Muerte en el Barranco de las Brujas



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¡APÁRTESE! -gritó una voz masculina, tan cerca del oído de Siren que esta temió quedarse sorda de por vida. Siren hizo una mueca y echó una mirada forzada girando la cabeza, pero no tuvo tiempo de ver bien nada. En un momento dado tenía los pies asentados firmemente en el suelo, y al instante siguiente se encontró volando por el aire, pasando como un rayo ante un calidoscopio de colores otoñales, por delante de la parte trasera imponente de una minifurgoneta verde y blanca, para caer por fin con la cara por delante en la gravilla, a varios metros de su punto de partida. Tardó un momento en darse cuenta que tenía tendido sobre la espalda a un hombre que soltaba una tormenta de improperios y que tenía el brazo enredado en la larga trenza de ella. A ella se le ocurrieron también algunas palabras selectas que soltar, pero guardó silencio, pues la gravilla que tenía clavada en los labios no facilitaba ningún tipo de conversación, ni buena ni mala.

Las chinas sueltas crujieron bajo las pisadas de varias personas. Algunas pisadas eran lentas, titubeantes; otras eran fuertes y veloces; la mayoría avanzaban hacia ella, hacia ellos. Le seguían zumbando los oídos. Todavía no le dolía nada. Cerró los ojos con fuerza e intentó respirar hondo. Los gritos y los murmullos de preocupación por su estado se cernían sobre su cabeza como buitres.

Sintió con alivio que alguien ayudaba al hombre a levantarse de su espalda y a ponerse en pie. Respiró hondo y las costillas se le hincharon en el pecho. Se le metieron por la boca y por la nariz fragmentos de polvo de gravilla. Tosió y giró despacio sobre si misma.

-No la toquen –dijo alguien-. Puede que esté gravemente herida.

Siren volvió la cabeza y vio a un horribrecillo que daba saltitos de un pie a otro a varios metros de distancia.

-¡No la vi! -lloriqueaba, rojo como una remolacha. No parecía que nadie le prestara atención. Su corbata de colores vivos, torcida, se agitaba con la brisa como la cola de un pavo real. Se lamentaba, hundiendo la cara entre las manos y haciendo oscilar su cuerpo. Su dramatización exagerada inspiró una sensación de desconfianza en el vientre de ella. No dejaban de zumbarle los oídos. Se preguntó distraídamente si tendría un micrófono en la cabeza.

-Ethan, siempre has sido tan ciego como un jodido murciélago -soltó alguien al conductor de la furgoneta.

Siren se volvió, sintiendo una punzada en el cuello, hacia el propietario de la voz, pero no lo localizó. Era la misma voz que había oído inmediatamente antes de volar por los aires. Recorrió con la vista la multitud que se iba reuniendo. Jess se habría camino a la fuerza, con la horca en alto, con el pelo blanco agitado por el aire del otoño corno el de un gran hechicero. Era bochornoso estar tendida a los pies de al menos una docena de personas. Se volvió hacia la derecha, intentando levantarse; los brazos le flaqueaban bajo su peso. Sintió un martilleo en la cabeza como el de los tambores de la selva, pero consiguió ponerse de rodillas.

-¡Yo lo vi! -dijo una señora entrada en años, a su derecha - ¡Ha estado a punto de matar a la pobre muchacha!

Siren levantó la vista hacia ella, y la vio algo borrosa. Los buclecillos apretados que llevaba la mujer en su vieja cabeza soportaban la brisa cálida de otoño sin moverse, pero el vestido se le movía sobre las piernas produciendo un leve rumor. Siren le vio las Iigas.Volvió la cabeza sin querer mirar más.

-Que no la toque nadie.Voy a dar el aviso -dijo el supuesto héroe que le había caído en suerte. Pero ella siguió sin poder verlo entre la multitud.

La voz aterrorizada de su tío flotó sobre su cabeza.

-¿Estás bien, nena?

-Buena pregunta -murmuró ella, pasándose las manos por la cara. Retiró los dedos temblorosos y pegajosos de sangre.

El tío Jess se agachó, inspeccionando a Siren con la vista, pero no la tocó.

