Muerte en el Barranco de las Brujas



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DENNIS PLATT, de 25 años, agente que fue del Departamento de Policía del Condado de Webster, e hijo de Charles Platt, jefe de Policía, se convirtió en ejemplo del buen policía que se vuelve malo cuando se conoció esta mañana la noticia de que, tras ser puesto en libertad despuésa de ser cusado de agresión a Loretta Thorn y a Siren McKay, de Cold Springs, intentó asesinar a la señora McKay en la escalera del Hospital Holy Manor, de Whiskey Springs, donde la señora McKay acompañaba a Loretta Thorn, que estaba ingresada. Más detalles a las ocho."

Siren apagó la radio de su coche mientras entraba por el camino de acceso rodeando la farola, eternamente torcida. Tuvo que mirar dos veces la fachada de su casa, sin dar crédito a sus ojos. Tres banderas de vivos colores ondeaban en los postes del porche. En la primera aparecían motivos relacionados con la cosecha: calabazas, mazorcas de maíz y melones, de colores anaranjados, amarillos y pardos. La segunda bandera ondulante de seda lucía atrevidamente un signo hexagonal familiar, bordado en color rojo, blanco y negro; ella recordó que era el que representaba la protección. Le vino a la cabeza la palabra blummerstone; ¿o era quizá hexefus? La última bandera, que se agitaba al viento cerca del ventanal, lucía orgullosamente una pareja de distelfinks, aves místicas populares entre los habitantes de Pensilvania de origen alemán, que representan el amor y la longevidad. Los ojos muy abiertos de Siren captaron sus colores turquesa, amarillo mantequilla y rosa. De hecho, su casa había adquirido el ambiente de una trampa para turistas deteriorada. Todo el patio delantero estaba decorado con tiras de espumillón brillante; pero no había rastro del tío Jess.

Evidentemente, el hombre se había vuelto loco.

Entró apresuradamente en la casa, pidiendo al cielo que los periodistas la dejaran en paz. Todavía no había señales de ellos, pero eso no quería decir nada. Aquel lío haría que saliera a relucir todo lo demás.

Corría aire frío por la casa. No advirtió más toques decorativos, y entró en su dormitorio quitándose la sudadera de Tanner. El cerebro le saltaba de momentos de desaliento doloroso a oleadas de gran euforia. Después de darse una ducha, miró los mensajes que tenía en el contestador, que la dejaron muy seria. Todos y cada uno de los clientes habían cancelado sus citas. Se dio cuenta de que su negocio quizá no se recuperaría nunca de la mala publicidad, aun después de que los periódicos publicara la verdad. La predicción que había hecho el tío Jess de que ella no aguantaría hasta el final del invierno llevaba camino de hacerse realidad.

Después de la ducha, de comer algo y de tomarse una infusión, sacó del maletero de su coche la maleta de la tía Jayne. Su contenido era interesante y extraño, y Siren no sabía para qué servían la mayoría de las cosas, pero ya lo iría descubriendo con el tiempo. El fondo de la parte interior de la maleta estaba suelto. Quizá debiera sacarlo, limpiarlo y volver a meterlo. Levantó una esquina. ¿Qué era aquello? Un libro, encuadernado en piel negra, oculto bajo el falso fondo. Un diario, escrito a mano con letra firme, segura y femenina, en una lengua extranjera. No era español ni francés. Tampoco parecía latín.

Mierda.


Le vinieron a la cabeza las palabras de Lexi. "Muchos de los diarios... escritos en gaélico... sobre todo los de las señoras que tenían secretos."

Volvió a meter el libro en la maleta y guardó esta en el desván, bajo el alero del tejado, por si a Jess le entraban ganas de fisgar cuando ella no estaba en casa.


SERATO la vio subir cansadamente por los escalones del porche delantero. Los periodistas no tardarían en encontrarla, y a él le sería fácil esconderse entre ellos. Se quedó sentado, perfectamente quieto, sosteniendo la cara cámara fotográfica Canon entre las manos, que le temblaban ligerísimamente. Aunque alguien lo abordara, él tenía preparadas sus credenciales de prensa. No tuvo que esperar mucho tiempo. Llegaron en tropel, de York, Harrisburg, Carlisle y Gettysburg. Naturalmente, también habían veni dorepresentantes del periódico local, así como de las cuatro grandes cadenas de televisión, con sus furgonetas, sus presentadores y sus operadores. Solo entonces se aventuró a salir. Callado. Discreto. Lo más probable era que ella se acostase. Que durmiera. Él lo pensó, ¡pero se sentía exuberante, excitado y vivo! Aunqu eno la atrapara, la atraparía el viejo. Las caras de los representantes de la presa se arremolinaron alrededor de él al congregarse, ruídosas, en el patio delantero. Salió el viejo con la horca en alto y les dijo a todos que se marchasen a sus casas. Que se fueran de allí. Serato le hizo una foto. Una vez. Dos. Tres veces.

