Muerte en el Barranco de las Brujas



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SERATO TOMABA una taza de café solo mientras contemplaba el espectáculo desde el Volkswagen, oculto por un grupo de árboles muy oportunos, en un campo situado enfrente de la granja de Siren. Afortunadamente, él era un maestro del arte de dejarse llevar por lo inesperado. Al principio había tenido la idea ilógica de que las sirenas sonaban por él. Sabía que era una tontería, pues llevaba tanto tiempo haciendo de asesino a sueldo sin tener el menor tropiezo con la justicia que la idea misma era ridícula. No obstante, debía de tener los nervios de punta. Quizás ella había detectado su vehículo (lo cual era poco probable, pero no imposible) y había llamado a la policía. Serato achacó su nerviosismo a la persona que le había contratado, un ser impaciente con un humor como el de un mono curioso. Habría renunciado al trabajo hacía mucho tiempo si no hubiera sido por la bonificación, por el pequeño beneficio adicional que había percibido. Este era muy dulce. Dulcísimo. Y Siren... Ah, sería como la miel. Cálida, y sabrosa. Sí: cubriría sus necesidades muy bien.

Por desgracia, una de las cláusulas del contrato estipulaba que no podría matar a la mujer en su propia casa. El otro día había estado a punto de transgredir esta regla. Casi se había dejado dominar por su hambre, que tan controlada solía tener. Como ella vivía sola, sin amigos dignos de mención ni vecinos de los que preocuparse, el lugar más oportuno era la casa; pero la persona que había contratado a Serato no quería que la finca perdiera valor. En las comarcas como aquella las leyendas perduraban demasiado tiempo.

Bueno, parecía que aquel plan se embrollaba un poco. Seguramente debería haber actuado antes. Debería haberla sacado de su casa y haber registrado la casa después, en contra de los deseos del que lo había contratado, pero esta persona le había encargado otros detalles que lo habían tenido ocupado, y Serato había llegado a pensar con disgusto que se había convertido en una especie de lacayo, situación que le resultaba completamente inaceptable.Aquel encargo tenía demasiadas condiciones.

La persona que había contratado a Serato no se hacía cargo de hasta dónde llegaba la capacidad de este.

Bueno, podría poner remedio a aquello más adelante.

No había sido éI quien había prendido fuego a la casa del viejo, pero seguramente había sido el primero que había visto en el horizonte el resplandor velado por la niebla. Mientras contemplaba cómo se despejaba la bruma y cómo llenaban el cielo las llamas, pensó que el incendio no le afectaba a éI para nada. O eso suponía él. "No des nada por sentado", pensó para sus adentros. Dar las cosas por sentadas equivale a transgredir las reglas, y Serato se había marcado unas reglas concretas. No le hacía falta que quien lo contrataba le impusiera otro conjunto de reglas.

Se acarició la barbilla cuando vio que los dos policías metían al viejo en la casa. ¿Lo dejarían allí? Si se quedaba, Serato tendría que modificar sus planes. Ahora sería dificil raptarla.

Debería habérsela llevado el otro día.

No había que preocuparse.

El sabía acomodarse.

Él sabía adaptarse.

SIREN SE PUSO al lado del tío Jess, ante el ventanal, y vio salir el coche patrulla de su camino particular. A Billy lo conocía, desde luego; pero, por algún motivo, Dennis Platt le evocaba un recuerdo antiguo que ella no era capaz de sacar a la luz del todo. Dennis era demasiado joven para que Genina o ella lo hubieran conocido en la escuela. Su actitud de soberbia hinchada la molestaba.

Un viento vivo arrojó contra la ventana restos otoñales. Los dos dieron un respingo cuando un pedazo de madera seca golpeó el vidrio y se perdió después en la noche, llevado al parecer por el aliento mismo del demonio. Una luna casi llena se cernía a poca altura sobre el monte de la Cabeza de la Vieja, llenando el ciclo de un lustre blanco, aceitoso. Según el almanaque de Siren, estaría llena del todo el día de su cumpleaños, el 31 de octubre. Echó una mirada al tío Jess, observando la humedad que se acumulaba en la red de arrugas que tenía este bajo los ojos.

Se le enterneció el corazón y le dio una palmadita en el brazo.

-No te preocupes, tío Jess. Mañana por la mañana veremos las cosas con más alegría. No ha pasado nada que no podamos superar.

Él no le respondió, ni siquiera miró el reflejo de Siren en la ventana. Sus ojos grises y turbios siguieron clavados en el vidrio oscuro.

