SEGUNDO ASALTO Controversia entre Rodbertus y von Kirchmann
CAPITULO XV La teoría de la reproducción de von Kirchmann
También la segunda polémica en torno al problema de la acumulación fue vigorizada por acontecimientos de la época. Así como Sismondi había sido estimulado en su oposición contra la escuela clásica por la primera crisis inglesa y los daños producidos a la clase obrera, Rodbertus, casi 25 años más tarde, recibe el impulso para su crítica de la producción capitalista, del movimiento obrero revolucionario que había surgido entretanto. El alzamiento de los tejedores de Lyon y el movimiento de los cartistas en Inglaterra, constituyen una protesta contra la más perfecta de todas las formas de la sociedad; mucho más enérgica que los difusos espectros que había sacado a escena la primera crisis. El primer escrito de Rodbertus sobre temas económico-sociales, que procede probablemente de fines del cuarto decenio, y que fue escrito para la Augsburger Allgen. Zeitung, pero que no fue publicado por dicho periódico, ostenta el significativo título; “Las demandas de las clases trabajadoras”, y comienza con las palabras; “¿Qué quieren las clases trabajadoras? ¿Podrán las demás impedirles que lo consigan? ¿Desean la quiebra total de la cultura moderna? Que un día la historia presentaría estas cuestiones con gran apremio lo sabían hace mucho tiempo las personas reflexivas. Las asambleas de los cartistas y las escenas de Birmingham lo han mostrado a todo el mundo.” Poco después, a mediados de siglo, el fermento de las ideas revolucionarias había de manifestarse, en Francia, en las más diversas sociedades secretas y escuelas socialistas (los proudhonistas blanquistas, los partidarios de Cabet, Luis Blanc, etc.), y producir en la revolución de febrero, en la proclamación del “derecho al trabajo” en los días de junio, la primera gran batalla entre los dos mundos de la sociedad capitalista, una explosión de las contradicciones sociales que hizo época. En lo que toca a la otra forma visible de estas contradicciones, a las crisis, en los días de la segunda controversia disponíase de un caudal de observación incomparablemente más abundante que a fines del primer cuarto de siglo. El debate entre Rodbertus y von Kirchmann tuvo lugar bajo las impresiones inmediatas de las crisis de 1837, 1839, 1847, e incluso de la primera crisis mundial de 1857 (el interesante escrito de Rodbertus Las crisis comerciales y las dificultades hipotecarias de los propietarios territoriales procede del año 1858). Por consiguiente, las contradicciones interiores de la economía capitalista se ofrecían a los ojos de Rodbertus de muy diverso modo que en los tiempos en que Sismondi alzó su voz, significando una crítica estridente de las doctrinas armónicas de los clásicos ingleses y sus vulgarizadores, tanto en Inglaterra como en el continente.
Por lo demás, una cita del escrito más antiguo de Sismondi sirve para atestiguar que la crítica de Rodbertus estaba bajo el influjo directo de la de aquél. Rodbertus conocía perfectamente la literatura francesa contemporánea de oposición contra la escuela clásica, y quizá algo menos la muy numerosa inglesa, en cuya circunstancia, como es sabido, tiene sus débiles raíces la leyenda que circula en el mundo de los profesores alemanes acerca de la llamada “prioridad” de Rodbertus con respecto a Marx en la “fundamentación del socialismo”. Así, el profesor Diehl escribe en su bosquejo sobre Rodbertus en el Diccionario de las ciencias del Estado; “Rodbertus debe ser considerado como el verdadero fundador del socialismo científico en Alemania, pues, ya antes de Marx y Lassalle había suministrado en sus escritos de los años 1839 y 1842 un sistema socialista completo, una crítica del smithianismo, una nueva base teórica y un proyecto de reforma social” Todo esto tranquilamente y en el mayor temor de Dios en el año 1901 (2ª edición), después de todo y a pesar de todo lo que habían escrito Engels, Kautsky y Mehring para destruir la leyenda de los profesores. Por lo demás, que el “socialista” Rodbertus, monárquico, nacionalista y prusiano, el comunista para dentro de 500 años y partidario actual de un coeficiente fijo de explotación del 200 por 100, tenía que conseguir, de una vez para siempre, la palma de la “prioridad” frente al “demoledor” internacional, Marx, ante la consideración de todos los sabios alemanes de la economía política, se comprende fácilmente. Tal sentencia no puede ser ya modificada ni por las demostraciones más concluyentes. Pero aquí nos interesa otro aspecto del análisis de Rodbertus. El mismo Diehl continúa del siguiente modo su panegírico: “... pero Rodbertus no sólo abrió camino al socialismo, sino que toda la ciencia económica le debe estímulo e impulso; muy particularmente la economía política teórica, por la crítica de los economistas clásicos, por la nueva teoría de la distribución de la renta, por la distinción de las categorías lógicas e históricas del capital, etc.”
