Mujeres enamoradas



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Ellos pensaron que Hermione había terminado. Pero con un extraño trueno en la garganta recomenzó:

-Quizá sería mejor cualquier cosa que crecer tulli­dos, tullidos en sus almas, tullidos en sus sentimien­tos..., tan vueltos hacia atrás..., tan desviados sobre sí mismos... incapaces... -Hermione apretó los puños como alguien en un trance- de cualquier acción es­pontánea, siempre deliberados, siempre con el peso de la elección, nunca arrastrados.

De nuevo pensaron que había terminado. Pero justa­mente cuando él iba a contestar, ella reanudó su extra­ña rapsodia:

-Nunca arrastrados fuera de sí memos, siempre conscientes, siempre azorados, siempre tomándose en cuenta. ¿No es mejor que eso' cualquier cosa? Mejor

ser animales, meros animales sin mente alguna, que esto, esta nada...

-Pero ¿acaso piensas que es el conocimiento lo que nos hace desvivir y ser azorados? -preguntó irritado.

Ella abrió los ojos y le miró lentamente.

-Sí -dijo. Se detuvo, mirándole mientras tanto con ojos vagos. Luego se pasó los dedos por el entrecejo con un vago cansancio. Eso irritaba a Birkin amargamen­te-. Es la mente -dijo ella-, y eso es muerte -levantó los ojos lentamente hacia él-: La mente... -prosiguió ella con el movimiento convulso de su cuerpo-, ¿no es nuestra muerte? ¿No destruye toda nuestra espontanei­dad, todos nuestros instintos? Los jóvenes que crecen hoy en día, ¿no están realmente muertos antes de tener una oportunidad de vivir?

-No porque tengan demasiada mente, sino por tener demasiado poca -dijo él brutalmente.

-¿Estás seguro? -exclamó ella-. A mí me parece lo contrario. Son demasiado conscientes, están dema­siado abrumados hasta la muerte por la conciencia.

-Aprisionados dentro de un grupo limitado y falso de conceptos -gritó él.

Pero Hermione no se dio por enterada, continuó con su propia interrogación rapsódica.

-Cuando tenemos conocimiento, ¿no perdemos todo excepto el conocimiento? -preguntó patéticamente-. Si sé sobre la flor, ¿no pierdo la flor y tengo sólo el conocimiento? ¿No estamos cambiando la sustancia por la sombra? ¿No estamos perdiendo la vida por esta cua­lidad muerta del conocimiento? ¿Y qué significa para mí después de todo? ¿Qué significa para mí todo este saber? No significa nada.

-Eso son sólo palabras -dijo él-; el conocimiento lo es todo para ti. Hasta tu animalismo lo quieres en tu cabeza. No quieres ser un animal, quieres observar tus propias funciones animales, obtener un excitante men­tal con ellas. Es todo puramente secundario y más deca­dente que el más solapado intelectualismo. Este amor tuyo por la pasión y los instintos animales, ¿qué es sino la forma peor y última del intelectualismo? Desde luego que deseas con fuerza, pasión e instintos, pero es a tra­vés de tu cabeza, en tu conciencia. Todo acontece en tu cabeza, bajo ese cráneo tuyo. Sólo que no serás cons­ciente de lo que realmente es: deseas la mentira, ca­sará bien con el resto de tus muebles.

Hermione se endureció y envenenó ante el ataque. Ursula quedó cubierta de asombro y vergüenza. Le asus­taba ver cómo se odiaban el uno al otro.

-Todo es ese asunto de la Dama de Chaillot -dijo él con su fuerte voz abstracta. Parecía estar cargando contra ella en el aire invisible-. Tienes ese espejo, tu propia voluntad fija, tu entendimiento inmortal, tu ti­rante mundo consciente, y no hay nada más allá. Luego, ante el espejo, debes tener todo. Pero ahora debes lle­gar a todas tus conclusiones, deseas retroceder y ser como un salvaje, sin conocimiento. Deseas una vida de pura sensación y pasión.

Dijo satíricamente la última palabra. Ella quedó con­vulsa de furia y violación, muda, como una herida pi­tonisa del oráculo griego.

-Pero tu pasión es una mentira -siguió violenta­mente él-. No es para nada pasión, es tu voluntad. Es tu arrogante voluntad. Quieres agarrar cosas y te­nerlas en tu poder. Deseas tener cosas en tu poder. ¿Y por qué? Porque no tienes cuerpo real, porque careces de cualquier cuerpo oscuro y sensual viviente. No tienes sensualidad. Para conocer sólo tienes tu voluntad y su desprecio por la conciencia, y tu ansia de poder.

