Fisiología del Alma



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Pregunta: Aunque reconocemos el valor de esas recomenda­ciones sobre la alimentación, no podemos olvidar cuan difíciles y hasta irrisorias han de ser para aquellos que mal consiguen obtener un pedazo de pan o un trozo de carne con qué mitigar su hambre. ¿Cómo se podría conducir a tales cuidados y disci­plina educativa de la alimentación a esa mayoría de la humanidad que todavía es víctima de la pobreza?

Ramatís: Bajo la justicia y la sabiduría de la Ley del Karma, son los propios espíritus los que generan sus destinos, pero tam­bién son advertidos sobre la cosecha de los resultados buenos o malos, siempre de conformidad con las causas generadas. En consecuencia, aquellos que todavía no disfrutan el derecho de una alimentación sana y suficiente, es porque, evidentemente, crearon situaciones semejantes en el pasado, en perjuicio de otros seres. Es posible que hallan abandonado sus familias a la mise­ria o que hayan sido industriales, comerciantes o intermediarios de negocios que se enriquecieron a costa de la explotación de los géneros alimenticios, saciándose a sí mismos y a su parentela, con detrimento de otras criaturas infelices ¡que se vieron despo­jadas hasta de la leche para sus hijitos! Aquí, hacendados rapaces y egoístas, reducían el alimento a sus esclavos, para aumentar el lucro ambicionado y mantener el lujo exagerado de la familia; allí, reyes o señores feudales crueles, explotaban y agotaban a sus súbditos, llevándolos hasta el hambre, con el fin de garantizar sus vastos dominios; allá, administradores de los bienes públicos, desviándolos a través de negocios o combinaciones ilícitos, con­curriendo a la falta del alimento imprescindible.

¡Ninguno de ellos, puede quejarse; pues, en vista de la necesidad del pago obligatorio "hasta el último céntimo", la Ley del Karma los toma en el proceso de recuperación espiritual, su­mándoles todas las horas, minutos y segundos de sufrimiento y de carencia de alimentos que obligaron a soportar a otros, afi­liándolos a las masas de criaturas que, después, curten la exis­tencia física pasando por el mundo con las caras macilentas y la mirada muerta de los subalimentados! El destino equitativo les impone también la triste suerte de recoger los restos de las co­midas de las mesas abundantes, o vivir de residuos humillantes para poder proveer el estómago. Son almas que reviven en sí mismas las angustias que causaron al prójimo con su avaricia, su astucia, su ambición o rapacidad. Deben cumplir los destinos que ellas mismas forjaron en el pasado, al hallarse incluidas en la ley de "la siembra es libre, pero la cosecha es obligatoria". Si así no fuera, ¡habría que suponer que, realmente, existe el error, la injusticia o el sadismo en la ejecución de las leyes creadas por Dios, que, de este modo, permitiría la existencia de grupos privilegiados actuando impunemente en el seno de la sociedad, sin incurrir en la responsabilidad de sus actos!



Preguntas Creemos que la mayoría de la humanidad todavía no está en condiciones de poder encuadrarse en las reglas de la buena alimentación; ¿no es así?

Ramatís: Reconocemos que la mayoría de la humanidad no sería capaz de cumplir ni la décima parte de lo que recomiendan sobre la alimentación, los compendios científicos y los tratados sobre nutrición, con el fin de alcanzar la salud del cuerpo y la satisfacción del espíritu, ajustándose a la máxima de Juvenal: "Mens sana in corpore sano."

A aquellos que no tienen horario para comer, que ingieren apresuradamente lo poco que logran para alimentarse, sería írrisorio aconsejarles una masticación cuidadosa, rechazar los con­dimentos excitantes, los mojos epicurísticos, los alimentos agresi­vos o inocuos, así como evitar las malas combinaciones de los alimentos. Esas aclaraciones, están dirigidas a los que pueden disponer y decidir su alimentación, concurriendo a su modifica­ción saludable, en concomitancia con las enseñanzas de la Ciencia que, mostrando cuál es la nutrición más adecuada al organismo físico, ayuda al hombre a librarse de los consultorios médicos, de los hospitales y de las intervenciones quirúrgicas que tanto pesan en la economía humana.

No es necesario que el hombre participe de banquetes opí­paros o se ponga a ingerir alimentos raros, para que consiga mayor éxito nutritivo. Eso depende mucho más del modo de masticar, o sea de conseguir mejor desintegración de los alimentos y aprovechamiento del energismo de los átomos de las sustancias ingeridas. Lo que la criatura ingiere por la boca y expele luego por los riñones, intestinos y piel, es casi la misma porción, pues el organismo sólo aprovecha, realmente, la energía liberada en la disociación atómica del alimento y la incorpora a la "energía condensada" de su edificio orgánico.

El pobre o el mendigo que se decidiesen a masticar conve­nientemente el sencillo pedazo de pan, la modesta banana o el residuo del almuerzo de los hartos, absorbiendo todo el energismo o "prana" desprendido en una masticación demorada y cuidadosa, sin duda tendría más salud y sería más vigoroso. Pero lo cierto es que mucha pobreza no pasa de ser producto de la pereza, de la negligencia espiritual y del repudio a la disciplina del trabajo o a la higiene del cuerpo. ¡En general, falta la leche, el pan o la fruta, en los hogares terrestres, pero es muy difícil que falten el cigarro y el alcohol!

No vemos las razones, por tanto, para que tales seres vengan a preocuparse con los cuidados profilácticos de la salud, sobre la mejor combinación de los alimentos, cuando no les importa, siquiera, saber masticar.


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