Vamos a ocuparnos aquí de la última de estas grandes hazañas del Rodbertus del “etc.”.
La controversia entre Rodbertus y von Kirchmann fue provocada por el escrito fundamental del primero: Zur Erkenntnis unserer Staatswirtschaftlichen Zuständ (Para el conocimiento de nuestra situación económica y política) del año 1842. Von Kirchmann replicó en las Demokratische Blätter (Hojas Democráticas) en dos artículos: “Sobre la renta de la tierra en el aspecto social”, y “La sociedad de cambio”. Hubo contrarréplica de Rodbertus en 1850 y 1851 con las Soziale Briefe (Cartas sociales). La discusión se entabló en el mismo campo teórico en que se había desarrollado, treinta años antes, la polémica entre Malthus-Sismondi y Say-Ricardo-Mac Culloch. Rodbertus había expresado ya, en su primer escrito, el pensamiento que en la sociedad actual, con la productividad creciente del trabajo, el salario representa una cuota cada vez menor del producto nacional, pensamiento que hizo aparecer como propio, y que desde entonces y hasta su muerte, es decir, durante tres decenios, no hizo más que reproducir con variaciones. En esta cuota decreciente del salario ve Rodbertus la raíz común de todos los males de la economía actual, principalmente el pauperismo y las crisis, a los que denomina “la cuestión social del presente”.
Von Kirchmann no está de acuerdo con esta explicación. Atribuye el pauperismo a los efectos de la renta de la tierra, y las crisis, a la falta de mercado para los productos. Sostiene que “la mayor parte del mal social no está en la falta de producción, sino en el almacenamiento de productos”; en que “cuanto más puede producir un país, cuantos más medios tiene a su disposición para satisfacer todas las necesidades, tanto más expuesto está a los peligros de la miseria y privación”. También la cuestión obrera está incluida aquí, pues “el supuesto derecho al trabajo se resuelve, en último término, en una cuestión de mercado de productos”. “Se ve [concluye von Kirchmann] que la cuestión social es casi idéntica a la cuestión de la venta de los productos. Hasta los males de la tan maltratada concurrencia desaparecerían si hubiera salida segura de productos; sólo quedaría entonces de ella lo mejor; quedaría el estímulo para producir mercancías buenas y baratas, desapareciendo la lucha a sangre y fuego que sólo tiene por causa el hecho antes enunciado.”102
La diferencia entre el punto de vista de Rodbertus y el de Kirchmann salta a la vista. Rodbertus ve la raíz del mal en una distribución deficiente del producto nacional; von Kirchmann, en los límites del mercado de la producción capitalista. No obstante, la confusión de von Kirchmann, particularmente en lo que toca a su representación idílica de una competencia capitalista reducida a un estímulo loable para producir las mercancías mejores y más baratas, así como a la solución en el problema de mercados del “famoso derecho al trabajo”, muestra, en parte, menor incapacidad para ver el punto vulnerable de la producción capitalista, la limitación del mercado, que Rodbertus aferrándose a la cuestión de la distribución. Es, pues, von Kirchmann el que esta vez recoge de nuevo el problema que anteriormente había puesto Sismondi en el orden del día. Sin embargo, von Kirchmann no está de acuerdo en modo alguno con el esclarecimiento y función del problema de Sismondi; más bien está de parte de sus opositores. No sólo acepta la