-¿Por qué no miras a ver si viene ese tal Chuck, tío Jess? Ya sabes, el que va a traer...

-Nena de NuevaYork, tú no sabes nada. Me vio. Me miró a los ojos. Se reía. Comía. Está viva.

-Estoy segura de que te sentirás mejor mañana por la mañana -dijo ella, lamentando vivamente no tener un sillón donde sentarlo-. Chuck no tardará en llegar, y entonces te podrás acostar. ¿Qué te parece si te das una ducha? Te sentaría bien, ¿no crees? Ya lo arreglaremos todo mañana por la mañana.

Intentó dirigirlo hacia las escaleras que conducían al baño del segundo piso, pero él se la quitó de encima con un movimiento de hombros. Ella lo soltó. El tío Jess siguió murmurando, por la ventana.

Ella subió a su dormitorio y buscó entre los barreños de plástico donde guardaba provisionalmente sus cosas hasta que encontró unos pantalones vaqueros. Sonó el teléfono, y atendió a la llamada en la extensión del segundo piso.

-Centro de Hipnoterapia de Cold Springs -dijo, rmientras terminaba de abrocharse los vaqueros.

Silencio.

-¿Diga? ¿Hay alguien ahí?

Silencio.

-¿Raquel?

No supo por qué le había venido a la cabeza el nombre de la muchacha. Puede que fuera porque la última llamada que había recibido aquella noche había sido de ella.

No obtuvo respuesta.

Siren se encogió de hombros y colgó el teléfono. Probablemente sería alguien que se había equivocado de número, o niños que gastaban bromas. Se puso rápidamente unos calcetines y sus botas de marcha, se puso también una camisa y se echó el chal sobre los hombros.

Volvió a sonar el teléfono. Su saludo normal recibió como respuesta un silencio inquietante. Vio entre las cortinas de algodón estampado, recién hechas, las luces de una furgoneta que barrían el algarrobo. Debía de ser Chuck con el catre. Colgó el aparato dando un golpe.

Chuck le recordó a un rottweiler mal alimentado pero que lucía una barriga colgante de bebedor de cerveza, y no le causó buena impresión desde el momento en que lo vio entrar en el zaguán, llevando a rastras el catre plegado y cubierto de polvo. Mientras Chuck tiraba de la pesada cama plegable, Siren observó que faltaba la rueda de una de las patas.Vio con irritación que los dientes de metal donde debía ir montada la rueda rascaban las baldosas nuevas.

-Déjela allí imismo, ya me ocuparé yo -le dijo, sonriendo con los dientes apretados.

Chuck asintió con la cabeza, haciendo ondear hacia arriba y hacia abajo su cabellera rubia desgreñada. Dejó caer el catre. Las púas se clavaron más en el suelo. Ella hizo un gesto de consternación.

-Buenas noches, Jess -dijo Chuck, asomándose por la puerta. Las greñas sueltas le cayeron sobre los ojos.

Como el tío Jess no se movió, Chuck centró su atención en Siren.

-Usted debe ser la tal Sírin, la sobrina de Jess -dijo, sacudiendo la cabellera para poder verla bien. Las greñas le volaron por el aire un momento y volvieron a su posición de partida.

Siren asintió con la cabeza y le ofreció la mano. Él no hizo ademán de tomarla. Ella retiró la mano y recordó una cosa que le había dicho su tía abuela Jayne cuando Siren era muy joven. "Las montañas y las aguas de por aquí llevan una energía extraña. Este es un lugar donde los hombres se suelen convertir en animales, y donde las mujeres superan en valor a los hombres." Se preguntó si Chuck sería un ejemplo ilustrativo de esta afirmación. Le recordaba al perro de un vertedero, con aliento de zarigüeya.

-Estuve aquí ayer con mi mujercita -dijjo Chuck rascándose la calva que tenía en la coronilla.

-¿Ah, sí? -respondió Siren confusa, pues no recordaba en absoluto haber visto a aquel hombre.

Él ladeó la cabeza y se recostó sobre la pared, cruzando sobre el pecho unos brazos escuálidos.

-Si: ella dijo que usted le había caído bastante bien. Se llama Rachel.

Sonrió con la boca, pero las pupilas de sus ojos eran como dos cuentas de hielo castaño. Cruzó y descruzó los brazos varias veces. Siren vio de pasada que llevaba en el antebrazo un tatuaje casero, pero no tuvo tiempo de descifrar el dibujo.

