El libro de la serenidad



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La mente



El discípulo, angustiado, acudió al maestro para rogarle:

-Por favor, maestro, tengo una mente que no me deja en paz. Cálmala.

-De acuerdo. Extiende tu mente ante mí y la calmaré.

-Pero es que cuando busco mi mente no la encuentro.

-¿Lo ves? -dijo el maestro-. Ya la he calmado.
Comentario
En las psicologías orientales de la autorrealización se ha insisti­do siempre en la necesidad de que la persona examine, observe y explore sus estados mentales y la naturaleza de los mismos, para comprobar su impermanencia, insustancialidad y su manera de surgir y desvanecerse, aprendiendo así la persona a no dejarse atra­par por sus estados mentales y sabiendo desindentificarse de aque­llos que no son provechosos. Cuando uno se va adiestrando en esa minuciosa exploración, comienza a descubrir los contenidos de la conciencia, pero, sobre todo, la ausencia de un ego permanente. Cuando la persona vivencia la provisionalidad del ego y toma con­ciencia del surgir y desvanecerse de los procesos mentales, empie­za a sentir un gran alivio al darse cuenta de que es posible evitar reacciones con respecto a los procesos mentales y se puede pro­fundizar en el examen de la mente para eliminar sus obstáculos, desarrollar los factores de crecimiento o iluminación y ser más li­bre con respecto a los objetos de la mente.

Medítese sobre las aseveraciones de Padma-Sambhava: «En su auténtico estado la mente es clara, inmaculada, no hecha de nada; siendo hecha de vacío, simple, vacua, sin dualidad, transparente, sin tiempo, no comprensible como cosa separada sino como uni­dad de todas las cosas; sin embargo, no compuesta por ellas, de un solo sabor y trascendente a toda diferenciación».




Desidentificación



El discípulo vivía angustiado. Aunque leía y releía los textos sagrados no hallaba paz de ningún tipo. Acudió al maestro y le dijo:

-Alguna razón tiene que haber para que no encuentre consuelo ni fuera ni dentro de mí mismo.

-La hay, la hay -dijo sosegadamente el maestro-. Y no es ajena a ti.

-¿No es ajena a mí? -preguntó extrañado el discípulo.

-Es tu mente la que se identifica.

-¿Puedes ponerme un ejemplo? -preguntó un poco insolente­mente el discípulo.

El maestro dijo:

-En la pantalla de un cine hay inundaciones y fuegos cuando así la película lo exige, ¿no? Pero, amigo mío, ni la pantalla se moja ni la pantalla se quema.


Comentario
El genuino control sobre la mente, que nunca es represión, per­mite que la mente misma aprenda a ser más libre, cuando lo desea, de la influencia de los sentidos y, por tanto, que pueda desidentifi­carse de los eventos que la atan, no estar siempre fluctuando como una banderola al viento. Mediante el esfuerzo perseverante, la aten­ción y la ecuanimidad, es posible conseguir un «espacio» interior de conciencia inafectada y profundamente sosegada que no se identifique necesariamente con los factores perturbadores y pueda mirarlos sin reaccionar desmesurada y negativamente, pues como declara el adagio, «por mucho que el lobo aúlle, la luna no se in­muta en el cielo».

Liberación

-Maestro, por favor, ayúdame a liberarme.

-¡Oh, querido mío! ¿Y quién te ata sino tu mente?
Comentario
La declaración de Juan el Evangelista cuando nos dice: «Es ne­cesario nacer de nuevo» puede tener distintas lecturas e interpre­taciones, pero una de ellas bien podría ser: deja el fardo de tu men­te vieja; despójate de tus condicionamientos y grilletes; nace a una mente nueva que es nacer de nuevo cada vez que lo consigas. Mu­chas personas disponen de libertad e incluso de medios, pero no logran sentirse libres ni proceder como tales, porque la mente se ha convertido para ellas en una gran atadura y, subsiguientemente, en una fenomenal limitación. Había un individuo que estuvo toda su vida intentando cambiar todo en el exterior y evitar todo lo que él consideraba ligaduras. Y así le llegó la enfermedad y cuando se ha­llaba próximo a la muerte se dio cuenta, con espantosa lucidez, de que había tratado de cambiar todo menos su mente y de liberarse de todas las ataduras menos la de su encadenante mente. Es igual que esas personas que siempre están tratando de cambiar a las otras, pero no ponen el menor empeño en modificarse a sí mismas.

