Muerte en el Barranco de las Brujas



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GEMMA, enfadada, miraba por la ventana de su suite, en cuarto piso del Hotel Hampton Inn. La luna llena estaba suspendida en el cielo negro como una calavera gigante y cremosa. Pasaban flotando mechones de nubes de ébano ante su cara brillante. Los bordes de las nubes estaban iluminados con un brillo borroso. Sonó a su espalda el ruido de la puerta al cerrarse. Gemma, sin volverse, miró el reflejo del apartamento y vi se acercaba a ella la figura flexible de Serato.

-¿Lo has conseguido? -le preguntó en voz baja, empañando el vidrio con el aliento.

Silencio.

-¿Y bien? ¿Lo has conseguido? –repitió. Se volvió hacia él.

-No.


-¡Ya sabía que no podía contar contigo! -exclamó ella. Levantó las manos al aire y las bajó después despacio, deteniéndose un momento a observar el suave reflejo de la lámpara en sus uñas.

-Lo he registrado todo -dijo Serato, acariciándose la barbilla-. No tenía gran cosa. Ahora tiene menos. Lo que buscas no estaba allí.

-¡Me importa un pito lo que tenga o deje de tener! ¡Lo único que me importa es lo que te he enviado a buscar, y no lo has encontrado! -exclamó, dando una patada en el suelo con su zapatilla dorada-. ¡Sé que lo tiene!

Serato se acomodó en uno de los sofás de la zona de estar. La pared de la izquierda, cubierta de espejos, acentuaba todos sus movimientos.

-Lo conseguiremos.

-No haces más que decirme eso. Pero, hasta el momento, no has hecho nada. ¡Nada! Hace semanas enteras que te encargué que la mataras. ¡Semanas enteras! Y ella sigue ahí. Flotando por el pueblo. Haciendo lo que le da la gana. Todavía no sabe lo que tiene. ¡Que perra tan estúpida!

A él le subió el color a la cara.

-Escucha. Ese madito pueblo es un hervidero de policías y de agentes. Esos incendios los traen a todos de cabeza. ¡Miran a todo el mundo! Yo tengo que evitar llamar la atención. He tardado todo este tiempo en asentarme, en encontrar un trabajo, en integrarme. La feria cosecha ha resultado enormemente útil, pero también han traído a más policías. Hasta los estatales han estado allí unos días. -encendió un cigarrillo y se puso a hacer anillos de humo, hundiendo las mejillas, sacudiendo la mandíbula.

-¡Si no supiera que es imposible, creería que estabas provocando tú mismo esos incendios!

Serato aplastó el cigarrillo en un cenicero ámbar.

- A mí no me va eso de quemar mierda -dijo, soltando una bocanada de humo-. El Ballantine tenía que quemarse. Esa perra, Nanette, la propietaria, estaba fisgando. Está todo arreglado. Tengo un nuevo alojamiento en Whiskey Springs. Una noche más y me largo de aquí.

-Te he metido en esto para que hicieras un buen trabajo –dijo ella con voz helada.

Serato se puso de pie y se movió rápidamente hacia ella, sujetándola por la cintura desde atrás, inclinándose sobre ella, doblándole el cuello. Ella soportó con paciencia que le levantara el vestido de seda y le pasara los dedos fríos por los muslos. A Gemma le gustó la sensación de la seda al subirle por el cuerpo, pero le repugnaba el contacto de los dedos de campesino de él.

-Y supongo que lo del sexo es un beneficio añadido -dijo él con rudeza.

-Como quieras entenderlo.

-¿Lo pasaste bien anoche con ese poli?

Sus dedos le aplastaban la piel caliente, pellizcándola, frotándole el interior de los muslos.

Ella se liberó de sus dedos y se aparto de él.

-Conseguí lo que necesitaba -dijo.

El la cogió bruscamente de la barbilla. Ella le miró a los ojos azules, helados, retándolo a que intentara hacer algo. Él la soltó despacio.

-Estuvo muy parlanchín -dijo ella, tranquilamente-. Yo estaba a punto de caer en sus garras pero, por desgracia lo llamaron y tuvo que marcharse. Al parecer, el tío Jess llegó después de tu visita a la casa de Siren. Llamó a la policía. Viejo estúpido. Mi pequeño agente corrió al rescate.

Hizo girar la cola de su bata negra y se dirigió al bar. Su reflejo creó en los espejos un efecto caleidoscopio de seda negra y piel clara.

Volvió a la zona de estar trayendo su copa de jerez y se sentó cuidadosamente en el sofá, frente a Serato.

-Entonces, ¿de qué te has enterado? -le preguntó

-Me temo que podrías haber sido más discreto –dijo ella y bebió delicadamente un trago de su copa-. Ella tiene ahora bastantes amiguitos nuevos. Se preocupan mucho de su salud. Uno es Alexander RiddIehoff. Eso me inquieta. Tiene buenas relaciones y podría comprarse el pueblo entero veinte veces si quisiera. Tenías razón con lo de ese policía. Él le había echado el ojo a ella, pero al parecer ella se ha hado con un jefe de bomberos alcohólico. Un paleto con pelo a lo jipi. Francamente tirado. Le está bien empleado. Ella siempre se ha conformado con medianias.

Estiró las piernas, pasándose suavemente la mano por un muslo color crema.

-¿Sabías que ha estado soñando contigo? Eso me parece muy interesante.

Serato no dijo nada.

-Ha estado corriendo por todas partes como una vaca loca, intentando hacer creer a la gente que la persigue alguien. Nuestro agente de policía me dio amablemente mucha información cuando yo hice el numerito de la hermana preocupada. Era como para reventar de risa. Desgraciadamente, tú has jugado demasiado tiempo con ella.Yo creí que la asustarías una o dos veces y acabarías de una vez.

Sintió que la ira le sonrojaba las mejillas. Si no fuera porque necesitaba mucho a aquel idiota, se habría librado de él hacía mucho tiempo. Pero Serato había hecho siempre lo que ella le mandaba, y cuanto más sucio fuera, mejor. Quizá encargara a alguien que lo quitar de enmedio cuando hubiera terminado aquel trabajo. Desde luego, ella tenía los contactos suficientes para deshacerse de ese montoncito de basura. Se había vuelto demasiado insumiso para su gusto.

-Lo haré a mi manera, a no ser que quieras hacerlo tú misma -dijo él.

Ella hizo una mueca de desagrado para sus adentros, pero no manifestó nada externamente. En lugar de ello, dijo:

-Quiero que muera esa perra. Cuanto más pronto, mejor.

-¿Y qué hay de....?

-Ya lo encontraré yo. Los documentos falsos están preparados y las dos fincas serán mías. Muy discretas. Una parada perfecta entre Washington y Nueva York.

Tomó otro trago de vino, relamiéndose los labios de satisfacción al pensar en sus planes.

-Y mi hermanita difunta me lo dejará todo.

-¿Y si ya ha hecho un jodido testamento? -preguntó él.

-¿Por qué tienes que ser tan mal hablado? Ya he resuelto ese problema. Mis documentos anulan cualquier cosa que haya dejado ella ese abogado de Nueva York -dijo ella, sentándose en el brazo del sofá que estaba delante de él.

-¿Y tus primos?

-No me preocupan en absoluto. Les daré lo que piden por dejarme lo suyo. Me lo puedo permitir. Ya les he hecho una oferta, y por eso está Ronald tan dispuesto a ayudarme a ingresar al tío Jess en una residencia privada. Jess estará muerto de aquí a un mes. El otro tendrá la boca cerrada. Los dos tienen hambre de dinero.

