Muerte en el Barranco de las Brujas



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EL MAYBELL, restaurante clásico al estilo de los años 50, estaba ante la carretera de Lambs Gap, y la parte trasera del edificio daba a la orilla sur del lago de Cold Springs. En el verano, tanto los turistas como la gente del pueblo atracaban sus barquitos y sus canoas en el pequeño muelle para gozar del ambiente poco común del restaurante: taburetes de vinilo rojo que todavía giraban sobre sí mismos, reservados de altos respaldos a lo largo de las ventanas, una máquina tocadiscos en cada mesa y tartas y pasteles caseros que se exhibían en relucientes estantes redondos de vidrio y cromados sobre el largo mostrador rojo de formica. Las paredes estaban salpicadas de diversas imágenes del puente cubierto de Cold Springs, obra de pintores y de fotógrafos locales. Un pintoresco expositor de postales tipo carrusel, lleno de imágenes del lago, de campistas alegres y de diversos ejemplos de la flora y de la fauna locales montaba guardia junto a la caja principal.

Tanner se terminaba su café, deseando que fuera whisky, y mataba el rato en un reservado del rincón. Era cliente habitual, con reservado propio, el último del fondo, lejos de la caja. A veces desayunaba o almorzaba allí, pero principalmente iba a tomar café, sobre todo después de los incendios graves. El café de allí era tan fuerte que le quitaba cualquier mal sabor de boca. El incendio de la noche anterior, en casa del viejo Ackerman, había sido el peor hasta la fecha. Algunos de sus muchachos seguían allí. Lo del cerdo negro había sido una lástima.

Aquel día, el local estaba abarrotado de gente del pueblo, y pasó su buen cuarto de hora sin ver a Jess ni a la McKay. Estos habían ocupado el primer reservado del restaurante, cerca de la caja. Muchos clientes habituales del Maybell se detenían a preguntar a Jess cómo estaba y si necesitaba alguna cosa. En un momento dado, Jess se puso de pie, tieso como una vara, sujetando con fuerza su horca como un Poseidón, contando a todos la experiencia terrible que había sufrido en el incendio. Fue entonces cuando Tanner vio a Siren, cuando cayó la luz sobre la cara levantada de esta. Tenía los labios serios, pero había un brillo de humor en sus ojos. Jess era un actor extraordinario, desde luego.

Tanner tomó otro trago de café. Jugó con su moneda de oro, moviéndola entre los dedos, dándole vueltas. Estando allí Jess, lo más fácil era que la gente quisiera obligar a Tanner a entrar en la conversación. Al fin y al cabo, él era el jefe de bomberos. Aunque le fastidiaba reconocerlo, ser descendiente de una bruja tenía sus ventajas. Con una habilidad fruto de la práctica, se rodeó de una neblina de invisibilidad. Los años que había dedicado Nana Loretta a enseñarle magias menores y mayores, con constancia y con rigor, le venían bien en ciertas ocasiones. De hecho, muchas de las técnicas que le había enseñado ella las aplicaba de manera instintiva y ni siquiera las consideraba mágicas. Era una cuestión de enfoque, nada más, de enfoque. Echó al aire la moneda.

"Imagínate que estás envuelto en una nube densa de niebla", le decía ella. "No es que vayas a desaparecer de verdad, en absoluto. Lo único que harás será producir una ilusión. Cuando llegues a dominarlo, verás que la gente no advertirá que estás allí, sencíllamente." Ella tenía razón. Aquella era una de las pocas magias que él se molestaba en aplicar en aquellos tiempos. Cuando te estás cayendo de borracho, no quieres que todo el mundo te mire. Por desgracia, cuanto más borracho estabas, menos te podías concentrar en la niebla. Hasta la magia tenía sus debilidades.

Oyó que Siren preguntaba a Jess, en una pausa de la conversación:

-¿Sueles almorzar con tu horca?

-Todos los días -respondió Jess.

Tanner apuró su taza de café. Aunque estaban a finales de octubre, los ventiladores de madera del techo seguían girando perezosamente; sus aspas cortaban el humo, el vapor grasiento de la plancha de la cocina y las conversaciones apasionacias. Tanner siguió jugando con la moneda de oro. Jess terminó su disertación y dejó la horca apoyada cuidadosamente junto al reservado.

Mientras Jess se sentaba, asintió con la cabeza y respondió a alguien diciendo:

-Ardió como la yesca, así fue.