-Tienes un golpe feo en la sien, será mejor que vuelvas a sentarte hasta que llegue la ambulancia ¿Te ha atropellado la furgoneta?

Siren se echó hacia atrás, vaciló y se dejó caer sobre el trasero.

-Creo que no -dijo-. Creo que el que me ha hecho daño, en realidad, ha sido el gordito de diez toneladas con su placaje.

-¿Te refieres a Tanner?

-¿A quién?

-Al tipo que te ha empujado. Se llama Tanner Thorn. Vive allí en la granja de Razor Edge, a cosa de un kilómetro y medio más arriba de tu casa.

-En estos momentos no estoy segura de quién es más peligroso, si Tanner como-se-llame…

-Thorn.


-Tanner Thorn, o la furgoneta.

Se frotó los brazos y las piernas en busca de otras lesiones.

-¿Crees que tienes algo roto?

Dobló y estiró las piernas. Al parecer todo funcionaba como es debido.

-Estoy bien. Ayúdame a levantarme, nada más.

El tío Jess extendió los brazos y la puso de pie. Un suspiro de alivio recorrió la multitud, a cuyos miembros reconoció ella en su mayoría como parroquianos del Maybell.

-¿Está bien, entonces? -lloriqueó el conductor de la furgoneta.

-Yo en tu lugar no iría a ninguna parte, Ethan Files -gruñó el tío Jess, apuntando con la horca al pecho tembloroso de Ethan.

Siren se apoyó en su tío y se tocó con cautela el bulto que se le iba formando en la frente. Alguien le ofreció un pañuelo grande, blanco como la nieve, para que restañara la sangre que le goteaba por la sien. Ella levantó la cabeza y titubeó, pero el propietario del pañuelo insistió.

-Tengo un millón -dijo.

-Espera, déjame que te vea eso -dijo el tío Jess-. Puede que tengan que darte unos puntos ahí, nena. Tienes un buen corte sobre la ceja derecha. No es demasiado grande, pero es hondo.

Le miró la cabeza, retirándole algunos mechones de pelo.

-Sí, hasta el hueso. Seguramente habrá sido con la gravilla.

Se volvió hacia la gente que estaba reunida a su alrededor.

-Se pondrá bien. Si alguien vio el accidente, le agradeceré que se quede por aquí. Los demás, será mejor que sigan con lo suyo, y que pasen un buen día.Ya quedan pocos días buenos como este.

Hubo un movirmiento general entre la multitud, pero no se marchó demasiada gente.

-¿No es la chica que mató a su novio? -susurró alguien.

Entre un claro de la multitud, Siren vio pasar fugazmente un coche patrulla negro y dorado de la Policía Regional de Webster. Al cabo de unos momentos oyó decir:

-Circulen, circulen, por favor. Si han sido testigos del accidente, les rogamos que se queden; el agente Dennis Platt les tomará declaración.

A Siren le dio un vuelco el estómago. El agente Dennis Platt: lo que le hacía falta para tener un buen día. El agente Dennis Platt ya le había restregado por la cara bastante su mala reputación. Un sombrero Stetson marrón avanzó con regularidad entre la multitud.

-No creí que tendría ocasión de verte tan pronto, Siren -dijo Billy, mientras apartaba educadamente a un espectador pertinaz.

El ruido del motor de una moto todo terreno que salía del aparcamiento no dejó oír la respuesta de ella.

-Pero lamento que sea de esta manera -siguió diciendo él. Frunció el ceño mientras observaba la moto todo terreno, que salía velozmente a la carretera principal y se encaminaba hacia la montaña-. ¿Estás bien? -preguntó, volviendo a dedicar su atencion a Siren. Sus gafas de sol reflectantes no dejaban ver en absoluto los ojos oscuros que cubrían.

-No, no está bien -dijo el tío Jess en voz alta, con los ojos grises tan oscuros como nubes de tormenta de verano-. Ese idiota de Ethan Files ha estado a punto de matarla, maldita sea. ¡Si no hubiera sido por Tanner, la habría dejado como una tortilla!

