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Esta fuerza, que Dios concede a los que se la piden, es la fuerza del Espíritu Santo (cf. 11,13). María ha resultado ser la primera gran «favorecida/agraciada»; Jesús será « el Mesías/Un­gido» o «Cristo»; nosotros seremos los «cristianos», no de nom­bre, sino de hecho, siempre que, como María, nos prestemos a colaborar con el Espíritu. Esta es la gran tradición que éste inicia, después de liberarnos de las inhibiciones, frustraciones y fanatis­mos del pasado (familiar, religioso, nacional), la que uno mismo va amasando a lo largo de repetidas experiencias y que delata siempre su presencia manifestándose espontáneamente bajo for­ma de frutos abundantes para los demás.
LA UTOPIA ES EL COPYRIGHT DE DIOS

La incredulidad de Zacarías, quien pedía pruebas, por con­siderar que tanto su senectud como la de su mujer no ofrecían garantía alguna de éxito para la empresa que se le anunciaba (cf 1,18), se tradujo en «sordomudez». A María, en cambio, que no ha pedido prueba alguna que confirmara la profecía, el ángel añade una señal: «Y mira, también tu pariente Isabel, en su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses, porque para Dios no hay nada imposible» (1,36).

La repetición, por tercera vez (cf. 1,7.18.36), del tema de la «vejez/esterilidad» sirve para recalcar al máximo la situación límite en que se encontraba la pareja; la repetición del tema de los «seis meses» constituye el procedimiento literario más idóneo para enmarcar (abre y cierra el relato) el nacimiento del Hombre nuevo en el «día sexto» de la nueva y definitiva creación. La fuerza creadora de Dios no tiene límites: no sólo ha de­vuelto la fecundidad al Israel religiosamente estéril, sino que ha recreado el Hombre en el seno de una muchacha del pueblo cuando todavía era «virgen», sin concurso humano, excluyendo cualquier atisbo de tradición paterna que pudiese poner en pe­ligro la realización del proyecto más querido de Dios.
EL «NO» DEL HOMBRE RELIGIOSO

Y EL «SI» DE LA MUCHACHA DEL PUEBLO

Zacarías no dio su consentimiento, pero Dios realizó su pro­yecto (lo estaba «esperando» el pueblo). María, en cambio, da su plena aprobación al anuncio del ángel: «Aquí está la sierva del Señor; cúmplase en mí lo que has dicho» (1,38a). María no es «una sierva», sino «la sierva del Señor», en representación del Israel fiel a Dios (Is 48,8.9.20; 49,3; Jr 46,27-28), que espera impaciente y se pone al servicio de los demás aguardando el cumplimiento de la promesa.

El díptico del doble anuncio del ángel termina lacónicamen­te: «Y el ángel la dejó» (1,38b). La presencia del mismo mensa­jero, Gabriel , que, estando «a las órdenes inmediatas de Dios»¡ (1, 19a), «ha sido enviado» a Zacarías (1,19b), primero, apareciéndosele «de pie a la derecha del altar del incienso» (1,11), y luego «ha sido enviado por Dios» nuevamente a María (1,26), presentándose en su casa con un saludo muy singular, pero sin darle más explicaciones (1,28), une estrechamente uno y otro relato. Por eso, sólo una vez ha concluido su misión, se comprue­ba su partida.

La descripción de la primera pareja, formada por Zacarías e Isabel, reunía los rasgos característicos de lo que se consideraba como la crema del árbol genealógico del pueblo escogido: Judea / ­Jerusalén, región profundamente religiosa; sacerdote, de origen levítico; estricto observante de la Ley; servicio sacerdotal en el templo, entrada en el santuario del Señor para ofrecer el incienso el día más grande y extraordinario de su vida, constituyen la imagen fiel del hombre religioso y observante. Pese a ello, la pareja era estéril y ya anciana, sin posibilidad humana de tener descendencia; ante el anuncio, Zacarías se alarmó, quedó sobre­cogido de espanto, replicó, se mostró incrédulo, pues no tenia fe en el mensajero ni en su mensaje. El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación, no creía ya en lo que profesaba, sus ritos estaban vacíos de sentido.

