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RACHEL ESTABA DE PIE ante el Rincón de los Libros, oculta entre las sobras de la tarde. Siren salió por la puerta principal, dobló a la izquierda y se puso a andar abriéndose camino entre la multitud que asistía a la feria de la cosecha. Rachel la siguió apresuradamente, tensando un alambre entre las manos cerradas, que llevaba bajas para no llamar la atención. A pesar del frío, la banda del instituto local de enseñanza secundarla tocaba en el parque y los vendedores ambulantes hacían buen negocio. Le costaba trabajo no perder de vista a Siren, sobre todo cuando esta había sacado de su bolso un gorro de punto verde y se lo había puesto, recogiendo debajo su larga cabellera. Ahora parecía una de tantas.Rachel pasó deprisa ante los puestos de patatas fritas y de buñuelos, intentando no quedarse atrás. Un hombre de ojos oscuros y bigote se plantó ante ella y le dio deliberadamente un empujón. Ella resbaló en una mancha de catsup y cayó sobre una rodilla; el alambre le tembló entre las manos durante un instante, pero ella no sintió nada. Se levantó, pestañeando, buscando de nuevo a Siren. Rachel dejó atrás a la gente que miraba su ropa sucia, la blusa suelta, sus pantalones de chandal blancos con las rodillas sucias de catsup. Una brisa fría le erizó el vello de los brazos, pero ella no sentía nada más que su dolor de cabeza.
¡Allí! Junto al banco. ¿No era aquella la McKay? Rachel abrió más los ojos; el aliento le formaba pequeñas bocanadas blancas de vapor mientras seguía a la mujer de la chaqueta de cuero marrón y el gorro verde. La mujer se desvió hacia la izquierda y bajó por un callejón desierto.
Perfecto.
¡Sencillamente perfecto!
Las sombras de la tarde cubrían los adoquines a ambos extremos del callejón, pero en el interior había una media luz suave. La mujer que iba por delante casi se había perdido en las tinieblas. Rachel oía el taconeo de Siren, que se adentraba en el callejón. Rachel, que iba calzada con zapatillas deportivas, se adelantó corriendo y, antes de que Siren alcanzara la luz de la Segunda Avenida, Rachel cayó sobre ella, tensando el alambre, cortando el cuello de Siren. Siren se tambaleó, emitió un sonido de ahogo y cayó al suelo. Rachel no la soltó; la adrenalina le recorría los brazos mientras sentía que el alambre cortaba la carne. Siguió sujetando hasta que Siren dejó de respirar. Sin mirar a la mujer muerta a la cara, Rachel registró rápidamente el bolso de Siren, pero allí no estaba su diario. ¡Debía de habérselo dejado a Riddlehoff! Salió apresuradamente del callejón y resbaló sobre un objeto metálico que estaba en el suelo del aparcamiento del banco. Se agachó y lo recogió, y pasó los dedos por el borde. Del mango, que tenía tallado un esqueleto, saltó una hoja afilada que relució al sol de la última hora de la tarde. Ella sonrió, cerró la navaja y se dirigió deprisa a su coche.
Se sentía aliviada. El ángel de la muerte le estaba hablando. Ella estaba haciendo lo que debía.
SERATO no daba crédito a sus ojos. En un momento dado su presa caminaba por el callejón, y al cabo de un instante yacía desmadejada sobre los adoquines, con una gran herida en el cuello de la que le manaba sangre a borbotones, y la mujer-duende pasaba corriendo junto a él, con la ropa blanca salpicada de sangre. La asesina le había pasado tan cerca que él podría haberla sujetado con solo extender el brazo. Sus ojos oscuros recorrieron rápidamente la zona. Nadie había observado nada. La banda seguía tocando. La gente reía y gritaba. Los niños bajaban velozmente en monopatín por la acera principal.
¿Cómo era posible que le hubieran arrebatado su trofeo? Sintió palpitaciones de pura rabia en la garganta, y estuvo a punto de salir del callejón para buscar a aquella monstruita y matarla; pero algo le hizo quedarse allí. Un adolescente entró a toda marcha en el callejón en monopatín; las ruedas traqueteaban sobre los adoquines. Un giro, un salto del monopatín, y el muchacho se quedó de pie ante el cuerpo inerte de Siren, sujetando el monopatín con la mano temblorosa y pisando con su zapatilla deportiva el gorro de ella. Cuando se volvió para huir gritando, el gorro se deslizó bajo su zapatilla y se desparramó una cascada de pelo rubio alrededor de sus ojos muertos abiertos.
De pelo rubio.
No era Siren.
Serato salió del callejón rápidamente. Ese sitio sería un hervidero de polis al cabo de poco rato. Lo más prudente era no quedarse por allí.
UNA HABÍA CAÍDO. Faltaba otro. Rachel volvió a la caravana, se duchó y se cambió de ropa. La cabeza le martilleaba sin piedad; el dolor le recorría el cuerpo mientras el agua de la ducha le caía sobre la piel. Mientras se vestía, no encendió la televisión ni la radio: no habría podido soportar el ruido. Llamó a la vecina de al lado y le explicó que tenía una migrafla terrible y que iba a ir al médico. Le preguntó su podría seguir cuidando de sus hijos un rato más. Aquello no agradó mucho a la vecina, pero acabó por acceder. Rachel volvió a salir por la puerta al cabo de pocos instantes.
Tres horas más tarde, estaba sentada en el aparcamiento del Atadero. ¡Él estaba allí en esos momentos! Rachel temió que la hubiera visto seguirlo desde la salida de su trabajo. Al fin y cabo, todo marido conoce el coche de su mujer casi tan bien como a ella misma. Pero él estaba demasiado distraído escuchando música, llevando el ritmo con la cabeza, haciendo eses por la carretera. Ella había intentado seguirlo a una distancia discreta, y estaba segura de que él iría a la casa de Siren McKay, pero se dirigió en el sentido opuesto, hacia Whiskey Springs, y entró por una pista de tierra justo a la entrada del pueblo.
Ella titubeó. No podía seguirlo por una pista de un solo carril. Él la vería, sin duda. Dio la vuelta y se dirigió a Whiskey Springs, donde se detuvo a reflexionar en una tienda abierta las veinticuatro horas. Le pareció increíble su suerte cuando, un cuarto de hora más tarde, pasó velozmente por la carretera principal la furgoneta de Chuck, otra vez camino de Cold Springs. Ya había oscurecido, y ella podía acercarse más. En la furgoneta iba otra persona. ¿Cómo podía ser? ¡Ella había matado a Siren McKay aquella misma tarde, con sus propias manos! Lo siguió de cerca hasta que él se detuvo en El Atadero, y ella siguió adelante sin mirar atrás. Esperó diez minutos, y regresó.
Dirigió el coche hacia el pueblo. Chuck pasaría allí un buen rato. Siempre lo pasaba. Ella tenía que hacer un recado, y después volvería por él.
TANNER Y BILLY llegaron a la puerta hacia las seis y media. A Siren le resultaba difícil creer que los dos estuvieran en un mismo porche sin discutir.
-¿A qué debo este honor? -les preguntó.
Billy fue el primero que habló.
-Anoche, después de hablar contigo, no podía dormir, de modo que volví a casa de Taner. Mantuvimos una larga conversación.
Volvió la vista hacia Tanner, que asintió con la cabeza.
-Llegamos a la conclusión de que, dado que ninguno de los dos habíamos arreglado las cosas con Jenny ni nos habíamos despedido de ella, empezaríamos por intentar perdonarnos el uno al otro -dijo Tanner-. Tardaremos algún tiempo, pero este es nuestro primer paso. Pensamos que a ti te gustaría participar en él.
-Así que hemos traído comida china –dijo Billy, enseñando varias bolsas de olor apetitoso.
Cuando los dos hombres entraron en la casa pisando fuerte, Siren tocó a Tanner en el brazo.
-¿Se lo has dicho? -le pregunto en voz baja.
-No.
-¿Qué os estáis diciendo por lo bajo? –preguntó Billy, volviéndose.
Tanner cerró la Puerta principal.
-Le he dicho que hemos dejado el coche en la parte de atrás. Por si sus sueños eran verdaderos y es verdad que hay por ahí alguien que la acecha.
