Revista Metafísica



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CONSULTORIO


CASO E. E.
Constantemente nos vienen ca­sos cortados por la misma tijera como el que hoy presentamos. Es algo muy corriente y que va au­mentando cada día, el número de "enfermos" en el mundo. Primero expondremos los síntomas.

El joven E. E. nos fue enviado por su médico, un conocido siquia­tra. El médico le había hecho todo lo que la medicina conoce para curar esos casos, y el joven, lejos de mejorar, estaba peor cada día.

Se le habían aplicado curas de sueño, choques eléctricos, toda cla­se de calmantes, inyectados y por la vía bucal, rectal, hipnosis y psi­coanálisis.

El pobre joven no dormía de noche caminando la habitación y desbaratándose en crisis de llanto. Oía voces que le hablaban y que los familiares (instruidos por los profesionales de la psicoterapia), llamaban "alucinaciones". Sufría taquicardias, no comía porque to­do le caía mal, le dolían varios órganos del cuerpo y vivía en un constante estado que alternaba en­tre desasosiego y terror. Estos sín­tomas los fui extrayendo a fuerza de preguntas, y al poco rato de conversar con él ya el caso estaba totalmente claro en mi mente.

Primeramente ya estaba estable­cido que el joven tenía lo que se llama en ciencias ocultas "mediumnidad", comprobado por el hecho de que oía voces. Este es el eje de toda la "enfermedad", pero co­mo naturalmente la medicina física es principalmente materialista, des­conoce y tira al cesto el síntoma clave de todo el asunto.

El cuerpo astral cuando la per­sona tiene mediumnidad, no está tramado o interpenetrado al cuerpo físico, sino que está flojo y a ratos separado. En ese vacío se colocan espíritus del plano astral por va­rias razones, dos de las cuales nos ocupan. La primera, que hay es­píritus inconformes de estar "muer­tos" y que quieren sentirse en la Tierra y vivir en forma parasitaria a costas de la víctima, a menudo induciéndolo a beber, a fumar y a usar drogas para satisfacer así los gustos que tuvieron cuando vi­vían en la tierra y que en ese otro plano no se pueden satisfacer. La segunda razón, es el deseo de guiar y proteger a un ser querido que esté encarnado. Aunque la inten­ción sea buena, el espíritu no se da cuenta de que le está impo­niendo a "su protegido" doble carga de defectos, o sea, los propios del protegido además de los del protector, que incluyen sus conceptos errados, sus malas cos­tumbres, males y dolencias que cargó durante su pasada vida.

Estos protectores los constituyen casi siempre abuelitas, esposos, ma­dres, o bien, viejas ayas de la víctima. Como en el otro plano no hay gran cosa que llene el vacío que aquí se llama "tiempo" y no existe variedad de experiencias pa­ra evolucionar, uno de los medios de adelanto más a la mano, es el de constituirse en ángel guardián de otro, pero como ya dijimos, el supuesto guardián le añade todos sus propios "pecados" a su prote­gido La víctima comienza a ma­nifestar estas nuevas enfermeda­des, malestares e inconvenientes y a consultar médicos y psiquiatras quienes, con toda su gran práctica y erudicción, no están al cabo de saber nada de esto que estamos contando. Esta es la explicación de los males y dolencias físicas a veces tan contradictorias, como también las crisis de tristeza, te­rror y de angustia que sufren estos pacientes.

La curación es fácil y rápida, y consiste únicamente en lo si­guiente: Recomendarle al paciente que formule tres veces diarias el siguiente decreto "CIERRO LA PUERTA ASTRAL. CIERRO MI AURA Y EL AURA DE MI CA­SA". Hacerle comprender al pa­ciente que nadie más que él tiene derecho a vivir dentro de su cuer­po o hacer uso de él. Toda otra intervención es considerada en el

Reino Espiritual, tal como en la Tierra (Como es Arriba en Abajo y viceversa) una usurpación, un allanamiento de morada, un abuso, y como tal, es castigado; por lo tanto, arriba como abajo, el ser humano puede defenderse recla­mando su derecho, con la ventaja de que en el espíritu las llamadas y reclamaciones son intantáneamente atendidas y obedecidas. De aquí se desprende pues, que el cierre de la puerta astral y el aura son una barrera invencible para todo el que intente abusar de uno en el plano Astral.

