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para contarlos. Cuando el rey libro la batalla de Kadesh, el

gigante sardo habia recibido la orden de permanecer en Pi-

Ramses y encargarse de la seguridad de la familia real; des-

de entonces, habia formado hombres capaces de asumir esa

tarea y hoy solo sonaba con destripar al enemigo.
La irrupcion de Setau en el cuartel donde se entrenaba el

sardo no dejo de soprenderle; los dos hombres no siempre

se habian llevado bien, pero habian aprendido a apreciarse

y se sabian unidos por un punto comun: la fidelidad a Ramses.


El antiguo pirata dejo de golpear el muneco de madera

que destrozaba a punetazos.


-~Algun problema, Setau?
-Me han robado mi bien mas precioso: mi tunica medi-

cinal .
-~Sospechas de alguien?


-Un medico celoso, por fuerza; jy ni siquiera sabra utili-

zarla!


-~Puedes ser mas concreto?
-Lamentablemente, no.
-Alguien ha querido hacerte una jugarreta, porque de-

sempenas un papel demasiado importante en Nubia. En la

corte no te aprecian mucho.
-Hay que registrar el palacio, las mansiones de los nobles,

los talleres, las...


-jCalma, calma, Setau! Voy a asignar dos hombres al

caso, pero estamos en periodo de movilizacion general y tu

tunica no puede ser prioritaria.
-~Sabes a cuanta gente ha salvado ya?
-Soy consciente de ello, pero sera mejor que te procures

otra.
-Decirlo es facil. Me habia acostumbrado a esta.


-jVamos, Setau! No me vengas con historias y vayamos a

tomar una copa. Luego iremos juntos a casa del mejor cur-

tidor de la ciudad. Despues de todo, hay que cambiar de piel

un dia u otro.


-Quiero conocer al autor del robo.
Ramses leyo el ultimo informe de Merenptah, claro y con-

ciso. Su hijo menor daba pruebas de gran lucidez. Cuando

Acha regresara del Hatti, el faraon iniciaria las ultimas ne-

gociaciones con Hattusil. Pero el emperador no se engana-

ria y, como el rey de Egipto, aprovecharia ese periodo para

preparar su ejercito para el combate.


Las tropas de elite egipcias estaban en mejores condicio-

nes de lo que Ramses habia supuesto; seria facil enrolar

mercenarios aguerridos y acelerar la preparacion de los jo-

venes reclutas. En cuanto al armamento, pronto estaria al

completo gracias a la intensiva produccion de los armeros.

Los oficiales nombrados por Merenptah, con el aval de

Ramses, encuadrarian a unos soldados capaces de enfrentar-

se victoriosamente con los hititas.


I03

Cuando Ramses se pusiera a la cabeza de su ejercito para

dirigirse al norte, la seguridad del triunfo inflamaria el co-

razon de sus regimientos.


Hattusil hacia mal renunciando a la paz; Egipto no solo

lucharia con ardor por su supervivencia, sino que tomaria la

iniciativa para sorprender a los guerreros de Anatolia. Esta

vez, Ramses conquistaria la fortaleza de Kadesh.


Sin embargo, una insolita ansiedad oprimia el corazon del

rey, como si dudara de la conducta que debia seguir; pues-

to que Nefertari no estaba ya a su lado para iluminar el ca-

mino, el monarca debia consultar a una divinidad.


Ramses ordeno a Serramanna que preparara una embar-

cacion rapida para dirigirse a Hermopolisl, en el Medio

Egipto. Mientras el soberano cruzaba la pasarela, Iset la be-

lla le dirigio una suplica.


-~ Puedo ir contigo ?
-No, necesito estar solo.
-~Tienes noticias de Acha?
-Pronto estara de regreso.
-Ya conoces mis sentimientos, majestad; dame una orden

y obedecere. La felicidad de Egipto cuenta mas que la mia.


-Te lo agradezco, Iset; pero esta felicidad desapareceria si

Egipto doblara el espinazo ante la injusticia.


