La Vida Hiumana y el Espíritu Inmortal



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Pregunta: ¿Todos los matrimonios que no pueden tener hijos son una consecuencia de la Ley de Causa y Efecto, o hay excep­ciones por motivos accidentales?

Ramatís: La Ley del Karma o Ley de Causa y Efecto no acciona deliberadamente en sentido punitivo sino que reajusta los actos del espíritu en las vidas futuras, a fin de compensar las frustraciones o faltas cometidas en el pasado.

Además, en los planos de vida espiritual, adyacente a la superficie dé la tierra todavía no fueron eliminadas todas las incógnitas de la vida; en consecuencia, pueden suceder accidentes imprevistos y fallas técnicas en el proceso reencarnatorio, liqui­dación kármica y procreación de hijos. Pero no hay perjuicios definitivos para los espíritus en su convivencia humana, porque las frustraciones de hoy serán compensadas por otras situaciones beneficiosas en el futuro. La carne es transitoria, sólo el espíritu continúa íntegro y sobrepasa las mutaciones y circunstancias adversas. La tierra, es la "sastrería" que confecciona los trajes de nervios, huesos y músculos para que los espíritus puedan incursionar y relacionarse con los fenómenos y acontecimientos mate­riales. En cada existencia, los espíritus se revisten del traje adecuado a su nuevo trabajo educativo para cumplir con el programa asumido en el Espacio, antes de renacer.

En consecuencia, bajo la acción inflexible de la Ley del Karma, ciertos padres están impedidos de tener hijos, porque no adquirieron los sentimientos paternos y maternos para saber educar y amparar a la prole humana. Algunas veces, aunque los técnicos hayan esquematizado rigurosamente los ascendentes bio­lógicos y la resistencia carnal de los futuros progenitores, todo ello puede perjudicarse notablemente debido a los equívocos medicamentosos proporcionados por el médico, como así también, a la mala alimentación, molestias accidentales, vampirismo fluídico o ambientes corrompidos, que frustran el renacimiento de los espíritus en la materia, en un plazo determinado. Cuando la culpa es por imprudencia o determinación de los padres, ciertos espíritus no perdonan la frustración y en existencias futuras accionan por el proceso de ''veterinaria'' 9 destruyendo los genes y espermato­zoides de los padres del pasado, y constituidos en matrimonio en el presente.

Pregunta: ¿El hermano encuentra aconsejable que los padres aclaren a sus hijos adoptivos, sobre su condición de tal, desde una edad temprana? ¿No sería prudente que se criara convencido de que pertenece a un miembro consanguíneo de la familia?

Ramatís: Sin dudas, que el problema es muy delicado, puesto que si la criatura no es preparada convenientemente, desde la niñez, más tarde serán mayores las dificultades. En general, las familias crían los hijos ajenos bajo una severa vigilancia, a los sobresaltos y temores, toda vez que un hecho los aproxima a la reve­lación de la situación real de ser un hijo adoptivo.

Mientras tanto, es de muy buena medida aclarar lo más pronto posible a esos niños que no son hijos consanguíneos, puesto que es muy posible que se enteren por personas extrañas, y el choque produzca condiciones imprevisibles. Después de aclarada la condición de hijo adoptivo, se pasa a vivir tranquilamente y sin temor de que llegue el día "angustioso" en que el hijo o la hija podrán reaccionar en forma violenta, al verse frustrados por el estigma de los enyetados.

Es mejor la revelación a tierna edad, donde la criatura todavía mal despierta para el entendimiento de la vida y es incapaz de sacar ilaciones psicológicas definitivas o dolorosas, que se agravan por la humillación de ser adoptiva, pues en la infancia las emociones son más periféricas y desaparecen rápidamente del cerebro de la criatura.

Pregunta: ¿No podéis explicar ese asunto?

Ramatís: Le es más fácil a la criatura acomodarse a la situa­ción de hijo adoptivo a temprana edad, y le costaría mucho más destrozar el hogar, ante la decisión futura de querer abandonarlo, puesto que ya sabe razonar sobre la dureza que le depara el mundo profano. En su conciencia infantil, preferirá vivir en medio de la familia amiga, que lo protege, antes de vivir cualquier aventura peligrosa. De ahí en más, se acostumbra a la condición de ser adoptivo, gracias a los tratos afectivos y alcanza la juventud sin los estigmas que provoca en su mente una revelación imprevista y brutal.