Billy sacudió la cabeza y volvió a mirar hacia la carretera. La moto todo terreno ya no era más que un rumor lejano en el aire. Por los cristales de sus gafas pasó una sucesión de imágenes reflejadas del aparcarmiento.

-Han llamado a una ambulancia que ya debería haber llegado -dijo. Echó una rápida mirada a ambos lados de la carretera vacía. Contrajo los labios.

-No hay necesidad de llamar a la flotina de emergencias. Estoy bien -dijo Siren. La sangre del pañuelo que sujetaba contra su cabeza le goteaba hasta el codo.

Billy se quitó las gafas de sol y se las guardó en el bolsillo despacio. No parecía convencido, y exploró con sus ojos oscuros los de ella.

-Haré venir a Dennis para que te tome declaración.

Siren le cogió del brazo cuando él se volvía para alejarse.

-Preferiría que no -le dijo. Billy enarcó las cejas.

-No me diga que usted va a ser una de esas personas que no están dispuestas a colaborar con las fuerzas del orden, señora McKay. Yo, personalmente, no suelo invitar a cenar a las víctimas que no colaboran -dijo Billy, y sonrió.

Ella no sonrió.

-¿Qué problema hay? -preguntó Billy.

Siren miró a su alrededor. Había demasiada gente lo bastante cerca para oírlos.Ya la había puesto bastante en evidencia con el comentario acerca de la invitación a cenar.

-No es cuestión de que se entere todo el mundo -dijo en voz baja-. Si no te importa, preferiría que me tomases declaración tú y que dejaras donde está al agente Dennis, todo lo lejos de mi que sea posible.

Señaló hacia Dennis con una indicación de la cabeza, e hizo después un gesto de dolor provocado por el movimiento brusco.

En aquellos momentos, el agente Dennis estaba sumido en una conversación, seria al parecer, con Ethan Files. Platt tenía enrojecida la cara pálida, e inclinaba la cabeza hacia Files, con la mano apoyada en el hombro pequeño de Files. Debían de ser amigos. Naturalmente, en un pueblo de ese tamaño, dos personas eran o amigas o enemigas: no había punto medio.

-Pueden marcharse -decía Billy a la multitud-. Si han presenciado el accidente, les ruego que se pasen a hablar con el agente Platt. Dejen respirar a la señora.Ya no hay nada que ver.

La multitud se fue dispersando poco a poco hasta que solo quedaron algunos curiosos, quienes, según supuso Siren, acabaron por renunciar a la esperanza de contemplar grandes cantidades de sangre y se marcharon. Muchos volvieron a entrar en el restaurante. "Qué suerte", pensó ella. "Hoy seré el tema de conversación". Le dolía terriblemente la cabeza.

-Quisiera sentarme -dijo. El estómago le daba vueltas siguiendo el ritmo de las palpitaciones dolorosas de su cabeza.

El tío Jess la condujo a una zona acondicionada como merendero y bordeada de robles, que se extendía al otro lado del aparcamiento. Siren eligió el banco más próximo y se dejó caer en él. Después de tomar su declaración, Billy se acercó a Dennis, que ya había terrninado de hablar con los diversos testigos y se dirigía al coche patrulla. Ethan Files volvió a subirse a su furgoneta y se marchó. Siren tenía apoyada la cabeza en el codo por el lado sano y no podía ver la escena.

Seguía sin llegar la ambulancia. ¿Y dónde se habría metido aquel tal Tanner? Siren no lo había visto bien, y no había tenido ocasión de darle las gracias por haberle salvado la vida.

-¿Qué estará pasando ahora? -dijo el tío Jess, que estaba sentado a la derecha de ella, en el extremo de la mesa del merendero-. ¿Y dónde diantres se habrá metido esa ambulancia?

A Siren le dolía demasiado la cabeza como para responder nada.

-Vaya, hay que ver, parece que los dos policías se están peleando -comentó Jess.

Siren apoyó cuidadosamente la cabeza en las palmas de las manos y cerró los ojos.

-¿Con los puños, o con la boca? -preguntó.

-Están riñendo de palabra.

-Mantenme informada -dijo Siren, sin mover la cabeza.