-En la furgoneta tengo cosas para ti, Jess –decía-. La parienta te ha mandado algo de ropa vieja de su padre, unas camisas de franela, unos pantalones, y creo que también ha echado algunos calcetines míos de las Navidades que todavía no he estrenado. Puede que haya también unos cuantos pantalones con peto, sé que eres aficionado a ponértelos.

Sin esperar respuesta, se retiró a la furgoneta y volvió con la ropa, una almohada, sábanas y una gruesa colcha. Señaló la colcha, que destacaba encima del montón.

-Esa la hizo Rachel, antes de que se pusiera a trabajar. Antes tenía tiempo para las labores femeninas. Ahora no.

Siren tomó la colcha multicolor. El diseño, a base de estrellas de seis puntas, era exquisito. Las puntadas eran minúsculas y dignas de una profesional, y los diversos matices, muy vivos, se habían elegido cuidadosamente para producir un efecto óptimo.

-Verdaderamente, tiene muy buena mano -dijo Siren-. Le prometo que la cuidaré bien.

Chuck se encogió de hombros, como si el concepto mismo las labores de mujer tuviera más importancia que sus frutos o la calidad de estos.

-Dijo que se la podía quedar como regalo de bienvenida.

-Ay, no puedo -dijo Siren, negando con la cabeza.

-Tampoco llevas fuera tanto tiempo, nena, como para no saber que la mujer se sentirá ofendida si no lo aceptas-, dijo tío Jess.

Siren, sobresaltada, se volvió y lo miró. Ya no estaba de junto a la ventana: se movía, vacilante, entre la puerta del cuarto de estar y la de la cocina. Le había vuelto algo de color a las jillas, pero todavía tenía los ojos como bocas de cavernas.

-Dele las gracias de mi parte -dijo Siren, volviendo la ta hacia Chuck-. Hace juego perfectamente con los colores mi dormitorio.

La colcha le vibraba al tacto. Cada una de sus puntadas es acompañada de sensaciones de paz y de una continencia enérgica. Aquella colcha no representaba una labor penosa ni desagradable: era fruto, más bien, de un trabajo amoroso. No obstante flotaba por encima de todo algo completamente distinto, como la capa de desperdicios que flota en la corriente de una alcantarilla: miedo, odio y dolor. Le llamó la atención un breve atisbo de niños pequeños.

-¿Cómo están sus tres hijos? -preguntó a Chuck, como para hacer conversación y sin pensarlo, más que como pregunta propiamente dicha.

E la miró con desconfianza, recorriéndole la cara con los ojos castaños.

-¿Ya ha vuelto a irse de la lengua Rachel? Solo tengo dos hijos, y están bien.

Siren pestañeó, sorprendida.

-Lo siento: no sé por qué idea rara había creído que tenían tres. Dispense, ha sido un error mío.

El tío Jess tosió.

-Ya va siendo hora de que vuelvas con tu familia, Chuck.Te agradezco que me hayas prestado el catre y todo lo demás. Procuraré devolverte el favor -dijo, pasándose los dedos manchados de hollín por la coronilla, como para alisar su desorden absoluto.

-Cuando puedas -respondió Chuck, entrecerrando los ojos como si quisiera arrancar información de la cabeza de Siren. Ell le devolvió una mirada inexpresiva, imaginándose una pizarra grande y vacía. Aquel era un era un hombre muy mezquino, muy desagradable.

Jess se acercó a Chuck y le dio una palmadita en la espalda, obligándole a quitarle la mirada de encima y a mirarlo a él.

-Ya te veré por el pueblo, Chuck, saluda a Rachel de mi parte, y gracias otra vez.

Chuck sonrió por primera vez, exhibiendo una hilera de dientes desagradables y podridos en la mandíbula inferior.

-Claro, ya nos veremos, Jess. Lamento lo de tu casa –dijo echando una mirada de reojo a Siren, como si las penalidades de Jess fueran achacables a ella, de alguna manera.

El tío Jess sacudió la cabeza tristemente y abrió la puerta principal. Hizo un nuevo gesto de asentimiento con la cabeza mientras Chuck bajaba por los peldaños del porche y se adentraba en la noche. Jess volvió al ventanal y, con los brazos en jarras, vio salir por el camino particular la furgoneta de Chuck. No dirigió la palabra a Siren hasta que los faros del coche hubieron subido la mitad de la ladera de la montaña.

-Nena, desde luego que sabes abrir esa bocaza de ciudad y meter esa pata de ciudad.

Siren movió trabajosamente el catre, intentando no rayar el suelo sin conseguir hacerlo mucho mejor que lo había hecho Chuck y preguntándose al mismo tiempo cómo era posible que Jess hubiera recobrado el control pleno de sus sentidos en cuestión de segundos.

