Muerte en el Barranco de las Brujas



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CUARENTA Y CINCO MINUTOS MÁS TARDE, Siren abrió la puerta principal y vio el frente de un Porsche plateado que se acercaba a los escalones del porche produciendo un crujido inflexible al aplastar las hojas secas y sueltas. Él se bajó y le abrió la puerta del copiloto; el frío viento del otoño le agitaba el pelo rubio. Llevaba una venda blanca en la sien.

-Buenas nocnes, señora. ¿Preparada para montar en mi carroza?

-¿Qué te ha pasado en la cabeza?

Él bajó la barbilla y sonrió.

-Tuve anoche una fea escaramuza con un ladrón. Tengo que darte buenas y malas noticias, pero había pensado comunicártelas ambas en mi club local favorito.

-¿Dónde vamos?

-Ya lo verás -dijo Lexi.

-Pero ¡no estoy vestida!

-Bastará con un vestido negro sencillo. ¿Lo tienes?

-Dame cinco minutos.

EL LOCAL se llamaba La Cueva Prohibida, y era digno de verse desde luego. Era, literalmente, una cueva al pie del monte Sur cerca de York. Sorprendentemente, los techos abovedados daban más sensación de espacio al local. Había grandes plantas que colgaban en tiestos de vigas pulidas de roble del techo, y el suelo de tarima vibraba con música retro de los 50 y de los 60, rmientra las parejas bailaban con ropa de todas las clases imaginables.

-¿Con que un vestido negro sencillo, eh? –dijo Siren, mientras una bailarina agotada salía de la pista con una camiseta batik y unos vaqueros.

-No te preocupes -dijo Lexi, encogiéndose de hombros-. Estás hecha una chocolatina.

-Querrás decir "un bombón".

-Como se diga.

Ocuparon un reservado cerca del fondo. Lexi pidió un Bloody Mary para él y una zarzaparrilla para ella. Después de tomarse tres Bloody Marys, Lexi se animó a bailar. Bailaron hasta que Siren casi no pudo respirar.

-Esto me recuerda la ciudad –dijo ella cuando tomaron un descanso.

-Me pareció que te gustaría -dijo él, tomando tranquilamente un trago de su bebida-. Como te dije, tengo una buena noticia y una mala. ¿Cuál prefieres que te diga primero?

-La mala, supongo.

Lexi la miró con aire solemne.

-Alguien robó el diario.

Siren notó que se le agrandaban los ojos.

-¡Estás de broma! ¿Por qué iba a hacer nadie eso?

Él se encogió de hombros.

-La buena noticia es que yo conseguí escancarlo todo en mi ordenador, menos las diez últimas páginas antes del robo.

-¿Y?

-Es un tesoro de información mágica.



Le explicó lo que había encontrado.

-Por desgracia -concluyó-, el último capítulo trataba lo que Margaret llamaba la gente del fuego o las doncellas fuego. Lo siento: solo conservé la primera línea.

-Me parece increíble que alguien se haya llevado ese libro -dijo Siren, sacudiendo la cabeza,- ¿Por qué harían tal cosa?

-¿Dijiste a alguien que me traías el libro.

Siren negó con la cabeza.

-No, ni a un alma. Sencillamente, no lo comprendo.

-Aunque creo que los fuegos misteriosos son, en realidad, elementales. Pero ya hablaremos de eso dentro de un rato. Tengo que hacerte una pregunta personal.

-¿Cuál?


-No aprecias a tu hermana, ¿por qué?

-¿A qué viene eso?

-No lo sé, puede que tenga cierta relación con algo. Acláramelo.

-Es una… -dijo Siren, y se mordió la lengua-. No nos llevamos bien –se limitó a decir.

-Ya veo. Me pregunto si la he visto alguna vez. ¿Cómo es?

Siren tomó un rápido trago de su refresco y dijo:

-Vive en Boston, aunque se desplaza a veces a Nueva York. Pero lo que más le gusta es estar en el extranjero, y pasa allí mucho tiempo. Si la hubieras visto, la recordarías.

-¿De verdad? –dijo él levantando una ceja.

Siren asintió con la cabeza.

-Tiene una cara por la que algunos morirían, por así decirlo, y el cuerpo a juego. Pero tiene el corazón tan negro y retorcido como el algarrobo de la entrada de mi casa.

-Tú tienes un pelo precioso -observó Lexi-. Parece como una corona en tu cabeza, tal como lo llevas recogido esta noche.

-Gracias -dijo Siren, llevándose una mano al pelo-. A veces creo que debería cortármelo, pero cuando estoy a punto de hacerlo, se me quitan las ganas. Puede que albergue la creencia de que mi fuerza reside en mi pelo.

-¿Cómo Sansón? –dijo él, con un brillo humorístico en los ojos. Agitó los dedos cubiertos de oro.