La miró con mezcla de odio y desprecio, sufriendo también porque ella sufría, y avergonzado porque sabía que estaba torturándola. Sintió el impulso de arrodillar­se y suplicar perdón. Pero una amarga y roja rabia se in­cendiaba en furia dentro de él. Perdió conciencia de ella, era sólo una voz apasionada hablando.

-¡Espontánea! -gritó-. ¡Tú y la espontaneidad! Tú, ¡la cosa más deliberada que jamás anduvo o' se arrastró! Serías muy deliberadamente espontánea..., así eres tú. Porque quieres tener todo en tu propia volición', en tu deliberada conciencia voluntaria. Lo quieres todo en ese espantoso cerebrito tuyo que debiera ser cascado como una nuez. Porque serás la misma hasta que acon­tezca, como un insecto en su caparazón. Quizá si uno te cascara el cráneo podría obtener una mujer espontá­nea, apasionada, con verdadera sensualidad. Tal como eres, lo que deseas es pornografía, mirarte en espejos, contemplar tus desnudas acciones animales en espejos para poderlo tener todo así en tu conciencia, para ha­cerlo todo mental.

Había una sensación de violación en el aire, como si se dijese demasiado, lo imperdonable. Sin embargo, a Ursula sólo le preocupaba entonces resolver sus pro­pios problemas a la luz de esas palabras. Estaba pálida y abstraída.

-¿Pero quiere usted realmente sensualidad? -pre­guntó sorprendida, perpleja.

Birkin la miró y se concentró en su explicación.

-Sí -dijo-, eso y nada más, en este punto. El os­curo ser involuntario es un cumplimiento..., el gran co­nocimiento oscuro que uno no puede tener en su ca­beza. Es la muerte para el yo de uno, pero es el brotar de otro.

-Pero ¿cómo? ¿Cómo puede uno tener conocimiento en otro lugar que la cabeza? -preguntó ella, bastante incapaz de interpretar sus frases.

-En la sangre -respondió él-; cuando la mente y el mundo conocido son ahogados en oscuridad... todo debe desaparecer..., debe venir el Diluvio. Entonces se encontrará a sí misma en un cuerpo palpable de oscu­ridad, un demonio...

-Pero ¿por qué habría de ser yo un demonio...? -preguntó ella.

-Mujer gimiendo por su demonio amante... -citó él-; por qué, no lo sé.

Hermione se incorporó como de una muerte: aniqui­lación.

-Es un satanista tan horrible, ¿verdad? -dijo a Ur sula, arrastrando las palabras, con una extraña voz reso­nante que terminaba en una risita aguda de puro ridícu­lo. Las dos mujeres se estaban mofando de él, lanzándole con su burla a la nada. La risa estridente, triunfante, de la mujer sonaba desde Hermione mofándose de él como si fuese un neutro.

-No -dijo-. Tú eres el verdadero demonio que no permitirá a la vida existir.

Ella le miró con una mirada larga, lenta, malévola, altiva.

-Lo sabes todo sobre el asunto, ¿verdad? -dijo con burla lenta, fría, astuta.

-Basta -repuso él con rostro de una fijeza aguda y clara como el acero.

Una espantosa desesperación y al mismo tiempo una sensación de liberación invadieron a Hermione. Se vol­vió con agradable intimidad hacia Ursula.

-¿Está segura de que vendrá a Breadalby? -dijo, urgiendo.

-Sí, me gustará mucho -repuso Ursula.

Hermione la miró desde su altura, satisfecha, refle­xionando y extrañamente ausente, como si estuviese poseída y no se encontrara del todo allí.

-Me alegra tanto -dijo recobrándose-. Como den­tro de un par de semanas. ¿Sí? Escribiré aquí, a la es­cuela, ¿puedo?... Sí. ¿Y seguro que vendrá? Sí. Me en­cantará. ¡Adiós! ¡Adiós!

Hermione tendió su mano y miró a los ojos de la otra mujer. Sabía que Ursula era una rival inmediata, y ese conocimiento la alegraba extrañamente. También estaba yéndose. Siempre le proporcionaba una sensa­ción de fuerza, de ventaja, estar partiendo y dejar al otro atrás. Por lo demás, se estaba llevando al hombre con ella, aunque sólo fuese en el odio.

Birkin quedó apartado, fijo e irreal. Pero ahora que le tocaba despedirse empezó a hablar de nuevo.

