A observaciones preliminares



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b. Junto a esta pregunta por el lugar que ocupa la Federación en la estructura de la obra de Schoenstatt se encuentra la posición que ocupa de hecho en la Familia. Esta pregunta hemos de resolverla nosotros mismos construyendo la Federación. Así lo enseñó el Padre. No discutir tanto sino reflexionar nosotros mismos, considerar lo que él dijo, considerar lo que exige la vida y construir de acuerdo a eso la Federación. Si mantenemos después contacto entre todos, podremos complementarnos mutuamente. Lo que uno no ve, lo ve el otro, y viceversa. Si se iniciara un desarrollo erróneo, pronto se verá compensado.

Con lo dicho debería quedar suficientemente aclarado el primer punto a fin de ofrecer una base para el intercambio: el lugar que ocupa la Federación en la Familia en su conjunto.



II. La segunda parte de nuestras reflexiones quiere advertirnos acerca de la originalidad de la Federación, acerca de su carácter diferente respecto de las otras ramas. En este punto quiero recordarles una vez más que este carácter diferente no estriba en las metas. Y deberíamos decírnoslo con claridad: esto no vale solamente con relación a los Institutos —digamos, hacia la derecha— sino también hacia la izquierda: con relación a la Liga y al Círculo de Peregrinos. En las metas somos todos iguales. Debemos mantener esto con firmeza porque el Padre proclamó como meta para todos llegar a ser un santo, aspirar a lo grande y a lo máximo posible. También el Señor dijo a todos en su evangelio: «sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial». Y una de las constataciones tal vez más importantes del Concilio es el hecho de que todo cristiano, también el laico, está llamado a la santidad y puede y debe llegar a ser santo. En las metas, en el espíritu de comunidad, de santidad, de apostolado, no existe diferencia alguna entre las ramas, entre Instituto, Federación y Liga, La diferencia consiste sólo en dos puntos: primero, en los medios y caminos, y aquí agregamos una vez más: en los medios y caminos exigidos en forma obligatoria por cada una de las ramas, no en lo que el miembro individual hace o asume en forma voluntaria. La segunda diferencia-consiste en la forma jurídica de cada una de las ramas.

  1. Hablamos ahora en primer término sobre la delimitación de la Federación respecto de la Liga. La diferencia esencial de la Federación con respecto a la Liga es una vinculación más fuerte a la comunidad de la que exige la Liga —de la que exige en forma obligatoria, no en el sentido de la aspiración al ideal—. En este punto podemos decir por cierto que la Federación es comunidad de vida. Seguramente aparecerá aquí de inmediato la pregunta: ¿qué tanto lo es? En la Jornada sobre Principios puede leerse la siguiente expresión del Padre: la tarea de los jefes de grupo y. en general, de la conducción de la Federación es relacionar mesuradamente entre sí todos los lazos de vida de los miembros. Él menciona tres puntos de vista. Según el Padre, el jefe de grupo es responsable, en primer lugar, por el buen nombre del miembro, en segundo lugar, por su aptitud profesional y rendimiento y, en tercer lugar, por su salud. En ese momento, el Padre no pretendía decirlo todo. Destaco esos puntos de vista porque son particularmente importantes pero sentimos que su inquietud esencial es captar la vida entera.

Agreguemos cómo se exterioriza hacia fuera esta comunidad de vida de la Federación. Ayer ya hablamos al respecto: se exterioriza en los grupos regionales de la comunidad oficial y en los cursos supra-regionales de la comunidad libre. Ambos pertenecen a la esencia de la Federación. También es expresión de esta comunidad la rendición de cuentas al jefe de grupo, tal como fuera fijada ya en Hoerde. Me permito pedirles que relean la carta que el 20 de noviembre de 1919 escribiera el Padre a los jefes de grupo. En esa carta señaló la importancia decisiva que reviste el jefe de grupo en el hecho de que es responsable de que esa rendición de cuentas haya sido correctamente presentada al confesor. Nos encontramos aquí ante una pregunta seria para nosotros, a saber, la pregunta acerca de cómo es posible todavía hoy, en general, una tal rendición de cuentas al confesor. Pero no podemos tratarla ahora.

