Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5


CAPÍTULO XXIII La “desproporcionalidad” del señor Tugan-Baranowski



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CAPÍTULO XXIII La “desproporcionalidad” del señor Tugan-Baranowski

Tratamos de este tórico al final (a pesar de que él había formu­lado su concepción en ruso en 1894, antes de Struve y Bulga­kof), en parte, porque posteriormente desarrolló su teoría en lengua alemana, en los Estudios sobre la teoría y la historia de las crisis comerciales en Inglaterra, 1901, y en forma más completa en los Fundamentos teóricos del marxismo, y además, porque es él quien ha sacado consecuencias más amplias de los críticos marxistas men­cionados.


También Tugan-Baranowski parte, como Bulgakof, del análisis marxista de la reproducción social. Sólo en este análisis ha encon­trado también la clave para guiarse en el complejo, confuso y desconcertante conjunto de problemas. Pero mientras Bulgakof es un adepto entusiasta de la doctrina marxista, que se limita a desarro­llarla fielmente, imputando con toda sencillez sus conclusiones al maestro, Tugan Baranowski, a la inversa, amonesta a Marx por no haber sabido utilizar su propia brillante investigación del proceso de reproducción. La conclusión general más importante a que llega Tugan, sobre la base de los asertos marxistas, y que convierte en punto cardinal de toda su teoría, es que la acumulación capi­talista (contra la suposición de los escépticos) no sólo es posible en las formas capitalistas de la renta y el consumo, sino que es, en general, independiente de la renta y el consumo. Su mejor mercado no es el consumo, sino la producción misma. Por eso, la producción es idéntica con el mercado, y como el aumento de la producción es, en sí misma, ilimitada, la capacidad de adquisición de sus productos, el mercado, no tiene límites. “Los esquemas aducidos [dice] debían mostrar el principio, evidente en sí mismo; pero fácilmente objetable cuando no se comprende suficientemente el progreso de la reproducción del ca­pital social y de la producción capitalista creadora del mercado para sí misma. Si es posible ampliar la producción social; si las fuerzas productivas son suficientes para ella, dada la división proporcional de la producción social, la demanda ha de experimentar también una ampliación correspondiente. Según estas condiciones, cada nueva mer­cancía producida representa un nuevo poder de compra para la ad­quisición de otras mercancías. De la comparación de la reproducción simple del capital social con su reproducción en escala ampliada, puede deducirse la conclusión altamente importante de que, en la economía capitalista, la demanda de mercancías es, en cierto sentido, independiente de la magnitud del consumo social. Puede, pues, decrecer la magnitud del consumo total y aumentar al mismo tiempo la demanda social de mercancías, por absurdo que esto pueda parecer desde el punto de vista del “buen sentido”.170 E igualmente, más ade­lante, “como resultado de nuestro análisis abstracto del proceso de la reproducción del capital social, ha resultado la conclusión de que, dada una distribución proporcional de la producción social, no puede haber ningún producto social excedente”.171 Partiendo de aquí, Tugan somete a revisión la teoría marxista de las crisis, que a él le parece descansar sobre el “subconsumo” de Sismondi: “La creencia difun­dida, compartida hasta cierto punto por Marx, de que la miseria de los trabajadores, que constituyen la gran mayoría de la población, hace imposible una realización de los productos de la producción ca­pitalista que aumenta constantemente a causa de la insuficiencia de la demanda, ha de ser calificada de falsa. Hemos visto que la produc­ción capitalista se crea a sí misma un mercado; el consumo no es más que uno de los momentos de la producción capitalista. Si la producción social estuviera organizada conforme a un plan; si los directores de la producción tuvieran un conocimiento completo de la demanda y el poder de trasladar libremente el trabajo y el capital de una rama de producción a otra, por escaso que fuera el consumo social, la oferta de mercancías no podría exceder de la demanda.”172 Según él, la única circunstancia que engendra periódicamente el ex­ceso de productos en el mercado, es la falta de proporcionalidad en el aumento de la producción. La marcha de la acumulación capitalista, bajo este supuesto, es descrita por Tugan del siguiente modo: “Dada una distribución proporcional de la producción, ¿qué producirían los obreros? Evidentemente, sus propios medios de subsistencia y de pro­ducción en el segundo año. ¿La producción de qué productos? Nue­vamente la de medios de producción y medios de subsistencia de los trabajadores, y así sucesivamente, ad infinitum.”173 Este juego de pre­guntas y respuestas, nótese, es completamente serio y no tiene nin­guna intención humorística. Y así se abren perspectivas infinitas para la acumulación del capital. “Si la extensión de la producción es trágicamente ilimitada, tenemos que admitir que la extensión del mercado es igualmente ilimitada, pues dada la distribución proporcional de la producción social, no hay otros límites para la extensión del mercado que las fuerzas productivas de que dispone la sociedad.”174
