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-¡ESTÁS ENCANTADORA! -exclamó Billy, mientras cruzaban el puente cubierto de Cold Springs. Los faros del coche abrían grandes surcos en el atardecer de octubre-. Aunque no estoy seguro de que vayas a estar muy cómoda.
-¿Por qué? -Preguntó ella, ajustándose el borde de la falda.
-Había pensado que tal vez te gustase la feria.
-¿Con estos tacones? Quizá debiéramos volver a mi casa para que me cambiara.
"Quizá debiera volver a mi casa, y punto", pensó Siren. Aunque aparentaba aplomo, por dentro estaba hecha puré de miedo. Estaba perdiendo el juicio: no había otra explicación lógica.
-Estarás bien. Nos daremos una vuelta, veremos lo que hay que ver y después buscaremos un buen sitio para cenar.
Siren se pasó los dedos por las mejillas, pensando en la alucinación que había sufrido. En las llamadas telefónicas. En el curioso de la noche anterior. Quizá debiera decírselo a Billy. Quizá debiera consultar a un médico.
-¿Estás bien? -le preguntó Billy, echándole una rápida mirada.
Ella miró por la ventanilla, apartando marcadamente la vista de él.
-Estoy recibiendo unas llamadas telefónicas extrañas -murmuró.
-¿Quieres que lo investigue?
Siren titubeó. No confiaba en Billy.
-Probablemente no será nada.
Sonó tras ellos una bocina, seguida del ruido del motor de una moto de todo terreno que se puso a la altura del Explorer de Billy. El motorista hizo un saludo levantándose el sombrero de cazador y después los adelantó a toda velocidad. Billy dio un golpe en el volante y dijo una palabrota.
-¿Algún problema? -le preguntó Siren.
-TannerThorn. Vaya gilipollas.
-¿Le has hablado ya de mi accidente?
-Parece que no lo encuentro en ninguna parte –murmuró Billy.
-Supongo que no debería circular por carretera con esa moto todo terreno.
-No.
-¿Está huyendo de ti por algún motivo?
Billy no hizo ningún comentario. Entraron en el pueblo propiamente dicho, un laberinto de calles en forma de herradura y de callejas estrechas, muchas de ellas cortadas al tráfico por la feria.
-No son precisamente las luces de la gran ciudad, pero tienen su encanto -dijo Billy, aparcando en un lugar reservado detrás del parque de bomberos.
-¿Sigue desaparecido Ethan Files? -preguntó Siren. No sabía por qué le había venido a la cabeza aquel hombre. Por haber hablado de su accidente, acaso.
Él la miró con expresión extraña.
-Creo que sigue por ahí -dijo.
Las calles estaban abarrotadas de personajes de todos los tipos imaginables. Pasaron ante un grupo de adolescentes que llevaban collares de perro con clavos y el pelo multicolor y estuvieron a punto de chocar con los patinadores preadolescentes que bajaban velozmente por la fuerte pendiente de la calle principal. Habla varios granjeros alrededor de una exposición de tractores, y una multitud de familias típicamente norteamericanas subía y bajaba por las aceras con cochecitos de niño, globos, algodón dulce y patatas fritas. Los malabaristas y los músicos callejeros se disputaban la atención del público. Una banda escolar tocaba sambas estruendosamente. El garaje principal del parque de bomberos estaba lleno a rebosar de gente que tomaba sopa de pollo casera con maiz, emparedado de carne con queso y diversas tartas recién hechas; los garajes de la parte trasera albergaban artesanías locales, la exposición de flores, productos del campo de todo tipo imaginable y una minigalería de arte.
-No ha cambiado gran cosa -dijo Siren, esquivando a una ninña pequena que llevaba en una mano una manzana cubierta de caramelo a medio comer y en la otra un gran globo rojo. Alguien, entre la multitud, llamó a Siren por su nombre. Siren se volvió y vio a Nana Loretta, que llevaba su rebeca verde, abotonada de arriba abajo.
-¡Eh, Siren! Me alegro de verte. ¿Te encuentras mejor? -dijo Nana. Frunció el ceño al ver a Billy. Le saludó con un simple gesto de la cabeza y volvió a dirigirse a Siren-. ¡Debes conocer a mi nieto y probar mi célebre sopa de pollo con maíz! ¡Me he pasado todo el día preparándola!
-Le prometo que la llevaré -dijo Billy. Esbozó una sonrisa con los labios, pero con frialdad en los ojos.
-Hazlo -murmuró Nana, y volvió a perderse entre la multitud.
-¿Qué pasa? -preguntó Siren.
-Está loca.
-A mí me parece bastante agradable.
Pasaron ante diversos vendedores ambulantes que ofrecían artículos de piel, camisetas, adornos para el jardín, productos de bollería, juguetes de artesanía... hasta había un puesto con diversos instrumentos de percusión: sonajas, campanillas, djembes, bongos y panderetas. El vendedor tocaba los bongos y sonreía mostrando sus dientes de oro.
-No te acerques a esa gente. Están locos.
-¿A qué gente? -preguntó ella, sorteando a un vendedor callejero que tenía un puesto de globos y de chismes que brillaban en la oscuridad.
-A Nana Loretta, para empezar; a Tanner Thorn, ese es otro. Hay algunos otros dispersos por el pueblo, gente como ellos.
-¿Qué quiere decir "como ellos"?
A Siren se le quedó clavado el tacón entre dos baldosas de la acera y estuvo a punto de caerse a la calzada. Él la sujetó, sosteniéndola con fuerza durante un instante más de lo necesario. Se detuvieron ante un puesto ambulante de comida.
-¿Quieres beber algo? Podemos marcharnos pronto e irnos a cenar si te apetece. Creo que si pasas más tiempo por aquí con esos zapatos, te vas a romper el cuello.
-El café me parece estupendo, e ir a cenar me parece mejor todavía.
