Muerte en el Barranco de las Brujas



Yüklə 2,17 Mb.
səhifə27/27
tarix16.12.2017
ölçüsü2,17 Mb.
#35022
1   ...   19   20   21   22   23   24   25   26   27

32

____________________________

RACHEL ANDERSON estaba sentada en el rincón del sótano de Siren McKay mirando fijamente el cadáver, con la cabellera arrancada, del único hermano que tenía vivo en el mundo. No exactamente. De su hermano muerto. Muerto. Un tipo tonto y borracho la había llevado en coche, sin preguntarle siquiera por qué iba descalza ni por qué quería que la dejara en pleno campo. Miró a Billy. ¿Cómo podía haber sucedido aquello? ¿Y qué hacía ella allí, en todo caso?

Ya no le dolía la cabeza, pero no recordaba gran cosa de nada. Oyó arriba una pelea terrible, los gritos de un hombre, un tiro y muchos golpes. Se puso a susurrar una nana, agitándose hacia delante y hacia atrás sobre sus nalgas, inclinada sobre Billy.

Pobre Billy.

Era un buen hermano.

Cuando moría una persona, había que enterrar el cuerpo o quemarlo.

Registró el sótano. Muchas telarañas, trapos podridos en un rincón, tarros para confitura y botellas vacías de alcohol, piezas rotas de segadoras de césped, y una vieja lata oxidada de gasolina en la que quedaba algo en el fondo, medio litro quizá. Bastaría.

-Está bien, Billy -dijo, cogiéndole la mano fría-. No voy a dejarte.

SIREN aterrizó sobre su hombro, rodando entre un estrépito de vidrios rotos. El impulso de su cuerpo la empujó contra la vieja baranda del porche. La madera se rajó, se quebró y cedió bajo su peso. Dos calabazas explotaron con el choque; sus fragmentos volaron por el aire; sus velas trazaron un tajo de luz en la noche oscura. Se arrastró por el suelo con todo el cuerpo insensibilizado. Había perdido un zapato, Y se le habían roto los pantalones vaqueros negros por las dos rodillas. Oía que el asesino se reía dentro de la casa con un sonido extraño, nasal.

Sobre ella, el cielo estaba oscuro, desprovisto de estrellas, y los montes penetraban en la bóveda celeste como una herida sangrante. Un viento helado atravesó el patio, llevando hojas y restos diversos. Las calabazas que habían quedado en la baranda, del porche la miraban con hambre, riéndose de su desventura, queriendo más. Siren se puso de pie penosamente y corrió hacia la parte trasera de la casa. Si conseguía negar hasta el monte, podría tener la oportunidad de perderlo. Llegó a la altura del cobertizo ¡La horca! La había olvidado. Abrió de golpe la puerta del cobertizo y soltó un grito.

Serato estaba allí dentro, riéndose, apuntándole al cuello con la horca.

-¿Buscabas esto?

Ella retrocedió poco a poco, y después echó a correr hacia la izquierda. El le arrojó la horca, que voló por el aire y rebotó en la tierra dura. Ella siguió corriendo sin mirar atrás.

Siren cruzó precipitadamente lo que quedaba de patio, pidiendo de todo corazón poder llegar al monte, por lo menos.

La luna salió por el valle, llena y luminosa. Siren pensó en Tanner. Sus propias emociones le gritaban en la mente. Al menos, él estaba a salto.

Se detuvo el tiempo justo para tirar el otro zapato, y entró bruscamente entre las matas del pie de la Cabeza de la Vieja. Lo oía a sus espaldas. Después... nada. ¿Iba él por el camino? ¿Estaba detrás de ella? El corazón le palpitaba con furia, y el hombro le dolía.

Una explosión sacudió el suelo, y ella tropezo y cayó contra una roca grande. Se aferró a ella, respirando pesadamente. ¿Qué sido aquello? Vio entre los árboles la fachada posterior de su casa, iluminada por las llamas. Ay, Dios mío. Largas llamaradas se retorcían por el cielo como serpientes. ¡Lexi, el tío Jess! Si seguían vivos, morirían abrasados. Siren, atormentada, se quedó acurrucada junto a la roca, sin saber hacia dónde debía dirigirse. ¿Volvería a la casa, para caer en manos de Serato, o subiría por el monte para salvarse? Serato podía haber rematado ya a los dos. Se podía haber asegurado de que estuvieran muertos. En tal caso, volver a la casa sería un error fútil, estúpido.

WILHELMINA Potts sonrió. Todo marchaba bien, solo empezaban con quince minutos de retraso. A la condenada Reina de la Feria de la Cosecha se le había perdido la corona y habían tenido que desmontar prácticamente el descapotable entre todos para encontrar el maldito trasto. Tanner celeraba el motor de su moto con impaciencia, en cabeza de la procesion. El alcalde indicó el comienzo de la cuenta atrás defenitiva. Wilhelmina se volvió y gritó por su megáfono:

-Está bien, gente. Estamos todos preparados. ¡Cuancio yo diga! Cinco. Cuatro. Tres. Dos. ¡Uno! ¡A todo gas! -gritó.

Tanner hizo un caballito y bajó por la calle a toda velocidad, sosteniendo la horca en l alto, mientras salía de sus pulmones un alarido sobrenatural.

-¡Señor! -exclamó Wilhelmina-. Dije a ese tonto que avanzara despacio por la calle, no que arrancara como un loco.

Se quedó allí de pie, sacudiendo la cabeza, con lmano en la gruesa cadera de bruja y con una sonrisa alegre en la cara.

AQUELLO había empezado mientras Wilhelmina pronunciaba la cuenta atrás. Un grito en su mente. Un alarido que pedía ayuda. Se le tensaron los músculos del brazo y él aceleró nerviosamente el motor de la moto. Wilhelmina vociferó "tres", y la mente de él se llenó de la imagen de Siren, con una expresión de puro miedo en la cara. Wilhelmina gritó “dos”, y él respiraba con jadeos cortos, mientras unas sensaciones negras de terror le llenaban todos los poros de su ser. Le parecía que todo lo que lo rodeaba iba más despacio, como una película que pasara fotograma a fotograma; la boca roja de Wilhelmina gritaba la palabra “uno” como un somorgujo moribundo, la Reina de la Feria de la Cosecha se ajustaba despacio su corona por última vez, los caballos acariciaban el suelo; sus cascos tardaban una eternidad en llegar al asfalto. El “¡a todo gas!” tardó siglos enteros en salir de los labios brillantes de Wilhelmina.

Un grito.

Era de Siren.

Cerró los ojos y conectó con ella, dejando que el alm de ella tocase la suya. Sintió como si se le rompiera el corazón. Abrió los ojos bruscamente. Aceleró el motor, hizo el caballito y avanzó a toda velocidad por la calle, viendo las caras de la multitud corno una mancha borrosa, mientras sostenía la horca en lo alto, soltando alaridos en la noche. Se acercaba rápidamente al final de la calle. Jimmy Dean estaba a un lado de la parte superior de la tribuna, junto a la rampa para minusválidos con la antorcha encendida en la mano.

La multitud empezó a gritar, encantada, y el sonido le infundió más adrenalina en la sangre. Subió rápidamente por la rampa para minusválidos, pinchó la antorcha con la horca y recorrió la superficie de la tribuna; saltó a través del aro, prendiéndole fuego, dejó caer la horca y cayó pesadamente con la moto a la calle de atrás; la moto protestó ruidosamente y la rueda trasera patinó pero se estabilizó cuando él aceleró el motor y se puso en marcha velozmente, saliendo del pueblo.

