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Ni Jesús ni los suyos tienen ninguna obligación de pagar. Si lo hacen, no es por respeto al templo, sino al pueblo. «El escán­dalo» es un tema de Mt (cf. 5,29; 11,6; 13,21.57; 15,12; 18,6, etc.).

II

El evangelista san Mateo nos narra el segundo anuncio de Jesús sobre la muerte que iba a sufrir en Jerusalén, así como sobre su resurrección. Nos encontramos también con la tristeza de los discípulos que sólo se transformará en alegría que cuando se predique en Jerusalén, y desde allí a los confines del mundo, el acontecimiento pascual de Jesucristo. El relato del pago del impuesto al Templo y las palabras dirigidas por Jesús a Pedro nos llevan a pensar en las exigencias que tenemos como cristianos respecto de las instituciones que conforman nuestras sociedades, y que están allí para cumplir un deber con la ciudadanía y para garantizar sus derechos. No podemos eximirnos de nuestras obligaciones como ciudadanos de este mundo, pues aquí es donde construimos el reino de Dios. El hecho de que algunas instituciones padezcan el mal de la corrupción no significa que podamos eximirnos de ellas, sino que debemos interferir positiva y críticamente en su transformación y beneficio para todos. Hacernos a un lado confirmará a muchos que no son cristianos, de que quienes lo somos vivimos alienados en otro mundo por causa de nuestra adicción al “opio” Jesucristo. Por eso, lo que es del césar, al césar, y lo que es de Dios, a Dios.



Martes 12 de agosto de 2008

Laura – Julián


EVANGELIO

Mateo 18, 1-5. 10. 12-14


18 1En aquel momento se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:

-Vamos a ver, ¿quién es más grande en el reino de Dios?

2Él llamó a un criadito, lo puso en medio 3y dijo:

-Os aseguro que si no cambiáis y os hacéis como estos chiquillos, no entráis en el reino de Dios; 4o sea, que cualquiera que se haga tan poca cosa como el chiquillo éste, ése es el más grande en el reino de Dios; 5y el que acoge a un chiquillo como éste por causa mía, me acoge a mí.

10Cuidado con mostrar desprecio a un pequeño de ésos, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro de mi Padre celestial.

COMENTARIOS


I
v. 1: Este episodio tiene lugar en la misma casa donde estaban Jesús y Pedro. Es la casa que representa la comunidad de Jesús. Comienza así una instrucción que tiene como punto de partida la pregunta de los discípulos. El reino de Dios es la comunidad cristiana; los discípulos, según la mentalidad del judaísmo, suponen que hay en ésta diferencias de rango.
v. 2: «A un criadito»: el griego paidion (diminutivo de país = mucha­cho / mozo / chico) denota un niño o niña de hasta doce años (cf. Mc 5,42): mozuelo / chiquillo». En muchas lenguas, los términos que designan a un joven se emplean para designar a un sirviente: «mozo de cuerda / de cuadra / de café», «mancebo de botica», «el chico / la chica / muchacha». Griego país = «chico / mozo / servidor / hijo»; diminutivo paidion, desde Aristófanes = «esclavito / chiquillo» (por ejemplo, «el chiquillo de la tienda»).

En este pasaje no se trata de un chiquillo cualquiera, como aparece claramente a continuación (4: «el chiquillo éste»; 5: «un chiquillo como éste/de esta clase»). El chiquillo es un joven sir­viente. Al colocarlo en medio, lo hace Jesús centro de atención y modelo para los discípulos.


v. 3-4. «Si no cambiáis», lit. «si no dais la vuelta», que significa un cambio de dirección (gr. stréphô, no epistrephô, convertirse). «Estos chiquillos», en gr. artículo anafórico; no se trata de chiquillos cuales quiera, sino de la clase representada por el que Jesús ha colocado en el centro. «Hacerse como los chiquillos/servidores» significa renunciar a toda ambición personal. Siendo este cambio condición para entrar en el reino, está en relación con la opción expresada en la primera bienaventuranza (5,3), que es la que permite entrar en el reino; lo mismo, con la fidelidad exigida en 5,20 y con «renegar de sí mismo», condición para el seguimiento (16,24).