-Ahora soy yo la que tengo que hacerte una pregunta. ¿Cuánto te dijo Nana Loretta acerca de la magia?

Lexi levantó las cejas.

-Lo suficiente para hacerme desear la iniciación que has recibido tú; sobre todo, después de haber leído ese libro. En la primera plana hay una bendición y una maldición. Creo en ello lo suciente como para no intentar realizar ninguno de los hechizos hasta estar “preparado como es debido" como dice el libro.

-¿Te contó ella lo de mi iniciacion?

-Sí. No quiso dármela a mí. Me indicó que tú me iniciarías a mí a su debido tiempo.

-¿Por eso pagaste para que me absolvieran?

Siren sintió frío en el corazón. Así que él que quería algo de ella.

-¡Oh, no, querida! Qué desconfiada eres.

Lexi hizo una pausa al aparecer una camarera que traía café caliente. Esperó a que se hubiera alejado de la mesa para seguir hablando.

-Verás: pasé mucho tiempo escuchando a Nana antes de tomar la decisión de que yo quería recibir esa iniciación. Tú no tuviste nada que ver con ello. Creo que ella había pensado dármela ella misma. No estaba bien; y, aunque no quiero herir tus sentimientos, creo que dio de sí todo lo que tenía con la esperanza de salvarte la vida y de continuar la línea de sucesión. Hice el trato con ella.Yo intentaría ayudarte y quizá, si a ti te parecía oportuno, tú me iniciarías a tu vez.

Respiró hondo.

-Pero solo si yo demostraba que era digno de ello -añadió. Bajó levemente la cabeza.

Slren reflexionó sobre sus palabras.

-¿Por qué no pediste a Tanner que te iniciara?

Lexi sonrió prudentemente.

-Porque el quiere que el linaje se extinga. Puede que yo sea gay, pero eso no significa que no pueda tener hijos.

-Ah -dijo Siren, sonrojándose.

-Por otra parte, dentro de la tradición de Nana, si el iniciado es hombre, la ceremonia la debe realizar una mujer, si es posible –siguió diciendo Lexi-. En los últimos momentos, Nana estaba muy preocupada. Le parecía que los incendios que había por aquí estaban relacionados de alguna manera con una maldición. Supuestamente, echada en el momento de la primera matanza, y probablemente por tu antepasada, Margaret McKay, la mujer cuyo nombre recibiste. Verás, he investigado mucho por mi cuenta. ¿Sabías que en aquella matanza mataron también a una antepasada mía? Creo que el texto que nos falta en ese diario contenía instrucciones precisas sobre el modo de invocar y de liberar a las gentes del fuego Debemos intentar recuperar el diario.

Siren estaba inmóvil en su asiento; el café se le enfriaba.

-¿Siren?

Carraspeo.

-Termina –dijo.

-Ah: he suscitado tu interés. Muy bien. Seguiré, entonces. El día de la muerte de Nana, ella y yo estuvimos repasando registros antiguos, intentando aclarar el significado de estos incendios. Ella recordaba que su tía Jayne había hablado de otros incendios, diciendo que eran recursos de advertencia o de protección para una bruja del clan que estuviera en apuros. Solo suceden cerca del Sainham, es decir, del Halloween; en el mes de octubre, principalmente. Ella creía que en esa fecha es cuando más se aclara el velo que separa los dos mundos; y, además… es el aniversario de la matanza de la Cabeza de la Vieja.

-¿Y encontraste algo?

-Descubrí que las dos teorías parecen ciertas -dijo Lexi, juntando las puntas de los dedos-. En los años anteriores a las guerras, a las epidermas o a las sequías, los incendios consumían diversos edificios auxiliares pequeños en las fincas de los miembros del clan. Esto fue relativamente facil de determinar, a partir de los artículos de los periódicos y algunas cartas y cosas así, y de la lista de descendientes del clan que Nana tuvo la amabilidad de proporcionarme Por cierto esa lista es tuya en justicia, y haré que la recibas esta misma noche si lo deseas.

-No, consérvala tú de momento.

-En vista del reciente robo, puede que mi apartamento no sea un lugar seguro para conservar un documento tan importante

Siren no respondió. Lexi siguió hablando.

-En mis investigaciones encontré también relaciones de incendios que coincidían con situaciones dificiles de la familia, cuando esta sufría ataques de gente de fuera. Esta información procedía de diversos diarios. En cierta ocasión iban a ahorcar injustamente a un brujo por un delito que no había cometido, y se quemó toda la cárcel, hasta los cimientos, y él salió indemne. Dos días más tarde, encontraron al verdadero culpable y soltaron al brujo.

-¿Y tú tienes escrito todo esto?

-Ah, si, y tú podrás leer los datos siempre que quieras.