La vela blanca se alejo hacia el sur.
Al borde del desierto, cerca de la necropolis donde habian

sido inhumados los grandes sacerdotes del dios Thot, crecia

una inmensa palmera duma, mucho mas alta que sus seme-

jantes. Segun la leyenda, Thot, el corazon de la luz divina y


1. La ciudad de Khemenu, <llamada por los griegos Hermopolis, <~, ya que Hermes

era el nombre griego de Thot, que reinaba sobre el lugar, el actual Ash-

munein.
I04

el senor de la lengua sagrada, se aparecia aqui a los fieles que

habian preservado su boca de palabras inutiles. Ramses sabia

que el dios de los escribas era un fresco manantial para el si-

lencioso, manantial que permanecia seco para el charlatan. El

rey medito un dia y una noche al pie de la palmera duma,

para apaciguar el tumultuoso flujo de sus pensamientos.


Al alba, un potente grito saludo el nacimiento del sol.
A menos de tres metros de Ramses se hallaba un mono

colosal, un quinocefalo de agresivas mandibulas. El faraon

aguanto su mirada.
-Abreme el camino, Thot, tu que conoces los misterios

del cielo y de la tierra. Revelaste la Regla a los dioses y los

hombres, modelaste las palabras de poder. Hazme seguir el

justo camino, el que sea util a Egipto.


El quinocefalo se irguio sobre sus patas traseras. Mas alto

que Ramses, levanto sus patas delanteras al sol, en signo de

adoracion. El rey imito su gesto, el, cuyos ojos soportaban

la luz sin ser abrasado.


La voz de Thot broto del cielo, de la palmera duma y de

la garganta del babuino; el faraon la recogio en su corazon.

La lluvia caia desde hacia varios dias y la niebla demoraba

la marcha del convoy del jefe de la diplomacia egipcia. Acha

admiraba los asnos que, a pesar de soportar cargas de seten-

ta kilos, avanzaban con paso seguro, indiferentes al mal

tiempo. Egipto veia en ellos una de las encarnaciones del

dios Set, de inagotable potencia; sin los asnos, no habia

prosperidad.
Acha estaba impaciente por abandonar Siria del Norte,

atravesar Fenicia y entrar en los protectorados egipcios. Por

lo general, los viajes le divertian; pero este parecia un fardo

que a duras penas levantaba. Los paisajes le aburrian, las

montanas le incomodaban, los rios arrastraban negras ideas.
El responsable militar del convoy era un veterano que ha-

bia pertenecido al ejercito de salvamento que acudio a ayu-

dar a Ramses cuando combatia solo contra los hititas, en

Kadesh. El hombre conocia bien a Acha y sentia estima por

el; sus hazanas de agente secreto y su conocimiento del te-

rreno obligaban al respeto. El ministro de Asuntos Exterio-

res tenia tambien fama de ser un personaje amable, de bri-

llante conversacion; pero desde la partida estaba taciturno y

triste.
Aprovechando un alto en un aprisco donde animales y

hombres se calentaron, el veterano se sento junto a Acha.


-~Os sentis mal?
-Solo fatigado.

-Las noticias no son alentadoras, ~no es cierto?


-Podrian ser mejores pero, mientras Ramses siga gober-

nando, la situacion nunca sera desesperada.


-Yo conozco bien a los hititas: son brutales y conquista-

dores. Algunos anos de tregua les han vuelto mas vengati-

vos todavia.
-Os equivocais; tal vez nuestro mundo se desgarre a cau-

sa de una mujer. Es cierto que es distinta a todas las demas,

puesto que se trata de la gran esposa real. Ramses tiene ra-

zon: no hay que hacer concesion alguna cuando los valores

fundamentales de nuestra civilizacion estan en juego.
-jHe aqui un lenguaje poco diplomatico!
-La edad de la jubilacion se aproxima. Me habia prome-

tido dimitir cuando los viajes me parecieran agotadores y

aburridos; ese dia ya ha llegado.
-El rey no querra separarse de vos.
-Soy tan testarudo como el e intentare tener exito en esa

negociacion; encontrarme un sucesor sera mas facil de lo

que imagina. Los <~hijos reales~ no son todos simples corte-

sanos, algunos estan considerados incluso excelentes servi-

dores de Egipto. En mi oficio, cuando la curiosidad se apa-

ga, hay que saber detenerse. El mundo exterior no me

interesa ya, ahora solo deseo sentarme a la sombra de las

palmeras y ver correr el Nilo.