teoría ricardiana de la renta, el dogma smithiano “de que el precio de las mercancías sólo se compone de dos partes, del interés del capital y el salario del trabajo” (von Kirchmann cambia la plusvalía por “interés del capital”), sino también el principio de Say y Ricardo, conforme al cual los productos sólo se compran con productos, y la producción constituye el propio mercado, de tal modo, que cuando parece haberse producido demasiado de un lado, es que de otro se ha producido demasiado poco. Se ve que von Kirchmann sigue las huellas de los clásicos, pero en su “edición alemana” y con todo género de peros y reservas. Así, von Kirchmann halla, primeramente, que la ley formulada por Say y el equilibrio natural entre producción y demanda “no agota la realidad”, y añade: “Hay, además, otras leyes en la circulación que impiden la pura realización de estos principios y cuyo descubrimiento es lo único que puede explicar el actual exceso de los mercados, y acaso permita descubrir la manera de remediar este gran daño. Creemos que hay tres circunstancias en el sistema social presente que acusan estas contradicciones entre aquella ley indiscutible de Say y la realidad.” Estas circunstancias son: la distribución demasiado desigual de los productos (como vemos aquí, von Kirchmann se aproxima, en cierto modo, al punto de vista de Sismondi), las dificultades que ofrece la naturaleza del trabajo humano en la producción bruta y, finalmente, las deficiencias del comercio como operador intermediario entre la producción y el consumo. Sin entrar en los dos últimos “obstáculos” de la ley de Say, consideremos la argumentación de von Kirchmann en relación con el primer punto:
“La primera circunstancia [dice] puede expresarse aproximadamente diciendo que el salario es algo bajo y con ello sobreviene una contracción del mercado. Para quien sepa que los precios de las mercancías sólo se componen de dos partes, del interés del capital y el salario, este aserto podrá parecerle extraño: si el salario es bajo, son bajos también los precios de las mercancías, y si aquél es alto, éstos lo serán también. [Se ve que von Kirchmann acepta el dogma smithiano incluso en su forma más absurda; no es que el precio se resuelva en salario y plusvalía, sino que se compone de ellos como una simple suma, forma en la que Smith se había alejado más que en ninguna otra de su teoría del valor.] Así, pues, salario y precio se hallan en proporción directa y se equiparan. Inglaterra sólo ha suprimido los derechos de importación a los cereales, la carne y otras substancias alimenticias, para hacer bajar los salarios y poner aquí a los fabricantes en situación de vencer, gracias al abaratamiento de las mercancías en los mercados mundiales, a todos sus competidores. Sin embargo, esto, sólo en parte, es exacto y no toca en la proporción en que se reparte el producto entre capital y trabajo. En la distribución demasiado desigual entre ambos se encuentra la razón primera y principal del por qué la ley de Say no se cumple en la realidad; de por qué, a pesar de la producción en todos los ramos, los mercados en conjunto sufren exceso de mercancías.” Kirchmann ilustra detalladamente esta afirmación con un ejemplo. Siguiendo el modelo de la escuela clásica nos encontramos, naturalmente, transportados a una sociedad aislada, imaginaria, que ofrece a la economía política un objeto propicio, aunque no precisamente grato.