El hijo adoptivo, esclarecido en la infancia de su real situa­ción como huésped del hogar, y apercibiéndose que no es un legítimo descendiente con derechos incondicionales, bajo el buen sentido natural de espíritu encarnado, se vuelve menos exigente y se reconoce como deudor de las justas obligaciones para con sus padres de adopción. Existen criaturas que se sienten frus­tradas por deber pequeños favores a los otros, por cuyo motivo deben ser acostumbrados desde muy pequeños a esa contingencia de cooperación ajena. De ahí que es más fácil para la criatura que sabe de su condición adoptiva, el conformarse con los favores recibidos desde la infancia, que aceptar a priori la condición de saberse "intrusa" cuando ya es un joven formado.

Además, se suma a lo citado el hecho de que el hijo adoptivo, casi siempre, es un espíritu frustrado en vidas anteriores, víctima de impulsos, pasiones e influencias extrañas, que no pudo vencer. Aun así, se torna una criatura un tanto difícil de conducir como hijo consanguíneo, y peor ha de ser como hijo adoptivo, cuyas reacciones sobrepasan la conducta común. De ahí la facilidad con que se rebelan y manifiestan su ingratitud a los padres adoptivos, cuando descubren por sí mismo su situación, que inter­pretan, es humillante en su condición de adultos. La historia ha demostrado que algunos hijos adoptivos, cuando tomaron conoci­miento de su situación, llegaron a manifestarlo con insultos violentos y faltando el respeto a sus protectores. Otros prefirieron abandonar el hogar y arrojarse al torbellino del mundo profano, y sus actos de rebeldía pronto les confirmó el sentido y el apego a la delincuencia que habían tenido en su pasado. En conse­cuencia, es más prudente y aconsejable que los padres adoptivos aclaren a sus hijos adoptivos de su condición de tal cuando pequeñitos, amenizándoles poco a poco la revelación de que son recibidos en el hogar como huéspedes y con la mayor simpatía. De esa forma, alcanzan la juventud sin las sorpresas ni contrastes de su condición humillante.
9 Nota del Médium: A través del examen de la radiestesia, atendí a las solicitudes de un matrimonio de la ciudad de Paraná, hermanos de una familia amiga,' que se habían casado hacía más de cinco años y no tenían hijos. Sorprendido comprobé que el espíritu destinado a ser hijo, huía deliberadamente de la responsabilidad. El mismo tenía poderes de magia, quo había adquirido en la antigua Caldea y había atado fluídicamente las t:\nnpas de la que debía ser su madre. Tratada la madre con una dosis homeopática de C 1.000, Staphysagria en la prescripción de XII/60, de alto poder disociativo atómico y penetración etérica, disolvieron los finidos que ataban las trompas y nació un niño, hoy con tres años de edad, inteligencia precoz y prueba irrefutable de que era un espíritu poderoso y sabio.

Pregunta: ¿Y en el caso de que el hijo adoptivo se sienta con derechos personales, como si fuera hijo consanguíneo?

Ramatís: Los hijos legítimos, por fuerza de su descendencia carnal, exigen a sus padres todo aquello que juzgan tener derecho, protestando y hasta repudiando aquello que les parece inmerecido. Pero quienes proceden así, un día al descubrir que no son hijos legítimos, se humillan de tal manera, que su espíritu opta por menospreciar los favores recibidos. Seguros que tenían derechos irrefutables como hijos legítimos; al no serlo, se deprimen y rebelan bajo la fuerza de las pasiones inferiores, vividas en el pasado, y jamás se conformarán bajo la condición de ser meros intrusos en el hogar.

Y como el resentimiento todavía es un factor predominante en la mayoría de los terrícolas, los hijos enyetados (como se acostumbra decir) o espíritus primarios bajo la deuda kármica, jamás olvidan el estigma de haber sido "eludidos" de un mundo en donde se consideraban con derechos irrefutables. Los más orgullosos e irascibles odian la vida colmada de favores que los padres adoptivos le hicieron vivir y les rebela la condición de ser objetos de caridad y exaltación de las virtudes ajenas. He ahí por qué los padres adoptivos deben elucidar el problema al primer entendimiento infantil de los hijos adoptivos. Entonces pasarán a vivir tranquilos, en la confianza de que el huésped aceptado en su hogar, ya se acondicionó a la situación de no ser miembro consanguíneo de la familia, pero goza del cariño incon­dicional de sus tutores.




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