-¿Quieres acabar con esta perra conmigo?

-¡No seas tonto de remate! Me pasaré toda la tarde con ese poli estúpido. Necesitaré una coartada. Estoy segura de que será divertido -diio, mientras le asomaba poco a poco al rostro una sonrisa.

-Sí, bueno; no lo pases demasiado bien, o voy a tener que ...

Gemma le interrumpió.

-Tienes demasiado buen concepto de ti mismo.

Serato le echó una mirada abrasadora. Ella sonrió, con los ojos fríos y duros. Gemma se puso de pie, se acercó al bar y abió su maletín. Sacó de este un sobre pesado de color crerna. Volvió hasta él agitando mucho las caderas y le tiró el sobre en el regazo.

-En cuanto la hayas matado, vete del pueblo. No podemos permitirnos que te atrapen. Podrás recoger el resto en el lugar acordado, cuando esté realizado el trabajo.

Serato cogió el sobre. Gemma frunció los labios.

-No hace falta que lo cuentes: está todo.

-¿Y si lo lleva encima?

-Entonces, guárdamelo En todo caso, ti no te serviría de nada. Lo recogeré cuando vuelva a verte.

-No hay problema –dijo él, pasando los dedos sobre los billetes del sobre.

Ella sacó la cadera, jugando con el botón superior de su bata.

-Será mejor que tengas cuidado -dijo- El exceso de confianza conduce al error. Yo me pasaré a recoger al vejestorio mañana, a eso de las siete de la tarde. Él no tiene ni idea de que lo voy a ingresar en un centro de cuidados especiales, en las afueras de Boston. Quiero que la chica haya muerto antes.

EL CUMPLEAÑOS de Siren, el 31de Octubre, amaneció con una cascada de sol brillante y con un estallido de colores de otoño. Lexi le había prometido pasar a recogerla a las diez.

-Te propongo que salgamos de búsqueda e intentemos encontrar ese broche de gárgola que perdiste –le dijo-. Puede que sea la clave para que recuerdes.

-¿Para que recuerde qué?

-Algo. Cualquier cosa.

A las diez y cuarto estab en el campo de tiro.


RACHEL ANDERSON era una paciente muy buena. No hablaba nunca cuando no debía, obedecí a los médicos y a las enfermeras y se hacía la zombi cuando era necesario. Estaba muy orgullosa de sí misma. Cuando no la miraban, escupía todas las bonitas pastillas.

Mientras seguían investigando el asesinato de su marido, ella había ingresado voluntariamente en aquel lugar apestoso. No la habían acusado, y Billy no decía nada de la hija de ella. Que así fuera. Para eso estaba la familia. Fue en una de sus conversaciones con él cuando se enteró de que Siren McKay seguía viva y coleando. Eso acabaría pronto. Se sentó en la silla que estaba junto a su cama, oscilando el cuerpo y cantándose una nana.

Aquella noche sería libre.


SERATO recogió us exiguias pertenencias. Lo metió todo en el coche familiar Taurus. Más tarde lo pasaria al Lexus. Circuló con cuidado por Cold Springs. A pesar del asesinato reciente de la turista, el último día de la feria de la cosecha transcurría con gran animación. El desfile de aquella noche sería el punto culminante de júbilo antes de los largos meses del invierno. Serato se había decidido. Si: tomaría a Siren como suya, pero destruiría también a Gemma Ackerman. Y sabía el modo exacto de destruir a Gemma sin verter una sol gota de su sangre malvada. Cuando hubo salido del pueblo, se detuvo al borde de la carretera. Con las manos enguantadas, metió en un sobre varias fotocopias de documentos. Era hora de hacer de cartero. Aquella noche se llevaría a Siren McKay, y después se largaría de Cold Springs.

Para siempre.

NO encontraron nada en la primera hora. Lexi y Siren habían empezado al fondo del campo de tiro y habían ido avanzando hacia las dianas.

-No es posible que haya volado hasta aquí -dijo Siren, secándose el sudor de la frente.

-Hay otra cosa que te inquieta. ¿Has tenido alguna noticia de Tanner? –le preguntó Lexi.

-Ni una palabra. Cree que me gusta Billy. Yo estoy muy cansado de que la gente crea saber cómo pienso y lo que siento.

-A excepción de los presentes, claro está –dijo Lexi con una sonrisa. Siren sonrió también.

-La verdad es que quien me preocupa es Billy –dijo-. Su hermana está hecha un lío, han asesinado a su cuñado, y él va y se enreda con Gemma.

-Ah, sí -repuso Lexi-. Con la Atila con tetas.

-Lo has entendido bien. No creo que debiera enredarse con Genima. Va a pasar todo el día con ella para decidir si tiene algo que ver en todo este asunto. Estoy preocupada.

-Es una persona mayor, Siren. La gente habla muy bien de él, en lo relacionado con su trabajo. Procura ser un profesional.

-Y lo es -comentó Siren.

Lexi volvió al maletero del Porsche plateado, lo abrió y sacó una cesta de picnic.

-¡Feliz cumpleaños! -dijo, dejándola sobre la mesa de merendero desvencijada- ¡Con champán y todo!

-Supongo que podré hacer una excepción y tomarme una copa -dijo Siren, sonriendo.

Almorzaron en silencio, disfrutando del día luminoso de otoño. Después de tomarse una copa de champán cada uno, se pusieron a trabajar otra vez, levantando todas las piedras y separando todas las matas de hierba. En dos ocasiones, se presentaron hombres que venían a utilizar el campo de tiro y acabaron ayudándoles a buscar el broche. Lexi ejercía ese efecto sobre las personas. Dio cien dólares a cada uno, aunque no habían encontrado nada. A última hora de la tarde, Lexi y Siren estaba solos otra vez y agotados.

-No lo entiendo –dijo Siren-. Sé que lo perdí aquí.

-Puede que lo haya encontrado alguien.

-Probablemente -asintió ella-. No volveré a verlo.

-Vamos a dar una última vuelta -propuso Lex-. Yo probaré por allí -añadió, señalando el borde del campo de tiro.

-Pero yo no estuve allí.

-No se pierde nada por probar –dijo él, y se alejó a paso vivo.

Siren termió de recoger las cosas en la cesta de picnic y la metió en el maletero.

-¡Siren! -gritó Lexi-. ¡Será mejor que vengas aquí!

-¿Lo has encontrado? -le preguntó ella, caminando hacia el punto de donde procedía su voz.

-No exactamente -dijo él, recibiéndola con cara pálida cuando ella salvó un montículo pequeño que estaba al borde del tiro-. Creo que aquí hay topo escondido.

-Querrás decir "gato encerrado" -dijo ella, mirando entre la espesura del bosque.

-Como se diga -dijo él, apartando la vista de ella y dirigiéndola al suelo, ante él.

-¿Qué has encontrado? -preguntó ella, acercándose deprisa a su lado.

-Creo que he encontrado a Ethan Files.

Siren miró con horror el montón de tierra, de carne y de hojas. Miró el cuerpo en descomposición.

-¿Estás seguro de que es Files?

-Yo lo conocía -dijo Lexi, arrugando la nariz con desagrado-. Claro que parece que lo han encontrado las alimañas; pero, si, estoy bastante seguro. Y mira –añadió, señalando a cosa de un metro de la cabeza-: allí está tu broche.

