La Vida Más Allá de la Sepultura


ESPÍRITUS ASISTENTES A LAS DESENCARNACIONES



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ESPÍRITUS ASISTENTES A LAS DESENCARNACIONES
Pregunta: ¿Podríamos saber, en base a nuestra ignorancia espiritual, por estar encarnados, si somos perjudicados en todas las desencarnaciones? Otros dicen, que desencarnar es más difícil que reencarnar. ¿Nos podéis instruir al respecto?

Atanagildo: De acuerdo a mis observaciones y basándome en mi desencarnación, creo que es mucho más fácil "fallecer" que "nacer" en la carne. Durante el tiempo de la gestación física, se registra una enorme concurrencia de fuerzas valiosas, que pre­cisan aglutinarse para formar el cuerpo del espíritu que desciende a la materia; pero también, surgen problemas imprevistos, que requieren la intervención de los técnicos responsables, para aten­der al espíritu que encarna, aunque el espíritu posea discerni­miento que le permita operar conscientemente en los fluidos densos de la materia. Además de ciertas dificultades de orden técnico e interferencias inesperadas de energías ocultas que pueden perjudicar al proceso final de la gestación, hay que considerar, la ignorancia de ciertas madres, al descuidar el proceso gestativo en su integridad "psico-física" o se exponen peligrosamente a los bombardeos psíquicos de los ambientes perturbadores y a los acontecimientos emotivos.

Nacer, por lo tanto, significa un exhaustivo trabajo para lograr reducir y aprisionar al espíritu en la matriz de la futura madre, obligando incesantemente al espíritu a que "abandone vibrato­riamente" su ambiente electo; mientras tanto, morir significa exactamente lo opuesto, pues el alma se libera de la complejidad de la materia y retorna a su plano familiar, de donde partiera antes de encarnar. Bajo un grosero ejemplo comparativo; os recordamos a vosotros, que la fase más incómoda, para el buzo, consiste en vestir la pesada escafandra de caucho y después soportarla en el fondo del mar, mientras que todo es más fácil, cuando debe abandonar el medio líquido y liberarse de la vesti­menta asfixiante.

En cuanto a los perjuicios que pueda ocasionarle el Alma durante su desencarnación, depende principalmente, de su carác­ter espiritual y si es retenido por mucho tiempo en las mallas de las fuerzas magnéticas, que acostumbran arrojar en los mo­mentos de desesperación dramática por parte de los parientes terrenales.

Pregunta: ¿Todas las desencarnaciones se demoran, a causa del desconocimiento espiritual, tan común en la mayoría de los terrenos?

Atanagildo: Así como algunos se retardan debido a las gran­des dificultades, quedando encadenados por largo tiempo a los espasmos vitales del cuerpo físico; otros espíritus, a la simple premonición de su desencarnación, vienen a nuestro encuentro en el mundo astral, demostrando poca preocupación por haber dejado el mundo material, porque nada les ataba a la vida humana. Esos espíritus se han esmerado en servir a la humanidad y habiendo realizado hercúleos esfuerzos para liberarse de los vicios y de las pasiones esclavizantes, cuando alcanzan la hora de su muerte física, se encuentran desprendidos de las cadenas de las sensacio­nes inferiores de la carne. Es evidente que este tipo de alma, aunque se encuentre aprisionada por los lazos de la materia, vive la vida del cielo anticipadamente y no se impresiona con la muerte del cuerpo y atiende confiada, la convocación espiritual del Señor.

Son criaturas, que aún en la vida física, trabajan para desatar los eslabones del sentimentalismo exagerado y egoísta que los amarra a los parientes mundanos, reconociendo que la verdadera familia es la comunidad espiritual universal, provenientes del mismo Padre. Se desprenden de las atracciones prosaicas de la vida humana, así como las criaturas abandonan sus juegos, cuando alcanzan la juventud.

Tuve oportunidad de presenciar algunas desencarnaciones, en donde el mismo espíritu desencarnantes, era el más atareado por liberarse de los lazos vitales que lo ataban al cuerpo físico. En otras ocasiones, comprobé que las almas valerosas llegan hasta hacer "bromas" en base de su propia muerte física, ante la seguridad con que se sometían al proceso a través de vidas pasadas No creo que la más poderosa red de hilos magnéticos —que du­rante la muerte pueda tejerse por las aflicciones de los parientes desesperados— pueda perturbar esos espíritus tan emancipados de las ilusiones del mundo, y que ya se encontraban anticipada­mente liberados de las penas de la vida espiritual. La mayoría de las almas terrenas, se embarazan de tal forma en las mallas hipnotizadoras e instintivas de la vida humana, que en la hora de la muerte, parecen moscas cansadas que no logran despren­derse de los hilos de la poderosa red, tejida por las arañas.

Pregunta: En base a vuestras referencias sobre los espíritus que prestan ayuda a las personas en vía de desencarnar; ¿podríamos saber si existe una organización disciplinada en el Más Allá que se dedique exclusivamente a esa clase de ayuda?

Atanagildo: Así es en realidad. En nuestra metrópoli, por lo menos, existen cursos disciplinados, dirigidos por espíritus ele­vados, que no sólo enseñan la ciencia a eme está subordinada la muerte corporal, sino, que enseñan la técnica práctica para el mejor éxito de las operaciones desencarnatorias terrenas. La com­plejidad y delicadeza de las operaciones cine se producen u ori­ginan en el mundo astral, bajo la responsabilidad de los organi­zadores del Bien, exige más conocimientos v cuidados que las operaciones rutinarias en la Tierra. En el mundo material, las formas que lo componen, se encuentran en continua liberación de energías, esas mismas energías pasan hacia este lado, revitalizándose en su fuente natural, a la cual fueron atraídas.

De la misma forma, que para los encarnados la muerte signi­fica la extinción de la vida material, aquí el fenómeno se invierte, pues el espíritu se libera de la materia densa, para ingresar en su verdadero mundo, compuesto de energías sutilísimas.