JIMMY DEAN se quedó boquiabierto cuando vio que le arrancaban la antorcha de la mano y que su jefe se había convertido en un jodido loco de las acrobacias en moto. Vio que el círculo de fuego se encendía y que la horca dorada caía a la calle, casi rozando a uno de los bomberos, que la recogió y la exhibió con aire triunfal. La multitud enloqueció, chillando de terror y de agrado.

Jimmy cerró la boca y miró a lo lejos, hacia el monte de la Cabeza de la Vieja.

-¡Fuego! -gritó, bajando por la estructura de la tribuna-. Fuego. ¡Hay fuego en la Cabeza de la Vieja!

La tribuna se convirtió de pronto en un manicomio, mientras los bomberos, que ya tenían puestos sus equipos, apagaban el círculo ardiente y corrían al parque de bomberos. Los hombres gritaban, las puertas de los camiones se cerraban de golpe y las radios empezaban a sonar.

-¡Traed los coches bomba de Whiskey! –chilló Jimmy-. ¡Traed esos condenados coches bomba de Whiskey!


EL SONIDO de las llamas mortales, silbantes, ascendía por el bosque y la presionaba a tomar una decisión. La mente le daba vueltas en un amasijo de imágenes y de sensaciones. El fuego avanza paulatinamente, absorbiendo poco a poco la casa. Ella quería refugiarse en el monte, pero no podía dejar allí tendidos a los dos hombres, para que sucumbieran entre las llamas. Protegerlos era su misión, era su deber. Dudó, atormentada entre el instinto de lucha y el de huida. Si seguían vivos, no podía dejarlos a merced de las llamas.

Rodeó poco a poco la roca con decisión. No había señal de Serato. Echó a correr hacia la parte derecha de su finca, corriendo a lo largo del arroyo, resbalándose y patinando en la hierba alta, y cruzó después el patio delantero. Los pantalones vaqueros, rotos y hechos jirones, le azotaban los tobillos. Subió con decisión inflexible los escalones del porche delantero. Serato seguía sin aparecer.

Siren tragó saliva con fuerza y entro cuidadosamente en el cuarto de estar. Las luces volvían a estar apagadas, probablemente por el incendio. La casa estaba llena de humo y era difícil ver nada. Con manos ternblorosas, respirando con dificultad, se inclinó sobre Lexi para tornarle el pulso. Seguía vivo, gracias a la Diosa. Siren levantó la cabeza. ¿Dónde estaba el tío Jess? Su cuerpo había desaparecido. ¿Lo habría sacado el asesino? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?

La habitación se llenó de nubes de humo. Las banderas que estaban en el porche crujían y chasqueaban con el viento frío de otoño. Siren sacó poco a poco a Lexi, ensangrentado, por la puerta principal hasta el porche, intentando evitar los vidrios de la ventana rota. Vio con alivio que abría los ojos.

-Tienes un aspecto... fatal –murmuró Lexi, sonriendo débilmente.

-Tenemos que alejarnos de la casa. Fuego.

Él asintió con la cabeza y se levantó con esfuerzo. Siren vio con la escasa luz que había sufrido varias heridas graves en las manos y en los brazos, al defenderse. Su hermoso abrigo estaba desgarrado, y tenía el pelo rubio enmarañado, con mechones ensangrentados que le salían de punta, como si fuera un espantapájaros.

-¿Qué está pasando? –le preguntó Lexi, mientras ella le ayudaba a acercarse a los escalones del porche para empezar a bajar.

-Gemma ha muerto. No sé qué es del tío Jess. El asesino está aquí –susurró ella frenéticamente. Bajaron tambaleándose al patio delantero, y Lexi se derrumbó a sus pies.

-¡Eso último ya lo sabía yo! -dijo Lexi con tristeza.

-¡Eh, vosotros! ¡Alto ahí!

Siren se volvió y se encontró con Ronald, que rodeaba la esquina del porche. -¿Dónde está mi padre?

-¡Ah, gracias a Dios! –dijo Siren-. Tienes que llamara a la…

Ronald la dejó atrás y subió por los escalones del porche. Siren se adelantó.

-¡No entres ahí!

Ronald la miró, dejando traslucir claramente en su rostro su odio violento.

-¿Qué pasa aquí? ¿Dónde está mi padre? ¿Ha llamado alguien a los bomberos? ¡Eh! ¿Qué demonios te pasa a ti? –dijo, mirando a Lexi a la luz escasa-. ¿Dónde está Gemma?

Dirigió la mirada a la puerta abierta. Las llamas lamían las paredes del pasillo.

Siren subió los escalones del porche.

-Gemma está…

Ronald entró corriendo por la puerta antes de que Siren pudiera detenerlo, pero salió pocos instantes después, tosiendo hasta que vomitó.

-¡Puta perra! –dijo con voz ronca, abalanzándose sobre Siren con paso vacilante e intentando cogerla del cuello.

Ella lo esquivó rápidamente, pero él le cogió la blusa con los dedos y se la arrancó del hombro.

Lexi intentó protegerla, pero tropezó con el escalón de madera.

-Has asesinado a mi Gemma. ¡A mi Gemma querida! –rugió Ronald, con el cuerpo iluminado a contrauz por el fuego voraz. Salía de la casa un calor abrasador. Volvió a agarrar a Siren, y los dos cayeron del porche al exterior, pasando por encima de Lexi y aterrizando en el patio.

Ronald se sentó a horcajadas sobre Siren y se puso a darle cabezazos contra el suelo. Ella agitaba los dedos en el aire y veía estallar estrellas ante sus ojos.

Lexi se puso en pie trabajosamente, asió a Ronald de la espalda y lo quitó de encima de Siren. Ronald, jadeante, se volvió y cayó sobre Lexi con la furia del infierno en los ojos.

Siren gateó sobre las rodillas y las manos llenas de rozaduras hacia los dos hombres que peleaban, tropezándose con su larga coleta, que pisó con una rodilla. Lexi estaba a punto de desplomarse, con la cabeza baja, mientras Ronald le asestaba puñetazos violentos.

Siren se puso de pie despacio, vacilante. Cerró los ojos con fuerza y pidió que su cuerpo se llenara de fuerza. "Camino entre círculos de luz, donde no pasará ningún daño" susurró con ardor para sus adentros.

Lexi gritó.

Silencio, salvo el crujido de las llamas.

Ronald, dando la espalda a Siren, estaba de pie, triunfante, junto al cuerpo inerte de Lexi; agitaba los hombros musculosos al respirar hondo, por el esfuerzo, y los jirones de su abrigo aleteaban en la noche de octubre.

TANNER percibió el fuego antes de oler el humo. Los años de luchar contra las garras de las llamas le habían dado un sexto sentido, pero con tantos incendios como habían tenido últimamente, creía que había llegado a insensibilizarse. Pero esta vez no. Pasaba algo muy grave. Siren se debatía entre la vida y la muerte. Avanzaba velozmente por la carretera, acelerando la moto a todo gas- Supo con certeza que si seguía por la carretera no podría llegar a tiempo junto a ella. Se desvió a la izquierda y voló por una pista de tierra; el viento frío de otoño le azotaba los ojos… una premonición aplastante de muerte le ceñía el corazón.