Billy pagó dos cafés y encontraron un banco junto al viejo edificio de la dirección de la escuela. Iba a comenzar la elección de la reina de la feria de la cosecha, y varias jovencitas encantadoras se paseaban por el césped de la escuela vestidas con ropas exquisitas.
-Recuerdo aquella época -dijo ella, volviéndose para mirarlas.
-Es verdad. Tú fuiste reina de la cosecha cuando estabas en el último curso del instituto.
Ella asintió con la cabeza.
-Hace tanto tiempo que parece mentira. Me temo que no recuerdo gran cosa de aquello. ¿No es terrible? -dijo, volviéndose hacia él-. Entonces, dime, ¿por qué no te cae bien Tanner Thorn?
-La verdad es que fuimos amigos en cierta época.Ya no lo somos.
-¿Qué pasó?
Billy tomó un trago de café.
-No me lo digas -dijo ella, riéndose-. Reñisteis por una mujer.
-Muy astuta.
-¿Quién ganó?
-Ninguno de los dos.
-Entonces, ¿quiénes son ellos?
-Las brujas.
-Venga, no son brujas de verdad. El tío Jess intentó hablarme de esas mismas bobadas. Cuando yo era pequeña, nadie decía nada de eso, aparte de contar cuentos de fantasmas propios de campamentos y fiestas de niños. No me digas que el agente Dennis Platt te ha arrastrado a su mundo lirnitado y estrecho.
-Esto no tiene nada que ver con Platt. Estoy hablando muy en serio. Son brujos y brujas.
-¿Quieres decir que son brujas en el sentido de que son muy malas, o que son brujas de las que practican la Vieja Religión?
-¿Hay alguna diferencia entre las dos cosas?
Siren enarcó las cejas mientras bajaba la taza de café.
-Si es verdad que fuiste amigo suyo, lo sabrías.
Billy se inclinó hacia delante; el pelo oscuro le caía sobre la frente.
-Con esa pregunta me das la impresión de que estás muy enterada de estas cosas. A lo mejor tengo que echar a correr mientras estoy a tiempo. ¿No me digas que tú también eres practicante? -le preguntó, agitando los dedos.
-En absoluto. He vivido diez años en Nueva York. No acabo de salir del cascarón. He estudiado en la universidad, ¿sabes?; y algunos clientes míos eran wicanos, practicantes del Arte.
-Así que, según lo expones tú, para entender a las brujas hay que tener cultura...
A Siren no le gusto el tono sarcástico de Bill.
-Basta con no ser un ignorante -replicó, con la misma impertinenci.
Un vendedor ambulante barbudo se detuvo ante ellos con un carro lleno a rebosar de globos y de diversos juguetes de plástico. Sonrió y se quitó el sombrero blando, morado, haciendo una reverencia increíble ante Siren. Esta soltó una risita.
-Mi reina -dijo el vendedor, retorciendo hábilmente dos globos para formar una corona.
Siren siguió riéndose mientras él se la ponía en la cabeza.
-Te veré en mis suefios, hermosa dama -susurró, acariciándose el bigote y bajando la cabeza.
A Siren se le heló la sangre.
-Uno por la pasta -dijo alegremente, todavía con la cabeza baja, retrocediendo y tomando el asa del carro.
-Dos por si hace falta -dijo con voz ronca.
Empezó a empujar despacio el carro.
-Tres porque sí -dijo en voz alta volviendo la cabeza mientras se alejaba.
-¡Y después, voy por ti, Dama de mis sueños!
Siren se estremeció, con los ojos muy abiertos. ¡El asesino de los sueños! Pero aquello era ridículo. Aquel vendedor callejero mal vestido no se parecía en absoluto al asesino. Sacudió la cabeza. No tenía hechos tangibles. Nada concreto. Solo algunas pesadillas, algunas llamadas telefónicas estúpidas, y ahora aquel vendedor harapiento. Lo más probable era que fuera su propia mente la que estuviera creando los sueños, a la medida de aquellas llamadas estúpidas.Y lo mismo pasaba con aquel tipo estúpido.
Se volvió hacia Billy para decirle algo, pero había desaparecido.
-¿Billy?
Se quedó de pie recorriendo el césped con la vista. Billy estaba con un grupo de muchachas adolescentes, abrazando a una de ellas. Cuando vio que Siren lo buscaba, se apresuró a volver junto a ella.
-Lo siento -dijo-. Era la hermana de uno de mis compafieros del cuerpo. Ha ganado.
Le pasó un brazo por los hombros.
-Estás temblando. ¿Tienes frío?
-Ah, no -dijo ella, retirando con delicadeza el brazo de Billy-. Pero tengo hambre.
-No digas más.
Se encaminaron hacia el Explorer. Siren miraba atrás, nerviosa, pero el vendedor no volvió a aparecer.
-¿De manera que no eres amigo de Tanner Thorn porque es brujo?
Billy negó con la cabeza, con la cara oculta entre las sombras.
-No; porque me acosté con su mujer.
Siren lo miró boquiabierta.
-Estás de broma.
-Ojalá no lo estuviera.
-¿Y dices estas cosas a una chica la primera noche que sales con ella?
-¿Estamos saliendo? -dijo él con una sonrisa-. ¡Estupendo! ¿Sabes? Siempre me han gustado las luces que cuelgan por todo el pueblo para la fiesta. Son muy románticas -añadió, tocando el codo de Siren.
Un hombre alto y muy corpulento salió de entre la multitud.
-¡Eh! ¡Billy! ¡Billy Stouffer!
-¿Quién es ese? -Preguntó Siren.
-Jimmy Dean. Su farmilia tiene el almacén de granos que está junto a la estación de ferrocarril. Además, es bombero voluntario. Uno de los armigos de Thorn. ¿Qué pasa? -preguntó, adelantándose hacia el otro hombre-. Espera aquí -dijo a Siren-; solo tardaré un momento.
