La Misión del Espiritismo



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Pregunta: ¿Qué fundamento tiene la práctica del ayuno, pregonado por el catolicismo?

Ramatís: No aceptamos los exagerados ayunos de 40 días atribuidos a Jesús, en el desierto, aunque el Maestro, realmente recurrió a tal práctica, como delicadísima terapéutica para con­servar la dirección del espíritu sobre la carne. El ayuno es una práctica aconsejada para desentorpecer la circulación sanguínea de los tóxicos producidos por los cambios fisioquímicos de la nutrición y asimilación; debilita las fuerzas agresivas del ins­tinto inferior a través de la carne, aquieta la naturaleza animal, clarifica la mente y el sistema cerebro-espinal, pasando a circu­lar una sangre más limpia.

Durante el reposo digestivo, la naturaleza renueva sus ener­gías, restablece los órganos debilitados, activa el proceso drenativo de las vías emuntorias, por donde se expelen los tóxicos y sustancias perjudiciales para el organismo. Es obvio que el ayuno enflaquece, debido a la desnutrición, pero compensa, por­que reduce el yugo de la carne y desahoga el espíritu, permi­tiéndole reflexiones lúcidas e intuiciones seguras.

Durante el enflaquecimiento orgánico por causa del sufri­miento o del ayuno, las facultades psíquicas se aceleran y la lucidez espiritual se hace más nítida, conforme se observa en muchas personas, prontas a desencarnar, pues recuperan su cla­ridad mental y rememoran lejanos hechos de su existencia. La caída de las energías físicas proporciona mayor libertad a la conciencia del espíritu; existe una tendencia innata del espíritu para huir de su cuerpo físico, ni bien éste se debilita. Dice el vulgo, que las personas afiebradas, acostumbran a "desvariar", es decir, ven alucinaciones, llegando a identificar a personas que conocieron y que murieron hace tiempo, como también ven in­sectos, figuras grotescas y cosas extrañas, que son ajenas al mundo terreno.

Esa práctica, obedece a principios elevados de alta espiri­tualidad, puesto que la frugalidad es una virtud aconsejada por Jesús y el ayuno es la compensación de los instantes mal gastados, por el exagerado hambre animal. Como la vida física es un proceso de educación espiritual, que enseña la liberación de la centella divina para que retorne a su mundo superior, el ayuno, es el recurso que ayuda al entrenamiento de esa libera­ción y coopera en el dominio de la mente sobre el cuerpo físico. Mientras tanto, la virtud se encuentra en el medio, por cuyo motivo es censurable la glotonería que aprisiona al espíritu a las idiosincrasias animales, como el ayuno exagerado, que perturbe y debilite al cuerpo, dañándolo en su armonía física. Para los hombres de elevado intelecto, el ayuno es un recurso que armoniza la excesiva tensión de su espíritu sobre la carne, cuya actividad mental provoca saturaciones magnéticas en el área cerebral.



Pregunta: ¿Qué significado tiene el ayuno, antes de la co­munión católica, si nos habéis dicho, que sólo es una práctica terapéutica?

Ramatís: Ya hemos dicho que el espíritu se libera del triste yugo de las encarnaciones físicas, después que desenvuelve su voluntad a punto de dominar todos los fenómenos esclaviza-dores del mundo material. Por eso, los instructores espirituales aconsejan las "virtudes" que liberan y censuran los "pecados" que encadenan a las formas perecibles. El beber, el fumar, el juego y otros vicios elegantes son grilletes que aprisionan al espíritu por tiempo indeterminado. El espíritu desencarnado que conserva en su intimidad periespiritual, el "deseo" del aguar­diente, del cigarro o el sangriento bife, es como la mujer de Lott, que se transformó en una estatua de sal, al volverse para mirar el incendio de Sodoma.

El espíritu eterno necesita caminar hacia el frente, sin "mirar hacia atrás", o preocuparse con los bienes quemados en el in­cendio de la vida inferior del mundo transitorio de la carne.

Desde el comienzo de las civilizaciones terrícolas, los maes­tros espirituales fundaron sectas religiosas y cofradías iniciáticas para ayudar a los hombres a desenvolver la voluntad, dominar el pensamiento, decantar deseos inferiores y buscar los bienes del espíritu eterno. Por eso, innumerables prácticas aconsejadas por la Iglesia Católica Romana son normas para ayudar a sus pro­sélitos, a fin de entrenarlos constantemente para su liberación. El "sacrificio" de la misa, obliga a los católicos a desligarse del mundo profano durante el tiempo en que el sacerdote oficia a Dios; la postura de rodillas, el acompañamiento de las oraciones, las concentraciones durante la elevación del cáliz y otras partes de la liturgia, son pequeños esfuerzos que dinamizan el alma hacia una condición superior. El ambiente iluminado de la nave, la quema del incienso, los altares y las imágenes de los santos, homenajeados poéticamente por las flores, los adornos dorados y las vibraciones colectivas o los cánticos, como aves que fluc­túan sustentadas por la sonoridad grave del órgano, son el lla­mado al espíritu para liberarse de la carne y que medite sobre el mundo divino. La Religión, en el sentido amplio de la pala­bra, es la unión del ser con el Creador, cuyo sentimiento divino debe apurarse en lo íntimo del hombre y estar por encima de las exigencias esclavizadoras de la carne. Por eso, las ceremonias católicas tratan de que sus adeptos converjan su voluntad, sen­timientos y deseos en un ejercicio de liberación bajo la inspi­ración de los símbolos y liturgias elevadas.

El escenario pintoresco e iluminado de la nave, las imá­genes, los cánticos y las ceremonias, representan las fuerzas del cielo implorando al ser humano, que se desligue del mundo profano y se ejercite espiritualmente en dirección al mundo di­vino. El incienso, es la síntesis del néctar de las flores, que incita al olfato para eliminar los olores profanos; la música sacra, en su armonía auditiva, aquieta el alma y estimula los sentidos psíquicos, mientras las oraciones crean fronteras protectoras al­rededor de los creyentes. Todo eso ayuda al espíritu a familia­rizarse con las disposiciones emotivas y superiores, en un condi­cionamiento hipnótico hacia el cielo.




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