SIREN vaciló un momento, mirando la silueta danzante de Ronald. Estallaron algunas ventanas que no se veían desde allí, al devorar el fuego la parte trasera de la casa en llamas. Siren extendió las manos hacia el incendio, como para captar poder de él. Sentía el sudor bajo sus brazos, el corazón que le iba a reventar en el pecho, el grito de guerra que le hervía en las venas. Corrió aplicando hasta el último gramo de su fuerza, apuntando a la baja espalda de Ronald. Saltó, apretando los dientes, y le dio una patada con tanta fuerza que Ronald voló por el aire varios palmos antes de caer al suelo. Siren saltó sobre su espalda con un movimiento rápido, le rodeó el cuello con su larga cabellera trenzada y se puso a tirar. El gruñó y arqueó la espalda, pero ella aguantó, tirando... tirando... los nudillos se le ponían blancos. Se mordió el labio, sintiendo que la sangre le corría con libertad por el cuerpo.

Él babeó; apretaba los dientes con el esfuerzo de librarse de ella. Se debatió; intentaba agarrarla de los brazos, se levantaba como un lobo rabioso, gruñía... rugía. Ella lo rodeó con las piernas, soltó al cielo un grito de venganza y dio un poderoso tirón de su trenza; los dedos se le soltaron y cayó de espaldas, rodando sobre el suelo. Serato pasó sobre ella, levantó el cuello de Ronald; dijo "Permiteme", y degolló a Ronald de oreja a oreja.

Las llamas seguían aullando por encima de ella.

Siren, respirando pesadamente, gateó de espaldas hasta Lexi. Volvió a tornarle el pulso. No se lo encontraba. Serato empezó a caminar hacia ella, iluminado por detrás por el brillo espantoso del fuego. Siren, llorosa, tomó a Lexi por las axilas y lo arrastró hastel fondo del camino de entrada, hasta dejarlo bajo el algarrobo. Él movió el pecho. Tosió. Movió los párpados. Siren soltó un suspiro de alivio. Serato seguía avanzando, sin apresurarse, llevando en la mano el cuchillo, que reflejaba el fuego anaranjado.

-Jesús, ¿con cuántos parientes más se acostó tu hermana? –murmuró Lexi.

-No tengo idea –respondió Siren con los dientes apretados.

Lexi volvió a toser, y dijo después con voz ronca:

-¿Dónde están los bomberos?

-No... no lo sé. Ya deberían estar aquí. Cabría suponer que alguien hubiera visto esto -dijo con temor-. Si no llegan pronto, puede incendiarse el monte.

-Voy por ti –dijo Serato con voz meliflua.

-¿Quién es ese? –preguntó Lexi, entre toses-. ¿El tío Jess?

-Me temo que no –dijo Siren, poniéndose de pie y pasando por encima de Lexi. Serto tendría que acabar con ella antes de rematr a Lexi, y puede que para entonces hubiera llegado ya ayuda.

Serato los observó con ojos malévolos. Se abalanzo sobre ellos. Siren se apartó, pero él la cogió de la trenza y le dio un fuerte tirón.

-Creo que no. El universo no va a consentir que te escapes, con toda seguridad.

Siren cayó de espaldas en sus brazos; él le puso el cuchillo en la garganta, tal como había visto ella en su sueño cuando había matado a Marlene. Un hilillo de sangre le cayó entre los pechos, serpenteando.

-No te preocupes. Yo no habría permitido que te matara Ronald, aunque fue interesante verlo, sin duda. Creo que ya te entiendo del todo. Tengo un lugar privado donde llevarte, amor mío -dijo Serato-. Esto está saliendo mejor de lo que yo había planeado.

Sonó en la oscuridad el ruido del motor de una moto todo terreno y se precipitó hacia ellos la moto con el piloto, como una mancha confusa. Tanner conducía agachado; apuntó a Serato con la horca dorada y lo hirió en el muslo. La moto pasó velozmente junto a ellos. Serato bajó el brazo, soltando un quejido de dolor mientras Siren se volvía y huía. La moto todo terreno se dirigía hacia ellos otra vez. Tanner tiró una patada y derrribó a Serato al suelo; pero derrapó al hacerlo, la moto y el hombre cayeron rodando por la entrada del camino hasta la carretera principal, y la horca rodó por el campo del otro lado, en la oscuridad de la media noche, reflejando solo un instante el incendio que tenían a su espalda.

Las ruedas de la moto giraban locas en la oscuridad roja.

Serato recobró el equilibrio y avanzó hacia Siren.

Esta se apartó hacia la izquierda.

Serato la cogió del brazo cuando ella se volvía para huir y, la sujetó con fuerza. Lexi estaba tendido entre los dos.

Tanner soltó un quejido, intentando desesperadamente liberarse de la cadena de la moto.

-La pierna... -se lamentó dirigiéndose a Lexi-. Creo que la tengo rota.

Serato sonrió.

-No veo a nada ni a nadie que tenga la fortaleza suficiente para detenerme -dijo. Se rio emitiendo un ruido cascado, maligno, y empujó a Siren hacia delante, dándole un puñetazo en plena nariz. Ella retrocedió, dolorida, pero éI no quiso soltarla.

-Entonces, no conocerás mi secreto -dijo Siren, aguzando el ingenio rápidamente.

Él aflojó la presión durante una fracción de segundo.

-¿Y qué secreto puedes tener tú que pudiera interesarme a mí?

Siren sonrió levemente, linipiándose la sangre de la nariz con la mano que tenía libre. Lexi se incorporó y mordió a Serato en la pierna. Serato profirió un grito y soltó a Siren, que retrocedió rápidamente, tomó carrerilla y derribó a Serato de una patada. Cayeron los dos, y el cuchillo dio un corte a Siren en el brazo. Lexi avanzó a gatas por el camino hacia Tanner. El fuego rugía, levantando al cielo los gritos de su propia agonía. Una larga llamarada asomó por el porche y se disipó después con un bramido temible.

Ahora estaban de rodillas, y Serato le tiró de la cabeza hacia atrás, llevándole el cuchillo al cuello.

-Si te lo dijera, ya no sería secreto -dijo Siren haciéndose la interesante, procurando que no le temblara la voz y no manifestar el miedo que sentía-. Pero Gemma lo sabía. ¡Vaya si lo sabía! Sabía el poder que tengo.

Siren dudaba mucho de que esto fuera cierto, pero valía la pena decirlo si servía para contener a Serato.

Serato soltó una interjección de burla y la apretó con más fuerza.

-Entonces, supongo que tu secreto morirá contigo. Gemma era una perra loca. Todos nos llevamos secretos al otro mundo: ¿por qué vas a ser tú distinta?

Agitaba de un lado al otro la hoja del cuchillo, con la mano temblorosa. Siren notaba que se le iba despertando el ansia de matar.

Sonó en sus oídos la voz de la tía Jayne. "Donde los hombres son animales."

A Serato se le pusieron tensos los hombros.

"Y las mujeres superan en valor a los hombres."

-Piensa cuánto más fuerte serás si te entrego el poder de mi secreto -dijo ella para tentarlo.

-¿Y qué poder puedes tener tú? No dices más que chorradas, como esa hermana tuya. Siempre parloteando. Mira como ha acabado... está muerta, muerta, muerta. ¡Tú no haces más que intentar aferrarte a los pocos momentos desesperados que quedan antes de que te mate! Aunque, la verdad, estoy muy decepcionado. Deseaba mucho que tu muerte fuera un asunto privado.

Sonrió abiertamente, como si el momento de la muerte Siren fuera a ser una experiencia de éxtasis para los dos.

Siren se estremeció y echó una mirada a la casa en llamas, y otra a Tarmer. Lexi forcejeaba con la moto, tirando de la pierna de Tanner a la vez. Tanner tenía la cara blanca.

-Déjala en paz basura asquerosa -gritó Tanner, llenándose de sangre las uñas para arrancar de la moto su pierna retorcida.

