Muerte en el Barranco de las Brujas



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SIREN CREYÓ que daría vueltas en la cama sin poder dormir, pero al poco rato de pensar en todo aquel lío se hundió perezosamente en ese mundo intermedio entre los sueños y la consciencia, bien arrebujada entre las sábanas limpias de algodón que le acariciaban seductoramente la piel desnuda, y abrigada por el edredón que tenía encima. Él llegó junto a Siren mientras esta dormía. Le acarició los pechos, le besó el cuello con la lengua. Ella murmuró su nombre, con los ojos cerrados, oyendo promesas de protección y de sueño tranquilo. Sintió que él la rodeaba con sus brazos en un abrazo sinuoso, y ella lo aceptó, sintiéndose segura y a salvo. Pero cuando volvió la cabeza para besarle plenamente, sus ojos no contemplaron el rostro de Tanner, sino el del asesino. Siren se despertó sobresaltada y cayó de la cama en un amasijo de sábanas; se deslizó torpemente hasta el suelo v se levantó después aprisa. Llegaba hasta su dormitorio la luz fresca y tenue del cuarto de baño. Se quedó de pie, tiritando como una tonta, mirando la cama vacía.

¿Por qué salía vapor de su cuarto de baño?

Caminó con cautela hasta la puerta y la abrió del todo con el pie. En el vapor condensado en la mampara de la ducha estaban escritas las nalabras "Te veré pronto", que empezaron a difurminarse con el aire frío que entraba tras ella. Siren se volvió despacio, con el corazón en la boca.

La ventana del dormitorio estaba abierta de par en par, y las cortinas se agitaban contra el alféizar.

EL TÍO JESS hizo salir a Siren de la cama.

-Será mejor que bajes aquí, nena -le gritó desde el pie de las escaleras-. Angela está al teléfono, y está muy enfadada. Parece que has estado haciendo diabluras sin parar.

Siren, que no quiso intentar bajar las escaleras en su estado de somnolencia, extendió el brazo y tomó el auricular de la extensión de su cuarto.

-Haz el favor de colgar, tío Jess -dijo; y esperó una eternidad hasta que oyó el clic tranquilizador.

-¿Qué has hecho? -chilló Angela.

Siren se apartó el auricular del oído.

-Bueno, yo también te deseo muy buenos días -dijo despacio, intentando hablar con voz tranquila y animnada, y procurando ahuyentar las telarañas del sueño que había tenido asesino.

-Esta mañana he recibido una llamada del jefe -digo gela con enfado-. Tienes suerte de que no sabe de qué acusarte; de lo contrario, ya tendrías el culo en la cárcel ahora mismo.

Apareció el tío Jess, y se quedó rondando ante la puerta del dormitorio de Siren.

-Espera un momento -dijo Siren. Se levantó de la cama, fue hasta la puerta y la cerró en silencio ante las narices de Jess.

-¿Qué pasa, entonces? -preguntó, sentada en el borde su cama y pasándose la mano sobre los ojos legañosos.

-Chuck, el marido de Rachel Anderson. Eso es lo que pasa. Ha muerto. Esta mañana se han llevado a Rachel al hospital. Se ha entregado ella misma, pero puede que la suelten dentro de veinticuatro horas. Sí que la has dejado bien. La policía cree que mató a su marido, pero no han hecho ninguna declaración pública.Y eso no es todo: tengo unas facturas tuyas que se pasan de la raya. ¿Qué has estado haciendo?

A Siren se le cayó el estómago del cuerpo. Le rodó hasta algún rincón.

-No te entiendo. ¿Rachel? ¿Asesinato? ¿Qué facturas? ¿Y por qué tengo yo la culpa del estado de Rachel?

-Ella afirma que era paciente tuya, y tengo facturas que lo demuestran. ¿A qué te dedicas ahí? ¿A brujerías raras?

-Pero ¡si no he visto nunca a Rachel como paciente! Ha estado aquí dos veces, las dos para traerme documentos tuyos.

-No importa. Mi jefe dice que ya no trabajas para el condado. A partir de esta mañana ha traspasado tu plan a un psicólogo de York que también practica la hipnoterapie. Ya han redactado el borrador que se repartirá a todos los funcionarios, diciéndoles que se ha buscado un administrador mejor para el programa. No podemos permitirnos una publicidad negativa como esta. Al parecer, tu primo Ronald ha llamado al jefe y ha envenenado todavía más la cuestión. Quizá corra yo misma el riesgo de que me despidan por esto –dijo malhumorada-. Por suerte para ti podré conseguir que esto no llegue a los periódicos –exclamó-. Me parece increíble haberconfiado en ti. Al menos, el resto de mis amigos son personas de fiar -añadió con tono cortante y colgó bruscamente. Siren se quedó mirando el auricular. Bajó las escaleras penosamente y con tristeza y se sentó pesadamente ante la mesa de la cocina.

