Rosa Luxemburg Índice Prólogo 4 primera parte: El problema de la reproducción 5



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249 El Gobierno angloindio dio ya a comienzos del cuarto decenio del siglo pasado al coronel Chesney el encargo de estudiar el Ufrates para conseguir, por medio de su navegación, un camino, lo más corto posible, entre el mar Mediterráneo y el golfo Pérsico o India. Tras un reconocimiento provisional, verificado en el in­vierno de 1831, y después de detenidos preparativos, la expedición propiamente dicha se verificó en los años 1835-1837. En relación con ella, oficiales y funcionarios ingleses hicieron estudios y levantaron planos de grandes regiones de la Mesopo­tamia oriental. Estos trabajos se prolongaron hasta el año 1886, sin llegar a un resultado práctico para el Gobierno inglés. La idea de establecer una vía de comuni­cación entre el Mediterráneo e India por el golfo Pérsico, fue recogida más tarde por Inglaterra, en otra forma, con el plan del ferrocarril del Tigris. En 1899. Came­ron hizo un viaje a Mesopotamia, por encargo del Gobierno inglés, con objeto de estudiar el tratado de la proyectada línea. (Max Freiherr von Oppenhein, Vom Mittelmeer zum Persischen Golf durch den Hauran, die Syrische Wüste und Meso­potamien, tomo II, páginas 5 y 36)

250 S Schneider, Der deutsche Bagdadbahn, 1900, página 3.

251 Saling, Börsengahrbuch, 1911-1912, página 2.211.

252 Saling, Börsengahrbuch, 1911-1912, páginas 360 y 381.

253 W. von Presser, Les chemins de fer en Turquie d’Asie, Zurich, 1900, página, 59.

254 Por lo demás, todo en este país es difícil y complicado. Si el Gobierno quiere implantar un monopolio sobre papel de fumar o naipes, surgen inmediatamente Francia y Austria-Hungría, e interponen el veto en favor de su comercio. Si se trata de petróleo, hace objeciones Rusia. Por último, las potencias menos interesa­das, se unirán para oponerse a cualquier medida de la administración interior. Le ocurre a Turquía lo que a Sancho Panza en su comida: “Cada vez que el ministro de Hacienda quiere coger una cosa, surge algún diplomático para impedírselo, e interponer su veto.” (Lugar citado, página 70)


255 Y no sólo en Inglaterra. Ya en 1859 se difundía por toda Alemania un folleto, cuyo autor decía ser el fabricante Diergardt, en el que se aconsejaba a Ale­mania asegurarse a tiempo el mercado del Asia oriental. Según este folleto, sólo había un medio para conseguir comercialmente algo de los japoneses, y en general de los orientales: el despliegue de fuerza militar. “La flota alemana, construida con los ahorros del pueblo, había sido un sueño de juventud. Hacía mucho tiempo que había sido subastada por Hanibal Fischer. Prusia tenía barcos propios, aunque no constituyesen una flota imponente. No obstante, se decidió organizar una escuadra para entablar negociaciones comerciales en el Extremo Oriente. La dirección de la misión, que perseguía también fines científicos, fue confiada a uno de los hombres de Estado prusiano más capaces y prudentes: al conde Eulemburg. El conde cum­plió su cometido muy hábilmente en las circunstancias más difíciles. Hubo de renunciar al proyecto de entablar también relaciones con las islas Hawai. Por lo demás, la expedición logró su objetivo. A pesar de que los periódicos de Berlín lo sabían todo por entonces, y que en cada noticia acerca de dificultades sobrevenidas comentaban que todo aquello debía haberse previsto y que semejantes demostracio­nes navales sólo conducían a derrochar el dinero de los contribuyentes, el Ministro de la nueva era no cedió en su propósito y los beneficios del éxito les correspondieron a sus sucesores.” (W. Die Ideender deutschen Handelspolitik, página 80)

256 “Una negociación oficial se llevó a cabo (entre los gobiernos inglés y francés, una vez que Michel Chevalier hubo preparado el terreno con Ricardo Cobden) en pocos días y en el mayor misterio. El 5 de enero de 1870, Napoleón anunció sus propósitos en una carta programa, dirigida al ministro de Estado M. Foul. Esta declaración cayó como un rayo. Tras los incidentes del año que acababa de ter­minar, se creía que no se intentaría ninguna modificación del régimen algo­donero antes de 1871. La emoción fue general. No obstante, el tratado se firmó el 23 de enero.” (Auguste Deevers “La politique commerciale de la France depuis 1863”, Schriften des Vereins für Socialpolitik, LI, página 136)