Como, de este modo, la producción crea su propio mercado, se adjudica al comercio exterior de los estados capitalistas el singular papel mecánico que ya le hemos visto atribuir a Bulgakof. Así, por ejemplo, el mercado exterior es absolutamente necesario para Ingla­terra. “¿No prueba esto que la producción capitalista crea un pro­ducto sobrante para el cual no hay espacio en el mercado interior? ¿Por qué necesita Inglaterra un mercado exterior? La respuesta no es difícil. Porque una parte considerable del poder de compra de Inglaterra se gasta en la adquisición de mercancías extranjeras. La im­portación de mercancías extranjeras para el mercado interior de In­glaterra hace también absolutamente necesaria la exportación de mercancías inglesas al mercado extranjero. Como Inglaterra no pue­de existir sin ninguna importación extranjera, la exportación es una necesidad vital para este país, pues, de otro modo, no tendría con qué pagar la importación.”175 Aquí vuelve a aparecer la importación agrícola como el factor estimulante, decisivo; e igualmente hallamos las dos categorías de países “de un tipo agrícola y un tipo industrial”, destinados, por la naturaleza, al intercambio de productos, exacta­mente igual al esquema de los profesores alemanes.
Ahora bien, ¿cuál es la argumentación en que se funda la atre­vida solución del problema de la acumulación que da Tugan-Bara­nowski y con la cual esclarece también el problema de la crisis y una serie de otros problemas? Es apenas creíble, pero es, por lo mismo, tanto más importante analizarla: la argumentación de Tugan consiste única y exclusivamente en el esquema marxista de la repro­ducción ampliada. Ni más ni menos. Tugan-Baranowski habla, es cierto, en varios pasajes, en tono pomposo, de su “análisis abstracto del proceso de la reproducción del capital social”; de la “lógica irre­sistible” de su análisis. Pero todo el “análisis” se reduce a copiar el esquema marxista de la reproducción ampliada, cambiando tan sólo los números. En todo el estudio de Tugan no se hallará ni la huella de otra demostración. Ahora bien, en el esquema de Marx, la acumu­lación, la producción, la realización, el cambio, la reproducción, mar­chan como una seda. Y además, efectivamente, puede proseguirse ad infinitum esta “acumulación”. Puede proseguirse todo lo que den de sí papel y tinta. Y este ejercicio inofensivo, con ecuaciones arit­méticas, sobre el papel, es aducido por Tugan-Baranowski, comple­tamente en serio, como una prueba de que las cosas ocurren igual­mente en la realidad. “Los esquemas aducidos deben probar con evidencia”… Y en otro pasaje refuta a Hobson, que es un convencido de la imposibilidad de la acumulación, del siguiente modo: “El… esquema número 2 de la reproducción del capital social en escala am­pliada corresponde al caso de acumulación del capital tratado por Hobson. ¿Pero vemos aparecer, en este esquema, un producto excedente? De ninguna manera.”176 Así, porque en “el esquema” no aparece ningún producto excedente, queda refutado Hobson y resulta clara la cuestión.
Claro está que Tugan-Baranowski sabe perfectamente que, en la áspera realidad, las cosas no ocurren tan llanamente. Hay cons­tantes oscilaciones en el cambio, y crisis periódicas. Pero las crisis sólo sobrevienen por no haber proporcionalidad en el incremento de la producción, es decir, por no atenerse de antemano a las proporcio­nes del esquema núm. 2. Si se hubiera procedido así, no tendríamos crisis, y, en la producción capitalista, sucedería todo tan llanamente como sobre el papel. Ahora bien, hemos de concederle a Tugan que, cuando estudiamos el proceso de reproducción en conjunto, como un proceso continuado, cabe prescindir de las crisis. La “proporcionali­dad” puede salirse, a cada momento, del carril, por oscilaciones diarias de los precios, y, periódicamente, por crisis vuelve a restable­cerse la “proporcionalidad”. Y que se guarda esta proporcionalidad lo prueba, en suma, la circunstancia de que la economía capitalista con­tinúa viviendo y desarrollándose, pues, de lo contrario, hace mucho tiempo que habría sobrevenido el desconcierto general y la catástrofe. Por consiguiente, en el resultado final, mantiene por término medio la proporcionalidad de Tugan, de lo cual deduce el autor que la realidad procede conforme al esquema número 2. Y como este esquema puede proseguirse indefinidamente, la acumulación del capital puede con­tinuar también ad infinitum.