Serato se limitó a reírse.

"¿Dónde están los bomberos? ¿Por qué no ha venido nadie a rescatarnos?" pensó Siren, histéricamente. Las llamas se inclinaban y se retorcían; las ventanas del piso superior explotaban, y las banderas se quemaban, llenando el aire de llamas ondulantes y de chispas.

"Levántate, maldita sea, levántate, llama", gritó Siren dentro de su cabeza, pensando en el dragón masculino de fuego que había invocado una vez en su chimenea. Se pasó la mano por la blusa rasgada; encontró el broche de gárgola y lo apretó entre sus dedos magullados y ensangrentados.

Serato la apretó con más fuerza, acercando su cuerpo al de él. Ella sentía en la baja espalda la ingle de los vaqueros de él.

El dolor que le producía él al clavarle las uñas en el brazo le ayudó a concentrarse, a perder el miedo.

Una detonación minúscula.

Un leve chisporroteo.

Nada.

"Son fuegos mágicos", repitió dentro de su cabeza la voz de Nana. "Los había llamado la primera Margaret McKay; la había llamado a Ella", pensó Siren desesperadamente.



"Fuegos mágicos...", repitió la voz de Lexi, al recordarlo ella repasando el diario de Margaret McKay.

Siren abrió mucho los ojos.

Le bajó un escalofrío entre los omoplatos.

Empezó a sudar.

-Parece que tienes estropeada la patita, bombero -dijo Serato-. ¡Bueno, con esa pierna rota no me podrás atrapar, pero yo sí que podré atraparte a ti! ¡Y podrás verme acabar con tu novia ahora mismo!

Siren gritó, dirigiendo las manos abiertas hacia el fuego, intentando soltarse de un tirón de la presa firme de Serato, que le clavaba el cuchillo en la piel.

-Fuego ancestral, cobra vida. ¡La que quiere manifestarse en forma humana, que venga a mí ahora!

El tío Jess apareció detras de Serato, rugiendo, y golpeó a Serato en la cabeza con una piedra. Serato retrocedió, apartándose de ella y bajando ligeramente el cuchillo, pero no la soltó. Parecía confuso, y miraba a todas partes.

-¿Qué chorradas son estas? -dijo. Soltó a Siren y se encaró con Jess.

Pero Siren la vio.

Vio a la elemental, que ondulaba como una bolita ardiente en las puntas de sus dedos extendidos.

Y, después, se apagó.

Su voz se tiñó de miedo.

-Ven, mi Reina, elemental ardiente que buscas la libertad en el mundo material. ¡Una amiga te da la bienvenida!

Lexi farfullaba mientras terminaba de liberar por fin la pierna de Tanner de la moto.

Serato tiró una cuchillada a Jess y le hirió en la barbilla. Jess volvió a soltar un rugido e intentó sujetarlo, pero Serato se apartó agilmente y atacó a Siren. Esta sintió en su piel el toque de la muerte, leve como una pluma. Se agitó, se agachó, pero él volvió a asirla. Ella intentó en vano liberar el brazo de su mano sudorosa. Se le deslizaron los dedos, pero volvió a apretarlos. Tiró de ella hacia atrás, apartándola de los demás, tirándoles cuchilladas. El cuchillo dio con la farola; la hoja produjo un tintineo al chocar contra el metal y se le cayó de los dedos. El la recuperó y se abalanzó hacia Jess, mientras el hombretón pretendía asir a Serato con el abrazo del oso.

Siren concentró toda su energía en la punta de sus dedos, deseando que surgieran las llamas, entregando su esencia al ser que luchaba por nacer. Siren sabía, en el fondo de su mente, que quizá estuviera entregando su vida al elemental del fuego, sacrificándose a sí misma en vez de salvar la vida; pero Lexi y Tanner estaban vivos... y ella pretendía conseguir que siguieran así. Puede que aquello fuera su castigo. Había sido ella quien había soltado a la bestia contra los asesinos cobardes del monte. Había sido ella quien había convocado a la elemental, la que la había hecho nacer para que hiciera lo que ella le mandaba. Había arrancado del cielo el rayo y había mutilado a los demonios que habían caído sobre ella. Habí muerto, y había dejado suelta a aquella cosa, para que rondara y protegiera. La mente se le llenó de odio poderoso al recordar a personas a las que había amado, tanto en el pasado como en el presente.

La primera Gemma había conducido a los hombres al lugar de reunión, allí en el monte de la Cabeza de la Vieja, sabiendo que pensaban hacer una matanza; los había animado mientras violaban y asesinaban a sus hermas, hacía siglos; y despues… Gema se había llevado la sorpresa de que también a ella la habían asesinado. Gemma no deseaba las tierras de Siren, ni el dinero de las drogas, ni la venganza por su querido Max. No, lo que deseaba era destruir a Siren a cualquier costo, a cual precio. ¿Habría recordado Gemma también? Quizá.

Había llegado el momento de poner fin a aquel lío. A aquella experiencia vital revuelta y embrollada. Era el momento de terminar y seguir adelante. Siren volvió a gritar, manifestando a voces su deseo de ser una con las llamas.

De consumir a Serato.

De quemarlos... a todos.

Echar a correr, y que pase lo que sea.

Su voz sonaba con claridad en la noche.

"Por el fuego que está dentro de mi corazón,

Yo te invoco, llama sagrada.

Dentro, fuera, las dos sois una,

Viniste de la luz de la primera creación.

Hermana antigua de las estrellas,

Hija de la luna y del sol,

Sal en luz dorada mística."

Jess tropezó, cayó y se dio un cabezazo con la farola de metal. Se deslizó hasta su base con los ojos abiertos y con una presión de aturdimiento en la cara. Serato estaba hipnotizado, como fascinado por las palabras de Siren, pero no le soltaba brazo. Ella siguió diciendo, ahora más fuerte:

"Saludo al sur, de donde vienes.

¡Surge, fuego brillante, en el mundo!

¡Surge, fuego brillante, en la noche!

Surge, fuego brillante, por la mano del Espíritu.

Surge, fuego brillante, de la luz de la magia. "

Serato miró a su espalda, como si pensara echar a correr, rodeanddo con fuerza con los dedos el brazo de ella. Siren se acerco a los brazos de su asesino, comprendiendo plenamente que este podía clavarle el cuchillo en el cuerpo en cualquier momento, hablando con voz resonante, dominante, llena de poder celestial.

"Del núcleo del centro brillante de la tierra,

Por las vastas extensiones del cosmos,

Te invoco, oh, fuego limpiador.

Te invoco para que nos levantes y nos eleves,

Y, por el poder de los Tres,

Invoco al viento, y a la lluvia, y a la tierra.

¡Trae la Luz que no arroja sombras

Y haz nacer este fuego sagrado!

Un golpe, un estallido, como si hubiera roto la barrera del sonido con el poder de sus palabras. El suelo tembló bajo sus pies.

Lexi, que ahora estaba de pie, tambaleándose, arrastraba a Tanner hacia Serato y Siren. Serato, con los ojos brillantes de malicia, enseñó los dientes. El cuerpo de Siren palpitó, electrificado con una energía que ella solo había tocado brevemente antes.

Y Siren fue una con el fuego.

Serato se quedó como petrificado, confuso quizá al ver los movimientos de Lexi, como de un espantapájaros, o cautivado por el poder bruto que manaba del cuerpo de Siren. Serato soltó el brazo de Siren; la piel de esta se le deslizó de los dedos como si su cuerpo se hubiera vuelto transparente, como si vibrara en otra dimensión. Ella levantó los brazos y vio las llamas etéreas que danzaban y se enroscaban en sus manos. Sintió en su cuerpo el poder de mil seres... y Siren pasó a ser la máquina de matar.