-No es cosa de risa –dijo Billy-. Esta tarde han asesinado a una mujer en el pueblo. Creen que es verdad que Ethan Files anda siento asesinando a diestro y siniestro. La población parece ahora mismo un maldito pueblo fantasma, y el comité organizador de la feria de la cosecha está más que furioso. La mayoría de los ingresos proceden del desfile infantil de esta tarde y del gran desfile de mañana por la noche. Todos están alborotados. La policía quiere que el alcalde suspenda los desfiles, y los comerciantes piden a gritos que sigan adelante. ¡En qué mundo vivimos!
-¿A quién han asesinado? –preguntó Siren, abriendo mucho los ojos.
-A una turista -dijo Billy, dejando las bolsas en la mesa-. Una mujer de otro estado. Creemos que era fotógrafa. Llevaba encima mucho material fotográfico caro. No le han quitado nada. Empiezo a creer que Siren puede tener razón -añadió, sacudiendo la cabeza-. Ese sujeto no es de aquí. No es Files.
-¿Por qué lo dices? -preguntó Tanner.
-Alguien vio salir a un tipo del callejón, y se ciñe a la descripción del asesino de Siren.
SERATO se acarició la barbilla. El poli y el jefe de bomberos llevaban bolsas de comida. Pasarían allí un buen rato. Llevó despacio el Lexus hasta la carretera de Lambs Gap y se dirigió a Cold Springs. Su hambre iba en aumento, y sabía que pronto debería sucumbir al placer. Le había sentado bien acabar con Dennis, pero no había sido de aquellas experiencias que le saciaban el apetito. Pero, de momento, se alimentaría el estómago. Con suerte, la energía que le aportaría aquello le serviría para la noche que tenía por delante.
Mientras conducía, analizó los sentirmentos que había tenido cuando había creído presenciar el asesinato de Siren. La desilusión, la rabia, la confusión. Estaba seguro de que la mujer-espectro había creído que su víctima era Siren McKay. ¿Qué haría cuando se diera cuenta de que no había matado a Siren, de había asesinado a una desconocida? Serato sacudió la cabeza. El mundo estaba loco. ¿Habría contratado a otra persona el cliente de Nueva York que lo había contratado a él? En tal caso, su cliente era más idiota de lo que había pensado al principio. Nunca se debía dejar un trabajo en manos de un aficionado. ¿Cómo osaba otro a entremeterse en el ejercicio de su arte?
Un nuevo giro, un nuevo hilo en la red. De este se desquitaría.
Serato se sentó en un reservado del fondo del Bar El Atadero. El festival de la cosecha del pueblo estaba en su apogeo y local estaba atestado de gente, el aire estaba cargado de humo de tabaco y resonaban fuertes risas por la sala. Pensó en tantas personas como estaban allí, cada una de las cuales vivía una vida propia y complicada, pero que, en un momento del tiempo, compartían todas un mismo espacio, una misma vivencia, aunque percibida de maneras distintas. Algunas personas interpretaban esta conducta como propia del instinto gregario, pero él comprendía plenamente el momento. La formación de una mente de grupo. Transitoria a veces, como en este caso; en otros, plenamente formada con una fuerza impulsora propia, como el núcleo de un grupo religioso, de un partido político, incluso (pensó, riendo para sus adentros) de una partida de póquer un viernes por la noche. El animal humano era un ser maravilloso. A él le gustaba observar a los borrachos rmientras éI seguía sereno. Algunos volvían de la feria, y otros iban de camino hacia ella.
Mientras cenaba observó a un idiota llamado Chuck que sobaba a una rubia de cabellos de color de miel, pasándole primero las manos por la blusa y metiéndoselas después por debajo de la falda corta, mientras hablaba con voz demasiado fuerte. Ella soltaba risitas y le apartaba las manos. Serato sacudió la cabeza. El hombre estaba sucio, mugriento, con pelo rubio que le caía constantemente en la cara. Chuck se volvió hacia él, gritándole:
-¿Qué miras tú, gilipollas?
Serato notó que estaba entrecerrando los ojos con ira. No llamar nunca la atención en un lugar público. Bajó la cabeza y miró para otro lado.
Chuck se puso de pie, avanzó tambaleándose, borracho, y apoyó las manos en la mesa de Serato.
-Oye, amigo, ¿quieres pelea?
El camarero interrumpió la tarea de secar un vaso.
-Deja en paz a ese tipo, Chuck. No se está metiendo con nadie. Haz tú lo mismo.
Serato no levantó la vista. El camarero se acercó con paso firme y apartó Chuck de la mesa.
-O te portas bien, Anderson, o tu amiguita y tú os largáis de aquí.
Chuck refunfuñó y volvió a su mesa con pasos vacilantes.
Serato se quedó sentado, muy quieto. Sujetaba con fuerza entre las manos su vaso de refresco, lleno de sudor. La muchacha se llevaba a Chuck hacia las mesas de billar. Serato volvió a sumirse en sus propias reflexiones.
Siren. Sí. En el hospital, él se había convertido por un instante en su paladín. Si la vida de ella no le había pertenecido antes, desde luego que ahora sí le pertenecía.Y, después, había dado un empujón a la mujer-espectro, haciéndole perder de vista a la presa que seguía, durante el tiempo justo para salvarle la vida. El universo lo había dispuesto. Se le aceleró el pulso al pensar en los regalos que le había dejado. La rosa, la moneda de oro, y después la navaja. Ella debía de saber que él la había salvado y que éI volvería por ell en el momento oportuno.
Y las fotos. Estuvo a punto de soltar una risita.
Habín aparecido y desaparecido de la noche a la mañana.
Él se había encargado de ello. Mientras ella estaba en el patio, mirando esa farota estúpida, él había entrado a hurtadillas por la puerta trasera y se las había llevado. Muy hábil. Sí, en efecto. Allí mismo, en la mesa de la cocina. Dentro de su propia casa. Sintiendo la energía de ella en todo lo que había allí.
Volvió a pensar con asombro en su pelo, tan largo que le rozaba el fondo de las nalgas. Él quería el pelo. Se implantaría una parte entre el suyo propio, y se guardaría el resto.
Y pronto llegaría el momento perfecto de llevársella.
Serato tomó su cuenta y pagó su comida. Era hora de volver con su amada.
LEXI RIMLEHOFF estaba sentado ante su escritorio introduciendo la información del diario en un programa de ordenador que había diseñado él mismo. No había tardado mucho tiempo en llegar a la conclusión de que aquel era el diario mágico original de la antigua Margaret McKay, aunque Jayne había añiadido anotaciones crípticas aquí y allá, en los márgenes, y había escrito su propio nombre en la portada, quizá para confundir a algún curioso.
Dio una palmada, sin terminar de creerse su buena suerte. En la primera página estaba escrita una bendición protectora del libro, o una maldición, según como se mirara. En la segunda página aparecía una lista detallada del linaje de Margaret McKay que se remontaba hasta la época en que los templarios habían huido del rey y algunos se habían refugiado en Escocia y en Alemania llevándose consigo una buena parte del tesoro de los templarios, según se creía. Le latió más deprisa el corazón cuando encontró alusiones a las vírgenes negras de Francia, a la Sophia de Escocia, y relaciones históricas de los festivales de la primavera y de la cosecha de la gente del campo.
El diario contenía más de quinientas páginas de datos manuscritos, y aunque él podía escanear cada página e introducir automáticamente la información en el sistema, el trabajo avanzaba despacio. Hizo una pausa, se puso de pie y se desperezó.
La noche iba a ser larga, muy larga.
LA CENA se desarrollaba notablemente bien. Billy contaba muchos chistes, subidos de tono pero tolerables. Tanner conseguía estar amable. Cuando sonó el timbre de la puerta, Siren dio un salto, y derribó un envase de cartón de arroz, vacío, al levantarse de la mesa.
-¿Se le ha olvidado la llave al tío? -preguntó Billy.
-¿Esperas a alguien? –preguntó Tanner.
-La puerta no está cerrada con llave; y, no, no espero a nadie –dijo Siren, y salió a abrir, después de disculparse.
Encendió la luz del porche. Wilhelmina Potts, sonriendo como si se hubiera comido a medio pueblo, estaba allí de pie, sujetando contra su amplio pecho un sobre marrón
-¡Hay que ver lo que has hecho en esta casa! ¡Está preciosa! Esas banderas… ¡qué idea tan simpática! Y esa farola… ¡Cielos, ahora sé que he acertado con esta chica! ¿Estás sola?
-El tío Jess ha ido al pueblo…
-¡Estupendo! Podremos pasar un rato de cháchara.
-No estoy…
Pero Wihelmina ya se había colado alegremente en la casa, haciendo oscilar el gran bolso que llevaba colgado del hombro. Cuando Tanner y Billy salieron de la cocina, se quedó paralizada, con la cara helad en una extraña mueca de miedo.