«Se haga tan poca cosa», el verbo gr. tapeinoô, como el adjetivo tapeinos, no significan la humildad psicológica, sino la sociológica, la condición humilde. El paso a lo psicológico se hace añadiendo un complemento de interiorización, por ej., «de corazón» (cf. 11,29), o con palabra compuesta (tapeinophrosunê).

En la comunidad cristiana, la grandeza se juzga por criterios opuestos a los de la sociedad. El que sirve, no el que manda, es el más grande. Toda ambición de preeminencia o de dominio queda excluida.
v. 5: El chiquillo/servidor pasa a ser modelo de discípulo. La disposición al servicio debe acompañar al discípulo en la misión (cf. 10,14: «si alguien no os recibe/acoge»; 10,40); ella hace que el discípulo lleve consigo la presencia de Jesús.
v. 10: La conclusión de lo anterior viene enfatizada por Jesús con la comparación de los ángeles. Según la creencia judía, sólo podían contemplar el rostro de Dios los llamados siete ángeles del Servi­cio. Más tarde, por subrayar la trascendencia divina, se pensó que ni siquiera éstos podían hacerlo. Para ponderar el respeto debido a los pequeños se apoya Jesús sobre esa imagen: los pequeños son delante de Dios los más importantes de los hombres; lo que a ellos ocurre tiene inmediata resonancia ante el Padre del cielo.

II

Ante la pregunta “¿quién es el más grande en el reino de Dios?”, que le hacen los discípulos, Jesús responde con ayuda de un gesto: “llamó a un niño y lo colocó en medio”. Los niños, como las mujeres, ocupaban en tiempos de Jesús un puesto insignificante. Valía más un esclavo. Esta respuesta de Jesús nos trae a la memoria la acción y figura del Dios del Antiguo Testamento, quien puso su atención de una manera especial en los necesitados y humillados de la tierra, sin despreciar a los que no lo fueran. Para Dios Padre es más importante atraer hacia sí al que está perdido, abatido, abandonado y excluido, que a aquél que ya se encuentra “justificado” por su posición y participación social. Pensemos en tantos “pequeños” que forman parte de nuestras sociedades y a quienes Dios dirige una atención especial: drogadictos, prostitutas, presos, indigentes y tantos otros. Dios no nos llama a despreciar, sino a amar; y así como su amor por la humanidad no se fracciona, como cristianos hemos de velar para que nuestra caridad no se dirija sólo a unos cuantos. El reto del cristianismo hoy en día es seguir llegando a aquéllos que son despreciados, como noticia de que Dios ama y acoge.



Miércoles 13 de agosto de 2008

Hipólito – Víctor

Btos. Mártires Claretianos de Barbastro
EVANGELIO

Mateo 18, 15-20


15Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas en­tre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano. 16Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos (Dt 19-15).

17Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador.

18Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra que­dará desatado en el cielo. 19Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, 20pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio de ellos, estoy yo.

COMENTARIOS


I

v. 15: Si tu hermano te ofende, ve y házselo ver, a solas en­tre los dos. Si te hace caso, has ganado a tu hermano.

La ofensa crea división en la comunidad y ésa ha de ser repa­rada lo antes posible. Por eso, Jesús no prescribe al ofensor que vaya a pedir perdón al ofendido, sino, al contrario, es éste quien ha de tomar la iniciativa, para mostrar que ha perdonado y facilitar la reconciliación. El ofensor ha de mostrar su buena voluntad re­conociendo su falta. Dado lo anormal que es esta situación en la comunidad y el daño que puede producir, no se dará publicidad al asunto. Es un caso particular del expuesto en la parábola de la oveja perdida. Cuando el extravío tiene por causa una falta contra un miembro de la comunidad, que nadie sabe más que éste, ha de considerarse responsable de atraer a la unidad al culpable.
vv. 16-17: Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que toda la cuestión quede zanjada apoyándose en dos o tres testigos (Dt 19-15).

17Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un recaudador.

En caso de que el ofensor no quiera reconocer su falta, algunos otros miembros pueden apoyar la oferta de reconciliación. Mt cita Dt 19,15. Se mueve en ambiente judío. Si el individuo tam­poco acepta el arbitraje y se niega a restablecer la unidad, el ár­bitro será la comunidad entera. Si fracasa el intento, el ofendido se desentiende del ofensor, lo considera como un extraño para sí.