Por esa causa se necesita la formación y adiestramiento de equipos de espíritus que deben atender a las desencarnaciones, siempre que los cuidados de lo Alto, reconozcan el merecimiento de la asistencia y protección de alguien, en la hora delicada del fallecimiento. En base a las diferencias de evolución y diferentes situaciones particulares, que se verifican en las diversas desen­carnaciones, os sería posible valorar la necesidad e importancia de los conocimientos especiales, por parte de los espíritus asis­tentes a las desencarnaciones, que de ningún otro modo podrían cumplir con éxito tareas tan delicadas. "Esos espíritus técnicos" en desencarnaciones, son los que dieron motivo a la vieja leyenda, en donde la muerte se representa con la figura de una calavera que lleva en la mano una guadaña, cuya tarea tenebrosa es la de cortar el "hilo" de la vida humana...

No existe nada de lúgubre en ese acontecimiento tan común, que es la desencarnación; normalmente, esos espíritus asistentes son de fisonomías afables, dotados de buenísimos corazones y sano optimismo, que en nada justifica, entre vosotros, esos tem­blores de frío en la epidermis tan sensible.



Pregunta: ¿Los espíritus asistentes a las desencarnaciones actúan exclusivamente en la hora exacta del acontecimiento o precisan prepararse con cierta anterioridad, a fin de desligar gradualmente los lazos que unen las almas a sus cuerpos físicos?

Atanagildo: Cuando consideréis el proceso de la desencarna­ción o de la encarnación, es conveniente que evitéis todo tipo de generalización sobre el asunto, pues no se puede ajustar con exactitud un caso con otro. Cada alma es un mundo aparte, que presenta reacciones psíquicas o psicológicas bastante diferentes entre sí. El bagaje milenario de cada ser espiritual, como un todo específico y aislado también ofrece considerables diferencias de un desencarnante a último momento, para ultimar las opera­ciones del desligamiento. Eso sucede, porque se trata de almas evolucionadas y ligadas a familiares conocedores de la vida espi­ritual, que en vez de encadenar emotivamente al espíritu eme parte, se vuelven eficientes cooperadores en la hora de la des­encarnación.

Mientras tanto, si el desencarnante es de los que estuvieran sujetos a los parientes, es de prever que se entregará a las emo­ciones contradictorias y desesperadas, se precisa preparar el ambiente vibratorio con la debida anterioridad, para establecer un buen círculo magnético protector alrededor del lecho del mori­bundo. Por eso, las operaciones desencarnatorias tienen que realizarse gradualmente y los espíritus asistentes auscultan las emociones de los presentes, experimentan las reacciones psíqui­cas, al mismo tiempo que observan las condiciones vitales y orgá­nicas del enfermo.

Varían, pues, los métodos desencarnatorios y las medidas preliminares en cada caso, las que dependen también, del tipo de enfermedad que ha de provocar el desenlace, pues el espíritu en vías de desencarnar por una trombosis o síncope cardíaco exige un tratamiento preliminar de urgencia, muy diferente al que se aplica al enfermo postrado hace mucho tiempo, cuya dolencia le agota las fuerzas de modo casi milimétrico.

Pregunta: ¿Esos espíritus asistentes poseen algún aspecto dis­tinto o tienen vestimentas especiales que los distinga de los demás que les confiera responsabilidad en los procedimientos desencarnatorios?

Atanagildo: No os preocupéis por las insignias o emblemas, que son de gran importancia en la Tierra, pero innecesarios para hacer distinción entre los desencarnados, en el mundo astral, cuyo valor y elevación se conoce a la luz que fluye de sus espíritus, dotados de ternura y sabiduría. En la metrópoli del Gran Corazón se interpreta mejor aquel concepto de Sócrates que dice: "cuanto más sabe el hombre, más se da cuenta que menos sabe". Por eso, ningún espíritu de nuestra comunidad, por más evolucionado que sea, agasaja las presunciones de sabi­duría o hace exhibiciones de adelanto espiritual. La sencillez y la ternura son las cualidades más destacadas de los espíritus de­dicados al Bien, inspirados en el ejemplo del Sublime Guía Espiritual del orbe, el Maestro Jesús, que demostró su grandeza en la humanidad, al lavar los pies de los apóstoles.

He ahí el motivo por el cual los espíritus que asisten a los desencarnantes no se diferencian de los demás siervos del Señor; por lo menos, yo no les he notado otras condecoraciones o sím­bolos que no sean la sonrisa benevolente y la invariable dedica­ción al servicio de ayuda al prójimo.



Pregunta: ¿Habiendo vivido otras vidas y desencarnado mu­chas veces, no sería razonable que ya nos hubiésemos liberado de esos momentos angustiosos delante de la "Muerte", que la leyenda ha pintado de un modo tan tenebroso?

Atanagildo: Sé muy bien que aún es difícil eliminar del sub­consciente humano, la vieja idea de la "Muerte", a través de esa mujer cadavérica vistiendo una lúgubre mortaja, mientras mueve una afilada guadaña haciendo gestos histéricos y tomando acti­tudes asustadoras. Sin embargo, ¿qué es la vida, sino la propia muerte a préstamos? A medida que el cuerpo envejece y se con­sume poco a poco, ¿no camináis implacablemente, minuto a minuto, hacia la cueva del cementerio? Desde el primer gemido lanzado desde la cuna hasta el último suspiro de la agonía, el hombre no es más que un viajero en el camino obligatorio hacia la sepultura. ¿Por qué temerla?; la muerte corporal es sólo un "acto" o un "hecho" muy común, que representa una inefable bendición, destinada a liberar al espíritu de la carne y conducirlo a su destino venturoso.