Con sed de sangre para saciar su fuego eterno... su ansia eterna, se volvió una con la elemental femenina.

Siren sintió que su cuerpo caía a tieraa, pero su espíritu se levantó con sed de venganza. Cerniéndose sobre su cuerpo, sintió que su esencia palpitaba de poder...

... y gritó con el lamento conmovedor de los muertos vi­vientes, que solo se puede saciar con el sabor de la sangre de los vivos.

Serato retrocedió despacio; el cuchillo se le cayó de las ma­nos al levantarse ante él Siren en toda su gloria.

Y me levanto...

Volvió a gritar, gozando esta vez del terror que se leía en los ojos del asesino, saboreándolo, alimentándose del miedo atroz... y rio de gusto cuando él se orinó de miedo, empapándose los pan­talones, goteando en el suelo seco a sus pies. Se abalanzó con fie­reza hacia él; su fuego le abarquilló la piel, le hizo saltar los hue­sos, le consumió la vista.

¿Había soltado el asesino un grito de dolor?

Ella no lo supo, pues se estaba alimentando en un frenesí de deleite, absorbiendo el último bocado de humor delicado de su cuerpo, masticando los huesos crudos y la grasa que chisporrotea­ba, hasta que solo quedaron cenizas.

Y después se cernió sobre Lexi.

-¡Sepárate! -gritó Lexi, mirando la cara que tenía delante. La cara de Siren. La cara de Ella.

Siren y Ella flotaban juntas...

Confusión.

Ruido de sirenas a lo lejos.

El crepitar del incendio de la casa.

El borboteo del arroyo.

Ella quería ser humana, pero, leyendo los pensamientos de Siren, comprendió que no podía serlo.

Siren quería estar con ella, pero sabía que su camino no se encontraba en el abrazo ardiente de la elemental.

-¡Siren! ¡Basta! Sepárate. ¡Hazla volver! -chillaba Lexi.

La elemental se puso tensa: no quería dejar a Siren. Y Siren sintió ira... la idea de que Siren la dejase para siempre producía dolor a la esencia de la elemental.

Siren desenredó suavemente su espíritu del de la elemental y volvió volando a su cuerpo en un calidoscopio arremolinado de energía, sin saber con seguridad por qué la había soltado la ele­mental.

Lexi soltó a Tanner y corrió junto a ella. Tanner vaciló, pero siguió avanzando. Los tres, juntos, vieron retorcerse a la elemen­tal en el aire, sobre ellos, una sirena gloriosa de fuego y de luz.

-¡Siren, haz algo, o nos comerá a nosotros de segundo plato! -le suplicó Lexi.

Siren, un poco aturdida, vio que la forma de la elemental ad­quiría mayor intensidad. Si tuviera a otro de su propia especie, quizá... Siren extendió los brazos hasta que rozaron levemente las llamas vacilantes de la elemental.

-¿Estás loca? -chilló Lexi.

Tanner no dijo nada.

Lexi intentó apartar a Siren, pero ella le dio una bofetada.

-¡Suéltame! ¡Yo sé lo que hago!

Él la miró con incredulidad.

Tanner se limitó a asentir con la cabeza.

Siren volvió a extender los dedos.

-Un hechizo de bruja, viejo y fuerte, pronunciado con áni­mo para arreglar el mal -empezó a decir, levantando el timbre de su voz-. El hechizo del hacer, fuerte y real, cae sobre ti y cae sobre mí. Los demonios sangrientos han tenido su venganza, mi fuego los ha consumido del todo. Bailo sobre sus tristes tumbas, beso el fuego, único salvador. Los días son cortos, las calabazas están talladas, los espíritus de mi estirpe están en guardia. ¡Libero a mi raza, la hago volver, con todo mi poder cancelo el ataque!

Siren empezó a caminar en círculo alrededor de la estatua.

-¡La bruja, la vela, la llama, el fuego; la bruja, la vela, la lla­ma, el fuego; la bruja, la vela, la llama, el fuego!

La niebla se fue juntando en la base de la estatua, rodeó el al­garrobo, se deslizó por el camino.

-¡Llamo al espíritu del fuego! -dijo ella con tono exigen­te-. ¡Llamo a los espíritus de los antiguos! Levántate, amigo mío, mi amante ardiente. ¡Yo te invoco!

Volvió a extraer poder del fuego que tenía delante. Su empu­je bruto le mordía el cerebro y la mareaba.

Lexi retrocedió al ver que Siren sacudía la cabeza locamente. Tanner se acercó, cojeando. Movió la boca; le salió un susurro gutural de los labios abiertos; la voz le cobró fuerza.

- -Ayúdame a construir, como quisieron los Poderosos, el al­tar de la alabanza del comienzo de los días.

Lexi los miraba a los dos; los ojos estaban a punto de saltarle de las órbitas de la impresión.

Tanner sonrió sin humor, sin que le dejaran de salir las pala­bras de la boca.

-Así yace, entre los puntos del cielo, pues así se puso cuan­do la Diosa abrazó a su Señor, el que lleva cuernos. Cuando él le enseñó la palabra, esta dio vida al vientre y conquistó la tumba. Sea este, como en los tiempos antiguos, el templo que adoramos, la fiesta que no falta, el grial que da vida... Ante este se levanta la lanza que da vida e invoca en nuestro signo a la Diosa Divina.

Hizo la señal de la Diosa sobre la cabeza de Siren y se ade­lantó penosamente para unir su cuerpo al de ella.

Su voz suave acariciaba la mente de Siren. El elemental gira­ba sobre ellos, se extendía hacia ellos, echaba chispas entre el pelo de los dos, pero no se quemaba nada. Hablaron juntos:

-Abre el camino de la inteligencia entre los dos. Pues estos son, en verdad, los cinco puntos de la comunidad. Pie con pie. Rodilla con rodilla. Lanza con grial. Corazón con corazón. La­bios con labios.

Apareció sobre ellos un segundo elemental, más grande, más vibrante que el femenino. Siren aceptó de buena gana el beso sincero de Tanner. Los elementales cayeron sobre ellos, fusionán­dose con sus cuerpos, levantando alrededor de ellos un muro de llamas circular, opaco. Siren temió el holocausto de muerte, pero la transformación asumió una energía delicada, y vio con asom­bro que el dragón masculino arrastraba hacia él tanto a Siren como a la esencia femenina. Tanner abrazaba con fuerza a Siren, hablándole dulcemente en una lengua que ella no entendía. Si­ren y la elemental del fuego respondieron aferrándose a él con una pasión que Siren no había conocido en su experiencia hu­mana.

Tanner la bajó suavemente al suelo. Siren estaba en sus bra­zos, y los besos de Tanner le bajaban por el cuello, la paralizaban mientras los dedos de él le desabrochaban con habilidad los bo­tones que le quedaban en la blusa, en la intimidad que les daba el muro de llamas. Siren dejó sus inhibiciones y se fusionó con la pasión... se dejó llevar por el deseo de las manos deliciosas.

Yació impotente mientras Tanner le besaba los pechos, espe­rando que sus manos le quitaran los pantalones vaqueros destro­zados. Se estremeció de deleite cuando él le tocó el interior de los muslos, y sintió que el calor de su propio cuerpo respondía con temblores delicados de ansia mientras los dedos de él subían y encontraban la sede de su deseo. Siren soltó un gemido, ani­mando a Tanner a que siguiera adelante, guiándolo para que en­trara en su cuerpo. Cuando se agitaron y llegaron juntos a la cul­minación, los elementales se separaron y subieron en espiral...

