Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5



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CAPÍTULO XX Nikolai-on

Con muy distinta formación económica y mayor conocimiento de la materia procede el segundo teórico de la crítica “populista”, Nikolai-on. Era éste uno de los conocedores más profundos de la situación económica rusa, y ya en 1880 había llamado la atención por su trabajo sobre la capitalización de la renta agrícola (en la revista Eslovo). Trece años más tarde, estimulado por la gran mi­seria rusa del año 1891, dio a luz un libro bajo el título Bosque­jo de nuestra economía social desde la reforma, en el que prosi­gue aquella primera investigación y, sobre la base de un cuadro de amplias proporciones, fundado en un abundante material de hechos y cifras referentes a la evolución del capitalismo en Rusia, trata de demostrar que esta evolución fue la causa de todos los males del pueblo ruso y también del hambre de la época. Nikolai­-on basa sus ideas sobre los destinos del capitalismo en Rusia en una teoría determinada relativa a las condiciones de desarrollo de la producción capitalista en general, y esta teoría es, justamente, la que tiene interés para nosotros.


Para la economía capitalista, el mercado es de importancia de­cisiva. Toda nación capitalista trata, por ello, de asegurarse el mercado más amplio posible para sus productos. Para conseguirlo recurre, como es natural, ante todo, a su propio mercado interior. Pero llegada a una cierta altura de la evolución, una nación capi­talista no puede conformarse con el mercado interior, y ello por las siguientes razones: todo el producto anual nuevo del trabajo social puede dividirse en dos partes: una, que los obreros reciben en sus salarios, y otra, que los capitalistas se apropian. La primera parte sólo es capaz de retirar de la circulación una cantidad de medios de subsistencia, cuyo valor corresponde a la suma de los salarios pagados en el país. Pero la economía capitalista tiene la tendencia declarada a rebajar, cada vez más, esta parte. Los mé­todos de que para ello se sirve son: prolongación de la jornada de trabajo, aumento de la intensidad del trabajo, aumento de su productividad por medio de perfeccionamientos técnicos que hacen posible sustituir por mujeres y niños a los hombres y expulsar, en parte, completamente del trabajo a los obreros adultos. Aunque los salarios de los demás obreros ocupados aumenten, el aumento no será nunca igual al importe de los ahorros que los capitalistas obtienen por aquella transformación. De todo ello resulta que el poder de la clase obrera como compradora en los mercados inte­riores es cada vez menor. Paralelamente, se realiza otro proceso: la producción capitalista se va apoderando, paso a paso, de las in­dustrias que eran, para la población agrícola, una ocupación su­plementaria, y de este modo priva a los campesinos de una fuente de adquisición tras otra. De esta manera, el poder de compra de la población campesina frente a los productos de la industria dis­minuye cada vez más, contrayéndose también al mismo tiempo, cada vez más, el mercado interior. Pero si ahora examinamos la participación de la clase capitalista, resultará que ésta tampoco puede consumir todo el nuevo producto. Por grandes que puedan ser las necesidades de consumo de esta clase, no puede consumir personalmente todo el plusproducto anual, primeramente porque una parte de él ha de dedicarse al aumento de la producción, a las mejoras técnicas a que todo empresario se ve forzado por la con­currencia; en segundo lugar, porque con el incremento de la pro­ducción capitalista crecen también aquellas ramas dedicadas a ela­borar medios de producción, como la minería, la fabricación de máquinas, etc., y cuyo producto excluye, de antemano, por su constitución de uso, el consumo personal y lo hace funcionar como capital, y en tercer lugar, porque la mayor productividad del tra­bajo y el mayor ahorro de capital que pueden lograrse en la pro­ducción en serie de mercancías baratas, se encamina, justamente, cada vez en mayor escala, hacia la fabricación de aquellos produc­tos destinados a las masas, y no pueden ser consumidos por un puñado de capitalistas.
