Magia, ciencia y religióN



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Silakutuva es el nombre que se usa para un plato de cocos rayados ofrecido al baloma (con las palabras Balom' kam Silakutuva) y que después se regalan a alguien.

Es característico que nunca sea el hombre que lo ofrece quien consuma el alimento del baloma, sino que sea regalado una vez que el baloma lo ha concluido.

Por último, en la tarde previa a la partida de los baloma, se prepara algo de comida, se colocan convenientemente algunos cocos, plátanos, taro y ñame y se meten en una cesta los objetos preciosos (vaigu'a). Cuando el hombre oye el característico tañer de los tambores, que constituye la ioba o expulsión de los espíritus, coloca esas cosas afuera para que el espíritu pueda hacerse con su baloma de ellas como regalo de despedida (taloi). Esta costumbre se llama katubukoni. La colocación de tales cosas enfrente de la cabaña (okaukueda) no es del todo esencial, en razón de que el baloma también puede hacerse con ellas adentro. Ésta fue la explicación que me dieron cuando yo buscaba los regalos de los baloma frente a las cabañas y sólo vi en un lugar (frente a la del cacique) unos pocos tomahawks de piedra.

Como se ha dicho arriba, la presencia de los baloma en el poblado no es asunto de gran importancia en la mente del nativo si lo comparamos con cosas tan absorbentes y fascinantes como la danza, el festejo y la licencia sexual que se dan con gran intensidad durante los milamala. Su existencia no está, con todo, enteramente dejada a un lado ni tampoco es, en absoluto, el suyo un papel pasivo; papel que consistiría en la mera admiración de lo que está pasando, o en la satisfacción de comer el alimento que reciben. Los baloma tienen muchos modos de manifestar su presencia. Así, mientras están en el poblado, será sorprendente el número de cocos que caen, no por sí mismos, sino porque los recogen los baloma. En el transcurso de los milamala de Omarakana, cayeron muy cerca de mi tienda dos enormes racimos de cocos. Y es aspecto muy gustoso de esa actividad de los espíritus el que tales cocos sean considerados propiedad pública, de manera que incluso yo disfruté, gratis, de una bebida fabricada con ellos gracias a los baloma.

Incluso los pequeños cocos verdes que se caen prematuramente lo hacen con mucha mayor frecuencia durante los milamala. Y ésta es una de las formas por las que los baloma muestran su displacer, el cual está invariablemente causado por la escasez de comida. Los baloma están hambrientos (kasi molu, su hambre) y lo manifiestan. Truenos, lluvia, mal tiempo durante los milamala, lo que estropea las danzas y fiestas, es otra forma más efectiva con la que los espíritus muestran su cólera. De hecho, durante mi estancia la luna llena cayó, tanto en agosto como en septiembre, en días húmedos, lluviosos y tormentosos. Y mis informadores eran capaces de demostrarme, haciendo uso de la experiencia real, la relación entre, por un lado, la escasez de alimento y unos malos milamala y, por otro, la cólera de los espíritus y el mal tiempo. Éstos pueden ir incluso más lejos y ocasionar sequías, estropeando de esta manera las cosechas del año siguiente. Ésta es la razón por la que, muy a menudo, varios años de escasez se sigan, puesto que un año infausto y unas cosechas pobres, hacen a los hombres imposible la preparación de buenos milamala, lo que a su vez encolerizará a los baloma, quienes estropearán las cosechas del año siguiente, y así sucesivamente en un círculo vicioso.

En ocasiones los baloma también se aparecen en sueños a los hombres durante los milamala. Es muy frecuente que los parientes, principalmente los que han fallecido hace poco, se presenten en un sueño. Por lo general piden comida y su deseo se ve col­mado con regalos de bubualu'a o de silakutuba.