Lo chocante en todo esto no es el resultado a que llega Tugan-­Baranowski, esto es, el supuesto de que el esquema corresponde de hecho al curso de las cosas (ya hemos visto que también Bulgakof compartía esta creencia), sino la circunstancia de que Tugan ni si­quiera cree necesario plantearse la cuestión de si el “esquema” está de acuerdo con la realidad; el hecho que, en vez de probar el esquema, acepta el ejercicio aritmético sobre el papel, como una de­mostración de que las cosas acontecen así en la realidad. Bulgakof trataba de proyectar, con honrado esfuerzo, sobre las circunstancias concretas reales de la economía capitalista y del cambio capitalista, el esquema marxista; trataba de abrirse camino por entre las dificulta­des que de aquí resultaban, aun cuando no pudo lograrlo y quedó finalmente detenido en el análisis de Marx, que él mismo consideraba con razón como inacabado y sin continuidad. Tugan-Baranowski no necesita prueba alguna, no quiere quebraderos de cabeza: que las propor­ciones aritméticas se resuelvan a satisfacción y puedan prolongarse a voluntad, es para él una prueba de que la acumulación capitalista (a reserva de la “proporcionalidad” consciente, que, sin embargo, interviene antes o después, como Tugan no pone en duda), puede continuar igualmente de forma infinita.
Tugan-Baranowski tiene, es cierto, una prueba indirecta de que el esquema, con sus extraños resultados, corresponde a la realidad; representa su espejo fiel. Es el hecho de que en la sociedad capitalista, completamente en armonía con el esquema, se pone al consumo humano en segundo término con respecto a la producción; aquél se considera como medio, ésta como fin en sí misma, del mismo modo que el trabajo humano se equipara al “trabajo” de la máquina: “El progreso técnico se manifiesta en que la importancia de los instru­mentos de trabajo, de la máquina, aumenta cada vez más en compa­ración con el trabajo vivo, con el trabajador mismo. Los medios de producción desempeñan un papel cada vez más importante en el pro­ceso de producción y en el mercado de mercancías. El obrero queda en segundo término frente a la máquina, y al mismo tiempo pasa a segundo término la demanda originada por el consumo del obrero en comparación con la demanda que proviene del consumo productivo de los medios de producción. Todo el engranaje de la economía capi­talista toma el carácter de un mecanismo que existiese por sí mismo, y en el cual el consumo de los hombres aparece como un simple momento del proceso de la reproducción y de la circulación del ca­pital.”177 Tugan considera su descubrimiento como la ley fundamental de la economía capitalista, y su confirmación se manifiesta en un fenómeno que él considera como perfectamente asequible: “Con el progreso de la evolución capitalista, aumenta, cada vez más, el capítulo de los medios de producción en relación con el de los medios de consumo “y a su costa”.” Como es sabido, ha sido justamente Marx quien ha formulado esta ley, y su exposición esquemática de la evolución descansa sobre ella, aunque no la haya tenido en cuenta en el desarrollo ulterior de su esquema y para simplificar las modi­ficaciones por ella determinadas. Así, pues, aquí, en el crecimiento automático del capital de los medios de producción, comparado con el de los medios de consumo, ha hallado Tugan la única prueba obje­tiva exacta de su teoría, conforme a la cual en la sociedad capitalista el consumo humano es cada vez menos importante, y la producción, cada vez en mayor grado, fin en sí misma. Estas constituyen la base de todo su edificio teórico. “En todos los estados industriales [dice] ­aparece el mismo fenómeno; en todas partes la evolución de la eco­nomía política sigue la misma ley fundamental. La industria metalúrgica, que suministra los medios de producción para la industria moderna, adquiere cada vez más importancia. Así, en el descenso relativo de la exportación de aquellos productos ingleses fabricados, destinados al consumo inmediato, se manifiesta también la ley fun­damental de la evolución capitalista: a medida que la técnica pro­gresa, los medios de consumo pasan a segundo plano frente a los de producción. El consumo de los hombres desempeña un papel cada vez más reducido comparado con el consumo de los medios de pro­ducción.”178
Incluso cuando Tugan ha tomado esta “ley fundamental” directa­mente de Marx, lo mismo que el resto de sus leyes “fundamentales” en cuanto representan algo tangible y exacto, tampoco está conforme con ella y se apresura a adoctrinar a Marx con la sabiduría de él recogida. Una vez más, Marx ha encontrado, como una gallina ciega, una perla, pero no sabe qué hacer con ella. Sólo Tugan-Baranowski ha sabido hacer fructífero para la ciencia el “fundamental” descu­brimiento; en sus manos la ley hallada ilumina, de pronto, todo el engranaje de la economía capitalista. En esta ley del crecimiento de los medios de producción, a costa de los medios de consumo, se mani­fiesta de un modo claro, patente, exacto, mensurable, que para la sociedad capitalista el consumo de los medios de producción es cada vez más importante; que el capitalismo equipara al hombre a dichos medios de producción; que, por tanto, se equivocaba fundamental­mente Marx al suponer que sólo el hombre creaba plusvalía y la máquina no; que el consumo humano representa un límite para la producción capitalista, de donde tenían que resultar, hoy crisis periódicas, y mañana el derrumbamiento espantable de la economía capitalista.