Después, levantó la vista. ¡Allí! En la ventana del dormitorio de la parte delantera. Con el pelo largo y suelto, con los ojos tristes... cansados. La encuadró con el objetivo. Enfocó. Acercó la imagen. El pulso se le aceleró. Más cerca. Sus miradas se cruzaron a través del objetivo. Ella abrió ligeramente los ojos. Fluyó una corriente eléctrica entre los dos.

"No falta mucho, rmí niña bonita, no falta mucho."

Clic. Clic.

El mecanismo de la cámara zumbó.

Y, después, la cara de ella se fundió con la oscuridad de la casa.

SIREN se despertó a oscuras. Pensó en la extraña sensación que había tenido cuando había visto a los periodistas en el patio, desde de la ventana del dormitorio, como si entre aquella manada de sabuesos de las noticias hubiera alguno cuya intención no fuera la búsqueda de la noticia. Recorrió la casa, atontada, y se encontro al tío Jess fuera, en el porche delantero, custodiando la puerta principal con su horca.

-Casi he pillado a uno o dos de esos condenados periodistas -dijo, sin más-. La mayoría se aburrieron y se largaron. Pero todavía sigue allí un tipo con un teleobjetivo. Se cree que no lo veo, pero a un perro viejo como yo no se le engaña. No, señor.

A las siete y media recibieron una llamada telefórnica de Tanner. Nana Loretta había fallecido apaciblemente rmientras dormía. El tío Jess se sentó ante la mesa de la cocina y lloró.

SERATO la siguió hasta la casa de Tanner, en el monte de la Cabeza de la Vieja. Se acarició la barbilla, admirando la casa. Podía hacerlo allí, pero le gustaba mucho más la idea de hacerlo en la cueva. Otro par de faros dobló la curba. Maldita sea. Unn coche patrulla de la Policía Regional de Webster. Qué mala suerte la suya. Bueno, entonces podría entregar su regalo. Esperó a que el polí entrara en la casa, soltó el freno de mano y se dejó caer suavemente ante la casa en forma de A y hasta la carretera rural.

TANNER, abrió la puerta y se sorprendió al ver allí a Billy. Este sujetaba en las manos el sombrero Stetson marrón.

-He venido a pedir disculpas.

Tanner lo miró con cara inexpresiva.

-Hiciste todo lo que pudiste.

Billy torció la cabeza a un lado con inseguridad.

-No por lo de ayer. Por la escena del bar... y lo de las denuncias por conducir bebido. Dennis me tenía engañado, desde luego. He sido tonto.

-Es agua pasada -dijo Tanner, encogiéndose de hombros.

-Por si te sirve de consuelo, lo más probable es que me despidan. Si no lo han hecho ha sido solo porque estamos mal de personal.

Tanner no supo qué responder.

-Tenemos que hablar, ¿sabes? -dijo Billy-. Tenemos que poner las cosas claras. Lo de Jenny.

Tanner apretó el tirador de la puerta con la mano y se le puron blancos los nudillos.

-Este no es buen momento.

-La muerte de Nana. Lo comprendo.

-No: tengo compañia. Puedes pasar, no importa. Hemos estado hablando de ti.

Tanner hizo pasar a Billy a su cuarto de estar. En aquellos momentos necesitaba una copa más que ninguna otra cosa del mundo.

-¿A que no sabes quién se ha pasado por aquí? -dijo.

-Hola, Billy -dijo Siren.

Billy se sentó, incómodo, en el borde de un sillón demasiado mullido. Se volvió hacia Tanner, apretando con las manos el ala de su sombrero.

-Me he enterado de que has perdido el puesto. Mal asunto. Los periódicos os han estado destrozando a los dos con el sensacionalismo. Ya sé que hemos ternido nuestras diferencias, pero lo siento mucho. La semana pasada, Nana sale en los periódicos como bruja, y esta semana... esto... fallece por un suceso desafortunado.

Tanner se encogió de hombros.

-La mierda tiene que ocurrir, supongo.

-Ya te darás cuenta de que el funeral será un manicomio -observó Billy-. Si no tienes nada que objetar, solicitaré algún tipo de presencia policial. No sé si te la darán, pero lo intentaré. Si no, estaré yo allí. Puedes contar con ello.

-No creo que sea necesario -dijo Tariner-.Ya la he heho incinerar, que era su voluntad. Se celebrará una ceremonia privada, pero no será hasta dentro de un mes. Hay varias personas que tienen que venir de muy lejos para estar presentes. También era su voluntad.

Billy asintió con la cabeza.