-Hay toda la diferencia del mundo -dijo- entre el verdadero ser sensual y el libertinaje vicioso mental­deliberado que persigue nuestro lote. Por las noches siempre tenemos la luz puesta, nos contemplamos, lo metemos todo en la cabeza realmente. Es preciso saltar fuera antes de poder saber qué es realidad sensual, sal­tar hacia la ignorancia y abandonar tu voluntad. Tienes que hacerlo. Tienes que aprender este no-ser antes de poder entrar en el ser. Pero estamos demasiado pagados de nosotros mismos, en eso consiste. Estamos demasiado pagados de nosotros mismos y somos tan poco orgullo­sos. No tenemos orgullo, somos todo vanidad, vanidad en nuestros yos realizados sobre nuestro propio «papier­mâché». Preferiríamos morir antes que abandonar nues­tra pequeña voluntad yoica, farisea y terca.

Hubo silencio en el cuarto. Ambas mujeres eran hostiles y rencorosas. El sonaba como si se estuviera diririgiendo a una reunión. Hermione simplemente no aten­día, estaba de pie con los hombros tensos en un gesto de desagrado.

Ursula le contemplaba como furtivamente, no del todo consciente de lo que estaba viendo. Había en él un gran atractivo físico, una curiosa riqueza escondida que atravesaba su delgadez y su palidez como otra voz,' transportando otro conocimiento de él. Estaban las cur­vas de sus cejas y su mandíbula, curvas ricas, hermosas, exquisitas, con la poderosa belleza de la vida misma. Ella no podía decir lo que era. Pero había una sensación de riqueza y de libertad.

-Pero somos lo bastante sensuales sin necesidad de forzarnos, ¿no es así? -preguntó volviéndose hacia él con cierta risa dorada temblando bajo sus ojos verdosos, como un reto. E inmediatamente la sonrisa rara, des­cuidada y terriblemente atractiva vino sobre los ojos y las cejas de él, aunque su boca no se relajara.

-No -dijo-, no es así. Estamos demasiado llenos de nosotros mismos.

-Con certeza no es un asunto de vanidad -exclamó ella.

-Eso y nada más.

Ella estaba francamente desconcertada.

-¿No piensa que las gentes se envanecen ante todo de sus poderes sensuales? -preguntó ella.

-Por eso no son sensuales, son sólo sensibles, lo cual es otro asunto. Las gentes son siempre conscientes de sí mismas, y tienen tanta vanidad que antes de libe­rarse y vivir en otro mundo, desde otro centro...

-Querrá su té, ¿verdad? -dijo Hermione volviéndo­se hacia Ursula-. Ha trabajado usted todo el día...

Birkin se detuvo en seco. Un espasmo de rabia y aflicción recorrió a Ursula. El rostro del hombre que­dó clavado. Y dijo adiós como si hubiese dejado de tenerla presente.

Se fueron. Ursula quedó mirando por la puerta du­rante algunos momentos. Apagó entonces las luces. Tras haberlo hecho se sentó de nuevo en su sillón, absorta y perdida. Y entonces empezó a llorar, a llorar amarga, amargamente: pero nunca supo si de pesar o de goce.

4. EL SALTADOR

Transcurrió la semana. Llovió el sábado, una suave llovizna que se detenía de vez en cuando. En uno de los intervalos Gudrun y Ursula se fueron a dar un pa­seo hacia Willey Water. La atmósfera era gris y trans­lúcida, los pájaros cantaban agudamente sobre las ra­mas jóvenes, la tierra comenzaba a darse prisa en su crecimiento. Las dos muchachas caminaban raudas, ale­gremente, debido a la brisa sutil de la mañana que llenaba la niebla húmeda. Junto a la carretera estaba floreciendo el endrino, blanco y empapado, con sus mi­núsculos granos de ámbar ardiendo débilmente en el humo blanco de la flor. Pequeñas ramas eran oscura­mente luminosas en el aire gris, altos setos brillaban como sombras vivas, acercándose, llegando a la crea­ción. La mañana estaba llena de una nueva creación.

Cuando las hermanas llegaron a Willey Water, el lago yacía todo gris y visionario, extendiéndose en el paisaje húmedo, translúcido, de árboles y prado. Había un zum­bido de buenos motores eléctricos a distancia, los pá­jaros se trinaban unos a otros y un misterioso chapoteo llegaba del agua.

