaria estaba llena de carrozas festivas de todo tipo, que desfilarían en el gran fin de fiesta del día siguiente por la tarde. Se paseó alrededor de todas ellas, haciendo como que admiraba la obra de los diversos clubes del pueblo. Regresó al coche de Siren. Seguía allí. Volvió sobre sus pasos y se quedó de pie ante la tienda, consultando su reloj. Las tres en punto. Se sentía muy satisfecho de sí mismo. De modo que no había podido encontrar la cueva. ¡Pero había encontrado algo mejor, y mucho más atrevido, muchísimo!

SIREN se acomodó en el sofá blanco.

-Es una historia que seguramente podrías oír en cualquier refugio para mujeres maltratadas. Él era agresivo. Yo consentía en hacer el papel de víctima. Pensaba que él dejaría de portarse así, que yo era la persona que lo salvaría de si mísmo. Creía que podría cambiarlo.

La lavavajillas de la cocina traqueteaba entre el silencio.

-El error clásico -dijo Lexi por fin.

-Vaya si lo sé. En todo caso, una noche la cosa se desmandó. Me amenazó con una pistola. Forcejeamos. La pistola resbaló por el suelo. Yo cogí una estatua y le partí la crisma. Le hundí el cráneo y le partí el cuello, o eso dijo al menos el informe del forense.

-¿No te detuvo la policía allí mismo?

Ella negó con la cabeza cansadamente.

-En el apartamento de abajo había una fiesta loca. Nosotros estábamos solos en el ático. Era mí ático, en realidad.

Dios, qué ganas tenía de fumarse un cigarrillo. Volver a vivir esto. Esta pesadilla. Había dejado de fumar en la cárcel, mientras esperaba el juicio. Pensó que así se presentaría ante Dios con los pulmones limpios. Echó una mirada por el apartamento, buscando un cenicero con los ojos. No había ninguno. Tanto mejor.

Respiró hondo y se acarició el pelo.

-En todo caso, me quedé allí sentada unos minutos contemplando su cadáver. Sus guardaespaldas no entraron en mi apartamento.Yo no lo había consentido nunca, mientras estuvimos juntos, de modo que no era raro que ellos se marcharan a dar una vuelta a alguna parte. Habían bajado a la fiesta en cuanto entró Max. O eso fue lo que declararon en el juicio. Al cabo de un rato, yo me levanté y me marché sin más. Nadie me vio salir. Una amiga mía había salido de viaje, y yo le había prometido cuidar de su gato. Fui a su casa, me lavé. Me llevé la estatua, la rompí en un millón de fragmentos y después fui en mi coche a la otra orina del río, a la parte de Jersey, y la tiré al agua.

-¿Dónde la tiraste?

-Por todas partes.

-¿Y qué hiciste después?

-Volví en mi coche a la ciudad y me quedé en el apartamento de ella. No me encontraron. Me entregué yo.

-¿Por qué?

-Porque yo no había hecho nada malo en mi vida. No estaba prepara ser una fugitiva de la justicia. Supuse que acabarían encontrándome. Me daba igual acabar de una vez. Al principio, pensé confesar. Después, me di cuenta de que querían relacionarme con su tráfico de drogas. Yo no había intervenido jamás en eso. Pero él guardaba en mí apartamento varios kilos de cocaína y otras mercancías surtidas. Naturalmente, yo no lo sabía mientras vivía allí. Él lo había escondido, y yo no me había molestado en mirar. En realidad, no quería. Me propusieron hacer un trato con la policía. Que les diera nombres. Si se los hubiera dado, aun lo poco de los que yo sospechaba, me habrían matado en menos de veinticuatro horas.

-¿Qué hay del programa de protección a testigos?

-Yo no conocía a nadie lo bastante importante. De modo que dije que era inocente y pedí al cielo que sucediera algún que me sacara de aquel lío.

Se quedó callada un momento.

-No pensé nunca que Nana Loretta y tú haríais aquel milagro. Sé que lo que hice estaba mal, pero en aquellos breves instantes comprendí claramente que era él... o yo. Estaba lleno de coca y borracho. Era... era un loco.

Pestañeó para contener las lágrimas que amenazaban con salir.

Lexi, sentado junto a ella en el sofá, le dio unas palmaditas en los hombros. Ella respiró hondo.

-Si me hubiera declarado culpable, me habrían metido en la cárcel. Las estadísticas dicen que a las mujeres maltratadas que se defienden no les dan ninguna oportunidad. Sobre todo cuando es bien sabido que te tratas con delincuentes, aunque sean de clase alta. Como nadie me había visto entrar ni salir de casa aquellanoche, al menos tenía una oportunidad. No encontraban el arma asesina. El único fallo era que yo no tenía coartada. Hasta que apareció nuestro amigo común, el griego.

-Hasta que apareció él.

-Y ahora tienes un problema nuevo.

-Es complicado, ¿verdad? -dijo ella, sonriendo débilmente-. Mira, ya te he revelado todos mis secretos y he pasado un día interesante, pero ahora tengo que marcharme. Esta noche viene Tanner a cenar. El almuerzo que me has dado ha sido fabuloso, y no puedo agradecértelo lo suficiente. Ya me contarás cómo te va con ese libro.

Lexi se quedó mirándola.

-¿Qué?

-¿Estás segura de que quieres que traduzca ese documento?



Ella lo miró con seriedad y, mientras asentía con la cabeza le dijo:

-Desde luego que sí. Si no puedo confiar en ti, Lexi, no puedo confiar en nadie.




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