-~No sera un simple momento de cansancio? -pregunto

el veterano.


-En absoluto. Mi decision es irrevocable.
-Para mi tambien sera el ultimo viaje. jTranquilidad

por fin!
-~ Donde vivis ?


-En una aldea, cerca de Karnak; mi madre es muy mayor

ya, sere feliz ayudandole a tener una vejez tranquila.


-~Estais casado?
-No he tenido tiempo.
-Yo tampoco-dijo Acha, sonador.

-Todavia sois joven.


-Prefiero aguardar a que la edad apague mi pasion por

las mujeres; hasta entonces, asumire valerosamente esta de-

bilidad. Esperemos que el tribunal del gran dios me lo per-

done.
El veterano encendio una hoguera con silex y lena seca.


-Tenemos excelente carne seca y un vino aceptable.
-Me limitare a una copa de vino.
-~Perdeis el apetito?
-Cierto numero de apetitos me han abandonado ya. Tal

vez sea el comienzo de la sabiduria.


La lluvia habia cesado por fin.
-Podriamos ponernos en marcha.
-Hombres y animales estan cansados -objeto el vetera-

no-; cuando hayan descansado, avanzaran mas deprisa.


-Voy a dormir un poco -afirmo Acha, consciente de que

no conseguiria conciliar el sueno.


El convoy atraveso un encinar que dominaba una abrupta

pendiente sembrada de agrietados bloques. Por el estrecho

sendero solo se podia avanzar en fila india. El cambiante

cielo estaba cubierto de cohortes de nubes.


Una extrana sensacion obsesionaba a Acha. Intentaba en

vano apartarla, sonando con las riberas del Nilo, con el

sombreado jardin de la mansion de Pi-Ramses donde viviria

apacibles dias, con los perros, los monos y los gatos, a los

que, por fin, podria dedicarles su tiempo.
Su mano diestra se poso en la daga de hierro que le habia

entregado Hattusil para sembrar la inquietud en el espiritu

de Ramses. Inquietar a Ramses... jQue poco conocia Hattu-

sil al faraon! Nunca cederia a la amenaza. Acha sintio de-

seos de arrojar el arma al arroyo que corria por debajo, pero

sabia que esa daga no iba a iniciar las hostilidades.


Durante algun tiempo, Acha habia pensado que seria bue-

no unificar las costumbres y abolir las diferencias entre

pueblos; sin embargo, ahora estaba convencido de lo con-

trario. De la uniformidad nacerian monstruos, Estados sin

genio alguno, sometidos a poderes tentaculares, y aprove-

chados que defenderian la causa del hombre para ahogarle

mejor y hacerle pasar por el aro.
Solo alguien como Ramses era capaz de apartar a la hu-

manidad de su natural tendencia, la estupidez y la pereza, y

conducirla hacia los dioses. Y si la vida no ofrecia ya un solo

Ramses a la especie humana, esta desapareceria en el caos y

la sangre de los combates fratricidas.
jQue bueno era confiar en Ramses para las decisiones vi-

tales! El faraon, en cambio, no tenia mas guia que lo invisi-

ble y el mas alla. Solo frente a lo divino, en el naos del tem-

plo, lo estaba tambien frente a su pueblo, al que debia servir

sin pensar en su propia gloria. Y, desde hacia milenios, la

institucion faraonica habia superado los obstaculos y atra-

vesado las crisis porque no era solo de este mundo.
Cuando hubiera abandonado su equipaje de ministro iti-

nerante, Acha reuniria los antiguos textos sobre la doble

naturaleza del faraon, celeste y terrenal, y ofreceria la co-

leccion a Ramses. Hablarian de ellos durante dulces veladas,

bajo un emparrado o a orillas de un estanque cubierto de

lotos .
Acha habia tenido suerte, mucha suerte. Ser amigo de

Ramses el Grande, haberle ayudado a desactivar las conju-

ras y rechazar el peligro hitita... ~Podia desear algo mas

exaltante? Cien veces habia perdido Acha la esperanza en el

futuro, a causa de la bajeza, la traicion y la mediocridad;

pero cien veces la presencia de Ramses habia hecho brillar

de nuevo el sol.