En suma, en la “ley fundamental” del crecimiento de los medios de producción a costa de los medios de consumo, se refleja la socie­dad capitalista con su ser específico, que Marx no había comprendido, y que ha sido descifrado, con fortuna, por Tugan-Baranowski.
Ya antes hemos visto qué papel decisivo desempeñaba la indi­cada “ley fundamental” capitalista en la controversia de los mar­xistas rusos con los escépticos. Sabemos lo que decía Bulgakof. Exactamente igual se expresa, en su polémica contra los “populistas”, otro marxista, el ya citado Wladimir Ilich:
“Es sabido que la ley del desarrollo del capital estriba en que el capital constante crece más de prisa que el capital variable, o sea, que una cantidad mayor cada día de capitales de nueva formación va al sector de la economía pública que fabrica medios de producción. Por consiguiente, este sector crece necesariamente más de prisa que el de los artículos de consumo, es decir, ocurre precisamente lo que Sismondi declara “imposible”, “peligroso”, etc. Por lo tanto, los productos de consumo individual van ocupando un lugar menor cada día en la masa total de la producción capitalista. Y ello corresponde por entero a la “misión” histórica del capitalismo y a su específica estructura social: la primer estriba justamente en desarrollar las fuerzas productivas de la sociedad (producción para la producción); la segunda excluye su utilización por la masa de la población.”179
Como es natural Tugan-Baranowski va también en este punto más allá que los otros. Su afición a las paradojas le lleva, incluso, a suministrar matemáticamente la prueba de que la acumulación del capital y la ampliación de la producción son posibles, incluso con un retroceso absoluto del consumo. Aquí Kautsky le ha sorprendido en una maniobra poco correcta, que consiste en acomodar su atrevida deducción, exclusivamente, a un momento especí­fico: al tránsito de la reproducción simple a la ampliada, momento que, teóricamente, sólo puede ser tomado como excepción, pero que, prácticamente, no hay por qué tener en cuenta.180
Lo último, esto es, la opinión de que la producción de medios de producción es independiente del consumo, es, naturalmente, una ilusión propia de la economía vulgar de Tugan-Baranowski. Pero no así el hecho con el que quiere fundamentar este sofisma: el de que la sección de medios de producción crece más rápida­mente que la de los medios de consumo. Este hecho no puede discutirse; no sólo con respecto a los países industriales antiguos, sino dondequiera que la producción esté dominada por el progreso téc­nico. En él descansa la ley fundamental más justa de la tendencia descendente de la tasa de beneficio. Pero, no obstante, o jus­tamente por eso, es un gran error suponer, como Bulgakof, Ilich y Tugan-Baranowski, que con esta ley han descubierto la esencia es­pecífica de la economía capitalista, creyendo que, en ella, la produc­ción es fin en sí misma y el consumo humano, meramente secun­dario.