-Lo que a mí me parece es que todo el pueblo está ardiendo como la yesca -dijo la voz vacilante de un hombre que estaba sentado ante la barra.

-Vaya si es verdad -intervino otro.

-¡De aquí a poco tiempo, todo el condenado pueblo se habrá ido en humo! -dijo otro-.Ya van tres incendios que son, según los periódicos, "de origen misterloso": el de la logia de los Alces, el de la fábrica de zapatos abandonada, el del granero de los Ferguson, y ahora la casa de Ackerman. ¿Qué demonios signífica "misterioso"?

-No lo sé -dijo la camarera, una rubia pechugona que se llamaba Bernita Prescott-. Nadie se habría fijado en los incendios menores si los últimos cuatro no hubieran sido tan graves. Esos primeros son normales después de un verano tan seco como el que hemos tenido. Puede que estos últimos también sean normales.

Tanner seguía tirando al aire la moneda de oro.

-Es verdad -dijo el tío Jess-. Ninguno salió siquiera en los periódicos hasta que se quemó la logia de los Alces. Eso fue justo antes del incendio de los Ferguson.

-Aquí no llegará el fuego -observó cierta ersona- ¡El café es tan malo que lo asustará!

Las risitas recorrieron el mostrador, y sonó una carcajada fuerte en uno de los reservados más próximos.

-Yo digo que se sale de lo natural -murmuró el propietario de la primera voz.

Tanner deseó poder marcharse, pero consideró que sería mejor que se quedara allí sentado con su taza de café vacía. En vez de dar un espectáculo llamando a la camarera, se bebió el agua. Su pequeño hechizo funcionaba. Nadie le prestaba minguna atención. Que Dios se lo pagara a Nana Loretta. Siguió tirando la moneda.

-No es ningún incendiario -respondió otro.

-¡Mi hermana trabaja en las oficinas del condado, y los expertos dicen que todos los incendios son diferentes y que nadie en el mundo los está provocando! -dijo una mujer que llevaba un enorme sombrero de paja.

-¿O sea, que es alguien que ya no está en este mundo? -fue la, respuesta.

Todos se rieron, y la mujer inclinó la cabeza, impidiendo a Tanner ver a Jess y a Siren. La conversación se ponía interesante. Ya diría él algo a los de Policía Regional de Webster acerca de la chica de las oficinas del condado que se iba de la lengua; aunque dudaba que sirviera de nada a estas alturas. Todos los del pueblo hablaban de los incendios.

-Bueno, pues si no es ninguna persona, viva o muerta, ¿qué es, entonces? -quiso saber otra mujer que estaba al final de la barra.

-¡Yo digo que es obra del demonio! -exclamó una voz extraordinariamente chillona.

Tanner se estiró para ver de dónde procedía aquel comentario. Ah, era Ethan Files, aquel hombrecillo extraño, contable del condado.

-Callad. Dejad comer a Jess -dijeron desde otra parte.

La camarera que rondaba junto a Siren sacudió la cabeza y se secó las manos en un delantal que ya estaba sucio.

-¿Qué te parece a ti, Jess? -le preguntó-. Anoche le tocó a tu casa. ¿Viste algo que se saliera de lo común?

El tío Jess tomó un largo trago de cafe, hizo una mueca y miró fijamente a Siren, mientras le temblaba el ojo derecho.

-No vi nada. ¿Sabes una cosa? ¡Estoy dispuesto a jurar que tu café es peor cada día que pasa!

Tanner tuvo la sensación de que el viejo Jess mentía acerca del fuego. Era como si Jess hubiera empezado a decir otra cosa pero se hubiera callado. Tanner sintió que se estaba fraguando algo amenazador. Puede que Nana tuviera razón. Se arrellanó en su reservado, pensando en Siren McKay. Era única: piel morena, ojos oscuros, pelo negro largo y espeso. Cuando habían publicado sus fotos en el periódico local, él las había recortado todas, y también los artículos, siguiendo su juicio y su absolución sorprendente. La risa de Siren flotó en el aire, un sonido profundo, gutural. Tanner se agitó, inquieto. Aquella mujer tenía algo... si él no supiera que era imposible, bueno... él ya sabía lo que era sentir el toque mágico de Nana. Entrecerró los ojos. No: ella no se atrevería. Por otra parte, él no creía en esas cosas. Sí, bueno. Seamos realistas. Si la primera reacción de él cuando se encontraba ante un peligro consistía en un conjuro que le habían enseñado de niño, si no le daba importancia a rodearse de una niebla para que lo dejaran en paz, ¿a quién diantres quería engañar? Echó la moneda al aire una última vez y se la guardó en el bolsillo. Tres largas semanas de abstinencia. Soltó un leve bufido. Miró de nuevo a la McKay. No cabía duda de que ella era todo aquello... y, además, problemática.Y él no necesitaba más problemas en su vida.