Imaginemos un lugar (nos sugiere von Kirchmann) que cuente con 903 habitantes justos, 3 empresarios con 300 obreros cada uno. El lugar satisface todas las necesidades de sus habitantes con producción, para sí mismos, dividida en tres empresas: una se ocupa del vestido; la segunda, de la alimentación, alumbrado, combustible y materias primas; la tercera, de habitación, mobiliario e instrumental. En cada una de estas tres secciones el empresario suministra “el capital y las materias primas”. La remuneración del obrero se hace en cada una de ellas de modo que éstos perciben como salario la mitad del producto anual, y el empresario la otra mitad “como interés de su capital y como beneficio de empresario”. La cantidad de producto suministrada por cada empresa basta exactamente para cubrir todas las necesidades de los 903 habitantes. Así, pues, este lugar encierra “todas las condiciones de un bienestar general” para el total de los habitantes, y, por tanto, todos se disponen alegres y animosos al trabajo. Pero, a los pocos días, alegría y satisfacción se convierten en lamentos generales y rechinar de dientes; en la dichosa isla de von Kirchmann pasa algo que allí se esperaba tanto como el desmoronamiento del cielo: estalla una verdadera crisis comercial e industrial moderna. Los 900 obreros sólo tienen el vestido, alimento y habitación justamente necesarios, mientras que los tres empresarios se encuentran con sus almacenes llenos de vestidos y materias primas y con sus viviendas desocupadas. Se lamentan entonces de falta de mercado. Los obreros, a la inversa, se quejan de satisfacer insuficientemente sus necesidades. ¿Y de dónde y por quién vienen illae lacrimae? ¿Quizá, porque, como suponen Say y Ricardo, hay muchos productos de una clase y pocos de otra? En modo alguno, responde von Kirchmann: en el “lugar hay cantidades proporcionadas de todas las cosas, que, reunidas, bastarían exactamente para satisfacer la totalidad de las necesidades sociales”. ¿De dónde viene, pues, el “obstáculo”, la crisis? El obstáculo se encuentra única y exclusivamente en la distribución. Pero esto debe ser disfrutado en las propias palabras de von Kirchmann: “El obstáculo que impide que no se verifique este sencillo cambio se encuentra pura y exclusivamente en la distribución de estos productos; la distribución no es igual entre todos, sino que los empresarios conservan en su poder, en concepto de interés del capital y beneficio, la mitad y sólo les dan la otra mitad a sus obreros. Es claro, por tanto, que el obrero de vestidos sólo podrá cambiar con la mitad de su producto la mitad de los productos de alimentación y habitación, y así sucesivamente. Es claro que los empresarios no podrán desprenderse de sus otras mitades, porque no le queda a ningún obrero un producto que pueda ser cambiado por ellas. Los empresarios no saben adonde ir con su acopio de mercancías, y los obreros no saben adonde dirigirse con su hambre y su desnudez.” y los lectores (añadimos) no saben adonde ir con las elucubraciones de von Kirchmann. Lo pueril de su ejemplo nos precipita, en efecto, de un enigma en otro enigma.
En primer lugar, no hay modo de saber con qué fundamento y para qué fin se finge esta triple distribución de la producción. Que en los ejemplos análogos de Ricardo y Mac Culloch se enfrentaran a menudo los labradores a los fabricantes, proviene, a mi entender, tan sólo de la representación anticuada que de la reproducción social tenían los fisiócratas; representación, recogida por Ricardo, a pesar de que, con su teoría del valor, opuesta a la de los fisiócratas, había perdido todo sentido, y a pesar de que Smith había adelantado ya terreno en el conocimiento de los fundamentos reales y efectivos del proceso de reproducción social. No obstante, hemos visto que aquella distinción fisiocrática entre economía e industria se había mantenido tradicionalmente en la economía teórica como base de la reproducción, hasta que Marx introdujo su distinción decisiva entre los dos capítulos sociales: producción de medios de producción y producción de medios de consumo. En cambio, las tres secciones de von Kirchmann no tienen sentido alguno comprensible. Se mezclan los instrumentos con muebles, materias primas con substancias alimenticias, los vestidos forman una sección aparte, y es evidente, por tanto, que esta clasificación no está fundada en puntos de vista objetivos de reproducción, sino que es obra de la pura fantasía. Lo mismo se pudiera haber fingido una sección de substancias alimenticias, vestidos y edificios, otra de drogas medicinales y otra tercera de cepillos