-De modo que tus cosas de bruja te han hecho dar un tropiezo por fin, ¿eh, nena? -dijo el tío Jess, que se movía despacio la cocina, buscando en la nevera algo de fiambre para ponerlo sobre el pan y la lechuga que amenazaban caerse del plato que sostenía en la mano.

-¿Mis cosas de bruja? Tampoco han venido nada bien tu signo hexagonal y tus banderas

Un golpe apagado. Un tirón.

-Ah, aquí está -dijo, sacando de las profundidades del refrigerador una gran mortadela. Cerró la puerta con el trasero.

-¿Cómo lo sabías?

-Angela me soltó toda la historia sin respirar antes de pedirme que te pusieras al teléfono -dijo él, encogiéndose de hombros-. Me enteré aun sin quererlo. Además, Angela no ha tenido nunca seso. Si le metieras la cabeza por el culo de una pulga, estaría tan holgada como un guijarro en un vagón de mercancías.

Dio la espalda a Siren, y esta oyó el silbido y el borboteo de la botella de mostaza. Siempre le había parecido un ruido muy grosero. Aquel día le pareció lo mismo.

-¿Qué vas a hacer ahora?

Siren se encogió de hombros con desánimo.

-Pondré un letrero de echadora de cartas: Madame Siren, centro de ocultismo. Lectura de cartas, veinticinco pavos; cartas astrales a precio de saldo. Al menos, haría juego con las demás porquerías que has puesto tú ahí fuera, en el porche.

-Estamos un poco quisquillosos, ¿eh? -dijo el tío Jess. Se sentó y atacó su emparedado. Cayeron en su plato fragmentos de lechuga.

-No me gusta ser pobre, y no me gusta que la gente me juzgue con tanta precipitación -dijo ella, aludiéndole él-. ¿Por qué me habrá hecho ella tal cosa?

-¿Quién es ella?

-Rachel Anderson. ¿Por qué me habrá hecho tal cosa? ¿Por qué habrá mentido?

Él siguió masticando sin atender a su pregunta. Al cabo rato, dijo:

-¿Sabes? Podrías acceder a vender la granja a Gemma y empezar una nueva vida en otra parte.

El emparedado le ocultaba casi toda la cara.

-No mastiques con la boca abierta. Es repugnante.

Él se pasó por los labios la lengua, cubierta de mostaza, y los chascó con ardor.

-Yo te daría un precio justo.

-¿Verdad que así se quedaría contento todo el mundo menos yo? Pero ¿a quién le han importado nunca en lo más mínimo mis sentimientos? ¿eh, tío Jess? Tú te marchas de aquí. No tienes idea de dónde te metes.

Siren salió de la cocina pisando fuerte, con los ojos a punto de explotarle de tanto contenerse las lágrimas. Contrajo la boca en un gesto severo de decisión. Aquel día tenía un trabajo por delante. Iba a recuperar a algunos de sus clientes, aunque le costara la vida.

Los PARROQUIANOS y los empleados del Maybell se movían despacio en el rato de tranquilidad anterior a la hora del almuerzo. Siren se acomodó en el primer reservado que encontró libre y empezó a escuchar las conversaciones que se mantenían a su alrededor. Se hablaba de Dennis Platt, de Chuck y Rachel Anderson y de Ethan Files.

Benita Prescott asomó la cabeza por la puerta de la cocina, con un brillo en los ojos de sirena y con los hoyuelos de la cara fruncidos alegremente. La saludó con la mano y volvió a desaparecer tras la puerta. Al cabo de unos minutos estaba junto a la mesa de Siren, sirviéndole con una jarra una taza de café recién hecho.

-No me importa lo que digan todos –susurró-. ¡Yo he perdido cuatro kilos y medio, y volveré la semana que viene a la misma hora! Me parece increíble todo lo que están diciendo de la pobre Rachel Anderson. Lo que yo creo es que él debía estar enterrado hace mucho tiempo.

Siren se echó crema y azúcar en el café. Benita se quedó junto a la mesa con el bolígrafo dispuesto sobre la libreta. Siren no estaba segura de sí estaba esperando a tomarle nota o si querría chismorrear un poco más. Siren optó por lo segundo, y le dijo:

-¿Te refieres a Chuck? Lo vi una vez.