-Y ahora, el agente Billy está agitando los brazos, como muy enfadado.

-¿Ah, sí?

Siren no abrió los ojos. Solo oía los sonidos de la naturaleza. El leve roce de las hojas secas que azotaban los troncos de los árboles. El graznar de una bandada de cuervos que descendía hacia los maizales secos que estaban más allá de los robles. El suave sonido de las ondas del lago que lamían la orilla.

Jess guardó silencio. Siren supuso que estaba aguzando los oídos para captar el altercado de los hombres. Por fin, impaciente, preguntó:

-¿Algo más?

-Bueno, ese Dennis, está agitando el dedo flacucho ante el agente Billy, y ahora está señalando al cielo. ¿Querrá decir al agente Billy que te ha atropellado un ovni?

Pasaron sobre ellos algunos cuervos más, que charlaban entre sí.

-¿Qué pasa ahora?

-El agente Billy apunta con el dedo al pecho de Dennis, como empujándole, y mueve la boca a cien por hora.

-¿Y qué hace Dennis?

-La cara se le está poniendo rojísima y sacude la cabeza. Parece como si dijera "no, no, no". Dennis agita los brazos como si fuera un pájaro grande de color marrón. ¿Se creerá que te ha atropellado una bandada de gansos? Aunque no es la temporada de paso de los gansos. Bueno, eso no se lo tragará Billy.

Hubo otra pausa. Aunque Siren sentía deseos de volver la cabeza y mirar, no se sentía capaz de hacerlo.

-¿Han llegado ya a los puños? -preguntó, con la esperanza de que Billy dejara inconsciente a Dennis de un golpe. Aquel tipo era francamente repelente.

-Maldita sea, muchacha, ¿por qué no lo miras tú misma?

-Porque me duele la cabeza y no me apetece. Además, tú lo estás haciendo bien. ¿No has pensado nunca dedicarte a retransmitir partidos por la radio...?

-¡Oh, oh! -la interrumpió él.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa?

Siren levantó la cabeza con dificultad y miró a los dos policías sin verlos con claridad. Al parecer, Billy había cogido a Dennis por el cuello de su uniforme marrón.

-¡Ay, ay! -murmuró el tío Jess.

Ahora, Billy estaba sacudiendo a Dennis de un lado a otro. El flacucho Dennis se agitaba como una marioneta. Siren recorrió con la imirada el aparcamiento, que al parecer estaba vacío; pero habría estado dispuesta a apostarse un buen dinero a que todos los que estaban en el restaurante estaban siendo testigos de aquella discusión.

Demnis acabó por quitarse de encima a Billy de un empujón fuerte, obligando a Billy a retroceder al menos dos pasos para mantener el equilibrio. Siren, muy atenta, vio que Dennis abría de un tirón la puerta del conductor del coche patrulla. Entró en el coche y cerró la puerta con rabia. Todo el coche osciló por el golpe. Billy, pálido, se volvió y empezó a caminar hacia la mesa del merendero.

-Apuesto a que esto tiene algo que ver con tus hijos, tío Jess -murmuró Siren-. Ese Dennis Platt está casado con una sobrina nieta tuya.

-Probablemente -dijo él, asintiendo con la cabeza-. Son todos como serpientes escondidas entre la hierba. Dennis tiene aspecto de serpiente -añadió, sacando el labio inferior-. ¿Te habías fijado?

Siren levantó la vista cuando Billy llegó ante la mesa del merendero. Observó que se había vuelto a poner las gafas de sol.

-Hay un pequeño problema -dijo Billy. Tenía los hombros echados hacia atrás y sacaba pecho-. El agente Dennis ha anulado la petición de la ambulancia.

Bajó levemente la cabeza y la sacudió.

-¿Sabes? Llevo cosa de dos años de patrulla con Dennis. Puede que sea un pelmazo, pero esta es la primera vez que lo he visto estropear una cosa a propósito.

-¿Y qué hacemos ahora? -preguntó el tío Jess.

-Lo primero es lo primero -dijo Billy-. ¿Quieres que llame a la ambulancia?

-No -dijo Siren-. El tío Jess sabe conducir.