La descripción de la segunda pareja, todavía no plenamente constituida, formada por María desposada con José, pero sin cohabitar con él (los esponsales eran un compromiso firme de boda: podían tener lugar a partir de los doce años y generalmente duraban un año), invierte los términos: Galilea, región paganiza­da; Nazaret, pueblo de guerrilleros; muchacha virgen, no fecun­dada por varón; de la estirpe davídica por parte de su futuro consorte: es la imagen viviente de la gente del pueblo fiel, pero sin mucha tradición religiosa.

No obstante, María ha sido declarada favorecida, goza del favor y de la bendición de Dios, se turba al sentirse halagada, tiene fe en las palabras del mensajero, a pesar de no verlo huma­namente viable, cree de veras que para Dios no hay nada impo­sible. Lo puede comprobar en su prima Isabel, la estéril está embarazada, y ofrece su colaboración sin reticencias. El si de María, dinamizado por el Espíritu Santo, concebirá al Hombre-­Dios, el Hombre que no se entronca -por línea carnal- con la tradición paterna, antes bien, se acopla a la perfección -por línea espiritual- con el proyecto de Dios.

II

Lucas relata el episodio de la Anunciación con lujo de detalles. En primer lugar señala la condición de María, la joven nazarena apenas comprometida con José. Ella ha encontrado gracia ante los ojos de Dios. Por eso la ha elegido como Madre del Salvador. Perpleja, pregunta como podrá suceder tal cosa si aún su matrimonio con José no ha sido consumado. La respuesta es contundente: es una acción maravillosa de Dios. La constatación de que se trata de una intervención divina es la gravidez de Isabel. Ante estas palabras María responde positivamente a la vocación recibida. Ella es una mujer sencilla, humilde, pobre, aldeana. Pero es una mujer creyente. Por eso ha sido elegida para tan gran misión. En esto precisamente consiste el reinado de María. Va a ser la madre del Rey, pero un rey diferente a todos, que inaugura un reinado de salvación para todo el pueblo, para toda la humanidad. Su fundamento es la paz, la justicia y el amor. Es un reino de gracia y verdad. María es la Reina de este reino. También nosotros, como María, hemos sido convocados a participar en este proyecto novedoso: El reino de Dios.



Sábado 23 de agosto de 2008

Rosa de Lima (en Latinoamérica, el día 30)

Donato
EVANGELIO

Mateo 23, 1-12


23 1Entonces Jesús, dirigiéndose a las multitudes y a sus discípulos, 2declaró:

-En la cátedra de Moisés han tomado asiento los le­trados y los fariseos. 3Por tanto, todo lo que os digan, hacedlo y cumplidlo..., pero no imitéis sus obras, porque ellos dicen, pero no hacen.

4Lían fardos pesados y los cargan en las espaldas de los hombres, mientras ellos no quieren empujarlos ni con un dedo.

5Todo lo hacen para llamar la atención de la gente: se ponen distintivos ostentosos y borlas grandes en el manto: 6les encantan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas, 7que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame «Rabbí».

8Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar «Rabbí», pues vuestro maestro es uno solo y vosotros todos sois hermanos; 9y no os llamaréis «padre» unos a otros en la tierra, pues vuestro Padre es uno solo, el del cielo; 10tampoco dejaréis que os llamen «directores», porque vuestro director es uno solo, el Mesías. 11El más grande de vosotros será servidor vuestro. 12A quien se encumbra, lo abajárán, y a quien se abaja, lo encumbrarán.