-Era un cochino, ¿verdad?

-No era la persona que yo hubiera elegido como compañero para toda la vida; ni tampoco para ninguna actividad común.

-Ya te entiendo. A mi me recordaba a un gusano, aunque eso no le impedía perseguir cualquier cosa que tuviera atributos femeninos. Era muy amiguito de Dennis Platt y de Ethan Files. Solían venir aquí y reunirse a cuchichear juntos en el reservado del rincón. No tramarían nada bueno: eso decía yo siempre.

-¿De verdad?

Benitta asintió con la cabeza con los hermosos ojos muy abiertos, como el cielo de la pradera en verano.

-Demonios, Chuck era capaz de cualquier cosa. Cuando no estaba follando, estaba pegando a su mujer.

Este comentario surtió su efecto. Siren levantó la cabeza bruscamente y derramó el café en la mesa; el pelo negro le arrastró por el charco.

-Ay, cuidado con eso -dijo Benita. Se volvió, cogió una bayeta de la esquina de la barra y limpió la mancha con la rapidez que da la práctica.

-¿Maltratba a las mujeres? –le preguntó Siren en voz baja.

-Eso dicen todas sus antiguas novias, y la de ahora. Heather como-se-llame. Viene aquí de cuando en cuando –dijo Benita con ojos solemnes e inocentes, siguiendo el ritmo de sus palabras con movimientos de la cabeza-.Y te diré algo más. Cuando murió esa pequeña suya, se habló mucho. Una amiga de la familia me dijo que estaba segura de que él había tenido algo que ver con aquello.

-¡No! Billy es hermano de la señora Anderson. Es policía. Se habría enterado. ¡Eso no es posible!

-No sé -dijo Benita, sacudiendo la cabeza-. Tampoco él es bueno, ¿sabes?

Echó una mirada a su espalda y se inclinó para acercarse más a Siren.

-Yo aprecio mucho a Billy, pero a él solo le interesa una palabra de cuatro letras, y ya sabes cuál es. Yo no sabría qué decir. Lo que quiero decir es que yo ahora salgo con quien puedo, y me gustaría mantener una relación más profunda. Pero Billy es como un semental salvaje. Si llega a sentar cabeza algún día dudo que sea con una como yo -dijo, con una triste sonrisa.

-No estoy de acuerdo contigo -dijo Siren-. Creo eres una persona maravillosa, y que Billy tendría mucha suerte si mantuviera una relación seria contigo.

-Ay, qué cosas dices -dijo Benita, sonrojándose y agitando el bolígrafo por encima de la libreta-. Escucha, lamento haber cancelado la cita contigo. ¿Puedo pedir otra?

-Desde luego.

-Aquí me estoy volviendo loca- Hace poco contratamos a un cocinero nuevo, y él fue y se largó el otro día. Un tipo raro. Jugaba con los cuchillos de la cocina como si los mimara.

Siren sintió repentinamente náuseas.

-¿Qué aspecto tenía?

-Ah, no sé. Más bien moreno. Con bigote. Raro.

Siren sintió que se le dilataban las aletas de la nariz al intentar absorber más aire.

-¿Tenía nombre?

-Todo el mundo tiene nombre, cielo - dijo Benita, sonriendo-. Gus no-sé-qué. El jefe lo sabrá, pero ahora no está aquí. ¿Por qué?

-Por nada –respondió Siren, fingiendo una sonrisa.

Alguien llamó a Benita por su nombre desde la barra y le pidió más café con un gesto. Camino de su casa, Siren pensó en lo que había dicho Benita sobre Rachel y Chuck. ¿Conocía Billy los rumores que corrían acerca de su difunta sobrina? ¿Era consciente de la costumbre que tenía Chuck de maltratar a las mujeres? Peor todavía: ¿la disculpaba? Siren se estremeció, y se preguntó cómo le iría a Lexi con ese diario.

NO TUVO que esperar para hablar con Billy. Este la estaba esperando sentado en el porche delantero de su casa. Llevaba pantalones vaqueros y un jersey a juego, y le clavaba los ojos en los suyos. Billy hizo un gesto de saludo con la cabeza y se puso de pie cuando ella pasó a su lado y abrió la puerta principal. Él la siguió y la dejó atrás mientras ella colgaba el abrígo. Lo seguía un arom a colonia Old Spice, como sigue incienso a una procesión funeraria.