El crecimiento del capital constante a costa del variable no es más que la expresión capitalista de los efectos de la productividad creciente del trabajo. La fórmula c + v, traducida del lenguaje capitalista al lenguaje del proceso del trabajo social, no significa más que esto: cuanto más elevada sea la productividad del trabajo, tanto más breve será el tiempo que se emplee para transformar una deter­minada cantidad de medios de producción en productos elabora­dos. Es ésta una ley general del trabajo humano que ha regido igualmente en todas las formas de producción precapitalista, como regirá, en el porvenir, en el orden social socialista. Expresada en la forma material que el producto total social adopte para el uso, esta ley ha de manifestarse en el aumento cada vez mayor de la jornada de trabajo social; en la elaboración de medios de produc­ción y en la comparación con la elaboración de medios de consu­mo. Más aún; este desplazamiento habría de verificarse con bastante más rapidez aún, en una economía organizada con un criterio socialista y dirigida con arreglo a un plan, que en la actual socie­dad capitalista. En primer término, la aplicación de la técnica racio­nal científica en amplia escala dentro de la agricultura, sólo resulta posible una vez abolidos los límites territoriales de la sociedad privada. De aquí que habrá de sobrevenir, en una amplia esfera de la producción, una poderosa revolución cuyo resultado general será una amplia sustitución del trabajo vivo por el trabajo de la máquina y la promoción de grandes tareas de orden técnico, para las que hoy faltan las condiciones necesarias. En segundo lugar, el empleo de la máquina, en general, y el proceso de producción, tendrán una nueva base económica. Actualmente, la máquina no compite con el trabajo vivo, sino simplemente con la parte pagada del tra­bajo vivo. El límite inferior de la posibilidad del empleo de máqui­nas en la producción capitalista está dado por los gastos del trabajo por ellas sustituido. Es decir: para el capitalista, la máquina sólo tiene aplicación cuando sus gastos de producción (con el mismo rendimiento) son menores que los salarios de los obreros a quienes sustituyen. Desde el punto de vista del proceso del trabajo social (el único que puede decidir en la sociedad capitalista), la máquina ha de competir, no con el trabajo necesario para el sustento de los obreros, sino con el trabajo por ellos realizado. Esto quiere decir que para una sociedad en la que no decidan puntos de vista de be­neficio de capital, sino el ahorro del trabajo humano, el empleo de la máquina sería ya económico cuando su fabricación costase menos trabajo que el ahorro que significa el trabajo vivo. Y prescindi­mos de que, en muchos casos en que entran en juego la salud y otros intereses de los trabajadores, las máquinas podrán aplicarse, incluso sin llegar a este límite mínimo del ahorro. En todo caso, la dis­tancia entre la posibilidad de emplear económicamente las máqui­nas en la sociedad capitalista y en la socialista, es, por lo menos, igual a la diferencia de su trabajo vivo y su parte pagada, es decir, que ha de ser medida, exactamente, por la totalidad de la plusvalía capitalista.
Se sigue de aquí que, con la supresión del beneficio capitalis­ta y la implantación de la organización social del trabajo, el límite de aplicación de las máquinas se desplaza de pronto en propor­ción a toda la magnitud de la plusvalía capitalista. Así se abrirá a su empleo un enorme campo inabarcable. Se mostrará entonces, palpablemente, que la forma de producción capitalista, que al pare­cer estimula el desarrollo extremo de la técnica, tiene de hecho, en el interés de su beneficio fundamental, una barrera social ele­vada frente al progreso técnico; y que derribada esta barrera, el progreso técnico aumentará con una potencia tal, que las actuales maravillas técnicas de la producción capitalista, parecerán juegos de niños.181
Expresado en la composición del producto social, este ímpetu técnico sólo puede significar que la producción de medios de pro­ducción en la sociedad capitalista (medida en jornadas de trabajo) ­ha de aumentar, con rapidez mayor que hoy, en comparación con la producción de medios de consumo. De este modo, la relación entre secciones de la producción social en que los marxistas rusos se figuraban haber descubierto una expresión específica de la mal­dad capitalista, del menosprecio de las necesidades del consumo humano, es, más bien, la expresión exacta del dominio progresivo de la naturaleza por el trabajo social; expresión que habrá de mos­trarse con mayor relieve, justamente, cuando las necesidades hu­manas sean el único punto de vista decisivo de la producción. Así, pues, la única prueba objetiva de la “ley fundamental” de Tugan­-Baranowski se desmorona como un quid pro quo “fundamental” y toda la construcción de que ha deducido la “nueva teoría de las cri­sis” junto con la “desproporcionalidad”, se reduce a su base escrita, febrilmente copiada de Marx: al esquema de la reproducción am­pliada.

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