Muerte en el Barranco de las Brujas



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LOS SUEÑOS DE SIREN eran esporádicos y desazonadores. Soñó con una niña que no tenía más de nueve años. Una niña pequeña, vestida con un trajecito blanco de verano, con el pelo más negro que el ala de cuervo. Daba golpes con su pequeno puño en la palma de la otra mano, como suplicando a Siren que le prestase atención; después, intentó coger a Siren de la mano.

-Mi mamá está enferma. Le duele mucho la cabeza. Por favor, ayuda a mi mamá... ¡por favor!

Entonces empezó a soñar con fuego que giraba alrededor de la cabeza de Siren, que le bailaba en la punta de los dedos... que llamaba a Siren pidiéndole que se acercase. Parecía que se esforzaba por cobrar forma humana, se extendía, volvía a girar, cada vez más denso. Casi... casi como una mujer seductora. Aquel ser la asió del brazo, pero ella no sintió dolor. Tiró de Siren y la arrastró, llevándola a la fuerza hasta un sueño diferente. Los colores giraron y después se solidificaron, mostrándole el interior mal ilumínado de un cobertizo, o quizá de un pequeño garaje, de paredes de chapa ondulada, dobladas y oxidadas por el tiempo. El fuego se condensó, se deslizó hasta un rincón, se encogió hasta no ser más que la llama de una lámpara de queroseno. A Siren le pareció flotar por encima del suelo, mientras veía con horror que dos personas luchaban sobre el polvo. Esta parte del sueño parecía demasiado real, con colores muy definidos. Un hombre fuerte y enjuto intentaba dominar a una mujer joven, cuyo pelo recortado en redondo, de color castaño claro, se agitaba a cada movimiento, golpeando al atacante como una ráfaga de metralleta cuando él la sacudía. Le salpicaba la sangre de las heridas que se había hecho en las manos y en los brazos al intentar defenderse.

La mujer gritó de terror.

El miedo llenó sus ojos de lágrimas que la cegaron.

Consiguió apartarse de él un paso, dio media vuelta sobre sí misma y recibió en pleno pecho el cuchillo reluciente.

La mujer se inclinó hacia delante y el atacante la sujetó en una danza mortal. Bailaron durante un instante, corno una pareja de danza infernal. Él tarareó un fragmento de cancioncilla cuando ella dejó de debatirse. Le levantó uno de los brazos flácidos y le lamió la sangre de los dedos inmóviles. La cabeza de la rmujer colgaba torcida; los mechones de su pelo formaban lanzas grasientas independientes que le cubrían la cara. El atacante se incorporó y soltó el cuerpo, sujetando el cuchillo. El cadáver osciló un breve instante, pues el cuchillo estaba clavado en una costilla. Soltó el arma y vio caer en un montón el cadáver ante sus pies, calzados con botas. Le goteaba la sangre de su bigote oscuro.

El atacante parecía un hombre sin edad, delgado, con el cabello como una espuma negra, pero con los ojos tan azules que al verlos se le cortó a Siren la respiración y se le quedó atascada en el pecho corno si el cuchillo se hubiera clavado en su propio cuerpo. El hombre se inclinó y arrancó el cuchillo del pecho de la mujer. Con el movimento de la hoja saltó una cantidad mínima de sangre y de fragmentos de carne. Se apreciaba en sus pantalones vaqueros negros que estaba excitado sexualmente.

Levantó despacio los ojos para mirar directamente a Siren.

El cuchillo le vibraba en la mano extendida.

Goteaba de los restos del asesinato.

Siren vio cómo la tela de sus vaqueros, ya sucia, absorbía rápidamente las salpicaduras de la sangre de la mujer.

-Me alegro de verte, Siren -dijo el hombre, cortando las palabras con un acento indefinible.

Ella retrocedió. ¿Cómo era posible que la viera? Ah, claro: aquello era un sueño, y en los sueños era posible cualquier cosa. Como, por ejemplo, despertarse, cosa que al parecer ella no era capaz de hacer de momento.

-Nadie se enterará, ¿sabes? Nunca se imaginarán que he sido yo. Ella había oído demasiado. A ti te está llegando la hora, muchacha soñadora.

Arrancó la camisa ensangrentada del cadáver de la mujer y la metió en una bolsa de plástico.

-Necesitamos esto... para más tarde.

Siren abrió la boca pero no le salió ningún sonido. Miró fijamente a la mujer muerta. No era ninguna conocida suya. Ella sabía en parte que aquello no era más que un sueño, una fantasía horrible que había creado ella misma; pero dentro de sí, en alguna parte, albergaba el temor de que aquello no fuera un sueño en absoluto.

-Tú no Puedes hacer nada -dijo él. Se volvió, despreciando por completo la presencia de Siren, y arrastró por los hombros el cadáver, que iba vestido con un jersey de cuello vuelto que había sido blanco y con una falda gris, hasta un contenedor azul grande que había fuera. Siren lo soguió, flotando por el aire tras él. A la mujer le faltaban los zapatos; sus talones descalzos trazaban pequeños surcos en el terreno blando. Las uñas de los dedos de los pies polvorientos, pintadas de un color rosa chocante, relucían al sol del atardecer. Los músculos de los brazos del hombre, duros como piedras, brillaban de sudor y de restos de sangre.