La casa estaba fría y vacía. Siren no tenía idea de dónde había ido el tío Jess. No había dejado ninguna nota. Claro que no tenía costumbre de dejarlas. Ella se preguntaba dónde se metía últimamente pero no tenía valor para preguntárselo. Siren creía en la diplomacia y en dejar que las personas adultas vivieran su vida, y esto le frenaba la lengua. Opuede que se la frenara el hecho de que en realidad no quería enterarse de dónde se metía él, o, peor todavía, de que le daba miedo pensar dónde podía estar.

-¿Es esto una visita oficial? -preguntó Siren, cerrando silenciosamente la puerta de dos segmentos.

-Depende -dijo él. Tenía tensos los anchos hombros, y apretaba tanto la mandíbula que a Siren le pareció que podría quebrársele-. ¿Por qué no me contaste lo alterada que estaba? No me dijiste ni una palabra.

-Solo la vi dos veces, y nunca como paciente. Angela la envió aquí con documentos para que yo los firmara.

-Ella asegura que acudía a tu consulta por las pesadillas que tenía -dijo él, acercándose peligrosamente a ella, despidiendo oleadas de ira de su cuerpo, con los ojos oscuros echando chispas.

Siren retrocedió, asustada pero sin intención de demostrarlo.

-Billy, te digo que no la vi nunca como paciente.

-¡Tienen facturas que lo prueban, Siren! Podrías haberme dicho que tenía problemas -dijo él, iracundo-. ¡Es mi hermana, por Dios!

Siren le indicó el sofá, pero él no se sentó. Ella se instaló en la silla que estaba enfrente, con la esperanza de que Billy se calmara, y se puso a apretar entre los dedos un cojín.

-Siéntate, y escúchame un momento. Te lo repito: no he tenido nunca una sesión de hipnoterapia con tu herrnana. No sé por qué dice eso ella, ni cómo han llegado esas facturas a las oficinas del condado, si es que existen tales facturas, en efecto.

-¿Estás diciendo que se lo ha inventado todo ella? ¿Por qué iba a hacer tal cosa?

-No tengo idea. ¿Sabías que tu hermana quería que saliera contigo para que no le importase consultarme profesionalmente? Aquel día que te pasaste tú por aquí supuse que habías venido siguiendo instrucciones suyas.

-¿Que salí contigo? ¿La noche que te llevé a la ferial quieres decir?

-Sí.


-No lo entiendo. ¿Por qué iba ella a ... ?

-Porque creía que podrías convencer a Chuck, persuadirlo de que le permitiera verme.

Billy miró a los ojos a Siren.

-¿Por eso saliste connuigo?

Siren carraspeó, incómoda.

-Le dije que yo no podía tolerar que me presionaran para que me viera con alguien. Que mi vida personal era mía.

Billy pareció aliviado, pero Siren añadió:

-Lo hice porque las cosas parecían muy agitadas por aquí y quise tirar la prudencia a los cuatro vientos. Pero no es ése el tema de esta conversación.

-¿Cuál es, entonces?

-No sé cómo decírtelo, pero corren rumores raros por el pueblo...

-No empieces -dijo él, enfaddo-. Estamos hablando de Rachel, no de mí.

-¿Qué?


-Todas esas tontería sobre mi vida sexual.. en todo caso, la mayor parte no son mas que habladurías...

-Yo no me refería a eso.

-Entonces, suéltalo.

Siren tosió, apretando el cojín hasta que una de las costuras cedió bajo sus dedos.

-Se dice que Chuck hacía cosas feas.

-¿Drogas?

-No -dijo Siren, negando con la cabeza-. Que le gustaba peg las mujeres.

-¡Eso es ridículo! -gritó Billy, levantándose de un salto.

-Tranquilízate y siéntate. Déjame terminar -exclamó ella con voz firme.

Él se dejó caer en el sofa a regañadientes.

-No tiene nada de raro. Es frecuente que las mujeres maltratadas no digan nada a su familia próxima por diversos motivos. A veces es por una cuestión de autoestima; otras veces es por motivos de dinero o de vivienda; están también las amenazas a otros miembros de la familia si sale a relucir la verdad, y aun existen otros casos relacionados con la salud mental del agresor y la víctima. A veces intervienen todos estos factores a la vez. Una persona maltratada es una persona que ha sufrido un lavado cerebro, no es posible negarlo. Puede que Rachel supiera lo que habrías hecho tú si hubieras descubierto la verdad. Las mujeres maltratadas están atadas psicológicamente al agresor. Tú mismo sabes que las peores llamadas a la policía son las de índole doméstica. Puede pasar cualquier cosa. Tú no puedes pensar por ella. Si estaba sufriendo malos tratos, no está interpretando de manera racional los hechos que la rodean. Pero ¿para qué te cuento todo esto? -añadió Siren con un suspiro-. ¿Es que no te enseñan estas cosas en la academia de policía?