Por tanto, la Federación no es según su esencia una asociación —si me permiten expresarlo de ese modo— sino una comunidad de vida. Al decir esto aparece una cantidad de preguntas. Digamos, en lugar de comunidad de vida, familia. ¿Hasta dónde y a través de qué es familia la Federación? Como saben, Schoenstatt en cuanto organismo total tiene carácter familiar. Esto se da con la mayor intensidad en las comunidades de techo y mesa. Pero el carácter de familia vale para todos, también para la Liga. Por eso deberíamos responder propiamente la pregunta: ¿en qué medida y a través de qué es familia la Federación? No podemos dar tratamiento a todas las preguntas puesto que llevaría demasiado lejos. De todas maneras, podemos designar a la Federación como familia porque se captan todos los lazos de vida y porque en la Federación se ha de crear para sus miembros un hogar, un nido para la vida.

Aquí emerge una segunda pregunta que sólo mencionaremos pero a la que no daremos tratamiento. ¿Hay diferencia entre la Federación de la persona virginal y la de la persona casada, o sea, entre la Federación de sacerdotes y la Federación de mujeres por un lado y la Federación de madres, la Federación de hombres y la Federación de familias por el otro? Seguramente se puede reconocer con facilidad el motivo de esta pregunta. Tanto el sacerdote como la mujer profesional no casada necesitan un hogar en la Federación de una manera totalmente diferente que la persona casada. Tal como ya se ha podido escuchar ayer en los diferentes informes, para la persona casada la familia es ciertamente el primer hogar. Por eso la pregunta: ¿qué desplazamientos de acento se dan entre las Federaciones virginales y las no virginales? Con ello no se ha dicho nada en contra de que el espíritu de virginidad debe estar vivo también en la persona casada. En efecto, el espíritu de virginidad es en última instancia el espíritu de los consejos evangélicos, el espíritu de los votos. Y a ese espíritu aspiramos también como Federación. A partir de los puntos de vista mencionados puede verse también con facilidad cómo se puede y hasta se debe llegar a plantear la pregunta acerca de cuál es la diferencia, por ejemplo, entre sacerdotes de la Federación y sacerdotes del Instituto. Ni unos ni otros son casados, ambos grupos están arraigados en su rama de tal modo que, en ella, son familia. ¿En qué se diferencian, entonces? Algo semejante vale respecto de la Federación de Mujeres y el Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt. ¿Dónde reside la diferencia? Aun cuando hoy no podamos dar respuesta a todas las preguntas, deberíamos introducirlas claramente en nuestro campo visual.

En virtud de que, por su esencia, la Federación es comunidad de vida —y, utilizando una vez más la palabra—, Familia, hemos de decirnos también que, esencial y primariamente, la Federación es comunidad de educación y sólo en forma secundaria comunidad de trabajo o de tareas. El acento del trabajo de la Federación recae, según lo dicho, en la educación. A partir de la historia puede verse que el Padre frustró con férrea consecuencia todos los esfuerzos por hacer de Schoenstatt primariamente una comunidad de trabajo. Esfuerzos semejantes los encontramos dos veces en la historia de Schoenstatt. La primera vez, con ocasión de la fundación de la Congregación Mariana: algunos jóvenes querían abrir una sección social o una literaria. El Padre se mantuvo firme en que no entraba en consideración ni una sección social ni una literaria. Sólo dos secciones tenían lugar para él en la Congregación: la sección misional —hoy diríamos seguramente sección apostólica— y la sección eucarística — hoy diríamos tal vez sección para la autoeducación o para la vida interior—. La segunda oportunidad fue en Hoerde. También allí hubo esfuerzos —si bien provenían más de los nuevos— por colocar el acento en la acción y las tareas exteriores. Se hicieron tres propuestas: fundar un partido político, un movimiento social, una liga de abstinencia. Los participantes que habían venido de Schoenstatt con las instrucciones del Padre rechazaron todo eso: seguiremos siendo con unilateralidad orgánica un movimiento religioso-moral. Por eso, también para nosotros como Federación rige hoy que somos primariamente comunidad de educación y sólo después comunidad de tareas. Hemos de agregar, sin embargo: comunidad de educación para el apostolado. Nuestro objetivo es educar apóstoles, hacernos capaces y dispuestos apostólicamente. Y no deberíamos olvidar lo siguiente: se puede realizar también conscientemente el apostolado desde el punto de vista de medio educativo: las tareas apostólicas pueden tener también efectos educativos. Se aprende a ser apostólico siendo apostólico. Pero entonces, el acento no recae en el logro apostólico sino en el valor educativo de la actividad apostólica.