Después de una breve conversación, Jiminy se alejó pesadamente y Billy dijo a Siren:
-Mira, lo siento, pero hay un pequeño problema. Los policías no descansamos nunca -comentó, encogiéndose de hombros-. ¿Puedes esperarme junto a la entrada del parque de bomberos? Te prometo que no tardaré mucho.
-Está bien -dijo ella, inquieta. En realidad, no le agradaba demasiado quedarse sola entre una multitud de desconocidos. Lo vio alejarse con malos presentimientos. Quizá debiera haberle dicho que no, que sí le importaba que se marchara; pero entonces habría quedado por idiota. Ella se había criado en aquel pueblo, sí; pero seguía sintiéndose completamente ajena. Se quedó sola en la acera, contemplando las imágenes pintorescas y los sonidos de la feria que pasaban junto a ella. Echó una mirada nerviosa a su alrededor. ¿Dónde estaría ese vendedor?
-¿Puedo serle de utilidad?
Siren se volvió al sentir que alguien le tocaba suavemente el brazo.
-Dispense, ¿la he asustado? ¿Se le ha comido el perro los labios?
-¿Cómo dice?
El hombre rubio se rio.
-Dispense. El inglés es mi tercera lengua, y a veces me confundo con los coloquialismos, como los llaman.
-Creo que lo que quiere decir es "se le ha cormido la lengua el gato" -dijo Siren, riéndose-; y, no: todavía la tengo en la boca, creo.
El caballero sonrió.
-No he querido asustarla, desde luego. Me llamo Andrew Riddlehoff, y mis amigos y vecinos me llaman cariñosamente Lexi. Soy el propietario del Rincón de los Libros -clijo, señalando con un gesto el letrero verde y dorado que proclamaba el nombre de una de las tiendas de la acera opuesta.
Aunque iba vestido con ropa informal, Siren advirtió que era ropa cara. Llevaba el pelo rubio claro peinado con una raya que le pasaba por el centro mismo de la cabeza y le caía con suavidad hasta un poco más abajo de la barbilla. Presentó una mano bien cuidada. Ella se la estrechó. Tenía la palma fresca y suave como el terciopelo.
-Soy Margaret McKay. Tanto mis amigos como mis enermigos me llaman Siren.
Él sonrió, dejando caer con elegancia la mano hasta su costado. Llevaba anillos de oro en todos los dedos de la mano izquierda, salvo el pulgar. Los anillos relucían bajo las luces de feria.
-¡Es un placer encontrarme por fin con una compatriota!
Siren esperó una explicación. No la recibió.
-¿Cree usted en la magia?
-¿En la magia?
Él puso la mano rápidamente junto a la oreja de ella e hizo aparecer una moneda de oro, que enseñó a Siren poniéndosela ante los ojos.
-¡Buen truco! -dijo ella, sonriendo.
-¡Conozco un millón! Ay de mí, pero... ¿no la he visto paseándose por el pueblo con Billy Stouffer?
Siren lo miró con desconfianza.
-Sí, me trajo a la feria.
-¿Verdad que es guapísimo? -dijo Lexi, oscilando sobre sus talones.
-Bueno, yo...
-¿Dónde ha ido?
-Cosas del trabajo, me imagino.
-Supongo que estará protegiendo nuestro lindo pueblecito; ¡pero no es manera de tratar a una dama, marcharse sin más dejándola sola!
-He quedado con él en el parque de bomberos.
-¡Y ni siquiera se ha llevado usted un premio!
-¿Cómo dice?
-¡Los juegos! ¡Los juegos! ¿Es que no ha exhibido sus dotes de macho para ganar un premio para la dama con la que sale.
-Tampoco es que estemos saliendo, lo que se dice "juntos". Por otra parte -añadió, procurando seguirle la broma- nadie puede ganar para mí lo que yo quiero de verdad.
-¿Y qué es...? -preguntó él con los ojos chispeantes.
-Paz de espíritu.
Él le dio unas palmaditas en la espalda, chascando la lengua.
-Lo comprendo. Yo suelo sentir lo mismo. Este pueblo es más frío que... bueno, no importa. ¿Le gusta leer? -añadió, levantando una ceja rubia y delgada.
Hablaba con palabra rápida, cortada, no de aficionado, casi como un profesional del escenario. Siren tenía que dedicarle por completo su atención para captar todo lo que decía.
-Debe pasarse un día a echar una mirada a mi librería.Tengo de todo. Policíacas. De misterio. ¡De amor! -dijo, haciendo un molinete con la mano. Le tintinearon los anillos-. O, quizá... ¿de ocultismo?
-No me gustan nada las novelas subidas de tono -dijo Siren, haciendo caso omiso de los demás temas.
-Lástima -respondió él-. Tengo una buena selección. También puedo encargarle libros y revistas especiales de Nueva York. ¿El Times, quizá? Como viene de Nueva York y todo eso, se me ocurre que tal vez eche de menos el mundo real. ¡Vaya, hay que ver qué zapatos tan bonitos lleva! Me moriría de gusto si tuviera unos así.
Ella se miró los zapatos.
-¿Cómo sabe que vengo de Nueva York?
Él esbozó una sonrisa que quería decir: Pobre níña, aquí no somos tan tontos. Siren observó que tenía los dientes superiores perfectamente dispuestos en la boca, pero que los inferiores parecían un juego de dominó desordenado. Todos ellos eran demasiado nacarados.
-Cielo, en este pueblo todo el mundo sabe quién es usted. Ay, no ponga tan mala cara. La verdad es que me alegro de que tengan otro tema de conversación que no sea yo -dijo con un susurro muy sonoro, y sin esperar respuesta-. Que se metan con otro, para variar. Dicho sea sin ánimo de ofender –se apresuró a añadir.
-Así de mal está la cosa, ¿eh?