Él la miró con desconsuelo.

-Uno no se piensa que pueda pasar en su propia familia. Siempre fue tan menuda... ¿sabes? Puede que la tratásemos demasiado como a una niña pequeña. Lo que quiero decir es que cuando apareció Chuck en su vida, todos nos alegramos mucho. Eran pocos los hombres que se fijaban en ella, y Chuck parecía buena Persona. Un Poco bruto, quiza...

Siren soltó el cojín y alisó sus bordes arrugados sobre el regazo.

Billy pasó unos momentos mirando la colcha que colgada en la pared.

-¿Qué hacemos? -preguntó.

-No he terminado.

-¿Quieres decir que hay algo más?

Siren apretó los labios.

-Me resulta muy difícil decirte esto, pero existe la posibilidad de que Chuck interviniera de alguna manera en la muerte de tu sobrina. Puede que tu hermana lo haya castigado por esa muerte. Y también creo que he encontrado al asesino de los sueños. Habla con Benita. Un cocinero que ha estado trabajando allí una corta temporada tenía pasión por los cuchillos. Los dejó el otro día. Benita no supo decirme su apellido, y él decía que se llamaba Gus.

-Muy oportuno.

-Puede que sea él.

Billy hizo una pausa, y dijo después:

-Lo comprobaré. Rachel afirma que Ethan Files entró casa y mató a Chuck.

Siren frunció los labios.

-Tú no lo crees.

-Creo que Ethan FIles se está convirtiendo en una cabeza de turco muy cómoda.

TANNER se pasó a la caída de la tarde.

-¿Dónde te habías metido hoy? -le preguntó Siren. Caminaron juntos hacia la camioneta de Tanner, aparcada en el camino de Siren, pasándose mutuamente los brazos por la cadera.

-Intentando recuperar mi empleo.

-¿Has tenido suerte?

-No. ¿Quieres conducir tú?

Siren miró el enorme vehículo.

-si, maldita sea -dijo, dirigiéndose a la puerta del conductor-. Caramba, esto es como subirse a la cabina de un avion –dijo esforzándose por subir hasta el asiento delantero de la camioneta.

Tanner se rio.

-Si piensas subirte muchas veces a esta camioneta, tendré que ponerle un estribo.

-Muy gracioso. Protesto en nombre de todos los bajitos del mundo.

Siren puso en marcha el motor y metió la primera.

-¡So, mujer!

-¿Tienes miedo?

-¿Debo tenerlo? -repuso éI con una sonrisa maliciosa.

-No lo sé. Vas a ir en coche con una asesina.

Ya estaba. Lo había soltado. Ahora tendría que seguir adelante. Siren dobló al salir del camino particular, prestando atención al tráfico, sin atreverse a mirarle a la cara.

-¿Es seguro? -le preguntó él en voz baja.

-¿Me preguntas si Max murió de verdad, si es verdad que lo maté yo?

-No tiene gracia.

-Creo que es verdad que lo maté yo.

Cuando llegaban al límite del términ de Whiskey Springs, el busca de Tanner sonó por toda la cabina. Encendieron la radio y recibieron la noticia: un incendio en la Avenida de la Herradura.

-Puede que no me paguen, pero sigo siendo voluntario. ¿Qué tal conduces? -le preguntó él, accionando un interruptor que estaba junto a la rodilla de ella y que llenó el capó de la camioneta de círculos de luz azul.

-Bastante bien, teniendo en cuenta dónde estoy y dónde he estado.

-Bueno. Písale.

Tanner pulsó otro interruptor y se pusieron en camino a toda marcha, derrochando sonidos, luces y velocidad.

-¡Jesús! ¡Cuidado con ese!

Siren esquivó a un viejo fastidioso que no había querido hacerse a un lado, lo adelantó rozándolo, aceleró a fondo y se perdió a toda velocidad en la noche. Estuvo a punto de volcar en la esquina de la Herradura y Whiskey Springs, y se detuvo en el parque de bomberos con un sonoro chirrido de frenos. El cielo nocturno estaba iluminado de rojo, y Siren creyó al principio que era el propio parque de bomberos el que ardía. Olía el humo incluso desde dentro de la cabina de la camión.