-Por si te sirve de consuelo, tu despido ha molestado a mucha gente. Se dice que va a haber una insurrección en el próximo pleno municipal -dijo, riéndose y recostándose en el sillón mullido-. Será interesante. El verdadero catalizador de tu despido fue Ronald Ackerman, pero he oído decir que su mujer está declarando una guerra santa en su contra. Los investigadores incendios a los que llamaron no encuentran nada más de lo que encontraste tú: la logia de los Alces, la casa de los Ferguson, casa de Jess y el garaje de Files siguen investigándose.

Tanner miró a Billy con sentimientos contrapuestos. Tenía gracia que en una situación de crisis se encontrase confraternizando con el enemigo. Carraspeó.

-¿Hay alguna novedad sobre Files?

Billy tomó una revista de caza de la mesa de café, echó una breve ojeada a la portada y volvió a tirarla en su sitio.

-Todo el pueblo está aterrorizado. La gente está cerrando con llave puertas que llevaban abiertas veinte años. Han subido las ventas de perros, de armas de fuego y de sistemas de seguridad. Esa vidente loca del pueblo, Madame Rossia, está ganando dinero a espuertas. Está vendiendo papeles de oraciones, ¿no es increíble? Pones un papel de esos en la puerta principal y, supuestamente, Ethan Files no te puede hacer nada. Se ha convertido en un coco con todas las de la ley. Los medios de comunicación están desatados. Todo el mundo exige que se haga algo. Es como si el tipo fuera un maldito fantasma, o algo así.

Tamborileó con los dedos sobre su rodilla.

-Y lo que me preocupa de verdad es que no sabemos con seguridad si fue Ethan quien cometió esos dos asesinatos. Pero, no sé, hay algo que no encaja. Reconozcámoslo: normalmente, dos cadáveres en dos pueblos distintos no suelen levantar tal revuelo entre los medios de comunicación.

Siren seguía en silencio, apretándose una almohada contra el estómago, con los ojos oscuros inescrutables.

-Estoy de acuerdo -dijo Tanner-.Y por eso me alegro de que te hayas pasado por aquí. Puede que no te lo creas, pero Siren ha estado soñando con los asesinatos, y cree que el responsable no es Ethan Files.

Miró a Siren, pero esta no intervino.

Billy se arrellanó en el asiento y se rio.

-No me irás a venir con chorradas de ocultismo, ¿verdad?

Tanner esperó a que Siren dijese algo. Nada. Por fin, Tanner dijo:

-Cuéntale lo de los sueños. Por favor.

Siren titubeó, respiró hondo y explicó sus experiencias. Terminó diciendo:

-No estaba sola en esas escaleras.

-Claroque no -dijo Billy-.Allí estaba Dennis.

-No -dijo ella despacio-; había otra persona. Te juro que Dennis no cayó por sí solo.

-Puede que lo empujases tú escaleras abajo, al resistirte.

-Sé que todo fue muy rápido, pero estoy segura de que no le empujé.

Billy jugueteó con su sombrero, se pasó los dedos por la costura de los pantalones y dio una patadita a la alfombra con la puntera de su zapato negro y lustroso.

-Siren, en el condado de Webster hay mucha gente rara, te lo digo yo; pero hasta ahora no he visto a nadie que se ciña a tu descripción. Creo que has estado sometida a un gran estrés últimamente.

-Entonces, ¿cómo explicas esto? -dijo ella, enseñando la moneda de oro. La hizo girar levemente; su canto reflejó la luz ave del cuarto de estar-. Es la moneda amuleto de Tanner, y yo la encontré en el rellano del tercer piso de las escaleras del Hospital, después de que cayera Dennis. La moneda no estaba allí cuando Dennis me estaba atacando, porque yo pasé la mano por ese mismo sitio.

Billy la rniró con desconfianza.

-Los dos sabemos que Tanner estaba contigo durante la pelea, de modo que él no pudo dejarla ahí; de lo que se deduce que me la dejó otra persona.

-¿Por qué iba a hacer eso? -preguntó Billy, tomando la moneda de la mano de Siren y volviéndola sobre su palma-. ¿Por qué no la dejaste allí? Podríamos haberla analizado. Haber buscado huellas dactilares.

Siren cerró los ojos despacio, y los abrió después.

-¿De verdad? No lo pensé ni por un momento. La recogí, sin más.

Billy tiró la moneda por el aire hacia Tanner, que la atrapó al vuelo y se la guardó en el bolsillo.

-No me convence –dijo Billy.

-Teniendo en cuenta cuántos forasteros hay en el pueblo por la feria de la cosecha, ¿cómo ibas a reconocer a alguien diferente? -dijo Siren-. El tipo no va por ahí con la palabra "asesino" escrita en la frente.

-¿Cómo explicas la exactitud de sus sueños? -le preguntó Tanner.

-No la puedo explicar –suspiró Billy-. A no ser que fuera ella quien cometió los crímenes, claro está.

-Eso es ridículo -replicó Tanner.

-Ya te advertí que diría eso -dijo Siren.

-Siempre has sido un soñador, Tanner -dijo Billy-. Con la cabeza en las nubes, sin ver lo que pasa a tu alrededor.