257 La revisión liberal del arancel ruso en 1857 y 1878, la abolición definitiva del insensato sistema proteccionista de Kankrin, fue complemento y expresión de la obra de reforma a que obligó el desastre de la guerra de Crimea. Pero, de un modo inmediato, la rebaja del arancel favorecía, ante todo, los intereses de la propiedad territorial nobiliaria, que, como consumidora de mercancías extranjeras y como productora del trigo exportado al extranjero, tenía interés en que no se pusie­sen trabas al tráfico comercial de Rusia con la Europa occidental. La defensora de los intereses agrícolas, la Sociedad Económica Libre, observaba: “Durante los sesenta años transcurridos desde 1822 hasta 1882, la gran productora de Rusia, la agricultura, ha tenido que sufrir cuatro veces daños inconmensurables que la pusieron en una situación extremadamente critica. En los cuatro casos, la causa inmediata estaba en los aranceles desmedidos. Por el contrario, el período de treinta y dos años que va desde 1845 a 1877, durante el cual rigieron aranceles moderados, transcurrió sin semejantes dificultades, a pesar de las tres guerras y de una guerra civil [se refiere al alzamiento polaco de 1863, R. L.] Cada uno de los cuales impuso una tensión mayor o menor a la capacidad financiera del Estado.” (Memorandum de la Sociedad Imperial Económica Libre con motivo de la revisión del arancel ruso, Petersburgo, 1890, página 148) Que Rusia no ha podido considerarse hasta los últimos tiempos como defensora del librecambio, o, al menos, de un arancel moderado para favorecer los intereses del capital industrial, lo prueba ya el hecho que el apoyo científico de este movimiento librecambista, la mencionada Sociedad Económica Libre se pronunciaba todavía hacia el 90 contra el proteccionismo, calificándolo de medio de “transplante artificial” de la industria capitalista rusa. Los “populistas” reacciona­rios denunciaban, por otra parte, al capitalismo como vivero del moderno proleta­riado: “Aquellas masas de gentes incapaces para el servicio militar, sin propiedad, ni patria, que nada tienen que perder y que, desde hace mucho tiempo, no tienen buena fama…” (Lugar citado, página 171) Véase también K. Lodischensky, Historia del arancel ruso, Petersburgo, 1886, páginas 239-258.

258 También Federico Engels compartía esta opinión. En una de sus cartas a Nico­lai-on (18 de junio de 1892) escribe: “Escritores ingleses, cegados por sus intereses patrios, no pueden comprender por qué el ejemplo librecambista dado por Ingla­terra es rechazado en todas partes y sustituido por el principio de las aduanas pro­teccionistas. Naturalmente, lo que ocurre es que no se atreven, sencillamente, a ver que este sistema proteccionista (hoy casi general) no es más que una medida defensiva más o menos razonable (en algunos casos, incluso, absolutamente estú­pida), contra el mismo librecambio inglés, que ha llevado a tanta altura al mono­polio industrial británico. (Estúpida es, por ejemplo, esta medida en el caso de Alemania, que, bajo el imperio del librecambio, se ha convertido en un gran Estado industrial, y donde el arancel se extiende ahora a productos agrícolas y materias primas, lo que aumenta el costo de la producción industrial.) Yo considero esta con­versión general al proteccionismo, no como una sencilla casualidad, sino como una reacción contra el insoportable monopolio industrial de Inglaterra. La forma de esta reacción puede ser, como ya he dicho, equivocada, inapropiada o incluso peor, pero su necesidad histórica me parece ser completamente clara y evidente.” (Cartas… etcétera, página 71)


259 El doctor Renner, por ejemplo, hace, en efecto, de este supuesto la base de su escrito sobre los tributos. “Todo el valor que se crea en un año [dice] se divide en estas cuatro partes, de las cuales, por consiguiente, hay que sacar los gastos de un año: beneficio, interés, renta y salario. Estas son las cuatro fuentes de tributación particulares.” (Des arbeitende Volks und die Steuern, Viena, 1900, página 9) Cierto que Renner se acuerda inmediatamente de la existencia de los campesinos, pero se deshace de ellos fácilmente: “Un labrador, por ejemplo, es al mismo tiempo em­presario, obrero y propietario territorial. En el rendimiento de su economía aparecen reunidos el salario, el beneficio y la renta.” Es evidente que semejante escisión de los labradores en todas las categorías de la producción capitalista, y el considerar al campesino como su propio empresario, obrero asalariado y propietario, es una mera abstracción. La peculiaridad económica de los labradores (si es que quiere tra­társeles igual que Renner, como una clase indiferenciada) consiste justamente en que no pertenecen ni a los patronos capitalistas ni al proletariado asalariado, y en que no representan producción de mercancías capitalistas, sino simples.

260 El hablar de los cartel y trust como una manifestación especifica de la fase capitalista, en el terreno de la lucha interna entre los diversos grupos de capital que pretenden la monopolización de las zonas de acumulación existentes y por la distribución del beneficio, está fuera del marco de este trabajo.

261 En una respuesta a Woronzof, muy celebrada por los marxistas rusos de su época. escribía, por ejemplo, el profesor Manuilof:

“Aquí hay que distinguir rigurosamente entre el grupo de patronos que fabri­can artículos de guerra y la totalidad de la clase capitalista. Para los fabricantes que producen cañones, fusiles y demás material de guerra, la existencia del ejército es indudablemente provechosa e indispensable. Es muy posible que la desaparición del sistema de la paz armada significase la ruina para la casa Krupp. Pero no se trata de un grupo particular de patronos, sino de los capitalistas como clase de la producción capitalista. Y desde este último punto de vista, es de notar que, cuando la carga tributaria pesa de preferencia sobre la masa de la población tra­bajadora, todo aumento de esta carga disminuye el poder de compra de la población, y al mismo tiempo la demanda de mercancías.” Esto prueba, “que el militarismo, considerado desde el punto de vista de la producción de material de guerra, si en­riquece a unos capitalistas perjudica en cambio a otros; significa, por una parte, un beneficio, pero, por la otra, una pérdida”, (El Mensajero de la Jurisprudencia, 1890, cuaderno I, “Militarismo y capitalismo”,)




262 En suma, el empeoramiento de las condiciones normales en que el obrero re­nueva su fuerza de trabajo, conduce a la disminución de la fuerza de trabajo mis­ma, a la disminución de su intensidad y productividad media, y, por tanto, pone en peligro la producción de plusvalía. Pero estos resultados lejanos, que sólo son sensibles para el capital tras largos períodos de tiempo, no influyen para nada, por lo pronto, en sus cálculos económicos. En cambio, se manifiesta inmediatamente una reacción más acentuada de los obreros asalariados.


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