Tanner sonrió, levantó la mano y le dio un pellizco en la mejilla.

-Servirás –le dijo, bajando la ventanilla y entró en aquella casa de locos frenética.

-Espera –gritó ella, bajando la ventanilla-. ¿Cómo vas a volver a tu casa?

-Ya encontraré un medio –dijo él, encogiéndose de hombros-. Escucha, busca a tu tío o a Billy y vuelve a tu casa con cualquiera de los dos. Deja la camioneta en el callejón. Si no encuentras a ninguno, llévate la camioneta y ya buscaré yo quien me lleve. No quiero que te quedes sola en esa casa. O bien… puedes ir a mi casa -añadió con un guiño.

Ella negó con la cabeza, sonriendo. Él se apartó de la camioneta unos pasos, se volvió y la despidió con la mano.

Jimmy Dean, que ya estaba ataviado de pies a cabeza con su equipo de bombero, llegó corriendo junto a Tanner y lo cogió del brazo.

-¡Está tan cerca que podemos mearle encima desde aquí! -gritó, señalando al otro lado de la calle.

Siren miró hacia donde indicaba él y contuvo el aliento. Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballantine. Envuelto en llamas. Coches de policía en todas partes, dispersos por la calle como una hilera irregular de fichas de dominó negras y doradas. Humo. Gritos. El rugido del fuego y del agua. El viento cambió de dirección, y cayeron pavesas flotando del cielo, como una nevada ardiente. Siren se volvió, y Tanner ya no estaba.

-Tienes que retirarlo de aquí, cielo -gritó alguien bruscamente. Jimmy Dean dio un golpe en la ventanilla y repitió el aviso.

Siren levantó la vista y vio que Tanner la miraba por el parabrisas del camión de la escalera, que intentaba sacar del parque de bomberos con los ojos plateados ardiendo con fuego propio. Siren metió marcha atrás en la camioneta y la apartó rápidamente, dejando salir al gran vehículo, que cruzó la calle. Jimmy Dean sonrió y le hizo un gesto levantando los pulgares.

“Un incendio me ha dado un respiro", pensó mientras sacaba la camioneta a la calle, torcía a la izquierda y entraba en el callejón un sitio donde aparcar. El pueblo, que ya estaba lleno a rebosar del público festivo que asistía a la feria de la cosecha, era una casa de locos. Siren recorrió la manzana despacio con la furgoneta y encontró un espacio cubierto de gravilla detrás del parque de bomberos. Apagó el motor y apoyó la cabeza en el volante. Vaya noche.

Como una polilla atraída por una llama, cerró la camioneta y corrió hasta el lugar del incendio. Bomberos, afanándose,gritando, chillando. Peatones que estorbaban. El agua que brotaba de las mangueras. Vio el camión de la escalera, suspendido precariamente sobre las llamas ondulantes, cuyos costados recién pintados reflejaban el mininfierno que tenía delante.

Siren contempló en trance el fuego que consumía, que comia, que acariciaba. Pensó inmediatamente que era femenino. Chupaba. Seducía. Su cuerpo reacciónó agitándose. Erótico. Tranquilizador. ¿La llamaba? Abrió la boca para responder, pero la cerró de golpe. Le zumbaba el oído. Aquel fuego tenía algo que le resultaba familiar...

-Perra -oyó susurrar tras ella.

Se volvió y no vio más que a una señora con suéter azul perla y con pantalones negros de espuma. Junto a ella estaba un hombre maduro, calvo- Los dos miraban fijamente el incendio. Ninguno de ellos miró a Siren ni murmuró nada hacia ella.

-¡Perra!-oyó, esta vez a su izquierda. Se le erizó el pelo de la nuca

Siren volvió despacio los ojos hacia la izquierda. Un hombre que llevaba un peluquín torcido y pantalones vaqueros de granjero hablaba con un tipo que iba de traje.

-Hace cosa de cinco minutos sacaron el cuerpo de Nanette Ballentine -decía el tipo de traje. El otro dijo algo que Siren no pudo oír. Ninguno de los dos le hizo caso.

-¡Te voy rajar! –le llegó desde la derecha.