3. Nuestro carácter diferente respecto de la Liga se funda también en nuestra tarea como comunidad de dirigentes. La misma requiere un mayor nivel de vinculación a la meta y a las personas de la comunidad. Esta mayor entrega a la meta exige un mayor aprovechamiento de las fuerzas de la comunidad, de la fuerza de la unión. En común se es más fuerte que solo. Esta fuerza de la unión, las ventajas del trabajo en común en el reconocimiento de la meta y en la aspiración a las metas comunes, la fuerza del impulso recíproco, del entusiasmo comunitario, etc., deben ser promovidas por la Federación y ser colocadas por ella al servicio de la tarea apostólica común.

a. En este punto me permito advertir ya respecto de una meta de nuestra Familia de Schoenstatt acerca de la que volveremos a hablar más adelante: la meta de la Confederación Apostólica Universal. Schoenstatt como tal es una comunidad tan plurimembral que ya a un schoenstattiano le resulta difícil no perder de vista el bosque frente a tantos árboles, que puede resultar difícil abarcar las muchas subdivisiones y grupos y, además, las muchas y variadas corrientes e ideales. Este carácter plurimembral del mismo Schoenstatt y la meta de la Confederación Apostólica Universal exige de las comunidades de dirigentes de Schoenstatt que vean como una de sus tareas principales cuidar de la unidad de toda la Obra. Pero esta unidad interior no ha de ser alcanzada por medio de medidas jurídicas. En este contexto quiero hacer referencia al Consejo General de la Obra. A menudo se plantea la pregunta —y el mismo Consejo se la plantea— acerca de cuáles son los derechos que tiene el Consejo General. La respuesta es: ¡casi ninguno! A modo de comparación podemos pensar en las Conferencias Episcopales. Estas toman resoluciones pero cada obispo puede hacer en su diócesis las cosas como le plazca. Ningún obispo está jurídicamente obligado por las resoluciones de la Conferencia. Así, tampoco el Consejo General de la Obra puede obligar a nadie a seguir una determinada línea. No hay recursos jurídicos para ello. La unidad de la Obra debe establecerse por medio de corrientes de vida. Nuestra Obra, tan descentralizada, debe mantener su cohesión mediante una múltiple centralización vital. Me permitirán insertar ya aquí lo que habría que decir todavía más adelante: las instituciones que garantizan esa centralización vital y han de mantener de ese modo cohesionada la Obra en su conjunto son las comunidades de dirigentes, o sea, las Institutos y las Federaciones. Y, según mi opinión, esta es también la razón más importante por la que las Federaciones deben ser internacionales. En efecto, hoy experimentamos ya el problema de que cada diócesis y cada párroco pueden hacer y hacen de hecho lo que quieren. Este peligro se hace cada vez mayor. Trasladen ahora esto mismo al mundo entero, a las naciones. Si no cuidamos de que en todas partes del mundo haya hombres que estén formados a partir del mismo espíritu, la unidad de la Iglesia no está asegurada. En esto reside una fuente para nuestra internacionalidad. No obstante, hemos de tener en cuenta lo siguiente: estar formado a partir del mismo espíritu no significa solamente haber recibido la misma formación, haberse adquirido los mismos conocimientos. Más importante y hasta decisivo es estar en las mismas corrientes de vida. Pensemos, en este contexto, en los Jesuitas. Ciertamente, ellos tienen más que cualquier otra orden una formación unitaria y una larga capacitación. ¡Y cómo se encuentran hoy Jesuitas contra Jesuitas! Incluso en el ámbito público. Lo que hace nuestra fortaleza son las corrientes de vida unitarias. Tomemos como imagen de esto mismo el símbolo del Padre: el viaje del Padre en el símbolo a través del mundo entero, la corriente del Padre. Como Familia de Schoenstatt no nos mantenemos unidos en primer término mediante el conocimiento sino mediante tales corrientes de vida. La experiencia demuestra que una unidad basada en el puro conocimiento no se mantiene a la larga. Deben ser captados el corazón y el sentimiento y con esto -la vida toda. Por eso, las ramas que son responsables de esa unidad no necesitan sólo los mismos libros, las mismas doctrinas, s¡no corrientes de vida unitarias. En los Institutos, esto está asegurado a través de la conducción común internacional. A mi me parece que en las Federaciones debería ser exactamente igual.