El uso de los términos «pagano» y «recaudador» es sorprenden­te, dado que Jesús era llamado amigo de pecadores y recaudado­res (11,19). Pero el texto no habla de individuos, sino de situaciones. Jesús no aprobaba la situación de recaudadores y pecadores, aunque no la consideraba definitiva y les ofrecía la posibilidad de salir de ella. Sin embargo, esas situaciones eran objetivamente de error e injusticia: el pagano equivale al que no conoce al verda­dero Dios; el recaudador, al que, conociéndolo, hace caso omiso de su voluntad.
v. 18: Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra que­dará desatado en el cielo.

. Se dirige Jesús a la comunidad, repitiendo las palabras di­chas a Pedro como primer creyente (16,19). Todos los que profesan la misma fe en Jesús pueden decidir sobre admitir o expulsar de la comunidad. Se ve que Pedro en aquella escena era prototipo de la comunidad misma. La decisión humana está refrendada por Dios.


vv. 19-20: Os lo digo otra vez: Si dos de vosotros llegan a un acuerdo aquí en la tierra acerca de cualquier asunto por el que hayan pedido, surtirá su efecto por obra de mi Padre del cielo, 20pues donde están dos o tres reunidos apelando a mí, allí en medio de ellos, estoy yo.

Jesús repite el mismo principio con otras palabras. La traducción de este pasaje es difícil.

La correspondencia temática de los dos versículos se aprecia por la oposición entre tierra y cielo y entre hombres y Dios (implí­cito en los verbos pasivos de v. 18). El tema común es que lo acor­dado por los hombres queda confirmado por Dios.

Entra, sin embargo, en la segunda formulación el elemento de la petición. La eficacia del acuerdo se debe a la presencia de Jesús entre los que apelan a él. No se toman, pues, las decisiones a la ligera, ni resultan tampoco del mero parecer humano: se hacen contando con la presencia del Señor en el grupo cristiano a quien se dirige la petición. Las expresiones «por el que hayan pedido» (19) y «apelando a mí» (20) son equivalentes.

II
Dios llama la atención por medio del profeta Ezequiel sobre cómo el corazón del ser humano es capaz de enorgullecerse de sí mismo y de su fuerza, que le llevan a apartarse no sólo de Dios, sino de todo aquello que implica a los demás, trayendo sobre sí la destrucción. San Mateo nos hace caer en cuenta en su evangelio de que el proyecto salvífico de Dios para la humanidad acontece en el seno de la comunidad, de la Iglesia. Por tanto, se hace urgente que el ser humano se sienta vinculado de tal manera a su comunidad, que en ella no vea a extraños, sino a hermanos; que llegue a percibir la profundidad del mandato del amor que se hace dinámico en la medida en que cada uno de nosotros sea capaz de meterse en los zapatos del otro, no quedándose con su pecado, sino con su ser valioso como persona. Necesitamos darmos cuenta de que sin el otro no crecemos, y que si deseamos seguir afianzándonos con la ayuda del Señor, debemos afianzarnos con el que está a nuestro lado. Ser cristiano implica ser Iglesia, comunidad de Cristo.

Jueves 14 de agosto de 2008

Tarcisio – Alfredo – Maximiliano Kolbe
EVANGELIO

Mateo 18, 21-19,1


21Entonces se adelantó Pedro y le pregunto:

-Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces?

22Jesús le contestó:

-Siete veces, no; setenta veces siete.

23Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados. 24Para empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. 25Como no tenía con que pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso.

26El empleado se echó a sus pies suplicándole:

-Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo.

27El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel em­pleado, perdonándole la deuda.

28Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando:

-Págame lo que me debes.

29El compañero se echó a sus pies suplicándole:

-Ten paciencia conmigo, que te lo pagare.

30Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

31Al ver aquello sus compañeros, quedaron conster­nados y fueron a contarle va su señor lo sucedido. 32Entonces el señor llamó al empleado y le dijo:

-¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. 33¿No era tu deber tener también compa­sión de tu compañero como yo la tuve de ti? 34y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

35Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.

19 1Cuando terminó estas palabras, pasó Jesús de Galilea al territorio de Judea del otro lado del Jordán.