Cuando logré despertar en el Más Allá, tuve la agradable sorpresa de verme ante dos espíritus buenísimos, que a pesar de intentar reducir la irradiación de su luz zafiro-azulada pro­veniente del tórax, la formaban un suave halo luminoso alrededor de sus cabezas jóvenes. Esta seguro que eran excelsos enviados de la jerarquía superior, para salvar a mi alma pecadora y me sorprendí extraordinariamente al saber que eran los dos espíritus técnicos que me habían ayudado a desligarme del cuerpo físico. Indudablemente, que yo me encontraba delante de la legendaria "Muerte", esa entidad tan temida que en la Tierra causa esca­lofríos a su más simple enunciación. Aquellos dos espíritus que estaban delante de mí desmentían claramente la existencia tétrica de la mujer esquelética, embozada en su fúnebre mortaja, y blan­diendo la siniestra guadaña... Felizmente, podía vislumbrar aquellas fisonomías iluminadas, afables y sonrientes, que se en­contraban a mi lado, en un formal desmentido a la leyenda mito­lógica de la "Parca" que ha inspirado historias terribles.

Esos dos espíritus, leyeron en mi pensamiento, con cierto aire travieso, mientras que mi cerebro se espantaba, después me vol­vieron a mirar con profunda bondad e interés, y sin que yo tam­poco me pudiese contener, reímos francamente; fue una risa abundante y sonora, que inundó el ambiente de vibraciones ale­gres y festivas. Reímos delante de la farsa de la "muerte" tan lúgubre y aterrorizante para el ciudadano terreno, que vive aferrado a sus tesoros efímeros y a sus pasiones avasallantes. Justamente, por invertir el exacto sentido de la vida, es que el hombre terráqueo tanto teme a la muerte del cuerpo.

Pregunta: ¿Por qué motivo, en ciertos casos, ha sido posible identificar algunas señales de la proximidad de la muerte del cuerpo físico? ¿Son los espíritus asistentes a las desencarnaciones que previenen, a veces, el desenlace a producirse?

Atanagildo: Sabéis, que la criatura terrena considera la muerte del cuerpo como un acontecimiento lúgubre e inevitable, pone un sentido fúnebre a todo aquello que pueda recordarla. A pesar de eso, en ciertas ocasiones ocurren hechos que bien podrían denunciar la presencia de los asistentes que se aproximan para desempeñar sus tareas caritativas, pero, la ignorancia humana los hace pasar por visitantes indeseables, confundiendo con un mal presagio sus señales benefactoras, que indican la feliz liberación del alma enclaustrada en la materia densa.

Pregunta: Dadnos un ejemplo práctico, de cómo ciertas per­sonas pueden percibir la aproximación de esos espíritus, que mu­chos vaticinan, y se conoce por el aullido del perro, cuando alguien está próximo a desencarnar. ¿Eso tiene algún fundamento?

Atanagildo: Algunas veces sí. Como la visión de los anima­les puede alcanzar una faja vibratoria más penetrante en el astral e inaccesible a la visión o percepción humana, ciertos perros, pueden presentir cuando los técnicos espirituales se en­cuentran ocupados en las tareas desencarnatorias por los alre­dedores, por cuyo motivo aúllan; por eso, el pueblo acostumbra a decir, que el "aullido de un cachorro es de mal augurio".

Cuando debe "quemarse" un karma colectivo, en donde deben perecer los pasajeros y tripulantes de alguna embarcación, en cuyos cuerpos carnales se esconden espíritus de viejos crimina­les, piratas o antiguos invasores bárbaros, los grandes equipos de espíritus protectores o asistentes a las desencarnaciones, se sitúan en la embarcación con anticipación a la catástrofe deter­minada por la Ley Kármica, a fin de providenciar lo necesario para el control y protección, que es necesario en las operaciones desencarnatorias. En esas ocasiones suele suceder un hecho muy interesante; como la visión de las ratas es bastante más sensible en el plano de la sustancia astral densa, presienten que se avecina un desastre, y como en esos animales aún es poderosa la sabiduría milenaria e instintiva, las ratas en ciertos casos se arro­jan al mar, buscando una salvación prematura. Ese es el funda­mento de la leyenda que dice: "cuando las ratas acostumbran a abandonar los navíos, se está en vísperas de un naufragio".

Las aves, los reptiles y diversos animales, en su lenguaje inin­teligible y en su inquietud incomprendida por el hombre, casi siempre denuncian fenómenos insólitos que perciben alrededor, y que tienen origen en el mundo astral denso.

Pregunta: Creemos, que el motivo principal de nuestro temor a la "muerte" no es por su aspecto trágico, sino, por la pers­pectiva de enfrentarnos con lo desconocido, pues si permanece­mos en el mundo físico, estamos amparados por un paisaje familiar que nos rodea y por el efecto de los parientes cosan-guineos, de los que nos tendremos que separar sin que tengamos pruebas de una futura felicidad, desconocida. ¿No es lógico nues­tro razonamiento?

Atanagildo: La verdad no es ésa; si el hombre teme la muerte del cuerpo físico, es por que deposita toda su fe y ventura en los tesoros efímeros de la materia y se dedica al culto exagerado de las pasiones animales, que lo vuelven cada vez más insatis­fecho y esclavizan definitivamente al goce animal. Como ignora el amor excelso y la paz sublime que reina en las esferas espi­rituales superiores, que podría alcanzar por la renuncia defini­tiva de los bienes provisorios de la Tierra, mal sabe que la des­encarnación es una generosa dádiva de Dios para la verdadera vida.

Mientras que algunos científicos inquietos, intentan prolon­gar la vida física de los hombres, preocupados por alcanzar el "elixir de la vida" o en descubrir las hormonas que le garanticen más éxitos en las sensaciones animales transitorias; los espíritus piadosos, intentan inspirar a la criatura terrena para que no corra de la temida muerte y que tampoco se atrofie en el culto decepcionante de los sentidos físicos. Por eso, muchas criaturas sienten escalofríos en la espina dorsal cuando oyen hablar de la muerte, como si no la hubiesen enfrentado nunca, en el trans­curso de los milenios pasados. Cuántas veces la muerte amiga os fue proporcionada por la técnica de esos espíritus especializados, que os cortaron el "hilo de la vida" para que os pudieseis libe­rar de las cadenas del sufrimiento humano. En la Atlántida, en Egipto, en la Galia, en la Hititia, en Grecia, India o Europa, cuántos cuerpos de carne habéis consumido para la rectificación de vuestro espíritu. Gracias a esas continuas interrupciones de vida corporal, es que habéis podido realizar sucesivas experien­cias humanas y activar el progreso de vuestros espíritus.