La segunda parte del Tratamien­to es muy recomendable: Se debe perdonar al intruso, hablarle en términos instructivos, en otras pa­labras, decirle la verdad de lo que ocurre cuando él se entremezcla en los vehículos de un ser humano encarnado, y por último, envolver­lo en la Llama Violeta para ayu­darlo a deshacerse de sus formas mentales negativas, que molestan tanto más en el Plano Astral que en el terreno.

El joven E. E., reaccionó al mo­mento. Se le hizo el exorcismo que está incluido en las afirma­ciones del libro tercero de la se­rie "Metafísica al Alcance de to­dos", y al separarse de él, la en­tidad que lo estaba molestando," desaparecieron todas las manifes­taciones ajenas. Le venían de Una tía que en vida fue su madrina, quien se dedicó a guiarlo y prote­gerlo, pero ignoraba que la mayo­ría de los sufrimientos de hu ahi­jado eran proyecciones de ella misma.
CASO C.R.
Vino a pedir ayuda porque de­seaba hacerse monja y no la que­rían aceptar ni de postulanta en el convento, y lo que ella aspira­ba era hacerse contemplativa.

—¡Convento! —exclamé. ¿En esta Era? Tú me quieres hacer creer que tú deseas "meterte a monja"?

—¿Y por qué no? —me pre­guntó.

—Por dos grandes razones —le contesté. La primera es que los conventos se están quedando en la Era pasada, típicamente piscianos y que pronto se cerrarán, caducos, obsoletos, arcaicos.

Se está terminando todo el mo­vimiento enclaustrado por orden del propio Avatar de la nueva Era.

Segundo, tú, joven, bonita, moderna, no creo que te interese encerrarte dentro de cuatro pa­redes a pasar esta encarnación meditando. Hay demasiado que hacer por la humanidad.

—Pero yo soy viuda, no ten­go hijos, no tengo interés en la vida ni otro aliciente que el de refugiarme en la paz de un con­vento.

—¡Niña! exclamé, cualquiera diría que te alimentas de novelitas rosas de la era victoriana. Va­mos a ver...

Me puse a examinar muy de cerca las razones que me había

dado y encontré que sicológica­mente le tenía miedo a su sole­dad. No la habían acostumbrado a la idea de trabajar y le atormen­taba la sola posibilidad de tener que salir a la calle a cumplir un horario en el rebullicio del mun­do de los negocios.

—Pero ¿por qué crees que to­dos los trabajos sean de ese am­biente? Si a ti no te atrae ese tipo de cosa y más bien te es re­pulsivo, quiere decir que tu si­tio es otro. Vamos a hacer un tratamiento.

Escribe: "Yo deseo encontrar mi lugar en la vida. Si el conven­to es para mí, la Superiora me tiene que aceptar porque lo que es mío por derecho de concien­cia nadie me puede separar de él. Y si ese plano no es el que me corresponde, mi sitio pro­pio, mi ocupación, mi condición, aquello para lo cual nací, me está esperando. Lo rodeo de amor y lleno de amor el vacío que lo espera para que "se atraigan rá­pidamente". Y cada vez que te venga a la mente el convento, el trabajo o tu vida futura dirás; Ya está arreglado.

Le recomendé que releyera la invocación todas las noches antes de dormir, y que me llamara para contarme el feliz resultado en cuanto se manifestara.

No habían pasado muchos días cuando me llamó C. R. para con­tarme que por circunstancias muy extrañas, que las hubiera creído casuales si yo no le hubiese dicho que no existían las casualidades, sino que todo obedecía a las le­yes inmutables, había sido visi­tada por un amigo de su difunto esposo y que para su gran sorpre­sa, se habían entendido maravi­llosamente; que él le había con­fesado que se sentía atraído ha­cia ella en vida del esposo y que por eso no la había vuelto a ver. En fin, que para no hacerme el cuento largo, estaba maravillada porque él era todo lo que ella había aspirado inconscientemen­te y que ahora se estaba dando cuenta etc. etc. . . que estaba flotando en una nube rosa. . . Bueno, caso cerrado. . .



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