El hombre oteó el entorno echando primero una mirada sobre un hombro y después sobre el otro, y pareció convencido de que no lo observaba nadie. Intentó arrogar la forma flácida por la gran abertura superior del contenedor de metal. Tuvo que intentarlo dos veces, pero al fin las piernas pálidas, cubiertas de magulladuras, superaron el borde y el contenedor se la tragó entera. Siren sintió, más que oyó, el golpe sordo del cuerpo al caer en el interior del contenedor vacío.

Volvió a mirar a Siren y sonrió con sus labios agrietados.

-Nadie se enterará nunca, muchacha soñadora.

El estado onírico le impidió de nuevo responder, y la periferia de aquel mundo empezó a nublarse aunque seguía viendo al hombre con claridad.

El hombre volvió con agilidad al cobertizo y apareció de nuevo con una lata de gasolina. Se asomó sobre el borde del contenedor subiéndose a pulso con facilidad, empapó el interior con el líquido inflamable y arrojó la lata sobre el cadáver. Siren oyó golpe suave que debió de producir al chocar con el cuerpo, pero después cayó sobre las paredes de metal con un rumor sordo y apagado El hombre bajó de un salto, sonriendo y sin mirar nunca directamente a Siren.

Ella le vio claramente la camisa. En las partes que no estaban ni desgastadas ni manchadas, el tejido relucía con un color azul como el cielo de septiembre, garzo como sus ojos de loco. Se acarició la barbilla; y después, como pasa en los sueños, hizo aparecer una llama sin saberse de dónde. La llama creció y se convirtió en la mujer del fuego del mundo de los sueños de Siren.

lengua de la mujer de fuego larrn'ó un periódico enrollado que sostenía en la mano el hombre. Saltaron al aire espirales rojas, amarillas y doradas cuando él arrojó hacia el contenedor el periódico encendido. La mujer de llamas se posó como un animal en el borde del contenedor, girando la cabeza como para arrastrar a Siren con su esencia ardiente, y después saltó al interior del contenedor. Cuando se prendió la basura, subieron en espiral chispas minúsculas y cenizas hacia la línea suave de montañas. El hombre le escupió, bailando alrededor del fuego que se alzaba hacia los cielos como una flor de fuego que albergaba en sus pétalos abiertos a la dama del fuego que bailaba y que arrojaba llamas.

Un alarido histérico rasgó el aire.

La mujer no había muerto.

El fuego surgía vertiginosamente del contenedor, formando nubes de humo negro y repugnante.Y Siren oyó otro ruido entre los gritos del contenedor el aullido de un aminial, que dominaba las voces frenéticas de muerte de la mujer. Los sonidos se levantaban del metal ennegrecido, y con ellos se cernían...

Siren se incorporó gritando, aferrándose con los dedos al broche en forma de gárgola y dándose con la nariz en la cara bigotuda del tío Jess. Volvió a dejarse caer pesadamente de espaldas en el catre.

-¿Sueles despertarte de esta manera? –le preguntó él ariciándose la mejilla.

Siren tardó un momento en hacerse cargo de que ya no estaba soñando.

-Un sueño... no, una pesadilla...

Se cubrió la cara con las manos, frotándose los ojos, la boca, las mejillas, intentando quitarse de encima con un masaje el horror que acababa de presenciar. Ya había tenido varias pesadillas salvajes como aquella, cada una diferente de la anterior, poco antes de marcharse de Nueva York. Leía el Periódico todos los días intentando relacionar lo que había soñado con alguna noticia de un crimen. No había encontrado jamás ninguna indicación de que alguno de sus sueños fuera real, y había llegado a convencerse por fin de que eran consecuencia del estrés que le había producido el juicio, la persecución loca de los medios de comunicación y la pérdida de todo lo que había querido en su vida.

Ahora, habían vuelto los sueños.

-Ha llamado Billy hace un rato -comentó el tío Jess-. Ha habido otro incendio. Dijo que pensaba pasarse por aquí a eso de las siete si estabas despierta, pero yo le dije que sería mejor que te viera mañana.

Siren consultó su reloj.

-Son solo las seis y media -dijo-. Podría haberlo visto. ¿Cómo he llegado hasta aquí? -preguntó, haciendo girar las piernas para sentarse en el borde del catre.

El tío Jess guiñó una de sus cejas espesas.