Pregunta: ¿Cuáles son las primeras providencias que toman los espíritus asistentes a las desencarnaciones, cuando deben libe­rar a los moribundos?

Atanagildo: Ya os dije, anteriormente, que no se registra una sola reencarnación o desencarnación, que sea idéntica a las otras; comúnmente, los técnicos desenvuelven sus trabajos y coordinan el proceso desencarnatorio a medida que se manifiestan las reac­ciones y acontecimientos a medida de la naturaleza "psico-física" del desencarnante. Cuando se trata de un alma afiliada a cual­quier comunidad superior o que se ha decidido al servicio del amor al prójimo, las primeras providencias de los técnicos se circunscriben a crear una defensa alrededor de su lecho de dolor. Esos espíritus crean una red de fluidos magnéticos que disuelven las vibraciones mentales y los impactos emotivos causados por los parientes en estado de desesperación y protegen al desencarnante contra cualquier intervención indebida del astral inferior.

Aunque no siempre se obtenga un éxito completo, debido a la poderosa imantación por la angustia manifestada por los parien­tes vivos, por lo menos ese círculo de magnetismo neutraliza gran parte de la carga nociva, que perturba el trabajo desencarnato­rio. Hay enfermos, que sin tener que sufrir una purgación kármica, también suelen agonizar hilo a hilo, durante largas horas, porque quedan retenidos en la carne por los lazos opresivos del magnetismo denso que emiten sus familiares desesperados, que pretenden salvarlo a cualquier precio, aunque reconozcan que el moribundo no tiene remedio.

Basándonos en que los desencarnados se desorientan mucho delante de la muerte física, promoviendo una fuerte gritería o blasfemando contra Dios, es muy común la presencia de sus ami­gos desencarnados que se manifiestan junto al agonizante para formar un círculo y formar oraciones, que lo ayudan, para que alcance con éxito el traspaso hacia el plano astral. Normalmente, esas son las primeras providencias que se toman junto al des­encarnante, cuando es merecedor de ser asistido, siendo bene­ficiado con la fluidificación sedativa del ambiente, la formación de una red de magnetismo protector alrededor del lecho y el cariño espiritual, a través de las preces elevadas por los espí­ritus amigos.

Pregunta: ¿Después de todo eso, suponemos que el paso in­mediato es el proceso de desligar los lazos que atan al espíritu a la materia, no es verdad?

Atanagildo: La operación del desligamiento final, depende mucho de la psicología del desencarnante, pues, aunque merezca la asistencia espiritual, puede ser inmaduro de razón o psíquica­mente inseguro de la felicidad en la parte final de la muerte física. En este caso, los espíritus asistentes promueven el ador­mecimiento de su cerebro, para que se desligue de la carne in­consciente del proceso desencarnatorio, permaneciendo bajo la acción de un incontrolable sueño que le impide interferir directa-mente en el proceso con su fuerza mental, que dificultaría su liberación espiritual.

También existen otros espíritus, que debido a su emancipación y elevado grado de conciencia despierta, durante su desencarna­ción, merecen otra especie de atención preliminar para liberarse del cuerpo físico; ésta consiste en la actuación de su conciencia espiritual y la sugerencia de la oración afectiva antes de des­encarnar.

He ahí el por qué, los trabajadores del Señor y ciertas cria­turas bien espiritualizadas desencarnan perfectamente, lúcidas y en calma, a punto de llegar a invitar a los presentes a la oración y hasta llegan a determinar ciertas providencias relativas a su traspaso. Sus cuerpos son abandonados con envidiable tranquili­dad espiritual, en vez de desesperarse como aquéllos, que no vi­ven preparados para saber morir. En el trabajo desencarnatorio de esas almas emancipadas y conscientes, casi siempre, los téc­nicos hacen converger todas las fuerzas vitales y magnéticas hacia la región infracraneana a la altura del cerebelo, en donde se acumulan las fuerzas regeneradas que activan al espíritu y le agudiza la percepción mental del fenómeno desencarnatorio.

Pregunta: ¿Podríais describirnos minuciosamente el proceso gradual de la desencarnación, así lo conocemos en su aspecto científico?

Atanagildo: En las desencarnaciones comunes, al comienzo, casi siempre se solicita la presencia de un espíritu que posea magnetismo semejante al del agonizante, para poder ayudarlo en la desencarnación. Le coloca las manos sobre la frente, en un proceso de revigorizamiento magnético en los lóbulos frontales y acelera el "chakra" coronario, en donde está la verdadera di­rección del sistema de fuerzas del doble etérico, que relaciona al periespíritu con el cuerpo físico. En seguida el técnico desencarnador inicia sobre la organización etérica del periespíritu, un trabajo de magnetización a lo largo del cuerpo carnal: es una operación muy compleja, porque el operador deberá detenerse con perfecto conocimiento de la técnica, que exige, a la altura de cada "chakra etérico" o centro de fuerzas, ayudando a las funciones y movimientos en un ritmo armónico y en toda la extensión del periespíritu. Su misión es regular el "chakra esplénico", que recepciona la vitalidad del medio ambiente, para que se equilibre correctamente con el funcionamiento del centro cardíaco, que es la sede de los sentimientos y a su vez, ejercer el control del "chakra laríngeo", para evitar la pronunciación de palabras.

El llamado "doble etérico", que sirve de intermediario entre el cuerpo físico y el periespíritu y que más tarde se disolverá en el éter-ambiente, se torna más sensible durante esa operación, en un incesante intercambio de energías con el medio y a su vez la devuelve, en forma de combustible gastado y que debe ser eliminado.

La distribución del magnetismo se hace sobre el tejido periespiritual, ajustando y fortaleciéndolo en un admirable trabajo de captación y aprovechamiento de la energía disponible del des­encarnante. En ese momento tan delicado, en que el espíritu debe abandonar su capullo de carne para elevarse a las regiones edé­nicas o por el contrario— debido a su peso de magnetismo in­ferior— caer o precipitarse en las regiones de las tinieblas, es cuando realmente se comprende el valor grande que tiene la ense­ñanza de Jesús al respecto, cuando decía: "¡Los humildes serán ensalzados y los ensalzados de la Tierra serán humillados!"