Un arbol muerto, de gran tamano, ancho tronco y visi-

bles raices, parecia, sin embargo, indestructible.


Acha sonrio. ~No era ese arbol muerto fuente de vida?

Los pajaros se encontraban en el refugio, los insectos se ali-

mentaban de el. Simbolizaba, por si solo, el misterio de las

relaciones invisibles entre los seres vivos. ~Que eran los fa-

raones sino arboles inmensos que llegaban al cielo, que ofre-

cian alimento y proteccion a todo un pueblo? Ramses no

moriria nunca porque su funcion le habia obligado a cruzar,

en vida, las puertas del mas alla; y solo el conocimiento de

lo sobrenatural permitia a un monarca orientar correcta-

mente lo cotidiano.


Acha no habia frecuentado en exceso los templos, pero

habia tratado a Ramses y, por osmosis, se habia iniciado en

ciertos secretos cuyo guardian y depositario era el faraon.

Tal vez el ministro de Ramses se cansaba ya de su apacible

retiro, antes incluso de haberlo vivido; ~no seria mas exal-

tante abandonar el mundo exterior y adoptar la existencia

de los reclusos, para conocer otra aventura, la del espiritu?
El sendero se hacia empinado, el caballo de Acha sufria.

Un collado mas y comenzaria el descenso hacia Canaan y el

camino hacia la frontera noreste del delta de Egipto. Du-

rante mucho tiempo, Acha se habia negado a creer que le sa-

tisfaria una vida sencilla, en la tierra donde habia nacido, al

abrigo de tumultos y pasiones. La manana de la partida, mi-

randose a un espejo, habia visto su primera cana; la nieve de

las montanas de Anatolia se habia adelantado. Una senal sin

ambiguedad, la victoria de la vejez que tanto habia temido.
Solo el sabia que su organismo estaba desgastado a causa

de los excesivos viajes, riesgos y peligros que habia corrido;

Neferet, la medico en jefe del reino, conseguiria aliviar al-

gunos males y retrasar la degradacion, pero Acha no dispo-

nia, como Ramses, de una energia renovada por los ritos. El

diplomatico habia ido mas alla de sus fuerzas, su tiempo de

vida estaba casi agotado.
De pronto se oyo el terrorifico grito de un hombre heri-

do de muerte. Acha detuvo su caballo y se volvio. Desde la

retaguardia llegaron otros gritos. Abajo se combatia y.vola-

ban algunas flechas, disparadas desde la copa de las encinas.

Un grupo de libios e hititas armados de cortas espadas y

lanzas surgieron de ambos lados del camino.


La mitad de los soldados egipcios fue exterminada en po-

cos minutos; los supervivientes consiguieron terminar con

algunos agresores, muy superiores en numero.
-jHuid! -recomendo el veterano a Acha-. jGalopad en li-

nea recta!


Acha no vacilo. Blandiendo la daga de hierro, se arrojo

sobre un arquero libio, reconocible por las dos plumas cla-

vadas en sus cabellos, cenidos por una cinta negra y verde.

Con un amplio gesto, el egipcio le corto la garganta.


-Cuidado, cuid...
La advertencia del veterano se perdio en un estertor. La pe-

sada espada, manejada por un demonio de largos cabellos y

pecho cubierto de vello rojizo, acababa de partirle el craneo.
En el mismo instante, una flecha alcanzo a Acha en la es-

palda. Sin aliento, el jefe de la diplomacia egipcia se de-

rrumbo en el humedo suelo.
Habia cesado toda resistencia.
El demonio se acerco al herido.
-Uri-Techup...
-jEso es, Acha, yo soy el vencedor! Por fin me vengo de

ti, diplomatico maldito que contribuiste a mi decadencia.