Ahora bien, aunque la plusvalía de un capitalista puede ser realizada en el plusproducto de otros capitalistas y a la inversa, sólo se refiere a productos de una rama determinada, de la produc­ción de medios de subsistencia. Pero el motivo fundamental de la producción capitalista no es la satisfacción de las necesidades per­sonales de consumo. Esto se manifiesta también en que la produc­ción de medios de subsistencia pierde cada vez más terreno frente a la producción de medios de producción. “De este modo, vemos cómo el producto de cada fábrica sobrepuja con exceso a las nece­sidades de los obreros ocupados en ella y de las del mismo empre­sario con respecto a este producto; asimismo, el producto total de una nación capitalista sobrepuja con creces las necesidades de la totalidad de la población industrial ocupada, y la sobrepuja preci­samente porque la nación es capitalista, porque la distribución so­cial de sus fuerzas no se encamina a la satisfacción de las nece­sidades reales de la población, sino simplemente a la satisfacción de necesidades con capacidad de pago. Así, pues, del mismo modo que un fabricante individual no podría existir ni un día como capi­talista si su mercado estuviera limitado a las necesidades de sus obreros y a las suyas personales, tampoco una nación desarrollada con economía capitalista puede conformarse con su propio mercado interior.”
Así, pues, la evolución capitalista tiene la tendencia a ponerse obstáculos a sí misma, a partir de cierta altura. Estos obstáculos proceden, en último término, de que la productividad progresiva del trabajo, por virtud de la separación que existe entre los produc­tores inmediatos y los medios de producción, no beneficia a toda la sociedad, sino únicamente a algunos empresarios, mientras la masa de fuerzas de trabajo y jornadas de trabajo “liberadas por este proceso”, quedan sobrantes, y no sólo resultan pérdidas para la sociedad, sino que, incluso, significan un peso para ella. Las necesidades reales de las masas populares sólo pueden ser mejor sa­tisfechas implantando la forma de producción “populista” basada en la unión de los productores con los medios de producción. Pero el capitalismo tiene la aspiración de apoderarse justamente de estas esferas de producción, destruyendo así el factor principal de su pro­pia prosperidad. Así, por ejemplo, las hambres periódicas de la In­dia que se producían cada diez u once años, eran una de las causas de la periodicidad de las crisis industriales en Inglaterra. En esta contradicción cae, más tarde o más temprano, toda nación que ha entrado en el camino de la evolución capitalista, pues ella va implícita en esta forma de producción. Por otra parte, cuanto más tarde entra una nación en el camino del capitalismo, tanto más intensa será la contradicción, pues una vez aprovisionado el mercado inte­rior, no puede hallar sustitución en el exterior, ya que de éste se han adueñado ya países competidores más antiguos.
De todo esto se sigue que los límites del capitalismo están da­dos por la pobreza creciente que determina su propia evolución; por el aumento de obreros sobrantes que no poseen ningún poder de compra. A la productividad creciente del trabajo que satisface con extraordinaria rapidez toda necesidad con capacidad de pago de la sociedad, corresponde un aumento de masas populares cada vez más incapaces de satisfacer sus necesidades más apremiantes; el exceso de mercancías que no hallan salida en el mercado; el es­pectáculo de masas numerosas que carecen de lo necesario.
Estas son las opiniones generales de Nikolai-on.144 Se ve que Nicolai-on conoce a Marx y ha aprovechado los dos primeros to­mos de El Capital. Y, no obstante, toda su argumentación es genuinamente sismondiana: el capitalismo conduce a la contracción del mercado interior por el empobrecimiento de las masas, todas las desdichas de la moderna sociedad vienen de la destrucción de la forma de producción “populista”, es decir, de la pequeña indus­tria, tales son sus temas preferidos. Incluso el elogio de la pequeña industria salvadora, se manifiesta como lo fundamental, más claro aún en la crítica de Nikolai-on que en la de Sismondi.145 En último término, la venta total del producto capitalista en el interior de la sociedad, es imposible; sólo puede lograrse gracias a los mercados exterio­res. Aquí Nikolai-on llega, a pesar de haber partido de puntos de vista teóricos completamente distintos, al mismo resultado que Woronzof; resultado cuya moral aplicada a Rusia constituye la fun­damentación económica del escepticismo con relación al capitalismo. En Rusia, la evolución capitalista, que tiene cortados de antemano los mercados exteriores, no ha tenido más que inconvenientes, sólo ha producido el empobrecimiento de las masas populares, y por ello, favorecer el capitalismo en Rusia, fue un “error” fatal.