La vida humilde y benévola en la Tierra, produce un continuo refinamiento y acumualción de energías superiores, mientras que la exaltación por el orgullo, por la cólera o cualquier tipo de pasión o violencia, es un peligroso desgaste de energías, que fortifica el campo de las fuerzas inferiores del periespíritu, haciendo que el alma penetre bastante debilitada en el plano astral.

Esa distribución de energías que los técnicos hacen a lo largo del cuerpo del moribundo —que en terapéutica magnética es muy conocida como "pases longitudinales"— tiene por función, aislar todo el sistema nervioso simpático, mientras que otras aplicacio­nes condensativas de magnetismo, insensibilizan el vago y desentrañan de las vísceras, sus respectivas contrapartes etéricas. Esa operación que insensibiliza y suprime gradualmente la acción del sistema nervioso, hace converger y deslizar el magnetismo de los "chakras" que actúan a la altura de cada "plexo nervioso", por cuyo motivo se termina también la posibilidad de los movi­mientos físicos por parte del agonizante, aunque los técnicos pue­dan aumentar la percepción mental y la auscultación psíquica, si fuera de interés mantenerlo deliberadamente despierto.

He ahí porque los espíritus asistentes a las desencarnaciones acostumbran a frenar intencionalmente el "centro laríngeo" que es el control de la voz, para evitar un verbalismo debilitante para el desencarnante y contraproducente para los familiares que lo rodean, en el transcurso de su memoria demasiado agudizada. Eso mismo, es lo que me sucedió en la última desencarnación, pues se me agudizó de tal modo el psiquismo, que podía presentir, por vía telepática o intuitiva, todos los pensamientos emitidos por aquellos que me rodeaban. La anulación del sistema nervioso, que me paralizó los movimientos físicos, hacía refluir la vida interior de mi espíritu, activándome enérgicamente la audición psíquica, colocándome en situación angustiosa, pues deseaba decir a los presentes que yo estaba vivo y amenazado de la lúgubre posibilidad de ser enterrado vivo.



Pregunta: ¿Después de esa intervención que describisteis, el espíritu abandona el cuerpo físico?

Atanagildo; La desencarnación demanda aún otras operacio­nes complejas, pues la intimidad que se estableció entre el periespíritu y el cuerpo físico durante algunos años de vida humana, no puede deshacerse en pocos minutos, por la intervención téc­nica de los seres de este lado. Salvo en los casos de desastres o muertes violentas, en donde la intervención de los técnicos asis­tentes se registra después de la muerte del cuerpo; las demás desencarnaciones deben subordinarse gradualmente a varios pro­cesos liberatorios, como he observado en varias oportunidades que me permitieron apreciar el fenómeno.

El hombre presenta, fisiológicamente, tres centros orgánicos que deben merecer la mayor atención durante la desencarnación, cuando se trata de seres que merecen la asistencia espiritual: el centro "físico" por donde se manifiesta el instinto como reac­ción, placer, dolor o movimiento, cuya zona de sensación está situada en el vientre, que es el campo de las manifestaciones fisiológicas; el centro "astral" por el que se manifiesta la intui­ción, en armonía con el sentimiento, conocido como la zona de los deseos y emociones, situado en el tórax y finalmente, el cen­tro "psíquico mental", localizado en el cerebro, que es el más importante de los tres, porque revela la idea y también tiene relación con el sentimiento. Esa es la organización principal, por la cual el alma percibe los valores de la verdad y el error y puede también, valorar el grado de su propia conciencia espi­ritual en relación con el medio físico. Conforme la naturaleza, favorable o desfavorable, conque utiliza el alma, cada uno de esos centros "etéreo-astrales", que sirve de unión al espíritu con la carne, también varía el tiempo de su desligamiento y la intensidad de ciertas operaciones, que los asistentes presentes realizan aparte. El cuerpo humano es la materialización carnal de los sentimientos, ideas y deseos del espíritu, que al deslizarse de él, también revelan cuál fue su mayor o menor preferencia por el campo de la acción física, emotiva y mental en el mundo de las formas, como el músico que se aficiona particularmente a un determinado instrumento. Por todo eso, es que los espíritus asistentes a las desencarnaciones se dedican con más cuidado y atención a las zonas vitales del cuerpo, por medio de las cuales el espíritu se demora más tiempo en el intercambio con el mun­do exterior.

La desencarnación tiene una íntima relación con los objetivos elevados o perjudiciales que fueron alentados en cada uno de los tres centros principales de actividad del espíritu en la ma­teria, de lo cual resulta el éxito o la dificultad en la liberación del moribundo. Por lo tanto, para que el espíritu pueda partir libremente hacia el espacio, no es suficiente que cesen las fun­ciones fisiológicas del cuerpo físico, como ser los movimientos o reacciones de sensibilidad orgánica; es preciso que los lazos vitales logren desatarse lenta y gradualmente, exigiendo una técnica muy delicada, que me hace recordar a los cuidados, pre­cauciones y exigencias de la alta cirugía de vuestro mundo. Des­pués del proceso magnético que os describí, los técnicos espiritua­les acostumbran a trabajar sobre las zonas del "plexo solar" o plexo abdominal, como es conocido en la técnica médica; allí es realmente en donde se localizan las últimas cadenas del espíritu, constituidas por las fuerzas físicas, pues, ni bien son desatados esos ligamentos finales, emana un contenido lechoso —visible para nosotros— a la altura del ombligo, que pasa hacia el lado de afuera del cuerpo físico, el que es aprovechado automáticamente por el periespíritu, que en ese instante, se encuentra en la fase final de su desencarnación. He notado siempre, que después del fenómeno, bastante curioso de la emanación de aquella sustancia gaseosa, de apariencia lechosa, se enfría rápidamente el cuerpo material, comenzando por los miembros inferiores. Ese es el mo­mento exacto, en que la familia del moribundo más se desespera, acudiendo apresuradamente a la bolsa de agua caliente para colocarla en los pies helados. Desde el momento que los técnicos activan, su intervención desencarnatoria, es suficiente que apli­quen algunos pases magnéticos en el centro astral, a la altura de la región cordial del cuerpo físico, para que disminuya el ritmo funcional del corazón y se precipite la agonía.