Las dos muchachas se movieron rápidamente por la ribera. Frente a ellas, en un rincón del lago, cerca de la carretera, había un musgoso embarcadero bajo un nogal, y un pequeño malecón donde estaba atracado un bote que se balanceaba como una sombra sobre la quieta agua gris bajo mástiles verdes y corroídos. Todo era frondoso con el próximo verano.

De repente salió corriendo del embarcadero una fi­gura blanca, asustadora en su rapidísimo tránsito sobre las viejas tablas. Se lanzó en un arco blanco por el aire, hubo un estallido del agua y entre las suaves ondas un nadador estaba abriéndose al espacio en un centro de leve vaivén. Tenía para sí todo el otro mundo hú­medo y remoto, podía moverse dentro de la pura trans­lucidez del agua gris, increada.

Gudrun estaba junto al muro de piedra, contem­plando.

-Cómo le envidio -dijo en tonos bajos, de deseo.

-¡Ugh! -se estremeció Ursula-. ¡Tanto frío!

-Sí, pero ¡qué bueno, que excelente nadar allí!

Las hermanas quedaron contemplando cómo progre­saba el nadador en el espacio gris, húmedo y lleno del

agua, pulsando con su propio movimiento pequeño, in­vasor, abovedado por la bruma y bosques oscuros.

-¿No te gustaría ser él? -preguntó Gudrun, miran­do a Ursula.

-Sí -respondió-. Pero no estoy tan segura..., está tan húmedo.

-No -dijo Gudrun de mala manera.

Se quedó contemplando el movimiento sobre el seno del agua, como fascinada. El, tras nadar cierta distan­cia, se había dado la vuelta y nadaba de espaldas, mi­rando desde el agua a las dos muchachas junto al muro. Envuelto en el débil salpicar del movimiento podían ver su rostro sonrosado y notar que él las contemplaba.

-Es Gerald Crich -dijo Ursula.

-Lo sé -repuso Gudrun.

Y quedó inmóvil, contemplando el agua que le sal­picaba el rostro mientras andaba rítmicamente. El las vio desde su elemento separado y quedó exultante por su propia ventaja, su posesión de un mundo para sí. Era inmune y perfecto. Le encantaba su propio empuje vigoroso y el violento impulso del agua muy fría con­tra sus miembros haciéndole flotar. Podía ver a las muchachas observándole desde fuera, lejos, y eso le complacía. Levantó su brazo desde el agua en un signo hacia ellas.

-Está saludando -dijo Ursula.

-Sí -replicó Gudrun.

Le contemplaron. El saludó de nuevo con un extraño movimiento de reconocimiento a través de la diferencia.

-Como un nibelungo -rió Ursula.

Gudrun no dijo nada, se quedó sencillamente inmó­vil mirando el agua.

Gerald torció de repente y comenzó a alejarse na­dando deprisa, con una brazada lateral. Estaba solo ahora, solo e inmune en mitad de las aguas que le per­tenecían sólo a él. Se sintió feliz con su aislamiento en el nuevo elemento, no inducido y no condicionado. Era feliz empujando con las piernas y todo su cuerpo, sin atadura o conexión en parte alguna, simplemente él mismo en el mundo acuático.

Gudrun le envidiaba casi dolorosamente. Incluso esa posesión momentánea del puro aislamiento y la fluidez le parecía tan terriblemente deseable que se sentía como maldita allí, sobre el camino.

-¡Dios, lo que es ser un hombre! -exclamó.

-¿Qué? -exclamó Ursula sorprendida.

-¡La libertad, la autonomía, la movilidad! -excla­mó Gudrun, extrañamente sonrojada y resplandecien­te-. Eres un hombre, quieres hacer algo y lo haces. No tienes los mil obstáculos que una mujer se encuentra.

Ursula se preguntó qué habría en la mente de Gudrun para ocasionar ese estallido. No podía entender.

-¿Qué quieres hacer? -le preguntó.

-Nada -exclamó Gudrun con sequedad-. Pero su­pongamos que quisiera. Supongamos que deseara nadar en ese agua. Es imposible, es una de las imposibilida­des de la vida, que yo me quite la ropa y salte. Pero ¿no es eso ridículo, no nos impide sencillamente vivir?

Estaba tan caliente, tan arrebatada, tan furiosa, que Ursula quedó aturdida.

Las dos hermanas continuaron ascendiendo por la carretera. Estaban pasando entre los árboles justamen­te por debajo de Shortlands. Miraron hacia la casa lar­ga y baja, oscura y glamorosa en la mañana húmeda, con sus cedros inclinándose ante las ventanas. Gudrun parecía estar estudiándola minuciosamente.