-Entonces, llévela al hospital -dijo Billy, dirigiéndose al tío Jess-. Hay cinco hospitales por aquí cerca; ¿a cuál quieres ir?

-Al de Harrisburg -dijo ella.

El tío Jess bajó de un salto de la mesa del merendero. La mesa rebotó ligeramente e hizo que Siren viera las estrellas.

-¿Por qué no al deYork?

-Porque yo nací en Harrisburg. Si voy a morirme, prefiero picar billete en el mismo sitio donde lo saqué.

-Eso no tiene gracia, nena -dijo el tío Jess-. ¿Qué ha sido de Ethan Files?

-Le dijimos que se marchara a su casa y que fuera buen chico. No había indicios de que hubiera bebido. Lo conozco desde hace mucho tiempo. Está un poco loco, pero no es bebedor. Vive en su mundo propio y no se da cuenta de que hay otros seres humanos en el planeta, ¿sabes? Es contable. Para él, los números respiran pero las personas no.

Billy intentó rodear a Siren con el brazo. Ella lo esquivó con torpeza y camino penosamente, sola, hasta la puerta del pasajero del coche alquilado. El tío Jess, que la seguía, llegó hasta ella y tendió la mano pidiéndole las llaves. Ella lo miró como tonta durante un instante.

-Mi bolso. No lo tengo.

Se quedó apoyada en el coche mientras los dos hombres buscaban su bolso en el aparcamiento. Se sentía tonta, pero ¿qué podía hacer?

El tío Jess le entregó su bolso.

-Había cosas caídas por el suelo.Te las he metido en el bolso -le dijo. Ella revolvió en el bolso, buscando las llaves al tacto. Las oyó tintinear antes de apresar con la mano el racimo de metal y de plástico. Se las entregó a Jess y subió al asiento del pasajero del Rabbit.

Billy apoyó las dos manos en el marco de la ventanilla y se inclinó acercándose al coche.

Siren percibió el olor mareante de su loción para después del afeitado rmientras levantaba la vista para ver su propio reflejo, distorsionado, en las gafas de sol de Billy.

-Puede que tenga que pasarme por allí algo mas tarde -dijo Billy-. Tu declaración no concuerda precisamente con la de Ethan Files.

Se quedó erguido, quieto como una estatua, y después bajó la cabeza y dio un pisotón en la gravilla.

-Ethan afirma que te pusiste delante de la furgoneta... a propósito.

-Pero ¡no es así! -balbució ella.

-Yo te creo, Siren; pero fue Dennis quien tomó las declaraciones, y la mayoría dice que te pusiste delante de la furgoneta.

-¡Pero si no lo hice! ¡Ha tomado mal esas declaraciones!

Billy volvió la cabeza como si mirara hacia la carretera.

-Déjame que lo arregle yo -diJo-. Ethan vive dos o tres kilómetros más allá del puente cubierto.Ya estará en su casa. Me pasaré por allí. Hablaré un rato con él, y después iré a verte a ti.

Hizo una pausa y la miró atentamente.

-La teoría de Dennis es que te pusiste a propósito delante de esa furgoneta porque... bueno... por tus problemas de Nueva York. Al parecer, cree que tienes algo de que sentirte culpable.

Jess sacó del aparcamiento el Volkswagen alquilado. El coche hizo todo el camino hasta el hospital despacio y renqueante.

RACHEL ANDERSON lo había visto todo por la ventana del restaurante. Ella sabía la verdad. Ethan Files se había confundido. Había atropellado a la que no era. Había estado esperando a Rachel, y esta lo sabía. Siren iba vestida de azul, Rachel iba vestida de azul. Un sencillo error.

Rachel se había enterado del plan divino. Los había oído hablar. Era cosa de Chuck. Había sido Chuck el que había metido a Ethan en esto. Rachel los llamaba "el Trío Terrible": Chuck, Ethan y Dennis. Hacían a la gente cosas espantosas, horribles. Unas veces por dinero. Otras veces solo para divertirse. Sintió deseos de ponerse a tararear, pero no pudo. Estaba en un lugar público. Esas cosas no se pueden hacer cuando hay otras personas delante. La toman a una por loca.