-¿Qué crees que representan ahora los incendios?

-Bueno, eso es más bien complicado. Podríamos entenderlos de manera sencilla y suponer que vienen a avisarte. Se retirarán cuando haya terminado el peligro, o cuando termine el mes de octubre. Pero creo que las cosas no son tan sencillas en este caso.

-¿Por qué no?

-Porque creo que la maldición, o el hechizo, como lo quieras interpretar, fue más complicado que todo eso.

-¿Qué quieres decir?

Lexi hizo una señal para pedir más café, y la camerara se acercó rápidamente a rellenarles las tazas y pasó después a otra mesa.

-Creo que tenía más de una función. Proteger y atacar por motivos determinados, advertir de los peligros próximos, y destruir a largo plazo a todos aquellos cuyos antepasados participaron en la matanza.

-¿Cuál de esas funciones crees que están realizando?

Lexi le dirigió una mírada larga e intensa.

-Querida, creo que tú fuiste la que pronunciaste el hechizo al principio, y que ahora has vuelto para tomar de nuevo las riendas y terminar la tarea. No te beneficia en nada el hecho de que más de una persona haya decidido quitarte de enmedio, y casi más parece que es el universo el que te está planteando estos desafios. Si sobrevives, romperás la maldición, el hechizo o lo que sea.

Siren miró a Lexi con incredulidad. No era posible que le tuviera pasando aquello.

-¿Qué quieres decir? ¿Que he vuelto de entre los muertos o algo así?

-Algo así... llámalo reencarnación, si quieres.

Siren lo miró, incapaz de creerse aquello.

-¿Crees que yo fui la Margaret McKay que pronunció el primer hechizo?

-La misma.

-¡Eso es ridículo!

-¿Lo es?


-Entonces, ¿por qué la vi durante mi rito de iniciación? –balbució ella.

-¿La viste?

-Si.

-Entonces, viste a una parte de ti misma. El tiempo no es lineal, ya lo sabes.



Siren sacudió la cabeza. Aquello era demasiado extraño.Verse a sí misma. ¿Cómio podía ser?

Entonces, ¿por qué no recuerdo nada de esto. Nada me resulta familiar.

-Problablemente se deba a eso el que todo esté patas arriba por aquí. Piénsalo un momento. Supongamos que en esa vida tuviste el poder de pronunciar una maldición como aquella. Moriste con el odio y la blasfemia en los labios. En el tiempo que ha transcurrido entre esa vida y esta has aprendido mucho y sabess que no está bien quitar la vida a los inocentes. Lo más probable es que los descendientes de los que cometieron los asesinatos no participaran en aquella tragedia terrible. Es verdad que algunos están reencarnados aquí mismo, en la persona de mí mismo, digamos, o de otras personas a las que has llegado a conocer, pero otros muchos pueden ser recién llegados al ciclo de Cold Springs. Supongamos que has aprendido a tener compasión, o lo que sea. Ahora estás aquí otra vez, quizá para levantar la maldición definitivamente. Piensa que es como si varias partes de tu alma se hicieran la guerra entre sí.

-Pero, si levanto la maldición, ¿suprimiré también las advertencias para nuestros descendientes que estén en apuros?

Lexi la contempló, apoyándose en el respaldo.

-Quizá. Pero ¿quieres tener las manos manchadas de sangre de personas inocentes?

-No -dijo ella, estremeciéndose.

-Entonces, debes elegir.

-Esto es ridículo -dijo Siren, arrojando su servilleta a la mesa-. No sabría empezar siquiera.

Pero sí que sabría. Había visto la esencia alrededor de bomberos. Había jugado con el dragón del fuego. Había sentido que el fuego la llamaba, mientras contemplaba su inmensa destrucción en el Todo a Cinco y Diez Centavos de Ballantine. Apretó los dientes con decisión firme.

-¿Qué hacemos? -preguntó.

-Encontrar ese condenado hechizo e invertirlo.

"Encontrar la maldición y poner en marcha la contraria”, oyó Siren dentro de su mente. Le zumbó el oído, y ella se tocó la oreja con los dedos.

-¿Qué haces? -preguntó Lexi, nervioso-. ¿Quieres enseñarme esos pendientes tan bonitos?

Ella se quedó mirando por encima del hombro izquierdo de Lexi, tan boquiabierta que la mandíbula casi le caía hasta las rodillas.

-¿Qué pasa? -preguntó él, metiendo inmediatamente la mano derecha bajo la chaqueta marrón impecable.

-No me lo creo -dijo ella, casi sin voz- Vuélvete y verás a la reina de los condenados. Hablando de la diablesa aparece.

Lexi abrió mucho los ojos, pero no se movió. En lugar de ello, se quedó sentado perfectamente inmóvil, con la mano todavía debajo de la chaqueta.