de dientes. Es claro que a von Kirchmann sólo le importaba indicar la división social del trabajo y presuponer, para el cambio, algunas masas de productos, en lo posible, de las mismas dimensiones. Pero el cambio mismo, sobre el que gira toda la argumentación, no desempeña en el ejemplo de von Kirchmann papel alguno, ya que lo que se distribuye no es valor, sino masas de productos, de valores de uso como tales. Por otra parte, en el interesante “lugar” creado por la fantasía de von Kirchmann se verifica, en primer término, la distribución de los productos, pudiendo sobrevenir después de realizada la distribución, el cambio general, mientras en el terreno real de la producción capitalista, como es sabido, pasa a la inversa; aquí es el cambio el que inaugura y equilibra la distribución del producto. Al propio tiempo, en la distribución de von Kirchmann pasan las cosas más peregrinas. Es verdad que el precio de los productos y, por tanto también, el del producto total social, sólo se compone, “como se sabe”, de “salario e interés del capital”, sólo de v + p y, por tanto, el producto total va íntegro a la distribución individual entre obreros y empresarios; pero para su perdición von Kirchmann ha recordado pasajeramente que toda producción requiere algo así como instrumentos y materias primas. Y, en efecto, introduce de matute en su “lugar” materias primas entre las substancias alimenticias, e instrumentos entre muebles. Y entonces se pregunta a quién corresponderán en la distribución general estas cosas indigeridles: ¿A los obreros como salario, a los capitalistas como beneficio del empresario? Ambas partes darían rendidamente las gracias. Y en semejantes condiciones surge el punto culminante de la fantasía: el cambio entre los obreros y los empresarios. El acto fundamental de cambio entre obreros asalariados y capitalistas es transformado por von Kirchmann de un cambio entre trabajo vivo y capital, en un cambio de productos. No es el primer acto el cambio entre fuerza de trabajo y capital variable, sino el segundo: la realización del salario percibido del capital variable, el que ocupa el punto central del mecanismo, y a la inversa, todo el cambio de mercancías de la sociedad capitalista se reduce a esta realización del salario. Pero ahora viene lo más espléndido: considerado atentamente este cambio entre trabajadores y empresarios, situado en el punto candente de la vida económica, no hay tal cambio, no se verifica. Pues una vez que todos los obreros han recibido su salario en especie, esto es, en la mitad de su propio producto, el cambio sólo puede realizarse entre los obreros mismos; éstos cambian entre sí sus salarios, consistentes en vestidos para unos, substancias alimenticias para otros, muebles para los terceros, de modo que cada obrero realiza la tercera parte de su salario en alimentos, vestidos y muebles. Este cambio no tiene ya nada que ver con los empresarios. Éstos, a su vez, tienen en sus manos su plusvalía, que consiste en la mitad de todos los vestidos, substancias alimenticias y muebles elaborados por la sociedad, y no saben adonde ir con su caudal. Pero este daño, obra de von Kirchmann, no se remediaría por ninguna distribución del producto, por generosa que fuera. Antes al contrario, cuanto mayor fuera la porción del producto social atribuida a los obreros, tanto menos tendrían que ver en su cambio con los empresarios: sólo aumentaría en extensión el cambio mutuo de los obreros entre sí. Ciertamente, se contraería, en proporciones correspondientes, el montón de plusvalía que pesa sobre los empresarios, pero no porque se hubiera facilitado el cambio de este plusproducto, sino porque disminuiría la plusvalía misma. Ni antes ni después podría hablarse de un cambio del plusproducto entre obreros y empresarios. Hay que confesar que la cantidad de puerilidades y absurdos económicos reunidos en un espacio relativamente pequeño, excede incluso a aquella medida que puede concederse a un fiscal prusiano (von Kirchmann lo era, como es sabido, castigado, por cierto, disciplinariamente dos veces, dicho sea en honor suyo). No obstante, von Kirchmann después de estos preliminares que tan poco prometen, acomete directamente el asunto. Comprende que el hecho de no poder dar salida a la plusvalía depende de su propia premisa: de la forma concreta que adopta para el uso el plusproducto. En vista de ello hace que los empresarios, con la mitad de la cantidad de trabajo social de que se han apropiado en concepto de plusvalía, elaboren, no “mercancías ordinarias” para los obreros, sino mercancías de lujo. Como “es condición