Volvió los ojos hacia la derecha. Una mujer rubia que llevaba a un niño pequeño en brazos lo cambiaba de postura mientras le explicaba lo que era el coche de bomberos Y le decía lo valiente que era su papá, que iba a apagar el incendio. No miró hacia Siren. En vez de ello, señalaba la boca abierta del fuego. Los cristales de algunas ventanas del piso alto explotaron y derramaron fragmentos grandes y cortantes de vidrio sobre el asfalto. Muchos espectadores retrocedieron, más o menos asustados. Pasó corriendo junto a ella un bombero, con una mirada obsesionada en los ojos oscuros y la cara Iluminada por la luz roja como la sangre. El olor a quemado hacía que a Siren le escocieran los ojos y le doliera el fondo de la garganta. Varios agentes de policía intentaban hacer retroceder a la multitud. Los espectadores, tercos, se establecieron un poco más abajo de la calle. Siren camino a empujones entre la multitud, buscando a Billy o al tío Jess. No se les vela por ninguna parte.

Los bomberos luchaban con el fuego. La multitud crecía y obstaculizaba su labor. El fuego se impuso cuando la fachada trasera del Ballentine se hundió hacia dentro, asustando a todo el bloque de espectadores, que se alejaron todavía más en la oscuridad de la noche.

Slren miró nerviosamente a su espalda. Los espectadores estaban apiñados. Cualquiera podría clavarle un cuchillo en la espalda sin que nadie se enterara. El oído le sumbaba de una manera enloquecedora.

-Propongo que nos vayamos de aquí.

Siren vio que Billy estaba a medio metro de ella y le tendía la mano.

-No es un lugar muy seguro en estos momentos -dijo Billy.

Ella, aliviada por haber encontrado a un conocido, asintió con la cabeza procurando disimular sus sentimientos y le cogió la mano.

-Parecías bastante perdida allí atrás -dijo él, abriéndose camino entre la multitud-. Te estaba mirando. Parecía... que estabas en trance, viendo el fuego. Me pareció por un momento que le ibas a hablar.

Ella abrió mucho los ojos, pero no despego los labios.

Él la miró con ojos fríos.

-Tenías razón en lo de que Chuck pegaba a Rachel, pero no tuvo nada que ver con la muerte de la pequeña, aparte de que él debía haber estado cuidándola y puede que estuviera borracho.

-¡Ay, madre mía!

Él asintió tristernente con la cabeza.

-No conozco todos los detalles -dijo él-: estaba muy alterada. Después... pasó esto de Chuck. Es terrible. Lo que quiero decir es que, aunque no lamento que haya muerto el muy canalla, hago todo lo que puedo por enterarme de quién lo mató. Ella echa la culpa a Ethan Files. Medio pueblo cree que lo hizo Ethan. Pero yo creo que fue Rachel. Dice que no oyó al asesino porque se había tomado una pastilla para dormir, pero yo he contado las pastillas del frasco. No falta ninguna. Acabaré ordenando todas las piezas.

-¿Se te ha despertado la inquietud? -le preguntó ella.

-¿Qué?

-Nada. ¿Dónde está ahora tu hermana? -le preguntó ella con delicadeza.



-Está en una sala normal del hospital. Ingresó por voluntad propia. Yo intenté meterla en la sala de enfermos mentales, pero hay mucho maldito papeleo, y su psiquiatra está en Jamaica, nada menos. El médico la tiene muy sedada. Sinceramente, no sé si va a salir bien parada de todo esto. Mi padre y mi madre llegaron anoche de Pittsburg, y se alojarán en la caravana de ella con los niños hasta después del funeral. Probablemente se llevarán a los niños a su casa, en Pittsburgh. Ahora mismo lo estamos repasando todo, buscando alguna indicación de cómo habían estado viviendo Chuck y ella en estos últimos meses. A Chuck lo habían despedido del trabajo en el verano pasado, pero en la caravana hay muchas cosas nuevas: muebles, un microhonidas un DVD, un equipo de musica. Hay algo que no cuadra. Rachel farfullaba algo acerca de un plan divino, lo mismo que decía Dennis, y algo acerca del trío terrible. Creo que les había oído hablar a los tres. Parece que Chuck, Dennis y Ethan estaban conchabados. Lo que no sé exactamente es para qué.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó una foto. La acercó a una farol de la calle para que Siren la viera mejor.

-¿Es esta la navaja que decías que habías encontrado en tu casa y que habías perdido después?

Siren estudió la foto de cerca.

-Parece la misma. ¿Dónde la encontraste?

-Junto al cuerpo de Chuck -dijo Billy mirándola fijamente-. Alguien la usó para cortarle el cuello. Después de muerto, según creemos.

-¡No! –suspiró Siren-. Rachel podría resolver todo este embrollo, y nosotros no podemos hablar con ella.

