Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5


TERCER ASALTO Struve-Bulgakow- Tugan-Baranowski contra Woronzof-Nicolai-on



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TERCER ASALTO Struve-Bulgakow- Tugan-Baranowski contra Woronzof-Nicolai-on



CAPITULO XVIII Nuevo planteamiento del problema

La tercera controversia en torno a la cuestión de la acumu­lación capitalista se desarrolló en un marco histórico completamente distinto que el de las otras dos. Esta vez la época de la acción era el comienzo del noveno decenio hasta mediados del décimo, y su teatro Rusia. La evolución capitalista había llegado ya en la Euro­pa occidental a su madurez. La concepción rosada de los clásicos Smith-Ricardo, cuando la sociedad burguesa estaba en sus pri­meros brotes, se había disipado hacía bastante tiempo. También había enmudecido el optimismo interesado de la doctrina de la ar­monía de la escuela vulgar de Manchester bajo la impresión aplastante de la catástrofe mundial de los años 70, así como de los golpes impetuo­sos de la lucha de clases entablada desde los años 60 en todos los paí­ses capitalistas. Incluso de las teorías de reforma social, que par­ticularmente en Alemania habían florecido a comienzos de los años 80, pronto no hubo quedado más que el recuerdo; los doce años de prueba de la ley de excepción contra la socialdemocracia habían traído consigo un cruel enfriamiento, habían rasgado decisi­vamente todos los velos de armonía, descubriendo en toda su cru­deza la realidad desnuda de las contradicciones capitalistas. Desde entonces, el optimismo sólo era posible en el campo de la clase obrera ascendente y de sus representantes teóricos. No un optimismo res­pecto al equilibrio natural o artificial de la economía capitalista y su duración eterna, sino en el sentido que el desarrollo de las fuerzas productivas por ella fomentadas poderosamente ofrecía jus­tamente, por sus contradicciones internas, un excelente terreno his­tórico para el desarrollo productivo de la sociedad con nuevas for­mas económicas y sociales. La tendencia negativa, deprimente, del primer período del capitalismo, que sólo Sismondi vio primeramente y que Rodbertus percibió después en los años 40 y 50, se hallaba ahora compensada por el ascenso triunfante y lleno de esperanza de la clase obrera en su acción sindical y política.