-El médico del hospital dijo que no tenías conmoclión cerebral, te cosió el coco y te dio algo para quitarte el dolor. ¡Dijo que te haría dormir, y que yo debía ocuparme de que durmieras! ¡Me costó una barbaridad traerte a casa! Billy dejó un número de teléfono para que lo llarnaras si te despertabas, pero no creo que lo localices ya. Ethan Files ha desaparecido. Se ha quemado su garaje. Creían que él estaba dentro, pero parece ser que no. Encontraron su furgoneta abandonada cerca del antiguo campo de tiro. Por cierto, he devuelto ese montón de chatarra de coche alquilado que tenías y he recogido tu Pontiac. El tipo del garaje preguntó por qué había esa abolladura tan grande en la trasera del coche alquilado.Yo le dije que ya estaba cuando lo alquilaste tú.

-Pero … dijo ella, abriendo mucho los ojos.

-Ah, no me des las gracias. ¿Para qué está la familla?

Siren levantó los ojos al cielo.

-Sí. Lo de Ethan Files me lo contó un amigo mío. Mi amigo se pasó por aquí mientras dormías. Me trajo algunas cosas que habían recogido los voluntarios entre los vecinos.

Se agachó y levantó una caja de cartón.

-Esta está llena de ropa y de cosas así. En esa otra caja de allí -dijo, señalando con un breve ademán una caja más grande que estaba en el rincón del cuarto de estar- había un televisor. Me dijo que sabía cuánto me gustaba ver mis programas favoritos.

-¿Que ha desaparecido Ethan Files?

Siren intentó asimilar este dato, y dio un respingo cuando resonó por toda la casa un golpe fuerte en la puerta principal. El tío Jess carraspeó.

-He llamado a una amiga mía, porque parecía que estabas muy mal -diJo-. No me fio gran cosa de esos médicos.

-¿Que has llamado a alguien para que venga aquí? ¡Tío Jess, si ni siquiera tenemos una silla para que se siente una persona!

Hizo un gesto de dolor, al recordarle su cabeza con una fuerte punzada que no estaba bien del todo y que debía reducir al mínimo, los arrebatos de emoción.

-Creo que eso no importará demasiado -dijo él, levantándose despacio para atender al bombardeo de golpes que recibía la puerta-. Conozco a esta, y se habrá traído silla propia.

Siren le vio rascarse los bigotes y dirigirse después al zaguán a paso lento. Los efectos del medicamento se le iban pasando, y Siren apoyó en las manos la cabeza, que volvía a dolerle. "Debo de estar hecha un esperpento" -pensó con tristeza.

Oyó que se abría la puerta y que mantenían una conversación en voz baja. Dominada por la curiosidad, levantó la cabeza y miró hacia la entrada del zaguán.

-Encantada de conocerte -anunció la visitante cuando entró en el cuarto de estar, tendiendo una mano delicada, con manchas oscuras, hacia Siren. Siren se puso de pie, vacilante, y le dio la mano. Observó que la mujer tenía fuerza. El tío Jess, que estaba de pie tras ella, frunció los labios un instante.

-Esta es Nana Loretta –dijo Jess-. Vive en lo alto del monte de la Cabeza de la Vieja. La he llamado porque estabas mala y gritabas dormida-. Pensé que el médico te había dado una medicina en mal estado. Oye, puede pasar -añadió. Parecía incómodo.

Nana Loretta hizo un breve saludo con la cabeza y giró sobre el tacón de su bota. La larga falda verde se le abrió como un paraguas.

-Bueno, Jess, no nos quedemos mano sobre mano -dijo-. He dejado en el porche una olla grande de sopa de pollo con maíz y una cesta de pan de maíz y otras cosas buenas. Será mejor que lo metas en casa antes de que se enfríe demasiado. Cuando termines, tengo cuatro mecedoras y tres taburetes de bar de madera viejos amontonados en la trasera de mi Jeep. Puedes tener la bondad de descargarlos y traerlos.

Se dirigió a Siren.

-Esperaba el momento de conocerte -dijo Nana Loretta con una sonrisa levemente humorística-. Pero también es verdad que la magia va por el camino que ofrece menor resistencia...

-¿Cómo dice? -respondió Siren.

Nana se pasó los dedos por un mechón de pelo blanco y tieso que le caía sobre la sien.

-En realidad, me quedé sorprendida cuando me llamó Jess. Él ha perdido la costumbre de llamarnos. ¿Te importa que cuelgue mi rebeca verde en un perchero de los que tienes en el zaguán?

Siren miró con asombro a aquel viejo huracán de mujer mientras esta dejaba la gruesa rebeca verde colgada de un perchero en el zaguán. La cara de amargura de su tío dejaba claro que a este no le agradaba la presencia de Nana Loretta. El tío se escabulló. A Siren no le gustaba esa habilidad inexplicable que tenía Jess para evaporarse.

-Siéntate -dijo Nana, dejando atrás a Siren y entrando en la cocina. Al cabo de un instante, volvió a asomar la cabeza al cuarto de estar-.Tenía razón Jess: aquí no tenéis gran cosa.

-He encargado los muebles -murmuró Siren, a la defensiva.

-Eso no basta mientras no te los traigan -dijo Nana, y volvió a meterse en la cocina.

El tío Jess, con una cesta colgada de un brazo y sosteniendo en las manos una olla enorme de hierro fundido, cruzó el cuarto de estar sin decir palabra, con los ojos grises tan oscuros como el cielo a medianoche.