Siren recogió el broche y le limpió el polvo y la suciedad. Los ojos de ámbar brillaron, y, algo duro y antiguo que tenía dentro de ella se rompió en fragmentos menudos. Respiró hondo y se puso el broche en el chal rojo, con manos temblorosas. Aquella noche sería la noche. Lo sabía de alguna manera, y lo entendía. Lexi sacó el teléfono móvil del bolsillo de su abrigo.

-¿Estás preparada? -le preguntó.

-Llama -dijo ella, asintiendo con la cabeza.

SERATO esperó a que la furgoneta del correo realizara su entrega habitual en la casa de los McKay, y metió después en el buzón el sobre color crema dirigido a Jess Ackermn. Llevó el Lexus negro tras un bosquecillo de pinos y se puso a esperar. Aquella sería la noche de diversión y de muerte.

Cuatro coches patrulla negros y dorados del condado de Webster salieron del pueblo con las sirenas sonando; pasaron rápidamente junto a la casa de los McKay y subieron por el monte. Serato movió una ceja. ¿Qué desastre podría haber sucedido que salieran tantos coches de la poli? Se le ocurrieron varias ideas, pero supo de alguna manera ue habí encontrado a Ethan Files.

Ay, bueno: estuvo bien mientras duró. Tanta más razón para terminar esa misma noche y largarse de allí. Sonrió. Le encantba el modo en que sabía adaptarse al flujo de las circunstancias.

Al fin y al cabo, él era el maestro.

RACHEL ANDERSON esperó a que la enfermera se alejase con sus zapatillas blancas chirriantes de suela de goma. En una exploración anterior, Rachel había encontrado las taquillas del personal de limpieza. La joven Lori, una empleada nueva, guardaba la ropa cada noche en su taquilla sin cerrarla con llave. Rachel no tenía ni idea de por qué hacía tal cosa, pero la ingenuidad de la muchacha le resultaría útil a ella. Rachel entró corriendo en el cuarto y se dirigió a esa última taquilla. La suerte la acompañaba. Encontró un par de pantalones vaqueros viejos, una sudadera de Penn State, veinte pavos, y, de propina, un bote pequeño de aerosol defensivo de pimienta. ¡Sí!

Rebuscó en el bolso de Lori; las manos se le quedaron paralizadas a la mitad de un zarpazo cuando un ruido de pasos que avanzaban por el pasillo se detuvo ante el cuarto de los empleados de la limpieza. Rachel se quedó completamente inmóvil. Sonó el pestillo de la puerta. Ella bajó los hombros y huyó al fondo del cuarto, donde se metió a presión entre la última taquilla y un cubo de limpieza de tamaño industrial, maloliente, que contenía varias fregonas apestosas. Le temblaba todo el cuerpo cuando alguien abrió la puerta y entró en la habitación.

TANNER THORN estaba sobre el Barranco de las Brujas; una brisa cortante de otoño le agitaba el pelo y anunciaba una noche helada. Encendió un cigarrillo, absorbiendo en los pulmones el humo cargado y expulsándolo despacio. Tenía a los pies una botella de Black Velvet, sin abrir.

Tres incendios más en dos días. Naturalmente, ahora él no era más que un voluntario y no tenía que ir si no quería; pero había algo que lo impulsaba: el poder, el valor, la dedicación. Se rio de sí mismo. Palabrerías gloriosas. Si iba era porque no tenía otra cosa que hacer, y porque los incendios le atontaban la mente yno sentía el dolor de haber perdido a Siren.

Cuando había creído que su vida estaba dando un giro por fin, sus sueños se habían hundido. Siren era una asesina. No se podía confiar en ella para que dirigiera el clan. No podía remendar los retazos para levantar algo nuevo y fuerte. Y ella lo había demostrado. El recuerdo de ella en brazos de Billy surgió vívidamente en su mente, y el dolor lo atravesó hasta llegarle a los huesos. A Tanner solo le quedaban los incendios. Dio una honda calada al cigarrillo, viendo cómo se ponía el sol hacia el horizonte, ilumiando las pocas nubes blancas con una paleta de colores rosados, dorados y violetas.

Abajo, en las calles de Cold Springs, se preparaban las carrozas, las bandas y los lugareños ataviados con disfraces alegres para el desfile de la cosecha. Antes de que perdiera su empleo, le habían pedido que encabezara el desfile a la manera tradicional, llevando una horca dorada por delante de la pancarta que abría la marcha. Suponía que ahora encornendarían esa misión a otro. Pisó la colilla del cigarrillo y abrió la botella de whisky.

Salud.


LA SUAVE PENUMBRA otoñal caía sobre el campo cuando Lexi entró con el Porsche por el camino particular de la casa. Lo recibió una hilera de calabazas talladas de Halloween; las llamas vacilantes de las velas que tenían dentro arrojaban sombras extrañas desde la ancha baranda del porche. Siren sonrió para sus adentros. El tío Jess debia de haber decidido hacerle un regalo de despedida: los adornos más chillones sobre la faz del planeta. Se preguntó distraídamente si aparecerían por allí niños pidiendo dulces por Halloween. Esperaba que no, pues no había comprado dulces. ¿Y por qué estaban apagadas las luces de la casa? ¿Habría llegado Gemma y se habría marchado ya, llevándose a Jess? Siren confiaba de todo corazón que no. Puede que todavía tuviera a tiempo de convencer a Jess de que no se marchara.

-Me parece increíble que la policía no nos haya retenido más tiempo -dijo Siren, sentada en el coche a oscuras

-Es evidente que no lo matamos nosotros. Solo lo encontramos. Ahora, ellos tienen cosas más importantes de qué preocuparse. Cuando la prensa se entere de que han estado buscando a un muerto, toda esta comarca se convertirá en una pesadilla frenética.

-¿Crees que suspenderán el desfile?

-El dinero manda -dijo Lexi, riéndose-. Los comerciantes tienen más ventas en la semana de la feria de la cosecha que en cualquier otra de todo el año. La cancelación del desfile infantil de ayer les hizo un agujero desagradable en los bolsillos. El alcalde no volverá a arriesgarse, te lo aseguro. Además, lo único que han encontrado es a un muerto que no es su asesino. Aunque intentaran cancelar ahora el desfile, habría tanta confusión que el asesino podría matar a alguien igual. Es mejor seguir adelante con los planes y meter a más personal. Lo más probable es que llamen a agentes de York Y de Harrisburg. Suelen hacerlo incluso en circunstancias normales.

Lexi tenía la cara delgada entre sombras, pero la volvió del todo hacia ella.

-Ahora que tienes el broche, ¿recuerdas algo?

Siren respiró hondo.

-No es que... recuerde. Más bien, sé que esta es la noche. O haré lo que tengo que hacer, o me rindo. Es difícil de explicar.

-No te preocupes -dijo él, asintiendo con la cabeza-. Te tengo cubierta.

Ella sonrió. Sabía que no iba a ser tan fácil.

TANNER levantó la botella, dispuesto a tomar un buen trago.

-¡Jefe!

Tanner se volvió bruscamente.

-¡Jesús, Jimmy! -exclamó, dejando caer la botella y mojándose de alcohol la ropa. La botella rodó hasta el borde del acantilado y después volvió hacía sus pies, derramando el whisky sobre el granito.