La expresión de Tanner se agrió.

-Dejando que otros se aprovechen de la situación -dijo.

-El problema es que mis sueños no son premonitorios -dijo Siren, cortando la tensión que reinaba en la habitación-. Al parecer, se producen durante el crimen o pocos segundos antes. Si hubiera alguna manera de adelantarlos, quizá pudiésemos evitar el próximo crimen.

Billy la miró con escepticismo.

-Suponiendo que haya un próximo crimen -dijo Siren, mordiéndose el labio.

Tanner se inclinó hacia delante.

-Puede que la idea sea atrevida, pero vale la pena intentarlo. Podrías describirlo todo, y nosotros podríamos intentar deducir quién es la víctima y cuál es el lugar del crimen.

-Pero no el día ni la hora -dijo Siren, con la voz cargada de desánimo-.Y, caso de que pudiésemos determinar quién es la víctima, ¿cómo le explicaríais que corre peligro de que la asesinen, sin que intervenga la policía? Billy está sujeto a los reglamentos de su trabajo en todo lo que intervenga.

-Lo siento, amigos. Esto es demasiado inverosímil. Creo que los dos vivís en un mundo de fantasía porque no queréis afrontar la realidad.Y, por otra parte, ¿quién ha dicho que yo quería intervenir?

Siren le echó una mirada hosca.

-Vale. Aceptando vuestro pequeño plan, ella tiene razón. No puedo decir al jefe que tengo que custodiar a una persona porque una vidente de orejas puntiagudas me ha dicho por quién ya a ir ahora el asesino.Ya están hartos de Madame Rossia. Ha estado llamando a la comisaría sin parar, y cuando vio que esto no le servía de nada, contó sus predicciones a los medios de comunicación. Dice que habrá un incendio terrible en el pueblo, y después otro en el monte. Dice que un demonio acosará a los puros de corazón: supongo que el demomo es Ethan Files, pero ella no lo llama por su nombre. Son tonterías, nada más. Sí, reconozco que lo de la participación de Files tiene algo de extraño, pero yo no iría tan lejos como para decir que los asesinatos los cometió un forastero. Además, ¿qué haríamos? ¿Esperar a que Siren vuelva a soñar? Eso podría pasar esta noche, o mañana, o nunca -dijo Billy-; y, aun entonces, si lo que me contáis es verdad, tampoco podríamos llegar a tiempo, en todo caso.

Tenía razón.

-Yo sé una manera de conseguirlo -dijo Tanner, pensativo.

-Eso me suena mal -dijo Siren, pasándose la mano por el pelo oscuro.

-¿Cómo? -preguntó Billy, quitando los pies de la mesa de café e inclinándose hacia delante.

-Podría hipnotizarla -dijo Tanner.

-¿Hipnotizarla, tú? -dijo Billy, riéndose-. Yo creía que la que se dedicaba a esos cuentos era ella.

-Adelante, ríete -dijo Siren, frunciendo el ceño.

Tanner se volvió hacia ella, intentando suavizarle la voz.

-¿Estarías dispuesta a dejarme que lo intentara?

-No lo sé -dijo ella, indecisa.

-Deberíamos hacerlo esta noche -dijo Tanner con firmeza.

-Sabes que no puedes garantizar los resultados -dijo Siren-ç-. Puedo darte mucho, o puedo no darte nada.

-Tendremos que arriesgarnos. ¿Qué puedes perder?

-No me trago nada de esto -dijo Billy.

Siren entrecerró los pjos y enmarcó las cejas.

-Si pudiera decirte dónde has estado esta mañana, ¿te quedarías, al menos, para observar el proceso?

-Sin dudarlo.

-Bien -dijo ella, esbozando con los labios una sonrisa seductora. Cerró los ojos, inspiró hondo, y soltó después el aliento despacio-. Estabas en el catre con Benita Prescott. Ella fue también la causante de que te restregaras con hiedra venenosa... las partes pudendas. Aquella noche no la pasaste entera en el Atadero, saliste al lago con Benita.

Abrió un ojo, y después el otro. Billy se sonrojó.

-Te lo dijo ella. Eso es hacer trampa.

-Un trato es un trato -dijo ella, negando con la cabeza.

-Sigo creyendo que esta es la mayor estupidez que he oído en la vida -suspiró él-. ¿Necesitas algo especial para hacer esto?

-Una manta -respondió Siren-. Cuando practico la autohipnosis, a veces tengo frío.

-Hay una en el cuarto de invitados -dijo Tanner, sonriendo-. Subiendo la escalera, a la derecha.

Mientras Billy traía una manta del dormitorio del piso de arriba, Siren se dirigió a Tanner con expresión temerosa.

-¿Qué te has creído que estás haciendo? ¿Por qué le has contado lo de los sueños?