COMENTARIOS


I
v. 1. Para empezar, Jesús no se dirige a letrados y fariseos, sino a la gente y a sus discípulos. Su denuncia pretende abrirles los ojos para que conozcan la calidad de los que se proclaman maes­tros y se liberen de su yugo.
v. 2. En Dt 18,15.18 se anunciaban profetas como los sucesores de Moisés. El puesto de los profetas lo han tomado los doctores de la Ley y sus observantes. Se ha sustituido la referencia a Dios, propia de los profetas, por la referencia a Un código minuciosa­mente comentado e interpretado, que ahoga al hombre en la ca­suística. Recuérdense los 613 mandamientos que se distinguían en la Ley, todos obligatorios por igual.
v. 3. Los puntos suspensivos indican la ironía de la frase. El segundo miembro neutraliza al primero, pues nadie hace caso de maestros sabiendo que son hipócritas. Esta interpretación se con­firma por el hecho de que Jesús ataca no sólo la conducta, sino también la doctrina de los fariseos (15,6-9.14; 16,12; 23,13.15.16-22). No puede, por tanto, estar recomendando que hagan lo que dicen.
v. 4. «Los fardos pesados» se oponen a «la carga ligera» de Je­sús (11,30). La doctrina propuesta por los letrados es una carga insoportable. Es más, ellos, que la proponen como obligatoria, no ayudan en nada a su observancia, se desentienden de los que ten­drían que observarlas. No pretenden, por tanto, ayudar a los hom­bres, sino dominar por medio de su doctrina.
v. 5. «Se ponen distintivos ostentosos», lit. «ensanchan sus filac­terias». Este término significa «medio de protección» contra el mal, y en el contexto judío, probablemente «medio de custodian conservar en la memoria» la ley de Moisés; consistían en unos colgantes que llevaban escritos ciertos pasajes de la Ley (Dt 11,13-22; 6,4-9; Ex 13,11-16.2-10) y eran el cumplimiento material de Ex

13,9.16; Dt 6,8; 11,18 («meteos estas palabras mías en el corazón y en el alma, atadlas a la muñeca como un signo, ponedlas de señal en vuestra frente»). Se colgaban en la frente y en la muñeca los días de trabajo para la oración de la mañana y se pronunciaba una bendición a Dios. Los fariseos devotos las llevaban puestas todo el día, y más grandes de lo ordinario, para ostentar su fidelidad a la Ley.

No existe equivalente exacto en nuestra cultura, lo más aproximado serían los distintivos ostentosos de la propia piedad o consagración a Dios. La traducción más cercana al original será: «se cuelgan amuletos anchos/insignias/distintivos ostentosos»; el objetivo de aquella exhibición ha de ser explicado.
vv. 7-8. «Señor mío», «monseñor», significado de «rabbí» en la época de Jesús; era título dado a los maestros eminentes de la Ley. De ordinario se traduce «maestro», pero en este texto, donde Mt opone el término hebreo al griego, es mejor conservarle su sentido de título.

Aunque el texto no lo indica, estas palabras de Jesús están dirigidas a sus discípulos. Jesús insiste en la igualdad entre los suyos. Nadie de su comunidad tiene derecho a rango O privilegio; nadie depende de otro para la doctrina: el único maestro es Jesús mismo: todos los cristianos son «hermanos», iguales. De hecho es Jesús solo quien puede revelar al hombre el ser del Padre (11,27). Esta es la verdadera enseñanza, que consiste en la experiencia que procura el Espíritu. Esto indica que en su comunidad lo único que tiene vigencia es lo que procede de él, que nadie puede arrogarse el derecho a constituir doctrina que no tenga su fundamento en la que él expone y su base en la experiencia que él comunica, y que en esta tarea todos son iguales.


v. 9. «Y no os llaméis padre»: título de los maestros y de los miembros del Gran Consejo (Hch 7,2; 22,1).