Tal era la atmosfera en la Europa occidental. Pero otra era la situación, por la misma época, en Rusia. Allí, los años 70 y 80 representan en todo sentido una época de transición, un pe­ríodo de crisis interna con todos sus dolores. La gran industria acababa de triunfar por la acción propia del período de la protec­ción aduanera elevada. En el fomento forzado del capitalismo por el gobierno absolutista, que entonces se inicia, la introducción de los aranceles sobre el oro, en el año 1877, constituyó el comienzo de una etapa. La “acumulación primitiva” del capital florecía en Rusia favoreci­da por todo género de subsidios, garantías, premios y encargos del Estado y cosechaba beneficios que en Occidente pertenecían, en aquella época, ya al reino de la fábula. Al mismo tiempo, la situa­ción interior de Rusia ofrecía un cuadro que no era precisamente atractivo ni adecuado para engendrar esperanzas. En el campo, la de­cadencia y descomposición de la economía campesina bajo la presión fiscal y de la economía monetaria daba origen a situaciones horri­bles, hambres y motines periódicos de campesinos. Por otra parte, el proletariado fabril de las ciudades no se había consolidado aún social e intelectualmente para formar una clase obrera moderna. Particularmente en el gran distrito industrial central Moscú-Wladi­mir, la aglomeración más importante de la industria textil rusa, la pobla­ción obrera estaba mezclada en parte con la agricultura y era me­dio campesina. Tales formas primitivas de explotación dieron lugar a manifestaciones primitivas de defensa. A principios de los años 80 surgieron los tumultos fabriles espontáneos del distrito de Moscú, durante los cuales se destruyeron máquinas y dieron el im­pulso a las primeras bases de una legislación fabril en el Imperio de los zares.
Si, de esta manera, el aspecto económico de la vida pública en Rusia mostraba a cada paso las disonancias de un período de tran­sición, correspondía a él una crisis en la vida intelectual. El socialismo ruso “populista” nacional, que teóricamente se basaba en las peculiaridades de la constitución agraria rusa, se encontró en quie­bra política después del fracaso de su máxima expresión revolu­cionaria: el partido terrorista del Narodnaja Wolja. Por otra parte, los primeros escritos de Jorge Plejanov, que habían de dar entrada al marxismo en Rusia, no se publicaron hasta 1883 y 1885, i du­rante un decenio tuvieron, al parecer, escaso influjo. Durante los años 80 y principios de los 90, la vida espiritual de la intelectualidad rusa, particularmente de los oposicionistas, socia­listas, se hallaba dominada por una extraña mezcla de restos “na­cionales” del populismo con elementos sueltos de la doctrina de Marx; mezcla cuyo rasgo más sobresaliente era el escepticismo con res­pecto a las posibilidades de desarrollo del capitalismo en Rusia.
La cuestión de si Rusia había de seguir la evolución capitalista conforme al ejemplo de la Europa occidental, preocupó desde muy temprano a la intelectualidad rusa. Esta no vio al principio en la Europa occidental, más que los lados malos del capitalismo: su acción disolvente sobre las formas de producción patriarcales tra­dicionales, sobre el bienestar y la seguridad de la existencia de amplias masas de pueblo. De otro lado, parecía que la propiedad comunal rusa de la tierra, la famosa obschtschine, podría llegar a ser un posible punto de partida para un desarrollo social más elevado de Rusia, que, ahorrando el estadio capitalista con sus do­lores, llegase por un camino más breve y menos doloroso que el recorrido por los países de la Europa occidental a la tierra prome­tida del socialismo. ¿Iba a perderse esa afortunada situación excep­cional, esa ocasión única, aniquilando las formas de propiedad y producción campesinas por un trasplante forzado de la produc­ción capitalista a Rusia bajo la protección del Estado, abriendo de par en par las puertas a la proletarización, a la miseria y a la inse­guridad de la existencia de las clases trabajadoras? Este problema fundamental dominaba a la intelectualidad rusa desde la reforma agraria, e incluso antes, desde Herzen y sobre todo desde Chernichevski; constituía el eje central en torno al cual se había formado toda una concepción singular del mundo: la “populista”. Esta corriente espi­ritual, manifestada en las diversas clases y tendencias (desde las doctrinas claramente reaccionarias de la eslavofobia hasta la teoría revolucionaria del partido terrorista) ha producido en Rusia una enorme literatura. Por un lado, fomentó la aparición de un abun­dante material de investigaciones acerca de las formas económicas de la vida rusa, particularmente sobre la “producción popular” y sus formas peculiares; sobre la agricultura de las comunidades campesinas, la industria doméstica campesina, el “artel”, así como sobre la vida espiritual de los campesinos, sus sectas y otras mani­festaciones análogas. Por otro lado, surgió una literatura peculiar como reflejo artístico de las circunstancias sociales contradicto­rias, en la que contendían lo antiguo y lo nuevo, y en la que a cada paso veíase el planteamiento de problemas difíciles. Finalmente, en los años 80 y 90 brotó de la misma raíz una origi­nal filosofía casera de la historia: el “método subjetivo en la socio­logía”, que quería hacer del “pensamiento crítico” el factor decisi­vo de la evolución social, o, más exactamente, de la intelectualidad desarraigada de toda clase, el portador del progreso histórico y cuyos representantes fueron Peter Lawroff, Nicolay Michailowski, profesor Kareief, V. Woronzof.