-Porque sospecha algo. Esto le dará algo en qué entretenerse durante una temporada. Sigue creyendo que tú estás relacionada de alguna manera con el crimen organizado. Lo conozco. A partir del momento en que Dennis le metió esa idea en la cabeza, él seguirá dándole vueltas hasta que se quede satisfecho. Revolverá y seguirá revolviendo. No importa que Dennis no anduviera demasiado bien de la azotea. Billy sigue creyendo que tú tuviste algo que ver con el incendio de la casa de tu tío, solo que no puede demostrarlo.

-¿Cómo sabes todo esto, sí no te hablabas con él?

-Confía en mí, nos criamos juntos. Conozco su manera de pensar.

-Bueno, pues a mí no me parece que sea tan buena idea.

-¿Cómo sabías lo de Benita?

-Me lo contó ella esta tarde -dijo Siren con una sonrisa.

Billy entró en la habitación con una manta de viaje india de color rojo, azul y dorado en el brazo. Se la entregó a Siren.

Siren se recostó en el divan, levanto ios pies y se cubrió con la manta la parte superior del cuerpo.

Tanner tomó el mando.

-Billy, ¿qué te parece sí apagas todas las luces menos una? No, así hay demasiada luz. Tengo ahí una vela, en el aparador, en esa palmatoria de bronce. Sí, esa.Tráela, ¿quieres?

-A mí me sigue pareciendo una idea tonta -dijo Billy, frunciendo el ceño-. Me da la impresión de que estoy particiando en una sesión de espiritismo.

-Puede que sea así -dijo Siren, pensativa.

-No empieces con esas tonterías -dijo Billy, poniendo la palmatoria de bronce sobre la mesa de café-. Si empiezas a hablar de esas chorradas, yo me largo de aquí.

Cuando Billy encendió la primera vela, Tanner habría podido jurar que había visto que la llama palpitaba, se dilataba y adoptaba la forma de una cara femenina, casi humana. Pero los ojos eran almendrados y rasgados, casi como los de una gata. Tanner miró a Billy y a Siren, pero al parecer estos no habían percibido la visión. Intentó desentrañar mentalmente el significado de lo que había visto. Entendía la charla de las velas, la longitud y la dirección de las llamas y los mensajes del humo, en su sentido mágico, pero aquello que acababa de ocurrir era completamente nuevo para él. ¿Era buen presagio, o malo? Pensó en Nana, y se le deprimió el corazón.

Cuando la habitación estuvo con la luz convenientemente amortiguada, con Siren tendida en el diván, abrigada con la manta, Tanner se sentó en el borde de la mesa de café para comenzar la sesión. Billy volvió a ocupar su sillón, con los pies plantados firmemente en el suelo.

Al cabo de veinte minutos, Tanner soltó un gruñido de impotencia. ¿Quizá con un poco de fascinación? Intentó meterse en la mente de ella, pero ella lo bloqueaba corno una profesional. Se preguntó si lo estaría haciendo a propósito. Fuera como fuese, no era capaz de hacerla dormir. Echó de menos a Nana, y sintió en el corazón una punzada emocional que le pasó por encima de los omoplatos.

-¿Qué le pasa? -preguntó Billy, bostezando.

Tanner se acercó al sofá, se estiró y se sentó.

-Evidentemente, está claro que no tiene confianza en mí.

-O en mí -dijo Billy.

-Prueba con la poesía -dijo Siren prudentemente-. La que me recitaste hace unos días.

Tanner negó con la cabeza.

-No, delante de Billy no.

-¡Recítale la condenada poesía, por Dios! -exclamó Billy.

La luz vacilante de la vela brilló trémula en la superficie lisa de la mesa de cafeé. ¡Allí estaba otra vez! ¡Esa visión! La cara de mujer en la llama. ¿Sería una advertencia? Por fin, se recostó en su asiento y dijo:

-Esto me resulta incómodo.

Se sacó del bolsillo la moneda de oro.

-Muy bien, Siren. Vamos a intentar usar esta moneda para que te centres en ella.

Hizo girar la moneda hábilmente entre los dedos; su superficie brillante reflejaba la luz de la vela.

-Mira la moneda de oro, Siren, y respira hondo. Bien. Relájate y escucha el sornido de mi voz... sintiéndote segura... y a salvo... eso es... relájate... suéltate... suelta y relajada... bien...

RACHEL ANDERSON estaba sentada, sola y a oscuras, en el cuarto de estar de su caravana. Los niños dormían profundamente en el dormitorio que compartían. Rachel hacía oscilar su cuerpo hacia delante y hacia atrás, cantando repetidamente una misma frase de una nana antigua; su voz, aguda e infantil, le resultaba tranquilizadora. ¿Dónde estaría Chuck? Seguramente habría salido con esa puta de Heather.

Siguió oscilando. Cantando. El mundo estaba en su contra. Lo sabía. Lo había sabido desde el día en que nació. Chuck llegaría a casa borracho, agotado de estar con putas, y se quedaría dormido en el sofá del cuarto de estar.