Sonrió un momento. ¡Cómo se iba a enfadar Chuck! Resulta que había pedido a Ethan que matase a su esposa, pero, en cambio, Ethan había atropellado a su novia.

Bueno, pues ella también podía jugar a ese juego.

Se frotó las sienes. El dolor le invadía toda la cabeza, le entraba por los oídos, por los Ojos, por la nariz... como una masa de hormigas rojas que le estuvieran royendo el cerebro. Buscó las aspirinas que llevaba en el bolso y se echó a la boca tres.

SABíA que en esta ocasión no podía tomárselo como un juego. Debía ser entrar y salir. Acabar en un momento. Aquel rnierdecilla no se enteraría siquiera de qué era lo que le había caído encima. Serato inspeccionó rápidamente el garaje independiente. Las herramientas habituales para el automóvil y de jardinería, neumáticos viejos, una silla rota, algunas herrarmientas de carpintería. Había latas de pintura, aguarrás, anticongelante y otros productos líquidos dispuestas a lo largo de la pared. ¿Qué era aquello? Abrió un armario grande. Un televisor y un vídeo, cintas y revistas pornográficas. Vaya, qué diablillo. En la casa vivia una mujer, había un Saturri aparcado junto a la puerta de la cocina. Debía de ser de ella. Serato estaba seguro de que ella no entraba allí nunca. Ese lugar era el refugio de aquel tipejo vicioso. Serato no quiso llamar la atención ante la puerta principal del garaje y se coló por la puerta lateral, que forzó con una ganzúa automática y un fleje. Había sido una operación delicada, a plena luz del día. Había pensado llevarse a la mujer, pero aquello habría llamado demasiado la atención y le habría llevado mucho tiempo. No podía dejar a Files. Tendría que librarse de él en alguna otra parte. No queria que se notara el asesinato.

No le había resultado difícil encontrar la casa de Files. El mamarracho aquel figuraba en la guía telefónica. Serato se agazapó tras el montón de neumáticos viejos y se puso a esperar con paciencia, con el cuchillo preparado.Ya había rondado por ahí lo suficiente como para saber que Files volvería allí. Debía actuar con rapidez. Los polis no tardarían mucho en llegar. Mataría a Files, lo echaría en la camioneta y se marcharía. Era arriesgado, y podía esperar a hacerlo más tarde si había falta, pero quería saborear la emoción. Además, tenía otros planes para aquella tarde. Aquel era día de matar.

Serato acarició el mango de su cuchillo. Sería el vengador de Siren. Su paladín. Ella se quedaría más tranquila cuando supiera que había muerto el que le había hecho daño. Así le tendría mucho más miedo cuando le llegara el momento a ella. Sí, eso le gustaba. Le gustaba mucho aquella idea. La de darle un pequeño placer antes del dolor.

Files hurgó en la cerradura, soltó una maldición cuando se le atascó la llave y entró por fin en el garaje. Su respiración se hizo pesada y trabajosa cuando levantó la pesada puerta de madera del garaje. La cara cetrina le brillaba por el sudor, iluminada por la escasa luz. Serato respiró hondo el aire fresco. Empezaba a sentir claustrofobia allí dentro. Files volvió a su furgoneta y entró despacio con ella en el garaje. Serato esperó a que Files saliera de la furgoneta y se dirigiera a la puerta. Serato contuvo la respiración: Files podía cerrar la puerta por fuera e irse a la casa. En tal caso, Serato tendría que cambiar de plan. Sonrió. Files cerró la puerta y se quedó dentro.



10

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TANNER se puso rápidamente su equipo.

-iEs grave! -gritó Jimmy Dean, mientras se movía con una velocidad sorprendente para su tamaño-. Si Ethan Files está allí dentro, está perdido.

La cara grande de Jimmy, ya cubierta de sudor y de polvo, destacaba entre el humo del entorno.