-¿Qué quieres decir? –murmuró, a la vez que daba un último tirón y dejaba quel condenado trasto sobre la alfombra del cuarto de estar. Una huella entre corte y rasponazo atravesaba la baldosa nueva. Siren miró la marca con consternación.

-Su tercera hija murió la primavera pasada. La encontraron tripa arriba en el lago Cold Springs, hacia la puesta del sol. Había desaparecido en la tarde del día anterior. La niña solo tenía cinco años. Es raro. ¿Te dijo algo Rachel?

Siren se incorporó retirándose el pelo de las sienes con los dedos.

- Pues no. Ni una palabra.

Jess la miró de un modo raro.

-Ahora sí que voy a tomarme una infusión y subiré a darme una ducha.

Siren no era capaz de explicarse cómo sabía lo de los hijos de Rachel; pero, fiel a su carácter, no estaba dispuesta a comunicar a un extraño nada acerca de aquella mujer. En aquellos momentos Jess tenía la categoría de extraño. Por otra parte, en realidad Rachel no había dicho ni una palabra de los hijos que tenía ni que había tenido. Siren lo había adivinado, sin más.

-Puedes quedarte en mi habitación, tío Jess. Es la que da' la fachada delantera de la casa. Subiré el catre en seguida.

"En cuanto descubra cómo me las voy a arreglar para subir ese condenado trasto por las escaleras", pensó para sus adentros.,

-Estaré muy a gusto aquí abajo, en el cuarto de estar –dijo él, tajantemente-. ¿Tienes bastante gasoil en el depósito? Ahora no me apetece mucho encender fuego -añadió, echando una mirada nerviosa a la chimenea vacía.

Siren se puso a desplegar el catre. No estaba segura de cómo debía llevar aquella situación. Teniendo en cuenta lo unida que estaba Gemma con Jess, se sentía francamente incómoda con él en casa. A la mañana siguiente le buscaría otro alojamiento, cuánto más teniendo en cuenta que ya parecía que había recobrado todas sus facultades.

Jess se detuvo al pie de la escalera y se volvió.

-Esa colcha es tan bonita que casi da pena usarla -dijo, interrumpiendo los pensamientos de ella.

Siren tocó el tejido con los dedos y volvió a pasar la palma de la mano por la labor de aguja. Tuvo que hacer un esfuerzo para quitarse de la mano aquella sensación repugnante. "Explícaselo a tu tío Jess si puedes", le dijo su voz interior. En vez de ello, le dijo:

-Sí, desde luego que sí.Yo preferiría con mucho exponerla, en vez de usarla; pero antes quiero dejar que se oree, ¿sabes? Creo que tengo una manta más para ti. La bajaré mientras tú te duchas. ¿Te importa?

Confiaba no parecer rara ni avariciosa.

-Como quieras. La colcha es tuya -dijo él, sacudiendo la cabeza. A ella le habría parecido captar un matiz de alivio en la voz de él .Si no fuera porque lo conocía demasiado bien-. Tu tía habría hecho lo mismo -anadió él, simplemente, mientras subía las escaleras.

Ella se afanó en preparar el catre, pensando en la tía abuel Jayne McKay. Por lo que Siren sabía de su historia, la habían llamado por muchos nombres. La mayor parte de esa historia estaba envuelta en los velos del pasado, ahogada en la reserva de los parientes o en diarios quemados. Siren se llamado Jayne de segundo nombre de pila, supuestamente en recuer de aquella mujer. Tenía vagos recuerdos de una mujer pequeñita, delgada como un palillo, vestida siempre de negro o de gris, que había rondado por la periferia de su primera infancia.

Dios, qué cansada estaba. Pero esperó en el cuarto de estar por si Jess necesitaba algo.

-Nunca había visto esta casa vieja con tan buen aspecto –dijo la voz áspera del tío Jess desde las escaleras-. Las paredes están bonitas de color crema. La moqueta azul es hermosa. Baldosines nuevos en el baño. Me gustan esas sirenas de la pared del baño.

Siren levantó la vista y lo vio apoyado en el pasamanos pulido, contemplando desde allí el cuarto de estar. Se había lavado la cara tan a conciencia que las mejillas le brillaban como manzanas en la feria de la cosecha. Tenía los bigotes tan blancos como una caja de algodón en rama, y el pelo gris y blanco la flotaba sobre la cbeza, tan ahuecado como una nube de verano.

-Veo que has encontrado mi secador de pelo –dijo ella con ironía.

- Un aparato interesante. Tendre que hacerme con uno.