-Perdón -respondió Jimmy, mirándolo de una manera extraña.

-¿Qué haces aquí arriba?

-Vaya, buscándolo a usted -dijo Jimmy, rascándose la cabeza-. Debe encabezar el desfile, y no está allí.

-Evidentemente, no.

-No se ponga así. Cuentan con usted.

-¿Desde cuando?

Jimmy frunció el ceño y dio unos pisotones en el suelo; sus botas pesadas hicieron vibrar el acantilado.

-Mire, su su vida personal no es cosa mia, pero a mí me parece que lo que tiene es un dilema. Es verdad que el alcalde de este pueblo es un mierdecilla sin carácter, y que el ayuntarmento está compuesto por una pandilla de gilipollas, pero ahí abajo hay mucha gente que está orgullosa de lo bien que ha llevado usted este departamento de bomberos, y que confían en que tenga el valor de sacar la lengua a los gilipollas y de desfilar por el centro de ese pueblo.

Tanner miro con sorpresa los ojos ardientes de Jimmy.

Jimmy lo señaló con un dedo grueso.

-Esa horca dorada a servido para encabezar el desfile durante más de cien años. Aun durante la Segunda Guerra Mundial, cuando no hubo desfile, el jefe de bomberos desfilaba él solo por la calle mayor con esa horca, llevándola muy alta, por encima de la cabeza solo para demostrar que no hay quien pare el espíritu de este lugar. Que no hay quien pare a las brujas. ¡Y esa horca la ha llevado siempre un hombre mágico, y usted lo sabe! ¡No puede fallar a Nana Loretta!

-Nana ha muerto.

-Pero sus sueños no han muerto, si no los mata usted.

-No es tan fácil, Jimmy.

-¡Tonterías! Yo sé más de lo que usted cree. Y creo que es un maldito cobarde si no hace lo que tiene que hacer, y entre lo que tiene que hacer se cuenta el asegurar que la familia salga adelante.

-¿Qué sabes tú de esto?

-Es usted más tonto que una boñiga de vaca –dijo Jimmy sacudiendo la cabeza-. He trabajado con Nana Loretta dure años enteros, y Jess Ackerman también.

Tanner no daba crédito a lo que oía.

-Me estás contando un cuento.

Jimmy se adelanto con expresion amenazadora.

-¿Es que no na oido hablar nunca de los Averiguadores, Nana tenía dos. Jess y yo. Mi tarea consistía en asegurar que no le pasaba nada malo a usted. Jess tenía que hacer como si odiara a las brujas de por aquí, para poder enterarse de cosas de las que no se podía enterar ella. Mierda, él lleva en la familia casi desde el primer día; pero está confundido. Esa tonta de Gemma le ha revuelto la cabeza. Jayne inició a Jess tes de morir. Nana lo envió para que pusiera a prueba a Siren, pero entonces empezaron a pasar todas esas cosas raras, y Jess se encontró demasiado liado, teniendo en cuenta que es un viejo. Tenía que encargarse de que fuera Siren la que se ocupara de nosotros. Usted se cree muy listo siempre, y resulta que la mitad de la farmilia del Arte hemos estado trabajando como hormiguitas debajo de sus narices. ¿Cómo cree usted que se enteró Nana de que a usted le había atacado ese poli tonto? Por medio de Benita, ni más ni menos.

Tanner tragó saliva. Sentía los ojos como si los tuviera abiertos de manera permanente, y hasta le costaba trabajo pestañear

-¿Benita? -repitió. Le daba vueltas la cabeza.

-Y hay más cosas, pero no se le van a revelar solas si usted las deja. Sabe que esa marcha por el pueblo con la horca simboliza algo más que el comienzo de un desfile tonto. Dice que el rey divino y sacrificado bendice el pueblo y los campos que lo rodean. Si usted no desfila, ni prende fuego a ese carro al final de la calle, es como si escupiera a los dioses a la cara. No puede ser tan rematadamente estúpido.

A Tanner no le funcionaba bien la cabeza.

-¿Jess? ¿Que Jess es un Averiguador? Pero ¿por qué?

-Eso tendrá que preguntárselo a Jess –dijo Jimmy, sacudiendo la cabeza-. Ahroa, mueva ese culo triste y a desfilar. Hay gente de todas clases que cuenta con usted sin que usted se lo imaginara.

Jimmy levantó la gran bota y tiró la botella de whisky por el acantilado de una patada. La vio caer rodando en la oscuridad.

-Y si no viene en paz, le daré una paliza y lo bajaré yo mismo.

Se volvió y sonrió. Los dientes, grandes y magníficos, le brila luz de la luna.

EL ZUMBIDO empezó en el escalón superior. Siren se sacudió la oreja. Lexi contuvo la respiración. Siren intentó abrir la puerta principal y la encontró cerrada con llave.

-Es curioso –dijo.

Volvió a intentar abrir la puerta. Lexi se puso tenso mientras Siren buscaba las llaves en su bolso, sacaba el manojo y rebuscaba entre ellas.

-Me zumba mucho el oído -dijo Siren, sacudiendo la cabeza.

-Ve despacio -le previno Lexi.

Ella abríó la puerta y se dispuso a entrar, con las llaves preparadas para tirárselas a la cara a un posible atacante. Lexi se adelantó y pasó el primero.

Gemma, con pantalones caquí y un suéter verde oliva, estaba sentada cómodamente en el sofá. Había dos tazas vacías en la mesa de café. Siren dejó caer la mano a su costado; las llaves produjeron un tintineo hueco.

-¿Por qué están apagadas las luces? -preguntó, mirando una calabaza grande tallada cuya cara emitía un brillo lúgubre desde la mesa de café. Siren no creía haber visto nunca una calabaza tan grande.

-Mira quién aparece por aquí -murmuró Gemma con voz melosa, echando una mirada al tío Jess, que estaba sentado en una silla junto al ventanal, con la cara inmóvil y una palidez extraña; le brillaban gotas de sudor en la frente con la luz anaranjada. Gemma sonrió y dijo:

-Feliz Halloween, hermanita; y te has traído a Lexi Riddlehoff. Qué divertido.

Siren arrojó su bolso sobre la mesa lateral y se adentró en la habitación.

-Vay, vaya, vaya; qué agradable visita –repuso Siren con voz maligna-. La bruja malvada del oeste. ¿Estás bien, tío Jess?

Este no respondió.

-Y supongo que tú eres la bruja buen del norte, ¿no? –observó Gemma.

-Podría ser –dijo Siren, haciendo resonar las llaves que tenía en la mano.

-Jess y yo ya nos íbamos, pero él se empeñó en no moverse de aquí hasta que llegases tú. Pero debo decir que me sorprende mucho que estés aquí.

-¿Y por qué?

Gemma se encogió de hombros.

-Nos marcharemos cuando llegue nuestra carroza.

-Lo que quieres decir es que Ronald no se ha presentado todavía –dijo Siren-. ¿Cómo has venido? No hay ningún coche aparcado fuera.

-Que tú veas.

-¿Qué quieres decir con eso?

En lugar de responderle, Gernma dijo:

-Jess y yo hemos tenido una conversación ble. Nos hemos tomado un café torrefacto bien cargado.

-Lexi, ¿podrías encender la luz, por favor? –dijo Siren.

Lexi accionó el interruptor.

No pasó nada.

Siren se puso tensa.