Se volvió para marcharse, pero Billy dijo:
-No tan deprisa.
-¿Qué haces aquí? –le preguntó Tanner, adelantándose.
Wihelmina tragó saliva, abrió la boca y volvió a cerrarla de golpe.
Siren contemplaba la escena, confusa.
-Pues es Wilhelmina Potts. Es cliente mía. Bueno, más o menos –añadió, recordando la llamada que le había hecho Wilhelmina para cancelar su cita.
-De eso nada –dijo Billy.
Tanner se apoyó en la pared y cruzó los brazos.
-¿Por qué no le dices quién eres de verdad? –le preguntó.
Wilhelmina volvió a tragar saliva.
-Estamos esperando –dijo Billy.
-Esto es muy embarazoso –dijo Wilhelmina, intentando escurrir el bulto-. A la muchacha la aprecio.
-Estoy seguro de que sí –respondió Billy-. Pero estás aquí bajo una falsa identidad. Puede que ella no te aprecie tanto a ti cuando se entere de quién eres.
Siren soltó un lento resoplido.
-¿Le importará a alguien explicarme qué pasa aquí?
-¿Quieres decírselo tú, o se lo digo yo? –preguntó Billy a Tanner.
-Te cedo el honor –respondió Tanner.
- Siren -empezó a decir Billy-. Te presento a Madame Rossia.
LEXI no era capaz de creerse su buena suerte. Cómo invocar a los elementales: la tierra, el fuego, el agua y el aire. Como trazar un círculo mágico, cómo llamar a los ángeles y cómo hablar con los muertos. Hechizos para atraer la buena suerte y para alejar el mal. Cómo alterar el tiempo meteorológico y extraer poder de la tierra. Secretos del tarot y de astrología. Página tras página, palabras transmitidas siglo tras siglo, de bruja a bruja. Le temblaban de placer las manos. Leyendas sobre los Sidhe, y cómo invocarlos bajo tu propia responsabilidad; relaciones de éxitos y de fracasos. Registros de nacimientos y de muertes. Recordó un artículoque había escrito años atrás para una revista local, en el que describía las supersticiones de las gentes de la región, descendientes de los alemanes asentados en Pensilvania. Decía algo de la gente del fuego, de sacrificios...
Se levantó de un salto y se dirigió al piso de abajo, llevan el diario bajo el brazo. Repasaría todas aquellas revistas para buscar el artículo, pues siempre archivaba sus notas manuscritas con el artículo publicado. Solo le faltaban diez páginas por escanear. Las escanearía cuando hubiera encontrado el artículo. Estaba rebuscando en el cuarto del fondo de la planta baja cuando sonó el timbre de la puerta de la tienda
Se metió el libro debajo del brazo, con instinto protector, y camino por el pasillo oscuro del Rincón de los Libros. ¿Quién llamaría a esa hora? Miró por el escaparate y no vio a nadie. Las calles estaban desiertas: el desfile infantil había sido cancelado por el asesinato de esa tarde. Aquello sí que había sido horrible. Y justo después de que hubiera salido de allí Siren. Un vaso de papel solitario rodaba por la calzada.
A Lexi se le erizó el pelo de la nuca y se arrepintió de no haber cogido una de las pistolas que tenía arriba. En cuanto se volvió, una piedra destrozó el vidrio del escaparate y le golpeó en la sien; la alarma de la tienda empezó a sonar con estrépito mientras él caía de rodillas. Mientras caía, percibió fugazmente una gabardina azul. Cuando intentó levantar la cabeza alguien le arrancó el libro de la mano y echó a correr.
-SIÉNTESE, señora Potts... esto, Madame Rossia -dijo Siren, sin estar segura de cómo debía comportarse en aquella situación.
Wilhelmina apretaba contra el pecho su gran bolso. En la parte delantera de este aparecía un cocodrilo grande y sonriente. Ella parpadeó despacio, haciendo pensar a Siren en un búho gordo.
-Esto es terrible -murmuró Wilhelmina.
-Si, te hemos atrapado con las manos en la masa -dijo Billy con una sonrisita- Eso debe dar vergüenza.
-No lo digo por eso -respondió Wilhelmina, mientras se le enrojecía la gruesa cara-. Es verdad que la aprecio. Es verdad que me ha ayudado.
-Lástima que ella no pueda decir otro tanto de ti –dijo Tanner, que seguía apoyado en la pared.
Wilhelmina se hundió en una silla Y se puso a dar palmaditas al cocodrilo con su gorda mano.
-Es tan chiquilina que es imposible no apreciarla –dijo en voz baja, como hablando consigo misma.
Siren se sentó frente a ella.
-¿Por qué no empieza por decirme por qué vino aquí?
WilheImina bajó la vista hacia su bolso. Por fin, levantó la cabeza y dijo:
-Para espiarla.
-¿Por qué? -le preguntó Siren.
-Creí que usted iba a quitarme el negocio. En un pueblo como Cold Springs no es facil ser consultora vidente. Si se presentaba alguien a hacerme la competencia, más me valía venirme a este lago y tirarme al agua sin salvavidas. En cuanto aparece el más mínimo rumor malicioso de que y alguien mejor que tú, estás perdida.
Billy se acercó a la silla, mirándola con expresión de enfado.
-No eres vidente de verdad; si lo fueras, habrías sabido que ella no representaba una amenaza para ti.
-¡Perdona! -exclamó Wilhelmina-. La verdad es que acierto más de lo que me equivoco. Sí, reconozco que tuvve celos. Una vidente no es como una bombilla, ¿sabes? ¡No se puede encender y apagar a voluntad! -dijo, chascando los dedos-. Verás, la gente acude a mí con sus problemas. Yo leo las cartas, y las cartas dicen la verdad, pero yo tenía la necesidad de que la gente siguiera viniendo. Tengo que pagar mis facturas ¿sabes?; de modo que empecé a añadir algunas cosas...
Dirigió la vista hacia la puerta, como si estuviera calculando cuántos segundos y cuántos kilos de empuje le harían falta para llegar allí. Acarició con los dedos la imagen del cocodrilo.
Billy no se movió.
Siren seguía sentada con las manos cruzadas sobre el regazi,
Nadie habló.
-Bueno. Temía que si empezaban a venir aquí y a hablar con ella, ya no me pagarían a mí. Así de sencillo. Y entonces vi en las cartas unas cuantas cosas raras, y decidí que debía investigarla a fondo. Estudiar a la competencia. Sacar a relucir algún cotilleo interesante, quizá. ¡Imaginaos mi sorpresa cuando descubrí que era una persona honrada! -exclamó, dando una palmada al cocodrilo con las dos manos.
Nadie respondió.
-¡Está bien! ¡Así que soy una mujer terrible! ¡Lo siento!
Siren escuchaba sin estar segura de cómo debía responder. Debía enfadarse, pero sencillamente no parecía que valiera la pena. Intentó recordar los rumores que había oído a Rachel.
-Dime, Wilhelmina -no se hacía a la idea de llamarla "Madame Rossia"-, ¿cómo interpretas los incendios inexplicados?
Wilhelmina la miró fijamente, probablemente intentando determinar si la pregunta era capciosa.
-¿De verdad quieres que te lo diga? -le preguntó, levantando una ceja.
Billy se dio un golpe en la cabeza con la palma de la mano, paseándose alrededor de la silla.
-Me parece increíble que estés pidiendo su opinión a esta mujer –dijo-. Está majareta.
Wilhelmina carraspeó y amenazó a Billy con un dedo.
-Sé cosas acerca de ti que ni tú mismo sabes –dijo. Echó una ojeada rápida a Tanner, que se sonrojó y apartó la vista.
-Mentira –dijo Billy.
-No me obligues a hablar –respondió Wilhelmina.
-¿Y los incendios? –insistió Siren.
Wilhelmina se inclinó hacia delante, con las palmas de las manos sobre el cocodrilo.
-Creo que no tienen explicación terrenal. Naturalmente, cuando hablo con la gente cristiana y tradicionalista, les hablo de demonios y de diablos, aunque yo no crea necesariamente en ellos; pero ellos sí. En todo caso, creo que la energía es antigua. Creo que los incendios tienen algo que ver con un hecho del pasado, probablemente con la masacre de la Cabeza de la Vieja, y creo que este pueblo corre peligro. Y, sobre todo, creo que Siren es de alguna manera el quid de la cuestión.