Pregunta: ¿Qué cuadro clínico presenta para nosotros, los en­carnados, el agonizante en el momento que se libera de aquel contenido lechoso a que hicisteis referencia?

Atanagildo: No debéis olvidar, que describí esa sustancia le­chosa, invisible para los ojos de la carne, conforme se me pre­sentó a mi visión espiritual, pues aunque sea una sustancia fluídica, a mí se me figuraba bastante parecida a un gas pastoso y de aspecto lechoso. Algunos médiums videntes, de la Tierra, cuando logran verla en su exudación durante la desencarnación, la describen como si fuera un cono con muchas franjas, parecido al tradicional pino de Navidad. Es una sustancia que sale por encima del ombligo y que al llegar al nivel del periespíritu, tiende a alcanzar la garganta, en un esfuerzo de proyección triangular, y que después es exudada, se elimina toda posibilidad de pro­longar la vida del moribundo. Algunos médiums experimentados, al ver astralmente ese contenido lechoso a la altura del vientre del enfermo, saben perfectamente que desaparece toda posibilidad de salvarlo.

Después de exudada totalmente la sustancia a que me refería, es absorbida por una llama que se encuentra en el centro craneano, cuya luminosidad no tiene analogía con la luz física: está compuesta por un quimismo muy alto, producto de la condensa­ción de la energía del plano mental superior; su color oscila entre el lila y el violeta, variando en sus matices y fulguraciones dora­das. Esa admirable llama, representa el último y más importante trabajo del "centro psíquico" o "mental" en la fase desencarnatoria, cuando absorbe la energía intermedia, proveniente del "centro físico" situado en el vientre, pasando rápidamente a formar y sustentar la configuración definitiva del periespíritu, que se manifiesta con visor en el mundo astral. En el momento que emana el contenido lechoso de la zona abdominal y se eleva hacia la mente para consubstanciar al periespíritu desencarnado, es justamente la fase más aflictiva, que para la visión física, es agonizante presenta los síntomas conocidos por la falta de aire o llamada "oran disnea" en terminología médica, haciendo desesperados esfuerzos para sobrevivir en el mundo físico. Entonces, se trataba un desesperado combate entre el espíritu que lucha para desprenderse del capullo de la carne y el cuerno, que intenta sobrevivir a través de todos los recursos adquiridos por la sabiduría instintiva del animal milenario.

Recrudeciendo los efectos de las medidas liberatorias, aparece el tradicional "amorotamiento", muy conocido popularmente cuando se terminan todas las esperanzas de salvación corporal para el enfermo que va caminando hacia el estado de coma. El desencarnante hace heroicos esfuerzos para hablar, mientras que su mente bastante agudizada lucha para mantener la dirección física que se le escapa. La inmovilidad del centro etérico de la Laringe neutralizado en su función intermediaria entre el periespíritu y el cuerpo físico sólo le permitirá producir estertores, que angustian a los presentes.

Es verdad que la desesperación v la aflicción en la hora de la muerte depende fundamentalmente del grado de evolución espiritual del paciente; hay almas que desencarnan con tal serenidad espiritual que vosotros las comparáis con la muerte de los pájaros mientras que otros, atraviesan ese momento en la más terrible lucha para coordinar el raciocinio y hacer esfuerzos verbales intentando sustentar con eso el organismo que se agota en su vitalidad. El cuerpo físico batalla heroicamente v prepara todas sus energías instintivas, antes de rendirse definitivamente a las fuerzas que paralizan la vida en el mundo material. La motricidad orgánica vibra y pulsa en su última tentativa de su­perar la ausencia de los estímulos cardíacos, que disminuyen gradualmente. Los dos mundos luchan en un esfuerzo hercúleo, más la victoria pertenece a los técnicos del Más Allá, porque después de la liberación del contenido lechoso, a que me referí, ninguna fuerza humana conseguirá que el desencarnante retorne a su centro de vitalidad animal.



Pregunta: ¿Es en esa ocasión, según lo explican algunos com­pendios espiritualistas, cuando se corta el último hilo de la vida?

Atanagildo: El proceso de la desencarnación, como ya lo des­cribí, sucede por etapas que se van sustituyendo gradualmente y se inicia normalmente con la acción magnética a la altura del sistema nervioso, actuando sobre todos sus ganglios y plexos ner­viosos, se acentúa después en el vientre, en donde se localiza el centro vegetativo o la sensación instintiva; prosigue en la región torácica y provoca la defunción cardíaca, con intervención en el centro del sentimiento, para concluir en el campo de la idea, en el centro psíquico o mental, situado en el cerebro. En este último órgano es donde realmente reside la dirección del espíritu, cuando dirige su organismo físico y es también allí, donde se encuentran todas las energías, después que han sido liberadas de todas las regiones del cuerpo, al igual que un ejército discipli­nado, delante de la derrota implacable, se concentra alrededor de su comando y aguarda, en la más dolorosa expectativa, las últi­mas órdenes de vivir o morir.

Así como el gran simpático es el nervio que sirve de verda­dero apoyo físico al cuerpo astral, el cerebro es el basamento del vehículo mental, y como tal, debe ser el último en liberarse de la vestimenta que dirigió durante la vida material. El mismo poder creador de la mente, que sabe aglutinar la sustancia física para formar el cuerpo carnal y hacerlo renacer en la Tierra, luego que toma posesión de aquel contenido lechoso del que he­mos hablado —impregnado de vitalidad y usado como sustenta­ción de la vida humana, desata también la configuración defi­nitiva del periespíritu liberado del cuerpo físico y entonces, aquél se vuelve un nuevo centro coercitivo de la colectividad atómica del mundo astral.



Pregunta: ¿En la zona cerebral es donde los técnicos cortan el último lazo de unión del espíritu con el cuerpo físico?