Tanner prestó atención a la conversación del restaurante.

-Lo que quiero saber yo es por qué no han sido capaces los bomberos de descubrir qué pasa -decía un tipo que estaba pagando su cuenta.

-¡Porque el condenado jefe de bomberos está siempre borracho! -respondió otro tipo que acababa de entrar por la puerta-. Tanner Thorn es un inútil total. Está mal de la azotea desde que se murió su mujer y los padres de ella se llevaron a sus hijos al norte. He oído decir que le quitaron la custodia. Lo que yo digo es que es un alcohólico. Deberían echarlo y poner en su lugar a alguien que no tenga los sesos en alcohol.

Tanner sintió que la cara empezaba a ponérsele roja. Se le aceleró el pulso.

-¡Cállate! -le riñó Benita-. ¡Ya me gustaría a mí ver cómo funcionabas tú si tu Mildred se matara en un accidente de coche, y se presentara después tu suegra y te arrancara a los pequeños!

Mildred dirigió la vista hacia el rincón de Tanner. Se mordió el labio, tomó un paño húmedo y se puso a limpiar el mostrador.

-Sí -saltó otro cliente-. Tu suegra es Medusa en persona, así que yo en tu lugar me quedaría callado.

Hubo una ronda de risas y la conversación fue girando hacia otros temas. Alguien se quejó de que necesitaba un crédito considerable para comprarse un tractor nuevo, y hubo varios comentarios subsiguientes sobre la mecánica moderna. La camarera se presentó en silencio en la mesa de Tanner con una nueva taza de café, le guiñó un ojo y se retiró discretamente. "El hechizo de la niebla no da resultado con todo el mundo, y menos con personas que tienden a la videncia", le había dicho Nana. Evidenternente, la camarera tenía dotes propias. Mientras Tanner la veía alejarse, se preguntó si ella misma sabría que tenía ese don. Lo más probable era que no. A Tanner no le sorprendería que tuviera algún parentesco con la farmilia. Todavía había bastante gente por allí que no tenían idea de su ascendencia mágica.

-¿Qué la trae por Cold Springs? -preguntó Benita a Siren mientras le rellenaba de café la taza.

-He comprado la granja de mi madre.

-¿Va a cultivar esa granja? -respondió con sorpresa la mujer.

-Me gustaría cultivarla en parte, pero también voy a abrir una consulta de hipnoterapia.

Tanner aguzó el oído. Costaba trabajo oír entre la charla sobre tractores que había degenerado en chistes groseros.

-¿Da resultado eso de la hipnoterapla? -preguntó la camarera, apoyando en el borde de la mesa la jarra de cafe de vidrio, llena hasta la mitad.

Siren se rio.

-Podría darle una respuesta corta o larga; pero, en resumen, sí, funciona. Por lo menos, mis pacientes de Nueva York salían contentísimos.

-A mí me gustaría perder un poco de peso -dijo la camarera con una sonrisa agradable . No mucho. A los hombres de por aquí les gusta que las chicas estén un poco llenitas, no sé si me entiende.

Un leve rubor le cubrió las mejillas regordetas, y la jarra de vidrio se inclinó. El café se agitó peligrosamente, lamiendo el borde de lajarra.

-Pero yo ya tengo cierta edad, y una amiga mía probó la hipnoterapia, y le vino muy bien, desde luego. Pero ella acudió a la consulta de un hombre, y creo que yo no estaría cómoda así. Sin ámino de ofender -se apresuró a añadir, mirando al tío Jess. Este levantó un poco la cabeza, pestañeando largamente y sonrió remilgadamente. Benita volvió a mirar a Siren-. ¿Tú te dedicas a cosas así, cielo?

-Así es -dijo Slren.