El tío Jess estaba sentado como sumido en un estupor. ¿Habría sufrido una apoplejía? Movió despacio los ojos hacia Siren pero no dijo nada. Tenía en la mano un sobre grueso de color crem. Siren se preguntó vagamente como había sido capaz Gemma de quitarse de encima a Billy. Se le pusieron tensos los hombros. Lexi se los tocó suavemente con la mano. Esas tazas de café que estaban en la mesa tenían algo raro. Se acercó, tomó una y lolió. Miró a Gemma y después a Jess. Drogado. ¡Estaba drogado!

La ira le hervía en la boca del estómago. ´

-¿Qué le has dado?

Gemma se pulió las uñas en el sueter, se las miró a la luz tenue y dijo:

-Un simple sedante, nada más. Nada que le pueda hacer daño.


RACHEL se acurrucó mucho, sujetando con fuerza contra el pecho el bolso de la limpiadora. Una persona recorrió el cuarto de las limpiadoras, soltó una palabrota y se marchó. Cuando estuvo segura de que estaba a solas, soltó un suspiro y salió de su escondite. Empezó a dolerle otra vez la nuca. Murmurando entre dientes registró el bolso en busca de maquillaje, intentando ponerse lo bastante presentable como para salir de allí. La hora de visitas iba a terminar dentro de pocos nunutos. Accionaría la alarma de incendios y saldría corriendo confundida entre la multitud.

Ningún problema.

Ninguna dificultad.


LAS SIETE MENOS CUARTO. El desfile empezaba en el punto que se llamaba antiguamente la encrucijada, que era un cruce en la parte alta del pueblo donde muchas brujas verdaderas habían invocado la diosa griega Hécate pidiéndole sus dones protectores. De día parecía una encrucijada normal, pero, de noche, aquella zona era bien conocida como el Rincón de Hécate. Tanner estaba de pie donde confluían las cuatro calles, con la moto todo terreno aparcada a su lado, contemplando el barullo enloquecido mientras los grupos y las carrozas se desplazaban en el último momento para colocarse en las secciones que les correspondían. El desfile era tan numeroso que sus componentes estaban alineados en las tres calles. Una mujer grande se deslizó a su lado, vestida de bruja y con un megáfono en la mano, gritando órdenes que no iban dirigidas a nadie en concreto; el sombrero negro le colgaba precariamente de la cabeza. Una racha de viento fresco de octubre pasó por los tobillos de la mujer y desveló unas piernas gruesas metidas en unas medias a rayas rojas y blancas. La Reina de la Feria de la Cosecha, en un descapotable de color azul celeste, se ajustaba la corana en la cabeza con una sonrisa nerviosa. Varias bandas intentaban afinar sus instrumentos, produciendo una cacofonía de sonidos. Los jefes de las tropas de exploradores y explroadoras hacían formar a sus pupilos en los lugares adecuados. Los miembros de los grupos de danza se estiraban, y los jinetes de la guardia de honor intentaban controlar a sus corceles, que piafaban y se encabritaban, haciendo que cayera peligrosamente cerca del suelo la pancarta con la enseña negra y dorada de la ciudad que llevaban entre todos.

-Atención! -gritó la bruja grande que Illevaba el megáfono-. ¡Faltan quince minutos, gente! ¡Quince minutos! ¡Me habéis oído! ¡Tenéis quince minutos!

Varias personas dieron palmaditas en la espalda a Tanner, sonriéndole y diciéndole "nos alegrarnos de verte" y "estamos orgullosos de ti, amigo"; pero él solo era capaz de pensar en Siren McKay y en cuánto deseaba que ella no lo hubiera abandonado.

-Catorce minutos, gente. ¡Os quedan catorce minutos! -gritó la mujer, con la cara gruesa enrojecida por el esfuerzo. Fue entonces cuando Tanner se dio cuenta de que la bruja rolliza era Madame Rossia en persona. Esta le guiñó un ojo y después se apartó con el megáfono en la mano.

-NO TE LO VAS a llevar, Gemma –dijo Siren-. No lo voy a consentir.

Jess no dijo nada, aunque movió la boca y le goteó saliva del labio inferior.

Gemma agitó los hombros.

-En cuanto llegue aquí Ronald, nos llevamos al viejo y nos largamos. Tú no Puedes hacer nada para evitarlo. Tengo todos los documentos legales necesarios.

-Voy a hacer algo para encender las luces -dijo Siren, dirigiéndose a la cocina-.Vigílala –dijo a Lexi-. Se trae algo entre manos.

Lexi asintió con la cabeza, metiéndose la mano bajo la solapa derecha de la chaqueta.

Gemma se quedo callacla con una sonrisa extraña y los ojos calculadores clavados en Lexi.

Siren entró en la cocina e intentó encender la luz. Ni el menor destello. Descolgó el teléfono. Cortado. Buscó el farol de gas bajo la encimera. Desaparecido. Se dirigió al sótano. La casa de Siren era vieja, y el sótano tenía unas paredes húmedas y mohosas de granito con restos de mortero, y el suelo de tierra. Tanteó en un estante que estaba en lo alto de las escaleras y encontró con los dedos las velas y el encendedor que guardaba allí para emergencias. Encendió la vela y bajó cuidadosamente hacia la caja de fusibles, que estaba en el sótano. Una corriente de aire repentina estuvo a punto de apagar la llama. La rodeó con la mano para protegerla.

¿Por qué seguía allí Gemma? ¿Por qué no se había llevado a Jess en cuanto había podido? ¿Por qué había esperado a a Siren?

Los escalones de madera crujían bajo su peso.

A no ser que la presencia de Siren formara parte del plan; pero la llegada de Lexi debía de ser una sorpresa.

Del plan. ¿De qué plan?

Otro escalón.

Gemma estaba esperando a Ronald. Él estaba complicado en esto. Quizá Gemma quisiera haberse marchado hacía mucho rato, pero Ronald se había retrasado y había estropeado el plan. O podía ser que Lexi tuviera razón, que Gemma creyera que Siren tenía algo que ella quería. Pero ¿qué? Alguien había registrado ya su casa. Ahí no había nada.

Le faltaban dos escalones para llegar al fondo.

Bueno, si era verdad que Gemma había contratado a ese asesino, Siren no tardaría en enterarse. Estaba segura de ello.

La vela vaciló. Se apagó.

-¡Mierda!

Sus llaves tintinearon entre la oscuridad.

EL DOLOR atroz que sentía en el cráneo era como si alguien le estuviera retorciendo los ojos en la cara. Respiró hondo. La mayoría de los pacientes estaban al final de la planta, mirando la calle mayor viendo los preparativos del desfile de la cosecha. Rachel tomó una gorra azul de punto de la silla de un visitante y se cubió con ella el pelo; se apoderó de una chaqueta azul marino que estaba en otra silla y después se marchó caminando tranquilamente, como si estuviera donde tenía que estar, pasando por delante de la alarma de incendios. Nadie le prestó la menor atención.

Retrocedió y se detuvo ante la alarma, sonriendo cuando pasó junto a ella una anciana que caminaba con dificultad, ayudada por una pariente suya, que se dirigía a la zona de visitas para ver desde allí el desfile. Ninguna de las dos le echó una breve mirada. Esperó hasta que hubieron llegado a la mitad del pasillo y clavó el codo en la placa de cristal. En cuanto se rompió, tiró de la manivela. Gracias a Dios que existían los hospitales viejos, con material anticuado.