-1~11 A .

Ella se eslizó hacia ellos; en su larga cabellera rubia se reflejaba un halo de luz suave. Tenía el pelo casi tan largo como el Siren. A Siren le subió a la lengua el sabor negro del odio. Gem ma, con la cabeza levantada, con los ojos por encima de la gente vulgar que estaba sentada en los reservados y en las mesas, echaba a su alrededor miraditas aristocráticas. La única indicación de su desagrado eran unas leves arrugas duras que tenía en los bordes de los ojos. Siren pensó que el camarero se arrodillaría y le haría una reverencia con la bandeja al pasar ella ante él. Se imaginaba, aun de lejos, el crujido de su traje de chaqueta de satén negro y los efluvios de perfume caro.

Las esperanzas de Siren de pasar desapercibida se desintegraron cuando el acompañante de Gemma empezó a hacer señas a Siren como un babuino.

Billy. Ya llevaba a Gemma hacia donde estaban ellos, con una gran sonrisa de oreja a oreja. Siren no sabía que nadie pudiera sonreír tanto. Qué repugnancia. Siren no fue capaz de hacer subir las comisuras de su boca. En lugar de ello, se le cayeron. Le zumbaba el oído como si albergara en él a toda una banda de música.

Lexi mantuvo su actitud estática. Se quedó mirando al frente, hacia un punto cercano al hombro derecho de Siren.

-¡Querida! –dijo melosamente Gemma, tendiéndole una mano enguantada de negro. Siren no había conocido nunca a otra mujer que se las arreglara para llevar guantes largos en cualquier ocasión, en verano o en invierno, en actos formales o informales-. ¡Qué sorpresa verte! -dijo con efusión. El perfume de Gemma aturdió las nasales de Siren, y esta retiró un poco la cabeza para apartarla del olor-. Tienes el pelo divino –afirmó Gemma. Se rio, arrugando la nariz y echando una ojeada a Lexi. Pareció sorprendida durante un instante. Siren vio que Gemma lo calibraba con la vista, mientras sus mecanismos mentales calcularían probablemente la mejor táctica para rendirlo a sus pies en pocos segundos. Bueno, pues podría olvidarse de aquel... o eso esperaba Siren.

Lexi no se movió ni la miró. El punto que estaba un poco más allá del hombro de Siren debía de ser interesantísimo. Gemma hizo un gesto principesco de desprecio y volvió a dirigir su atención a Siren. Billy seguía sonriendo abiertamente. Siren sintió la seguridad de que a Billy se le había comido la lengua el gato: un felino gigante, de colmillos de un palmo y garras e sacaban la sangre.

- Cuánto tiempo sin verte, querida -dijo Gemma, ahuecándose el pelo con la mano y bajándola después para ajustarse cuello de la blusa negra azabache.

Siren, sin hacerle caso, miró a Billy.

-¿Cómo has sido capaz? -le dijo en voz baja, enrojeciendo de rabia.

El puso cara de incomprensión durante un instante, reduciendo la sonrisa en un grado.

-Oye, a ti no te interesa -dijo.

-Imbécil –murmuró Siren. Verdaderamente, Billy no tenía ni idea. Vaya bobalicón. ¿Dónde demonios estaba ese sexto sentido que tenían la mayoría de los policías?

Lexi siguió con la mano bajo la chaqueta, pero dejó de mirar fijamente a un punto y volvió la vista hacia Gemma.

-Encantado de verte -dijo en voz baja.

Gemma le ofreció la mano. Lexi no se la tomó. Gemma levantó una ceja y la retiró con tranquilidad.

-¿Cómo te llamas?

-Alexander Riddlehoff.

-Ah, el hipnotizado, metafísico. Recuerdo el nombre. El Gran Lexi, ¿no es eso?

Su mano enguantada de negro flotó en el aire ¿Era un matiz de terror lo que percibía Siren en la voz de Gemma?

-Muy atento por tu parte el recordarlo –dijo Lexi, con una expresión completamente neutra.

A Siren le subió por la columna vertebral un escalofrío de temor que le llegó a los hombros. Había sido siempre Gemma. No había ningún asesino a sueldo. Solo la hermana malvada, avariciosa, falsa. A Siren se le contrajo repentinamente el aire en los pulmones y se sintió como si hubiera respirado plomo en vez de oxígeno. Lexi seguía con la mano metida en la chaqueta, y echaba miradas rápidas y agitadas a la cara de Siren.

Gemma suspiró teatralmente.

-Ay, querida, ¿he interrumpido algo?

A Siren se le había hinchado la lengua de rabia. Era incapaz de hablar. Lexi respondió en su lugar.

-Lastima, estábamos a punto de marcharnos. Que paséis buena noche.