Terminó de abotonarse una camisa amarilla y negra de franela mientras bajaba los escalones cubiertos de moqueta azul clara. Se detuvo en el segundo escalón y dio unos botes.

-Ya no cruje -dijo.

-Lo he arreglado.

-Está claro -dijo él, ajustándose los tirantes de los vaqueros con peto. Se sentó en el catre. Sin mirar a Siren a los ojos, dijo:

-Te pagaré un alquiler hasta que pueda reconstruir rmi casa.

-Siren cerró los ojos con fuerza durante un instante, sintiendo que la piel de la frente le daba vueltas de pura desazón mental.

-Un momento, tío Jess...

-No lo entiendes.

-Sí que lo entiendo, tío Jess, pero es que mi forma de vida no es compatible con que haya otra persona en la casa. Sencillamente, no puedo.

-¿Por qué? ¿Es que haces cosas raras?

-Bueno, no, yo...

-He dicho que te pagaría un alquiler. No te pido limosna.

-No es por eso -dijo Siren, sacudiendo la cabeza.

-Podríamos intentarlo durante un mes -dijo él, zalamero.

-¡No! Seríamos como dos gatos atados por la cola. ¡De ninguna manera!

-Tu tía abuela Jayne decía cosas así.

RACHEL ANDEMON estaba de pie ante la ventana del cuarto estar, esperando el regreso de Chuck. ¿Por qué tardaban tanto? Seguramente estaría tonteando con esa McKay. Eso sería.

Empezó a tararear una nana; le iban saliendo de la boca unas mismas notas en una sucesión cantarina.

Todos estaban en contra de ella. Billy. Chuck. Si Billy había llamado, había sido solo para sacar a Chuck de allí. Para dar Chuck una excusa para dejarla sola.

Otra vez.

Los hombres eran una escoria. No: ella quería a su hermano mayor. Él solo era una escoria a medias. Se frotó la parte posterior de la cabeza. Si se le pudieran pasar esos dolores de cabeza... Y las pesadillas. Se estremeció, frotándose los brazos.

Fue al baño y abrió el armarito de las medicinas. Fue tocando con los cortos dedos todos los frascos de píldoras que le había dado el médico. Uno de los frascos se cayó al lavabo. Ella lo recogió despacio, mirando con atención las pastillas. Las píldoras eran bonitas, pero Rachel no estaba dispuesta a tomarlas. Cuando una es una madre responsable, no debe tomar nada que sea más fuerte que la aspirina. Nada de drogas. Di no a las drogas.Volvió a dejar el frasco en el estante. Unas píldoras bonitas, como unas puntadas bonitas en una colcha. Las había rojas, y azules, y rosadas, y multicolores. Ya se arrepentía de haber enviado aquella colcha. Probablemente, Chuck y Siren McKay estarían jodiendo en esos momentos encima de aquella colcha. Cerró con violencia la puerta del armario. El espejo se combó con el golpe, pero no se rompió. Aquella colcha era su favorita. Debería habérsela quedado.

Debería.


Otro incendio. Puede que fuera Siren la que provocaba los incendios, tal como había dicho Chuck. Lo decía él y lo decían todos sus amigos locos, Ethan Files y aquel policía flacucho, Dennis Platt. A ella le desagradaba especialmente Dennis. Siempre andaba fisgando. La noche anterior, ella había oído por casualidad que Dennis decía a Chuck que Siren McKay había matado verdaderamente a su novio y que él lo demostraría. Por eso había llamado Rachel a Siren para cancelar la cita. Puede que Siren McKay fuera una asesina en serie, como aquellos de los que había leído en las revistas de crímenes. Rachel no quería hacer de presa, pues siempre era ella la víctima. ¡Pues bien, era demasiado lista para esa perra de la McKay!

Era curioso: no tenía aspecto de asesina. Pero ¿qué asesino tenía aspecto de serlo? Sonrió al pensarlo y se volvió a perder en la nana. Volvió a salir a flote al cabo de unos instantes y se encontró de nuevo en el cuarto de estar. No recordaba haber caminado hasta allí, pero no importaba. Los niños estaban dormidos.

No hacía falta que fuera responsable.

Se sentó en el sofá y apoyó la cabeza en la tela fresca del brazo. Ojalá le dejar de doler la cabeza.

SIREN GIMIÓ para sus adentros. ¿Qué eran todas aquellas chorradas de la tía abuela Jayne? Hacía años que no se acordaba de aquella mujer, y esta había tenido pocas visitas en su vida. Se le podía calificar de “paria”. Bueno, a ella le gustaba el apellido de la anciana, pero nada más.