Atanagildo: Cuando hablé de mi desencarnación, os dije, que en el momento exacto en que los técnicos debían estar trabajando en mi región craneana, para desligarme definitivamente de los últimos contactos con el cuerpo material, sentí como si me hu­bieran sumergido en medio de un violento trueno, que hizo es­tremecer mi individualidad espiritual. En realidad, me habían cortado el llamado "cordón plateado" cuya citación, encontra­réis en las obras esotéricas terrenas (Citado también en la Biblia: Eclesiastés 12-6. 248), que significa el último lazo para cortar la técnica sideral, a fin de que el espíritu se libere definitivamente del cuerpo carnal, pero, el momento exacto para romperse este lazo citado, varía de un espíritu hacia otro, pues, he observado en muchos casos, que esa operación sólo se realiza en el momento de salir el féretro hacia el cementerio. Existen infelices almas pecadoras, que debido a su desequilibrio psíquico no favorecen la intervención de la asistencia espiritual en la des­encarnación y tienen que soportar la fragmentación natural de ese "cordón plateado", que se rompe algún tiempo después en la tumba, haciéndoles sentir todos los fenómenos horrendos de su propia descomposición cadavérica.

Pregunta: Esa demora en romper el "cordón plateado" en el cuerpo inerte, ¿presta algún beneficio al desencarnado? ¿No es inútil esa ligazón entre el alma y el cadáver?

Atanagildo: A veces no conviene la liberación rápida, para que el alma no entre súbitamente en el mundo astral, pues ese mundo es demasiado sutil y plástico a las emisiones del pensa­miento, que amplifica y superexcita todos los cuadros mentales que aún se mantienen desordenados en el periespíritu del des­encarnado. La permanencia demorada junto al cadáver favorece al periespíritu en su intercambio energético con el vitalismo na­tural del medio físico que fluye de la carne densa y se disocia en el conocido fenómeno de la radiación dispersiva, tan común en ciertos minerales, aunque sus moléculas de hierro, sodio, mag­nesio, flúor, calcio y otros se aglutinen en la sangre por proce­sos diferentes.

Sabiendo que la materia es energía condensada —y este es un conocimiento que está en posesión de la ciencia de vuestro mundo—, ni bien comienza la disolución del cuerpo físico esa energía hasta entonces acumulada tiende a liberarse rápidamen­te y entonces el periespíritu —centro energético que actúa en un plano vibratorio más sutil— aprovecha automáticamente el magnetismo energético que se irradia del cadáver, que fue su instrumento vivo en el mundo físico. Esa irradiación energética ese producto natural del campo mineral del cuerpo físico en vías de disolución en el medio terrestre y puede aprovecharse hábilmente a través del sutil "cordón plateado" que aún obliga al espíritu a focalizar su atención mental en el mundo físico, activando y vitalizando las imágenes que se le presentan en la tela de la memoria etérica, sin conducirlo a desatinos y haciendo que sólo sea un espectador de sí mismo.

De modo contrario, la libertad inmediata del espíritu, en el astral, haría recrudecer violentamente sus evocaciones mentales sin la ayuda del cuerpo físico para atenuarla a causa de su sensibilidad psíquica. Es obvio que el espíritu benefactor y el alma cristianizada puede dispensar de esos cuidados y de la fase de adaptación gradual en el mundo astral, porque cuando eran encarnados ya estaban ligados a las regiones superiores de Paz y Ventura, a las cuales se reincorporan definitivamente después de la muerte física. Son almas que por ser bendecidas fuentes de luz y energía superiores disuelven los mantos de las tinieblas por donde transitan.

Pregunta: ¿El periespíritu sólo aprovecha las emanaciones radiactivas que absorbe el cuerpo físico? ¿O éste también recibe alguna cosa del organismo periespiritual?

Atanagildo: En verdad, el periespíritu usufructúa las ener­gías magnéticas que emanan del cuerpo físico, pero también sus­tenta a este último por la devolución rítmica de las fuerzas del mundo inferior; son dos organizaciones disciplinadas que se ayu­dan mutuamente hasta la separación definitiva. Comúnmente hay en el periespíritu ciertas adherencias nocivas que son productos de sustancias astrales que más tarde pesan al efectuarse la libe­ración definitiva del desencarnante, por eso conviene que sean absorbidas por el cadáver, que en este caso funciona como un condensador o conductor de impurezas que luego se disolverán en la tierra. Si no existiera ese proceso profiláctico para las almas que se encuentran sumergidas en las tinieblas de la rebeldía o ligadas al torbellino de las pasiones degradantes, serían figuras y condensadores repulsivos vivos que portarían hacia el astral toda la escoria que se les adhirió al periespíritu.

Después que se corta el último lazo fluídico que liga al peri­espíritu a la materia densa del cuerpo físico, comienza su definitiva descomposición. ¿Cuántas veces teméis que se dé sepultura a ciertos cadáveres a la hora de conducirlos al cementerio porque se les nota un halo de vitalidad o de calor?

Pero no sabéis que, ni bien cerráis el cajón, las colectividades famélicas de los gérmenes destructores se manifiestan, comenzan­do la descomposición del cadáver, comprobando una vez más que el "cordón plateado" había sido seccionado a último instante por conveniencia técnica de los asistentes desencarnadores.

Preguntas: Sin embargo, nos habéis dicho anteriormente que ciertas almas se liberan de su cadáver después que ese "cordón plateado" se rompe en la tumba, por cuyo motivo sienten todos los efectos de la descomposición del cuerpo. ¿No hay contradic­ción, en este caso, cuando decís que la descomposición del cuerpo se inicia después del corte del cordón fluídico?