Dicho eso, se puso de pie y dio a Gemma un empujón que estuvo a punto de derribarla. Se apoyó en Billy, que la sujetó encantado, aunque frunció el ceño en un gesto de confusión. A Siren no le dio la más mínima lástima.

-¿Siren? -digo Lexi, volviéndose hacia ella, y le ofreció el brazo libre.

Siren recogió la cuenta, se puso de pie y se echó el abrigo sobre el hombro. Su odio la ayudaba a mantenerse firme. Lexi y Siren caminaron juntos hasta la caja sin mirar atrás.

-Dime, ¿qué hacías con la mano en la chaqueta? –preguntó Siren a Lexi mientras este le abría la puerta del Porsche. Lexi no respondió; cerró la puerta y subió al coche por el otro lado. Solo entonces se abrió la chaqueta para enseñarle una pistola en una sobaquera.

-Me parece increíble.

-Una Walther -dijo él, guiñando un ojo-. En Nueva York, todo el mundo tiene pistola, con licencia o sin ella.

Siren sequedó mirando el arma, hipnotizada.

-Ya te dije que tenía un amigo -dijo él, sonriendo forzadamente y accionando la llave de contacto del coche-. ¿Te importa que volvamos a mi casa? Creo que tenemos varias cosas de qué hablar.


SIREN se dejó caer en el sofá, dejando que sus cojines de plumas absorbieran la tensión. De modo que la perra había vuelto al pueblo. Qué gusto. Siren oyó un tintineo de vasos. Lexi se estaba sirviendo una copa.

-Yo me tomaré un refresco, el que sea, si lo tienes –dijo Siren.

-Como quieras -dijo él. Siren percibió su sonrisa. Se oyó al fondo un leve taponazo y el gorgoteo de un líquido al caer.

Siren se quitó los zapatos de tacón y flexionó los dedos de los pies. Lexi le entregó una copa estrecha llena de un líquido de color ámbar claro, con muchas burbujas. Se había quitado la chaqueta, y Siren miró la pistola que llevaba en la sobaquera y dirigió después su atención al refresco.

Lexi se sentó a su lado, se quitó también los zapatos y apoyó en la mesa de café los pies, cubiertos por calcetines negros.

-No me había dado cuenta de que tu hermana me resultaría familiar -dijo, y bebió cuidadosamente un trago de su copa.

Siren estiró los músculos del cuello echando hacia atrás la cabeza, sobre los cojines del sofá.

-Creía que habías dicho que lo habías investigado todo...

Lexi dio con rabia un papirotazo a un fragmento de pelusa que se le había posado en los pantalones oscuros.

-Tu hermana es una mujer peligrosa.

-Y que lo digas.

Él se quedó inmóvil, con la copa en el aire.

-No me entiendes –dijo.

-No me estás diciendo nada que yo no supiera ya –dijo Siren, con cierto tono de irritación.

Él se incorporó y dejó la copa cuidadosamente en un reposavasos, sobre la mesa de café.

-Tú sigues sin entender lo que estoy diciendo.

-Soy consciente de lo cruel que es Gemma, si te refieres a eso –dijo Siren, dándole una palmadita en la mano-. Personalmente, me alegro de que no te haya seducido ti como todos los demás –añadió con amargura.

-¿Te refieres a tu amigo, el policía?

-Y a todos los demás. Él no es más que uno entre tantos –suspiró Siren. Terminó de beberse el refresco-. No es una gran pérdida; en realidad, no me caía bien, después de todo.

-Pareces más bien una niña antipática.

-Es difícil quitarse de encima las viejas costumbres, o eso dicen.

Lexy trajo la botella helada de champán y volvió a llenar su copa, y dejó después sobre la mesa de cafe un recipiente cilíndrico de barro. Siren oyó el crujido del hielo que había dentro cuando Lexi metió en él la botella.

-Sigues sin prestar atención a lo que te digo –dijo Lexi, volviendo a sentarse junto ella.

-¿Qué pasa? ¿Es que eres vidente, y has descubierto una revelación apasionante sobre mi hermana? -le preguntó Siren en de tono de broma. Dejó cuidadosamente la copa sobre la mesa de café. Lexi la levantó distraídamente y le puso debajo un reposavasos.

-Ojalá fuera así de fácil –dijo, agitando la mano en el aire. Siren vio los rastros largos y sinuosos que dejaba ante sus ojos el brillo dorado de sus anillos.

-Entonces, ¿que es lo que no sé? -dijo, empezando a bostezar. Se contuvo y se tapó la boca con la mano-. ¿Que mi hermana me ha enviado a un asesino a sueldo porque me odia? ¿Que ha caído tan bajo que haría cualquier cosa por un dólar? Esto no tiene nada que ver con Max. Es un... un asunto de familia –concluyó, con una risa descorazonada.