Llegado aquí, Nikolai-on clama como un profeta del Antiguo Testamento: “En vez de mantenernos fieles a los siglos de antiguas tradiciones; en vez de desarrollar el principio heredado de la unión sólida entre los productores inmediatos y los medios de produc­ción; en vez de aprovechar los progresos de la ciencia occidental europea para aplicarlos a formas de producción que descansen en la posesión de los medios de producción por los campesinos; en vez de elevar la productividad de su trabajo por la concentración de los medios de producción en sus manos; en vez de aprovecharnos, no de la forma europea occidental de la producción, pero sí de su organización, de su fuerte cooperación, de su división del trabajo, de sus máquinas, etc.; en vez de desarrollar el principio básico de la propiedad territorial campesina y aplicarlo al cultivo del suelo por los campesinos; en vez de abrir, para este fin, a la clase campesina las puertas que conducen a la ciencia y su aplicación; en lugar de todo esto, hemos seguido el camino opuesto. No sólo no hemos impedido el desarrollo de las formas capitalistas de produc­ción, a pesar de que se basan en la expropiación del campesino, sino que, a la inversa, hemos favorecido con todas nuestras fuerzas el trastorno de toda nuestra vida económica, que ha conducido al hambre del año 1871.” Según él, el daño es ya grande, pero aún no es tarde para rectificarlo. Por el contrario, ante la proletarización y desmoronamiento que amenaza, una reforma total de la política económica es para Rusia tan urgentemente necesaria como lo fue­ron, en su época, las reformas de Alejandro después de la guerra de Crimea. La reforma social que Nikolai-on recomienda es total­mente utópica y pone de manifiesto, mucho más crudamente que la de Sismondi, el aspecto pequeño burgués y reaccionario de la con­cepción, tanto más cuanto que el “populista” ruso escribe setenta años más tarde. En su opinión, la única tabla de salvación de Rusia ante la inundación capitalista, es la antigua obschtschina, la co­munidad rural sobre la base de la posesión en común de la tierra. A ésta debieran aplicarse (por medidas que Nikolai-on ha mante­nido en secreto) los resultados de la moderna gran industria y de la moderna técnica científica, para que pudiera servir de base a una forma de producción “socializada” más elevada. A Rusia no le que­da más opción que esta alternativa: o renunciar a la evolución ca­pitalista o perecer.146
Nikolai-on llega, pues, tras una crítica acerba del capitalismo al mismo remedio universal del “populismo” que ya por los años 50 (entonces, ciertamente, con mayor razón) es ensalzado como un hallazgo “específico ruso” de la evolución social superior, cuyo ca­rácter reaccionario es denunciado por Engels en 1875 en un artícu­lo del Volksstaats titulado “Literatura de fugitivos”, como una supervivencia inútil de instituciones antiquísimas. “El desarrollo de la burguesía en Rusia [escribe Engels por entonces] arruina­ría gradualmente la propiedad comunal sin necesidad de que el gobierno ruso intervenga con “bayonetas y knuts”. [como se figura­ban los populistas revolucionarios. R. L.] Bajo la presión de di­versos impuestos, la propiedad común de la tierra deja de ser un beneficio y se convierte en una cadena. Los campesinos huyen de ella con frecuencia, con sus familias o sin ellas, para subsistir como obreros y abandonan su tierra. Se ve que la propiedad comunal en Rusia ha dejado atrás, hace mucho tiempo, su florecimiento y, según todas las apariencias, camina rápidamente a su disolución.” Con estas palabras Engels había puesto el dedo en la llaga en la cuestión de la obschtschina, dieciocho años antes del escrito prin­cipal de Nikolai-on. El que Nikolai-on tuviese valor para evocar el mismo espectro, era un anacronismo histórico, tanto mayor, cuan­to que un decenio más tarde el Estado enterró oficialmente la obschtschina. El gobierno absolutista que durante medio siglo ha­bía tratado de sostener oficialmente, con toda su fuerza, para fines fiscales, el aparato de la comunidad rural campesina, se vio forzado a abandonar este trabajo de Sísifo. Pronto se vio claramente en la cuestión agraria el factor más potente de la revolución rusa. Hasta tal punto se había disipado, por la marcha real económica de las cosas, la antigua ilusión de los “populistas” y, en cambio, con qué potencia manifestaba su vitalidad y su labor fructífera el desarro­llo capitalista de Rusia, al que consideraban como incapaz de vida y al que maldecían. Este curso de las cosas había de mostrar, de nuevo y por última vez, en un medio histórico completamente dis­tinto, que una crítica social del capitalismo, que teóricamente par­te de la duda sobre su capacidad de desarrollo, acaba con lógica fatal en una utopía reaccionaria, tanto en 1819 en Francia, como en 1842 en Alemania y en 1893 en Rusia.147

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