b. Esto vale tanto más cuando dirigimos la mirada hacia la Iglesia de las nuevas riberas.

aa. Esa Iglesia se caracteriza por una fuerte pluralidad, como se dice hoy en día. Lo obligatorio para todos se reduce. Las diferentes diócesis y naciones reciben más libertad. Con ello se da una fuerte descentralización. Sin embargo, con esa descentralización crece asimismo el peligro de que los diferentes miembros vayan también por sus propios caminos, caminos que no coinciden ya con la totalidad de la Iglesia. Quien conoce la vida conoce también la ley que dice: toda fuerte descentralización en un ámbito debe ser compensada por una centralización más fuerte en otro ámbito o, mejor, de otra manera. Si se descentraliza en lo organizativo, hay que centralizar en lo espiritual. Recordamos aquí una expresión que escribió nuestro Padre haciendo referencia a la relación entre la Central de Asesores y la diócesis. Él se manifestó a favor de una gran pérdida de poder organizativo y jurídico por parte de la Central pero agregó de inmediato que se debía cuidar de que la Central tuviese una gran plenitud de poder de espíritu y de vida. Si esa compensación no se produce, ello significa el debilitamiento o hasta la disolución de la Obra. No queremos olvidar estas perspectivas en la construcción de la Federación. La misma se caracteriza —hablaremos todavía de ello en la delimitación respecto del Instituto— por la modalidad fuerte y original de su disposición hacia la libertad. Esta fuerte disposición hacia la libertad exterior debe ser compensada por medio de la corriente de vida unitaria en la Federación. Toda descentralización debe ser compensada por centralización. Algo semejante observamos en la educación. El secreto de la educación —trátese del padre o de la madre, del maestro o del sacerdote— consiste en conservar el justo medio entre lejanía y cercanía.

bb. Hay otro motivo que habla a favor de poner un fuerte acento en la centralización —pensamos en este contexto en la internacionalidad de la Federación—: la Iglesia de las nuevas riberas es en forma pronunciada una Iglesia de diáspora. A la pluralidad interna se agrega esta situación exterior de diáspora. El mundo que rodea a la Iglesia es, por lo menos, ateo, ampliamente anti-teísta. Y, por el poder de los medios formadores de opinión (prensa, radio, televisión), todo cristiano y toda comunidad están expuestos a una influencia ininterrumpida de orientación contraria. Ciertamente podemos caracterizar la situación diciendo que la vida de los fieles está inmersa en una tendencia cada día más fuerte a la descentralización. Sin duda, es fácil darse cuenta de que, si a esa tendencia no se opone una todavía más fuerte hacia la centralización espiritual, la Iglesia no será capaz de enfrentar esas influencias. Este me parece ser el motivo por el cual, a partir de la misión de nuestra Familia, también nuestras Federaciones deben ser internacionales.