-¿Cuesta caro? -le preguntó, y se mordió el labio mientras esperaba la respuesta de Siren.

-Te propondré una cosa –dijo Siren-. Si me calienta el café y me trae un bollo con crema de queso, lo haré gratis... a condición de que haga correr la voz si le va bien -añadió, indicando con la cabeza el público en general del restaurante.

La camarera sonrió alegremente, haciendo que se marcara mucho más el hoyuelo que tenía en la mejilla derecha.

-¡Vaya, con lo bien que se me da eso! -exclamó-. Te traeré la comida enseguida. Hemos contratado a un cocinero nuevo; es un poco lento y no comprende el concepto de los huevos poco hechos, pero ya le iremos enseñando.

Tanner se perdió el resto de la conversación, pero no le importó. Contempló maravillado el pelo de Siren, que aquel día lo llevaba en una sola trenza, larga y gruesa, salpicada de perlas mínúsculas y colgado por encima del hombro. Tenía la cara enrojecida, los ojos oscuros lunimosos -Tanner suspiró. Si fuera fea, sería más fácil dejar de prestarle atención. Se caló el sombrero de cazador, aprovechó el caos del restaurante, pagó la cuenta y se marchó.

Entre los primeros conocimientos prácticos que le había enseñado Nana Loretta se contaban la respiración profunda y la autohipnosis. "Estas prácticas dan acceso a los poderes de la mente; son los elementos con que se construye la magia", afirmaba ella. Y tenía razón. Tanner se preguntó algo que ya se había preguntado antes: si Siren McKay sabía quiénes eran sus antepasados. Lo más probable era que supiera muy poco de ello. A pesar de todo, daba la impresión de que Siren seguía las tendencias de su estirpe, a sabiendas o no. Reflexionó. ¿Debía decírselo a Nana? Pensándoselo mejor, no. Sería mejor dejar en paz todo aquel asunto. ¿Quién sabe qué podía intentar hacer Nana si pensaba que aquella muchacha tenía algún talento? Nana había mencionado el nombre de Siren en la biblioteca, pero él había optado por no hacer caso. No le convenía en absoluto destapar esa caja de líos de la familia.

EL TIO JESS puso mala cara cuando Siren entregó su tarjeta de visita profesional a Benita Prescott. Las cejas espesas le saltaron como faisanes asustados que levantan el vuelo en el campo: pero no dijo nada. Siren echó una mirda al mostraclor. Parecía que el local se iba despejando. Aunque era sábado, la gente tenía cosas que hacer: unos iban a hacer compras; los granjeros tenían que terminar la cosecha; los carpinteros y albañiles, reparaciones que surgían en el último momento. Se habían quedado algunos veteranos ante el mostrador, pero estaban absortos en una conversación acerca de la política local. En el mes de noviembre se iban a celebrar elecciones para diversos cargos, además de un referendum local sobre la cuestión de permitir o no la venta de bebidas alcohólicas en el término municipal, que suscitaba un debate acalorado. Desde tiempos de la Ley Seca, la población de Cold Springs había mantenido la prohibición y había seguido tan "seca" como la boca de un muerto. También se habló de un proyecto de ampliación de la biblioteca, y de cómo marchaba la cosa.

Benita, deshecha en sonrisas, volvió con el plato de Siren.

-No veo la hora de llamarte -dijo con una sonrisa alegre. Acto seguido, tuvo que prestar atención a una persona que estaba ante el mostrador. Desapareció de la vista de Siren, compartiendo una broma grosera que hacía alguien, y no tardó en perderse en su trabajo.

El tío Jess empujó a un lado su plato e hizo que le volviera a llenar la taza de café la camarera cuando pasó junto a ellos, con el hoyuelo más marcado que nunca. La camarera guiñó el ojo a Siren al llenarle también la taza a ella y siguió adelante.

-Creo que debes dejar eso del hipno-tal -dijo Jess.

Siren atendía a su bollo.

-Al fin y al cabo, yo te pagaré alquiler, y no te hará falta el dinero.

Siren tragó despacio.

-Y supongo que yo me dedicaré a dar vueltas por la granja todo el invierno y mataré el rato haciendo ángeles de nieve o galletas en el horno, ¿no?

Se limpió la boca con una servilleta.

-Además, por mucho que te cobre de alquiler, no voy a pagarlo todo con eso. Por si no te has dado cuenta, todavía hay que arreglar muchas cosas en la casa, y lmayoría de los arreglos van a ser caros.