Él no dio muestras de haberla oído: tenía la vist perdida sobre la mesa de café, hacia la pantalla de televisión apagada, como si esta fuera una ventan que diera a otro mundo, a un mundo con el que Siren no estaba sintonizada, evidentemente.

-Tu hermana y yo nos conocíamos –dijo Lexi, hablando despacio.

-Eso dio a entender. Se mueve mucho, ¿verdad?

-No me había dado cuenta de que era la misma persona –dijo él, inexpresivamente.

-Ya lo habías dicho, o algo así.

-La mujer a la que conocí yo decía llamarse Georgia Dichard: era una zorra hasta la médula. Todos sus supuestos amigos la llamaban “la señora Georgia”.

A Siren se le puso la carne de gallina.

-Si, eso es muy propio de mi hermana, desde luego. ¿Y cómo la conociste?

-En una de esas fiestas privadas de las que le he hablado. De clase alta. La verdad es que coincidímos mucho en mis viajes a Boston. Ya sabes, gente muy rica, con poca compasión socil, etcétera, etcétera.

Hizo una pausa y se volvió a sumir en la pantalla de televisión. Siren se imaginaba los recuerdos que le pasaban ante los ojos, pero sintió impaciencia por que siguiera.

-¿Y?


Lexi se inclinó hacia delante y se llenó de nuevo el vaso.

-Ella estaba en esas fiestas con Max.

-¿Con mi Max? ¿Conociste tú a mi Max? Qué interesante.

-Veo que voy a tener que explicártelo todo. Max presentaba a Gemma como su esposa.

Siren se rascó la cabeza.

-Pero ¡si yo conocí a su esposa! Yo era la amante de él.

-Eso creías tú -dijo Lexi, sacudiendo la cabeza tristemente-. Tú no eras la amante, eras una de muchas amantes simultáneas, digámoslo así. En realidad, eras un cordero entre los lobos, ¿no es eso? Todos lo sabían, pero yo no tenía ni idea de que ella fuera tu hermana. La cosa iba por temporadas. Estaban juntos, después se separaban, después volvían a juntarse. Casi siempre hacían vidas por separado.

Lexi volvió a emitir esos chasquidos suyos con la lengua, y Siren contuvo el impulso de abofetearlo. No era culpa de él.

Lexi saboreó su bebida.

-Max tuvo muchas amantes a lo largo de los años, y se jactaba de que tenía varias mujeres a la vez, dispersas por todo el país. Naturalmente, todas vivían a lo grande, cada una con su finca propia o como más les gustara. Yo creía que lo sabías. Pero es verdad que vivió mas tiempo contigo que con ninguna otra.

Lexi le echó una mirada y vio que tenía la boca y los ojos muy abiertos.

-Estaba convencido de que lo sabías. Es evidente que no –murmuró.

-¿Había otras… al mismo tiempo? –preguntó Siren, inexpresivamente. Le temblaba la copa. Entonces le extrañó que Lexi conociera tanta información. En realidad, ¿qué probabilidad había de que dos personas del mismo pueblo hubieran coincidido en los mismos círculos sociales, a centenares de kilómetros, aunque hubiera sido en épocas diferentes?

-Eres una enciclopedia de datos sobre la vida social.

-Es uno de mis muchos talentos –dijo él bajando la cabeza con cortesía.

-Así es.


-Lo siento.

-No importa. Debí haberme enterado yo –dijo Siren tristemente, jugueteando con las puntas de su pelo-. Puede que lo supiera, pero que, sencillamente, no quisiera afrontarlo.

-Puede.

-¿Conociste a alguna de las otras?



Él se revolvió, inquieto. A Siren no le dio ninguna lástima: al fin y al cabo, había sido él quien había emprendido la conversación, y bien podían sacar a la luz toda la basura para que la asimilara el cerebro de ella. Esperó con paciencia a que Lexi respondiera a su pregunta. Él seguía mirándola, con la boca cerrada herméticamente. Siren esperaba más revelaciones.

-¿Vas a esperar toda la noche para desvelarme este misterio, o voy a tener que adivinarlo yo? –dijo agriamente, frotándose las sienes.

-Creí que ya te lo habrías figurado -dijo él en voz baja.

Siren levantó los ojos al cielo. No le gustaban nada las adivinanzas.

-O soy increíblemente estúpicia, o estoy bloqueada y no capto tu razonamiento, Lexi. ¿Podrías rebajarte a explicármelo?

Lexi se aclaró la garganta y se tocó delicadamente el borde del ojo con el índice.

-Creo que tu hermana era el contacto de Max.

-¡Ah! ¡Claro! –dijo Siren, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

-Esa mujer es el centro de de la droga.