Tanner miró el garaje aislado que estaba en la parte trasera de la finca de los Files. Toda la estructura estaba envuelta por una gran nube de humo en forma de hongo. Sintió un temblor desagradable en los hombros. Percibía en aquellas llamas un espíritu de venganza. Se buscó la moneda de oro en el bolsillo. "¡Perdida!" La había perdido. "Mierda. La buena suerte debía de querer tomarse el día libre." Este pensamiento se le quitó de la cabeza enseguida.Tenía que hacer su trabajo.

-Puedo sacarlo -dijo-.Todavía es posible. ¡Traed aquí ese coche bomba!

Jimmy Dean lo miró como si estuviera loco.

-¿Ha estado bebiendo jefe? Esa estructura se va a hundir de aquí a sesenta segundos. Ethan ya estará más frito que un torrezno. ¿Qué demonios le pasa?

Tanner lo dejó atrás.

-Puedo hacerlo -dijo, y se encaminó hacia el fuego. Unas bellas lenguas de fuego se extendieron a tocarlo. Era curioso: le recordaban los brazos de una mujer.

Jimmy le tiró con fuerza del hombro.

-Déjelo, Tanner. Me está asustando.

Tanner se liberó de la mano de Jimmy y se aproximó más al fuego.

-¿Está loco?

Tanner seguía caminando. Podía salvar a Ethan Files. Sabía que podía. Al fin y al cabo, él era un hombre mágico, pensó de manera insensata.

Jiminy Dean, con ojos de horror, se adelantó y sujetó a Tanner. Esta vez con más fuerza.

-Esto no tiene gracia.

-Déjame, joder. ¡He dicho que podría sacar a ese tipo!

-De ninguna manera -replicó Jiminy. ¡No sé qué locura se le ha ocurrido, pero no voy a dejarle entrar allí!

El equipo que llevaba encima Tanner no era el más cómodo para tener una pelea callejera, y no le permitió moverse con rapidez. Jimmy bloqueó con facilidad su puñetazo y se lo devolvió, dando a Tanner un directo en plena cara. Cayó, mirando todavía el fuego rmientras veía estallar y brillar luces dentro de su cabeza.

-¿Qué mosca le ha picado? -bramó Jimmy, de pie junto a Tanner. En aquel momento el garaje se hundió sobre sí mismo en un torbellino de llamas, de aire caliente y de humo negro como la pez.

-Ya se lo dije -dij o Jimmy.

NANA LORETTA sonrió amablemente mientras se guardaba el dinero de su última venta. Si seguían comprándole calabazas y manzanas reinetas de esa manera, lo habría vendido todo a las dos de la tarde. Desde hacía cuarenta años, el Mercado de los Granjeros, que estaba situado en el extremo inferior del lago de Cold Springs, era su sitio favorito de los sábados. En primavera se dedicaba un poco a la compraventa de antigüedades, hasta que entraba bien el verano, y entonces vendía los frutos de su huerto. Como estaban en otoño, tenía maíz, calabazas de peregrino, manzanas de su pequeño huerto de frutales, confitura de manzana, y lo que más gustaba a todos los clientes: unas calabazas buenísimas. Vendía sus productos bajo un toldo a rayas de vivos colores, azules y blancas. En el invierno, mientras seguían practicables las carreteras, tomaba un puesto dentro del enorme granero que se había adaptado para que sirviera de mercado, y allí vendía frutas y verduras en conserva, labores de costura y algunas cosillas antiguas; pero aquel día estaba disfrutando de la última oportunidad de trabajar al aire libre. Inspiró hondo y tosió. ¿No olía a fuego? ¿No había un vestigio de humo?

El Mercado de los Granjeros era un hervidero de información, y aquello era lo que más gustaba a Nana Loretta. Aquel día no era ninguna excepción. Naturalmente, los incendios eran el tema más candente. Los rumores corrían entre los vendedores y entre los clientes por igual. Podía ser que tanta conversación acerca de los incendios hiciera que le engañaran los sentidos.

Oyeron las sirenas antes de ver el humo.

-¡Miren eso! -exclamó un cliente, señalando unas leves columnas oscuras que ascendían por el cielo-. ¡Otro incendio! Ay, espero que no sea el puente cubierto.

Nana Loretta se estremeció.