El título «padre» se usaba para los rabinos y los miembros del Gran Consejo. «Padre» significaba transmisor de la tradición y modelo de vida. Jesús prohibe a los suyos reconocer ninguna paternidad terrena, es decir, someterse a lo que transmiten otros ni tomarlos por modelo. Lo mismo que él no tiene padre humano, tampoco los suyos han de reconocerlo en el sentido dicho. El dis­cípulo no tiene más modelo que el Padre del cielo (cf. 5,48) y a él sólo debe invocar como «Padre» (6,9). Se adivina en las pala­bras de Jesús la relación que crea el Espíritu: él es la vida que procede del verdadero Padre, y el agente de la semejanza del hom­bre con el Padre.


v. 10. El término usado por Mt significa el consejero y guía es­piritual. Lo mismo que el título de Maestro, Jesús se reserva tam­bién éste y previene contra toda usurpación. Es él, en cuanto Me­sías, el que señala el camino y es objeto de seguimiento.
v. 11. Establecida la diferencia entre el comportamiento de los rabinos y el de los discípulos (8-10), define Jesús cuál es la ver­dadera grandeza, en oposición a las pretensiones de los letrados y fariseos; prescribe el espíritu de servicio, en contraste con la falta de ayuda de los maestros de la Ley a los que tienen que cumplirla (v. 4).
v. 12. Contra el deseo de preeminencia, enuncia Jesús el principio que ha de orientar a su comunidad. El sujeto no indicado de los verbos «lo abajarán, lo encumbrarán» es Dios mismo. El principio enuncia, por tanto, un juicio de Dios sobre las actitudes humanas. La estima que pretenden los rabinos ante los hombres, es deses­tima a los ojos de Dios.

II

Como evidenciamos a partir de la lectura del evangelio de hoy, no sólo en tiempos de Jesús, sino también en el nuestro han existido y seguirán existiendo hombres y mujeres empeñados en llevar a otros a la salvación sin ser ellos mismos precisamente reflejos de ella. Cuántos hombres y mujeres de nuestro tiempo buscan para sí el ruido de los aplausos, la benevolencia de parte de los otros, tener y gozar siempre de la razón y del prestigio. Son muchos los que no tienen por alimento hacer la voluntad del Padre, sino la suya propia, y en busca de llegar a saciarla llevan a quienes les siguen a enormes sacrificios. Jesús nos invita a ser coherentes con nuestra vida; a no tener doblez de conciencia o corazón. Nos llama a ser, desde un testimonio de vida cristiana consciente y convencida, Palabra de Dios que reanima y recrea la vida de quienes caminan por el mundo sin un sentido que les dé esperanza. Que Dios nos conceda ser luz, sal y fermento para el mundo en su Hijo Jesucristo, en medio de nuestras particulares realidades.


Domingo 24 de agosto de 2008


VIGESIMO PRIMER DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Isaías 22, 19-23

Salmo responsorial: 137, 1-3. 6-8

Segunda lectura: Romanos 11, 33-36


EVANGELIO

Mateo 16, 13-20


13Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:

-¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

14Contestaron ellos:

-Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jerernías o uno de los profetas.

15E1 les pregunto:

-Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?

16Simón Pedro tomó la palabra y dijo:

-Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.

17Jesús le respondió:

-¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! Porque eso no ha salido de ti, te lo ha revelado mi Padre del cielo. 18Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad y el poder de la muerte no la derrotará. 19Te daré las llaves del reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que des­ates en la tierra quedará desatado en el cielo.

20Y prohibió a sus discípulos decir a nadie que él era el Mesías.

COMENTARIOS


I
LASTRE DE SIGLOS

Mientras la larga fila de cardenales de anacrónico y pomposo atuendo se postraba ante Juan Pablo II para rendirle pleitesía y obediencia en el día de la inauguración de su pontificado, la coral del Vaticano repetía sin cesar: "Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de Dios; así, lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo". Son palabras de Jesús a Pedro. Con anterioridad el Maestro nazareno había preguntado a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Pedro, como portavoz del grupo, se adelanto. en la respuesta: "Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo


Las palabras de Jesús a Pedro se han interpretado de un modo excesivamente personalista, aplicadas en exclusiva al Papa durante siglos. El absolutismo histórico del sucesor de Pedro -del que quedan aún restos en la persona del actual Pontífice- su personalismo y autoritarismo se han basado en una abusiva interpretación de las mismas. Por eso conviene precisar qué es lo que Jesús prometió y a quién.
En primer lugar hay que decir que el poder de atar y desatar, simbolizado en la entrega de llaves, reside en todo el grupo de discípulos y no sólo en Pedro. Lo que Jesús prometió a Pedro, se lo concedería más tarde a todos los discípulos. Lo leemos en el Evangelio de Mateo (18,18): "Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo".
En segundo lugar, Pedro es la piedra sobre la que Jesús edificará la Iglesia, en la medida en que hace de portavoz y expresa la fe de un grupo de discípulos que reconoce en Jesús al Mesías, al hijo de Dios vivo. Dicho de otro modo, la afirmación de Pedro "Tú eres el Mesías", y no su persona, débil y voluble, es la piedra sobre la que Jesús -y no Pedro- edificará la Iglesia.
Entendidas así las cosas, pienso que el gobierno de la Iglesia, encomendado a los Sumos Pontífices -título de emperadores e impropio del Papa- debiera ser democrático. El personalismo del Vicario de Cristo, tan celosamente fomentado por los jerarcas vaticanos y sus delegados de provincias, los obispos, no tiene base en el Evangelio. Si el Papa, como Pedro, es portavoz de un grupo, esto quiere decir que, dentro del grupo de los cristianos que forman la Iglesia, todos tienen derecho a hablar y expresar su opinión. Todos deberían tener voz y voto. No debiera haber nada reservado exclusivamente a la persona del Papa, sin antes haber pasado por el Colegio Episcopal, que tiene autoridad en tanto en cuanto representa al pueblo de Dios. La autoridad del Papa debe ser, por tanto, el resultado de una escucha atenta y obediente al pueblo, a quien el refranero otorga autoridad divina: Vox populi, vox Dei.
Digámoslo claro, la Iglesia no está fundada sobre la persona del Papa que "a rey muerto, rey puesto", sino sobre la confesión de Pedro, portavoz de un puñado de discípulos ilusionados con su Maestro.
Qué lejos está aún el camino que va del Papa a Pedro. Qué trabajo cuesta reconocer en el "Santo Padre" al sencillo pescador galileo. Aquel Pedro al que todos llamaron de tú, hoy -en la persona del Pontífice- está situado entre los grandes de la tierra, con innumerables títulos y atenciones que hablan de poder y grandeza a todos los niveles: Jefe de Estado, Sumo Pontífice, Santo Padre, Vicario de Cristo... Sólo uno debiera practicar quien ostenta el máximo servicio en la Iglesia: Siervo de los siervos de Dios. Pero de verdad. Ayudémosle a desprenderse de tanto lastre de siglos.

II
Y VOSOTROS, ¿QUE DECIS?



La pregunta se mantiene planteada. Quien quiera conside­rarse seguidor de Jesús debe responder. Y no vale una res­puesta cualquiera. Ni siquiera es suficiente responder que Je­sús es el Hijo de Dios: hay que decir de qué Dios hablamos. Porque Jesús es Hijo del Dios de la Vida.
¿UNO MAS?

Fuera del país de Israel, en donde la esperanza en un me­sías hijo de David no tiene sentido, Jesús plantea a sus discí­pulos una pregunta fundamental: ¿Qué es lo que se ha enten­dido de su persona, de su mensaje, de su actividad? «¿Quién dice la gente que es el Hombre? »

Las respuestas indican que, para la mayoría de la gente, el mensaje de Jesús no ha llegado a romper la dura coraza de las tradiciones y creencias más o menos populares: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Todas las respuestas que recuerdan los discí­pulos se mantienen en el más estricto ámbito de la religión judía: Jesús es otro de los muchos hombres que Dios ha en­viado a su pueblo, como Juan Bautista, Elías, Jeremías... Alguien que les recuerda otra vez que constituyen el pueblo ele­gido del Señor, el compromiso que asumieron con él al aceptar la alianza del Sinaí y la obligación que tienen de cumplir sus leyes y mandatos, poniendo el énfasis quizá -a Jesús lo colo­can en la línea de los profetas- en aquellos mandamientos que se refieren a la práctica de la justicia y el amor dentro del pueblo. Uno más. Cierto que suscita el interés, que atrae por su manera de hablar, ....... Parece que nadie se ha dado cuenta de la novedad tan radical que Jesús representa y de lo absolutamente nuevas que son sus propuestas.
HIJO DE DIOS VIVO

Pero lo que quería Jesús no era informarse de lo que decía la gente; era la respuesta de sus discípulos la que de verdad le interesaba: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Asumien­do la representación de los demás discípulos, responde Pedro.