-¡Debes de estar de broma! Es una alcahueta. Siempre se ha dedicado a prostitución. ¡No me imagino que se haya manchado las manos con la droga, encima!

-No estoy de broma en absoluto -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Trafica con chicas, con drogas y con información. Todo muy caro, muy discreto.

-¿Estás seguro?

-Dame un buen motivo que pueda tener yo para mentirte.

A Siren no se le ocurrió ninguno.

Lexi la miró con atención.

-Creo que ella está detrás de la persona que te acecha.

-Yo no he representado nunca ninguna amenaza para ella –dijo Siren, acalorada.

-Lo que somos de verdad puede ser muy diferente de lo que representamos a los ojos de los demás. ¿Es posible que crea que tú conocías sus relaciones con Max? Puede que piense que tú te estás guardando una información que la hundiría si hablaras. Es evidente que no confía en ti. Por otra parte, puede que haya llegado también a la conclusión de que tú mataste a Max, y que quiera vengarse de ti. Creo firmemente que ha sido ella quien h enviado a ese hombre que te persigue.

-Dispensa –dijo ella, dirigiéndose al baño. “¿Dónde va a parar este mundo?” pensó Siren, mientras se echaba agua fría a la car. Tomó una toalla blanca y gruesa Y hundió en ella la cara. La nariz se le llenó de un suave aroma a lavanda. Su herman quería su muerte. No... muerta de verdad, fría y enterrada.

Debía existir algún factor desconocido que explicase que Gemma pensara que Siren tenía pruebas contra ella. Si insistía tanto, tenía que ser por algo. Gemma solía trazar planes e intrigas, pero nunca pasaba a la acción sin estar absolutamente segura del resultado y de las consecuencias. ¿Qué podía tener Siren para que Gemma tomase unas medidas tan peligrosas? Cuando se produce un asesinato, a quien primero investigan en busca de un motivo es a la familia. Sí, es verdad que no atrapan al asesino enseguida, pero la experiencia demostraba que solían atraparlo a la larga.

¿Tendría celos? ¿Sería eso? Siren se miró en el espejo. No. ¿Las tierras del tío Jess? Tenía otras maneras de hacerse con ellas sin preocuparse de si Siren estaba viva o muerta, y Siren estaba segura de que Gemma ya habría puesto en marcha el mecanismo. Ya no entendía nada. Podía ser que el corzón frío de Gemma se hubiera alimentado de la crueldad de Max lo suficiente como para hacer justicia con su asesina. ¿Gemma? ¿Enamorda? Imposible.

-¿Estás bien? –le preguntó Lexi en voz alta desde el otro lado de la puerta del baño.

-Si, estoy bien. Salgo dentro de un momento.

Siren tiró de la cadena e hizo otros ruidos propios del cuarto de baño con el grifo y con el toallero, y volvió a sair al cuarto de estar, con la cabeza mucho más despejada que al entrar.

-He estado pensando... -dijo Siren despacio- que Gemma solo intentaría una cosa así si creyera que yo tenía alguna prueba, algo que pudiera hundirla; pero yo no sé qué podría ser. Me marché de Nueva York casi sin nada, solo unas pocas maletas de ropa y algunos artículos personales. ¿Qué podría tener yo que quisiera ella?

-¿Y libros de cuentas, números de cuenta, extrctos de bancos, cartas…?

Siren negó con la cabeza.

-Max no guardaba en la casa ningún papel de sus negocios. Los tenía todos en su despacho, y yo no iba nunca allí.

-¿Cajas de seguridad?

-No.


-Entonces, yo tampoco tengo idea. Puede que se trate de una rivalidad entre hermanas que ha dado un giro extraño.

-Gemma no hace nunca nada sin estar segura de las consecuencias, y debe de haber algo material que ella pueda ganar. Ella no se mete en asuntos menores.

-¿Un secreto, quizá?

-¿Qué secreto? –dijo Siren, encogiéndose de hombros-. No. La verdad, Lexi, estamos dando vueltas sin llegar a nada. ¿Te importaría llevarme a mi casa? –añadió bostezando.


SIREN vio las luces rojas y azules que se refiejaban en el exterior de su casa, en el algarrobo, en la farola... El corazón le saltó a la boca mientras Lexi entraba con el Porsche por el camino particular de la casa, sorteando difícilmente a varios coches patrullas de la Policía Regional de Webster. El tío Jess estaba de pie en el patio delantero; la larga cabellera le volaba con las rachas de viento de aquella noche de octubre. Estaba animado; movía rítmicamente las mejillas mientras hablaba a los agentes que lo rodeaban. Siren se mordió el labio inferior, respiró hondo y bajó del coche. Lexi la siguió a pocos pasos.

-¿Es usted Margaret McKay? –le preguntó uno de los agentes.

-Si. Me llaman Siren.