Y todo quedó como estaba antes: Siren, de pie y mirando a Tanner, con las perneras de sus pantalones vaqueros negros des­trozados agitándose al aire frío, mientras él la sujetaba en sus brazos. Estaban rodeados de luces destellantes; los bomberos pa­saban corriendo a su lado hacia la casa en llamas que no se po­día salvar, y Lexi estaba de pie, mirándolos fijamente con la es­palda encorvada y con una expresión de incredulidad pintada en la cara.

-¿Te ha gustado tanto como a mí? -preguntó Tanner con una sonrisa juvenil.

-Pero... pero... yo creía que tú y yo... estábamos... pero... -dijo ella, bajando la vista para contemplar el círculo de hierba quemada-. No es posible que lo hayamos hecho, ¿verdad?

Él guiñó un ojo y la acercó más a él. Siren abrió la boca.

-¿Qué has visto tú, Lexi?

-No tengo ni idea, y os diré que quiero que me digáis el truco de esta ilusión. ¡Va a ser un éxito absoluto cuando yo vuel­va a actuar! En un momento dado estabais los dos aquí de pie, y al cabo de un instante estabais rodeados de un círculo de fuego. Yo no vi nada. Estaba seguro de que estabais muertos.

Tembló y se sentó en el suelo, agitando en el aire los dedos cubiertos de anillos de oro.

-¡Feliz Halloween! -dijo, sacudiendo la cabeza.

Llegaron corriendo varios sanitarios que le reconocieron in­mediatamente las heridas, gritándose entre sí entre el rugido de las llamas. Alguien ayudó a Jess a levantarse, pero estaba demasiado aturdido para comprender qué pasaba. Se resistió como un ti­gre, hasta que varios bomberos ayudaron a los sanitarios a redu­cirlo y a meterlo en una ambulancia que lo estaba esperando.

-Creo que Tanner tiene la pierna rota -gritó Siren a uno de los sanitarios, mientras otros dos se llevaban a Lexi-. Si tie­nes la pierna rota, ¿cómo lo has conseguido? -añadió, dirigién­dose a Tanner. Este sonrió, llevándose los dedos a los labios.

-Es un secreto del tercer grado.

SE REUNIERON a medianoche, un círculo de brujas y brujos al­rededor del fuego de campamento en lo alto del Barranco de las Brujas, dominando el pueblo con sus muchas luces centellantes, todos los miembros vestidos de negro. La luna llena de noviem­bre acariciaba los cielos por encima de ellos. Siren sonrió discre­tamente para sus adentros. Tenía que comunicar una cosa muy especial.

Eran más de veinte, entre ellos Tanner, que andaba con mule­tas, Lexi, Benita Prescott, Jimmy Dean, Angela, e incluso Madame Rossia y el tío Jess. Ella había conocido a los demás en el úl­timo mes: eran miembros de las antiguas familias que habían permanecido en silencio, en las sombras de Cold Springs. Tardó cierto tiempo en comprender el papel de Jess y de Wilhelmina. Habían sido los agentes secretos de Nana, por así decirlo. Su ta­rea había consistido en recoger información donde no podían recogerla otros. Superagentes brujos, si se podía concebir tal cosa. Jess se había disculpado de sus actos repetidas veces, pero habían sido inevitables, pues no había comprendido la verdadera naturaleza maligna de Gemma hasta que casi era demasiado tar­de. Había creído, verdaderamente, que era hija suya hasta aquel último día, y se había sentido comprometido entre su deber para con su linaje y su responsabilidad como padre de una hija muy problemática. Por desgracia, Rachel había muerto en el incendio de la casa de Siren. Encontraron su cadáver quemado sobre el de Billy. Había explicado los actos de Dennis, de Chuck y de Ethan en una carta a la policía, escrita en uno de sus momentos de lucidez. Los llamaba “el Trío del Terror”. Las autoridades hacían lo que podían para que no trascendiera todo aquel embrollo.

El tío Jess estaba de pie en la entrada del círculo y cerraba el paso con su horca a cada persona que se adelantaba para entrar.

-¿Quién eres? -les preguntaba, y esperaba su respuesta-. ¿Y a qué has venido?

Y, cuando le respondían, decía:

-Recibe, entonces, las bendiciones del Señor y de la Señora al entrar en este espacio sagrado.

Y levantaba la horca y les daba un beso en la frente, permi­tiéndoles pasar al círculo en el sentido de las agujas del reloj. Cuando hubo entrado en el círculo la última persona, el tío Jess hizo un movimiento con las manos y empezó la ceremonia.

Siren se adelantó sosteniendo su propia horca como si fuera un bastón, y se acercó más a la lumbre para que le pudieran ver todos la cara.

-Saludos y bienvenidos, miembros del clan de la Cabeza de la Vieja. Estamos en el albor de una nueva era para nuestra familia mágica. Honramos el paso de Nana Penélope Loretta, y damos la bienvenida a nuestros nuevos miembros, Lexi Riddlehoff...

Lexi hizo una reverencia modesta.

-Y... anunciamos el nacimiento venidero del miembro más moderno del círculo -dijo, dándose unas palmaditas en el vien­tre-. Un Leo, el signo más propio para un hijo del fuego.

Jess dio tres golpes con la horca en el suelo mientras aplaudían varios miembros.Tanner estaba boquiabierto.

Jimmy Dean sonreía ampliamente; sus grandes dientes brilla­ban a la luz de la hoguera.

-Sí -dijo ella tímidamente-: vamos a tener un hijo.

Tanner la abrazó y la besó entre las exclamaciones de admi­ración de los miembros del círculo.

Cuando la dejó, Siren dijo:

-Mi marido, Tanner Thorn, ya ha recibido el alta y vuelve a estar entre nosotros, y ha sido él quien ha solicitado que se cele­brara el rito de esta noche.

Todos los ojos se clavaron en Tanner, pero nadie habló.

Siren siguió hablando con tono sombrío.

-El cuerpo de Nana Loretta fue incinerado poco después de su muerte, tal como había pedido ella. Ahora es el momento de celebrar la ceremonia de cruce.

Caminó despacio hasta el lado oeste del círculo y levantó los brazos con la horca dorada en la mano derecha.

-Guardianes del Oeste, Custodio de las Puertas del Paso, Aguas del Nacimiento y de la Muerte, ahora os suplico que os abráis para que nuestra hermana pueda despedirse de nosotros por última vez. Que no entre nadie, salvo el que deseéis. En vuestra voluntad, así sea.

-Así sea -repitió el grupo.

Siren bajó los brazos y se quedó perfectamente inmóvil. Vio que se condensaba más allá de la lumbre una niebla gris. Venía Nana.

Repitió las palabras que había aprendido de la parte que se había podido salvar del antiguo diario de Margaret McKay.

«Por los hilos que todavía nos unen,

Por el cordón de plata intacto,

Por el amor que es eterno,

Ahora, Nana Loretta, te llamo.

Cuando la puerta de occidente está abierta

A la tierra de los ocasos dorados.

En esa paz que es interminable,

En esa vida que es eterna.

Oyó a su espalda los sollozos de algunos miembros del círcu­lo. El tío Jess se sonó la nariz.

«En esta noche de maravilla antigua,

En que se pueden unir nuestras almas,

Cerraré los ojos y te veré sonreír,

Extendiendo despacio la mano para tocarte,

En la tierra que está más allá de la aurora,

Donde no terminó nunca tu viaje,

Donde el camino sigue llevando hacia arriba,

En el círculo que recorre el tiempo.