-Como Pitágoras –dijo tristemente; pero se animó al apreciar la comprensión de ella-. Pero ahora está usted, y ellos dan gracias de que soy lo que soy, por así decirlo –añadió, indicando con la cabeza el tropel de gente que pasaba junto a ellos-; hasta que la echen del pueblo, si pueden. ¡Después, a no ser que se vuelvan todos completamente locos y los encierren a todos, lo que no ha de suceder, claro está, volverán a hablar mal de mí!
Siren lo miró fijamente a los ojos.
-Yo no soy de las que se dejan echar de los pueblos.
-Una mujer de carácter. ¡Me gusta! –dijo él, dando una palmada-. ¿Sería muy grosero por mi parte invitarla a jugar a un juego de azar o a dos?
Siren titubeó.
-Prometí reunirme con Billy en el parque de bomberos.
-Ah, no volverá, se lo digo yo.
-¿Y cómo lo sabe usted?
-¿Me creería si le dijera que soy vidente?
-No -dijo ella, riéndose. Él hundió la barbilla y suspiró.
-Ya no cree nadie en la magia.
Siren sintió lástima de él. Parecía inofensivo.
-¿Y cree usted que no va a volver?
Él levantó la cabeza con gesto esperanzado.
-Palabra de honor, y que me muela si es mentira.
-Ah, querrá decir "que me muera", ¿no es eso?
-¡Cielos no! Ya están pasando demasiadas cosas de ese tipo
-Haré un trato con usted: a condicion de que vayamos a comer algo -dijo, cogiéndolo del brazo- y de que volvamos de cuando en cuando al parque de bomberos para ver si ha vuelto Billy, entonces estoy lista.
-Si que lo está, desde luego –susurró Lexi.
-Hasta tengo una moneda de la suerte –dijo ella. Metió la mano en el bolso y sacó la moneda de oro. Relució en la palma de su mano-. La encontré en mi bolso. Jess debió de recogerla en el aparcamiento el día que Ethan Files intentó atropellarme.
-¿Me permite? -Preguntó Lexi, inclinándose para ver la moneda-. ¡Pero si es de Tanner Thorn! Se la di yo. Para darle suerte –añadió sonriendo.
LAS LUCES DE FERIA se fueron apagando en todo el pueblo, calle tras calle. Los grandes Portones del Parque de bomberos bajaron lentamente, con los garajes interiores a oscuras, dejándola en el charco de la luz tenue de una sola farola de la calle. Había disfrutado de la noche que había pasado con Lexi. Era un tipo divertido y un compañero excelente. Lexi había ganado un premio para ella, un enorme oso polar de peluche, que llevaba ahora sujetándolo contra el pecho. "Debo de tener un aspecto increíblemente estúpido, de pie en una esquina, agarrada a este oso" pensó. Lo había pasado tan bien que casi se había olvidado de los sueños y de las llamadas telefónicas, y hasta se le había quitado de la cabeza el vendedor extraño; pero allí sola, rondando ante el parque de bornberos, con aspecto de niña grande, empezaba a arrepentirse de no haber accedido cuando Lexi se había brindado a llevarla a casa en coche. ¿Y si volvía aquel vendedor loco? Había rechazado amablemente la oferta de Lexi, creyendo firmemente que Billy cunipliría su promesa y volvería. Miró en el aparcamiento, tras el parque de bomberos. Vacío. Se ciñó el chal a los hombros y volvió a caminar hasta la parte delantera del edificio. Daba la impresión de que estaba descendiendo la temperatura a razón de un grado por minuto. Había todavía algunos adolescentes en la esquina de enfrente, y unos pocos buenos ciudadanos habían salido a limplar los desperdicios. Aparte de estos, estaba completamente sola. Un todo terreno deportivo bajó despacio por la calle mayor, redujo más la velocidad al acercarse a ella y después aceleró, dirigiéndose hacia la plaza del Mercado. En momentos corno aquel echaba de menos su teléfono móvil, pero este era un lujo que ya no podía permitirse. ¿Qué opción le quedaba? Un teléfono público.
Encontró uno en la esquina opuesta al parque de bomberos. Buscó en su bolso monedas de veinticinco centavos, mientras echaba una mirada a su espalda. Se le erizó el vello de los brazos. ¿La estaba observando alguien? Cuando se aproximó a la esquina, los adolescentes semarcharon. Se volvió y miró la calle desierta. Parecía que los barrenderos voluntarios también habían desaparecido. Tomó el auricular, y este se le deshizo en la mano. Estupendo, aquello era estupendo. Alguien había destrozado el teléfono. Se quedó allí de pie, con el auricular roto en la mano. Si se daba prisa, quiza pudiera encontrar todavía a alguien en el parque de bomberos. Volvió a cruzar la calle y llamó a la puerta lateral. No acudió nadie a abrir la puerta. Quien hubiera bajado los portones debía de haberse marchado, o estaría en las profundidades del edificio intentando conciliar el sueño.
¿Que haría ahora? ¿Buscaría otro teléfono público? Se devanó los sesos intentando recordar dónde podría haber otro. ¿En la comisaría de policía? No: la habían cerrado años atrás, cuando habían traspasado las funciones a la Policía Regional de Webster. ¿En la estación de ferrocarril? Probablemente; pero ella no quería atravesar a solas, a pie, el barrio malo del pueblo. Pensó en la tienda que estaba abierta toda la noche, pero esta estaba fuera del pueblo, a tres kilómetros. Consideró la cuestión. ¿La tienda, o la estación de ferrocarril? La distancia era la misma. Las posibilidades de peligro eran las mismas. Suspiró. Se arriesgaría a ir a la tienda.