Siren lo siguió y se quedó ante la puerta de la cocina.

-Ve por las sillas, Jess -ordenó a este Nana Loretta-. Pon las mecedoras en un sitio agradable. Alrededor de la chimenea, quizá.Y trae los taburetes aquí, a la cocina.

Jess se encogió de hombros, incómodo, y dejó la cesta y la olla en la encimera de la cocina.

-Aquí no encendemos fuego -dijo en voz baja.

-¡No seas tonto, Jess! No es posible que pase nada estando ella cerca -dijo la anciana, señalando hacia Siren con un movimiento de su hombro delgado.

Jess se encogió, rmirando alternativamente a Siren y a Nana Loretta.

-Cuando hayas terrminado -siguió diciendo Nana, mientras sacaba de un tirón un delantal de la cesta y se lo ataba a la cintura estrecha-, mira en ese cobertizo que he visto junto a la casa, a ver si hay allí algo que nos pueda servir de mesa.

Jess soltó un grufildo y se retiró.

-En el cobertizo no hay nada más que algunos materiales viejos de carpintería y un par de puertas -dijo Siren, retrocediendo un par de pasos mientras Nana Loretta trasteaba ante el fogón.

Nana se puso a revolver en un cajón de la cocina.

-Seguramente bastará con eso -dijo, sin levantar la vista-. Yo he improvisado mesas con cosas peores.

-¿Puedo ayudarle a buscar algo? -preguntó Siren.

-Quia.


Nana abrió un armario de cocina, sacó un par de especias y se puso a revolver la sopa.

Siren rompió el silencio incómodo diciendo:

-El tío Jess me ha dicho que usted era amiga suya.

-Quia.


Llegó a la cocina un ruido de golpes que procedía del cuarto de estar.

-Debe de ser Jess con los sillones -dijo Nana-. ¡Espera un momento! -gritó por encima del hombro de Siren-. Será mejor que vaya a ayudarle. Cuando los hombres mueven trastos siempre dan golpes en las paredes y tal. ¿Por qué no vas a sentarte en el escalón del porche de atrás hasta que nosotros instalemos la mesa?

-Pero ...

-¡Zape! -le ordenó Nana, indicándole que se marchara con un gesto de la mano.

Siren se sentó en el escalón del porche de atrás, deprimida, sintiéndose otra vez como si fuera una niña pequeña. Siguieron sonando golpes y roces. Alguna que otra palabrota por parte de Jess, interrumpidas por un susurro de Nana.

-Su sitio está entre nosotros -dijo Nana Loretta.

Siren aguardó a oír la respuesta del tío Jess. No hubo ninguna.

-No puedes ocultarle la verdad para siempre. Se va a enterar, tarde o temprano.

Silencio.

-¿No recuerdas nada del incendio? ¿Hay algo, algún recuerdo, algo que nos pueda servir?

Sin respuesta.

Y bien, ¿qué era todo aquello? Siren aguardó, con la esperanza de oír algo más; pero o bien Jess se había marchado de la cocina, o estaba guardando un silencio terco. Solo llegaron a sus oídos los ruidos familiares de la preparación de la comida. Después de varios minutos llegó de la cocina la voz de Nana.

-Siren, ya puedes venir.

Siren entró en la cocina y se quedó maravillada por el ingenio de Nana. Sobre dos caballetes estaba una puerta vieja de dormitorio, cubierta por un hule de cuadros azules y blancos. En el centro de la mesa había un salero y un molinillo de pimienta, un azucarero y una jarrita de leche, además de tres cuencos de sopa humeante, una fuente grande de pan de maíz y una gran fuente de ensalada. Los tres taburetes de bar viejos servían de sillas.

Sonó el teléfono, atacándole los nervios. Ella tomó automáticamente la extensión de la cocina.

-Hipnoterapia de Cold Springs, ¿en que puedo servirle? –dijo con voz ronca.

-¿Has tenido un buen día?

-¿Quién es?

-¿Has dormido después de tu accidente?

Siren apretó los dientes, haciendo que le doliera la cabeza.

-Ronald, ¿eres tú? ¿Por qué me haces esto?

Pero ella sabía que no era su primo Ronald. Al menos, no tenía su voz.

-He soñado contigo.

-No -dijo ella en voz baja-. No'puede ser verdad.

Se cortó la comunicación.

Alguien le dio un leve golpecito en el hombro. Siren se volvió bruscamente, apretándose el auricular contra el pecho, haciendo volar su pelo alrededor de los hombros.

-¿Quién era? -le preguntó Nana Loretta, frunciendo la frente con inquietud.

-Nadie. Uno que se equivocaba de número.

¿Por qué le pasaba aquello? ¿Es que no había sufrido bastante?

-Siren...

Volvió al presente bruscamente. Nana Loretta le estaba tomando de la mano el auricular.

-¿Tienes algún problema, cielo?