-¿No te parece atractiva, Ursula? -preguntó Gudrun.

-Mucho -dijo Ursula-. Muy pacífica y encanta­dora.

-Tiene estilo también..., tiene un período. -¿Qué período?

-Oh, seguro que siglo dieciocho; Dorothy Wordsworth y Jane Austen, ¿no crees?

Ursula rió.

-¿No crees? -repitió Gudrun.

-Quizá. Pero no me parece que los Crich casen con el período. Sé que Gerald está instalando una planta eléctrica privada para iluminar la casa y que está ha­ciendo todo tipo de mejoras modernas.

Gudrun se encogió de hombros rápidamente.

-Naturalmente -dijo-, es bastante inevitable.

-Bastante -rió Ursula-. El concentra varias gene­raciones de juventud. Le odian por ello. Les lleva a to­dos por la nuca y luego los va dejando por ahí a su antojo. Tendrá que morir pronto, cuando haya hecho posible todas las mejoras y nada más pueda perfeccio­narse. En cualquier caso, tiene luz verde.

-Desde luego, tiene luz verde -dijo Gudrun-. De hecho, nunca he visto a un hombre que mostrase signos de tener tanta. La desgracia es que ¿adónde va con esa luz verde? ¿Qué acaba sucediendo?

-Oh, lo sé -dijo Ursula-. ¡Se emplea poniendo las últimas instalaciones!

-Exactamente -dijo Gudrun.

-¿Sabes que mató de un tiro a su hermano? -dijo Ursula.

-¿Mató a su hermano? -exclamó Gudrun, fruncien­do el ceño como en desaprobación.

-¿No lo sabías? ¡Oh, sí! Pensé que lo sabías. El y su hermano estaban jugando con un arma. El le dijo a su hermano que mirase por el cañón, y como estaba cargada le voló la tapa de los sesos. ¿Verdad que es una historia horrible?

-¡Qué espanto! -exclamó Gudrun-. ¿Sucedió hace mucho tiempo?

-¡Oh, sí!, eran muchachos -dijo Ursula-. Creo que es una de las historias más horribles que conozco.

-Y, naturalmente, él no sabía que el arma estaba cargada, ¿verdad?

-Sí. Era un trasto viejo que había estado durante años en el establo. Nadie soñaba siquiera que pudiese disparar y, por supuesto, nadie imaginaba que estuviese cargado. Pero es desde luego espantoso que llegara a suceder.

-¡Qué horrible! -exclamó Gudrun-. Y es horrible pensar que una cosa semejante le suceda a uno siendo niño, y tener que cargar con la responsabilidad durante toda la vida. Imagínate, dos muchachos que juegan jun­tos y entonces les cae eso del aire, sin razón alguna. ¡Asusta mucho, Ursula! Oh, es una de las cosas que no puedo soportar. El crimen es pensable porque existe tras él una voluntad. Pero que una cosa semejante le sucede a una...

-Quizá había una voluntad inconsciente tras ello -dijo Ursula-. Estos juegos de matar contienen algún deseo primitivo de hacerlo, ¿no crees?

-¡Deseos! -dijo Gudrun fríamente, envarándose un poco-. No puedo imaginar que estuvieran siquiera ju­gando a la guerra. Supongo que un muchacho le dijo al otro: «Mira por el cañón mientras yo le doy al gatillo y veremos lo que pasa.» Me parece la forma más pura del accidente.

-No -dijo Ursula-. Yo sería incapaz de darle al gatillo, aunque se tratase del arma más vacía del mun­do, y mucho menos si alguien estaba mirando por el cañón. Instintivamente no lo hace uno, no puede.

Gudrun quedó silenciosa algunos momentos, en agu­do desacuerdo.

-Naturalmente -dijo con frialdad-. Si una es mu­jer, y crecida, se lo impide el instinto. Pero no puedo ver cómo se aplica eso a una pareja de muchachos que juegan juntos.

Su voz era fría y enfadada.

-Sí -persistió Ursula.

En ese momento oyeron la voz de una mujer a unos pocos metros de ellas diciendo sonoramente:

-¡Oh, maldita sea!

Se movieron hacia adelante y vieron a Laura Crich y a Hermione Roddice en el campo, al otro lado del seto, y a la primera luchando con el portón para salir.

Ursula se apresuró al instante y ayudó a levantar el portón.

-Muchas gracias -dijo Laura, con aspecto de ama­zona y sonrojada, aunque más bien confusa-. No están bien metidos los goznes.

