Fisiología del Alma



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Pregunta: Si la principal defensa orgánica contra el veneno del tabaco consiste en neutralizar la acción de la nicotina, los filtros que se usan actualmente en los cigarros y en las pitilleras, ¿no bastan para eliminar su agresividad tóxica?

Ramatís: El uso de cigarros con filtros en sus extremidades, hechos con algodón u otros materiales, o las pitilleras con filtros de diversas especies, indica que el fumador está convencido que el humo puede perjudicarlo; como la persona que tapa sus na­rices con un pañuelo al entrar en un lugar infectado, intentando disminuir los efectos de las toxinas del tabaco a través del filtro. Pero no consigue su intento, pues si penetra en su organismo reclama el resto de la cantidad a la cual está acostumbrado, por lo que el individuo pasa a fumar mayor número de cigarros, para compensar la cantidad de nicotina faltante. Hay fumadores que echando mano de pitilleras con filtro con el propósito de li­brarse de los efectos tóxicos del tabaco, notan que no quedan satisfechos, pasando a fumar cigarros de calidad bien "fuerte" y, así, piensan que están ingiriendo, debido al filtro, menos cantidad de nicotina, cuando la verdad es que se están engañan­do, puesto que la cantidad de veneno es la misma, al ser mayor el número de cigarros fumados con la pitillera. Cuando el fumador reconoce el mal que le causa el humo del tabaco, lo mejor es abandonarlo de una vez, en lugar de procurar palia­tivos para el vicio.

Pregunta: Pero la naturaleza, ¿no sabe defenderse de las toxinas del humo?

Ramatís: Si la naturaleza no supiera defenderse tan sabia­mente cuando la criatura fuma el primer cigarro, ¡es casi seguro que caería irremediablemente envenenada! Por eso, cuando el niño practica la estulticia de estrenarse en el vicio del tabaco, su organismo lanza los más aflictivos y desesperados recursos, ya sea en la tentativa de hacerlo desistir de sobrecargarse con el exceso de nicotina mortal, como para ganar tiempo y neutrali­zar el veneno inhalado a través del primer cigarro.

De ahí el motivo de las náuseas, salivación abundante, vó­mitos inmediatos y coercitivos con que el cuerpo lanza fuera cierta parte de los venenos condensados en el estómago por el humo del tabaco. Después de esa expulsión urgente por vía bucal, surgen los sudores fríos que, si se examinan en labora­torios, revelan contener varias sustancias peligrosas que fueron drenadas apresuradamente por la eliminación sudorífica. En ciertos casos de debilidad orgánica del paciente, la naturaleza se sirve todavía de otros recursos, apresurando la diuresis o produciendo brotes disentéricos, para eliminar la carga tóxica y agresiva producida por el humo. No obstante el individuo insiste en entregarse al vicio del tabaco y su organismo adecúa y moviliza otros recursos para constituir su defensa futura. De ahí el condicionamiento gradual e instintivo que se efectúa poco a poco en el individuo, permitiéndole más tarde consumir gran cantidad de cigarros sin envenenarse de inmediato.

Pero en el futuro, surgen otros efectos de las toxinas del tabaco que, por el carácter agudo de los primeros envenena­mientos, se transforman inadvertidamente en casos crónicos en el fumador inveterado, aunque bajo mejor control de su organismo contra los venenos. Surgen, entonces, periódicos do­lores de cabeza, que generalmente provienen del monóxido de carbono; las irritaciones de los bronquios, garganta y pulmones, producidas por la amonia o piridina, y también de las fosas nasales, debido al calor de la brasa del cigarro que afecta las mucosas sensibles de las narices. También, existen los efectos dañinos de los derivados alquitranados del tabaco, que actúan por largo tiempo, atacando los pulmones y ennegreciendo los dientes.

Además de la nicotina, que es el alcaloide más ofensivo contenido en el tabaco, la absorción incesante de otras sustan­cias agresivas que hemos enunciado, lesiona todas las defensas orgánicas y dificulta principalmente la filtración hepática, crean­do campo favorable para los resfriados comunes y las constipa­ciones intestinales. Asimismo, la dispepsia —tan responsabili­zada por el "excesivo nerviosismo" propio del hombre dinámico del siglo XX — tiene en el vicio del tabaco uno de sus principales agentes patogénicos, pues a través de la saliva nicotizada se perturba el metabolismo de la producción y combinación de los jugos gástricos. Las toxinas del tabaco, atacan también la deli­cada mucosa intestinal, minan sus defensas y perturban las fun­ciones digestivas y de los fermentos enzimáticos.

Los venenos del tabaco, terminan integrándose a la circula­ción sanguínea y pasan a formar residuos nocivos, constituyéndose como reserva perjudicial en el organismo, cuya eliminación se hace demorada y dificultosa, porque el hombre todavía se so­brecarga de las sales, condimentos y alcoholes que agravan el trabajo drenativo por las vías emuntorias. Así, se retarda la limpieza y la higiene del cuerpo y el fumador jamás aparece completamente saludable, pues vive permanentemente asediado por una u otra incomodidad orgánica. Convendría que, en caso de envenenamiento crónico y grave, el fumador inveterado per­maneciese algunas semanas en reposo y hasta en ayuno casi completo, alimentándose a base de jugos de frutas y privándose de condimentos y de sal. Es un tratamiento de emergencia en que el reposo, la poca alimentación y la dieta de sustancias excitantes, permiten el aprovechamiento total de las funciones de los órganos en su defensa y limpieza, drenando hacia afuera del cuerpo los tóxicos nocivos del tabaco.

Para comprobar la existencia de intoxicación en una persona viciada con el tabaco, es suficiente humedecer un lienzo y enrrollárselo en su cuerpo desnudo, y observar más tarde que aparece modelado su cuerpo en el lienzo, por la nicotina ex­pulsada por el sudor. Esa es una de las más importantes pruebas, que el adicto al tabaco observe que es un intoxicado permanente y vulnerable a las enfermedades más comunes.




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