III. ¿En qué consiste ahora el carácter diferente de la Federación con respecto al Instituto? Una vez más, digamos para comenzar que tenemos la misma meta en común con los Institutos. Me permitirán que designe aquí esta meta con una palabra que desempeña un papel decisivo en la comparación con los Institutos: la palabra libertad. Con los Institutos, es más, con toda la Familia de Schoenstatt, tenemos como gran meta en común un grado lo más alto posible de libertad. La mayoría de las veces mencionamos como nuestra meta el hombre nuevo en la comunidad nueva. La característica última de este hombre nuevo y de esta comunidad nueva es un grado lo más alto posible de libertad para Dios, para sus planes, para el bien, para la Santísima Virgen, tal como lo expresaba una y otra vez nuestro Padre. Hemos de ser libres a fin de ser un instrumento lo más apto posible en manos de la Santísima Virgen, un instrumento lo más apto posible para la conducción del Espíritu Santo. A esta meta aspiran tanto los Institutos cuanto las Federaciones. A la misma meta aspira también la Liga. Pero este alto grado de libertad interior expresa al mismo tiempo un grado igualmente alto de vinculación interior a Dios, a su misión y a la Familia con su misión. Tampoco aquí vemos diferencia alguna entre Federación e Instituto.

1. Instituto y Federación son diferentes en los caminos hacia la meta, en las formas y medios con los cuales aspiran a esas metas y las viven.

a. El ámbito central en el que se muestra esta diferencia es la vinculación jurídica a la comunidad. Recordamos una vez más que el fundamento de subdivisión para la Familia de Schoenstatt consiste en el grado mayor o menor de vinculación comunitaria obligatoria que tenga la respectiva comunidad. Aquí reside, pues, la diferencia entre Instituto y Federación.

aa. El tipo de vínculo puede ser interior: en esto no hay diferencia alguna. Pero el tipo de vínculo puede darse también en forma organizativo-jurídica. Una diferencia jurídica de este tenor puede ser exteriormente visible. Esto es así en la comunidad de techo y mesa de los Institutos. Más aún cuando los Institutos tienen un hábito comunitario, como es, por ejemplo, en las Hermanas de María. En su caso hay también hermanas externas que, estando fuera de la comunidad, no llevan hábito. Pero el hecho de que lo lleven o no lo determina no la hermana individual sino la dirección. En este punto, pues, dependen de los superiores.

bb. Y con esto nos encontramos frente a la diferencia interna entre Instituto y Federación. La misma estriba en los vínculos teológico-morales y jurídicos. En estos distinguimos de nuevo entre vínculos religiosos y vínculos de puro derecho natural. Con los vínculos religiosos se adquiere una obligación de conciencia frente a Dios en base a la virtud de religión. Vínculos de este tipo son los votos, el juramento. Los vínculos de derecho natural obligan en base a la virtud de la justicia. Son vínculos como los que todo ser humano adquiere, por ejemplo, en un contrato de trabajo o en otros contratos. Un contrato tal obliga en la forma y en la medida expresada en su texto.

En los Institutos hay dos de estos vínculos de derecho natural: el vínculo de fidelidad, en el que uno se obliga a cumplir el contrato- mientras dure su vigencia. Como sabemos, en los Institutos, después de tres contratos temporales sigue e! contrato definitivo. Pero, también después del definitivo, el miembro sigue teniendo el derecho a la rescisión con un plazo determinado. El segundo vínculo es el de obediencia a los superiores de la comunidad. La Federación no tiene ninguno de estos dos vínculos. En ella tampoco hay superiores con e! derecho de obligar en conciencia al miembro individual.

La única diferencia permanente entre Instituto y Federación son estos vínculos teológico-morales y jurídicos: el Instituto los tiene, la Federación no. Tomen, por ejemplo, a nuestros sacerdotes: que estén en la Federación o en el Instituto no es algo exteriormente visible. Sólo estos vínculos jurídicos diferencian Instituto y Federación. Una integrante del Instituto Nuestra Señora de Schoenstatt o un sacerdote diocesano del Instituto están ambos jurídicamente vinculados, ambos pueden rescindir su contrato con un plazo determinado. Un miembro de la Federación puede renunciar cualquier día o, mejor dicho, en la Federación no hay plazo de renuncia. Los Institutos tienen superiores, las Federaciones no. La diferencia decisiva consiste, pues, en el menor vínculo jurídico o en la mayor libertad exterior.