-¿Sabe dónde puedo comprar un accesorio identificador de llamadas?

JOHN SERATO esperó a que fuera de noche y subió deslizándose silenciosamente la escalera trasera del Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballantinee. Estaba pasando algo muy extraño, y él no lo entendía del todo. Había sido muy fácil quitarse de encima a Files. Hasta había dejado en la parte trasera de la furgoneta una selección de las cintas y las revistas pornográficas, además de un fragmento de la camisa ensangrentada de la chica, para que las encontrara la policia. No había querido dejar la carmisa entera, desde luego. Daría demasiadas pistas a los forenses. Bastaría con un jirón pequeño. Lo suficiente para que detectaran el tipo sanguíneo de ella. Lo dejó encajado en la manija de la puerta, como si ella se hubiera debatido por salir del vehículo. Pero no había sido él quien había provocado el incendio del garaje de Files. Aquello había sucedido después de marcharse él. Pero encajaba perfectamente. Un hombre desaparecido. Un incendio misterioso. Se frotó las manos. Ah, sí, qué bien le venía aquello. Pero el otro asunto del día, ese si que había sido verdaderamente emocionante; y ¡cuán maravillosamente encajaba en el plan el pobre y difunto Ethan! Echó de una patada bajo el contenedor la cartera de Ethan, para asegurarse de que lo entenderían bien. Antes de dejar abandonada la furgoneta, dispersó otros objetos personales de Ethan, entre ellos el peine que llevaba en el bolsillo trasero del pantalón. Ethan podía hacer de asesino, aunque solo fuera durante una temporada, el tiempo justo para ocuparse de Siren McKay; y, después, él se marcharía. Volvería a Nueva York. ¿Y si acababan por encontrar el cuerpo de Ethan? Ya estaría demasiado descompuesto; los asesinatos serían cosa vieja, y sería una solución fácil para la policía. Pobre Ethan (dirían), perdió la chaveta, mató a varias personas y se suicidó después. Qué pena. ¿Y si llegaban a darse cuenta de que a Ethan lo habían asesinado? Tampoco lo iban a echar de menos.Y Serato ya se habría marchado hace mucho.

Dejó que le azotara la piel el agua caliente de la ducha, lavándole la sangre coagulada. Sonrió. Había sido encantador matar a la mujer. Nadie lo había visto. Al fin y al cabo, era un profesional. Pero, aquella mujer, la McKay. Ella lo había visto. ¿Cómo podía ser? Puede que éI se hubiera imaginado, nada más, que ella estaba allí, rmirándolo, sintiendo su fuerza. Aquello lo estimulaba. Era como si estuviera actuando en un escenario. Por eso la había llamado desde el teléfono público, para asegurarse de que la presencia de ella no había sido una fantasía.Y ¡cómo había reaccionado ella! Le tembló la piel al pensarlo. Se frotó con más fuerza. Cuando ella había reconocido el sueño, él supo que ella había estado allí. No sabía cómo era posible, pero, sin duda, aquello daba algo de sabor a todo el plan. ¡Qué extraordinario! Esos ojos oscuros de ella, observando todos sus movimientos, empapándose de los hermosos músculos de su cuerpo, viéndolo destrozar a aquella perra fisgona. Pensó en la cara ovalada de Siren y en ese largo pelo negro que tenía. Cuando la matara, se llevaría el pelo. Se enjabonó la piel con fuerza. Sí, se quedaría con él. Puede que, más tarde, alguien de la ciudad le pudiera implantar aquel pelo entre el suyo. ¡Vaya idea! Se imaginó rodeado de ese pelo negro exuberante, y suspiró de deleite.

12

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-TE SIENTES MEJOR, ahora que has comido, ¿verdad? -preguntó Nana Loretta, con la cara iluminada únicamente por la luz del fuego.

El tío Jess estaba sentado plácidamente en su mecedora con los ojos entrecerrados. Los reflejos fantasmales de la luz de la lumbre giraban lentamente por el techo de la habitación. Siren se tapó la boca con la mano para ocultar educadamente un bostezo.

-La comida estaba excelente, gracias -dijo Siren.

-Hace varias generaciones que la cocino -respondió Nana-.Ya puede estar buena.

-¿Dónde está tu catre? -preguntó Siren a Jess. La mecedora de este crujió sonoramente cuando Jess cambió de postura y volvió a arrellanarse.

-Li he subido al dormitorio del fondo, con el resto de mis cosas. Pero he dejado el televisor sobre la caja de las manzanas, pensando que quizá te apetecería a ti ver la televisión de vez en cuando.

La conversación decaía y Siren intentó pensar algo que sirviera para animarla. De lo contrario, se quedaría dormida en la mecedora de puro agotamiento fisico y mental.

-¿De qué os conocéis los dos? -preguntó.

-Nana Loretta era amiga de tu tía abuela Jayne -respondió Jess.

-Buena mujer -observó Nana-. Gran mujer.