Billy se pasó los dedos por el pelo corto y oscuro y sacudió la cabeza.
-Y yo creo que tú tienes murciélagos en el cerebro en lugar de neuronas.
-Eres muy dueño de creerlo, joven –dijo Wilhelmina, recostándose en su asiento.
Tanner se incorporó, cruzó la habitación y se sentó junto a Siren.
-Y yo creo que no eres de confianza -dijo educadamente.
-Tú eres el nieto de la bruja. Bueno, ya he dicho que sentía, no he dicho que fuera honrada.
“En todo caso -siguió diciendo, recobrando al parecer algo de su dignidad-, te he traído esto”
Dio un golpecito en el sobre marrón que llevaba aplastado bajo su bolso, lo extrajo y lo agitó en el aire.
-El otro día, después de nuestra sesión, fui directamente a casa y lo revolví todo hasta que encontré el retrato…¡y tenía razón! Fui a que hicieran una copia para dártela a ti. También quiero decirte que he perdido nada menos que cuatro kilos.
Siren la miró con incredulidad.
-Bueno. Dos y medio.
A Tanner le tamblaban los labios, como si estuviera buscando algo que decir. Billy se inclinó hacia delante. A Wilhelmina le temblaba ligeramente la mano mientras tendía el sobre hacia Siren, quien sintió repentinamente deseos de huir. “No seas ridícula", pensó para sus adentros. "Al fin y al cabo, no es más que un retrato." Pero no pudo evitar la sensación de destino funesto que le impedía levantar la mano para tomar el sobre.
-Vamos, no te va a morder -dijo Wilhelmina-. Ya verás: en cuanto lo veas, me darás la razón.
Siren seguía dudando. Ya sabía que estaba emparentada con las brujas de la Cabeza de la Vieja. Tanner extendió la mano y cogió el sobre. Lo abrió cuidadosamente y extrajo una fotografía ampliada, de dieciocho por veinticuatro centímetros, de un retrato dibujado a mano. El dorso de la fotografía estaba cubierto de palabras escritas con una letra que parecía patas de araña.
-Eso lo he escrito yo -dijo.Wilhelmina, señalando de la foto-. He escrito todos sus nombres para que sepas quiénes eran.
Tanner estudió la foto. Siren no se acercó a ella.Tanner miró a Siren. Miró la foto. Sonrió a Wilhelmina y se volvió a Siren, suprimiendo la sonrisa. A Siren le hormigueó en el vientre una sensación de temor. Billy se puso detrás de Tanner, miró por encima de su hombro y soltó un silbido.
-¡Caramba! -murmuro entre dientes.
-¡Ya se lo había dicho yo a ella! -anunció Wilhelmina ¿Verdad que se parece a esa muchacha del centro? ¡Y era la jefa de las brujas! Y mirad eso: ya os había dicho que había visto a antes ese broche que lleva Siren. ¿Veis ese broche que lleva la muje en el cuello? ¿Verdad que es igual que el tuyo, Siren?
Wilhelmina se acercó a Tanner.
-¡Y esa de allí es mi parienta! –dijo, señalando la foto con un dedo rollizo y dándole unos golpecitos con la punta de la uña, esmaltada de color perla.
Tanner entregó a Siren la foto sin decir palabra. Aunque tenía un poco de grano se veían con claridad los rasgos carcterísticos de cada una de las mujeres que aparecían en el retrato. Aunque Siren no las contó, en el grupo figuraban al menos veinte mujeres. Las de la fila de atrás estaban a pie firme, y las de la fila delantera estaban sentadas, rígidas, con los largos vestidos sin color bien colocados para que les cayeran justamente sobre la parte superior de los pesados zapatos. Todo el grupo se había reunido ante un edificio de ladrillo. Había un gran letrero colado que decía Ballantine. Las tres mujeres centrales exhibían una colcha de diseño complicado, muy parecida a la que había regalado Rachel a Siren. Por el aspecto de su ropa, Siren supuso que el retrato se había realizado en verano o principios de otoño. Todas las mujeres llevaban el pelo de la misma manera, recogido severamente en un moño en lo alto de la cabeza, a excepción de la señora que estaba en el centro de la fila delantera, que no llevaba joyas ni cintas en el pelo. Todas miraban directamente al artista. Ninguna sonreía, a excepción de la mujer del centro de la fila delantera. La primera Margaret McKay, la mujer que había aparecido en el rito de iniciación de Siren. Siren tuvo que aplicar hasta el último gramo de su fuerza para no desvelar que reconocía a aquella mujer.
-¿Ves a la del centro? ¿No se parece a ti? –le preguntó Wilhelmina.
Billy soltó un silbido.
-Billy soltó un silbido.
-Es tu vivo retrato, Siren. Hasta las orejas puntiagudas, el pelo largo, trenzado, y el broche raro. Más que pariente tuya, parece tu hermana gemela.
Siren tuvo que asentir, pero donde se le posó la mirada no fue en la cara sonriente de la mujer del centro, sino en la mujer que estaba al final, a la izquierda, un poco separada de las demás.
-¡Gemma! –susurró Siren-. ¡Es increíble!
RACHEL ANDERSON se frotaba la nuca, mirando la fachada principal del Bar El Atadero. La furgoneta de Chuck estaba aparcada, fría y vacía, en el aparcarniento ajetreado. Estaba orgullosa de sí misma. Había recuperado su diario sin gran esfuerzo. En cuanto había llegado al Toyota, lo había tirado al rnaletero, encantada de que le hubiera resultado todo tan fácil. Empezaba a dolerle la cabeza otra vez. Se puso a oscilar el cuerpo de izquierda a derecha mientras sus labios susurraban el estribillo de la canción de cuna. Las ventanillas del coche empezaron a empañarse. Por fin, con intención de aliviarse el entumecimiento de la espalda, y de atisbar a Chuck quizá, bajó del coche con la cabeza baja y caminó hacia la entrada de El Atadero. No se atrevía a entrar. Como decía Chuck, las buenas esposas no pisaban un bar nunca ,jamás.
Pasó junto a ella, rozándola, una pareja que se reía por lo bajo de alguna broma íntima. Ella esperó hasta que hubieron entrado en el bar y después se aparto a un lado y se escondió detrás de una mata grande de tejo.
El día anterior había descubierto que alguien le había quitado del bolsillo de la gabardina el cuchillo de pelar fruta. Ese alguien debía de ser Chuck. Se estaría asegurando de que ella no pudiera defenderse cuando viniera a buscarla Ethan Files; pero ahora ella tenía aquella navaja tan bonita, ¡y hay que ver que afilada estaba! Echó una mirada rápida a su espalda, temiendo que fuera a aparecer Ethan Files por haber pensado en él. El aparcamiento seguía vacío, y Rachel suspiró con alivio.
Se abrió la puerta del bar y salieron a la noche varios hombres. Rachel apretó el cuerpo contra la pared del edificio, confundiéndose con las sombras, sin apenas respirar.
Nadie la vio.
El dolor de cabeza estaba más fuerte, peor que nunca. Se llevó los puños a las sienes, cerrando los ojos con toda la fuerza que pudo.
Se abrió de nuevo la puerta del bar, dando salida esta vez a Heather Zook, su compañera de trabajo. Rachel abrió los ojos y estuvo a punto de decir algo, pero recogió el brazo y cerró la boca. Volvía a salir una franja de luz de la puerta, que se abría de nuevo.
Era Chuck.
Avanzó por la acera con paso inestable, extendió el brazo, cogió a Heather de la cintura y la besuqueó. Ella soltó una risita.
Rachel perdió todo sentido del tiempo y del espacio.
-¿QUÉ ES LO INCREÍBLE? –preguntó Wilhelmina.
Tanner se mordio los labios, frunciendo el ceño. Billy se metió las manos en los bolsillos.
-La muchacha de la izquierda se parece a una antigua conocida mía –dijo Siren, y soltó una risa nerviosa.
-¿A quién puede ser? –preguntó Wilhelmina, inclinándose hacia delante para captar el máximo chismorreo posible.
-Ah, a una compañera mía de escuela –mintió Siren, echando una mirada furtiva a Tanner. Este desvió la vista.
-¿Hay alguien más que te resulte familiar? -dijo Billy con tono de incredulidad y con una media risita.
-Pues la verdad es que sí. Mira a esta muchacha -dijo, señalando a una mujer joven, frágil, aunque era díficil determinar su edad-. Se parece a una conocida tuya.
Billy levantó los ojos al cielo y frunció los labios.
-¿Cuál?
