Revista Metafísica



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CONSULTORIO


CASO N. M.

N. M. es una jovencita que estudia en la Universidad. Cada vez que va a presentar algún exa­men me pide que la ayude "para que no la quiebren".

Esta actitud es la primera cosa que traté de cambiar en ella.

-¿Y por qué razón esperas tú que te van a "quebrar"?

-No, si yo no estoy esperan­do que me quiebren, sino que. . .

-Estás mintiendo, le digo. ¿Cómo me vas a decir que no es­peras que te quiebren si lo pri­mero que me has dicho después de pedirme ayuda es "para que no me quiebren"?

De manera que si no te ayudo yo ¿tú fracasarás?

._Ah, sí es verdad, tuvo la humildad de confesar.

Y en ese mismo instante se curó para siempre del temor de fracasar en los exámenes. Por su­puesto que sin temor, triunfó en ese preciso examen que fue el primero para el cual pidió ayuda;

y por supuesto que también ha­blamos mucho más de lo que he reportado.

Entre estas cosas que habla­mos le aclaré que si ella ha tra­bajado mucho y bien, merece pa­sar con alta calificación y no debe temer.

Protestó.

-Pero si se ve a diario que estudiantes muy capaces los quiebran!

-Eso es porque se presentan al examen con temor y sabes que el temor es idéntico a la fe. Es fe en lo malo que te produce lo mismo que estás temiendo o esperando.

¡Mire usted que tiempo han perdido!

¡Pasarse el año trabajando para salir después quebrado por­que le tiene miedo al examen o al examinador!

Total, que ella como compren­dió muy bien las circunstancias, decretaba y declaraba antes de todo examen:

-Si yo he trabajado y estu- diado bien, tengo derecho al triunfo, y lo que es mío por dere­cho de conciencia, nadie me lo puede ni quitar ni estropear.

Iba divinamente cuando un día me vino a ver muy morti­ficada.

-El tratamiento ha dejado de funcionar, me dijo.

-¡No es posible! exclamé muy extrañada.

-Sí. Yo pienso correctamen­te, decreto correctamente por­que me doy cuenta perfecta de mi derecho de conciencia y ya van tres pruebas que he perdido.

-Un momento, le dije. Tie­nes algunas amigas que no son metafísicas, que no hacen sino culpar de sus fracasos a los maes­tros y examinadores, y tú habrás seguramente convenido con ellas que tal profesor es muy antipáti­co, o muy injusto etc. etc.

En su cara vi el asombro de quien oye una gran verdad.

-Pero, ¿y cómo lo sabes? ¡Si eso es exacto! Yo no puedo en­señarles las reglas metafísicas porque no están preparadas y se reirían de mí, pero las oigo ha­blar como hablaba yo antes y va­rias veces me he mezclado en la conversación y he expresado con­ceptos negativos.

-¿Y qué debo hacer? ¡No puedo andar con los oídos ta­pados!

-No es necesario. Simple­mente escuchas pero piensa "no acepto ni para mí ni para ellas".

Pero tienes que formar el hábi­to de estar alerta. Eso fue preci­samente lo que ocasionó la famo­sa "caída de Adán". No fue nin­guna manzana ni desorden se­xual. Fue simplemente que en el planeta encarnaron rezagados de otro planeta que se destruyó, y estos seres estaban llenos de con­ceptos destructivos. Eva los es­cuchó, los creyó y luego le echó el cuento a Adán. Ahora es que Adán se está despertando a la ver­dad, de ese "sueño" en que cayó!


EL CASO DE PEDRITO
A Pedrito nos lo trajeron un día con el brazo izquierdo encogi­do e inmóvil. Había sufrido una fractura en el codo y sin pérdida de tiempo lo habían llevado a un puesto de emergencia donde se lo habían "arreglado". Pero esa noche comenzó a inflamarse el brazo dentro del yeso, el dolor era terrible y hubo que volverlo a presentar en el puesto de emer­gencia.

Allí lo operaron, pero la cosa marchaba tan mal que su mamá lo cambió a una de las grandes clínicas donde le hicieron tres operaciones más.

Mes y medio después le qui­taron el yeso y se vio el desas­tre. El brazo encogido y doblado hacia arriba, no tenía otro movi­miento que el de los dedos, los cuales Pedrito no alcanzaba a uti­lizar. Lo llevaron donde un espe­cialista que dijo que el hueso se había consolidado mal y que no tenía remedio.

-Pedrito, le preguntamos, ¿tú quieres estar así? Nos dio un "¡No!" horrorizado y con los ojos espantados mirándonos como si fuéramos un atajo de locos.

Esa era la reacción que se bus­có con la pregunta.

-Entonces no te dejaremos así. Te vamos a curar. De cuando en cuando vas a decir "ya es­toy bueno".

Le hicimos el tratamiento men­tal de visualizarle el brazo en­vuelto en Llama Violeta y le di­mos a la mamá instrucciones para sus pensamientos y su conducta hacia Pedrito. En el momento de aplicarle las manos al brazo, Pe­drito advirtió que sentía un gran calor que casi lo quemaba.

A los cinco días Pedrito mos­traba orgulloso su brazo que es­taba doblado sólo unos dos cen­tímetros, y a los veinte días ha­bías recuperado todo su tamaño y sus movimientos.



Los médicos no se explican lo que pasó allí. Nosotros, por su­puesto, sí.


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