Siren enarcó las cejas, pero no dijo nada. Tampoco hizo ningun comentario Jess. En la habitación se hizo un silencio intranquilo, solo interrumpido por el crepitar del fuego y por los crujidos monótonos de las mecedoras.

-Jess dice que te pareces mucho a ella -comentó Nana-, yo creo que quizá tenga razón.

Jess, con ojos melancólicos, no dijo nada.

-Según dicen, piensas poner una consulta de hipnoterapia. Yo también la practiqué un poco, hace años -dijo Nana-. Claro que, en aquellos tiempos, la llamaban "mesmerismo".

"Esta anciana está llena de sorpresas", pensó Siren.

-Jess opina que mi negocio se hundirá -comentó en voz alta. No estaba segura de que fuera oportuno reconocerlo; pero, qué diantres, estaba cansada.

Jess soltó un gruñido.

Una leve sonrisa tocó los bordes de los labios de Nana mientras esta miraba a Jess.

-Jayne decía que el mundo sería un lugar mejor si la gente solo se metiera en sus propios asuntos.

-Lástima que no siguiera sus propios consejos -comentó Jess, bostezando.

El fuego chisporroteó y arrojó al aire unas cuantas chispas grandes. Cayeron en el borde de la chimenea, donde quedaron brillando.

-Basta, basta... sé buena y hermosa, dulce llama -dijo Nana, distraídamente.

Siren empezó a pensar que Nana Loretta podía estar senil. Debía de ser vieja, si había conocido a la tía abuela Jayne. Jess empezó a roncar por lo bajo. O la conversación lo aburría mortalmente, o toda la actividad de las últimas veinticuatro horas lo había dejado agotado. Siren deseó que Nana se marchara a su casa, pero la vieja señora daba muestras de estar cómodamente instalada.

-¿Sabes, Siren? La actividad a la que te quieres dedicar es una buena idea; pero si te pones a hurgar en la cabeza de la gente, puede que te encuentres con más secretos oscuros de los que pensabas. A veces hay que tener una formación especial para plantar cara a esos monstruos.

-He recibido una formación excelente en hipnoterapla -respondió Siren, un poco irritada-; y llevo practicándola más de siete años, cinco como protesional. ¿Me está diciendo que no debo intentar ayudar a la gente?

-Estoy segura de que recibiste una formación excelente -se apresuró a decir Nana-. Lo único que pasa es que, bueno, que cuando un sanador ha pasado una mala época emocional, no puede ayudar a otra persona mientras no haya puesto en orden su propia casa.

-Estoy bien. Ya ha pasado lo peor -dijo Siren, con una confianza que no sentía.

Nana se puso a juguetear con un botón de su blusa.

-La formación que tengas o los éxitos que hayas tenido no cuentan, si sufres un revés personal, emocional, y no lo solucionas. Tu propio dolor irrumpirá en tu trabajo. Puede que empieces por perder la visión clara, o puede que te identifiques demasiado con los problemas de otra persona. A veces son las pesadillas las que te indican que tienes algo de basura emocional.

Siren guardó silencio, pensando en sus malos sueños y en el modo inexplicable en que parecía capaz Nana de entender a las personas.

Nana se recostó en la mecedora y apoyó la cabeza en el respaldo, pero seguía con los Ojos fijos en Siren.

-Y es una gran verdad que no todas las personas quieren liberarse de su dolor. A algunas les gusta, en efecto. Les da algo que hacer, ¿sabes? Ah, sí, dicen que quieren curarse y tal, pero la verdad es que no. Manteniendo el dolor, no tienen que disfrutar de la vida ni que afrontar los problemas, como hacemos las demás personas; o bien, el dolor les sirve para conservar a otras personas. A veces, las personas tienen tal deseo de aferrarse a su dolor que están dispuestas a destruir a otras personas que son capaces de liberarlas del mismo. Es una lástima. Si tú quieres ayudar a la gente, no puedes estar enferma en tu interior. Antes tienes que aprender a afrontar tus propios problemas y tus propios fracasos. Después, cuando estés completa, podrás tender la mano a otros. Si no lo haces así, si te metes de cabeza en los dramas de los demás, entonces alguien te arrastrará... te hundirá... para siempre, quizá.

Siren tragó saliva, incómoda. Las palabras de Nana Loretta le tocaban demasiado de cerca.

La anciana calló un momento, meciéndose en la mecedora.

-Mira el caso de los accidentes, por ejemplo -dijo por fin-. A lo largo de los años he observado una cosa bastante peculiar. Que la mayoría de los accidentes se producen cuando la vida marcha muy mal.Ya sabes, como el caso de un tipo que se arriesga a quedarse sin trabajo porque su empresa marcha mal y corren muchos rumores. Es un tío grande, fortachón, que piensa que se va a quedar en paro y que cómo va a pagar la hipoteca de la casa, cómo va a poder conservar su canuión nuevo y cómo va a dar de comer a su familia, además. Entonces, una buena mañana, levanta una maquina ni mas ni menos que como la ha levantado centenares de veces, y ¡zas! Cae al suelo con una lesión de espalda que no se puede arreglar de la noche a la mañana. No hablo de los que fingen: de esos hay muchos. Pero este es un sujeto honrado, y en el hospital le encuentran un problema que no es ningún cuento. Y se queda incapacitado meses enteros, años quizá, y puede que no llegue a mejorar nunca. Durante todo ese tiempo, claro está, cobra con todo derecho su pensión de invalidez como trabajador. No es que la pensión le llegue para pagar todas las deudas, pero puede conservar su casa y su camión, y su mujer trabaja en lo que le sale, para dar de comer a la familia. ¡Zas! Se le ha resuelto el problema primitivo; pero él no contaba con pagar un precio tan elevado.