de la mercancía de lujo hacer posible que el consumidor consuma más capital y más fuerza de trabajo que las mercancías ordinarias”, estos tres empresarios, completamente solos, consiguen consumir toda la mitad del trabajo rendido por la sociedad, en puntillas, coches elegantes y cosas semejantes. Ahora no queda ya nada sin vender, la crisis se ha superado afortunadamente, se ha terminado para siempre la superproducción; capitalistas y obreros viven con seguridad y el remedio maravilloso de von Kirchmann, que ha realizado todos estos beneficios y establecido el equilibrio entre producción y consumo, se llama ¡lujo! En otras palabras: el consejo que el buen hombre da a los capitalistas, que no saben qué hacer con su plusvalía irrealizable, es éste: que se la coman ellos mismos. Sin embargo, en la sociedad capitalista el lujo no es una invención reciente. A pesar de lo cual florecen en él las crisis. ¿De dónde viene esto? “La respuesta sólo puede ser [nos enseña von Kirchmann] que esta paralización del mercado en el mundo real sólo procede de que hay todavía demasiado poco lujo, o, en otras palabras, de que los capitalistas consumen poco; ellos, que poseen medios para el consumo.” Pero esta sobriedad inadecuada de los capitalistas viene de una virtud falsamente aconsejada por la economía política: de la tendencia a ahorrar para fines del “consumo productivo”. En otras palabras: las crisis proceden de la acumulación; tal es la tesis fundamental de von Kirchmann. La demuestra también con un ejemplo de conmovedora síntesis. Supongamos el caso, dice, “el caso considerado como el mejor por la economía política”, de que los empresarios digan: no queremos gastar hasta el último céntimo nuestras rentas en pompa y lujo: queremos invertirlas en nueva producción. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que establecen empresas nuevas de todas clases en las cuales se elaboran productos, y con cuya venta pueden conseguirse los intereses (von Kirchmann quiere decir: beneficio) de aquel capital ahorrado de las rentas no consumidas de los tres empresarios. Según esto, los tres empresarios se deciden a no consumir más que el producto de 100 obreros, esto es, a limitar considerablemente su lujo y a emplear la fuerza de trabajo de los 350 obreros restantes con el capital utilizado por éstos, para montar nuevas empresas productoras. ¿Surge aquí la cuestión de saber en qué empresas productoras han de emplearse estos fondos? “Los tres empresarios sólo pueden optar entre implantar nuevas empresas para la producción de mercancías ordinarias, o para producir mercancías de lujo”, ya que, según la suposición de von Kirchmann, el capital constante no se reproduce, y el producto social total sólo consiste en medios de consumo. Pero con ello los empresarios se ven colocados ante el dilema ya conocido: si producen “mercancías ordinarias” surge una crisis, pues los obreros no pueden adquirir estos medios de subsistencia sobrantes, ya que se les ha dado la mitad del valor del producto, y si producen mercancías de lujo, tienen que consumirlas ellos mismos. Tertiur non datur. Tampoco el comercio exterior modifica el dilema, pues el efecto del comercio sólo consiste en “aumentar la multiplicidad de las mercancías del mercado interior” o incrementar la productividad. “Por tanto, o bien estas mercancías exteriores son mercancías ordinarias, y entonces el capitalista no las compra y el obrero no puede comprarlas porque no posee medios para ello, o bien son mercancías de lujo, y en tal caso el obrero tendrá aún más dificultades para comprarlas; el capitalista no las compra tampoco por su aspiración a ahorrar.” Por primitiva que sea la argumentación, se expresa en ella claramente el pensamiento fundamental de von Kirchmann y la obsesión de la economía teórica: en una sociedad compuesta exclusivamente de trabajadores y capitalistas, la acumulación parece imposible. Von Kirchmann saca la consecuencia de esto combatiendo resueltamente el “ahorro”, el “consumo productivo” de la plusvalía, polemizando vivamente con la economía política clásica, que defiende estos errores, y predicando el aumento del lujo con el de la productividad de trabajo como remedio contra las crisis. Se ve que, si von Kirchmann en sus premisas teóricas era una caricatura de Ricardo-Say, en sus conclusiones es una caricatura de Sismondi. Era, no obstante, necesario darse claramente cuenta del planteamiento del problema hecho por von Kirchmann para poder hacerse cargo de la contracrítica de Rodbertus y del resultado de la controversia.
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