Pero tu no eras mas que un obstaculo en mi camino. Ahora

le llega el turno a Ramses. Ramses creera que el autor de la

agresion es el cobarde Hattusil. ~Que te parece mi plan?
-Que... el cobarde... eres tu.
Uri-Techup se apodero de la daga de hierro y la clavo en

el pecho de Acha. El pijalle habia comenzado ya; si el hiti-

ta no intervenia, los libios se matarian mutuamente.
Acha ya no tenia fuerzas para escribir con su sangre el nom-

bre de Uri-Techup. Con el indice, recurriendo a lo mas hon-

do de su agonizante energia, trazo un solo jeroglifico en su

tunica, a la altura del corazon, y se encogio definitivamente.


Ramses comprenderia aquel jeroglifico.

El palacio estaba sumido en el silencio. Al regresar de Her-

mopolis, Ramses comprendio enseguida que acababa de

acontecer un drama. Los cortesanos se habian eclipsado. El

personal administrativo se agazapaba en los despachos.
-Vete a buscar a Ameni -ordeno el rey a Serramanna-.

Que se reuna conmigo en la terraza.


Desde el punto mas elevado de palacio, Ramses contem-

plaba su capital. Las casas blancas con fachadas de turquesa

dormitaban bajo las palmeras; algunos paseantes charlaban

en los jardines, junto a los estanques; los altos mastiles con

oriflamas, erguidos ante los pilonos, afirmaban la presencia

de lo divino.


El dios Thot habia exigido al monarca que preservara la

paz, fueran cuales fuesen los sacrificios que debieran hacer-

se; en el laberinto de las ambiciones, debia encontrar el buen

camino que evitara matanzas y desgracias. Ensanchando el

corazon del rey, el dios del conocimiento le habia ofrecido

una nueva voluntad; el hijo de Ra, el sol en quien se encar-

naba la luz divina, era tambien el de Thot, el sol nocturno.
Ameni estaba mas palido que de costumbre; sus ojos re-

flejaban una infinita tristeza.


-jTu al menos te atreveras a decirme la verdad!
-Acha ha muerto, majestad.
Ramses permanecio impasible.
-~ En que circunstancias ?

-Su convoy fue atacado. Un pastor descubrio los cadave-

res y aviso a unos policias cananeos. Acudieron al lugar, uno

de ellos reconocio a Acha.


-~Su cuerpo ha sido formalmente identificado?
-Si, majestad.
-~Donde esta?
-En una fortaleza, con los demas miembros del convoy

diplomatico.


-~ Ningun superviviente ?
-Ninguno.
-~ Testigos ?
-Tampoco.
-Que Serramanna acuda al lugar de la agresion, que reco-

ja el menor indicio y traiga los despojos de Acha y sus com-

paneros. Descansaran en Egipto.
El gigante sardo y un pequeno grupo de mercenarios habian

agotado varios caballos para llegar a la fortaleza y volver a

Pi-Ramses con la misma rapidez. En cuanto regresaron,

Serramanna entrego el cadaver de Acha a un embalsamador,

que lo habia lavado, perfumado y envuelto en un sudario

blanco antes de presentarlo al faraon.


Ramses habia tomado a su amigo en brazos y lo habia de-

positado en un lecho de una de las camaras de palacio.


El rostro de Acha estaba sereno, como si el jefe de la di-

plomacia egipcia estuviera dormido.


Ante el, Ramses, flanqueado por Ameni y Setau.
-~Quien lo ha matado? -pregunto Setau, cuyos ojos es-

taban enrojecidos de tanto llorar.


-Lo sabremos -prometio el rey-; espero el informe de Se-

rramanna.


-Su morada de eternidad esta lista -preciso Ameni-; el

juicio de los hombres le ha sido favorable, los dioses le ha-

ran renacer.