-No está bien enredar con la mente de las personas.

Siren le dirigió una mirada furiosa por encima e su taza de café.

-Tampoco está bien enredar con las carreras profesionales de las personas -replicó-. Además, ya he entregado los contratos esta mañana. De aquí a una semana ya estaré trabajando.

-¿Llamas "carrera profesional" a esas cosas del ocultismo? -dijo él con desprecio.

-¡No son cosas de ocultismo, y, para que lo sepas, yo tenía una consulta de mucho éxito en la ciudad!

Dos de los viejos que estaban ante el mostrador se volvieron y los miraron. Siren cerró los ojos y volvió la cara hacia la ventana. Estupendo, aquello era estupendo.

-Te está mirando la gente, ¿sabes? -susurró Jess-. Sonríe.

Ella apretó los dientes, emitiendo una sonrisa tensa.

-Sí, me miran es gracias a tu bocaza. Me he enterado de que has estado cotilleando por ahí, ¿sabes?

A Jess se le encendieron dos manchas brillantes por encima de la barba que cubría sus mejillas.

-Es mi pueblo -dijo, a la defensiva.

-Ah, perdóname. No sabía que tú fueras el dueño del pueblo.

Jess se inclinó hacia delante.

-¡Tengo más derecho que tú a estar aquí! Anoche estuve pensando que puedo comprarte la granja.Tengo dinero de sobra. Tú podrías irte a otra parte... volver a empezar. En el oeste, quizá. En ese sitio que llaman Sedona hay un montón de gente rara. Una vez leí algo sobre ese lugar.

Parecía satisfecho de haber sido capaz de proponerle esa sugerencia.

Siren se levantó de la mesa, echándose el bolso al hombro.

-¿Cómo, viejo memo egoísta? -gruñó en voz baja-. Si no hubiera sido por mí, te habrían llevado a cuestas esta mañana -añadió, metiéndole la nariz en plena cara-.Y si no te comportas y no te ciñes al programa, me limitaré a llamar a esas sanguijuelas chupasangres a las que llamas hijos tuyos y les diré que vengan por ti. ¡Hasta te pondré un lacito al cuello!

-Eso sería muy poco cristiano por tu parte -dijo él.

-¡Pues, para que te enteres, majo, yo no soy cristiana! -dijo ella, dando un manotazo en la mesa. Alguien contuvo una exclamación de asombro. La cara de su tío perdió por completo el color. En una población en cuyo término municipal había más de quince iglesias, aquella declaración constituía un sacrilegio.

-Puede que sea judía -susurró alguien.

Siren giró sobre sí misma y se largó del restaurante a buen paso, sin hacer caso de las expresiones boquiabiertas ni de las risitas nerviosas.

Se puso a dar paseos por el aparcamiento, intentando tranquilizarse antes de que saliera del restaurante el tío Jess. Dirigió su mirada al lago de Cold Springs. A su derecha, la carretera llegaba a un puente cubierto que tenía el nombre oportuno de Paso de Cold Springs y había sido construido en 1867. El puente unía la carretera de Lambs Gap con el pueblo. El puente, pintado recientemente de un rojo atrevido, era el orgullo y el mayor tesoro de los habitantes de Cold Springs, y daban fe de ello las muchas imágenes del mismo que estaban expuestas en el restaurante. Tenía fama por ser el puente cubierto más largo de Pensilvania, y tenía 62 metros de largo. Siren recordaba aquel dato de sus tiempos de la escuela elemental. En el estado de Pensilvanla solo quedaban doce puentes cubiertos, y los habitantes del condado de Webster siempre trataban aquel como si fuera de oro macizo.

La escaramuza de aquella mañana con el clan de los Ackerman le había dejado una sensación de ardor en el corazón. Los viejos recuerdos se le entremezclaban con los sucesos del día. Le vino un sudor frío. Para colmo, poco antes de que ella saliera a desayunar le habían llamado los del almacén de muebles para decirle que su pedido se retrasaría una semana o más. ¿Qué iba a hacer ahora?