Como siempre.

Una vez, y otra, y otra más. Nadie la quería.

Oscílaba y cantaba.

O estaría con Ethan.

Ethan, el asesino.

Pensó en eso un rato. Dennis, Ethan, Chuck. Los tres sentados en la cocina, emborrachándose y hablando del plan divino. Ah, se creían que ella no les oía, pero sí que les oía. Ajá.

Y ahora Dennis había muerto.

Y Ethan se había vuelto loco.

Bueno.

Ya no habría más golpes.



No, señor.

Ella podía hacer cosas.

Echar la culpa a Ethan, quizá.

Sí que era una idea.

Por favor, por favor, que se vayan las pesadillas.

Ahora sabía que Chuck se acostaba con Siren. Ah, sí, se le notaba perfectamente. Ese olor. ¡Ese perfume! Y ella había encontrado unas bragas de Siren en la furgoneta de Chuck. ¿De quién iban a ser, si no? Había sido esa perra de Siren, desde el principio. No importaba, ya se había ocupado de ella. Había falsificado informes y los había enviado al programa de asistencia del condado. Se frotó la nuca. Sentía los ojos como si le ardieran. Canta. Cantar la aliviaba.

Se acabaron los golpes.

Era Chuck.Todo era por culpa de Chuck. Si desapareciera él, todo iría bien. Era éI quien le provocaba aquellos dolores de cabeza. Era él.

SIREN sintió que su consciencia seguía resistiéndose hasta que empezó la poesía...

-Tiemblo a su paso. La cola de su vestido oscuro...

Siren cerró los ojos.

-Hasta que vuelva a salir la luz... Déjame recoger brezo...

Sentía que se deslizaba. ¿Debía dejarse llevar? Visiones de su iniciación, Dennis arrojándola al barro... Abrió los ojos, y después dejó que se le fueran cerrando otra vez.

-Tus ojos me enseñarán… lleva a la aurora.

Se sentía muy distante. Sensación de flotar, ese estado de separación que ella sabía que era el estado theta, y ella lo abrazó, aunque podía oírlo todo, hasta el chisporroteo de la llama de la vela.

-Está hipnotizada -susurró Tanner.

-¿Qué hacemos ahora? -preguntó Billy en voz baja.

A Siren le pasó perezosamente por la cabeza la idea de Tanner se había de dejado la última estrofa de la poesía, la que blaba de las brujas, pero estaba demasiado cómoda para decir nada.

-Yo ya había oído esa poesía -observó Billy.

Silencio.

-La escribiste para Jenny.

La poesía de otra mujer. Había estado escuchando la poesía de otra mujer… no era de ella en absoluto. Siren subió en la cresta de una oleada alfa. Subía.

-No la escribí para Jenny, aunque ella la había oído. La escribí años antes de conocerla... para alguien a quien vi en un sueño.

Tanner tenía los labios cerca del oído de Siren.

-Relájate y ve a un lugar especial, Siren, a un lugar donde te sientes segura y a salvo. ¿Dónde está ese lugar?

Ella cayó dulcemente en estado theta.

-¿Dónde estás, Siren?

-Hierba de dulce olor. Túnel. Segura.

-¿Recordará algo de todo esto? -susurró Billy. Siren deseaba que Billy se callara, pero no tenía ganas de hablar.

-Recordará lo que yo le diga que recuerde. Si me olvido de advertírselo, su subconsciente acabará por acordarse de la sesión si considera que la información es importante -dijo Tanner-. Ahora, deja de interrumpirme para que podamos seguir con esto. Podrás hacer preguntas más tarde. Ella se dedica a esto constantemente, estoy segura de que te podrá explicar lo que quieras.

Siren sentía el aliento cálido de él en la cara.

-Siren, quiero que visualices un cuervo, ¿lo puedes hacer por mí?

-Si.

El cuervo entró aleteando en el túnel de hierba y se posó a unos treinta centímetros de ella. Torció la cabeza a un lado. A ella le gustó aquel pájaro.



-Familiar -susurró.

-¿Qué ha dicho? -preguntó Billy.

Siren oyó un leve murmullo iracundo.

-¿Has visto el pájaro, Siren?

-Sí. Bonito. Pájaro.

-Bien. Ahora, mira con cuidado al pájaro. Es muy especial. El ojo derecho del pájaro es la ventana que da al futuro, el ojo izquierdo es la ventana que da al pasado. No le mires el ojo izquierdo. Hoy no queremos visitar el pasado. ¿De acuerdo, Siren?

-Sí -dijo ella con dificultad. Siren pidió al pájaro que volviera la cabeza para que ella pudiera ver el ojo del futuro. El pájaro se negó; solo le presentaba el ojo que daba al pasado. "No, no quiero ver el ojo del pasado", dijo ella mentalmente, con amabilidad. "Quiero ver el futuro. Puede estar en juego la vida de una persona." El pájaro, obstinado, mantenía la cabeza completamente inmóvil, presentando solo la ventana del pasado.