De toda esta literatura “populista” tan amplia y ramificada, sólo nos interesa aquí un aspecto: la contienda de opiniones acerca de las posibilidades de la evolución capitalista en Rusia, y esto, tan sólo en cuanto se apoyaba sobre consideraciones generales, so­bre las condiciones sociales de la forma de producción capitalista. Pues también estas consideraciones iban a desempeñar un gran papel en la literatura polémica rusa de los decenios noveno y úl­timo.
Se trataba, por lo pronto, del capitalismo ruso y sus posibilida­des, pero el debate aquí originado pasó, naturalmente, a los pro­blemas generales de la evolución del capitalismo: el ejemplo y las experiencias de Occidente desempeñaron entonces el papel más im­portante como material probatorio.
Un hecho tuvo importancia decisiva en el contenido teórico de la subsiguiente descripción: no sólo el análisis marxista de la pro­ducción capitalista, tal como se expresa en tomo I de El Capital, era ya el patrimonio común de la Rusia culta, sino que el tomo II del mismo, con el análisis de la reproducción del capital total, se había publicado ya en 1885. En adelante, el problema de las crisis no ocultaba, como en los casos anteriores, el verdadero eje de la discusión. Por primera vez pasó a convertirse en el punto central de la polémica la cuestión de la reproducción del capital total, de la acumulación pura. Tampoco el análisis se perdió ya en tanteos en torno a los conceptos de renta y capital, capital individual y capital total. La polémica se alzaba sobre el firme andamiaje del esquema marxista de la reproducción total. Y, finalmente, no se trata esta vez de una polémica entre manchesterismo y reforma social, sino entre dos matices de socialismo. El escepticismo con respecto a la posibilidad de la evolución capitalista está represen­tado en el espíritu de Sismondi, y en parte de Rodbertus, por el matiz pequeñoburgués confuso y “populista” de socialismo ruso, el cual, no obstante, apela con frecuencia a Marx; el optimismo, por la escuela marxista rusa. Se había producido, pues, una mudanza total de decoración.
De los dos representantes principales de la dirección “populis­ta” uno de ellos, Woronzof, era conocido en Rusia principalmente bajo su seudónimo de escritor “V. W.” (sus iniciales); era un tipo singular de santo que tenía ideas muy confusas de economía polí­tica y no podía ser tomado en serio como teórico. En cambio, el otro, Nicolai-on (Danielson), era un hombre de amplia cultura y conocía a fondo el marxismo; era el editor de la traducción rusa del tomo I de El Capital, amigo personal de Marx y Engels, con quienes mantenía activa correspondencia (impresa en ruso en 1908). Principalmente, Woronzof había ejercido, sin embargo, en los años 90, una gran influencia sobre la intelectualidad rusa y con­tra él tenía que dar la batalla, en primer lugar, el marxismo en Rusia. En la cuestión de las posibilidades generales de desarrollo del capitalismo que a nosotros nos interesan, ambos representan­tes del escepticismo por los años 90 se encontraron ante una serie de contradicciones. Una nueva generación de marxistas rusos, pertre­chados en la experiencia histórica y el saber de la Europa occidental, entraron en la batalla al lado de Jorge Plejanov: el profesor Ka­blukof, el profesor Manuilof, el profesor Issaieff, el profesor Skwor­zof, Wladimir Ilich, Peter von Struve, Bulgakof, Tugan-Baranowski y otros. En lo sucesivo nos limitaremos principalmente a los tres últimos, ya que cada uno de ellos ha suministrado una crítica más o menos acabada de aquella teoría en el terreno que aquí nos inte­resa. Este torneo, que en parte fue brillante, mantuvo en tensión, hacia fines del siglo, a la intelectualidad socialista rusa y terminó con un triunfo indiscutible de la escuela marxista, inaugurando oficial­mente el ingreso del marxismo como teoría económica en la ciencia rusa. El marxismo “legal” en ese entonces tomó públicamente posesión de la cátedra, de las revistas y del mercado económico de libros. De aquella pléyade de optimistas marxistas, diez años más tarde, cuando las posibilidades de desarrollo del capitalismo ruso mostraron su reverso optimista con el alzamiento revolucionario del proletariado, no se hallaba casi ninguna en el campo de proletariado.

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