El timbre de alarma sonó estrepitosamente mientras ella corría por el pasillo, esquivando a médicos, enfermeras, personal auxiliar, visitantes y pacientes. Salió por la puerta principal a la explanada asfaltada y respiró hondo.

¡Libre!


Una bruja que llevaba un megáfono gritaba en el centro de la calle:

-¡Diez minutos gente! ¡Os quedan diez minutos para colocaros en vuestros sitios!

SIREN buscó a tientas la tapa lisa de metal en la oscuridad fría.

En vez de la tapa, tocó una mano humana, fría y muerta. Las llaves se le cayeron en la oscuridad y resonaron en el suelo

A Siren le subió la bilis a la garganta mientras retrocedía hacia la escalera. Volvió a encender la vela con manos temblorosas; la llama vacilante llenó el sótano de luz débil y movediza. Firme. Firme. Bajó la vela, intentando iluminar el sótano sin deslumbrarse a sí misma al mismo tiempo. El cuerpo de Billy, inerte y lleno de contusiones, yacía desmadejado sobre un montón de tarros viejos de confitura; su pelo negro estaba cubierto por una costra dura de sangre seca. Siren avanzó despacio, con el corazón latiéndole con fuerza. No se había desmayado en su vida, pero cuando le tomó la mano, pidiendo a la Diosa que tuviera pulso, creyó que la oscuridad del terror le iba a anular la facultad de razonar.

No tenía pulso.

Le acarició la cabeza. Le pasó los dedos por el pelo enmarañado, recordando la noche que se había presentado en el porde delantero, en el transcurso de su deber, para entregarle al tío Jess, que estaba conmocionado. Alguien había intentado arrancarle la cabellera, sin conseguirlo. Siren sabía que ese alguien era su asesino.

O Gemma, la Diosa no lo quiera.

Billy debía de haber seguido a Gemma hasta allí. Pero, en tal caso, ¿donde estaba su coche? ¿Había sufrido? ¿Había gritado? ¿Había llamado a Jenny? A Siren le tembló el cuerpo de odio y de repugnancia. ¿Por qué no lo había sabido ella? ¿Dónde estaba ese sentido videncial que le decía aquellas cosas?

Comprendió plenamente por primera vez el peligro que afrontaba. Hasta entonces no había tenido más que llamadas telefónicas, amenazas verbales, sueños terribles y mensajes en el espejo, relaciones de que habían encontrado muertas a varias personas, pero no se había encontrado a ninguna ante sus propias narices (salvo a Ethan Files, claro, y este en realidad no contaba, no era más que un montón de huesos en descomposición). Se había librado por poco en la carretera, pero ¿a qué conductor rano no le había pasado otro tanto alguna vez? Miró a su alrededor enloquecidamente, esperando que surgiera de las sombras el asesino y acabara con ella. Pero el sótano estaba vacío; solo su propia respiración pesada y el cadáver de Billy, que se iba enfriando. Se acercó a la caja de fusibles y accionó los interrupres. Se encendió la luz en el sótano, desvelando ante sus ojos asustados el horror pleno de la muerte de Billy. Buscó frenéticamente un arma.

iClNCO MINUTOS, GENTE! ¡Tenéis cinco minutos para ocupar vuestros lugares! -chilló Wilhelmina Potts, alias Madanie Rossia-. ¡Moveos! -vociferaba, dirigiendo a un grupo de jóvenes hadas hacia la señal de la Sección 13.

Volvió al centro de la encrucijada.

-Ahora, escucha, Tanner Thorn. Tú irás en esa moto tuya tan bonita muy despacio, por el centro del pueblo. ¿Podrás montar sujetando la horca a la vez?

Él asintió con la cabeza.

-¡Bien! –dijo ella, dándole una palmada en la espalda-. Mira, las cosas son un poco distintas este año. Hemos levantado la tribuna al otro lado de la calle, al final del pueblo, junto al parque de bomberos. El carro está al otro lado de la tribuna, a una distancia prudente, para que tú puedas subir a pie hasta lo alto de la tribuna y apuntarle con la antorcha. El círculo de fuego lo señaló Lexi Riddlehoff, y lo único que tienes que hacer tú es señalar con la antorcha hacia el círculo grande. Un bombero que estará abajo apretará el botón, y el círculo saltará en llamas. No hace falta que arrojes la antorcha. ¿Entendido?

-Si.


-Recuerda, sube a la tribuna con la antorcha en una mano y con la horca en la otra. Espera a que la multitud guarde silencio, y entonces apúntala hacia el círculo grande del carro. ¿Entendido?

Él volvió a asentir con la cabeza.

-¿Te pasa algo, muchacho?

-Tú eres del Arte. Lo sabías desde el principio.

-Así es. Ahora, recuerda: hazlo con teatralidad, y no olvides que solo debes apuntar. Los pirotécnicos se ocuparán del resto. No es preciso que hagas de rey sacrificado no sé si me entiendes.

Tanner la miró fijamente. Ella se volvió hacia la multitud

-¡Cuatro minutos, gente! ¡Os quedan cuatro minutos para el comienzo del desfile!

SIREN entró llena de odio frío en el cuarto de estar iluminado. Lexi estaba en el recodo junto a la puerta principal, y la miró con los ojos muy abiertos. El tío Jess seguía en su silla, sin mirar más que a la chimenea vacía. Gemma, de pie junto al ventanal, se volvió al oír los pasos de Siren y puso cara de asombro al ver lo que llevaba Siren en las manos.

-¿Un soplete? –preguntó Lexi, mirando la llama azul.

Siren sostenía con fuerza el viejo soplete de propano, cuya sólida bocach de bronce escupía fuego hacia Gemma. Siren se volvió hacia Lexi con ambas cejas levantadas en un gesto de ira, sintiendo que sus ojos vertían odio.

-¿Dónde está el teléfono móvil?

-En el coche.

-Ve por él. Llama a la policía.

Lexi le echó una mirada interrogadora.

-Hazlo y basta. ¿Tienes tu pistola?

-Aquí mismo -dijo él, dándose una palmadita en la chaqueta.

-Sácala. Úsala si es preciso. Tenemos graves problemas.

Siren se acercó a Gemma, apuntándole con el soplete a la cara.

-Si no me dices la verdad, te frío los sesos -le dijo sin más. Gemma retrocedió, acercándose al tío Jess.

-No sé de qué me hablas. Baja eso. Te lo advierto: no te metas conmigo.

Siren la miró fijamente a los ojos, sin mover los suyos.

-¿Qué me harás si no? ¿Lo que le hiciste a Billy allí abajo, en el sótano?

A Gemma se le pusieron los ojos frenéticos.

-No sé de que me hablas. Hace horas que dejé a Billy.

-¡Mentirosa! –dijo Siren, acercándole l llama. Gemma intentó huir, pero se encontró arrinconada en la pared.

-¿Qué parte del cuerpo te quemo primero?

Lexi salió corriendo por la puerta. Jess seguía inmóvil, aunque parecía que respiraba un poco mejor.

-¡Estás trastornada! -exclamó Gemma-. Deja eso ahora mismo, y vamos a hablar razonablemente.

-No. Empieza a hablar. ¿Qué te quemo primero? ¿El estómago?.

Siren acercó todavía más la llama ondulante.

-¿El pecho? -dijo, chamuscando el suéter verde oliva de Gemma. El tejido acrílico prendió, y Gemma se puso a saltar de un lado a otro, apagando las llamas a palmadas-. ¿El cuello? -dijo Siren, levantando la llama. Acercándola bruscamente.