-Su tío ha denunciado que alguien ha entrado en la casa y la ha saqueado. ¿Dónde ha estado usted, señora’

-Ha estado conmigo –murmuró Lexi.

Un agente de edad madura se volvió levemente.

-¡Ah, señor Riddlehoff! Me alegro de volver a verlo.

Lexi hizo un gesto de saludo con la cabeza.

-La señora McKay y yo hemos salido a cenar, y después nos hemos pasado por mi apartamento. Le aseguro que no se nos ha ocurrido destruir su casa modo de aperitivo.

-¿Es eso cierto, señora McKay?

Siren asintió con la cabeza.

-Me temo que su casa… bueno, que alguien se a empleado a fondo en ella -dijo el agente, sacudiendo la cabeza-. Parece que buscaban algo. Nos gustaría que entrase usted a echar una ojeada y nos dijera si le parece que falta algo. Billy Stouffer está dentro. Dice que la conoce -añadió, señalando la puerta con un gesto de la cabeza. Las banderas que estaban sobre las ventanasondeaban y se agitaban con el viento otoñal.

-Una decoración interesante -murmuró el agente a Lexi, que se limitó a sonreír y a bajar levemente la cabeza.

-A cada uno lo suyo, Reginald. A cada uno lo suyo –dijo, y subió los escalones de la entrad, siguiendo Siren.

La casa estaba completamente revuelta. O más bien, destrozada. Sus muebles nuevos, rajados, hechos astillas. La hermosa colcha que había hecho Rachel, hecha pedazos y dispersada por todo el piso inferior. Platos rotos en el suelo de la cocina. La mesa de la cocina, volcada.

El tío Jess entró tras ellos, resoplando. Solo era capaz de decir "ay, ay, ay". Enderezó el televisor y lo encendió, y soltó un sonoro suspiro de alivio cuando apareció en la pantalla una película de las que ponen por la noche.

El despacho de Siren estaba completamente revuelto, con papeles esparcidos por todas partes. El contestador telefónico estaba destrozado. El teléfono, arrancado de la pared. En el piso de arriba, la situación era muy parecida. Aunque aquello parecía una zona catastrófica, Siren no advirtió que faltara nada, y así se lo dijo a los policías.

Billy subió del sótano cuando Siren daba una segunda vuelta por la casa. Las lágrimas que tenía en los ojos le impedían ver con claridad.

-Lo siento mucho, Slren.

-Ahórrate tu lástima -le espetó ella-. Yo te necesitaba, y tú te largaste con... i esa!

Siren dio media vuelta mientras los demás la miraba boquiabiertos. Él corrió tras ella y la sujetó del brazo. Lexi contemplaba toda la escena desde cierta distancia.

-¡Ya te he dicho que lo siento!

Siren giró sobre si misma para mirarlo. Ahora estaban solos, ante la puerta trasera.

-¡Ha sido mihermana, so idiota, incompetente! ¡Ha sido Gemma la que ha hecho esto!

Billy aparentó incredulidad.

-Eso no es posible. La dejé para venir aquí directamente. He pasado toda la noche con ella.

-Eres un policía de pueblo, corto de miras. Ella era el contacto de mi novio en el tráfico de drogas. Se dedica a la prostitución y a las drogas.

Billy puso una cara como si le hubieran dado una bofetada.

-Eso no es posible -dijo.

-¿Por qué? ¿Porque tiene un cuerpo de muerte? ¿Es que no piensas nunca con la cabeza, y siempre con lo que tienes de cintura para abajo?

Billy se quedó mudo. Por fin, cuando recuperó el habla, le preguntó:

-¿Cómo sabes tú todo esto?

Siren le dijo todo lo que habían sacado en limpio Lexi y ella, excepto lo relacionado con los incendios. Él no habría sido capaz de asumirlo. Con los delitos tradicionales estaría en su ambiente.

-¿Qué tienes tú que ella desee tanto? -le preguntó Billy.

-No lo sé -dijo Siren, sacudiendo la cabeza-. ¡No tengo la menor idea!

-Escucha, he quedado con ella para mañana por la tarde. No soy un mal policía, Siren. Llegaré hasta el fondo de esto, te lo prometo.

Siren miraba desmayadamente la luna llena, hinchada.

-Sí. Hazlo.

-¿Qué tratos tienes con ese tipo, con Riddlehoff? -le preguntó Billy, mirando atrás.

-Es estupendo. Cuando Tanner y tú me dejásteis abandonada él se ocupó de mí. Es buena persona. No te metas con él.

-Es marica.

-Y tú eres gilipollas. Si tengo que ser sincera contigo, te diré que ha sido mejor amigo que Tanner y tú juntos. ¡Por lo menos, él me cree!

Billy abrió la boca, pero no dijo nada.



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