CUANDO JIMMY DEAN accionó el interruptor que hacía bajar los portones del parque de bomberos, vio a Siren McKay, que estaba sola y temblando de frío en la esquina. Aquella sí que era una señora interesante. Todavía tenía ganas de preguntarle si había matado a su novio, pero Tanner le había dicho que no era buena idea. Recordó que la había visto con Billy aquella tarde, y que, más tarde, Nana Loretta había dicho algo de que Billy había traído a Siren a la feria. Nana estaba molesta por ello, pero debía de haberse equivocado, pues Jimmy se había escabullido media hora antes para comprar seis latas de cerveza en El Atadero, y había visto a Billy allí con otra mujer. Con una rubia. Aquella camarera del Maybell, Benita no sé qué. Decididamente, no era Siren McKay, que tenía el pelo negro como un cuervo.
Y el recordar aquello le hizo volver a su reflexión original. ¿Qué haría allí sola -a McKay? Puede que se le hubiera averiado el coche. Jimmy se rascó la cabezota, Preguntándose qué podía hacer. Un fuerte estrépito resonó por todo el parque de bomberos. ¿Qué demonios pasaba? Recorrió el edificio olvidándose por un instante de Siren McKay. Ay, mierda: la mesa no había soportado el peso de las piezas de la exposicón de flores. Todo estaba lleno de tierra y de flores por todas partes. Cuando hubo terminado de recoger el desorden y volvió a salir ante el edIficlo, Siren McKay ya había desaparecido. Quizá debiera subirse a su camioneta y darse una vuelta alrededor para asegurarse de que no estuviera perdida por allí, a oscuras, tropezándose con aquellos zapatos de tacón tan inestables. Jamás había entendido cómo eran capaces las mujeres de caminar con esas cosas.
El TODO TERRENO deportivo se acercó a la acera, con el motor en punto muerto. Siren tragó saliva con fuerza y siguió caminando, con los hombros erguidos, la vista al frente, el paso firme. No era una víctima.Ya tenía cansadas las pantorrillas, y el tobillo derecho le temblaba de cuando en cuando, pero ella siguió adelante. Puede que se tratase de alguien que llegaba a su casa de vuelta de la feria; pero el motor no se apagó y el vehículo avanzaba muy lentamente, lo justo para que ella lo pudiera seguir viendo de reojo. Observó las ventanillas de vidrio ahumado que ocultaban la identidad del conductor. Se le hizo un nudo de miedo en la boca del estómago. Siguió caminando, avivando el paso, transmitiendo con los tacones breves ecos de su miedo creciente. Le zumbaban los oídos frenéticamente, y ella se tiró con fuerza de los lóbulos de las orejas, pero no le sirvió de nada. La tienda estaba todavía a dos kilómetros. Hacia pocos momentos que había salido del pueblo propiamente dicho. Cuando llegara a la vía del tren, terminaría la acera. Después había unos solares, el vertedero de basuras del pueblo, y volvía a haber acera, salpicada de farolas más dispersas. Le aumentaron los nervios cuando llegó a la vía del tren.
El todo terreno deportivo aún la seguía. El motor se aceleró y ella estuvo convencida de que el vehículo subiría a la acera y la atropellaría; pero continuó en la calzada, siguiéndola despacio. Aquello era un juego de terror. Se sentía como un ratón que huía de las zarpas de un gato.
Consideró la posibilidad de huir hacia la derecha y correr a ló largo de la vía del tren, pero sabía muy bien que se partiría la cabeza con esos tacones y que así se alejaría más de la zona segura.Tampoco le ayudaba en nada llevar a cuestas un gran oso que era casi más grande que ella. Se apoyó el animal de peluche en la cadera y siguió carmnando. No había casas, ni gasolineras acogedoras, ni restaurantes abiertos toda la noche. Solo había hierbajos secos, gravilla y basura.
¿Qué haría él? Suponiendo que el conductor fuera varón, claro está. ¿Pisaría a fondo el acelerador, frenaría rápidamente ante ella y saldría corriendo para atraparla? Era complicado, pero se lo habían hecho a miles de personas... no: probablemente, a centenares de miles. Se acordó de una conocida suya de la ciudad a la que habían asesinado de esa misma manera. Le empezaron a sudar las palmas de las manos; se le aceleró la respiración. Intentó calmarse a sí misma. "Piensa de manera racional. Piensa la manera de defenderte", murmuró. Se acordó de Tanner Thorn. "Que te haya salvado la primera vez no quiere decir que vaya a estar en todas las esquinas."
En lo alto de la cuesta que tenía por delante apareció una fila de coches que venían en sentido opuesto, cubriendo de luz blanca con sus faros la carretera oscura. El todo terreno deportivo arrancó con chirrido de neumáticos y se perdió por la carretera. Sus faros traseros rojos relucían entre la oscuridad. Siren soltó un suspiro de alivio y se apresuró cuanto pudo hacia la tienda que abría toda la noche. Fuera quien fuese, podía girar sobre sí mismo y volver; o, peor todavía, esperarla por el camino, con el coche detenido en la oscuridad. De una cosa estaba segura: si tenía que echar a correr, tendría que despedirse de los zapatos de tacón y del oso.
Los PENSAMIENTOS eran cosas, eran mensajes que giraban por el universo. Uno podía despreciarlos o podía sintonizar con ellos, y en esos instantes Tanner Thorn estaba pensando en Siren McKay. Se preguntó si ella estaría Pensando en él.
Tanner sacó su moto todo terreno do entre los arbustos y la llevó rodando hasta el aparcarniento oscuro que estaba a espaldas del parque de bomberos. Algo marchaba mal. Tenía una sensación difícil de explicar. Era como una tensión entre el cuello y los hombros y una impresión creciente de pérdida en la boca del estómago.Ya había tenido antes aquella sensación, a veces cuando se avecinaba un incendio de los peores, o la noche en que su mujer se había caído al río con el coche por el terraplén, a la entrada del Puente cubierto de Cold Springs. No quería relacionar aquella sensación con Siren McKay.