Se inclinó hacia delante, clavando los ojos en los de Siren.

-Todos debemos procurar ser prudentes a la hora de desear algo. ¿Y si lo conseguimos...?

A Siren se le secó la boca por dentro.

-Para que se haga realidad un deseo, hay que luchar -susurró Siren con voz ronca-. No es tan fácil como pensar en ello.

-Te sorprendería saber en qué proporción nuestros pensamientos crean nuestra realidad.

-Pasan cosas malas sin que hayamos pensado en ellas.

-De vez en cuando -dijo Nana-; sobre todo, si no hemos estado cumpliendo nuestra misión en la vida. Si no hemos estado haciendo caso de lo que el Espíritu requiere que hagamos. Y tienes razón: a veces pasan accidentes sin causa alguna; o podríamos hablar de la teoría del caos, según la cual debe existir algo de caos para que se produzca el orden.

Nana paso los dedos por el borde de su mecedora.

-Tengo la sensación de que ahora mismo están pasando cosas raras en tu vida -dijo-. Naturalmente, no es cosa mía -añadió, cambiando de postura.

Siren no respondió.

-No recuerdas gran cosa de tu infancia, ¿verdad, Siren?

Siren miró con curiosidad a la anciana.

-Lo que todo el mundo, supongo.

-¿Recuerdas que jugabas con mi nieto en la montaña?

-No.

Siren tomó un tronco de junto a la chimenea y lo arrojó al fuego. Las llamas saltaban y se agitaban en espirales que asomaban de la chimenea, y un tronco de la base se liberó, vaciló y rodó hacia los pies de Siren. Ella extendió la mano para rescatar la pipa de Jess, pero se dio cuenta demasiado tarde de que no llegaría a tiempo. El tronco cayó sobre la mano extendida de Siren. Esta soltó un quejido de dolor cuando el fuego le quemó la carne. Retiró la mano, suspirando.



Jess roncaba.

Nana se levantó con rapidez de su silla, volvió a enviar el tronco a la chimenea de una patada de su bota, haciendo levantarse una nueva lluvia de chispas por el hogar.

-Déjame que te vea la mano -ordenó a Siren, tendiéndole la mano.

Siren se la llevó al pecho para protegerla, golpeándosela y soltando otra exclamación de dolor. Corrió a la cocina y se puso ante la pila. Abrió al máximo el grifo del agua fría con la mano sana, esperó unos segundos y acercó al agua la mano quemada.

Nana Loretta se la apartó de un tirón antes de que Siren pudiera encontrar alivio en el chorro de agua fresca.

-¿Qué hace? -dijo Siren, intentando liberar su mano a la fuerza de la de Nana. Nana siguió sujetándosela, apretando su presa huesuda, tirando hacia ella de la mano dolorida de Siren.

Siren la atrajo hacia sí de otro tirón.

-¡Espera, tonta! -dijo Nana, volviendo a coger la mano de Nana-. ¡Si le pones agua, llevarás el fuego hasta el hueso!

Siren la miró atónita, confusa. La mano no le ardía, solo se le había quemado. No tenía fuego, solo dolor.

-Deja de resistirte, y déjame que te vea la mano -le ordenó Nana.

Siren miró los ojos ancianos de Nana y solo vio en ellos interés por su estado. Poco a poco, dejó que Nana le examinara el dorso de la mano.

Nana chascó la lengua, sosteniendo los dedos de Siren sobre lo suyos, viejos y secos.

-¿Qué te parece esto? ¡La quemadura tiene forma de mordisco!

Siren se miró la mano. En efecto: la quemadura se había inflamado como si fuera la huella violenta de unos dientes. Nana trazó un símbolo en el aire, por encima de la mano de Siren.

-Para expulsar -dijo; y siguió murmurando en voz baja, como con la intención de hacer incomprensibles sus palabras a propósito. Nana sopló tres veces sobre la mano de Siren; cada soplido fue largo y fresco, empezando por el extremo de la quemadura más próximo al cuerpo de Siren, para perderse más allá de los dedos. Repitió varias veces la operación de expulsar, hablar y soplar. El dolor empezó a aliviarse poco a poco, hasta que terminó por desaparecer. Nana hizo un último gesto en el aire sobre la mano de Siren.

Siren se miró la mano. Aunque seguía teniendo una quemadura en la carne, había perdido en parte su color violento. No había dolor ni ampollas.