Al contar este episodio, Marcos y Lucas dicen que Pedro respondió: «El Mesías» y «El Mesías de Dios», respectiva­mente. Según estos dos evangelistas, los discípulos habían des­cubierto ya que Jesús era el Mesías, peto el concepto que te­nían de mesías era el del líder nacionalista de las tradiciones judías. Mateo, que como cada evangelista tiene su manera par­ticular de presentar el mensaje de Jesús, pone en boca de Pe­dro una respuesta más completa: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». No es cuestión que nos deba interesar mucho cuál de las tres respuestas fue la que realmente pronunció Pedro. Lo que Mateo quiere es explicar a sus lectores cuál es el auténtico mesianismo de Jesús.

Jesús es el Mesías, pero no un mesías cualquiera; él es el Hijo de Dios; Mateo ya lo había dicho: Jesús es «Dios con nosotros» (Mt 1,23). Jesús no es sólo un enviado de Dios; es el Hombre-Dios, es el rostro humano de Dios (véase el comen­tario del domingo vigésimo noveno del tiempo ordinario).

Pero es hijo no de un Dios cualquiera, sino del Dios vivo, esto es, del Dios que defiende la vida, que da la vida, del Dios que quiere ser Padre. Y porque es hijo de ese Dios, participa naturalmente de su vida, por lo que, al final, vencerá a la muerte y ofrecerá su vida para que todos puedan llegar a ser hijos y hermanos.
CIMENTADA EN ROCA

A la respuesta de Pedro, Jesús reacciona con una bienaven­turanza: « ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!», mostrándose de acuerdo con su contenido. La respuesta de Pedro, añade Jesús, procede de Dios mismo, de su Padre: «Porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre del cielo».

Esa fe confesada por Pedro y que tiene su origen en el Padre, dice Jesús que es la roca sobre la que se fundamenta la comunidad -de la que Pedro forma parte-, que deberá continuar su tarea en el mundo cuando él se marche: «Ahora te digo yo: Tú eres Piedra, y sobre esa roca voy a edificar mi comunidad, y el poder de la muerte no la derrotará». Jesús compara su comunidad con un edificio que hunde sus cimien­tos en una roca: esa roca es la fe que acaba de confesar Pedro. Y dará tal estabilidad y seguridad a la comunidad, que, supe­rando problemas y dificultades, garantiza la pervivencia de la comunidad, que ha de seguir adelante hasta que se logre ple­namente el proyecto de Jesús.

Todos están invitados a incorporarse a este proyecto y a esta comunidad. Y es a todos sus miembros -las palabras que aquí dirige Jesús a Pedro las dirigirá poco después (Mt 18, 15-18) a todos los discípulos; Pedro, igual que al responder, representa aquí a todo el grupo, a quienes da autoridad para abrir las puertas de la casa a los que quieran participar de la vida de la comunidad; no deberán pasar más que los que con­fiesen su fe en el Hijo del Dios vivo; a los que crean en otro mesías o en un mesías diferente, a los que se empeñen en ne­gar que el Padre no es Dios de muertos ni de muerte, sino que es un Dios vivo que da vida..., no tendrán más remedio que cerrarles las puertas. Dios respaldará su decisión.

III
v. 13. El paso a la parte pagana del lago (16,5) tenía por objeto salir del territorio judío. Cesarea de Filipo era la capital del terri­torio gobernado por este tetrarca, hermano de Herodes Antipas (cf. Lc 3,1). Para proponer a sus discípulos la cuestión de su iden­tidad, Jesús los saca del territorio donde reina la concepción del Mesías davídico.


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