A mediodía corrió por todo el mercado la noticia de la muerte de Ethan Files. Un silencio extraño invadió a todos. Los clientes hablaban en voz baja. Los granjeros hacían pocas bromas, y los niños estaban más callados de lo habitual.

-¡Qué calabazas tan hermosas! -comentó una señora que pasaba ante el puesto de Nana-. ¡Son inmensas! ¿Cómo se las arregla usted para que se hagan tan grandes?

Nana sonrió y guiñó un ojo.

-Con un poco de magia y mucho amor.

La señora tocó con los dedos la piel firme de una de las calabazas.

-Con esta se puede hacer una calabaza de Halloween muy bonita. Me llevo una para mi y otra para los chicos de mi hija. ¡Usted tiene siempre unos productos muy hermosos!

-¡Vaya, muchas gracias! -dijo Nana con una ancha sonrisa.

-Hablando de magia -dijo la mujer, bajando la voz-, ¿ha oído lo de esa muchacha que asesinó a su novio en la ciudad?

-¿Hace poco? -preguntó Nana, inclinando la cabeza.

-Ah, no -dijo la mujer, agitando la mano-. Lo de esa tal McKay,

-Ah. ¿Qué pasa con ella?

-Bueno, pues que ha vuelto a Cold Springs y va a abrir una consulta de hipnoterapia. ¿No le parece increíble? Tendrá que cerrar el negocio antes de que termine el invierno. Nadie confiará en ella; sé que yo no confiaría...

Nana sacudió la cabeza y sonrió.

-He oído decir que la hipnoterapia puede resultar muy útil -dijo-. Puede servir para dejar de fumar, para perder algo de peso... -añadió, mirando los gruesos muslos de su clienta-, hasta para librarse de las pesadillas y cosas así.

La mujer titubeó.

-No obstante... una asesina...

-Tengo entendido que la absolvieron.

TAL COMO HABÍA PREDICHO, Nana Loretta lo había vendido casi todo a las dos de la tarde. Estaba desmontando el toldo del puesto cuando vio al forastero. Pantalones vaqueros negros, camisa negra, gafas de sol oscuras, delgado como un palillo, pero musculoso a su manera. Se quedó inmóvil, observando con atención al forastero, que miraba los cuchillos de caza que se exhibían tres puestos más allá. Aquel día había tanta gente en el mercado que seguramente no se habría fijado en él si no hubiera sido por el brillo del sol, que relucía y bailaba en el filo del cuchillo que él estaba inspeccionando. Ella se estremeció y se refugió detrás del toldo a medio desmontar. ¿Qué especie de mal era este?

Pensó que debía de tener el pelo negro, pero no lo pudo determinar con seguridad porque éI tenía la cabeza cubierta por un sombrero negro de vaquero. Lucía un bigote negro bien recortado. Sí: debía de tener el pelo negro, con seguridad. Tenía la piel de un color cetrino moreno y regular. ¿Sería mexicano? No. ¿Italiano? Tampoco parecía probable. A pesar de que el sol brillaba con fuerza, ella sintió como si una mano fría le oprimiera el corazón. Se sentó pesadamente, llevándose las manos al pecho; los nudillos se le ponían blancos imientras se apretaba la parte delantera de la rebeca con los dedos. Respira. Respira. Respira. Mientras se le llenaba la frente de sudor, cayó despacio en la silla. Respira. Respira. Todavía no. Todavia no podía marcharse. Apretó los labios con firmeza. Cada vez le venían con más frecuencia aquellos ataques. Era el segundo que tenía en esa semana. Sabía que casi se le había acabado el tiempo... pero no podía ser, hasta que hubiera transmitido el poder a Siren. No, podía ser hasta que hubiera hecho eso. "Oh, Madre sagrada, déjame hablar con esa niña." Pudo ponerse de pie otra vez al cabo de cosa de veinte minutos. Cuando se asomó al otro lado lado el forastero ya se había marchado.

Nana recibió una llamada telefónica dos horas más tarde. Creyendo que podría tratarse de Tanner, corrió al teléfono y tomó el aparato apresuradamente.

-¿Loretta? Soy Jess...

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