-¿Cómo lo ha hecho?

-El agua es mala para las quemaduras -se limitó a decir Nana-. Puede que te convenga ponerte ahí un poco de polvos de talco, por si quiere supurar. Pero creo que retiraste la mano a tiempo.

Siren agitó la mano, esperando que le volvería el dolor. No le volvió.

-Tardará unos días, pero lo rojo se volverá marrón, y después la piel marrón se te irá cayendo. No habrá cicatriz; a no ser, naturalmente, que te convenzas a ti misma de que tendrás cicatriz. También añadí algo en el cántico para arreglarte esa lesión de cabeza que tienes. Tendrás la mente más tranquila mañana por la mañana, y la herida se te irá curando sola en cuestión de pocos días.

-¿Cómo lo ha hecho? -preguntó de nuevo Siren, mirándose la mano.

Nana esbozó poco a poco una sonrisa.

-Es un don, o algo así. Dicen que se hereda por los genes familiares.Y también se transmite con unas ceremonias. Algunos lo llaman curación por la fe, o curanderismo; otros lo llaman magia. Esta es la formación especial que te estaba diciendo que debías tener. La tía Jayne decía que la clave era creer.

-Yo no creo en la curación por la fe ni en la magia -dijo despacio Siren.

-Pero ¿crees en el poder de la mente? -le preguntó Nana.

-Claro que sí.

-Y ¿qué diferencia hay?

Siren no dijo nada.

-No le digas a tu tío Jess que yo... bueno, lo mejor será que estas conversaciones sobre la magia queden entre nosotras. Antes de que yo viniera aquí, me hizo prometerle que no te diría gran cosa.Tenía ganas de verte desde que me enteré de que volvías. Yo era amiga de tu tía Jayne. Sí, ya sé: eso quiere decir que soy la mar de vieja: ¡si lo sabré yo! Te has convertido en una mujer hermosa -añadió, mirando a Siren de pies a cabeza-. Sé que no te acuerdas de mí, pero Jayne te subió a la montaña, a mi casa, algunas veces cuando eras pequeña. Pasaste mucho tiempo con los de mi familia. No recuerdas nada de eso, ¿verdad?

Siren negó con la cabeza.

-Supuse que Jess no me habría dejado entrar en la casa si yo me hubiera presentado de visita sin más. No me alegro de que te hicieras daño hoy, pero sí que me alegro de verte.

-Deduzco que Jess no cree en la magia de usted...

-Me llamó para que viniera porque te habías hecho daño -dijo Nana, encogiéndose de hombros-. Llevaba años enteros sin verlo. En cierta época, él había considerado la posibilidad de unirse a nosotros. Pero lo dejó. Lo más probable es que tuviera miedo. Saca tú tus propias conclusiones.

Nana extendió el brazo y cerró el grifo.

-Llevas un broche muy poco corriente en la blusa -dijo.

-Fue un regalo.

-Un adorno caro -observó Nana, pero no extendió la mano para tocarlo.

-¿Qué es este alboroto? -dijo el tío Jess, que estaba ante la puerta de la cocina, con la ropa algo revuelta después de su siesta.

Nana pasó por delante de él.

-Puedes devolverme la olla y la cesta de pan cuando te venga bien.

Siren y Jess siguieron a Nana hasta el zaguán.

-Buenas noches a los dos. Por cierto, más os vale arreglar la barandilla del porche. Se mueve. Si alguien se apoya con demasiada fuerza, se va a caer de cabeza al patio delantero.

Jess volvió al cuarto de estar y se sentó en una mecedora.

-No escuches una sola palabra de lo que dice esa mujer: tiene el cerebro a pájaros. Con tanto que hacer por aquí, no me he acercado a mi casa. Supongo que iré mañana por la mañana.

-¿Estás seguro de que estás preparado?

-¿Y quién va a estar preparado para ver todo lo que tenía reducido a un montón de polvo, barro y maderos quemados?

Siren tiró otro leño al fuego, procurando no repetir la torpeza de antes. Una mujer anciana, senil, un fragmento de su infancia que ella no era capaz de recordar, un inquilino poco deseado, pesadillas, magia, lesiones y llamadas telefónicas que la asustaban. No le gustaba que Nana hubiera hurgado en su autoestima, ya deteriorada de suyo. Tenía la sensación de que lo único que le quedaba era su capacidad como hipnoterapeuta. ¿Qué era aquello que había dicho Nana? "Si no sigues el plan de tu vida, los hechos te darán de golpes en la cabeza hasta que cambies de rumbo." Pero ¿cómo saber cuál era el rumbo correcto? ¿Y hacia dónde debías encaminarte cuando las cosas se desembrollaban? Siren se estremecio y miró el fuego. El corazón le saltó hasta la garganta. Durante un instante, durante solo un segundo, le había parecido ver la cara de la mujer del fuego. Sonó el teléfono. Ella no se molestó en cogerlo. Oyó que el contestador respondía en el salón, una serie de clics y, después... silencio.


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