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Sergio Gómez Montero

gomeboka@yahoo.com.mx


Donde cayó mi hermano se levanta la patria.
Donde cayó mi hermano se levanta el futuro
F. Jamis: El pueblo anuncia.
La muerte duele siempre; duele más cuando es un maestro muy querido el que nos deja. Así me pasa hoy con don Edmundo Jardón Arzate, quien junto con Arturo Cantú (el querido Sol Rojo) y Pepe Carreño me iniciaron en el siempre azaroso camino del periodismo. De don Edmundo me acuerdo porque allá por 1966 me acerqué a la revista Política en búsqueda de espacio para escribir. Manuel Marcué me recibió amable, quizá porque en aquel entonces yo era muy joven, y me envió casi de inmediato con don Edmundo. Él, quien sabía de mí por mis conexiones con la Juventud Comunista, a donde había ingresado desde más joven, sabía también de mis primeras reseñas bibliográficas en El Día, y me encargó de inmediato hacerme cargo de notas sobre la provincia en la revista y sobre todo me abrió camino para integrarme a la mesa de periodistas de izquierda en el café Habana, sito en Bucareli y Morelos, en donde, en esa mesa en particular, departí muchísimas veces con Marcué, con Boris Rosen, con Rius, con Raquel Tibol, Jorge Carrión y ocasionalmente con Flores Olea y Enrique González Casanova (si mis recuerdos no me fallan). En ese café, situado en el centro de la vida periodística del DF, había, claro, otras muchas mesas en donde las pláticas eran de naturaleza diversa y que obligaban respetuosamente a no meterse en lo que no lo llamaban a uno, pero que hablaban de un mundo plural que tenía sita en el DF.

Nos hicimos, desde entonces, muy buenos amigos con don Edmundo, quien luego me recomendó para que me integrara también como redactor a Oposición, que era entonces la revista del PCM. Allí coincidí, ya más de cerca, con camaradas entrañables: Manlio Tirado, Hugo Ponce de León, Jaime Perches, y sobre todo con Arnoldo Martínez Verdugo, a quien mucho debo en mi formación política.

Mi vida periodística entonces, gracias precisamente a don Edmundo, fue muy intensa y me permitió avanzar por caminos para mí inexplorados en esa época, como fue tener la oportunidad, luego del 68, de visitar algunos países socialistas de Europa, una experiencia llena de lecciones que nunca olvidaré.

Pero a don Edmundo lo recuerdo en particular el 10 de junio de 1971, cuando Los Halcones, porque con él, como narro en una reseña de ese día publicada en el suplemento cultural de la revista Siempre! de por esas fechas, nos tocó codo a codo hacerles frentes a esos asesinos, hasta que los disparos de las armas de fuego accionadas por ellos nos obligaron a dispersarnos y a huir hasta la noche para evitar caer en sus garras o en las de la policía. Recuerdo allí, en particular, la enjundia y el valor con que don Edmundo se fajó ese día junto a los jóvenes que entonces éramos muchos de los que participábamos en el mitin y marcha organizada para protestar particularmente en contra de la reforma universitaria echeverrista y pedir la libertad para los presos políticos de aquel entonces.

Luego de allí, porque seguimos caminos distintos, no nos volvimos a ver con don Edmundo.

Pero hoy que se nos adelantó un poco en el camino, me duele terriblemente su partida, pues sus lecciones son imborrables para mí. Creo que nos volveremos a ver por allí, algún día, don Edmundo.





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