COMENTARIOS


I
vv. 21-22: Entonces se adelantó Pedro y le pregunto: -Señor, y si mi hermano me sigue ofendiendo, ¿cuántas veces lo tendré que perdonar?, ¿siete veces? 22Jesús le contestó: -Siete veces, no; setenta veces siete..

Se discutía sobre el número de veces que había que per­donar, y solía proponerse el número cuatro como cifra máxima. Pedro va más allá, pero se mueve aún en el plano de la casuística. La pregunta de Pedro se refiere directamente al v. 15. La respues­ta de Jesús juega con el término «siete» propuesto por Pedro, alu­diendo a Gn 4,24 (cántico de Lamec): «si la venganza de Caín valía por siete, la de Lamec valdrá por setenta y siete». El perdón debe extenderse hasta donde ]legó el deseo de venganza.


vv. 23-34: Por esto el reinado de Dios se parece a un rey que quiso saldar cuentas con sus empleados. 24Para empezar, le presentaron a uno que le debía muchos millones. Como no tenía con que pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, con su mujer, sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara con eso. 26El empleado se echó a sus pies suplicándole:

-Ten paciencia conmigo, que te lo pagaré todo. 27El señor, conmovido, dejó marcharse a aquel em­pleado, perdonándole la deuda.

El sentido de la parábola es claro. «Empleados»: lit. «siervos/esclavos». En la concepción de la corte oriental, donde el rey era señor absoluto, todos los miembros de la corte, por alta que fuera su categoría, se consideraban siervos del rey (1 Sm 8,14; 2 Re 5,6; Mt 25,14-30). En este pasaje, un siervo que debía millones al rey era ciertamente un personaje importante.

v. 28: Pero, al salir, el empleado encontró a un compañero suyo que le debía algún dinero, lo agarró por el cuello y le decía apretando: -Págame lo que me debes. 29El compañero se echó a sus pies suplicándole: -Ten paciencia conmigo, que te lo pagare. 30Pero él no quiso, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. 31Al ver aquello sus compañeros, quedaron conster­nados y fueron a contarle va su señor lo sucedido.

«Algún dinero»: lit. «cien denarios». El denario era el jor­nal de un obrero.

v. 32: 32Entonces el señor llamó al empleado y le dijo:

-¡Miserable! Cuando me suplicaste te perdoné toda aquella deuda. 33¿No era tu deber tener también compa­sión de tu compañero como yo la tuve de ti? 34y su señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda su deuda.

35Pues lo mismo os tratará mi Padre del cielo si no perdonáis de corazón, cada uno a su hermano.

«¡Miserable!»: lit. «siervo malvado». En las invectivas, el castellano suele omitir el nombre, dejando sólo el adjetivo. Es lí­cito hacerlo aquí porque el concepto «siervo» no tiene relación con lo que sigue, donde no se habla más de actividad. «Miserable» con­cuerda mejor con el contexto (idea de mezquindad) que «malvado».

Nótese la oposición entre v. 27: «tuvo lástima», y v. 34: «indig­nado». El v. 35 aplica a la comunidad el principio general enuncia­do en 6,14s. «Perdonar de corazón» está en relación con la sexta bienaventuranza (5,8). La moraleja de la parábola es la siguiente: si Dios perdona graciosamente las mayores deudas, nadie puede aducir razón válida para negar a otro el perdón (cf. 5,9.48).
19,1: Cuando terminó estas palabras, pasó Jesús de Galilea al territorio de Judea del otro lado del Jordán..

Continúa el viaje a Jerusalén, mencionado en 16,21. Des­pués del discurso de las parábolas (13,1-35), Jesús no vuelve a en­señar a las multitudes, pero las cura (cf. 14,14).