Hizo girar los hombros y estiró los músculos de la espalda, equilibrando su peso sobre la punta de los pies, con la esperanza de que aquella tensión que sentía no fuera más que una consecuencia del largo trabajo de la jornada, del estrés que le habían producido los incendios o de lo preocupado que estaba por la salud de Nana Loretta. Durante la feria de la cosecha, la Compañía de Bomberos Número 2 de Cold Springs guardaba sus vehículos en el Parque de Bomberos de Whiskey Springs, que estaba a unos ocho kilómetros de distancia en el sentido opuesto al del monte de la Cabeza de la Vieja. ¿No debería darse una vuelta por allí?
Se preguntó qué haría Siren McKay en esos momentos. Aquella misma noche, Nana le había comunicado que había visto a Siren con Billy Stouffer. A Tanner había estado a punto de hervirle la sangre. ¿Cómo era posible que ella se interesara por aquel pelmazo? Pero también era posible que ella hubiera decidido ir a la feria y se hubiera encontrado con él por casualidad. Que Nana los hubiera visto juntos no quería decir que hubieran salido juntos; aunque Nana había hecho comentarios de desaprobación acerca del vestido negro de Siren y de sus zapatos de tacón. Esa ropa no se solía llevar a una feria de la cosecha. Más tarde había visto él mismo claramente a Siren con Lexi, nada menos; pero éI estaba tan ocupado sirviendo comida en el parque de bomberos que no había podido prestarles mucha atención. ¿Era posible que Siren hubiera decidido sencillamente salir de su hibernación y sumarse a la raza humana, y que la feria de la cosecha fuera su primera incursión verdadera en la vida del pueblo? Conociendo a Lexi, lo más probable era que se la hubiera encontrado y que se hubiera presentado él mismo. Sería propio de él. Tanner sonrió. Lexi era todo un personaje, no cabía duda. Por lo menos, si Siren estaba con Lexi, el único peligro que correría sería que Lexi le levantara dolor de cabeza de hablar.
La mala sensación, la sensación de miedo, lo agarró por las pelotas, enviándole una oleada de frío por todo el cuerpo. Se inclinó hacia delante tapándose los oídos con las manos, deseando se le pasara la sensación.
JIMMY DEAN sabía que él era un hombretón, y que las mujercitas que fuesen caminando por la orilla de una carretera oscura se quedarían petrificadas de miedo si él se detenía junto a ellas y se ofrecía a llevarlas en su vehículo (salvo Nana, naturalmente, que no tenía miedo a nada). Se quedó de pie junto a su carnioneta, preguntándose qué haría. Nana Loretta le había encargado que mantuviera los ojos bien abiertos por si veía algo raro y que prestara atención por si alguien hacía cosas raras. Lo que Billy había hecho con Siren no era normal, suponíendo que la hubiera dejado plantada. Titubeó, mirando hacia el parque de bomberos desde su camioneta. Puede que fueran tonterías suyas. Había dejado a
Tanner en el despacho de este. Quizá siguiera allí. Se rascó la barba un momento, jugueteó con las llaves de la puerta del parque de bomberos y volvió a entrar. El despacho de Tanner estaba a oscuras, la puerta estaba cerrada con llave. Se asomó por la huerta trasera y soltó un suspiro de felicidad. Tanner seguía allí. El sabría qué hacer, vaya si lo sabría.
Tanner estaba sentado en su moto, con la cabeza baja, abriedo y cerrando los dedos sobre el manillar.
-Pensar es malo para el cerebro -comentó Jimmy.
Tanner, sobresaltado, levantó la vista. Sonrió.
-Creía que te habías marchado a tu casa hace media hora.
-He ido por cerveza y he vuelto. ¿Quiere una? Me quedan algunas frías en la nevera de la carmioneta.
-Esta noche no, gracias –dijo Tanner, subiéndose la cremallera de la cazadora de piel de ciervo.
Jimmy no se atrevía a pronunciar el nombre de Billy. Comprendía plenamente por qué odiaba Tanner a Billy Stouffer y ahora no estaba tan seguro de si debía decir algo. Puede que lo mejor fuera tener cerrada la bocaza. Ella ya encontraría su camino. Tampoco era como si estuviesen en Nueva York o en algún, sitio así. En Cold Springs no había nada que temer. En vista de lo cual, dijo:
-¿Está seguro, de que no quiere una cerveza?
Tanner negó con la cabeza.
Jimmy revolvió la grava del sul o con su enorme bota de trabajo.
-¿Pasa algo malo, Jimmy?
Jimmy hizo girar uno de sus grandes hombros, sintiéndose aliviado porque Tanner se lo había preguntado. Ahora, si le contaba algo, ya no sería un chismoso.
-Tengo un dilema, como suele decirse.
-¿Es por una mujer?
Jimmy retrocedió un paso, sorprendido. ¿Cómo podía saberlo Tanner?
-Pues, s, íjefe, es por una mujer.
-Son el mayor dilema del mundo -dijo Tanner, asintiendo con la cabeza con aire de sabiduría.
-No es eso -repuso Jimmy, retorciéndose la barba con los dedos.
SERATO siguió al todo terreno deportivo, Preguntándose qué demonios se traería entre manos el conductor. Apuntó la matrícula. Ya lo comprobaría al día siguiente. Tenía sus fuentes. El deportivo siguió a Siren y después aceleró y siguió carretera adelante, hasta detenerse ante la tienda que abría toda la noche. Serato lo siguió, dejando atrás a Siren cuando esta daba un tropezón junto a la vía del tren. Siren recobró el equilibrio y siguió avanzando, sin soltar nunca el oso de Peluclie.
Serato había vigilado a Siren toda la noche. Primero, el poli la había dejado y no había vuelto. Después, ella se había juntado con aquel tipo rubio y flacucho y había andado por la feria con él. A Serato le divertía pensar que podía habérsela llevado en cualquier momento, sobre todo cuando estaba sola junto al parque de bomberos. El oso era un detalle bonito. Sonrió al recordar el miedo que había visto en los ojos de ella cuando le había entregado aquella corona de globos. Oh, qué apasionante era todo. Ver tales emociones desnudas. Ay, sí: ella era la muchacha de sus sueños. Los dos tenían una relación muy especial, y ningún imbécil con un todo terreno deportivo le iba a estropear la diversión. Siren era suya y solo suya.