Siren le acercó la foto. Esta vez fue ella la que tocó una de las imágenes con el dedo.
-Una verdadera doble –dijo.
Billy entrecerró los ojos y después los abrió mucho.
-¡Dios mío! Es… ¡No, no puede ser!
-¿Quién? ¿quién? –preguntó Wilhelmina, subiendo la voz-. ¡No soporto esta intriga!
Tanner se levantó del sofá y entró en la cocin.
-Puede que me equivoque –dijo Siren, intentando disimular.
-No. Es igual que mi hermana Rachel -dijo Billy, tomando la foto de manos de Siren y dándole la vuelta-. Si. “Ina Perkins, dieciocho años” –leyó-. Perkins, ese era el apellido de soltera de mi abuela. Caramba.
A Wilhelmina estaba a punto de caérsele la baba.
Siren volvió a tomar la foto, fijándose esta vez en la mujer del centro, en la que se parecía a ella misma.
-Tengo que reconocer que esta mujer se parece mucho a mí –suspiró.
-¿Quién es? –preguntó Billy.
Siren dio la vuelta a la foto, mientras daba pataditas irregulares en el suelo sin llegar a darse cuenta de ello.
Billy volvió a soltar un silbido, leyendo sobre el hombro de Siren.
-"Margaret Siren McKay". ¡Ese es tu nombre, Siren!
-¿Lo ves? -dijo WilheImina, dando una palmada-. ¡Ya tedije que te encantaría!
Siren no se consideraba "encantada" precisamente.
-¿Dónde están? -preguntó Siren, temiendo la respuesta.
-Vaya, eso era el Ballentine, que era bar... y... burdel.
-¡Estás de broma! -balbució Siren.
-Quia. Era muy conocido en aquellos tiempos. Algunas de las muchachas del retrato trabajaban en el bar. Otras eran de las granjas vecinas, o eran mujeres del pueblo. Una colección interesante, ¿no os parece?
Billy chascó la lengua.
Siren le dirigió una mirada emponzoñada, y se volvió después hacia Wilhelmina.
-Dijiste que cada familia cuenta de manera distinta la leyenda de las brujas de la Cabeza de la Vieja -observó Siren-. ¿Qué tiene de diferente vuestra versión?
Wilhelmina enarcó las cejas con agrado.
-La nuestra se ciñe bastante al relato general; solo que afirma que esa mujer frágil de allí -dijo, señalando a Rachel- se casó con ese predicador que las mató a todas. Era un vagabundo. Todos lo llamaban "el hombre de las Biblias", porque cuando llegó al pueblo iba vendiendo biblias. La verdad es que dudo que fuera un verdadero predicador, después de todo. Llegó al pueblo como si fuera el amo y se puso a hablar con los hombres, diciéndoles palabras bonitas. Para soliviantarlos, ¿sabéis? Pues bien, ella estaba comprometida con otro hombre, pero su padre pensó que le convendría casarse con un predicador. ¡Vaya si se equivocó! En todo caso, fueron y casaron a esa muchacha con el predicador, y él la molía a palos. Fue la única superviviente de la matanza, ya lo sabéis...
Miró a Billy como si este supiera aquello desde siempre. Billy miró a Wilhelmina con incredulidad y sacudió la cabeza rápidamente.
Wilhelmina respiro hondo y sigulo contando.
-De todas rnaneras, en casi todos los relatos se dice que ella fue la primera a la que mataron, ¡pero no fue así! La primera a la que mataron fua a la antepasada de Nana Loretta.
Se puso una mano en la cadera e irguió la espalda.
-Obligó a su mujer a verlo todo, y después la llevó otra vez al pueblo, a la fuerza. Desde entonces, ella no estuvo bien, ¿sabéis?, quedó mal de la cabeza. La gente la oía llorar y soltar alaridos a altas horas de la madrugada. Después de la matanza, las vacas no daban leche. Las gallinas no ponían. Todo el pueblo estaba alborotado. Bueno. Él la dejó embarazada, y ella tuvo al primero, pero se quedó embarazada casi inmediatamente después del partó. Intentó provocarse el aborto con una pieza delgada de metal. Lo que hizo fue matarse. Todos decían que oían sus gritos a lo largo de la Avenida de la Herradura. El médico puso como causa muerte una oclusión intestinal. Debía de estar loca, pues para abortar había infusiones que se bebían y hacían el rmismo efecto... Ay, perdón -dijo, mirando a Billy-. ¿No habías oído esa parte de la historia?
Billy negó con la cabeza.
Siren respiró hondo.
-¿Hay alguna diferencia más? -preguntó. Quería oír todo demás, pero iba perdiendo por momentos el valor de escuchar. Percibía negros recuerdos... pensamientos que era mejor no tocar.
WilheIrmna reflexionó un momento. Siren notó que estaba dando vueltas en su cabeza a los recuerdos como si fueran tortillas en la sartén.
-Ah, sí. Dicen que esta de aquí -dijo WilheIrmina, señalando a la mujer que se parecía a Gemma- dirigía el burdel del pueblo. Ahora es el Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballantine. ¡
Era una alcahueta! La llamaban Madame Georgia. Nadie sabe ya cuál era su apellido, y nadie lo reconoce.Y he oído decir que tu antepasada, Margaret McKay -añadio, haciendo un guiño-, se ocupaba de las señoras. Se encargó de que tuvieran el dinero a buen recaudo en un banco de Filadelfia. Era una mujer con cabeza para los negocios, francamente adelantada a su época. ¡Muchas tamilias deben su prosperidad y el dinero que heredaron de sus mayores a esa señora pequena que sonrie ahí, en el centro de todas!
Wilhelmina respiró hondo y dio una palmadita al cocodrilo de su bolso.
-Uno de los relatos dice que el predicador hizo que espiara a las brujas para descubrir dónde practicaban sus ritos; pero otro dice que fue en realidad Madame Georgia quien llevó al predicador y a su banda de borrachos hasta donde estaban las mujeres. Le prometieron oro: eso hicieron. Pero no le sirvió de nada. También a ella la mataron -dijo, sacudiendo la cabeza.
SERATO vio a la mujer gorda bajar pesadamente los escalones del porche. Dio golpecitos nerviosos con los dedos sobre el volte. En aquella condenada casa siempre había alguien con esa mujer. Puede que el universo dispusiera aquello para alargar el juego. Esperando aumentar la emoción de él. Podía esperar. Pero tenía que registrar la casa. Siren tenía una cosa que él quería. Ya era hora de que entrara allí y lo encontrara.
SIREN cerró la puerta principal. El que dijo que "en este mundo tiene que haber de todo", sabía lo que se decía. Siren no confiaba en Wilhelimina, pero también sentía lástima de ella. No sabía con seguridad si quería volver a ver a aquella mujer. Esperaría, y tomaría una decisión al respecto basándose en los actos futuros de Wilhelmina. Si esta hablaba con la prensa o ponía en marcha la máquina de los rumores, Siren no podría seguir teniéndola como cliente, de ninguna manera. Bueno, pensándolo mejor Wilhelmina no era cliente suya, en realidad: había cancelado su cita, como todos los demás.
Billy alimentaba el fuego mientras Siren entraba con la foto en la cocina, donde todos podrían examinarla con mejor luz. Tanner retiró los platos y limpió el hule.
-Muy hogareño por tu parte -comentó Siren.
Los ojos plateados de Tanner se clavaron en los de ella durante un rato que a ella le pareció una eternidad. Si no estuviera allí Billy, pensó ella, lúbricamente. Extendió las manos y rozó suavemente con las ellas las caderas de Tanner. Él se volvió instintivamente hacia ella.
-Hecho el uno para el otro -susurró él.
El de Siren se movió hacia el de él como atraído por un imán. El sonrió y la besó.
Siren oyó que Billy dejaba caer otro tronco en el fuego y retrocedió hacia la mesa.
Tanner, sin decir palabra, acercó la cafetera y llenó tres tazas. El pelo le caía sobre las mejillas en capas trémulas mientras vertía el líquido negro y humeante. Billy entró en la cocina frotándose las manos.
Billy parloteaba sin parar; sus palabras eran como polillas perdidas que daban vueltas sobre la cabeza de Siren.
-Algunos tenemos un parecido de familia –dijo Siren, sin darle importancia-. ¿Y qué?
-Creo que hay algo más –dijo él, mirándola con atención-. ¿A quién se parece Madame Georgia?
Siren se revolvió inquieta en su silla.
-Venga. Suéltalo –dijo Billy, en tono humorístico.