-Ahora que dices lo de los dos gatos –seguía diciendo Jess con voz cavernosa-. Ella, Jayne, tenía las orejas como las tuyas. Terminadas en punta. Cuando yo decía una mentira, ella se daba cuenta. Se daba cuenta siempre que cualquien decía una mentira. Si la gente la temía, era porque tenían secretos sucios.

Siren se negó a abrir el baúl de los recuerdos.

-Mañana por la mañana tenemos que llamar a tu compañía de seguros -dijo-. Y la policia quiere tomarte declaración. Billy Stouffer dijo que el inspector de incendios también querrá tomarte declaración.

-Sí, señor: tenía orejas de bruja, como las tuyas –dijo reflexivamente.

Siren siguió adelante, decidida a mantener la conversación en el presente. Era tarde. Estaba cansada y no tenía la menor gana de perder el tiempo con tonterías.

-No puedes tocar nada en la casa hasta que dé su autorización el inspector de incendios -dijo, recalcando las palabras.

-También tenía sueños y visiones. Sabía cuándo una persona se iba a morir, y cuándo iba a curarse. La sorprendí una ¿sabes? -dijo él. Se inclinó hacia atrás, y después hacia delante, y apoyó los codos en las rodillas-. Era una noche de luna llena, y ella estaba fuera, con los brazos muy abiertos, hablando como loca a alguien a quien llamaba "la Señora de la Luna".Yo no había oído hablar jamás de tal cosa. Los libros de la iglesia no dicen nada de ninguna Señora de la Luna; pero esa Jayne juraba que la Señora de la Luna cuidaba de toda la estirpe de los McKay como si fuera Dios o algo así. Era la cosa más rara que... Claro que yo siempre había creído que era un poco tonta. A mí parece que toda esa rama de la familia estaba loca. Nunca me tomé muy en serio esas locuras que hacían. No las consentía en mi casa. De ninguna manera.

Siren se estremeció. Era demasiado extraño.

-Ya sé que es dificil, tío Jess, pero la verdad es que tenemos que ocuparnos en serio de resolver tus asuntos. ¿Podrías hacer favor de prestarme atención?

-Era una Mujer Abuela, ¿sabes? -siguió diciendo él, retirándose al pasado-. Era curandera, sabía quitar el fuego de las quemaduras con soplidos y arreglar los huesos rotos con la cola seca de una serpiente de cascabel. También era cortadora de sangre. Pero yo la oía llamar por otros nombres, entre ellos el de bruja del agua, y otros francamente groseros. Estaba delante cuando naciste tú, ¿sabes?

Siren sacudió la cabeza con impotencia.

A Jess se le iluminaron los ojos, y Siren comprendió que ya había viajado del todo al pasado.

-Y ¡cómo se emocionó con tus orejas de bruja! "Es uno de los nuestros", dijo, con lágrimas en los ojos relucientes. Me acuerdo como si fuera ayer. "La Señora nos ha enviado a uno de los nuestros", dijo. Tal cual. Tú tienes esas orejitas puntiagudas. ¿No te has fijado nunca? Algunos actores famosos también las tienen. Lo veo en la televisión. Ahora ya tenemos televisión por cable. ¿Lo sabías? ¿Lo de tu tía Jayne?

-No había oído nunca esa historia -dijo Siren, con voz de franca duda-. Si no recuerdo mal, mi madre se negaba a recibir visitas de la tía Jayne, aunque esta se presentaba de vez en cuando, en todo caso, y a pesar de la prohibición de mi madre. Había alguna rencilla familiar que yo no entendí nunca. Era demasiado pequeña.

-Supongo que nadie te lo contaría Tu madre intentaba ser una mujer honrada, buena cristiana. Jayne y ella no se entendían en nada. De hecho, tu madre, aunque no te lo quiso decir, echaba a Jayne la culpa de que tu padre la hubiera abandonado. Verás, es que en realidad Jayne no era de mi sangre ni de la de tu madre.

Siren sacudió la cabeza. Allí había algo que ella no entendía.

-Estoy confundida -dijo Siren. Su falta de agudeza mental hizo suspirar a Jess.

-Mi padre, Horace Ackerman se casó dos veces. Contrajo matrimonio con mi madre muy joven. Mi madre murió de la gripe, y él se casó con Izelle McKay, de lo alto de la montaña. Izelle McKay tuvo a tu padre, y otros hijos que murieron, aunque por estas partes todavía quedan algunos descendientes de sus hermanas y de sus primos.