Tamborileó con los dedos sobre el volante del coche.
El todo terreno deportivo pasó varios minutos estacionado en el aparcamiento de la tienda. El conductor no bajó del coche ni apagó el motor. Serato entró con su sedán negro en una plaza de aparcamiento desde la que podía vigilar la carretera, la tienda y el todo terreno deportivo.
Esperando.
Vigilando.
Un nuevo Jugador en el Juego.
Se le aceleró el pulso al pensar en lo que pasaría después. Podía apoderarse de ella y perseguir después al conductor del deportivo, o al contrario, en función de cómo se presentasen las oportunidades. Ella podría ver cómo se quitaba de en medio a aquel nuevo enemigo. Ella podría estar presente físicamente, y después Serato la tendría solo para él. Pasó varios minutos jugando con esta idea, trazando mentalmente planes diversos.
TANNER salió a toda velocidad del aparcamiento del parque de bomberos a la calle principal; su humor, al rojo vivo, hacía juego con el rugido del motor de su moto todo terreno, que aceleraba al máximo. Con independencia de si había pasado algo a Siren o no, iba a buscar a Billy Stouffer y le iba a hacer lo que ya debía haberle hecho hacía años.
Matar a aquel bastardo lamesuelos; si lo que había sospechado Jimmy era cierto, claro está.
No tardó mucho tiempo en encontrarla. Estaba sentada en la acera, a poco menos de un kilómetro de la tienda, quitándose un par de zapatos de tacón. Había una gran masa blanca y peluda sentada en la acera junto a ella.
Siren levantó la vista con la cara llena de miedo cuando él se detuvo derrapando junto a ella. "Ahora que he hecho esta aparición espectacular, ¿qué demonios le digo?", se preguntó Tanner.
-¿Tanner Thorn? -preguntó ella, con voz indecisa.
-Ese soy yo -dijo él, echándose atrás en el asiento moto.
Ella miró fondo de la carretera e hizo un gesto de temor al ver que se aproximaban hacia ellos unos faros. Pasó velozmente un grupo de jóvenes que iban en una furgoneta, con la música fuerte, y que les saludaron a gritos al pasar.
-Debe de ser la hora de salida de los cines para automóviles -dijo él.
Ella asintió con la cabeza.
-¿Qué haces aquí, a oscuras?
-Voy a mi casa andando -dijo ella, aparentemente avergonzada.
-¿Una avería del coche?
El sabía que no era eso, pero tampoco quería decir exactamente a ella lo que sabía; al menos, de momento.
-Creo que, hablando con propiedad, ha sido lo que se llama "dejar tirada a una".
-¿Alguien con quien salías?
-Es discutible.
-Ya veo.
Ella lo miró fijamente. Él recordó lo directa que podía ser de niña. Intentó recordar algo que pudiera servir para tranquilizarla, pero no se le ocurrió nada. Sabía que ella era demasiado orgullosa para pedirle que la llevara en la moto.
Se inclinó sobre el manillar.
-Lamento haberte tirado al suelo el otro día. ¿Cómo tiene la cabeza?
- Sobreviviré.
- En Cold Springs no hay taxis.
-Ya lo recuerdo.
“¿Me recuerdas a mí?", se preguntó él- Pasó a toda velocidad un todo terreno deportivo, seguido por un sedán. Siren se puso de pie, con los zapatos en una mano y el oso en la otra.
-Traes a un amigo interesante –dijo Tanner, señalando el oso.
Ella sonrió y a éI se le ablandó el corazón.
-Lexi Riddlehof lo ganó para mí. Me dijo que una cosa que tengo es tuya –añadió, bajando la cabeza y rebuscando en su bolso. Ofreció a Tanner la moneda de oro-. ¿Es tuya?
Tanner asintió con la cabeza y sonrió.
-Me la dio él –dijo, guardándose la moneda en el bolsillo.
-¿Conoces bien a Lexi?
-Todo el mundo conoce bien a Lexi. Es todo un personaje. Fue ilusionista profesional durante muchos años.
-¿Qué hace en este pueblo? ´
-Yo no cuento lo que no debo, y estoy seguro de que él te lo contará si se lo preguntas.
-También gané un pez de colores -dijo ella, tímidamente-. Lexi me lo guarda.
Tanner advirtió que Siren intentaba sujetar el oso con fuerza. Estaba seguro de que los comentarios amables de ella le indicada que se quedara allí, hablando con ella.Tenía algo en los ojos, un gesto de cuando en cuando, que indicaba miedo. ¿Tendría miedo de él?
Se incorporo en su asiento.
-Mira, un amigo mío del parque de bomberos me dijo que te vio caminando hacia aquí. Como yo ya me volvía a mi casa, pensé que querrías que te llevase.
Ella puso cara de sorpresa y de alivio al mismo tiempo.
-Esto no es para una dama -dijo Siren intentando bajarse la falda mientras se sentaba a horcajadas en la moto de todo terreno. Tembló, asomada por encima del hombro de él, murmuró algo sobre el frío que hacía, se ciñó con más fuerza a los hombros el chal gris. Su aliento salió a la noche de octubre en forma bruma que le tocó la mejilla a él.
-Además, está prohibidísimo.
-Es la historia de mi vida.
UN GIRO INTERESANTE. El conductor del todo terreno deportivo debía de haber detectado a Tanner Thorn y a Siren al mismo tiempo que Serato. Serato conocía a Thorn por los últimos artículos que se habían publicado en el periódico sobre los incendios. Investigando un poco, había encontrado informaciones interesantes. El tipo era viudo, y un borracho. Pero en aquellos instantes no era más que un obstáculo en la cuestión del asesinato. Ya era la segunda vez que acudía al rescate de esa mujer. Aquello era muy raro.