Gemma tenía el gesto vcilante; enseñaba la sana dentadura con incredulidad.

-No seas a surda -dijo despacio-. Ronald llegará en cualquier momento. Nos llevamos a Jess, y tú no puedes hacer nada para detenernos.

Volvió la cabeza frenéticamente, mirando el patio oscuro por el ventanal. No se movía nada.

Jess dejó caer el sobre color crema, y Siren lo recogió, lo abrió y desplegó los papeles. Al cabo de unos instantes dijo:

-Lo vas a llevar a una residencia de ancianos; o, mejor dicho, lo vas a encerrar.

-¡Eso es ridículo! -dijo Gemma con rabia.

-Cuéntame otra historia -dijo Siren, blandiendo los papeles ante ella.

El tío Jess se movió por fin y clavó los ojos en los ojos en los de Siren. Esta comprendió que Jess estaba luchando contra la droga que le había metido en el cuerpo Gemma.

-Tío Jess -dijo Gemma con voz llorosa-: dile que sea buena chica y que suelte esa cosa tan horrible. ¡Se ha vuelto loca!

-¿Por qué no le cuentas tus verdaderas intenciones? -dijo Siren-. ¿Por qué no pides a tu papá que diga a la media hermana mala que se vaya? O, mejor todavía, ¿por qué no llamas a tu asesino y le dices que estoy aquí... esperándolo?

Jess seguía sentado completamente inmóvil.

-Tú no eres mi hija -dijo.

Una sombra de miedo se asomó a los ojos de Gemma.

-¡Tonterías! ¡No puedes negarme!

Jess se inclinó hacia delante, intentando dominar su boca.

-Ah, pero sí que puedo. Está bien claro en estos papeles que alguien ha tenido la amabilidad de dejar aquí esta tarde.

Gemma intentó huir, pero Siren le levantó el soplete hasta la cara y ella retrocedió de un salto chiflando, y se dio un cabezazo en la pared.

Jess estaba sentado en equilibrio el borde de la silla.

-Max no sabía que eras hija suya, ¿verdad? ¿VERDAD? Te acostaste con tu propio padre -dijo, sacudiendo la cabeza-. Eres una niña enferma, muy enferma.

Siren estuvo a punto de dejar caer el soplete.

-¿Qué?


Jess indicó con un gesto de la cabeza los papeles que tenía Siren en la mano.

-Ahí está todo -dijo, moviendo la boca dificilmente para pronunciar las palabras de un modo inteligible.

-¿Qué clase de perra pervertida eres? -dijo Siren, volviéndose hacia Gemma.

Gemma palideció considerablemente. El tío Jess tenía aspecto de estar a punto de desmayarse. Gemma tragó saliva con fuerza; se apreció claramente el movimiento de su nuez a la luz brillante del soplete. Se debilitó como si Siren la hubiera golpeado físicamente.

-Esto lo pagarás -dijo Gemma con ira, intentando traspasar con sus ojos claros los de Siren.

Siren miro por encima de su hombro. ¿Dónde estaría Lexi? ¿Por qué no había vuelto?

-¿Te encuentras mejor, Jess?

-No sé qué demonios me ha echado en ese café, nena, pero no me encuentro nada bien.

Eructo, intentó ponerse de pie y volvió a sentarse.

-¿Cómo es posible que Max sea el padre de Gemma? -preguntó Siren. Ahí había algo que no tenía sentido.

-Yo no me di cuenta hasta que leí esos papeles -dijo Jess-. Había un tipo que trabajaba en el ferrocarril. Se bajaba por aquí a comer y a divertirse un poco. En aquella época era un muchacho, no tenía más de dieciséis años o así, y tampoco le llamábamos Max. A mí no me había entrado en la cabeza que podría haber sido el padre de Gemma -dijo Jess, sacudiendo la cabeza-. Tu madre era una perdida. No conseguíamos hacer que se portara bien. Nadie podía con ella. Ahora recuerdo que éI se pasó por aquí la primavera en que tu madre estaba embarazada de Gemma. Entró en la casa, le echó una mirada y se marchó. No volví a verlo.

Le rodó por la mejilla una lágrima solitaria.

-Y todos esos años pensando que era de mi mala semilla. Que era culpa mía que se hubiera marchado tu padre. Y no lo era. No lo era.

-¡No tienes ninguna prueba! –dijo Gemma, pasándose la lengua por los labios y echando una rápida mirada a la puerta.

El tío Jess se puso de pie rápidamente y cogió a Gemma del brazo. La hizo girar hasta que ella quedó de espaldas al sofá. Las viejas venas de las manos de Jess se hincharon con la presión. La sacudió una vez... dos veces... por tercera vez.

-¿Qué has hecho? -rugió.

Ella hundió los hombros y el pecho.

-Nada. ¡No he hecho nada, papá, de verdad!

Dio una bofetada a Gemma en la cara, y Siren creyó que a Gemma se le iba a caer la cabeza de los hombros. Pero se limitó a sollozar, deslizando la lengua por la comisura de los labios para recoger la sangre. Sus grandes ojos azules se llenaron de malicia.

-¡Quítame las manos sucias de encima!

-Cuando me des una respuesta.

-¿Y por qué tengo que decirte nada? ¡Aquí la víctima soy yo!

-¡Mentira! -dijo el tío Jess, quitándosela de encima de un empujón. Gemma tropezó levemente y la llama del soplete le pasó por el cuello, dejándole una fina línea roja.

-¡Perra! -gritó.

Jess se plantó de pie junto a ella.

-Será mejor que digas la verdad, Gemma. Ya es hora –le dijo.

Gemma sollozó.

-¡Ella fue siempre la mejor, siempre la quisiste más!

Siren miró a su hermana con incredulidad.

Jess llevó a Gemma al sofá con brusquedad.

-Te has pasado toda la vida intrigando y trapicheando. Ahora sufres las consecuencias. ¡Habla! -dijo, tomando el soplete de manos de Siren y acercándolo a la cara de Gemma.

Gemma chilló, agitando la cabeza enloquecidamente.

-¡Está bien! ¡Está bien! Yo lo maté. Maté a Max. ¡Sí, tú le diste un golpe, pero fui yo quien acabó con la vida del sucio hijo de perra podrido! Se enteró de que yo era su hija, y no estaba dispuesto a compartir esas cuentas que tenía en Suiza a nombre de Siren. Tuve que hacerlo. ¡Ese dinero me pertenecía en justicia, y quiero recuperarlo! -chilló.

-De modo que contrataste a un asesino para que me matara y encontrara los números de las cuentas corrientes -dijo Siren, sacudiendo la cabeza.

-Si.

-Bueno, pues ahora me toca a mí reírme. No las tengo.



-¡Claro que los tienes!

-No tengo ningún número -dijo Siren, negando con la cabeza.

La llama del viejo soplete vaciló, chisporroteó y, por fin, se apagó.

Gemma se río con una risa metálica, histérica; se levantó y clavó en el pecho a Jess una jeringuilla.

El tío Jess se puso pálido como la nieve recién caída y miro a Gemma y después a Siren con ojos desorbitados. La cara se le puso flácida y los ojos en blanco. Un instante después, se derrumbó en el suelo, y el soplete vacío se le deslizó de entre las manos y cayó en la alfombra con un golpe.