Cruzó el cielo un rayo, fenómeno poco frecuente en no­viembre en Pensilvania. Un temblor grave recorrió el fondo del valle.

«Que la luz de la luna guíe tus pasos,

Que la luz de las estrellas sea tu camino,

Mientras viajamos hasta el centro,

En esta noche antigua, juntos,

Cuando se pueden unir nuestras almas,

Cuando están muy cerca nuestros mundos,

Cuando el silencio repite nuestro amor,

Cuando el círculo está íntegro.»

La luz-niebla se acercó, besó a Siren en las mejillas y entró en el círculo.

Siren se volvió, vio que la niebla cobraba forma, que adopta­ba una figura. ¡Nana Loretta! No estaba segura de cuántos de los demás podían verla. Tanner sí podía, por la cara que ponía. Puede que Lexi la viera. Algunos de los miembros más antiguos de la familia mágica, también. Nana pasó junto a cada persona y les susurraba algo al oído. Wilhelmina se dio una palmada en la cara, y Siren estuvo a punto de reírse.

La luz de la hoguera vaciló.

Nana volvió a caminar hasta la puerta e hizo una pausa, en­viando a Siren un beso. Siren no sabía si sería capaz de terminar; la voz se le estancaba en la garganta.

«Por el misterio que todo lo rodea,

Con este aliento con el que te he llamado,

A la luz de la hoguera,

He visto tu nombre en mi corazón.

Se transmite por el tiempo interminable,

Con la protección de esta noche.

Que tu presencia me bañe,

Y juntas seamos una.

Tú que has pasado a otro plano,

Nana Penélope Loretta,

Te recuerdo.»

Las palabras le cayeron de los labios con dificultad. Sentía la humedad de las lágrimas calientes en sus mejillas frías. No hizo ademán de secárselas.

Tanner se adelantó al borde del acantilado y dispersó las ce­nizas de Nana sobre el valle. Otros miembros del círculo arrojaron flores. Se condensó en el aire una luz suave que brilló y des­apareció después.

Siren se movió para cerrar la puerta del oeste. Lexi se retiró de la cara el pelo rubio mientras le saltaban nerviosamente los ojos de un lado a otro.

-¿Qué pasa? -susurró Siren.

-Creo que nos están mirando -dijo Lexi en voz baja.

-Yo no siento nada -murmuró Tanner.

Siren miró a su alrededor discretamente. Era verdad que el aire parecía... más denso... de alguna manera. Los demás tenían las caras tensas. Pensó al principio que serían las chispas que su­bían al cielo en espiral, o quizá un juego de luces. Se le erizó el vello de la nuca. Los ojos de Lexi tenían la misma expresión de susto que Siren había visto en ellos hacía un mes, después de la ascensión de los elementales del fuego.

Siren recorrió con la vista el perímetro de la hoguera. ¿Se iba a repetir la matanza de la Cabeza de la Vieja? ¿Quedaba todavía en Cold Springs gente capaz de conspirar para hacerles daño?

Pero no. Unos globos luminosos de luz, minúsculos y parpa­deantes al principio, después más etéreos, más grandes, que adop­taban forma humana pero no eran humanos del todo. Fantasmas. Los fantasmas de las brujas de la Cabeza de la Vieja. Los rodeaba un murmullo bajo, femenino. Siren, Lexi y Tanner se quedaron petrificados, mirando cada uno en una dirección distinta.

-Somos unas en el Espíritu de nuestra Señora -susurra­ron-. Su poder rodea el universo.

-Margaret McKay -dijo una voz femenina fuerte que salió de la oscuridad-.Ven a mí.

Siren no vio a nadie más que a los espíritus que danzaban más allá del fuego. Tanner la sujetó con fuerza. Lexi se movió ha­cia ella con gesto protector.

-Siren McKay. Te llamamos. Ven.

Siren miró hacia la luna. Brillaba en el cielo. Miró la puerta del oeste. Cruzarla era morir.

-La bruja, el poder, la vela, la llama -murmuraron los es­pectros ondulantes.

-¡Ven!

Siren dirigió su mirada a Tanner, y volvió a mirar la puerta. Tanner avanzó sujetándola entre sus brazos. La gente del círculo seguía muda, con las caras asustadas. Lexi saltó ante ella como para impedirle que fuera a ninguna parte. Ella se liberó despacio de los brazos de Tanner y apartó a Lexi empujándolo suavemen­te. Si era su hora de marcharse, se iría. Quizá hubiera terminado ya su tarea en la Tierra. El corazón se le cayó a los pies. Ahora que llevaba una criatura, ahora que parecía que su vida se iba a arreglar por fin, que iba a cerrar un círculo y a florecer como algo nuevo y glorioso. Levantó la cabeza. Había prestado jura­mento. Haría lo que hiciera falta.



Pareció como si la luna creciera en el cielo, más grande... más pesada, como llena de leche materna, dejando caer franjas lumi­nosas a su alrededor. Levantó la vista para ver la cara magnífica de la Madre, de la Diosa de su fe, que le sonreía.

-Ven a mí. Llamo a tu alma, Margaret Siren McKay.

A Siren se le cortó la respiración. Sintió que Tanner y Lexi se movían a su espalda. Dio un paso hacia la puerta del oeste.

-Ay, Dios -murmuró Lexi.

-No -susurró Tanner.

La cara que estaba sobre ellos sonrió y cobró más forma. Su ropaje reluciente, como hecho de un millar de estrellas del cielo, los deslumhró. Bajó despacio la cabeza, dejando ver una corona de plata hecha de una media luna sobre la frente. Después, ten­dió la mano a Siren, que se adelantó vacilante para tomarla. Sin miedo en el corazón. Sin echar de menos las ilusiones perdidas.

La Diosa agitó hacia el cielo la mano que tenía libre. Su pal­ma bailó entre las estrellas, y cada una de estas brilló con más fuerza al paso de sus dedos. Siren tragó saliva, mirándola con temor.

-Soy tu madre natal, y la que diseño todos los recipientes humanos, todos los caminos vitales, de principio a fin.

La Diosa extendió la mano y tocó levemente a Tanner en los hombros. Tanner tembló.

Los fantasmas prosiguieron su cántico.

Lexi se echó a llorar, pero la Diosa le sonrió con amor y le secó las lágrimas.

-Y todos sois iguales ante mis ojos -dijo, sonriendo, al re­tirar la mano.

Se dirigió a Tanner, sujetando todavia la mano de Siren, y dijo:

-Tú debes saber, mejor que todos mis hijos, que si no pue­des encontrar dentro de ti lo que buscas, jamás lo encontrarás fuera.

Tanner inclinó la cabeza.

La Diosa puso la mano de Siren sobre la mano fuerte de Tan­ner y las unió con la suya.

-Pues, mirad -dijo, con voz que resonó sobre el barran­co-, yo soy Reina del Cielo y de la Tierra. Recorro muchas naciones, estoy en todas las religiones. Yo soy lo divino femenino de todos los rostros humanos, de todos los corazones humanos, de todas las almas humanas. Soy la nutridora, la estratega, la gue­rrera. Me encontraréis en todos los altares, en todas las iglesias, en todos los bosques y en todos los círculos de piedra. ¡No me podrán negar, ni consentiré que me nieguen!

El barranco tembló; cayeron fragmentos de piedra al valle.

Miró a Siren y a Tanner con ojos brillantes y relucientes.

-Vuestras búsquedas han terminado; los desafíos se han resuelto. Ya es hora de que busquéis virtudes nuevas en vuestras vidas.

