La Misión del Espiritismo



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Capítulo VII

ESPIRITISMO Y BUDISMO
Pregunta: Existe una cantidad apreciable de personas en­tendidas en espiritualismo, que dicen o consideran al Instructor Buda, superior a Jesús. ¿Qué nos podéis decir al respecto?

Ramatís: Jesús es el sintetizador de todos los credos, doc­trinas o religiones del mundo, porque es el Gobernador espi­ritual de la tierra. No debéis preocuparos respecto a la supe­rioridad o no de un determinado instructor, que lo haya ante­cedido o precedido. Los antecesores de Jesús prepararon el camino para un mejor entendimiento iniciático de su pasión y crucifixión. Cada instructor aportó un mensaje adecuado a cierto tipo de raza o pueblo, enseñándoles la inmortalidad del alma y los deberes del espíritu encarnado en afinidad con los pos­tulados evangélicos de Jesús.

Confucio, preparó el camino en China, Krisnha en la In­dia, Zoroastro en Persia, Hermes en Egipto, Orfeo en Grecia y Buda en Asia. Todos ellos expusieron conceptos semejantes a los de Jesús, que el sintetizador expondría en Judea, aunque bajo las características peculiares de su pueblo. Ellos fueron la preliminar del Cristo Jesús, los niveladores del terreno para afirmar definitivamente la comprensión futura del Cristianismo. Buda también transmitió a los asiáticos mensajes renovadores en perfecta sintonía con los vertidos por Jesús, pero con el toque y perfume peculiar de la filosofía oriental.



Pregunta: ¿De qué forma comenzó la misión de Buda?

Ramatís: El príncipe Siddharta Sakya-muni Gautama, más tarde conocido por Buda, el "Señor de la Mente", o "el Escla­recido", nació en la India cerca del Himalaya y creció entre los placeres de la corte real de Kapilavastu. Era un joven bonito, muy disputado por las jóvenes, sin embargo en medio de todo ese bienestar, se encontraba molesto ante tanta riqueza, gloria y confort principesco.

Cierta vez, salió a escondidas del palacio y encontró en su camino a mendigos, deformados y enfermos, cosa que nunca sucedía en un viaje oficial, pues los infelices estropeados y pa­rias de los caminos, se les prohibía que aparecieran en los ca­minos bajo pena de muerte. Profundamente impresionado por la desdicha humana, que hasta ese momento desconocía, se sin­tió muy infeliz ante sus compatriotas desprovistos de suerte alguna. Cierta noche, cuando se realizaba una esplendorosa fies­ta en su palacio, desapareció dispuesto a compartir el dolor de sus semejantes y aliviarles el peso de su sufrimiento.

Era un alma elevada y misionera, por eso, su corazón se sen­tía herido ante tantas aflicciones. Su amor por la naturaleza eran inconcebibles, pues demostraba cariño ante una simple flor. Siendo muy sensible a las inspiraciones del mundo espiri­tual, su tiempo lo invertía pensando en silencio junto a la na­turaleza, meditando largas horas sobre el motivo de la existencia y del sufrimiento humano. En poco tiempo comprendió como el hombre se esclavizaba a las supersticiones, a los sacrificios inútiles y repugnantes, a los fanatismos separativistas y odiosos.

Presintió en su alma la naturaleza ardiente y gloriosa de su Creador, e intentó transferir para sus discípulos la idea y sentimientos que le embargaban, respecto a la Divinidad. Pero, muy pronto observó la imposibilidad que tenían los hombres para comprender la existencia de Dios, o por lo menos, alguna idea aproximada del Absoluto. Buda confirmó la reencarnación admitida en la India desde los Vedas, y esclareció a sus segui­dores en cuanto a la Ley del Karma, explicando, que el espíritu del hombre debe liberarse conscientemente de la cárcel corpo­ral, para después alcanzar el Nirvana o la región de bienaven­turanza.

Enseñó que toda la miseria y sufrimiento humano es el fruto de las ambiciones desmedidas y egoístas, como también estar subyugado por el placer incansable del sexo. El budista no debía robar, ni aun para mitigar el hambre, no mentir ni embriagarse, evitar los pecados del odio, de la ambición, de la arrogancia, de la avaricia y de la impudicia. Enseñaba a cultivar la paciencia, la humildad y la ternura para vencer a los duros de corazón. En fin, el budismo, aún hoy, se consagra por las máximas y sus ocho conceptos siguientes: Acción recta, existen­cia recta, lenguaje recto, visión recta, voluntad recta, aplicación recta, pensamiento recto y meditación recta, equivalentes a la buena regla de la vida, buenos sentimientos, buenas ideas, bue­nas palabras, buena conducta, buenos esfuerzos y buena medi­tación.


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