A veces tienen algún mensaje que comunicar. En el poblado de Olivilevi, que es el principal de Luba, o sea, la región meridional del Kiriwina, los mila­mala a los que yo asistí fueron muy pobres, pues a duras penas contaban con exhibiciones de alimen­tos. El jefe, Vanoi Kiriwina, tuvo un sueño. Iba a la playa —que dista sobre media hora del poblado— y vio una piragua con espíritus que venían nave­gando hacia la isla procedentes de Tuma. Estaban coléricos y le dijeron: «¿Qué hacéis en Olivilevi? ¿Por qué no nos dais comida para comer y agua de coco para beber? Os enviamos esta lluvia pertinaz porque estamos airados. Para mañana preparad mu­cha comida; comeremos y hará buen tiempo; enton­ces podréis bailar». Este sueño fue del todo cierto. Al día siguiente todos pudieron ver un puñado de arena blanca en el umbral (okaukueda) de la lisiga de Vanoi (la cabaña del jefe). En qué sentido tal arena estaba relacionada con el sueño, ya fuera que los espíritus la hubieran traído o que lo hubiese hecho Vanoi en su existencia y paseo durante el sue­no, ninguno de estos detalles estaba claro para mis informadores, entre los que se encontraba Vanoi en persona. Pero lo cierto era que tal arena era una prueba de la ira de los baloma y de la realidad del sueño. Por desgracia, la profecía del buen tiempo fracasó completamente y no se danzó aquel día a causa del diluvio. ¡Tal vez los espíritus no estuvie­ron del todo satisfechos con la cantidad de comida que se les ofreció aquella mañana!

Sin embargo, los baloma no son por entero materialistas. No sólo se duelen de la escasez de comida y de las ofrendas pobres, sino que también montan estricta vigilancia sobre el mantenimiento de las costumbres y castigan con su displacer cualquier infracción de las normas consuetudinarias y tradicionales que es menester observar en el trans­curso de los mila­mala. Así se me dijo que los espíritus desaprobaban enérgicamente la pereza y dejadez generales con las que se celebran los milamala en el presente. Antaño, nadie habría ido a trabajar a los campos ni hubiera realizado labor alguna du­rante el período festivo. Todos habían de concentrarse en el placer, la danza y la licencia sexual, para ser gratos a los baloma. En nuestros días, las gentes van a sus huertos y se ocupan allí de fruslerías o continúan preparando la madera para la construcción de cabañas o de piraguas, y los espíritus no apre­cian esto. Por consiguiente, su cólera, que se traduce en lluvia y tormentas, estropea los mila­mala. Tal fue el caso en Olivilevi y más tarde en Omarakana. En este último lugar se daba, por añadidura, otra causa para su ira, relacionada con la presencia allí del etnógrafo, y tuve que escuchar varias veces alusiones de reproche por parte de los ancianos y del mismo jefe, To'uluwa. El hecho fue que yo había comprado en otros poblados unos veinte escudos de danza (kaidebu) y deseaba ver cómo eran los bailes que se ejecutan con ellos. Pues bien, en Omarakana tenían una sola danza en curso, el rogaiewo, que es un baile ejecutado con los bisila (penachos de pándano). Yo distribuí los kaidebu entre la juventud dorada de Omarakana y, por ser el encanto de la novedad demasiado fuerte (el caso era que no contaban con bastantes kaidebu para la danza desde hacía por lo menos cinco años), se pusieron al punto a bailar gumagabu, una danza que se ejecuta con esos escudos. Ésta fue una seria transgresión de las normas de la costumbre (aunque yo no lo sabía por aquel tiempo), pues toda nueva forma de danza ha de inaugurarse ceremonialmente.37 Los baloma se resintieron mucho por tal omisión, de donde vino el mal tiempo, la caída de los cocos y lo demás. Esto me fue echado en cara varias veces.

Después de que los baloma han gozado de su recepción por dos o cuatro semanas (los milamala tienen un final ya fijado, esto es, el segundo día después de la luna llena, pero pueden comenzar en cualquier momento entre la luna llena anterior y la luna nueva), habrán de abandonar sus poblados nativos y retornar a Tuma.38 Tal retorno es obligatorio y está inducido por la ioba o expulsión ceremonial de los espíritus. La segunda noche después de la luna llena, aproximadamente una hora antes del amanecer, cuando canta el frailecillo (saka'u) y aparece en el cielo el lucero matutino (kabuana), la danza, que ha venido celebrándose durante toda la noche, cesa y los tambores entonan un ritmo peculiar, el del ioba.39 Los espíritus conocen tal ritmo y se preparan para su viaje de retorno. El poder de ese ritmo es tal que si alguien lo ejecutase dos noches antes, todos los baloma abandonarían el poblado y regresarían al mundo del más allá. El ritmo del ioba es, en consecuencia, un estricto tabú mientras los espíritus están en la localidad y no pude conseguir que ninguno de los muchachos de Olivilevi me diese una muestra de tal ritmo en lo que duraron los mila­mala, mientras que, en un tiempo en el que no había espíritus en el poblado (dos meses antes de los festejos), pude obtener en Omarakana una ejecución íntegra del ioba. Al tiempo que se tañe el ioba en los tambores, los nativos se dirigen a los baloma los conminan a irse y les dicen adiós:


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