Lexi cayó por la puerta principal, cubierto de sangre, jadeando, con la pistola en la mano extendida. Siren no tuvo idea de por dónde había entrado el asesino. La cogió por detrás, y ella se inclinó hacia delante mientras Lexi apretaba el gatillo de su pistola. La Walther escupió un tiro que salió de la mano ensangrentada de Lexi mientras este se derrumbaba en el zaguán, y la bala dio a Gemma en la cabeza y le hizo saltar los sesos por la herida mortal.

Siren dirigió sucesivamente los ojos horrorizados del cráneo destrozado de Gemma a la forma inerte de Lexi. El tío Jess yacía en la alfombra boca abajo. No parecía que respirara. Siren intentó zafarse y sintió que la arrojaban al suelo. Giró sobre sí misma y vio los ojos fríos y calculadores de su asesino. Había venido por ella al fin. Así que de esta manera era como iba a terminar. ¿Dónde estaba su caballero de armadura reluciente cuando ella lo necesitaba?

EL ASESINO blandió un cuchillo reluciente, dispuesto a bajarlo, sujetándole con la otra mano la cabeza por la larga cabellera, tirándole de la base del pelo hasta obligarla a echar la cabeza hacia atrás.

El cuchillo silbó por el aire con intención mortal. Siren hizo un movimiento brusco, extendió el pie izquierdo y giró el cuerpo, acurrucándose para conseguir más impulso y lannado un golpe con la pierna izquierda. Él se inclinó hacia delante. El cuchillo la hirió en el brazo al bajar. Ella profirió un aullido de dolor.

El asesino soltó el pelo de Siren el tiempo suficiente para que esta huyera de debajo de él. Siren buscó la Walther, pero no la encontró. Ella estaba al otro lado de la habitación, junto a la chimenea. Por lo que ella veía, Lexi yacía inmóvil. Pensó que podía estar muerto. Intentó recordar la trayectoria de la pistola. Podía haber caído en el despacho, que tenía la puerta abierta. Demasiado lejos como para a ella le sirviera de algo. El asesino se levantó con un aullido triunfal; cruzó la alfombra de un salto y derribó a Siren con un ruido pesado y sordo.

Se quedó tendido encima de ella, respirando pesadamente, con el cuchillo en su cuello una vez más.

-Soñé contigo –dijo Siren con labios temblorosos.

Él limpió en la alfombra la hoja ensangrentada del cuchillo.

-Ya lo sé. Una relación agradable durante un breve tiempo. Eres persona de mundo.

Siren pensó que si le hacía hablar, quizá se le ocurriera algo a ella. Podía ser que Lexi se despertara si estaba vivo. Siren miró su cuerpo inmóvil y ensangrentado. Nada que hacer.

-Ahora que mi hermana ha muerto, ¿cómo vas a cobrar?

-Ah. Era una criaturita retorcida, ¿verdad? Me pagó por adelantado. Una estupidez por su parte, si te interesa mi opinión.

-No entiendo los versos.

-¿De verdad? -dijo el, sonriendo-. Era una brorna. No pretendí que significaran nada. Pero después, al pensar en ello, bueno, pues se hizo realidad. El universo es un lugar interesante. Una por la pasta; bueno, querida -dijo, apretándola con más fuerza-, esa eres tú, naturalrnente; y el resto no era más que para rellenar. Debes reconocer que he jugado muy limpio contigo. Hasta te he salvado la vida en más de una ocasión, y he vengado tu dulce honor. Te he ido comprando un poco más cada vez. Quizá deba presentarme: rne llamo Serato.

Ella intentó no soltar un quejido cuando él le clavó los dedos en la carne. .Apretó los dientes.

A él se le dilataron las aletas de la nariz. Tenía los ojos llenos de maldad.

-“Dos, por si hace falta", la prostituta y el prostituto. Me serví de ellos para que fisgaran, y después me los quité de encima limpiamente y usando los contenedores. No fueron una gran pérdida para la sociedad. Y así fue como cobraron vida propia los versos. Una profecía que se cumplió.

-¿Y Ethan Files?

-Ah, el coco de Cold Springs -dijo él, riéndose-. Ese fue uno de mis pasos más brillantes, ¿no te parece? Lo maté, como te voy a matar a ti.

Hizo girar el cuchillo despacio recorriendo la hoja con la vista

-Pero ¿por qué? Ya tienes el dinero.

-Porque eres mía. No soporto que nadie más te dé el don que solo yo te puedo otorgar.

Le pasó suavemente el cuchillo por el pecho.

-Estás enfermo -murmuró Siren-. ¿Por qué Chuck? ¿Por qué la turista?

-No los maté yo, por desgracia.

-¡Estás de broma!

-¿Por qué iba a mentir?

-¿Quién los mató, entonces?

-Una mujercita duende -dijo Serato con un resoplido de burla.

A Siren le daba vueltas la cabeza. ¿Una mujer duende?

-Esa hermanita loca del poli.Yo la vi matar a la turista. Creo que confundió a esa mujer contigo.

A Siren se le llenaron los ojos de horror.

-Pero ¿por qué?

-Solo el universo lo sabe -dijo él, encogiéndose de hombros. Le presionó la garganta, y ella se atragantó-. Ahora que tengo esos números de cuenta, tú eres una muchachita muerta.

La cabeza de Siren se llenó de confusión. Serato se rio.

-Los habías tenido desde el principio. Max los había escondido en tu máquina de coser. Yo los encontré anoche, pero no le dije nada a ella.

Se sacó un fajo de papeles del bolsillo de los pantalones vaqueros, lo exhibió en el aire y volvió a guardárselo enseguida.

-Yo no sabía nada de ello.

-Peor para ti. Pero la verdad es que aquí estoy perdiendo el tiempo. Tienes que desaparecer. Cuanto antes acabe contigo, antes podré largarme de este pueblo dejado de la mano de Dios. Creo que haré que parezca cosa de una secta. Ya sabes: escribiré palabras obscenas en las paredes con sangre, y todo eso. Así, mientras el pueblo se queda trastornado una temporada, yo tendré tiempo de alejarme, flotando como la niebla otoñal. De modo que puedes elegir. Puedes saltar a través de ese ventanal, arriesgándote a cortarte esa carne tan bonita, y con la esperanza de echar a correr. Naturalmente, te atraparé igual. O puedes quedarte aquí y dejarme que te degüelle de oreja a oreja. Te meto que lo haré con delicadeza...

Sus ojos muertos le recorrieron el cuerpo con satisfacción maligna.

-Pero Lexi ha llamado a la policía. No tardarán en llegar.

Serato soltó un bufido de desprecio y le tiró a la cara el teléfono móvil roto. Ella apartó la cara.

-No ha llamado ni a una mierda -dijo él. Se relamió los labios, acercándolos a su cuello, y después se retiró de pronto de encima de ella y la puso de pie bruscamente. Se quedó plantado ante Siren, ligeramente agachado tirándose el cuchillo de una mano a otra.

-Vamos a organizar una persecución divertida, muchacha de los sueños. Dame una noche que no olvide nunca. Te puedes quedar aquí parada y morir, o puedes volverte y saltar a través de esa ventana, suponiendo que se rompa siquiera -dijo, riéndose.

A ella le temblaron las rodillas. La sangre le hervía de miedo en las venas.

Supo lo que tenía que hacer.

Echar a correr, y que pase lo que sea.

Se volvió y saltó a través del vidrio del ventanal.


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