Siren se asomó a aquel ojo a regañadientes, consintiendo en captar los susurros de lo pasado.

-Billy.

-¿Billy? ¿La próxima víctima es Billy?



-No.

La escena se fue desplegando, con los detalles un poco difusos. Una rubia guapa. Discutiendo.

-¿Dónde estás? -le preguntó Tanner. Su voz parecía muy lejana.

-No sé.


-¿Hay alguien contigo?

-El pájaro... y una mujer.

-¿Sabes quién es?

-Su nombre... Jenny.

Se oyeron dos suspiros vivos y simultáneos, pero a Siren no le importó.

-¿Te refieres a mi Jenny? -preguntó Tanner.

-Hazla callar -susurró Billy con impaciencia.

-¿Por qué?

Siren sabía por qué. Sabía muy bien por qué. Jenny estaba enamorada de Billy. Lo había estado mucho tiempo. Los dos hijos de Tanner eran, en realidad, hijos de Billy. Siren se pregu distraídamente si Billy lo sabía. Jenny dijo a Siren, dentro de la mente de esta, que Tanner sí sabía la verdad, solo que no quería recordarla del todo.

-Dice… que quiere que vosotros dos.. maduréis. Que todo… estúpido, de principio a fin.

-Esto es vergonzoso –murmuró Billy-. Se lo está inventando todo. Todo esto lo has organizado tú. Qué truco tan rastrero.

Siren oyó un movimiento repentino, pero no abrió los ojos.

En la habitación había un silencio de muerte, pero a Siren le importaba, ni tampoco le habría importado si la casa explota o si los dos se plantaban cara a cara y se estrangulaban mutuamente. Flotaba, giraba en un amor perfecto y en una paz perfecta.

-Dice que nadie sabe que… la llamaba Nena. Dice… que hacía… cualquier cosa cuando la llamaba así.

-Es mentira -susurró Billy.

-No le gusta... no le gusta en lo que se ha convertido, Billy... demasiado falso... con las mujeres. Dice... que tendrá que pagarlo.

-Son cosas que dice ella. Yo creía que íbamos a intentar enterarnos de quién sería la próxima víctima. Todo esto es una mierda -protestó Billy.

Siren sintió deseos de quedarse inconsciente.

-¿Siren? -dijo la voz de Tanner, muy lejana.

-Parece que está muy pálida, Tanner. ¿Qué le pasa?

Siren se alejó de Jenny, flotando. Volvió a pasar a través del ojo del cuervo y a entrar en el túnel de hierbas de olor dulce y fragante.

-¿Dónde estás ahora, Siren? –preguntó Tanner, desde muy lejos.

-En túnel. Hierba.

-¿Hay alguien contigo?

-Pájaro.

-¿Te está enseñando el ojo del futuro?

-Sí.

-Entra en el ojo.



-No.

-Por favor, Siren. Estás segura y a salvo. No te puede hacer daño nada ni nadie. Por favor, mira dentro del ojo del futuro.

Siren percibía peligro.

-No quiero.

-¿No puedes obligarla? -insistió Billy.

-Ni hablar -dijo Tanner-. No pienso intentar obligarla a hacer nada que no quiera hacer. Además, si ella no quiere, no lo hará. La hipnosis no anula la voluntad de la persona. La persona hipnotizada no hace nada que vaya en contra de sus principios o de sus ideas morales, no revela secretos personales que no quiere que conozca nadie, y no se aventura a hacer nada que le produzca miedo o desconfianza.

-Así que no puedo preguntarle acerca de...

-Deja eso, Billy -le advirtió Tanner.

Billy suspiró.

-¿Qué hacemos ahora?

-Se lo pedimos otra vez. Si se niega, la hago volver.

Siren no quería salir todavía de aquel lugar seguro. Recordaba vagamente que tenía que buscar algo importante.

-Siren, mira dentro del ojo del futuro. ¿Dónde estás?

-Voy -suspiró ella.

-Bien. ¿Dónde estás ahora?

-Fuego. Está aquí... ese hombre horrible... y... quiere cortarme. Vueltas y vueltas. Corremos alrededor del árbol. Atrás. Adelante. ¡Ay! Me he dado un golpe en la cabeza. ¡El cuello! Ay, Dios, tengo el cuchillo sobre el cuello. ¿Quién es ese? Allí tendido. No, no lo hagas... roto... está roto... ¿Se muere?

-¿Quién? ¿Quién está allí? -preguntó Tanner.

-Creo... creo que soy yo.

-No te estás muriendo, Siren, estás aquí, conmigo, segura y a salvo. Distánciate de lo que estás viendo. ¿Puedes hacerlo? Siren, ¿dónde estás?