Siren pasó por delante de una bonita moto de todo terreno que estaba aparcada junto al muelle. Parecía nueva, aparte de que tenía un poco de polvo y de barro. Pasó junto a la moto y se acercó a la orilla del lago. El agua parecia muy calmada y tranquila aquel día, y reflejaba el cielo azul con alguna que otra onda en la que brillaba la luz del sol. La corriente arrastraba hojas llenas de color; algunas se quedaban en la orilla. Una o dos nubes oscuras en el horizonte le recordaron que el mes de noviembre estaba a la vuelta de la esquina. De momento, tuvo que reconocer que el paisaje le cortaba la respiración, aun visto desde el aparcamiento del restaurante. Era tan pintoresco corno puede serlo un otoño: colores vibrantes, impresionantes, rematados por rayos deslumbrantes de luz que se reflejaban en la grandiosidad de superficie tersa del lago. La temperatura del aire, más que benigna, hacía que el corazón le latiera más deprisa. Al cabo de pocos días habría desaparecido la mayor parte de ese espectáculo glorioso, así como las últimas esperanzas de un tiempo agradable.

Se quedó inmóvil, absorbiendo el júbilo de la estación, recordando una cosa que decía la tía Jayne cuando Siren era muy pequeña. "Todo se mueve en ciclos, del nacimiento a la muerte para volver a nacer de nuevo." Era curioso que estuviera teniendo últimamente aquellos recuerdos de una persona a la que apenas había conocido.

Se interpuso ante el sol una nube que dejó el paisaje triste descolorido. Siren sintió que tenía clavados en la espalda un ojos invisibles, pero, cuando se volvió, no había nadie. Aunque el aparcamiento estaba lleno de coches, parecía desierto de vidá humana. Volvió a mirar la superficie oscurecida del lago. Un viento frío hizo ondular el agua, llegó hasta ella, le larnió el alma.' Volvió a darse cuenta de que la época oscura del año iba a comenzar muy pronto. Le temblaron los hombros.

Pensó vagamente en aquellas llamadas telefónicas. ¿Serían una simple broma de un chico aburrido que no tenía nada que hacer en aquel pueblo pequeño? ¿O debía preocuparse por ello? Aquella mañana, antes de salir, había llamado a la compañía telefónica para pedir el servicio de identificación de llamadas. Tení que buscar una tienda de material electrónico para comprar el su teléfono. Oyó un zumbido y volvió la cabeza bruscamente. Oyó el chirrido de los neumáticos, pero no vio la furgoneta.

RACHEL ANDERSON estaba sentada sola en un reservado del fondo, observándolo todo y a todos. Sus ojos azules, grandes y líquidos recorrían el interior del restaurante. Todos la perseguían. Lo sabía como sabía que el sol brillaba en el cielo de día y que la luna lucía de noche. Llevaba una hora viendo a Tanner Thorn ocultarse en un reservado próximo al de ella, y sintió que él no significaba nada para ella. La mayor parte de la conversación giraba sobre Jess y la McKay. Siren había hecho caso omiso de Rachel a propósito, durante todo el rato que había pasado allí. Rachel estrechó los orificios de la nariz. Perra.

Rebañó el plato con un trozo de huevo revuelto cubierto de catsup, clavado en la punta del tenedor. Qué color tan bonito, el rojo.

Sintió un dolor palpitante en la cabeza. ¿Quién estaba cuidando de los niños? Ah, sí: Chuck. Chuck estaba allí. Ella se había escapado. Había hecho bien. Él había llegado la noche anterior borracho como una cuba. Habría estado revolcándose en su colcha, en la colcha que había hecho ella con sus propias manos, con Siren McKay.

Rachel se frotó la nuca. La gente la miraba. Ella lo sabía. Dirigió la mirada al exterior de las ventanas del restaurante. Allí también había alguien que la miraba. Que la miraba y esperaba a que saliera del restaurante. Para atropellarla. Para hacer trizas su cuerpo sobre el asfalto.

Le temblaba la mano al apurar su café.

Puede que fuera Dennis Platt. Dennis era un hombre malo. Estaba loco. Rachel había intentando explicárselo a Chuck más de una vez, pero Chuck le había dicho que ella no era más que una imbécil y que no se metiera en lo que no le importaba.

Un pajarillo recorrió volando el aparcamiento, enfiló directamente la ventana que estaba junto al reservado de Rachel y chocó ruidosamente con el vidrio. Rachel dio un respingo y vertió parte de su café mientras el pájaro caía muerto al suelo.

Sacudió la cabeza.

Mal agüero.

Alguien iba a morir.


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