-Se parece a mi hermana Gemma.
-Eso me parecía a ini mí -dijo él, asintiendo con la cabeza.
-¿A ti? ¿Al que no creía en el ocultismo? ¿A qué se debe? - Le preguntó Siren con sarcasmo. Había algo que le daba vueltas a Siren en el fondo de la cabeza y que la inquietaba.
-Has estado calladísimo hasta ahora, Tanner. ¿Qué opinas tú? -le preguntó, pensativa. .
Tanner pasó los ojos despacio por el techo
-Me reservo mi opinión de momento.
-Yo que creía que tú eras el brujo –dijo Billy-. ¿Y ahora no tienes nada que decir?
Tanner se encogió de hombros, con los ojos clavados en el retrato que tocaba Siren con la punta de los dedos.
-Entonces, Billy, cuéntame: ¿en qué se diferencia tu versión de campamento de la que ha contado Wilhelmina? –le preguntó Siren.
Billy se inclinó hacia atrás en la silla, poniéndola en equilibrio sobre las dos patas traseras.
-Bueno, déjame que lo piense. No recuerdo gran cosa… es decir, no éramos más que niños que queríamos meternos miedo los unos a los otros, y ha pasado mucho tiempo…
Miró a la pared, como si estuviera contemplando el recuerdo en una gran pantalla de televisión.
-No hagas eso -le riñó Siren-: me vas a romper el repaldo de la silla.
Billy enderezó la silla, obediente.
-Me parece que recuerdo lo del burdel... ¿y es verdad que se parece a Genima? -dijo, sacudiendo la cabeza con agrado-. ¡No veo la hora de toparme con tu hermana!
Billy se relamió los labios. Se inclinó hacia delante y tomó la foto.
-No había oído nunca la historia del predicador y de su mujer, claro, hasta eso habría sido demasiado picante para contarlo en un fuego de campamento de boy scouts en aquella época. Mis padres pertenecían a la iglesia Baptista sureña, y no aceptaban, ni aceptan todavía, nada que tenga la más remota relación con el sexo ni con la superstición. Así que, de eso no tenía ni idea... pero había algo de un fuego encantado...
Tanner y Siren se incorporaron poco a poco, inclinándose ambos hacia Billy.
-No recuerdo nada que hablara de un fuego en el relato -observó Tanner.
-SÍ, había algo de unos fuegos que consumían, que tomaban forma de seres humanos, lo contábamos para asustar a los niños más pequefios. Les decíamos que las gentes del fuego iban a surgir de entre las llamas y se los iban a llevar a ellos, en castigo de lo que hicieron a las mujeres los hombres del pueblo. Después, les decíamos que la jefa de las brujas había arrojado una maldición a todos. “Caza, grita, controla el fuego. Y, pronto… -rugió con su mejor voz ronca, inclinándose hacia delante-, vendrá por vosotros. ¡Ella la huele!” Preguntábamos a todos y cada uno de ellos si estaban emparentados con los asesinos enloquecidos. Todos decían que no, claro. Los dejábamos muertos de miedo a los pobrecillos. Así se iban a la cama y nos dejaban solos a los mayores ante el fuego del campamento.
-¿Qué tiene que ver la gente del fuego con la leyenda de las brujas de la Cabeza de la Vieja? -preguntó Siren.
-No lo sé con seguridad. Había algo de que la jefa de las brujas sabía invocar a la gente del fuego. La obedecían. Justo antes de morir, los llamó para que bajaran del cielo, durante la tormenta, y ellos consumieron allí sino a varios del pueblo. Se dice que siempre que está en peligro una bruja del clan, vuelven los fuegos; algunos dicen que como advertencia, otros que como castigo. Si no encuentran al que buscan, se llevan a quien encuentran; o alguna tontería parecida. Otros dicen que la gente fuego sale de las chimeneas para apoderarse de los que no creen. Todo son fantasías. Creía que conocerías ese cuento de fantasmas, tú que eres brujo; o, perdona, nieto de bruja.
Siren y Tanner se intercambiaron miradas.
-Pero sí recuerdo las últimas palabras del cuento: "Y Margaret camina por el bosque de noche, y se apodera del que encuentra para echarlo a su caldero maldito. ¡Y el próximo puedes, ser tú!" Dejó caer el retrato y dio una fuerte palmada en la mesa. Tanto Tanner como Siren dieron un respingo, nerviosos.
Billy soltó una carcajada.
-Los efectos de sonido han sido estupendos –murmuró Tanner con desagrado.
-¡Para eso están los amigos! Puede que todos esos incendios misteriosos se produzcan por ti, Tanner, muchacho. Siempre has estado metido en esas cosas del ocultismo. ¿Eres el jefe de las brujas? -le preguntó Billy con cautela.
Tanner lo miró en silencio, con los ojos entrecerrados.
-No puedo serlo.Tiene que ser una mujer.
RACHEL los siguió corriendo, agachada, asomándose entre loscoches, arrastrando por el asfalto su gabardina azul.
-Tengo que volver a casa -decía Heather-. Tengo que trabajar mañana por la mañana.
Chuck la besó en el cuello.
-Vamos, nena, solo un poco de juerga, ¿vale?
-Esta noche no puedes venir conmigo –dijo ella, sin esforzarse mucho en apartarlo-. Ha venido mi madre de Trenton. Se aloja en mi casa.
-Mierda.
-Sí. Eso es.
Entró un taxi en el aparcamiento, y ella lo llamó.
-¿Qué denionios haces? –le preguntó él, mientras ella se dirigía al taxi.
-Estás demasiado borracho para conducir. Llamé a un taxi mientras estabas en el retrete.
-Mierda.
-Sí. Eso es.
Ella subió al taxi, cerró la puerta y bajó después la ventanilla.
-Hasta mañana por la noche, chico.
Él se besó los dedos con gesto de borracho y le envió el beso agitando la mano.
Rachel temblaba entre dos furgonetas, a menos de medio metro de Chuck. Este no la vio. Se volvió, dijo una gracia y se dirigió a su furgoneta. Rachel fue corriendo a su coche, agachada. Salió del aparcamiento mucho antes que Chuck, que seguía intentando meter la llave en la cerradura de la puerta de la furgoneta.
BILLY esbozó una sonrisita irónica.
-Vaya. Como si las mujeres fueran capaces de dirigirnos. Al catre, tal vez, pero nada más.
Siren torció el gesto.
-Cuando empezabas a caerme bien, Billy, vas y te comportas corno un verdadero latoso.
Billy levantó los ojos al cielo, dándose cuenta de lo que había dicho.
-Lo siento, siempre que abro la boca meto la pata. Caramba, lo siento Tanner.
-No tiene importancia.
Billy se enncogió de hombros.
-Y esto es lo que dan de sí los Imisterios y las locuras antiguas –dijo-. No nos han acercado en nada al verdadero asesino que tenemos, que está matando a la gente al azar o siguiendo algún plan. Pero poco más podemos hacer -dijo, dándose una palmada con las manos en las rodillas-, hasta que a la lenta maquinaria de la Policía Regional del condado de Webster se le ocurra algo nuevo, o hasta que se lleve por delante a otra persona. Con lo de la pobre mujer de hoy, el departamento está siguiendo varias pistas distintas. Por cierto, tengo una noticia para vosotros.
Siren levantó la vista con expectación.
-La chica que encontrron en el contenedor se llamaba Marlene Kinsey, y era una prostituta local, aunque tenía marido y un par de hijos. Vivían encima del Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballentine. Ella trabajaba para Nanette Ballentine a temporadas. Parece que el maridito se largó con los críos cuando Marlene apareció muerta. Ahora lo estamos buscando a él.
-¿Cree la policia que la mató el marido? –preguntó Siren, sintiendo que el estómago le temblaba de miedo. ¡Esos locos pedazos de papel de Nanette Ballentine! Pero los tenía Nana.
-Hoy ha pasado una cosa rara –dijo, entrelazando los dedos sobre el regazo-. El tío Jess encontró un sobre junto a la puerta. Eran fotos. Algunas del tío Jess, otras de mí, tomadas con un teleobjetivo. Venía con ellas una nota que decía: “Todo el mundo tiene su secreto feo”.
Billy se inclinó hacia delante.
-Me gustana ver la nota y las fotos.