II

Ezequiel, como otros profetas enviados por Dios, no se guarda ni siquiera estos difíciles oráculos, a sabiendas de que pone en riesgo su propia vida. Pero el destierro no es el fin. Nunca ha estado en la mente de Dios, por lo evidenciado en la historia de su revelación, eliminar a la criatura más amada de su Creación, el ser humano. En el evangelio nos encontramos con una intervención de Pedro, quien, formado en el judaísmo, pregunta a Jesús por lo que ha de ser justo al momento de ser ofendido, y traza con su afirmación “de si hasta siete” una nueva medida magnánima respecto a la que establecía la Ley, que era de tres. Jesús, como la Nueva Ley, deja en claro que el perdón, como fruto en el ser humano de su relación con Dios–Amor, ha de ser siempre “setenta veces siete”. No podemos quedarnos con algo que nos ha sido dado para concederlo en todo momento, como es el perdón. “Lo que gratis hemos recibido, hemos de concederlo gratis”. De lo contrario, será una mentira aquella petición que deseamos se realice en nuestra vida cristiana por medio de la oración del Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.



Viernes 15 de agosto de 2008

Asunción de María

Matilde
EVANGELIO

Lucas 1, 39-56


39Por aquellos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, a un pueblo de Judá; 40entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41A1 oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo. 42y dijo a voz en grito:

-¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! 43y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45¡Y dichosa tú por haber creído que llegará a cumplirse lo que te han dicho de parte del Señor!

46Entonces dijo María:

-Proclama mi alma la grandeza del Señor

47y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador,

48porque se ha fijado en la humillación de su sierva. Pues mira, desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones,

49porque el Potente ha hecho grandes cosas en mi

favor: Santo es su nombre

50y su misericordia llega a sus fieles

de generación en generación.

515u brazo ha intervenido con fuerza,

ha desbaratado los planes de los arrogantes:

52derriba del trono a los poderosos

y encumbra a los humildes;

53a los hambrientos los colma de bienes

y a los ricos los despide de vacío.

54Ha auxiliado a Israel, su servidor,

acordándose, como lo había prometido a nuestros padres,

55de la misericordia en favor de Abrahán y su des­cendencia,

por siempre.

56María se quedó con ella cuatro meses y se volvió a su casa.

COMENTARIOS


I
EL SERVICIO SOLICITO

DEJA UNA ESTELA DE ALEGRIA

«Por estos mismos días María se puso en camino y fue a toda prisa a la sierra, en dirección a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel» (1,39-40). El nexo temporal que une esta nueva escena con la anterior es de los más estrecho, imbricándolas íntimamente. María se olvida de sí misma y acude con presteza en ayuda de su pariente, tomando el camino más breve, el que atravesaba los montes de Samaría. Lucas subraya su prontitud para el servicio: el Israel fiel que vive fuera del influjo de la capital (Nazaret de Galilea) va en ayuda del judaísmo oficial (Isabel; «Judá», nombre de la tribu en cuyo territorio estaba Jerusalén). Al igual que el ángel «entró» en su casa y la «saludó» con el saludo divino, María «entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel». De mujer a mujer, de mujer embarazada a mujer embarazada, de la que va a ser Madre de Dios a la que será madre del Precursor.

«Al oír Isabel el saludo de María, la criatura dio un salto en su vientre e Isabel se llenó de Espíritu Santo» (1,41). El saludo de María comunica el Espíritu a Isabel y al niño. La presencia del Espíritu Santo en Isabel se traduce en un grito poderoso y profético: « ¡ Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Y ¿quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Mira, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. ¡Dichosa la que ha creído que llegará a cumplirse lo que le han dicho de parte del Señor!» (1,42-45).

Isabel habla como profetisa: se siente pequeña e indigna ante la visita de la que lleva en su seno el Señor del universo. Sobran las palabras y explicaciones cuando uno ha entrado en la sintonía del Espíritu. La que lleva en su seno al que va a ser el más grande de los nacidos de mujer declara bendita entre todas las mujeres a la que va a ser Madre del Hombre nuevo, nacido de Dios. La expresión «Mira» concentra, como siempre, la atención en el suceso principal: el saludo de María ha servido de vehículo para que Isabel se llenase de Espíritu Santo y saltase de alegría el niño que llevaba en su seno. La sintonía que se ha establecido entre las dos mujeres ha puesto en comunicación al Precursor con el Mesías. La alegría del niño, fruto del Espíritu, señala el momento en que éste se ha llenado de Espíritu Santo, como había profetizado el ángel. A diferencia de Zacarías, María ha creído en el mensaje del Señor y ha pasado a encabezar la amplia lista de los que serán objeto de bienaventuranza.


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