El todo terreno deportivo desapareció por una carretera secundaria. Serato dio un giro de ciento ochenta grados y aparcó al borde de la carretera, mirando hacia la pareja, lo bastante lejos como para que no pudieran verlo. Metió la mano tras el asiento delantero y sacó los prismáticos de visión nocturna. Observó la conversación entre el jefe de bomberos y Siren. No le gustaba nada cómo le sonreía Tanner. De eso se trataba: de una especie obsesión. Lo olía. Serato frunció el labio superior. ¡Siren era suya! Era la dama de sus sueños. La expresión de Tanner hizo que a Serato se le revolviera el estómago. Ella no servía más que para provocar a los hombres. Era carne humana desperdiciada. Bueno, era lógico: ¿qué se podía esperar, en vista de sus antecedentes?
Podía tomarlos ahora mismo, pero eso sería una chapuza, y él consideraba que los asesinatos debían ser prácticos y ordenados; por otra parte, la quería sola. Quería tomarse su tiempo. El don de la muerte no debía ser una futilidad sin sentido, sino más bien un ejemplo de su habilidad, que él otorgaba a la persona escogida.
Y él había escogido a Siren McKay.
El hecho de que trabajara a sueldo no tenía mucho que ver con ello. Había llegado a un punto en que estaría dispuesto a hacerlo gratis. Vio que Siren ataba el oso de peluche en la parte trasera de la moto. Se separaron de la acera y salieron a la carretera. Serato esperó con paciencia, y los siguió después a una distancia discreta.Con el espejo retrovisor despejado. El todo terreno deportivo debía de haberse rendido y se habría ido a su casa. Lástima, pero ya se enteraría a la mañana siguiente de todo lo que le hacía falta, y entonces decidiría lo que tenía que hacer. Se mantuvo a discia, pasando por delante de unas cuantas casas, de la entrada del parque estatal y del campo de tiro que le resultaba familiar. Cuando llegaba al cementerio viejo, apareció a su lado el todo terreno deportivo, que avanzaba a una velocidad impresionante.
¿Qué diablos? Serato dio un golpe de ira en el volante. Quién diablos se creía aquel tipo que era? ¿El jodido Harry el Sucio? El deportivo se alejó de él, apuntando a la trasera de la moto todo terreno.
Serato pisó el acelerador.
El deportivo no redujo la velocidad, e iba alcanzando a la moto todo terreno.
Serato reaccionó dando otro pisotón en el acelerador y saliendo al carril del sentido opuesto, que estaba desierto. Tomaron una curva. Tenían por delante el puente cubierto. Serato oyó el quejido del motor de la moto todo terreno cuando Tanner metió la directa. "Debe de notar que el todo terreno deportivo quiere hacerle daño", pensó Serato.Vio claramente la cara asustada de Siren, que se volvió a mirar los faros del deportivo. Le encantaba esa mirada de miedo. Pero no era dirigida a él. Serato, furioso, profirió un grito de guerra, aferrando con los dedos el volante, con la cabeza inclinada hacia delante.
-¡Toma, hijo de perra! -gritó, alcanzando la trasera del todo terreno deportivo y dando un volantazo a su sedán, con lo que dio al guardabarros trasero del deportivo un golpe que bastó para que el vehículo hiciera eses pronunciadas. Un objeto blanco, grande, se desprendió de la parte trasera de la moto y chocó con fuerza contra el parabrisas del todo terreno deportivo, que se desviaba hacia un lado mientras su conductor forcejeaba con el volante.
La moto llegó al Interior del puente cubierto; el motor se perdió ruidosamente entre la seguridad de la oscuridad. El todo terreno deportivo patinaba; su conductor intentaba desesperadamente evitar que volcara. Se detuvo cuando estaba a punto de caerse por el terraplén que daba al río. Le salía vapor del motor y le colgaban de los limpiaparabrisas fragmentos del animal de peluche.
Serato redujo la velocidad de su coche, murmurando una animada selección de palabrotas. Podía detenerse y sacar del coche a aquel gilipollas, o podía seguir. Vaciló. ¿Era posible que alguien quisiera matar a Siren, aparte de la persona que lo había contratado a él? Había creído que lo que había hecho Files había sido un accidente, pero ya no estaba tan seguro. Aquella complicaclón era interesante, y él no quería comunicársela a la persona que lo había contratado. Siren era suya, y de nadie más. No quería que le cancelaran el encargo. Se acarició el bigote. Podría tratarse de un chico borracho, que hubiera salido en busca de algo fácil, esperando darse un paseo loco con la mujercita. Un paseo mortal, al parecer. ¿Algún antiguo amante, celoso? Sacudió la cabeza. Ella había estado fuera diez largos años. Solo un idiota se guardaba tanto tiempo un rencor. No valía la pena esperar tanto tiempo a una mujer. Quizá hubiera debido matar a Files más despacio. El hombre podría haber hablado. Pero, no, no había tenido tiempo para ello. No había tenido elección.
Aceleró, cruzando ruidosamente el puente cubierto y dejando al todo terreno deportivo inmovilizado al borde del terraplén. Encontró un prado llano al otro lado y dio la vuelta. Descubriría quién conducía el todo terreno deportivo, le obligaría a revelar qué se proponía y lo mataría. Su coche recorrió despacio el puente cubierto, acercándose poco a poco hasta la apertura del final, pero el todo terreno deportivo había desaparecido.
Siguió por la carretera de Lambs Gap hasta el pueblo. Ni rastro del todo terreno deportivo. Niente. Qué giro tan interesante había tomado el juego. Aquello significaba una cosa, sin duda: tendría que estar más atento. Hizo crujir su cuello. No podrían seguir ocultándose toda la vida.
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