-Eso es lo malo -dijo ella, revolviéndose inquieta-. Hay más. El tío Jess me compró una canoa por mi cumpleaños.Yo salí a verla. Él se volvió a la casa antes que yo, y alguien me tiró una piedra a la cabeza. Me caí al lago. Jess me vio intentándo salir del agua y corrió al embarcadero. Cuando volvimos a entrar en la casa, el sobre había desaparecido Y había una navaja de bolsillo en la encimera. Yo me guardé la navaja en el bolsillo de los vaqueros; pero hoy, cuando volví del pueblo, me metí la mano en el bolsillo y la navaja había desaparecido.
Tanner frunció el ceflo.
-¿Te hiciste daño en el lago?
-Solo un chichón. Nada grave.
-Ya -dijo Billy- Un forastero misterioso te dio un golpe en la cabeza, y después mandó a las fotos que salieron solas de tu casa. Te siguió, y te robó la navaja del bolsillo, y todo para que tú pudieras contarme esta historia y yo te tomara por loca, como te tomo, en efecto.
-Ya sé que parece que me lo he inventado, pero al menos el tío Jess vio las fotos y la nota.
-Puede que lo hiciera Jess –dijo Billy-. Podría ser una broma suya.
-No lo creo -dijo Tanner.
Siren apoyó la barbilla en los dedos.
-No sé si esto servirá de algo, pero he oído el rumor de que a Marlene le pagaban para que vigilara a alguien. Puede que la persona que la pagaba la matara. También puede ser que la matara Ethan Files.
Billy jugueteaba con los bordes del dibujo.
-¿Has hablado de esto con tu tío? ¿De las llamadas, del vendedor de globos, del mensaje en el espejo, de los sueños?
Siren hizo un gesto de desagrado.
-De ninguna manera --dijo, moviendo la cabeza-.ya está haciendo cosas de loco, como el signo hexagonal y las banderas que ha puesto ahí fuera. Además, se marcha dentro de dos días -añadió Siren, trazando un círculo con la mano en el aire.
-¿Dónde va? -Preguntó Tanner.
Siren hizo una pausa.
-Se muda. Dice que se va a Boston con Gemma.También él creyó que las fotos eran una broma, pero dice que se marcha porque cree que va a pasar algo muy malo por aquí. No sé. Está viejo.
-Es una pena -dijo Billy, y pareció que lo decía de verdad.
-Lo que me preocupa es que Gemma le hará daño si puede. He pensado mucho en ello, y creo que ella quiere mi finca y las tierras de Jess para construir en ellas. Los dos tenemos terrenos que dan al lago.Y hay una cosa que lo complica todo: el tío Jess me ha dicho que Gemma es hija suya.
Billy soltó un silbido.
Tanner cruzó los brazos sobre el pecho, tosió y apartó la vista.
-Si estás más tranquila, Tanner y yo podemos instalarte un sistema de alarma.
-Pensaba que no me creías -respondió Siren.
Billy levantó la vista al techo y después volvió a mirar a ambos.
-Es verdad que me cuesta creerlo, y es más verdad todavía que pienso que algunas de tus preocupaciones son fruto del estrés pero…
-…se le ha despertado la inquietud -dijo Tanner, adelantándose-, y ya no se le pasa.
-Exactamente.
-Gracias por la oferta -dijo Siren-, pero yo no me puedo permitir un sistema de alarma. Además pensaba que había dejado atrás todo eso cuando me vine de Nueva York; ya sabéis, de esa ciudad donde las madres comnran mantas antibalas para los cochecitos de niño.
Los dos levantaron las cejas.
-¡No estoy de broma! –dijo ella, malhumorad.
-Una manta antibalas no te servirá de nada ahora. A tu asesino le gustan los cuchillos y los puños –dijo Tanner.
-O las piedras –observó Billy.
-Por favor, dejad de llamarlo "mi asesino" –dijo Siren, molesta- Ni es mío, ni lo he creado yo.
-Confiamos en que no –murmuró Billy.
-¿Qué quieres decir con eso? -dijo Siren, irguiéndose con rigidez.
-Los amigos llegan y se van… pero los enemigos se suelen amontonar. ¿No será alguien a quien hayas mandado a paseo? –dijo Billy-. Quiero decir que, reconozcámoslo: esa persona, sea quien sea, no ha intentado hasta ahora hacerte daño físicamente. Puede que se trate de algún tipo con complejo de ángel de la guarda.
-Los ángeles no amenazan a la gente –respondió Siren-. ¡Además, ya te he dicho que no lo había visto antes!
Billy la miró con expresión seria.
-¿Antes de qué? ¿De tus sueños? Tú misma has dicho que el hombre de la feria no se parecía a la persona con la que soñaste, ni tampoco te amenazó abiertamente. Aquí no se ha dado ningún delito, por lo que yo veo.
-Solo tres asesinatos.
-De los que consideramos responsable a Ethan Files.
-¿Y el de la turista de hoy? -dijo Siren, inclinándose hacia delante-. Tú mismo has dicho que alguien vio a un hombre que se ajustaba a la descripción que te di del asesino de los sueños.
-Los testigos no son de fiar -dijo Billy, encogiéndose de hombros-. Podría haber sido otro turista que estaba en un lugar inoportuno y en un momento inoportuno. Por otra parte, el modus operandí es diferente. En cierto modo.
Tanner tamborileó con los dedos en la mesa.
-La están acosando -dijo.
-Técnicamente, no: no hay pruebas -dijo Billy, sacudiendo la cabeza-. ¿Estás segura de que no es un tipo al que hayas visto ialgunas veces, aunque ahora no lo recuerdes? No recordabas a Dennis.
-Ya -dijo Siren, frotándose los ojos con cansancio-. Pero ¿sabes cuántos años han pasado desde aquella única noche?
-Dennis se acordaba de ti...
-Bueno, a lo mejor él es la reencarnación de un elefante -replicó Siren con voz cortante-. A pesar de ello, no reconozco en el asesino a nadie que haya conocido antes personalmente.
-¿Y si es alguien que has conocido, pero no cara a cara? -dijo Billy, dándose unos golpecitos con el dedo en la cara.
-¿Qué quieres decir? -le preguntó Tanner.
-Bueno, ¿y si es alguien que tenía tratos con tu difunto novio?
-¡Podría ser cualquiera! -gruñó Siren-. Era un tipo popular -añadió con sarcasmo.
-Pero ¿y si no es un cualquiera? –dijo Tanner, inclinándose hacia Siren-. Lo que quiero decir es que este tipo es hábil, sueños aparte.
-¿Un profesional, quieres decir? –preguntó Billy, dejando traslucir en su voz un cierto matiz de burla-. Siren, creo que eres una chica muy valiente; pero, hablando en serio, no me parece que nadie necesite enviarte a un asesino profesional; a no ser, claro está, que haya algo en tu pasado que no me hayas contado.
Tanner frunció el ceño.
Siren no dijo nada.
-Se me ha ocurrido una teoría interesante –dijo Billy, agitando el retrato en el aire-. Puede que los incendios estén avisando a Siren de la presencia del asesino de los sueños. En un principio los hizo aparecer Margaret McKay, que los invocó por varios motivos: como advertencia, como defensa y como mecanismo de destrucción definitiva. Todos estamos confusos porque no advertimos la diferencia entre estos tres fines. Y, la gente del fuego anda suelta, como locos violentos, porque nadie sabe como controlarlos. No hay ninguna bruja que les diga lo que tienen que hacer. Peor todavía: tienen hambre. Están enloquecidos de hambre, porque, en circunstancias normales, aparecen, cumplen su misión y se marchan; pero ahora están bloqueados, por algún motivo. ¿Verdad que sería un giro interesante de la situación?
Se puso de pie y empezó a pasearse junto a la mesa de la cocina.
-Y, todavía mejor –dijo, volviéndose hacia ellos-: ¿y si Siren solo sueña con un asesinato cuando hay una llama en la escena del crimen?
Agitó en el aire el dedo índice, se llevó después el dedo la boca y se dio unos golpecitos en los labios.
-¿Qué os parece? Y por eso solo sueña con algunos asesinatos, y no con todos, dado que el asesino tiene experiencia en cosas como esta. O, mejor todavía, dado que es un importante asesino en serio. No lo han detenido nunca, ni siquiera le han puesto una multa de tráfico –dijo, agitando el índice ante ellos-. ¿Y qué pasaría si, ay, ay, qué pasaría si este asesino fuera en realidad un asesino a sueldo, pero fuera también un sádico? ¡O sea, que mata a algunos por contrato y a otros por placer, o intenta combinar las dos cosas!
Hizo un molinete con el brazo por el aire, barriendo el techo con los ojos.