b. Estos vínculos exteriores (contamos ahora tanto los vínculos propiamente dichos cuanto también las formas exteriores: la comunidad de techo y mesa y el hábito) son, por supuesto, no sólo cosas exteriores sino expresión de una actitud interior. Son una protección para esa actitud y un medio para conservarla, profundizarla y asegurarla. El núcleo de los vínculos exteriores es, pues, el vínculo interior. Con ello se ha dicho al mismo tiempo que tales vínculos exteriores y jurídicos son una ventaja y una ayuda. Así, el hábito sacerdotal es una protección para el sacerdote. Tanto él como otros se comportarán de manera diferente si lleva puesto el hábito. Por supuesto, también puede suceder que un sacerdote vestido de civil suba al tren y sea recibido con el saludo ¡Alabado sea Jesucristo!

2. Pero ahora debemos extraer también las conclusiones que se siguen de esta estructura. Como la Federación no tiene esos vínculos exteriores, que pueden y deben ser una ayuda, su acento recae en la vinculación interior. La tarea principal en la Federación ha de consistir en procurar a través de la educación que esa mayor libertad exterior sea utilizada correctamente. La Federación depende aún más que el Instituto de un auténtico y asegurado cultivo del espíritu. Permítanme que haga aquí referencia una vez más a la carta del Padre a los jefes de grupo, fechada el 20 de noviembre de 1919. La meta de la Federación es formar educadores educados. Seguramente, esto vale para todas las ramas, pero más que nada para la Federación. Apóstoles son educadores formados, conductores conducidos, conducidos y formados por la comunidad, no en primer lugar por una autoridad exterior sino desde dentro, animados de espíritu, guiados por el Espíritu Santo. A partir de este contexto eligieron nuestras federadas el nombre para su Santuario de Federación: Patris Familiae Coenaculum Patris. Es, por tanto, un lugar de acción del Espíritu Santo. En efecto, la meta educativa ultima de la Federación debería ser que todos los federados y federadas [Bündler und Bündlerinnen] —por utilizar una expresión antigua— sean capacitados para no dejarse guiar en todas sus reflexiones y decisiones por el espíritu natural, ni menos aun por el espíritu del tiempo o incluso por el espíritu del Demonio sino por el Espíritu Santo y su conducción. A partir de estas consideraciones, en nuestras Federaciones deberían cultivarse, estar arraigadas, dos actitudes fundamentales: [en primer lugar] una libre iniciativa lo más grande posible de parte de sus miembros individuales. En efecto, el impulso no debe venir primariamente de fuera sino de dentro. Y, en segundo lugar, por parte del miembro individual, un grado lo más alto posible de disponibilidad para el cambio a fin de reconocer y asumir sin titubear las tareas que Dios coloca al individuo o a la comunidad.

O sea, en su educación, la Federación debe otorgar especial valor al cultivo del espíritu.

a. En concreto, al cultivo del espíritu de magnanimidad, que asegura contra el desenfreno el impulso a la libertad. Este peligro de un impulso desenfrenado de libertad existe en la Federación. Esta es la debilidad de la Federación, debilidad que debemos ver muy claramente.

b. En segundo lugar, el cultivo del espíritu debe tener lugar como cultivo de un marcado espíritu de familia. Ese espíritu debe asegurar a la comunidad contra todo tipo de dispersión.
La libre iniciativa y la libertad para la decisión personal están siempre en este peligro de la dispersión.


c. Y, en tercer lugar, el espíritu que debe cultivarse especialmente en la Federación es el espíritu de una responsabilidad apostólica de alto grado como fuerza fundamental para ese compromiso apostólico. Aquí podríamos acudir nuevamente a la escuela de Hoerde. En esa ocasión, el ejemplo fue san Pablo, y los participantes eligieron como lema: Caritas Christi urget nos! ¡El amor de Cristo nos apremia!

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