-No -dijo Ursula-. Y pesa tanto.

-Es sorprendente -exclamó Laura.

-¿Qué tal están? -cantó Hermione desde la parte exterior tan pronto como pudo oír su voz-. Se está agradable ahora. ¿Van ustedes de paseo? Sí. ¿No es her­moso el verde joven? Tan hermoso..., casi ardiente. Buenos días..., buenos días... ¿Vendrán a verme? Mu­chas gracias... La semana próxima..., sí..., adiós, a-d-i-ó-s.

Gudrun y Ursula la contemplaron mientras saludaba lentamente con la cabeza y la mano, sonriendo una ex­traña y afectada sonrisa, componiendo una figura alta, rara, asustadora, mientras se le metía en los ojos su pesado pelo rubio. Se marcharon entonces, como si hu­biesen sido echadas al modo de los inferiores. Las cuatro mujeres se separaron.

Tan pronto como hubieron caminado lo bastante, Ursula dijo con las mejillas ardiendo:

-Pienso que ella es impúdica.

-¿Quién? ¿Hermione Roddice? -preguntó Gudrun-. ¿Por qué?

-Por el modo como trata a la gente... ¡Impudicia!

-¿Qué cosa tan impúdica observaste, Ursula? -pre­guntó Gudrun de modo más bien frío.

-Toda su actitud. Oh, es imposible el modo en que intenta intimidarla a una. Pura intimidación. Es una mujer impúdica. «Vendrán a verme...» Como si debié­ramos estar rendidas por el privilegio.

-No puedo entender, Ursula, qué te saca tanto de quicio -dijo Gudrun algo exasperada-. Una sabe que esas mujeres son impúdicas..., esas mujeres libres que se han emancipado de la aristocracia.

-Pero es tan innecesario..., tan vulgar -exclamó Ursula.

-No, no lo veo. Y aunque así fuese..., pour moi elle n'existe pas. No le otorgo el poder de ser impúdica con­migo.

-¿Crees que le gustas? -preguntó Ursula.

-Pues bien, no, no lo pensaría así.

-Entonces, ¿por qué te pide que vayas a Breadalby y te quedes con ella?

Gudrun levantó sus hombros con un movimiento lento.

-Después de todo, quizá tiene sensibilidad para sa­ber que no pertenecemos al tipo vulgar -dijo Gudrun-. Sea lo que fuere, ella no es una estúpida. Y pre­fiero alguien a quien deteste que a la mujer vulgar aferrada a su propio grupo. Hermione Roddice se arries­ga realmente en algunos aspectos.

Ursula reflexionó sobre esto algún tiempo.

-Lo dudo -repuso-. No arriesga nada en realidad. Supongo que deberíamos admirarla por saber que ella puede invitarnos a nosotras, maestras de escuela, sin arriesgar nada.

-¡Precisamente! -dijo Gudrun-. Piensa en las mi­ríadas de mujeres que no se atreven a hacerlo. Ella utiliza al máximo sus privilegios..., ya es algo. Real­mente, supongo que nosotras haríamos lo mismo en su lugar.

-No -dijo Ursula-. No. Me aburriría. No podría perder el tiempo jugando como ella. Es infrahumano.

Las dos hermanas eran como un par de tijeras, cor­taban todo lo que se les aproximaba; o como un cuchi­llo y una piedra de afilar, sacándose una filo contra la otra.

-Naturalmente -exclamó Ursula de repente-; ella debería agradecer su suerte si fuésemos a verla. Tú eres perfectamente hermosa, mil veces más hermosa de lo que ella nunca ha sido o es, y a mi entender mil veces mejor vestida, porque ella nunca parece lozana y natu­ral, como una flor, sino siempre vieja, repensada; y nosotras somos más inteligentes que la mayoría de la gente.

-¡Sin duda! -dijo Gudrun.

-Y debería admitirse sencillamente -dijo. Ursula.

-Desde luego que sí -dijo Gudrun-. Pero descu­brirás que la cosa realmente «chic» es ser absolutamen­te vulgar, tan perfectamente común y similar a la gente de la calle como para ser una obra maestra de humanidad, no realmente la persona de la calle, sino su recreación artística...

-¡Qué horror! -exclamó Ursula.

-Sí, Ursula, es horroroso en la mayoría de los as­pectos. No te atreves a ser nada que no esté sorpren­dentemente á terre, tan á terre que es la recreación ar­tística de la ordinariez.


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