-Espera. ¿Me estás diciendo que mi padre y tú fuisteis hermanos solo de padre?

-Así es.

-No lo sabía.

Jess siguió hablando.

-Pues bien, tu abuela Izelle McKay Ackerman tenía varias hermanas, entre las que destacaba Jayne McKay. Era la mandamás de la familia. En esa familia no se hacía nada sin consultarlo primero con Jayne McKay. La vieja loca no se casó nunca, y siempre estaba metiendo las narices en los asuntos de los demás.

Siren intentó disimular un bostezo. Jess frunció el ceño.

-Escucha bien, nena. Esto es importante.

-No es que no me interese, tío Jess, pero ha sido un día muy largo.

-Que raro: todos locos. Los de la familia de Izelle jugaban con naipes que decían el porvenir, leían agüeros y se pasaban horas chismorreando acerca de la influencia de las estrellas. Había toda una panda de ellos en las montañas, mezclados con la estirpe de los Thorn. Entre las dos familias eran dueños de toda la montaña, literalmente, pero creo que ahora la tienen solo Thorn. Por lo que he oído contar, Jayne los tenía en un puño. Era como una especie de matriarca de la Vieja Patria. En todo caso tu abuela Izelle tampoco duró mucho tiempo. A mi padre le duraban poco las mujeres, era como esa gente a la que le duran poco los coches. Izelle se murió y dejó como único descendiente suyo a tu padre. Cuando pasó eso, la tía Jayne intentó intervenir y ser el ama del gallinero. ¡Hasta intentó llevarte a vivir a lo alto de la montaña, pero tu madre no lo consintió! Y entonces fue cuando se marchó tu padre.

-Y mi madre adoptó como suya la rama cuerda de la familia –suplió siren.

-Eso fue lo que hizo. Era una mujer del pueblo sin familia digna de mención. Nosotros nos ocupamos de que no le faltara dónde vivir y comida en la mesa.

Siren pestañeó y contrajo los labios.

-Creo que estás contando un cuento para ir a la cama.

-¿Los recuerdas?

-¡Claro! Me encantaban os cuentos que contabas ante esta misma chimenea. Recuerdo los cuentos para ir a dormir.Y todo eso de que el fuego tenía vida Ese también era un cuento para ir a dorrmir, ¿verdad?

-No sé de qué me hablas; pero sí sé una cosa: necesito una casa donde vivir, Siren.

“Viejo zorro, pensó ella. Has intentado engatusarme con recuerdos de la familia, con un pequeño secreto sin importancia y con cuentos de miedo, haciéndote el tonto y creyéndote que Siren cederá, sin duda."

-No -dijo con firmeza.

-Por favor.

-Tenemos que afrontarlo. No nos caemos bien el uno al otro. No podría aguantarte en mi casa de ninguna manera. Hace menos de tres semanas me dijiste, prácticamente, que me largase de aquí y diese mi tierra a mi hermana.

-Mis chicos han estado buscando alguna excusa para meterme en la residencia de ancianos de Whiskey Springs. Es un vertedero. Yo no quiero ir. Todavía no estoy preparado. Ahora que he perdido mi casa y no tengo dónde ir, me meterán allí a la fuerza. Por otra parte, allí no me dejarán llevarme mi horca –añadió con inocencia.

Siren casi se había olvidado de la horca adorada.

-Creí que la habías perdido en el...

-No, maldita sea, está apoyada en el algarrobo de allí fuera. Ese chico, el agente Dennis, no quiso dejarme que la acercara a la casa. Me dijo que dejara mi herramienta de demonio donde debía estar, Junto al algarrobo negro. ¡Figúrate! ¡Que me llame hombre del demonio! Ese muchacho es un memo. Me parece increíble que esté en la policía. No necesitamos a gente como él en la Policía Regional de Webster. Dentro de un rato bajaré por mi horca, vaya que sí.

-¿Desde cuándo quieren llevarte a la residencia? –preguntó Siren.

-Desde la primavera. A Gretchyn, la mujer de mi hijo Horace, se le metió en la cabeza que si venden mis tierras ahora tendrán el dinero ahora. El resto lo usarán para meterme en la residencia. Como he dicho, ese sitio es una pocilga, y no les costará mucho mantenerme. La granja vale bastante. Todo esto empezó porque Gretchyn quiere ampliar su casa y no les conceden un préstamo. Empezó por pedirme el dinero, toda dulzura, y yo le dije que no, que lo tengo ahorrado para los días malos. Después me pidió que le avalara el préstamo.Yo dije que nada de eso, pues ella no ha devuelto nada jamás en su vida. Se largó de mi casa dando un portazo. Dos semanas más tarde me llama mi hijo Horace, y después su hermano, Ronald.