Descendió detrás de la Diosa una luz dorada que se encres­paba, que formaba espirales... los fantasmas se quedaron en silen­cio mientras la forma del Dios se manifestaba tras ella. Estalló desde ellos una gran luz brillante que iluminó la puerta de los muertos, la puerta occidental del círculo. Los fantasmas giraron lentamente alrededor de los límites exteriores del círculo.

-Que venga a mí mi gente, con amor perfecto y confianza perfecta.

Las brujas-fantasmas pasaron en fila alrededor del borde del círculo de los vivos y fueron desapareciendo una a una más allá de la niebla iluminada. Cuando hubo pasado la última bruja, Si­ren cerró la puerta del oeste.

Siren miró a la Diosa, que estaba revestida del sol y tenía la luna bajo los pies. En su cabeza, la corona se había convertido en doce estrellas. El Dios estaba tras ella en su gloria, con las manos apoyadas en los hombros de ella, y, juntos... fueron uno.

El ser de luz, combinación de lo masculino y lo femenino, se dirigió a Siren.

-Mis hijas han vuelto a su hogar. La maldición queda levan­tada. Bendita seas.

-Así sea -susurró Siren, mientras le rodaban por las meji­llas las lágrimas que habían estado amenazando caer. Tanner se acercó más a ella, sonriendo mientras besaba el pelo de Siren.

Una luz cegadora brilló sobre el acantilado...

...y los poderosos desaparecieron.

Siren, en silencio, apagó el fuego con agua y recogió la hor­ca. Caminó en sentido opuesto a las agujas del reloj, deseando que el círculo mágico volviera a entrar en la horca. Puesta de pie en el norte, dominando el acantilado, susurró:

-Todo viene del norte.

Tomó con la mano libre el brazo de Tanner, sosteniendo la horca en vertical. Lexi sonrió y ofreció el brazo a Tanner.

-Toma, apóyate también en mí.

Siren golpeó el suelo tres veces con la horca y dijo:

-Feliz encuentro y feliz partida, hasta que nos veamos feli­ces otra vez.

-Así sea -repitió el grupo, impresionado.

Angela se adelantó.

-La policía me dio esto -dijo, enseñando el diario de Margaret McKay-. Estaba revuelto entre unas carpetas, al fondo del Toyota de Rachel. Pensé que te gustaría recuperarlo.

Siren tomó el libro y se lo llevó al pecho, después se lo en­tregó a Lexi.

-Para que lo guardes a buen recaudo -dijo-. Amor per­fecto y confianza perfecta.

Tanner dudó un momento y buscó en el bolsillo de sus pan­talones. Sacó la moneda de oro y la tiró por el barranco, di­ciendo:

-Para los dioses.

Lexi soltó un suspiro de felicidad.

-Creo que esto es lo que se llama «un extremo feliz».

-Se dice «un final feliz», Lexi -dijo Siren, sacudiendo la cabeza.

-Como se diga.

El trío se apartó despacio del barranco de granito. Los demás los siguieron en silencio en fila india. Jess cubría la retaguardia, sosteniendo en alto su propia horca. Se volvió y se asomó al ba­rranco, contemplando el pueblo que dormía.

-Pues nosotros somos el pueblo, nosotros somos el poder y nosotros somos el cambio -dijo en voz baja. Sacudió la cabe­za-. ¿Lo ves, Jayne? No se me ha olvidado lo que me enseñaste; solo que tardé mucho tiempo en aprenderlo bien.

Un viento helado le agitó la barba cuando se volvió hacia los pinos que suspiraban. Miró a la izquierda y a la derecha mientras se apresuraba para alcanzar a los demás.

-Corren demasiadas condenadas leyendas por estos bosques -murmuró, con una leve sonrisa en los labios.

NANA LORETTA, sentada sobre la peña más grande, se volvió ha­cia una mujer de edad avanzada, de pelo gris largo y suelto, ata­viada con un vestido negro y severo, que flotaba un poco por encima de ella.

-¿Lo ves, Jayne? -dijo Nana, abotonándose cuidadosamen­te la rebeca-. No tenías que preocuparte en absoluto. Ya te lo dije yo. El Arte no morirá jamás.



FIN

Nota



____________________________

LAS PALABRAS que usan los practicantes del Arte en los pasa­jes de magia del libro son una combinación de palabras que he escrito yo misma, expresamente para el libro, con otras que se consideran de dominio público. Durante los últimos veinte años se ha considerado que una buena parte de los textos de dominio público son obra de Doreen Valíante, que pasó a la Tierra del Verano mientras se escribía este libro. Sus textos com­pletos han aparecido publicados por la editorial Phoenix Publishing, y también en las obras de Janet y Stewart Farrar (Stewart también ha pasado recientemente). La ceremonia de iniciación de Siren no está completa, tal como sería en el mundo real de la brujería, pero espero haber explicado los elementos suficientes para que el lector pueda comprender los aspectos poderosos, aunque no amenazadores, de ese acto. Siempre se discutirá quién diseñó la ceremonia de iniciación que se utiliza en nuestros tiempos. No se puede considerar que yo haya quebrantado nin­gún juramento al presentar estos textos, y he puesto un cuidado especial en ese sentido. La poesía que recitó Tanner para seducir a Siren en la cueva, y las palabras de Siren al invocar al elemental del fuego en la escena de la muerte de Serato fueron escritas por David Norris, compositor de canciones, poeta y detective priva­do extraordinario. Por último, la escena del funeral, al final del li­bro, está tomada de mi libro Halloween, obra no de ficción publi­cada por Llewellyn Worldwide, que presenta información histórica y popular sobre el modo de celebrar esta fiesta tan popular en Estados Unidos. Los textos poéticos también son de David Norris. Naturalmente, este libro es una obra de ficción. Todos los personajes, lugares y hechos son creaciones de mi ima­ginación.


Silver RavenWolf Agosto de 2000

La autora



____________________________

CUANDO ERES una persona mágica, la mejor manera de que te acepten es hacer que la gente te conozca», ex­plica Silver. «Cuando han comprendido tus valores y tus principios personales, sus actitudes acerca de tus intereses re­ligiosos alternativos tienden a ser más positivas. Que te conozcan por tu labor.» A Silver RavenWolf, como buena Virgo, le encanta escribir listas y ordenar las cosas. Es madre de cuatro hijos y cele­bró en el año 2.000 su vigésimo aniversario de bodas.

Silver viaja mucho por los Estados Unidos, impartiendo se­minarios y conferencias sobre las religiones y las prácticas mági­cas. La han entrevistado en el New York Times y en el U.S. News & Word Report. Se calcula que Silver se ha reunido en persona con más de 25.000 personas practicantes de la magia en los cinco últimos años.

Silver es Cabeza de Clan de la Familia del Bosque Negro, que comprende quince grupos de brujos y brujas en once esta­dos de los Estados Unidos. Puede visitar su sitio web en:

http://www.silverravenwolf.com
Para escribir a la autora:

Si desea ponerse en contacto con la autora, o quisiera recibir más información acerca de este libro, puede escribir a la autora a:


Silver RavenWolf

C/o Llewellyn Worldwide

P.O-Box 64383, Dept. 1-56718-727-7

St. Paul, MN 55164-0383



Estados Unidos de América


- -

Yüklə 2,17 Mb.

Dostları ilə paylaş:
1   ...   19   20   21   22   23   24   25   26   27




Verilənlər bazası müəlliflik hüququ ilə müdafiə olunur ©muhaz.org 2024
rəhbərliyinə müraciət

gir | qeydiyyatdan keç
    Ana səhifə


yükləyin