Billy sacudió la cabeza.

-Cuando estaba despierta, chillaba como una histérica. No era posible sacarle nada. Después, entró en una especie de estado de fantasía. Fue terrible.

Billy apartó la vista, pestañeando rápidamente. Se apoyó en el coche patrulla y dejó perder la vista hacia la montaña.

-Me pregunto si es verdad que hay fantasmas allí arriba –dijo con una voz extraña, incoherente.

-No hay fantasmas -respondió Siren-. Solo hay recuerdos.

-Rachel dijo también otra cosa, acerca de Jenny.

-¿De Jenny Thorn?

-Eso es. Parece ser que Chuck se jactó una noche, borracho, de que había sido él quien la había hecho salirse de la carretera.

-¡Ay, Dios mío!

Billy se acercó a ella y la tomó en sus brazos, cubriéndole el cuello y la mejilla de besos vibrantes. Ella volvió la cabeza, sorprendida, y él le metió la lengua entre los labios separados.

-No puedo -dijo ella debatiéndose por liberarse, sintiendo que le subía el color a las mejillas-. No está bien. Quiero ser amiga tuya, nada más.

Intentó contener su repugnancia, junto con el deseo de darle una bofetada.

-No se puede culpar a un hombre por haberlo intentado -dijo él, adoptando una expresión apenada.

Ella volvió la cabeza un momento y echó una mirada a la calle. Allí estaba Tanner, en la acera, mirándolos.

-¡Tanner! -chilló ella.

Él la miró brevemente, clavó los ojos en Billy, y echó a correr de nuevo hacia el incendio.

-¡Mierda! -se lamentó Siren, mirando a Billy.

Este estaba rígido como una tabla, con la cara pálida.

-Este se merece lo que le pase -dijo, encogiéndose de hombros.

-¿A qué juego enloquecido estás jugando? -gritó ella-. ¡Cuando se enteró de lo de Jenny estuvo a punto de morirse del disgusto, y tú eras su mejor amigo!

-Yo salía antes con Jenny. Él me la había quitado.Yo no podía dejarla.

-¡No es una excusa válida! ¿Qué es esto, el campo de batalla de la testosterona? ¿Es eso lo único que sigrifflicaba ella para ti?

Billy reaccionó como si ella le hubiera abofeteado.

-Yo la quería mucho… -dijo con voz quebrada-. Él la asustaba con todas esas cosas del ocultismo. Con ese interés insistente que tenía por la brujería y ls cosas que aparecen de noche. Ella acudió a mí…

-Y tú la consolaste llevándotela a la cama. ¿Quién es aquí el malo, en realidad? ¿Cuándo empezaste a acostarte con todas: antes de Jenny, o después?

-El hijo de perra sabía que los chicos eran míos, y no dijo una maldita palabra.

-¿Te lo ha dicho? -dijo Siren, advirtiendo que abría mucho los ojos.

-Anoche Ojalá se desangre a cubos.

-¡No lo dirás en serio! -exclamó ella-. ¡Piensa lo que dices!

-Lo pienso, y lo digo.

Siren se dejó llevar a casa en el coche patrulla, deprimida y triste, sin decir una sola palabra.


EL TÍO JESS asomó la cabeza por la puerta.

-No vendré a cenar, nena -dijo con voz hosca. Su sombra se deslizó hacia la puerta principal. Siren oyó el portazo.

Siren se revolvió incómoda en su silla, mirando su teléfono mudo, sin comprender nada. Incendios. Asesinos. Su carrera profesional, por la alcantarilla. Su familia. ¿Cómo era posible que su vida fuera a peor? Jugueteó con el cable del teléfono.

Tanner seguía sin dar señales de vida. ¿Quizá debiera ella volver al pueblo en el coche e intentar aclarar el malentendido. No. Si él quería una explicación, que se la pidiera a ella. La confianza es importante. “En todo caso, ¿quién se han creído los hombres que son?", pensó enfadada. "Bueno, pues yo no soy un pedazo de carne para que se lo eche al hombro un cavernícola. A veces me gusta llevar a mí el garrote."

Cuando a ellos les había ido mal, se habían marchado, dejándola como blanco fácil para aquel condenado asesino. No tenía más sistema de aviso que sus oídos estúpidos. Sí que eran un arma maravillosa. Oye, que estás en peligro... zumba... zumba… Bam. Estás muerta. Estupendo.

Entró en la cocina y se tomó una sopa de verduras y un emparedado de atún.


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