Fisiología del Alma


MOTIVOS DEL RECRUDECIMIENTO DEL CÁNCER Y SU CURACIÓN



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MOTIVOS DEL RECRUDECIMIENTO DEL CÁNCER Y SU CURACIÓN
Pregunta: ¿No halláis que el miedo al cáncer es muy justifi­cado, por tratarse de una enfermedad comúnmente fatal al indi­viduo? Toda vez que la creencia en el otro mundo por parte de los encarnados, raramente pasa de una conjetura por hacerse difícil probar la inmortalidad del espíritu, creemos que el miedo deberá ser el compañero del hombre por mucho tiempo. ¿No es así?

Ramatís: La persona que se entrega definitivamente al ejer­cicio de los postulados salvadores del Cristo, decidida a conocer sincera y devotamente el proceso kármico que rectifica las des­viaciones del espíritu y la oportunidad bendita de la reencarna­ción, que es oportunidad de recuperación del tiempo perdido, se ha de despreocupar, naturalmente, de la enfermedad y de la muerte. Al saber que el sufrimiento purifica y que la muerte libera al espíritu de la carne, no hay razones para que ella sufra la tortura del miedo o la angustia que proporcionan los dramas de la vida humana transitoria.

Aunque el hombre tenga el derecho de procurar el alivio del dolor y la curación de su enfermedad, cuando conoce el venturoso objetivo de la vida humana creada por Dios, considera el dolor, la enfermedad o el cáncer, como fases del proceso bendito que a través de las distintas reencarnaciones rectifica­doras, rompe las cadenas del espíritu preso en la materia.



Pregunta: Considerando que el cáncer es el fruto de la pur­gación ineludible de los venenos adheridos al periespíritu, los tratamientos profilácticos y preventivos para su curación, así como la edificación de hospitales para cancerosos, ¿no serían providencias inútiles e infructuosas, que más bien impedirían el descenso providencial del morbo canceroso?

Ramatís: Esas realizaciones, son inspiradas por lo Alto, pues los médicos cumplen el sagrado deber de movilizar todos sus esfuerzos para ayudar al hombre a librarse de sus enfermedades y a recuperar la salud de la vida física. No les compete decidir si el paciente debe expurgar cualquier morbosidad del periespíritu, ni si merece o no alivio a su sufrimiento en la extirpación de los tumores o en la amputación de sus miembros cancerosos. El médico, en última hipótesis, debe socorrer al enfermo, aunque solamente lo haga por el simple impulso fraterno del "amaos los unos a los otros" o del "haced a los otros lo que quisierais que os hicieran".

Sin duda, ha de ser la sabiduría médica —más en función sacerdotal, al lado del espíritu debilitado— la que ha de barrer el cáncer de la Tierra, y no la mayor cantidad de hospitales o de industrias de drogas farmacéuticas. Los hospitales son iniciativas loables que benefician fraternalmente a las infelices víctimas del cáncer, proporcionándoles reposo, alimentación ade­cuada, techo amigo y medicamentos que alivien sus cruciantes dolores. Ante la evolución humana actual y los recursos de la Medicina moderna, no se justificaría la muerte del individuo canceroso abandonado en las cunetas de las calles, como todavía sucede hoy en ciertas regiones del Asia.

Es necesario ayudarlo a entregar su alma al Padre, prote­gido del hambre, del frío y de la lluvia, suavizando sus atroces dolores. A pesar del acerbo sufrimiento provocado por el cáncer, justificado por la condición científica de la recolección kármica del espíritu, que determina la rectificación de los errores pasados hasta el pago del "último céntimo", lo cierto es que el amor inspirado en los sublimes preceptos de Jesús, debe movilizar siempre todos los esfuerzos humanos, para aminorar el dolor del semejante.

Pregunta: ¿Queréis decir que la mayor parte de los cancero­sos traen en sí mismos la predisposición al cáncer?

Ramatís: Sin duda; pues existen individuos "no electivos" y "electivos", para el cáncer. La diferencia está en que los úl­timos producen en sí mismos la condición psíquica implacable a la manifestación cancerosa por el almacenamiento de la carga morbosa en su periespíritu, generada por las imprudencias del pasado. Buscando recursos en la terminología médica, diríamos que tales seres provocan una "arritmia" psíquica, que termina desorganizándoles la yuxtaposición armoniosa de las células cons­tructoras del cuerpo físico. Las toxinas del astral inferior, como producto del desequilibrio espiritual, tienden a descender a la carne bajo la ley de gravedad astralina, dependiendo solamente de la oportunidad favorable, ya que se convierten cada vez más virulentas cuando permanecen estacionadas en la delicadísima tesitura del periespíritu. Se trata de espíritus que, al reencarnar, son fatalmente electivos al cáncer, porque éste funciona como algo drástico que beneficia y purifica el alma pecadora.


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