-Y he aquí lo más gordo: en realidad, Ethan Files está muerto, y el asesino lo está usando como tapadera. Todos estamos buscando a Ethan, pero Ethan está muerto y enterrado. ¡Investigadores del gobierno, moríos de envidia!
-Estás diciendo un montón de tonterías, Billy -dijo Tanner-. Yo me he criado con Nana. Si ha habido alguna vez en el mundo una bruja de verdad, ha sido esa mujer. En primer lugar ella no dijo nunca nada de la gente del fuego; y, en segundo lugar, yo no le vi nunca captar un poder tan grande, ni mucho menos. Son cosas que no pasan en la vida real. Tu teoría es un cuento de hadas, igual que la leyenda.Y eso de la pista falsa… eso huele fatal, hombre.
Billy se volvió hacia ellos con expresión seria.
-Ahora entenderéis lo que quiero decir, y por qué no puedo dar rienda suelta a mi imaginación.
Siren no dijo nada.
No estaba demasiado segura de ello.
Aquella tarde, después del incidente del lago, había guardado la horca del tío Jess en el cobertizo. Puede que le conviniera sacarla de allí y dejarla en la casa.
Por si acaso.
CUANDO CHUCK cayó dentro de la vivienda, literalmente, Rachel hizo como si no hubiera oído. Se quedó metida bajo las mantas de la cama que no compartían nunca (salvo cuando él la obligaba), y esperó a oír sus ronquidos en el cuarto de estar. No tenía que temer que los niños lo oyeran. Hacía varias horas que ella se los había llevado a dormir a casa de unos amigos.
La caravana estaba tranquila. En silencio. El grifo de la pila goteaba. Chuck roncaba.
Rachel se levantó despacio de la cama, desnuda. El dolor de cabeza que le había comenzado en el aparcamiento le retumbaba ahora en el cerebro, le enviaba pinchazos de dolor a las cuencas,y por los pómulos. Bajó la cabeza un momento, intentando quitarse el dolor con simple fuerza de voluntad.
No sintió ningún alivio.
Al cabo de unos instantes entro en la cocina de puntillas. Sacó con mucho cuidado la cazuela de hierro fundido del cajón que estaba bajo el fogón. Sonó por la cocina un suave "rinnn”, el roce del metal sobre el metal. Volvió al dormitorio sorteando el cuerpo de Chuck que roncaba, y retiro de la cama la colcha roja. Le plegó cuidadosamente, doblándola en tres partes.
Volvió al cuarto de estar. Puso cuidadosamente la colcha sobre el bulto dormido de Chuck. Este gruñó, soltó un resoplido, pero no abrió los ojos en ningún momento. A ella se le cortó la respiración en la garganta, los hombros se le tensaron de miedo. Chuck no despertó.
Levantó la cazuela; la sopesó, asiéndola con fuerza, apuntando el fondo plano directamente hacia la sien de Chuck, cubíerta por la manta. Una vez que había empezado, ya no se detuvo.
No podía detenerse.
El silbido grave que hizo la cazuela al descender por el aire se convirtió en una melodía monótona. Cuando hubo terminado, jadeó, con los brazos doloridos. Llevó la cazuela a la pila, la lavó y la secó, y aplicó después aceite al metal. Si no, se oxidaría. Guardó la cazuela cantando una nana. Solo cuando notó en la rodilla el peso apreciable de la cazuela se detuvo, agotada, con los músculos de los brazos hinchados por el esfuerzo.
Volvió a entrar en el cuarto de estar y retiró la colcha, sin mirar la cara muerta de Chuck. La echó a la lavadora, tatareando para sus adentros, y cuando terminó el ciclo de lavado la metió en la secadora y, por fin, la puso otra vez en la cama.
Una última cosa.
Su hermano era policía.
Si quería que aquello pareciera realista, no podía acostarse sin más. Tenía que atender a algunos detalles necesarios. Volvió al cuarto de estar, tiró algunas cosas de la mesa de café, y después volcó la lámpara en el suelo. Tomó de la cocina un par de guantes de goma y sacó del bolsillo de su gabardina, colgada en el armario de la entrada, la navaja. Los ojos negros de la calavera la miraban maliciosamente; su sonrisa llena de dientes la retaba a hacer lo que pensaba hacer. Primero limpió a fondo la navaja para eliminar las huellas dactilares que había dejado en ella cuando la había encontrado. Después, pulsó el botón lateral, y la hoja barrió el aire con maldad. Con los ojos cerrados, degolló a Chuck de oreja a oreja, y dejó caer junto a su cabeza aquella navaja tan poco corriente.
Ya estaba. Con aquello bastaría.
No solo eso: había sucedido un milagro.
Se le había pasado el dolor de cabeza.
BILLY esperaba en el coche con el motor en marcha. Tanner se había quedado atrás, esperaba en los escalones del porche a Siren, que se estaba poniendo el chal.
-No le has dicho nada de los niños, ¿verdad? -le preguntó Siren, cuando estuvieron juntos en el porche.
Tanner se subió la cremallera de la chaqueta de piel de gamo y negó con la cabeza.
-Todavía no me he decidido –dijo-.Tengo que dar vueltas en la cabeza a muchas cosas. No somos amigos del alma, ¿sabes? Si lo soporto es principalmente por ti. Agua pasada, y todas esas cosas.
La sombra del porche le cubría la cara, y Siren no pudo percibir qué quería decir con eso. Las palabras de Tanner caían con frialdad en el aire helado.
-Esta tarde he llamado a los padres de Jenny y he tenido una larga conversación con ellos. Les he preguntado qué les parecía que debía hacer yo. Ahora lo están hablando entre ellos. Cuando me llamen, subiré a verlos. Probablemente no será hasta dentro de una o dos semanas. Puede que consultemos antes con un psicólogo infantil, para que nos diga qué es lo mejor. Si se lo digo ahora a Billy, temo que él se presente allí como un cohete. Que monte una escena. Eso sería malo para los chicos.
Siren respiró hondo.
-Me doy cuenta de que no es asunto mío –dijo-; pero creo que no se portaría tan mal. Se avecinan cosas francamente malas. Ya sé que los dos creéis que Wilhelmina está loca, pero yo creo que tiene razón. Te pido, por favor, que se lo digas a Billy esta noche. Es importante.
-Lo pensaré -dijo él, acariciándole la cara con sus ojos plateados.
-Tanner... hay otra cosa. No has dicho nada del funeral de Nana, y el periódico de hoy no decía nada.
Él asintió con la cabeza despacio; los ojos se le humedecieron.
-Voy a celebrar un pequeño acto en su memoria, lo que se llama «un cruce». Quieren asistir varias personas de otros estados.
-Me gustaría estar -dijo ella en voz baja.
-Ya sé que te gustaría; pero... ya te avisaré.
Después, Siren se quedó de pie en el porche, reflexionando sobre la teoría de Billy, y sintiéndose dolida porque Tanner hubiera dudado en invitarla a la ceremonia en recuerdo de Nana.
RACHEL llamó a Billy a la mañana siguiente. Billy vino solo, como ella había esperado. Miró a Chuck, tendido en suelo, muerto pacíficamente, con los ojos fríos y duros.
-Solo te haré una pregunta, Rachel -dijo Billy, mirándola a los ojos-. ¿Has hecho tú esto?
Una larga pausa.
-Ha sido Ethan.
Billy miró sucesivamente a Chuck, a Rachel, y otra vez a Chuck. Cruzó los brazos y cerró los ojos.
-¿Dónde están los niños?
-Durmiendo en casa de unos amigos.
El asintió con la cabeza y abrió los ojos poco a poco.
-Lleva muerto un buen rato, Rachel.
-Yo estaba dormida.
-¿Y no oíste nada?
Ella negó con la cabeza despacio.
-¿Ni siquiera cuando se rompió esta lámpara? –le preguntó él, señalando los restos.
-No.
-¿Hay alguna razón por la que no hayas oído nada?
Ella estaba preparada para esta pregunta. Entró sin decir nada en el cuarto de baño y entregó a Billy un frasco de pastillas para dorrilir. Las lindas pastillas sonaron cuando él agitó el frasco y se lo acercó a los ojos para leer la etiqueta.
-Ya veo -dijo, y se guardó el frasco en el bolsillo-. Vístete, Rachel. Este va a ser uno de los días más atareados de tu vida.
Fue entonces cuando sus ojos se posaron en la navaja poco corriente que estaba junto a la cabeza de Chuck. El asesino misterioso de Siren había actuado de nuevo.
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