La mente se labra servidumbre, pero también, si uno se lo pro­pone, libertad y bienestar. No podemos, ni mucho menos, liberar la mente de todos los códigos y condicionamientos, pero podemos hacer algo para ir refrenando el lado difícil de la mente y cultivan­do el más fecundo. Se puede uno ir esforzando por hallar estabili­dad en la mente y desplegar lo más cooperante de ella. También el desapego es como una afilada daga que va cortando las ataduras de la mente. La meditación, por supuesto, es uno de los métodos más antiguos y solventes para despojar los lastres de la mente.

No sólo en meditación sino también en la vida diaria, podemos ejercitamos en permanecer establecidos en nuestra presencia de ser y no dejamos arrebatar por los estados negativos de la mente o las nocivas influencias del exterior.

La sonrisa



Era un hombre muy activo. Vivía en una casita en el campo y te­nía un vecino que con frecuencia estaba sentado apaciblemente en el jardín de su casita, sin hacer nada que no fuera deleitarse con la contemplación. Lo que más le extrañaba al hombre activo no era solamente que su vecino dedicase tanto tiempo a la inactividad, sino que siempre iluminase su rostro una sosegada sonrisa que pa­recía reflejar un sentimiento de permanente dicha.

El hombre activo decidió ir a visitar al hombre inactivo y le dijo: -Pero ¿cómo es que no haces nada?

-¿Y tú qué haces? -respondió sonriente el hombre contempla­tivo.

-Pues yo no dejo de trabajar y lo hago en varios campos, para poder así un día lejano disfrutar tranquilamente y poder permane­cer en reposo y gozar de cada momento de ocio.

-O sea -replicó el hombre contemplativo-, que vas a hacer todo eso para poder llegar a estar como yo estoy. ¿No ves, amigo, que ya tengo lo que tú pretendes conseguir en años?
Comentario
Una de las vías más eficientes para el auto desarrollo en la India es el Samkhya-yoga, que nos enseña el arte de desligamos para vin­culamos con lo que nunca hemos dejado de ser. Y los sabios de este sistema liberatorio declaran: «La totalidad de la naturaleza es para el alma, no el alma para la naturaleza». Pero la mayoría de los seres humanos nos dejamos engañar y prender por la naturaleza con todo su despliegue tremendamente seductor de encantos, afa­nes, reflejos, proyectos, objetivos y metas, dando la espalda, sin embargo, al disfrute sosegado pero intenso de cada momento como es, permaneciendo conciliados con nosotros mismos y con los de­más, sin vanas urgencias (aunque con diligencia), no huyendo del instante presente sino saboreándolo en toda su plenitud (aunque a veces no sea tan grato o divertido).

Nos enredamos en infinidad de actividades, planes, objetivos, metas, ocupaciones y preocupaciones con la ilusoria y vana espe­ranza de que así llegaremos a tener lo que no tenemos interior­mente, es decir, contento y satisfacción, sin damos cuenta de que ése es uno de los trucos más burdos pero que más nos atolondran. Entramos así en lo que los hindúes denominan «el círculo vicioso del noventa y nueve», que nos espolea para redondear en cien y luego seguir redondeando en doscientos y así sucesivamente, por­que ese afán calculador y acumulativo no tiene fin. Hay que modi­ficar la actitud aquí y ahora, retornar a la hermosa simplicidad de la vida, porque tan sólo en el no-artificio, con la ausencia del de­seo compulsivo de los anhelos falsos y prefabricados encontraremos un dulce sosiego que no nos otorgarán las metas ambiciosas, por­que a ésas seguirán otras y así sucesivamente. En esta sociedad por cuyas arterias sólo fluye la sangre de lo mercantil, quizá en cada es­quina debería ponerse un cartel con las palabras de Ramakrishna: «El dinero sólo puede darte pan. No lo consideres como tu único ideal» .




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