-No lo sé.

-¿Qué aspecto tiene el hombre?

-Es oscuro. Piel cetrina. Puede. Pelo oscuro. Bigote.

-¿Sabes cómo se llama?

-No. No le veo la cara muy bien... pero... demasiado oscuro. ¿Dónde estás tú? -le preguntó ella a su vez, en tono acusador.

-Estoy aquí mismo.

Siren no respondió. Su mente interior se amortiguó entre imágenes de colores suaves y fluidos. Muy diferentes de sus sueños habituales, en los que todas las imágenes y los sonidos estaban bien marcados.

-¿Dice algo el hombre?

-Dinero. Números. Bancos.

-Lo que está diciendo no tiene ningún sentido, maldita sea -dijo Billy, molesto-. Intenta otra vez enterarte de dónde está.

-¿Dónde estás, Siren?

-No sé. Fuego. Mucho fuego que flota.

-¿Dónde?


Siren giró entre llamas carmesíes, extendiendo los brazos... acariciando...

-i Siren! -gritó Tanner.

Ella optó por no responder.

-Bueno, sabemos una cosa -dijo Tanner-. Alguien ha contratado a un asesino para que la mate.

-Eso es ridículo -dijo Billy-. Todo esto son chorradas. A mí no me parece nada de eso, en absoluto. ¡Qué tontería!

-¿Dónde estás ahora, Siren?

-En las llamas. Más alto, más alto...

-¡Siren!


Se le aceleró la respiración. La frente le empezó a sudar. Calor. Calor que la consumía. La quemaba. La quemaba... acariciándola. Éxtasis. Sensaciones eróticas, abrasadoras.

-¡Siren!


-¿Qué le pasa? -gritó Billy.

-No lo sé. Tengo que hacerla volver. Siren, vuelve al túnel de hierba. Siren. ¡Siren!

-Sí -dijo ella con voz ronca y baja.

-Bien –dijo Tanner, soltando un fuerte suspiro de alivio-. Ahora, sal por el ojo del cuervo, a la hierba. Voy a contar de uno a cinco, y cuando llegue al número cinco estarás completamente despierta y plenamente consciente y te sentirás segura y a salvo, mejor que cuando comenzamos esta sesión. ¿Has entendido?

-Sí.

-Bien. Ahora, vamos a salir, Siren, estamos en el número uno ... dos... tres... vamos saliendo, sintiéndonos seguros y a salvo ... cuatro... eso es, ya casi estamos... ¡cinco! Abre los ojos. Completamente despierta y plenamente consciente, sintiéndote mejor que cuando comenzamos la sesión.



Siren no abrió los ojos. Sentía los párpados como si fueran pesado metal fundido.

-¿Por qué no reacciona? -preguntó Billy, con palabras en las que rondaba el rrn"edo.

-No lo sé. Vamos, Siren. Vamos a intentarlo otra vez.

Repitió la cuenta hasta cinco.

Los ojos se le negaban a abrirse. A ella no le importaba.

-¡Ay, Dios, Tanner, está atascada en alguna parte! -exclamó Billy-. ¡Jesús, piensa algo! ¿Y si llamamos a una ambulancia?

-Claro. Y les decimos que hemos dejado en coma a una chica hipnotizándola. Eso si que caerá como una bomba, señor polí. Tu reputación quedará en la ruina para siempre -dijo Tanner con rabia.

Siren estaba tendida pacíficamente, flotando sobre nubes sin sustancia. A la deriva. Dejándose llevar. Murmuró.

-¿Qué? ¿Qué ha dicho? -preguntó Billy con aspereza.

-¡Vamos, Siren, ven commigo! -le suplicó Tanner.

¿Por qué iba a ir con él? Si se quedaba donde estaba, no moriría.

-Llámala "nena", ¡todas las mujeres reaccionan cuando las llamas nena! -gritó Billy.

-¿Cómo? ¡Hijo de perra asqueroso! -chilló Tanner.

Siren oyó unos pasos fuertes en la alfombra. No le importaba en absoluto. Que se mataran. Les estaba bien empleado. Flotaba, giraba y miraba a los ángeles, mientras la disputa que mantenían junto a ella se perdía a lo lejos. Seres de fuego y asesinos. Nana... todo danzaba ante sus ojos interiores. Nana. No quiero volver. Nana otra vez, diciendo a Siren que tenía que volver. No podía echarse atrás. Esta vez no podía huir. El karma.

Bostezando, abrió los ojos húmedos y vio unas sombras que danzaban. Dos hombres enloquecidos, uno a cada lado del diván, discutían sobre su cuerpo inerte; aunque, naturalmente, la discusión no era por Siren, era por una mujer muerta.

Se incorporó despacio.

-Ay, por Dios, no seáis críos los dos -dijo, irritada-. Si queréis desenterrar a los muertos, id a un cementerio.
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