Atanagildo: Es evidente que en los casos de explosión o in­cendio —suponiendo que el cuerpo del accidentado se desintegre por causa de los gases o las llamas— la liberación del periespí­ritu se hace de modo rápido y por consecuencia el "cordón pla­teado" se rompe al expeler los residuos vitales que se intercam­bian del periespíritu hacia el cuerpo físico. Pero existe un plazo limitado para mantener esa relación vital entre el periespíritu y el cadáver, después que comienza la desintegración natural por falta de cohesión molecular y debido a la función microbiana— que a manera de ejércitos famélicos rompen el cerco de una ciudad y se entregan a toda suerte de torpezas y destrucciones, atacando al cadáver para devorarlo. Cuando el último lazo se rompe por la intervención de los espíritus asistentes a las desen­carnaciones o en los casos de accidentes, explosiones, incinera­ciones que desintegran al cuerpo inmediatamente, el espíritu pasa a vivir los horrores de su descomposición carnal, sintiéndose devorado por la insaciabilidad de los voraces gusanos, hasta la exterminación completa del cadáver.

Pregunta: ¿Por qué causa se ha observado que los cuerpos de ciertos humanos quedan días y hasta meses y también años sin descomponerse?

Atanagildo: Hay criaturas, realmente santificadas, que se liberan de sus cuerpos con tal naturalidad y rapidez, que las energías poderosas que aún circulan por el "doble etérico" son absorbidas en su plenitud vital por el cuerpo cadavérico, manteniéndose por largo tiempo intacto y coherso en su red atómica, hasta que se agote la vitalidad en reserva, que sólo fluye lenta­mente. Algunos iniciados yogas consiguen realizar esa operación de un modo consciente, ajustando su esfuerzo mental, poderoso, a la dinámica de su elevación espiritual, y ciertos espíritus trans­fieren en un solo impacto todas sus fuerzas en reserva, que con­tiene el "doble etérico" en disolución, hacia el cadáver aún sen­sible.

El fenómeno que indagáis se explica con suma facilidad, pues el alma cuanto más distanciada se encuentra de las pasiones y de los intereses mundanos, tanto más liberada se halla de la carne, viviendo anticipadamente gran parte de la vibración espi­ritual superior, en donde ha de integrarse después de la muerte del cuerpo físico. Cuando llega la hora del "fallecimiento" el espíritu abandona el vestuario carnal rápidamente y deja en el cuerpo la poderosa energía que debiera utilizar en el retarda-miento desencarnatorio, muy común a los demás espíritus. Su cuerpo, haciendo las veces de un "secante", absorbe la vitalidad que abunda en el periespíritu, con la que se mantendrá coherso por algún tiempo.



Pregunta: ¿Hay algún beneficio para que se prolongue de ese modo la cohesión del cadáver, después que el espíritu se liberó de él? ¿No es de poca importancia el cuerpo físico después que el espíritu parte hacia el plano astral?

Atanagildo: No es el espíritu el que prolonga la cohesión del cuerpo que abandonó. Sucede, para demostrar a los encarnados que la santidad del alma es energía creadora de vida, pues consi­gue mantener establece el cadáver por cierto tiempo. Para el espíritu purificado poco importa que el cuerpo se desintegre o no; es la ley de correspondencia vibratoria y de aprovechamiento cósmico que actúa, haciendo que las energías puras de aquellos que vivieron dedicados a la Vida y a la Verdad, sean resguar­dadas en el cofre de su organismo de carne y purifique hasta el mismo medio en donde se depositan. Bajo un campo magnético elevado, las colectividades microbianas inferiores no pueden pro­gresar, porque esas fuerzas de vida se mantienen bajo la ener­gética de la luz creadora.

Pregunta: Teniendo en cuenta la prolongación de vitalidad en el cuerpo cadavérico, ¿el espíritu desencarnado no sufrirá algún día los efectos de la futura descomposición orgánica?

Atanagildo: ¡Oh, no! Si fuera así, todos los cadáveres embal­samados tenderían a aprisionar al espíritu desencarnado. En el caso que estamos tratando, el cadáver no se mantiene íntegro porque el espíritu se encuentre encadenado a través del último cordón fluídico, sino debido a la gran concentración de las ener­gías etéricas que les transfiere el doble etérico de aquel que par­tió, que por efecto de su voluntad altamente purificada, bajo la imposición de la Ley de compensación sideral. La desencarnación entre seres de mucha elevación es instantánea, porque las fuerzas purificadas que los envuelven son intrínsecas del plano espiritual y pasarán a habitar después de su completa liberación. ¿No acos­tumbráis a decir que ciertas criaturas después de "muertas" pre­sentan una fisonomía serena y con una hermosa iluminación, como si estuvieran descansando? Es que, realmente, sus cadá­veres están rodeados de esas fuerzas superiores que irradian de su cuerpo una energía poderosa, como si fuera un centro profi­láctico de protección y cohesión atómica.

Pregunta: ¿Por qué causa, en otros casos, los espíritus quedan encadenados al cuerpo físico, debiendo sufrir todas las sensacio­nes de la descomposición?

Atanagildo: En esos casos se trata de almas pervertidas que han empleado energías degradantes; que vivieron continuamente en el reino de las pasiones ignominiosas y de los crímenes contra la integridad espiritual. Sus cuerpos se transforman en cadáveres aplomados a las energías del astral inferior, que en su recipro­cidad circulatoria condensa y fortifica el "cordón plateado" que liga al periespíritu al cuerpo saturado de magnetismo repulsivo. En vez de colocarse en un campo de energías dúctiles, delicadas y liberadoras, como en el caso de las almas santificadas, se cen­tralizan en un poderoso núcleo de fuerzas primarias, esclavizantes y profundamente atractivas hacia el mundo inferior animal. El periespíritu, entonces, queda encadenado al cadáver, del que sólo consigue liberarse después de su completa descomposición, hasta ese momento, el alma se ve obligada a presenciar los cuadros pavorosos de los gusanos que devoran el cuerpo que ellos mismos degradaron, pues ese cuerpo no deja de ser un condensador de fuerzas deletéreas, que se disocian en detestable frecuencia vibra­toria del astral inferior.

El santo, el yoga o el hombre evangelizado desencarnan su­mergidos en un agua de fluidos balsámicos y paradisíacos, como criaturas que abandonan un ambiente inestable para ingresar rápidamente en un jardín de perfumadas flores primaverales; mas el espíritu del delincuente, el alma perversa o viciada, respira los gases mefíticos hasta que se elimine la fuente que los produce.




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