-Mi hijo Kha dirigira el ritual y pronunciara las antiguas

formulas de resurreccion. Lo que estaba atado aqui abajo, lo

estara en el mas alla; la fidelidad de Acha a su pais le prote-

gera de los peligros del otro mundo.
-Matare a su asesino con mis propias manos -anuncio Se-

tau-; en adelante, no me separare de este pensamiento.


Serramanna se presento ante el monarca.
-~Que has descubierto?
-Acha fue alcanzado por una flecha que se clavo en su

omoplato derecho, pero la herida no era mortal. He aqui el

arma que le mato.
El antiguo pirata entrego a Ramses la daga.
-jHierro! -exclamo Ameni-. jSiniestro regalo del empe-

rador del Hatti! Ese es su mensaje: el asesinato del embaja-

dor de Egipto, amigo intimo de Ramses.
Serramanna nunca habia visto a Ameni en semejante es-

tado de furor.


-Conocemos pues al asesino-concluyo, gelido, Setau-.

Por mucho que Hattusil se agazape en su ciudadela, me in-

troducire en ella y arrojare su cadaver desde lo alto de las

murallas.


-Emito una reserva-dijo el sardo.
-jTe equivocas, lo lograre!
-No es una reserva sobre tu deseo de venganza, Setau,

sino sobre la identidad del asesino.


-~No es hitita esa daga de hierro?
-Claro que si, pero he encontrado otro indicio.
Serramanna mostro una pluma rota.
-Es el ornamento guerrero de los libios.
-Libios aliados con los hititas... jImposible!
-Cuando las fuerzas del mal deciden unirse -considero

Ameni-, nada es imposible. Esta claro que Hattusil ha ele-

gido la prueba de fuerza. Como sus predecesores, solo pien-

sa en destruir Egipto y esta dispuesto a aliarse con los de-

monios del infierno para lograrlo.

-Hay otro elemento de apreciacion -comento Serraman-

na-: el convoy incluia un pequeno numero de viajeros. Los

agresores debian de ser cuarenta, cincuenta a lo sumo. Es

una pandilla de bandoleros que tendio una emboscada, no

un ejercito regular.


-Esa es tu interpretacion -objeto Ameni.
-No, es la realidad; despues de haber examinado el paisa-

je, la estrechez del camino y las huellas dejadas por los jine-

tes, no me queda la menor duda. Estoy convencido de que

no habia un solo carro hitita por los alrededores.


-~Y en que cambia eso las cosas? -pregunto Setau-. Hat-

tusil ordeno a un comando que ejecutara a Acha con un her-

moso regalo para Ramses, jesta daga de hierro! Puesto que

el faraon se niega a casarse con su hija, el emperador del

Hatti asesina a uno de sus amigos intimos, un hombre de

paz y de dialogo. Nadie puede alterar el espiritu de los pue-

blos; los hititas seran siempre barbaros sin palabra.
-Majestad -declaro Ameni gravemente-, me horroriza la

violencia y detesto la guerra. Pero dejar este crimen sin cas-

tigo seria una injusticia intolerable. Mientras el Hatti no sea

doblegado, Egipto estara en peligro de muerte. Acha dio su

vida para hacernoslo comprender.
Ramses habia escuchado sin manifestar la menor emocion.

-~Hay algo mas, Serramanna?


-Nada, majestad.
-~No escribio Acha nada en la tierra?
-No tuvo tiempo; el golpe recibido con la daga fue de ex-

tremada violencia y la muerte rapida.


-~Su equipaje?
-Robado.
-~Su ropa?
-El momificador se la quito.
-Traemela.
-Pero... seguro que ya la habra destruido.
-Traemela, y rapido.
IIS

Serramanna vivio el mayor pavor de su existencia. ~Por

que iba a interesarse por una tunica y un manto manchados

de sangre?


El sardo salio de palacio corriendo, salto a lomos de su

caballo y galopo hasta el pueblo de los embalsamadores, si-

tuado fuera de la ciudad. El jefe de los momificadores habia

preparado el cadaver de Acha para el ultimo encuentro te-


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