Siren se humedeció los labios con desagrado. Los hermanos Ackerman siempre habían sido crueles.

Jess siguió hablando sin advertir la expresión de Siren.

-No son capaces de esperarse a que me muera, ninguno. Son la manada de chacales más irrespetuosa que haya criado un hombre. Me parece increíble haber trabajado todos estos años, haberlos mandado a la universidad, para que me lo paguen así -dijo, sacudiendo la cabeza con tristeza.

Siren, sorprendida por el modo en que Jess reconocía las traiciones de su propia familia, se extrañó de que no viera ninguna por parte de Gemma, pues estaba segura de que esta había participado de alguna manera en la rencilla familiar. Suposo que Jess se había buscado una explicación selectiva. Como la mayoría las personas, solo veía lo que quería ver, hasta que era demasiado tarde.

Jess cogió la mano de Siren con su manaza. Tenía la piel seca, dura y cálida.

-No les dejes que me encierren.

-Tío Jess. Tú y yo no nos llevamos bien. ¿Cómo quieres que vivamos en una misma casa? No podrán empezar a arreglar la tuya hasta la primavera. ¿Crees, sinceramente, que podemos aguantar aquí juntos un invierno?

-La casa es grande. Podemos vivir sin estorbarnos -dijo, con una súplica desesperada en los ojos.

-El uno encima del otro -dijo ella. Se soltó de su mano suavemente. A él le temblaba el labio inferior-. Aunque dijera que sí, piensa que tus hijos van a poner el grito en el cielo. Se está forjando una rencilla familiar, y a mí me va a pillar en medio. Estoy cansada de ser la oveja negra de la familia. ¡Ya me dan la espalda! ¡Si no me extrañaría que me incendiaran la casa por despecho!

-¡Jamás harían tal cosa! -dijo Jess, horrorizado.

“Qué sabrás tú", pensó Siren; pero se contuvo y guardó silencio.

-Tú siempre fuiste pendenciera, nena -dijo él, con ánimo de convencerla.

Siren se tapó un bostezo con la mano.

-Vamos a dormir, y ya arreglaremos esto manana por la mañana. Estoy segura de que podré encontrarte otro alojamiento y llevarte allí antes de que se enteren tus hijos. Los de la policía dijeron que estaban de acampada, en alguna parte. Puede que tarden un día o dos en volver.

O, al menos, eso esperaba ella.

Mientras lavaba en la cocoina las tazas y la bandeja, oyó que Jess salía de la casa, supuestamente a recoger su horca. Cuando terminó la tarea, la luz del cuarto de estar estaba apagada y solo los ronquidos suaves y delicados de Jess rompían el silencio.

Siren recogió los cojines y tomó los documentos de la propuesta de trabajo, que seguían en el suelo del salón. No quería encontrarse a la mañana siguiente a Jess fisgando sus papeles. Con los brazos cargados, dio un respingo nervioso al primer timbrzo del teléfono. Cogió con dificultad el auricular, dejando caer un cojín. Irritada, renunció a su saludo telefónico profesional de costumbre y dijo con brusquedad:

-¿Diga?

Silencio.



-¡Me parece que esto no tiene gracia!

Silencio.

-¡Me enteraré de dónde llaman! -gruñó ella-. ¡Me basta con esperar a que cuelguen y marcar la tecla estrella y 69!.

Una suave risa.

-¿De modo que le hace gracia? –dijo ella, apretando el auricular con fuerza.

- En este jodido pueblo no funciona lo de la tecla estrella y el 69.

-¿Cómo?

El corazón le dio un salto en el pecho al oír una voz humana.



Otra risita.

-¿Por qué me llama?

-Solo quería enterarme de si estás preparda para morir… ¡perra!

El teléfono se quedó mudo en su mano temblorosa. Marcó precipitadamente la tecla estrella y el 69. Aquel desgraciado tenía razón. No funcionó. Pensó que debía acordarse de llamar a compañía de teléfonos a la mañana siguiente. Hasta en aquel pueblo perdido debían tener servicio de localización de llamadas. Se riñó a sí misma mentalmente por no haberlo pensado antes. De momento, bajó el volumen de su contestador y desconectó el timbre del teléfono; después, se dio una vuelta por lacasa comprobando si estaban bien cerradas las ventanas y puertas, incluso las puertas mosquiteras. Estaba dispuesta a dormir aquella noche aunque le costara la vida.




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